AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El precio de nuestros errores [Privado]
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El precio de nuestros errores [Privado]
She was chaos and beauty intertwined.
A tornado of roses from divine
-Shakieb Orgunwall
A tornado of roses from divine
-Shakieb Orgunwall
Quien hubiera alguna vez se encontrara con la menor de los Marcovic no pondría en duda que se trataba de una mujer de carácter fuerte y figura intimidante, recia a retroceder ante otros y coronada por unos ojos verdes que relucían salvajes. Entregada a las viejas costumbres como se apreciaba a simple vista, no sería difícil para nadie adivinar que despertaba cuando aún el sol no asomaba sus más jóvenes rayos por el horizonte y el cielo lucía el mas hermoso manto de violetas desplegado de estrellas. Y sin embargo ¿Quién podría realmente imaginarla disfrutar de la flores que liberaban su fragancia, intensa con el alza del roció? Parecía extraño verla parada en el último de los escalones con nada más que un vestido simple, un modesto abrigo y una taza de café humeando entre sus dedos. Era incluso rara la idea de que fuera ella quien se preparara su bebida en solitario, sin intención de despertar a los criados para disfrutar del silencio casual que le prestaba la naturaleza para dejar recorrer su mirada en busca de peligros o ideas que la asaltaran de pronto aunque sabiendo que ninguna de las opciones era probable pues era demasiado temprano para sus enemigos, la mayoría de hábitos nocturnos, estuvieran despiertos de la misma forma en que su propio cerebro parecía estar alentizado por la neblina del sueño. O así era hasta que poso sus ojos en una amapola, una sencilla florecita que elevaba sus petalos rojos de forma desordenada. Su color la había despertado al instante, al menos lo suficiente para enfocar la vista en su dirección y notar que se trataba de un pequeño camino que circunvalaba a una estatua de una dama. El pensamiento fue instantáneo y grito “sangre” dentro de su mente, trayendo consigo los recuerdos de la pasada luna que fueron como sal sobre la herida que aun sanaba sobre su hombro.
Allí, como amapolas rojas sobre su blanca piel, estaban las puntadas que sostenían su brazo contra el resto de su torso. Era remarcable de aquella que llamaban maldición de la luna el progreso en su movimiento, la forma en que el dolor había mitigado e incluso el avance de la piel por sobre el desastre que habían dejado sus propios dientes presa del frenesí y el pánico. Pero nada podía hacer la licantropía por subsanar su orgullo herido de verse sufrir por su propio error y descontrol, presa de un miedo que no lograba irse con el paso del tiempo y un nerviosismo que jamás había sentido hacia la luna llena. Ni siquiera podía buscar consuelo en las cacerías! Por mucho que la enfureciera el pensar en todos los castigos y migrañas que se había acreditado en una sola noche, su mente no se empeñaba con las emociones lo suficiente como para arrastrarla al acto insensato y desmedido de perseguir cambiaformas en plenas condiciones pues acabaría sin un brazo, esta vez asegurado. La cacería, especialmente aquella que se realizaba con sus fines, era más que una buena montura y el arma de mayor calibre combinada con la adrenalina bombeando en los músculos, si no la unión de los conocimientos y el buen juicio para saber cuándo avanzar o retraerse. Requería mente y cuerpo suficiente para aguantar una danza sangrienta y macabra que podía extenderse largas horas si se deseaba asesinar los cuerpos sin abrir la piel salvando los cortes premeditados que no arruinarían su trabajo de convertirlos en bellos abrigos que pasarían a cubrir otros cuerpos, otras figuras, que dominaban no en el bosque o en los campos pero en los grandes castillos y mansiones de parís, luciendo la muerte sobre sus hombros y dejándole el reconocimiento a la propia licantropa que sonreía viendo las amapolas y pensando en sangre que de pronto, no era la suya.
De la misma forma la encontraría más tarde su invitado predilecto; sentada una de las mesillas dedicadas a los encuentros sociales con los cadáveres florales decorando la mesa mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro con la expectativa de la visita. No existía con aquel hombre un desencanto posible, la eficacia con la cual cumplía sus trabajos era apenas uno de sus encantos por el cual le encomendaba tamaña tarea de entregarle los cuerpos de los cambiaformas sin dañarlos.Pero sin la falta de escrúpulos y la dureza de carácter quizás no le hubiera permitido acercarse más de lo necesario y abrirle a su confianza para citarlo en su propio hogar, ofreciéndole métodos y maneras de atrapar a los escurridizos animales sin dañar la mercancía que cargaban con ellos. Además era realmente un agrado para la vista, y el respetable barón de Francia…La situación no podría ser mas favorable.
