Never Resting | Privado

Todavía conservaba la imagen de viudo dolido. Todavía vestía de negro todo el tiempo y sólo asentía cuando le preguntaban que cómo estaba. Todavía usaba la lástima que él y Rhett podían despertar, como un arma más en ese juego de manipulaciones en el que era un experto.

Ese domingo por la mañana quiso volver a acercarse a su primogénito, sólo para toparse con la noticia de que el joven había salido. Ahora más que nunca, Wyatt necesitaba de su hijo, no porque lo uniera la sangre, no para sobrellevar el dolor de la pérdida de Elise, que en Rhett era muy real y en él sólo una farsa, como casi todo. No, desde luego que para eso no necesitaba del hijo que engendró con la endemoniada mujer, sino para continuar su reinado, expandir su legado; lo necesitaba para sus propias ambiciones, para sus propios oscuros propósitos.

Que le dijeran que no estaba lo enfureció. A Wyatt le gustaba tener todo bajo su control, y era obvio que Rhett se empeñaba en salirse de ese dominio, y para qué engañarse, era digno hijo de sus padres, era demasiado bueno saliéndose con la suya. Fue a vociferar contra el pobre sirviente que le había tenido que dar la noticia cuando fueron interrumpidos por una de las domésticas.

Wyatt frunció el ceño cuando le anunció que ahí estaba «la señora» Genovese. Bueno, mucha de su servidumbre no sabía leer, ni escribir, seguro Rocco se había presentado en italiano y esta mujer lo había interpretado todo mal, o… algo así. Porque no le cabía en la cabeza que mandaran a una mujer a tratar con él asuntos tan serios. Las mujeres, para él, eran solamente para deleitarse, para ser usadas, para ilusionarlas y romperles el corazón; eran instrumentos, objetos bellos a los cuales admirar, pero los negocios se hacían entre hombres.

Sin agradecer por el aviso, fue al encuentro de Genovese; todavía tenía la esperanza de que se tratara de Rocco.

Cuando se acercó a la sala donde habían hecho esperar al inesperado visitante, escuchó una voz femenina pedir té con naranja. Entonces entró de lleno y vio a la mujer de su socio (¿y jefe?) con otra de sus mucamas, quien al verlo agachó el rostro y se marchó. Entonces Wyatt sonrió como si esto fuera una mala broma.

—No mentían —dijo con un dejo de sorpresa, aunque era probable que fuese falso y terminó de entrar en la habitación—, la señora Genovese está aquí —sonó condescendiente y cruel, aunque para ser justos, él siempre sonaba así. Entonces soltó una risa breve y sacudió la cabeza.

—¿Es esto una broma de Rocco? ¿Está escondido o algo así? —Miró a un lado y al otro, aunque gracias a sus capacidades cambiantes, sabía que en ese instante sólo eran ellos dos—. Señora Genovese, ¿nos hemos visto antes? —entonces cuestionó. Era probable, pero si una mujer no iba a cumplir sus caprichos, Wyatt no solía prestarle atención. No era alguien que respetara los votos matrimoniales, ni los propios, ni los ajenos, pero tampoco iba a meterse con la mujer de Rocco.

No era idiota.

Le dedicó una mirada entre curiosa y furiosa, como el buen gato que era, pero ya no dijo nada hasta que la mucama hubo regresado y había desaparecido de nuevo. La siguió con la mirada, sin embargo, el resto de sus sentidos, potenciados por su condición cambiante, se quedaron prendados de Brunella. ¡El descaro y el atrevimiento! Estuvo seguro que ella sabía más de él que viceversa, de otro modo Rocco no la hubiera mandado. No lo habría hecho sin advertirle antes.

Y si era así, era todavía más insultante para Wyatt. La mujer había llegado conociendo de sus modos y se atrevía, de todos modos, a retarlo. Decidió que podía divertirse mientras no se pasara de la raya, sobre todo porque los italianos no dejaban de ser sus jefes y podían tomar represalias.

Tomó asiento y arqueó una ceja al unísono.

—¿Rogar para que me perdone? —Sonrió y una risita sardónica salió de entre sus dientes—. No creo haberla ofendida. Si en verdad conoce el negocio de su marido, sabrá que es más común tratar entre hombres. Pero está bien, si Rocco quiere que así sea, así se hará. Que no se diga que no coopero —dijo y aunque hubo un atisbo de sarcasmo, era suficiente para dejar el tema atrás. O eso le gustó pensar.

—Bien, supongo que sabe qué es lo que hemos tramando y el porqué me encuentro en Francia, dejando un suelo más que fértil para nuestros negocios allá en Inglaterra —explicó y sonó condescendiente, aunque no fue la intención, Wyatt era así, no podía evitarlo, tampoco hacía nada por hacerlo. No aclaró, eso sí, que si la mafia italiana estaba tan bien asentada en Londres era gracias a él, creyó que se sobreentendía.

