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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Nadezhda Sáb Jul 21, 2018 7:51 pm

Era el tercer día en que se escabullía de las catacumbas en cuanto los inmortales conciliaban finalmente el sueño. Si bien era cierto que hacer semejante cosa a sus espaldas no era la mejor de las ideas, no es como si pudiera remediarlo, y es que Nadezhda se encontraba precisamente en la edad en la que la necesidad de satisfacer su curiosidad superaba con creces su capacidad para mantener el buen juicio. En otras circunstancias ella misma hubiera aceptado que, en efecto, hacer enfadar a Baphomet no podía caracterizarse como otra cosa que no fuera una "pésima idea", necesitaba salir de allí, de aquel oscuro sitio, aunque eso la pusiera en riesgo. En su caso, las consecuencias por desobedecer claramente no iban a ser tan terribles como si otro lo hubiera hecho -ella misma sabía que el monstruo la trataba de forma mucho mas cuidadosa que al resto de sus subordinados-, eso no implicaba que no fuera a haber un castigo. Aunque la muerte no fuera la conclusión, ser encadenada no es que resultara precisamente agradable. Y más teniendo en cuenta que como ellos no comían solían olvidarse de que ella sí que necesitaba alimentos con cierta frecuencia.

El principal problema era que sus preocupaciones se esfumaban de su cabeza en el momento en que ponía un pie en el exterior. El Sol, el calor que desprendía, el color del que dotaba al mundo que la rodeaba, la ponían de tan buen humor y la excitaban tanto que ya ni siquiera ser encerrada le parecía tan horroroso. Si bien no podía quejarse de que no tuviera libertad per se, ya que estaba con el nosferatu por decisión propia, y porque él era quien se había propuesto "protegerla", la realidad era que, en cierto modo, se había convertido en una esclava de las sombras, de la noche, casi sin quererlo. Y el miedo a perderse a sí misma era demasiado aterrador como para ignorarlo. Nadezhda pertenecía a la luz, su nombre mismo significaba "esperanza", y no deseaba que le robaran ese aspecto de sí misma. Su forma de rebelarse era hacer uso de su capacidad para salir de día para huir, aunque fuera por unas horas, de aquella realidad en la que tenía que vivir escondiéndose. Después de todo, tenía que aprovechar su juventud, su vida, ¡estaba en una ciudad nueva, en la ciudad del amor, nada menos! Se negaba a aceptar que todo cuanto vería y experimentaría de París serían las frías paredes de aquella mazmorra. Tendría cuidado, era inocente, pero no tonta. Sabría cuidarse.

O al menos, ese era el plan. Claro que cuando comienzas a vagar sin rumbo por una ciudad que no conoces, y cuyo idioma acabas de comenzar a aprender -y en el que, por supuesto, no sabía leer en absoluto-, eso complica bastante las cosas. En apariencia, ella no era más que una muchachita, por cuyos ropajes no se identificaría ni con una noble ni con alguien realmente pobre, pero que en cuanto comenzaba a hablar era fácil identificar como a una extranjera. Su acento, lo mucho que se esforzaba por encontrar las palabras adecuadas, aunque para algunos podía parecer incluso tierno, para la gran mayoría, perteneciente al grupo de la mentalidad mas cerrada, ayudar a alguien que no encajaba en su mundo, en su país, no estaba entre sus prioridades. Al final acabó teniéndose que guiar por sus instintos, y eso la llevó a deambular hacia el lugar del que parecían proceder las personas que sentía que tenían menos malas intenciones. No entendía bien cómo funcionaban sus dones, ni mucho menos, pero el humor de otros le resultaba tan claro como una imagen, y ahora que al fin había salido sólo le apetecía rodearse de cosas, de gente, que estuvieran de tan buen humor como ella misma.

Cuando se quiso dar cuenta, estaba rodeada de personas de aspecto exótico, de música, de juegos y alegría, y no pudo sentirse más dichosa. Sí, posiblemente cuando llegara el momento de regresar y no supiera el camino de vuelta comenzaría a temerse lo peor, pero ahora no podía importarle nada menos. ¡Sólo quería divertirse!

