Brave and Beautiful | Privado

por **Amancay** Jue Ago 09, 2018 11:30 pm

Amancay no solía enfadarse, pero cuando lo hacía el mundo temblaba de miedo. Ella prefería disculpar, justificar o relativizar, no le gustaba pensar mal de las personas y había descubierto que con esa mentalidad se vivía más feliz… pero ahora que sí estaba enojada, el circo conocería su furia.

Se había enterado, en el mercado donde todas las cosas se saben de boca en boca, que en el circo había animales maltratados, que no los alimentaban como era debido y que se había muerto de cansancio un caballo en la última semana. ¡Qué espanto! A ella no le importaba nada de ese lugar, que tuvieran a sus equilibristas, a sus malabaristas y contadores de cuentos, pero que cuidasen a sus animales o ella actuaría.

Sí, últimamente se sentía una justiciera, una vocera de los que no podían hablar. Por eso se había encaminado hacia allí, sin mencionarle nada a Boudica porque sabía que ella la seguiría y no quería exponerla, para hacer justicia. Ah, pero no había contado con que el show no hubiese acabado, ella creía que el circo solo funcionaba de día, ¿por qué había movimientos a la medianoche?

Tal vez tendría que esperar… pero no quería. Quizás lo más inteligente fuera estudiar el entorno antes de actuar, pero no deseaba perder tanto tiempo. Amancay creyó que estaba bien, que la vida la apoyaba en su plan de liberación, cuando ingresó sigilosa en la primer carpa pequeña –era evidente que pertenecía a los encargados del espectáculo- y allí halló varias palomas enjauladas y tres conejos. ¡Era la carpa de un mago, claro que sí!

-Bonitos, preciosos, linduras –les dijo a los conejos cuando los tomó en brazos y besó-. Los ayudaré a escapar, he venido a eso –les aseguró y salió sigilosa rumbo al bosquecillo lateral, allí, junto a unos árboles dejó a los animales antes de volver corriendo al circo, a la carpa del mago.

Era el turno de las palomas, creía que solo bastaría con abrir las jaulas e instarlas a volar, lo más difícil sería intentar darle libertad al león… pero sabía que ella podría con un poco de amor lograrlo. Estaba abriendo las jaulas cuando sintió que alguien tenía intención de ingresar, se giró en el momento en el que la persona lo hacía sin poder pensar con claridad en la excusa que pondría para justificar que estaba allí.

por **Runa** Lun Oct 08, 2018 6:01 pm

Jamás la había caracterizado un buen sentido de la orientación. Parecía increíble que hubiera sobrevivido siendo una muchacha tan distraída, que se perdía en sus pensamientos y ensoñaciones, con la misma facilidad con la que predecía el futuro. Por ello, no resultaba increíble que se hubiera perdido entre medio de los colores, sonidos y olores del circo. Un cliente asiduo del burdel, que parecía tener algún vínculo con el dueño del lugar –o era lo que ella había entendido-, le había preguntado si quería ganar un dinero extra trabajando un corto periodo, suplantando a la adivinadora, que había dado a luz recientemente. Consultó con la encargada del prostíbulo, que le dio su venia para ayudarla a ganar un poco más de dinero. Runa se había puesto como objetivo pagar una pequeña renta por el cuarto en el que dormía y la comida que le ofrecían.

Tras haber finalizado su jornada y haber terminado de guardar sus cartas de tarot, la muchacha se había abstraído persiguiendo luciérnagas, segura de que tenían un mensaje para ella. Había aprendido a conectar con la naturaleza, por lo que no resultaba descabellado aquel pensamiento. Los insectos la guiaron hacia las carpas más lejanas del asentamiento circense hasta que se perdieron de vista. Runa se plantó y miró derredor: no tenía la más remota idea del lugar en el que se encontraba. ¿Cómo volvía al sitio donde había dejado sus pertenencias? ¿Cómo salía de allí? Un escalofrío le recorrió el cuerpo al sentir una energía extraña, y se giró hacia el sitio de donde provenía. Vio movimiento en la carpa y decidió acercarse, más intrigada de lo que allí acontecía que segura de ir hacia un sitio seguro.