Saliendo de sus cavilaciones debio enseguida levantarse al ver su figura para recibirlo en una muestra de aprecio y buena educación. Mas sin embargo no adelanto los últimos pasos pues deseaba que el hombre tomara asiento junto a ella, poco sabia de las sorpresas que la aguardaban – Gerarld, agradezco haya podido llegar con tan poca antelación– agacho suavemente la cabeza para hacer una reverencia a modo de disculpa que sin embargo dejaba ver los años en contacto que tenían para hacerla sutil y casi familiar. No que Belial tuviera el carácter para reverenciar a cualquiera, tampoco – Se que es un hombre ocupado pero estas semanas han sido…difíciles, deberé volver a pedir de su tiempo y habilidad – pagar por el en verdad, aunque consideraba que nada era caro cuando se hablaba de su propia satisfacción.
Última edición por Belial Marcovic el Vie Mar 20, 2015 11:58 pm, editado 1 vez
Belial Marcovic- Licántropo Clase Alta
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Localización : En las puertas del 3er averno
Re: El precio de nuestros errores [Privado]
Hubo una vez una persona que le dijo que mezclar el trabajo y el placer no era nunca buena idea. Desde pequeño Irina había sido tremendamente insistente con ese tema por razones obvias: nada de lo que se hiciese pensando en el sexo podía servir del todo como arma. Una de las razones por las que las prostitutas podían tener tanto poder era por el simple hecho de que todos los hombres querían impresionarlas. ¿Quién no querría que una mujer hermosa les alagase? Eso era una estupidez. Precisamente por eso era que Gerarld había aprendido a nunca mezclar una cosa con la otra, porque de hacerlo posiblemente se encontraría en una situación en la que si trabajo se viese afectado y eso no debía de pasar nunca. A medida que su transporte se acercaba a aquella residencia, sin embargo, tenía la leve sensación de que algo no marchaba como debía. Sentía aquella pulsación extraña en las sienes, aquel cosquilleo que le subía desde la punta de los dedos… unas señales sutiles pero evidentes para alguien como el de que aparecía una emoción importante: la expectación. Habían pasado unos cuatro años desde que llegase a Paris, y apenas unos meses después de su llegada sus pesquisas le llevaron hasta Belial Marcovic. Una empresaria decían muchos, que había amasado una fortuna nada despreciable con el comercio de pieles de alta calidad. Ahora bien, cuando el cazador descubrió de donde salían dichos productos solo pudo sentirse impresionado. Raros eran los gustos de aquella loba que, desde entonces, se había convertido en una constante fuente de ingresos para el barón francés. El único problema de esta rentable relación comercial entre clienta y ejecutor era algo que, por desgracia, empezaba a escapársele de las manos, pues Belial no solo había demostrado tener gustos un tanto extraños, sino que ella misma era de su gusto.
El coche traspaso las puertas de la propiedad, entrando en un enorme jardín de flores rojas como sangre, algo muy acorde a la personalidad de la mujer que allí vivía. Tenía ese sutil aroma a sangre derramada y a adormidera, como si fuese una droga más que el huésped podía experimentar antes de enfrentarse a la imagen que, sin duda, le arrebataría todo cuanto tuviese. Desde el momento en que conoció a la dueña de aquella residencia estaba convencido de que nada con ella podría ser normal, y bien que había acertado. No se había aburrido en ninguno de los encargos realizados para ella hasta la fecha. Cuando por fin el transporte se paró, el cazador bajo de su asiento y detuvo de una seca mirada a los que pretendían llevárselo. Lo que contenía el vehículo era demasiado importante para la reunión que tendría lugar como para dejar que la servidumbre lo viese. Además, no estaba seguro de hasta qué punto esa gente estaba enterada de lo distinta que era su ama del resto de las mujeres del mundo. Después de todo, no todas las mujeres del mundo se dedicaban a contratar asesinos profesionales para que despellejasen a sus víctimas, que no eran nada humanos por cierto. En cierto modo, no pudo evitar realizar cierto contraste entre aquellos humanos de Belial y los que había visto rodeando a otros lobos, como la duquesa Dianceht o su compañera Abigail. Ambas trataban a los humanos de una forma distinta, pero siempre desde una posición de poder evidente. Sería una cuestión digna de estudio para añadir a sus diarios y guías, pues parecía que cuanto más tiempo pasaba con los licántropos, más le sorprendía como se adaptaban a la sociedad. Sus cavilaciones duraron hasta que llego a la zona habitada para las visitas del jardín. Allí esperaba ya su benefactora, solo que no como esperaba él.
