Dos por el precio de tres [Privado]

Dos semanas habían pasado desde aquel encuentro. A pesar del deseo enloquecido que tenía por más sexo, me había negado por completo a ir al menos un tiempo a aquel burdel, mis compañeras lo necearían más que yo, el dinero. Quizás podría saciar mis necesidades con algún trabajador, y amenazarlo con ser corrido del trabajo si abría la boca, pero no podía conformarme con solo un cuerpo dentro del mío, necesitaba más, necesitaba distracciones, salir de casa para no pensar en aquel hombre. Era bastante absurdo que pensara en un cliente, tenía políticas, reglas que no podía romper a la hora de trabajar, y una de ellas era no involucrarme demás con los clientes, fuera del placer tenía una vida, tenía que cumplir con mis deberes en sociedad, tenía que buscar algún hombre para desposarme, no en ese tipo de cosas absurdas.

Había mandado a investigar sobre algún otro negocio clandestino. Había escuchado que habían abierto uno en especial, quizás les haría falta mujeres para impartir los servicios. Era mi oportunidad, solo debía esperar que el sol comenzará a bajar, pondría de pretexto ver a alguna amiga, de asistir a esas fiestas de té que me eran permitidas acudir, pues hombres ricos iban para ver a aquellas que podrían hacer sus mujeres. Me puse el vestido más entallado, con los colores más llamativos, que mi figura resaltara. Subí al carruaje, iría a buscar a alguien antes de hacer la revisión del lugar. A mi amiga, mi única amiga, la única que conocía mi rostro: Juliette.En el camino, acomodé los ligeros en mis piernas, quité mi ropa interior frente al chofer, me encantaba la sensación de ser vista, coloqué prendas más pequeñas, con encajes, y al final el antifaz se podía ver en mi rostro, cubrieron a la Eugénie que tenía que comportarse de buena manera por la vida que le había tocado.

Encontrarla no era difícil, el burdel se volvía un hotel de paso cuando del día se trataba, mandé por ella y rápidamente nos dispusimos a ir a ese lugar - Necesito un cambio - Susurré, pero aun no le confesaba aquella obsesión insana que ahora tenía por un nombre: Pierre.

Arqueé una ceja al ver una joyería cuando nos habíamos detenido. El chofer abrió, nos ayudó a bajar cuando ya nadie se veía en las calles, nos adentramos al lugar, y entonces pude observar el esplendor y la elegancia que había dentro. Amy, había sido la mujer que habló con nosotros de primera cuenta, y después tocaba verlo a él, al dueño del lugar donde mis más grandes fantasías saldrían a la luz. Caminamos con cuidado. Sostuve su mano por escasos minutos hasta encontrar la puerta de aquella oficina. Toqué varias veces hasta escuchar que se nos permitía el paso. Giré la perilla de manera lenta, abrí la puerta, a pesar de querer seguir en este juego, porque para mi era un juego, no podía evitar esas ademanes y mañas de la alta sociedad. - ¿Usted es Gaspard? - Pregunté con una sonrisa plasmada en mis labios color carmín.