—Aquí, no obstante, me he topado con más obstáculos. Me estoy sintiendo un poco… ¿cómo decirlo? Desprotegido. Rocco sabe perfectamente que puedo cuidarme solo, que yo solo puedo contra un ejército —declaró y se movió en su asiento para cambiar el peso de un lado a otro. Entornó la mirada, su socio sabía de sus habilidades, pero ¿su mujer también lo haría? Esperó a ver su reacción—. No obstante, estoy sobrepasado en número. Necesito ayuda en ese sentido —retomó.

—Verá… —Carraspeó—. Su esposo, y seguramente usted también, sabe que me gusta la discreción, el problema es que a las mafias rivales que ya están en la ciudad no les importa mucho eso. Ellos ya están asentados, ¿no? Ya tienen delimitado su poder, sus zonas, qué más les da… —Pausó y por primera vez en un rato, dejó de verla directamente; bajó el rostro y la mirada, pareció estar pensando—. Para mi fortuna, ustedes siempre me han dado libertad de actuar. Soy político también, así que las guerras que libro suelen ser más… intelectuales. —Alzó la cara y clavó los ojos en ella, inteligentes y agudos.

—Mi plan no es destruir a las familias que ya están aquí. Mi plan es unirlas bajo el mandato Genovese. ¿Suena descabellado? —Sonrió. Sonrió como el maldito demonio que era.

Cubrió la mitad de su rostro con una mano, aguardando al acecho como el tigre en la montaña. Eso era, eso era lo que lo había encumbrado en tantos aspectos y lo había hecho triunfar. Era cauteloso, trabajaba mejor solo, pero aceptaba alianzas cuando era necesario. La más fructífera, sin duda, era la que había trabado como los Genovese hace tanto tiempo. Pudo notar el modo en el que ella pronunció la palabra que eligió para describir su situación, aunque no había sido intencional, se congratuló de que se le quedara grabada.

Asintió luego. Al menos en ese punto ya estaba de acuerdo: Wyatt necesitaba hombres de confianza, fieles a Rocco, para ayudarle con la tarea. En cambio arqueó una ceja cuando ella continuó. Estuvo a punto de decirle que le dejara la política a él, pero se mordió la lengua. Estaban habitando un frágil armisticio que no se iba a arriesgar a romper.

—En efecto —respondió al fin—, como político, me creo capaz de mediar las cosas. A veces los comunes del parlamento inglés resultan más horribles que aquellos que se dedican a nuestro negocio. —Sonrió de lado—. Si he podido con ellos, créame que soy capaz de endulzar una que otra oreja francesa. —Suspiró.

—Lo que busco es precisamente evitar un baño de sangre. —Se dio cuenta de lo que acababa de decir y se sorprendió a sí mismo, pero sí, en esencia eso era—. Si comenzamos a pelearnos la plaza con mafias bien asentadas, que conocen mucho mejor la ciudad, que cuentan con el apoyo de los locales, me temo que no importa cuántos hombres traigamos de Italia o Inglaterra, es una guerra perdida. En cambio, lo que propongo es forjar alianzas y unir a las mafias bajo un propósito en común. No se les quitaría su autonomía, pero todas estarían bajo las órdenes de Rocco… y de usted. —La manera en cómo dijo aquello y como la vio podía helar la sangre a cualquiera, erizar los cabellos de la nuca, porque no sabías si era halago o condena.

Nunca se sabía mientras tu nombre dazara en la lengua de Wyatt.

—Créame que no me importaría marchar hacia la batalla. Eso de las vidas inocentes lo veo más como un precio justo por la victoria. —Con ello, dejó claras muchas cosas, como hacia dónde apuntaba su brújula moral o lo que era capaz de hacer con tal de ganar. Chasqueó—. Pero en esto debo inclinarme por lo que dice la probabilidad… —Negó con la cabeza de manera efusiva—. No hay modo de que ganemos —sentenció.

—¿Qué podría ofrecerles a las mafias ya asentadas en la ciudad? —Quiso adelantarse a la pregunta que si no era la siguiente de Brunella, tarde o temprano llegaría—. Orden. Respeto por los límites de sus áreas, un pago mínimo hacia los Genovese, de entrada, y como dije antes, un propósito común. Así se han forjado los grandes imperios de la antigüedad. —Inclinó la cabeza como un gato curioso.

—No digo que será un proceso rápido, pero es la mejor estrategia. Por supuesto que tendremos que jalar gatillos un par de veces, hay ocasiones en que sólo la intimidación funciona, sobre todo en nuestro negocio, señora Genovese. —Terminó con una sonrisa.

Ese hombre articulado, elegante, envarado en su asiento era el mismo que había corrompido Londres y ahora se lo proponía con París. Wyatt lo quería todo, el mundo entero, todo.