Belial no aparentaba más de veinticinco años bien llevados, de pelo oscuro y unos hermosos ojos claros. Su figura era tan llamativa que hasta los muertos se sentían alagados porque hubiese sido ella quien les mataba. Mejor morir con una buena vista ¿no? Todo en ella era seguridad y dureza, pero sin dejar de ser atractivo al mismo tiempo. Quizás era eso lo que le había llamado la atención al principio, que no dejaba de ser una mujer hermosa por muy cruel que pudiese ser. Casi la hacía aún más atractiva. Todo el conjunto era arte, o por lo menos lo más parecido a ese ámbito que el cazador hubiese visto. Nunca se le habían dado bien esas banalidades, pero cuando la miraba a ella hasta podía plantearse empezar a prestar atención a los derroteros de los nobles sobre el artista tal o la obra cual. Por desgracia, todo se veía enturbiado por la postura del brazo de la mujer, que se encontraba vendada y sujeta firmemente junto al costado. – Madmoiselle Marcovic… siempre estoy a su disposición. - ¿Qué le había pasado? Con la luna llena tan cercana podía imaginárselo, pero aun así nunca la había visto herida de semejante manera. No obstante no dejo ver su malestar, esa actitud no habría sido profesional y, sobre todo, habría sido demasiado humana como para que él pudiese demostrarla. – Ha pasado un tiempo desde la última vez. – Dijo tomando la mano sana de la mujer y besándola con suavidad mientras la miraba a los ojos. Una cosa era ser humano, y otra muy distinta ser inhumano.
La reunión ciertamente era por trabajo, siempre lo era. Despues de todo a que se podía aspirar cuando ambos se miraban y solo existía la consciencia de que puede que, en algún momento, alguien le ofreciese dinero suficiente por su cabeza. Quizas alguien que descubriese la procedencia de su material… - Supuse que tendrías una petición como esa. Imagino que tu estado es resultado de una serie de infortunios en tu trabajo. – Aquello era sutil, pero no por ello difícil de interpretar. Por desgracia la política no era necesaria para un asesino, pero en los años que llevaba de barón, al menos había aprendido que decir las cosas simple y llanamente podía incomodar a la mayoría. Siempre era necesario adaptarse para sobrevivir. – Por desgracia, mis servicios se han vuelto un tanto mas… complicados últimamente. La inquisición parece haber empezado a interesarse por mi mas de lo moderadamente aconsejable. – Malditos fuesen esos fanáticos, siempre pendientes de su propio sentimiento de autocomplacencia. No eran menos mercenarios que el propio Gerarld. – Pero no temas, querida. Te aseguro que nada de lo que puedan saber sobre mi apunta hacia ti. De eso estoy seguro.
El coche traspaso las puertas de la propiedad, entrando en un enorme jardín de flores rojas como sangre, algo muy acorde a la personalidad de la mujer que allí vivía. Tenía ese sutil aroma a sangre derramada y a adormidera, como si fuese una droga más que el huésped podía experimentar antes de enfrentarse a la imagen que, sin duda, le arrebataría todo cuanto tuviese. Desde el momento en que conoció a la dueña de aquella residencia estaba convencido de que nada con ella podría ser normal, y bien que había acertado. No se había aburrido en ninguno de los encargos realizados para ella hasta la fecha. Cuando por fin el transporte se paró, el cazador bajo de su asiento y detuvo de una seca mirada a los que pretendían llevárselo. Lo que contenía el vehículo era demasiado importante para la reunión que tendría lugar como para dejar que la servidumbre lo viese. Además, no estaba seguro de hasta qué punto esa gente estaba enterada de lo distinta que era su ama del resto de las mujeres del mundo. Después de todo, no todas las mujeres del mundo se dedicaban a contratar asesinos profesionales para que despellejasen a sus víctimas, que no eran nada humanos por cierto. En cierto modo, no pudo evitar realizar cierto contraste entre aquellos humanos de Belial y los que había visto rodeando a otros lobos, como la duquesa Dianceht o su compañera Abigail. Ambas trataban a los humanos de una forma distinta, pero siempre desde una posición de poder evidente. Sería una cuestión digna de estudio para añadir a sus diarios y guías, pues parecía que cuanto más tiempo pasaba con los licántropos, más le sorprendía como se adaptaban a la sociedad. Sus cavilaciones duraron hasta que llego a la zona habitada para las visitas del jardín. Allí esperaba ya su benefactora, solo que no como esperaba él.
Belial no aparentaba más de veinticinco años bien llevados, de pelo oscuro y unos hermosos ojos claros. Su figura era tan llamativa que hasta los muertos se sentían alagados porque hubiese sido ella quien les mataba. Mejor morir con una buena vista ¿no? Todo en ella era seguridad y dureza, pero sin dejar de ser atractivo al mismo tiempo. Quizás era eso lo que le había llamado la atención al principio, que no dejaba de ser una mujer hermosa por muy cruel que pudiese ser. Casi la hacía aún más atractiva. Todo el conjunto era arte, o por lo menos lo más parecido a ese ámbito que el cazador hubiese visto. Nunca se le habían dado bien esas banalidades, pero cuando la miraba a ella hasta podía plantearse empezar a prestar atención a los derroteros de los nobles sobre el artista tal o la obra cual. Por desgracia, todo se veía enturbiado por la postura del brazo de la mujer, que se encontraba vendada y sujeta firmemente junto al costado. – Madmoiselle Marcovic… siempre estoy a su disposición. - ¿Qué le había pasado? Con la luna llena tan cercana podía imaginárselo, pero aun así nunca la había visto herida de semejante manera. No obstante no dejo ver su malestar, esa actitud no habría sido profesional y, sobre todo, habría sido demasiado humana como para que él pudiese demostrarla. – Ha pasado un tiempo desde la última vez. – Dijo tomando la mano sana de la mujer y besándola con suavidad mientras la miraba a los ojos. Una cosa era ser humano, y otra muy distinta ser inhumano.