Se escondió un instante, pues percibió a la vampiresa que salía del lugar con unos conejitos en sus brazos. La vio muy concentrada en ello, lo que permitió que no notara que ella estaba ahí. La observó desde su sitio, y no pudo ocultar la sonrisa que se le plantó en los labios cuando la mujer sobrenatural se despidió de los animalitos dándoles un beso. Runa sabía que la bondad siempre le ganaría a la maldad, ¿de qué otra forma se explicaba un gesto de amor semejante? Ella, que había visto el mal ante sus ojos y había luchado contra él siendo tan sólo una niña, podía reconocer un buen corazón, o eso era lo que a ella le gustaba creer.

Salió de su sitio y se encaminó hacia el lugar al que había regresado la dama. La hechicera, con su aspecto tan particular, de ropas con tules de colores y trenzas en el largo cabello, sumado al maquillaje exótico que solía utilizar, parecía una trabajadora fija del circo. Pero así era ella, siempre vestía de esa manera sin pensar en lo que alguien pudiera opinar. Corrió la tela y descubrió a la vampiresa intentando liberar las palomas. ¡Qué obra tan maravillosa! Ella estaba completamente de acuerdo con su accionar, pues no toleraba la esclavitud, fuesen humanos o animales los que se encontraban afectados por ella.

—No se asuste —susurró, y le mostró una sonrisa de dientes blancos. Una sonrisa tierna y amable, que le iluminaba el rostro y le achinaba los ojos. —He venido a ayudarla —continuó con complicidad, como si se tratase de una amiga de toda la vida. Runa era así, confiaba en que sus guías espirituales y los ángeles que la protegían desde pequeña, no la abandonarían jamás.

por **Amancay** Lun Nov 12, 2018 12:07 pm

La observó por un instante y supo de inmediato que podía confiar en ella, que debajo de todos esos colores brillantes había un alma generosa y muy alegre. ¡Qué bonita era! ¡Que bien le quedaba aquel atuendo! Parecía una niña, cierto aire de inocencia la envolvía y Amancay deseó ser su amiga, poder contarle secretos y reír junto a ella. Amancay sabía que aquellas ropas a ella no le quedarían bien, pero nunca le había importado demasiado la moda, y a pesar de eso quiso poder vestirse como aquella joven alguna vez. Era peligroso ser amiga de humanos, pero su socio era como aquella muchacha, tenían el mismo color en el aura, así que supuso que sería hechicera.

Amancay se llevó un dedo a los labios para pedirle silencio y le hizo gestos rápidos con la mano para pedirle que se acercase hacia donde ella estaba, manipulando la cerradura de las jaulas. Cuando la tuvo a corta distancia se atrevió a decirle:

-Quiero sacarlas de estas horribles jaulas, ¿podrías abrir aquel cortinado? Así podrán escapar por ahí… Estaba necesitando ayuda de una amiga –mencionó así su intención de ganarse su cariño, se imaginaba con ella yendo de paseo e invitándola a su boda-, ¡qué oportunamente has llegado!

Amancay abrió las tres jaulas, en un principio las aves se mostraron temerosas y ella supo que no solamente a las personas les asustaba ser libres, a los animales también. ¿Por qué les costaba tanto hacer lo que tanto habían deseado? ¿Por qué le temían a lo que en verdad querían hacer? Muchas veces había sido como esas palomas... pero ya no más. Observó a la primera valiente que asomó la cabeza fuera de su prisión y le acarició la cabecita, la paloma retrocedió desconfiada... ¡Pero nada había que temer! Y las palomas lo comprendieron finalmente, pues en pocos segundos tomaron confianza para ir saliendo una a una, tras aquella pionera, y seguir el camino que Amancay y la hechicera les marcaban. Al fin salieron todas volando de la carpa del mago y Amancay no pudo contener su emoción, comenzó a dar saltitos de alegría y abrazó a la muchacha con fervor.

-Ahora tenemos que ir a la jaula de los monos, los he visto… tienen la mirada tan triste –le contó cuando la soltó-. Mi nombre es Amancay, ¿me ayudarás? ¿Cómo te llamas tú? ¿Eres de aquí? ¿Trabajas en el circo? ¿Podemos ser amigas?

Amancay quería pedirle su opinión con respecto a la liberación del león, pero por el momento no quería asustarla. Lo mejor sería continuar la noche yendo al rescate de los cuatro monos. Aunque no sabía qué haría con ellos una vez que los soltara, pues no podía solo dejarlos en un árbol, los volverían a atrapar.

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