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Mensaje por Aimée Leblanc Mar Jul 31, 2018 6:48 pm

Si bien no lo hacia a propósito, si daba la impresión de que trataba de pasar el menor tiempo posible en casa, pero no era para menos había demasiados recuerdos de sus padres pues incluso algunas cosas le recordaban a su madre y eso que no habían pasado mucho tiempo en París cuando ella aun vivía, pero la casa estaba amueblada completamente a su gusto desde hacía casi veinte años. Desde luego su tío le llamaba la atención y le daba aquel discurso de que era una señorita y debía comportarse como tal, pero a ella habían dejado de importarle esas cosas el día que vio a su madre arder en la hoguera acusada de brujería.

A pesar de que a su padre y a su tío siempre les importo el qué dirán y la aceptación de la alta burocracia puesto que eran personas con las que trataban muy a menudo a Aimée le daba igual si decían que era la hija malcriada de uno de los mejores anticuarios de París, tampoco es que su padre estuviera ahí para ver que hacia o dejaba de hacer con su vida.

En contra de sus propios deseos, esa tarde no fue al hospital porque su tío al final se había salido con la suya y concertó una salida con varias chicas de familias importantes, Aimée no se llevaba bien con ninguna de ellas ya que era bien sabido que el cotilleo era la razón principal de sus reuniones y ella no podía con eso, demasiado banales para su gusto, pero accedió porque irían al evento que más llenaba los oídos de los parisinos esos días, a lo que tenía entendido era una feria que había llegado unos pocos días antes a la ciudad.

Llegó al lugar acompañada de otras cinco chicas y tres caballeros, al principio los siguió por todo el lugar, admirado los coloridos trajes, las mascaras excéntricas y en algunos casos un tanto lúgubres, se hizo de algunos objetos que le llamaron la atención, pero al levantar la mirada se descubrió completamente sola. -Sabía que esto iba a pasar... -murmuró para sí misma con un deje de decepción, suspiró y comenzó a caminar sola por el lugar, a final de cuentas desde el principio se había hecho a la idea de que eso iba a pasar. Se detuvo en un puesto a comprar unos frutos secos para dar un par de vueltas más antes de decidir que era suficiente pero no notó a la otra chica que contemplaba con la misma admiración las coloridas mascaras y trajes-. Disculpa -inclinó un poco la cabeza al golpear a la chica con la pequeña bolsa en la que llevaba los frutos secos, mismos que terminaron en el suelo-. He debido mirar por donde iba, pero es que cualquiera se distrae entre tantos colores ¿no te parece? -preguntó con educación, brindándole una sonrisa amistosa a la chica.
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Mensaje por Nadezhda Miér Ago 22, 2018 12:52 am

No era en absoluto extraño que Nadezhda anduviera con la cabeza en las nubes, así que, por supuesto, meterse en problemas nada más llegar a un sitio tampoco era ninguna novedad. Ni diez minutos llevaba deambulando por aquella especie de “feria” cuando chocó de lleno con una persona vestida de payaso, y la grotesca forma en que llevaba el rostro maquillado la hizo gritar a pleno pulmón, sobresaltando a todos los que la rodeaban y ganándose una mirada extrañada y de enfado por parte de la persona con la que acababa de chocar. Un tanto anonadada, musitó sus disculpas en su idioma natal, sin poder evitarlo: cuando estaba nerviosa le salía casi sin pensar; tras lo cual salió corriendo como si el mismísimo diablo la persiguiera. No, no le gustaban los payasos. Y sí, era bastante tonto temer algo tan inocuo cuando vivía rodeada de seres que eran claramente más peligrosos, y cuando simplemente el aspecto de Baphomet era causante de pánico en cualquier otra persona normal. Pero ella no era normal. Probablemente nunca lo había sido. Definir cómo se sentía respecto al monstruo era complicado, pero sabia que él era el único capaz de mantenerla a salvo, segura, y sólo por eso, no era capaz de temerle. Los payasos, ¡ah!, no podía ni mirarlos sin que todo el cuerpo le temblara sin que ella tuviera ningún tipo de control sobre él. Y ese payaso, además de no parecerse a ningún otro, en tanto que su maquillaje era más tétrico que sonriente, tenia un aura que la hizo estremecerse de arriba abajo. Pero la vergüenza venció, y por eso siguió corriendo, aun teniendo ese nudo en el estómago que la avisaba de que algo iba a ir mal.