La reunión ciertamente era por trabajo, siempre lo era. Despues de todo a que se podía aspirar cuando ambos se miraban y solo existía la consciencia de que puede que, en algún momento, alguien le ofreciese dinero suficiente por su cabeza. Quizas alguien que descubriese la procedencia de su material… - Supuse que tendrías una petición como esa. Imagino que tu estado es resultado de una serie de infortunios en tu trabajo. – Aquello era sutil, pero no por ello difícil de interpretar. Por desgracia la política no era necesaria para un asesino, pero en los años que llevaba de barón, al menos había aprendido que decir las cosas simple y llanamente podía incomodar a la mayoría. Siempre era necesario adaptarse para sobrevivir. – Por desgracia, mis servicios se han vuelto un tanto mas… complicados últimamente. La inquisición parece haber empezado a interesarse por mi mas de lo moderadamente aconsejable. – Malditos fuesen esos fanáticos, siempre pendientes de su propio sentimiento de autocomplacencia. No eran menos mercenarios que el propio Gerarld. – Pero no temas, querida. Te aseguro que nada de lo que puedan saber sobre mi apunta hacia ti. De eso estoy seguro.
Alec Windsor- Licántropo/Realeza
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Re: El precio de nuestros errores [Privado]
“Maybe that's all demons ever are. People like us, doing things without even knowing what we're doing.”
― Orson Scott Card, Pathfinder
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Bajo la protectora sombra de un antiguo roble y frente a una pequeña mesa de nogal; Belial aguardaba con interés por su invitado de honor a quien había presenciado detener y disuadir a todos los hombres de acercarse a tomar las riendas de los caballos que le habían traído a su residencia a recibir un merecido descanso en las caballerizas antes de su regreso a la ostentosa ciudad de Paris. No era un viaje largo para que requiriera los animales fueran atendidos antes de partir pero no esperaba que se fuera tan aprisa para no justificar que se librasen de sus arneses mientras compartían algunas palabras. Y aunque le extraño el comportamiento e hiso levantara una de sus finas cejas como un signo de interrogación a sus acciones, espero que fuera el momento correcto para hacer las preguntas y así convencerle de que acercase el carruaje si era este el que causaba tanto recelo y secretismo pero que en cambio permitiera a los criados encargarse de los corceles. Porque era cierto, y no tenía sentido negarlo, que era estricta y cruel si se la provocaba pero en sus acciones aún existía cierta bondad, cierto cuidado que hacía a su persona aún mas atemorizante pues nada causa más pavor al alma del hombre que existieran rastros de humanidad en los demonios que temían pues entonces sus convicciones empezaban a desmoronarse como un castillo de arena, no existia hombre capaz de juzgarlos. No, al menos, dentro del populum de aquel circo romano
-Lo se Gerald. Ha pasado demasiado tiempo y es mi culpa por dejar que aconteciera pero los imprevistos me han asaltado en estos últimos dos meses como escandalosos perros que no se animan a morder pero se encargan de enloquecer a uno con sus ladridos y berrinches– su disgusto era notorio al recordar al licántropo que descubrió la marca en su homoplato y puso fin a sus pesadillas volviéndolas realidad con tonterías sobre la inquisición, la iglesia y demonios como sectas o logias que la rumana no estaba muy segura de querer aceptar pese a todas las pruebas que le ofrecían. Especialmente porque aquel le desquitaba al punto de haber hecho doler lo suficiente para que su bestia interior se precipitase a arrancarse las cadenas que los unian hasta dejarle en aquel estado lastimero del cual se vengaría mas adelante. Mas adelante porque sus negocios seguían siendo su fuente de ingreso y descuidarlos por una furia pasional seria una necedad muy atípica de su ser que la cegaria en su búsqueda personal; debía alegrarse de que quedaran hombres como Steiner que habia esperado le entregara la mano para besarla como un caballero que se preciara de serlo, tratándola de la forma que creía ella se merecía sin llegar a convertirse en los tristes hombres que eran comandados por nada mas que sus propios ideales. Era un ejemplo ante los ojos de la licana que no se esforzaba en ocultar su aprecio o interés pues veía en ello un inútil gasto de esfuerzos asi que en cambio sonrio a la escena. Levantando la mano para que se acercara Onna, una licantropa joven que formaba parte de los 3 que vivian con ella pero de los cuales poseía la actitud mas sumisa, una loba omega que se encargaba de la paz dentro de la casa – Querida, se tan amable de traer ginebra y algún acompañante acorde – su mirada se pasó al baron quien no necesitaba ya permisos para pedir lo que deseara en aquella casa. Cualquiera fuera su capricho, lo encontraría y especialmente si se trataba de alcoholes que últimamente eran lo único que apetecía a su anfitriona.
