Suplica silenciosa - Privado

por **Anna Brullova** Miér Ago 01, 2018 5:19 pm

Temía lo peor, y por eso, sus pasos la habían llevado hasta ese lugar. Su corazón, latía de forma alocada, un nudo en la garganta le impedía respirar. Sus ojos, se mantenían rojos, después de haber llorado desesperada toda la noche. El sol apenas hacía una hora que comenzaba a surgir detrás del horizonte, y Anna, ya se encontraba en los pasillos del hospital, intentando en vano, hablar con alguno de los tantos doctores y enfermeras que allí se encontraba.

Sus manos, sobre el pecho, arrugando la pechera de su vestido, mostraba la angustia de la que era victima. Su miedo mas grande, parecía haberse hecho realidad, Abel, su adorado Abel, había desaparecido. Ella podía comprender que él era un hombre especial, que al haber vivido tantos años solo, podía tener la necesidad de pasar un tiempo en silencio, apartado de todo aquello que le parecía tan extraño, y que por ella, solo por ella, había decidido enfrentar. Pero, tras pasar varios días, sin tener ni una sola noticia de su paradero. Los miedos mas atávicos, la habían asechado. ¿Y si no ha desaparecido por su propia cuenta? ¿si alguien ha decidido eliminar al único ser que mantenía la cordura de la joven rusa? Anna sabe que sus enemigos son poderosos, que no permitirán que se vuelva una mujer independiente, que pueda decidir por si misma, y que en esa elección, estuviera unir su vida, a la de un hombre con un origen dudoso, que podía no solo, destruir la reputación de la joven y la de su rama familiar, sino, la de sus parientes, esos que la detestaban, los que habían sido parte de los cómplices necesarios para el asesinato de sus padres.

Con sus manos unidas, sus dedos entrelazados, a modo de una suplica silenciosa, se movió de pasillo en pasillo, de lugar en lugar, buscando a esa alma caritativa que se detuviera para poder descubrir si entre los hombre hospitalizados, se encontraba su amado. Temía aún mas, la respuesta, o mas bien, esa respuesta, la que pudiera dirigir sus pasos a la morgue, en donde, debajo de una fría sabana blanca, el rostro de su amado Abel, le estuviera esperando.