No tardó mucho en olvidarse de aquella sensación, sin embargo. Su capacidad para percibir otras emociones también la hacía extremadamente sensible a éstas, lo que hacía su ánimo lo bastante voluble como para volver loco a cualquiera. No es algo que hiciera a propósito, pero no iba a negar que le gustaba. La sensación de dejarse llevar por las distintas emociones, como si la movieran, la mecieran, cual olas en el océano. No todas eran buenas, por supuesto, pero incluso aquellas que eran negativas, tales como la ira, el miedo o la ansiedad, eran igualmente importantes, y ser capaz de notarlas con mayor intensidad que otros la enorgullecía de un modo difícil de explicar. O mejor dicho, de un modo que nadie comprendería. Ese modo de empatizar tan único en ella, era probablemente la herramienta más útil que tenía para conocer a las personas que la rodeaban, a pesar de los secretos que querían mantener, y por supuesto, para darse cuenta de sus verdaderas intenciones, algo que era absolutamente necesario dadas sus circunstancias.

Tras haberse calmado del susto, y haberse entremezclado entre el gentío, y las emociones que flotaban en el ambiente, se encontró a sí misma canturreando en voz alta, contenta, agradecida por el buen clima y el sinfín de aromas diferentes que flotaba a su alrededor. Casi parecía que había pasado una eternidad desde que oliera algo distinto a la humedad y la putrefacción propias de los lugares en los que se veían obligados a vivir, al menos por el momento. Tampoco pudo evitar distraerse con cada puesto, observando con curiosidad un sinfín de objetos los cuales, en su mayoría, ni siquiera sabía lo que eran. Máscaras, pequeños relojes que no parecían dar la hora, instrumentos, telas y tapices... Había casi de todo. Comida incluida. En cuanto sus fosas nasales captaron el delicioso aroma procedente de un puesto de castañas, no pudo evitar arrastrar los pies hasta el mismo, se le hacía la boca agua. Y era terrible, pensó, porque realmente no tenía dinero para poder comprar ninguna. Todos los alimentos y agua que consumía le eran procurados por Baphomet, o en su defecto, por sus seguidores. Igual que con sus ropajes y productos de higiene. Cualquiera podría pensar que la estaban mimando, dadas tantas atenciones, pero la realidad era que el nosferatu no quería perderla de vista, por eso mismo el tipo de escapada que estaba viviendo era algo que sabía lo enfurecería. No iba a dejar de hacerlo, sin embargo. Ese pensamiento, esa punzada de rebeldía, la hizo sonreír para sí misma. Y tan distraída estaba por su propia valentía que apenas media hora después de chocar con alguien, ya estaba haciendo lo mismo con otra persona. Por suerte, no perdió el equilibrio, pero no pudo evitar hacer un puchero al ver que había hecho que se le cayera una bolsita de frutos secos a la mujer que tenía enfrente. - ¡Oh, no! Yo szoy quién lo sziente, también estaba distraída. ¡Hay tantas cosas que curiosear que no sé hacia donde mirar! -Reconoció la muchacha, tratando de camuflar un poco su acento a medida que continuaba con la frase.
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Mensaje por Aimée Leblanc Jue Ago 23, 2018 1:40 pm