-De hecho, no ha tenido que ver mi empresa en este accidente pero me temo son los riesgos de sumirse en nuevos negocios con aguas mas profundas de lo que a primera vista se aprecia –suspiro, recibiendo en sus largos dedos una copa con su bebida predilecta mientras a un lado dejaban las aceitunas y diversos bocadillos a los que no presto atención mientras le escuchaba, solamente entreteniéndose girando el cristal como si fueran los engranes de su mente –Pero si todo sale de acuerdo a mis planes entonces no tendremos que preocuparnos de la inquisición –“el grano en el culo del mundo” se reservó – Y aun asi, me alegra saber que sigo contando con su lealtad, algo me dice que los tiempos venideros pondran a prueba todas las alianzas. Quizás me adelanto mucho y deba centrarme en el hoy pero antes de continuar déjeme preguntarle ¿Hay algún motivo por el cual no desea llevar el carro hacia las caballerizas? En cualquier caso me encargare de avisar a Razvan y Markko para que se encarguen de él, o lo hare yo misma si asi lo refiere, y asi dejar descansar a los caballos antes de su regreso – la distancia y el aroma del terreno difuminaban la esencia pero algo llamaba poderosamente la atención de Belial hacia el vehículo, quizás fuera mejor que se levantara ella y matase la causa de su interes
Última edición por Belial Marcovic el Sáb Mayo 30, 2015 9:49 am, editado 1 vez
Belial Marcovic- Licántropo Clase Alta
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Re: El precio de nuestros errores [Privado]
La primera impresión siempre era la que se quedaba grabada en la mente de la gente. Una cosa curiosa que la opinión más irrelevante fuese precisamente la que la gente más recordaba. Por desgracia era así, y eso es precisamente lo que hacía que personas como Belial Marcovic siguiesen estando en la cúspide de su profesión, pues al mirarla, cualquiera vería a una simple mujer que pretendía dirigir un negocio de hombres, algo que exigía sudor y trabajo además de resistencia y sangre fría. Todos ellos eran unos idiotas. Desde el momento en que la había conocido Gerarld se había dado cuenta de que cualquiera que considerase a Belial como una mujer inofensiva estaba destinado a perder la cabeza; en el sentido más literal de la palabra. Realmente le gustaban las mujeres asi, mujeres capaces de arrancarle el corazón a alguien por el simple placer de demostrar que podían hacerlo siempre le habían intrigado. No por nada había acabado trabajando en más de una ocasión para la empresaria. Como cualquier asesino que se preciase de ser un profesional, Gerarld nunca sobrepasaba la línea hacia lo personal con ninguno de sus clientes pero, con el paso de estos años, se había dado cuenta de que la única manera de mantenerse en la vida de aquella mujer tan intrigante era trabajando para ella. Belial detestaba cargar con trastos inútiles, y no era ningún secreto para el cazador el saber que su trabajo era lo único que realmente sabía hacer mejor que nadie. Así pues, estaba siempre en una constante encrucijada, entre lo que deseaba y lo que sabía que un error garrafal.
Ante su más que chistosa referencia a los perros Gerarld solo pudo poner una sonrisa un tanto disimulada, además de una mirada que evidenciaba que tenía muy fácil la posición para seguir con aquella broma. Los lobos siempre habían sido llamados perros por sus enemigos para dar a entender que eran animales con los que no se podía tratar. Bien, no iba a negar que en algunas ocasiones era verdad, pero también sería ridículo meter a todos en el mismo saco. - Últimamente parece que mucha gente se empeña en hacer cosas que no son recomendables. De hecho, uno de mis barcos fue asaltado hace no mucho… arreglar dicho malentendido es precisamente lo que me ha traído aquí. – Dijo mientras tomaba su mano y se sentaba en la pequeña silla de jardín colocada en frente de la mujer. La confianza de la antigüedad le permitía hacer cosas como esa, pero también lo hacía por la simple costumbre de tener la mano cerca del escondite donde guardaba un cuchillo de plata. – Sin contar mi irrefrenable deseo de verte, por supuesto. – La adulación no era algo que emplease a menudo, pero apreciaba a la loba lo suficiente como para permitirse ser algo flexible en sus normas. Si no podía tener de ella todo cuanto deseaba, que menos que hacerle saber que no era una simple. Se dirigió a la criada sin apartar la mirada de la mujer, pues sus expresiones siempre eran algo a tener en cuenta. – Para mí lo mismo, gracias. – La paranoia era algo propio del cazador, era lo que le hacía sobrevivir. ¿Sería Belial capaz de intentar matarle? Por supuesto que sería capaz, si es que eso le convenía. No se podía olvidar nunca que aquello eran negocios, y a nadie le gustaría saber los secretos que escondía en el armario.
