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AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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por Darcell Aubriot Miér Ago 22, 2018 9:08 am
¿Planeaba lastimar realmente a una inocente? No estaba en sus planes inmediatos hacerlo, pero si es que aquella mujer no seguía sus indicaciones al pie de la letra se vería en la penosa necesidad de hacer de su amenaza algo real, tangible; y aunque no pensaba matarla quizás si dejarle un bonito recuerdo suyo, que le hiciera pensar dos veces antes de llevarle la contraria a alguien como él. La tensión en ella era algo bastante obvio, nadie estaba acostumbrado a ser un objeto de “ataque” de una manera tan repentina y aunque Darcell trataba de mostrar un semblante relajado, sus palabras duras contrarrestaban todo eso que podía creerse.
– Vamos, necesito que me digas todo lo que sabes respecto a ese vampiro Mallarmé y sobre todo, que fue lo que hizo con el bebé que llevaba cuando te vio – Sus palabras eran firmes y cargadas con frialdad. El Aubriot no tenía intención alguna de dejarla ir, no hasta que le dijera lo que necesitaba saber respecto a su hijo, ese que llevaba buscando al lado de su esposa ya demasiado tiempo.
Una sonrisa cargada de malicia fue lo que ofreció a la joven que le se mantenía en silencio.
– Vamos, no quiero que las cosas se pongan feas y mucho menos quiero que mi esposa sea testigo de algo doloroso para ti – la joven, quien había sido tomada a la fuerza en las calles céntricas de París miró por primera vez con temor real a Darcell, quien desvió su atención a la puerta que se abría y daba paso a Delphine.
– ¡Ayuda! – se apresuró a decir la joven implorante, pero antes de que Delphine pudiera acercarse más, el cazador la tomó de la mano y la llevó al exterior de aquel cuarto de manera calma e ignorando siempre los gritos de la mujer que verdaderamente comenzaba a entrar en pánico.
– Amor, no debes entrar ahí – dijo al tiempo que ponía su mano sobre el vientre de su amada – cosas malas pueden suceder y no quiero que seas testigo de ellas.
– Vamos, necesito que me digas todo lo que sabes respecto a ese vampiro Mallarmé y sobre todo, que fue lo que hizo con el bebé que llevaba cuando te vio – Sus palabras eran firmes y cargadas con frialdad. El Aubriot no tenía intención alguna de dejarla ir, no hasta que le dijera lo que necesitaba saber respecto a su hijo, ese que llevaba buscando al lado de su esposa ya demasiado tiempo.
Una sonrisa cargada de malicia fue lo que ofreció a la joven que le se mantenía en silencio.
– Vamos, no quiero que las cosas se pongan feas y mucho menos quiero que mi esposa sea testigo de algo doloroso para ti – la joven, quien había sido tomada a la fuerza en las calles céntricas de París miró por primera vez con temor real a Darcell, quien desvió su atención a la puerta que se abría y daba paso a Delphine.
– ¡Ayuda! – se apresuró a decir la joven implorante, pero antes de que Delphine pudiera acercarse más, el cazador la tomó de la mano y la llevó al exterior de aquel cuarto de manera calma e ignorando siempre los gritos de la mujer que verdaderamente comenzaba a entrar en pánico.
– Amor, no debes entrar ahí – dijo al tiempo que ponía su mano sobre el vientre de su amada – cosas malas pueden suceder y no quiero que seas testigo de ellas.
Darcell Aubriot- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/01/2016
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