Debía admitir que a pesar de todo, aquel lugar resultaba entretenido, aunque claro, como cada feria, circo -o lo que fuese- ambulante que llegaba a las calles de París, tenían un lado lúgubre también, ya se había encontrado un par de veces con algunos hombres vestidos de arlequín que francamente daban un poco de escalofríos, unos enanos gruñones que escupían al suelo cada que alguien pasaba cerca de ellos, también vio un par de criaturas encerrada en jaulas de acero que resultaban demasiado pequeñas para ellos, desde luego el hombre que hacía de presentador te invitaba a entrar a ver a dichas criaturas exóticas: “¡Sirenas, hombres lobo, hadas, duendes y mucho más!” eran esas sus exactas palabras, sin embargo a Aimée le pareció ver que no eran más que disfraces, algunos bastante malos a decir verdad, pero desde luego había quienes se creían toda esa perorata y pagaban cinco francos para entrar a aquella carpa improvisada para ver a dichas criaturas. “Como si en verdad pudieran atrapar a un hombre lobo en una simple jaula de acero” pensó ella mirando con curiosidad hacía el interior cuando un hombre levanto la pesada tela para salir. Fomentar la crueldad era una de las tantas atracciones de esos lugares.

A lo lejos le pareció distinguir a unas chicas con las que había llegado viendo a un mago hacer unos trucos con cartas, pero no le apetecía acercarse, ya había descubierto donde se escondía las cartas cuando le vio hacer uno de sus trucos, por lo regular las guardaba entre sus mangas. Todos los humanos poseían una extraña fascinación por aquello que no podían explicar, pero si se encontraban con verdadera magia fuera de un lugar como este, simplemente se asustaban. Aimée sacudió la cabeza cuando el recuerdo de su madre volvió a su memoria, murió quemada porque hizo más que leer las cartas o sacar un conejo blanco de un sombrero de copa en una feria, murió por salvar a personas que no supieron apreciar que usaba en ellos su magia, sus habilidades. Sus pensamientos se interrumpieron cuando una bailarina le agito su abanico de plumas en la cara mientras pasaba entre risas a su lado, eso por ello que la joven terminó en los puestos de comida, aunque eso no salió del todo bien.

La chica con la que tropezó le resultó bastante peculiar, era más que obvio que no era parte de la feria pero tenía un acento extranjero, la rubia ladeo la cabeza con curiosidad cuando le escuchó disimular aquel acento, seguramente no le gustaba llamar la atención por lo que Aimée no dijo nada al respecto, en cambio sonrió y negó con la cabeza. –Descuida solo son golosinas, puedo comprar más -se acercó de nuevo al puesto donde había comprado los frutos y pidió un poco más, girándose hacia la chica que acababa de conocer-. ¿Quieres algo? No te preocupes yo invito –esperaba que ella lo tomara como disculpa por aquel pequeño incidente, mientras esperaba a que respondiera y se acercara, Aimée miro a su alrededor-. Bueno yo he visto aquella carpa de allá en donde dicen que exhiben criaturas místicas y exóticas, pero lo cierto es que no creo que puedan atrapar a un hombre lobo en una jaula como esas que tienen ahí –rió levemente al notar que acababa de decir, esperó que aquello sonara a broma, no todos sabía que el mundo estaba lleno de criaturas sobrenaturales, aunque había algo en el aura de esa chica que le llamaba la atención, algo que le resultaba desconocido y al mismo tiempo familiar, se aclaró la garganta y miro hacía el otro lado-. Por allá en cambio, no he ido a mirar, escuche a unas personas decir que había un par de adivinas con bolas de cristal que te dicen tu futuro o te leen la mano o las cartas, aunque sinceramente no creo mucho en esas cosas, no al menos en lugares así –elevó los hombros, desde luego creía en la magia y había visto toda clase de seres sobrenaturales, pero a final de cuentas estaban en una feria, dudaba mucho que encontraran verdadera magia en ese lugar a parte de la que ella misma poseía, aun así le pareció entretenido ir a mirar, seguro habría algo interesante-. Si quieres podemos ir a mirar juntas, después de todo yo también estoy un poco perdida aquí, venía con otras personas pero desaparecieron…
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Mensaje por Nadezhda Lun Oct 08, 2018 6:45 pm