- De acuerdo a tus planes… - Aquello no sonaba bien. De hecho, resultaba muy sospechoso que dejase caer de esa manera que tenía planes para la inquisición. Gerarld había matado a varios de sus agentes en los últimos meses, siempre procurando que De la Rive supiese quien era el responsable. Que se podía esperar cuando alguien pretendía quitarle parte de su trabajo. No obstante, Belial era una empresaria, por lo que se suponía que sus actividades serían mucho más sutiles a primera vista. – Supongo que todos esos planes me dejaran a mí en una posición en la que puedo seguir moviéndome ¿verdad? Me disgustaría mucho que no fuese así. – Aquella mujer podía decidir en cualquier momento que ya no era necesario mantener sus servicios y que lo mejor sería deshacerse de él rápidamente, pero él también podía llegar a esa determinación. Por suerte el tema vario hacia el carruaje que había llevado al barón hacia la residencia. Pudo observar con detenimiento aquel extraño y ligeramente ostentoso rectángulo, con su carga en la parte posterior cubierta por una lona. – En realidad sí, hay un motivo. – Se levando de la silla y extendió la mano, con la idea de que le acompañase hasta donde aun permanecía el vehículo. – Teniendo en cuenta mi reciente falta de disponibilidad creí oportuno traerte un regalo a medida de semejante falta. Espero que lo tengas en consideración para momentos posteriores de esta… relación. – Llegaron a la parte posterior del carruaje, justo a tiempo para que el hombre levantase de un tirón la lona que cubría la carga, dejando ver una jaula de reducido tamaño. En su interior, enroscada sobre sí misma en una posición fetal, yacía una joven de pelo como el trigo. – Considéralo una póliza para negocios futuros. – La, joven, apenas tapada por los harapos con los que intentaba cubrirse, y que en un tiempo fueron un vestido, miraba a la pareja con unos ojos rasgados de felino. Una cambiante.
Ante su más que chistosa referencia a los perros Gerarld solo pudo poner una sonrisa un tanto disimulada, además de una mirada que evidenciaba que tenía muy fácil la posición para seguir con aquella broma. Los lobos siempre habían sido llamados perros por sus enemigos para dar a entender que eran animales con los que no se podía tratar. Bien, no iba a negar que en algunas ocasiones era verdad, pero también sería ridículo meter a todos en el mismo saco. - Últimamente parece que mucha gente se empeña en hacer cosas que no son recomendables. De hecho, uno de mis barcos fue asaltado hace no mucho… arreglar dicho malentendido es precisamente lo que me ha traído aquí. – Dijo mientras tomaba su mano y se sentaba en la pequeña silla de jardín colocada en frente de la mujer. La confianza de la antigüedad le permitía hacer cosas como esa, pero también lo hacía por la simple costumbre de tener la mano cerca del escondite donde guardaba un cuchillo de plata. – Sin contar mi irrefrenable deseo de verte, por supuesto. – La adulación no era algo que emplease a menudo, pero apreciaba a la loba lo suficiente como para permitirse ser algo flexible en sus normas. Si no podía tener de ella todo cuanto deseaba, que menos que hacerle saber que no era una simple. Se dirigió a la criada sin apartar la mirada de la mujer, pues sus expresiones siempre eran algo a tener en cuenta. – Para mí lo mismo, gracias. – La paranoia era algo propio del cazador, era lo que le hacía sobrevivir. ¿Sería Belial capaz de intentar matarle? Por supuesto que sería capaz, si es que eso le convenía. No se podía olvidar nunca que aquello eran negocios, y a nadie le gustaría saber los secretos que escondía en el armario.
- De acuerdo a tus planes… - Aquello no sonaba bien. De hecho, resultaba muy sospechoso que dejase caer de esa manera que tenía planes para la inquisición. Gerarld había matado a varios de sus agentes en los últimos meses, siempre procurando que De la Rive supiese quien era el responsable. Que se podía esperar cuando alguien pretendía quitarle parte de su trabajo. No obstante, Belial era una empresaria, por lo que se suponía que sus actividades serían mucho más sutiles a primera vista. – Supongo que todos esos planes me dejaran a mí en una posición en la que puedo seguir moviéndome ¿verdad? Me disgustaría mucho que no fuese así. – Aquella mujer podía decidir en cualquier momento que ya no era necesario mantener sus servicios y que lo mejor sería deshacerse de él rápidamente, pero él también podía llegar a esa determinación. Por suerte el tema vario hacia el carruaje que había llevado al barón hacia la residencia. Pudo observar con detenimiento aquel extraño y ligeramente ostentoso rectángulo, con su carga en la parte posterior cubierta por una lona. – En realidad sí, hay un motivo. – Se levando de la silla y extendió la mano, con la idea de que le acompañase hasta donde aun permanecía el vehículo. – Teniendo en cuenta mi reciente falta de disponibilidad creí oportuno traerte un regalo a medida de semejante falta. Espero que lo tengas en consideración para momentos posteriores de esta… relación. – Llegaron a la parte posterior del carruaje, justo a tiempo para que el hombre levantase de un tirón la lona que cubría la carga, dejando ver una jaula de reducido tamaño. En su interior, enroscada sobre sí misma en una posición fetal, yacía una joven de pelo como el trigo. – Considéralo una póliza para negocios futuros. – La, joven, apenas tapada por los harapos con los que intentaba cubrirse, y que en un tiempo fueron un vestido, miraba a la pareja con unos ojos rasgados de felino. Una cambiante.
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Re: El precio de nuestros errores [Privado]
Sus cejas oscuras y finas cejas se elevaron ante la suposición de su benefactor y sus ojos verdes parecieron centellar en la luz de la mañana al verse asaltados por la sorpresa, que aunque silenciosa y medida, había sido visible en su rostro casi siempre inalterable. No creía haberle dado motivos a Gerald en todos sus años juntos para desconfiar de su proceder con respecto a la relación que convenían. Si bien estaba segura de que el hombre habría oído como, y en qué condiciones, abandono a quienes estuvieran antes que él, no suponía que debiera sentirse amenazado por sus actos con la inquisición a la cual súbitamente y por designios del destino, se había encontrado siendo cercana, pues ninguna intención tenia de abandonar un espécimen tan perfecto como aquel que llevaba siéndole fiel mas tiempo del que podían pretender aquellos imberbes que flaqueaban y no hacían mas que calentar su sangre con la ira propia de los demonios que tanto predicaban –Por supuesto, mi querido. No tengo interés de estovarte en tus negocios ni de perjudicar nuestra alianza que tan bien nos ha servido en estos años- No solo porque terminaría perjudicándose ella misma con tales decisiones si no que, además, no eran propias de una persona como ella, que era tan a fin con su naturaleza licantropa que le exigía buscar pilares fuertes en los que apoyarse a la hora de construir sus relaciones, eliminando los eslabones demasiado débiles e inseguros de poder servir a la gran maquinaria que formaba su vida – Sabes que si hay algo que pueda hacer por ti en estos asuntos, solo debes pedirlo- aclaro al final por si quedaban dudas de sus intereses; Ella procuraba ser tan útil a sus intereses como ellos a la loba, quien procuraba ser siempre el mejor postor o, al menos, el postor predilecto
En definitiva Belial escogía muy bien quienes eran dignos de la inversión de su tiempo y raramente los dejaba escapar de sus garras una vez adquiridos. El barón estaba lejos de ser la excepción y no solo por su notable posición en la corona de Francia pero por aquel ingenio en los negocios y la sagacidad e interés que veía en sus ojos cuando hablaban pero que no manchaban su imagen de caballero que le valía a uno el público diario al que debía enfrentarse, esa sociedad que pregonaba actos tan puros y perfectos que empujaban a todos al morbo del secretismo y el exceso. Cuanto más prohibido, más necesitado y desesperados los intentos por esconderlos ¿No es así? Una sonrisa se extendió por sus labios al creerse impune de errores desmedidos al llevar sus propios secretos y, con el mismo pensamiento rondándole la cabeza, permitió al hombre guiarla por el extenso jardín hasta el objeto que había atrapado su interés y hacia el cual sus sentidos se adelantaban para advertirle de un olor familiar; un cambiante que pronto atestiguo como una mujer joven y temblante en el lugar que esperaba encontrar un cadáver. Su corazón acelerado le aseguraba, además, que no estaba en la recta final de su vida y aquello la sorprendió aún más, si era posible, que las palabras que le explicaban el motivo de que estuviera allí en ese momento
–Jamás consideraría una falta que se encuentre ocupado, mas bien es una garantía el saber que tantos otros lo requieren continuamente y que aun así encuentra tiempo para mis caprichos y ahora esto… ah cuanto me consciente y que bien me conoce usted Gerald, que ha traído a mis puertas uno de los mejores regalos que he tenido el placer de recibir– Su sonrisa, antes cruel, se suavizo ante aquel gesto sin interesarle demasiado si se trataba de una póliza o un seguro e incluso se tomo la osadía de acariciar la mejilla varonil con el dorso de la mano mientras sus ojos esmeraldas se anclaban en su rostro. Fueron apenas un par de segundos antes de que volteara hacia la felina -¿Es esta una de las que ataco tus barcos?– Se acercó hacia la pequeña jaula para observar a la criatura como parte de su mercancía; Los harapos y la suciedad que la cubrían ocultaban la belleza de la mujer que los observaba asustada y resentida, con las pupilas contraídas en un fino oval que descubría sus formas animales del mismo modo que su olor, el origen de la chica. Olía demasiado a pinos y hayas, a tierra húmeda y muy poco al humo de la ciudad como para creer que fuera una casualidad el que la cazaran en el bosque que tan lejos se hallaban del puerto ¿pero quién sabe? Estaba flaca y quizás el hambre la había empujado a alguna estupidez -Los días todavía son cálidos, me dará el tiempo para ponerla en forma antes de llegar a su final ¿Desea usted una capa para sus cacerías? Creo que le vendría bien para sus cacerías y es lo minimo que podria hacer tras tal agrado me ha traido– sus dedos jugaban en el frio metal mientras conversaban, acercándose en ocasiones a la cambiante que podía oir gruñir a sus palabras –Son livianas y cómodas de cargar aunque mucho mas resistentes que otras… El León de Nemea, la piel que vestía Hércules, es un ejemplo de ello– aunque como había comentado, primero debería ponerla en forma y examinar que animales poseía dentro de si pues si estos eran demasiados pequeños no servirían para una pieza completa y si en verdad estaba en tan mala forma como parecía, deberia encargarse de nutrirla antes de asesinarla y arrancarle la piel. No precisamente en ese orden.