Nadezhda ladeó la cabeza, bastante sorprendida por la actitud amable y despreocupada de la mujer que tenía delante. El pasar tanto tiempo rodeada de criaturas cuyo temperamento dejaba mucho que desear, no le ayudaba precisamente a sentirse familiar con otras situaciones que, sin embargo, deberían haber sido mucho más frecuentes para ella. Es extraño, lo rápido que te acostumbras a un nuevo ambiente y te olvidas de lo anterior, especialmente cuando aún eres lo bastante joven como para ser maleable en las manos de otros con más experiencia. Por un momento pensó en aceptar el ofrecimiento de la mujer, pero finalmente negó con la cabeza. No llevaba dinero encima, por lo menos, no el necesario para comprar nada especialmente lujoso, y los precios que canturreaba el hombre al frente del puestecillo le parecían francamente desorbitados. Baphomet probablemente la reprendería por pensar como una pobretona a sabiendas que él podía permitirse cualquier tipo de lujos, tan sólo usando parte de su extenso capital, o simplemente utilizando sus dones para manipular. Pero la gitana siempre había pensado que era mejor contenerse, porque los malos tiempos pueden llegar cuando menos lo esperas. ¿Y quién sabía? Quizá fuera a necesitar los pocos francos que llevaba encima para algo más importante que un capricho en forma de tentempié que realmente no necesitaba.

Un vistazo a la otra dama y se dio cuenta de que no se había tomado su negativa como ofensa, algo que la alegró, y la llevó a dibujar nuevamente una de esas sonrisas sinceras y abiertas que solía regalar a todo el que se detenía más de dos segundos a prestarle atención. - La verdad esz que yo también lo dudo. Los wolfies... quiero decir, los hombres lobo, se molestan mucho cuando losz quieren encerrar, y más en su estado peludito. -La chica respondió en tono divertido, imitando el que había percibido en su interlocutora, pero se notaba que hablaba completamente en serio. Aunque su "Amo" fuese un vampiro, la presencia de licántropos no era infrecuente en su poco-frecuente entorno. Al nosferatu le resultaban útiles, porque les era más sencillo ocultar su presencia y salir a la luz del Sol, además de ser fácilmente manipulables (o eso era lo que él solía decir, a ella le parecían más bien testarudos), pero todo atisbo de buenos modos se disipaba cuando trataban de encadenarlos, o mucho peor, de enjaularlos. Al fin y al cabo, una parte de ellos era similar a un animal salvaje. Si no podía imaginar a un tigre muy contento dentro de una jaula, tampoco a un lobo. Menos todavía a uno que era medio humano.

La mención de las adivinas, sin embargo, captó su atención especialmente. En algunos aspectos, a ella se dirigían usando ese nombre para definirla, pero personalmente, nunca había conocido a otra que tuviera un poder siquiera similar al que ella poseía. No era algo llamativo, y desde luego no usaba algo tan extraño como una bola de cristal, pero sus sueños miraban al futuro noche sí y noche también, y quizá si entraba en contacto con sus "iguales" podría convertirse en alguien más útil para Baphomet. Poniéndose un poco colorada, hizo un gesto a la mujer para que se pusiera a su altura, y así poder susurrarle. - ¿Y cree uszted que alguna de esas adivinas podría darme consejo? Tengo muchias preguntas pero nunca me he encontrado con ninguna... -Comentó en un murmullo avergonzado, claramente no comprendiendo la parte en que la otra había mencionado que aquellas llamadas videntes podrían ser farsantes. La verdad es que en la mente de Nadezdha no cabía lugar a que nadie pudiera desear fingir algo que no es, y mucho menos una cosa que claramente podía llegar a causarte problemas. Ella estaba siendo perseguida por ser diferente, después de todo. - Le agradecería si me acompaña. No sé muy bien cómo identificarlas. -A medida que ambas se acercaron al lugar definido, se dio cuenta de que era difícil perderse. Su extraña indumentaria, demasiado brillante, demasiado llamativa, con uñas tan largas que parecían garras... Realmente no era lo que había imaginado. ¿Así lucía una adivina profesional? Pues tenía mucho que aprender...
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