En definitiva Belial escogía muy bien quienes eran dignos de la inversión de su tiempo y raramente los dejaba escapar de sus garras una vez adquiridos. El barón estaba lejos de ser la excepción y no solo por su notable posición en la corona de Francia pero por aquel ingenio en los negocios y la sagacidad e interés que veía en sus ojos cuando hablaban pero que no manchaban su imagen de caballero que le valía a uno el público diario al que debía enfrentarse, esa sociedad que pregonaba actos tan puros y perfectos que empujaban a todos al morbo del secretismo y el exceso. Cuanto más prohibido, más necesitado y desesperados los intentos por esconderlos ¿No es así? Una sonrisa se extendió por sus labios al creerse impune de errores desmedidos al llevar sus propios secretos y, con el mismo pensamiento rondándole la cabeza, permitió al hombre guiarla por el extenso jardín hasta el objeto que había atrapado su interés y hacia el cual sus sentidos se adelantaban para advertirle de un olor familiar; un cambiante que pronto atestiguo como una mujer joven y temblante en el lugar que esperaba encontrar un cadáver. Su corazón acelerado le aseguraba, además, que no estaba en la recta final de su vida y aquello la sorprendió aún más, si era posible, que las palabras que le explicaban el motivo de que estuviera allí en ese momento
–Jamás consideraría una falta que se encuentre ocupado, mas bien es una garantía el saber que tantos otros lo requieren continuamente y que aun así encuentra tiempo para mis caprichos y ahora esto… ah cuanto me consciente y que bien me conoce usted Gerald, que ha traído a mis puertas uno de los mejores regalos que he tenido el placer de recibir– Su sonrisa, antes cruel, se suavizo ante aquel gesto sin interesarle demasiado si se trataba de una póliza o un seguro e incluso se tomo la osadía de acariciar la mejilla varonil con el dorso de la mano mientras sus ojos esmeraldas se anclaban en su rostro. Fueron apenas un par de segundos antes de que volteara hacia la felina -¿Es esta una de las que ataco tus barcos?– Se acercó hacia la pequeña jaula para observar a la criatura como parte de su mercancía; Los harapos y la suciedad que la cubrían ocultaban la belleza de la mujer que los observaba asustada y resentida, con las pupilas contraídas en un fino oval que descubría sus formas animales del mismo modo que su olor, el origen de la chica. Olía demasiado a pinos y hayas, a tierra húmeda y muy poco al humo de la ciudad como para creer que fuera una casualidad el que la cazaran en el bosque que tan lejos se hallaban del puerto ¿pero quién sabe? Estaba flaca y quizás el hambre la había empujado a alguna estupidez -Los días todavía son cálidos, me dará el tiempo para ponerla en forma antes de llegar a su final ¿Desea usted una capa para sus cacerías? Creo que le vendría bien para sus cacerías y es lo minimo que podria hacer tras tal agrado me ha traido– sus dedos jugaban en el frio metal mientras conversaban, acercándose en ocasiones a la cambiante que podía oir gruñir a sus palabras –Son livianas y cómodas de cargar aunque mucho mas resistentes que otras… El León de Nemea, la piel que vestía Hércules, es un ejemplo de ello– aunque como había comentado, primero debería ponerla en forma y examinar que animales poseía dentro de si pues si estos eran demasiados pequeños no servirían para una pieza completa y si en verdad estaba en tan mala forma como parecía, deberia encargarse de nutrirla antes de asesinarla y arrancarle la piel. No precisamente en ese orden.
Belial Marcovic- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 77
Fecha de inscripción : 31/08/2012
Localización : En las puertas del 3er averno
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