Melt My Heart to Stone | Privado

Ni siquiera recordaba cómo había llegado la noticia a él. O noticias, porque éstas cayeron como alúd y lo dejaron enterrado en un pretérito que creía superado y que era obvio que aún lo marcaba, y le dolía, y le importaba. Fue demasiado, e incluso él, con su entereza y astucia, tuvo problemas para asimilar todo: Miranda y sus hijos (sus hijos, también de él) estaban ahí, en París, la ciudad en la que se había asentado por su nuevo trabajo; no solo eso, sino que su hija menor, Natalie, a quien conoció muy poco, pues se marchó cuando era tan solo un bebé había perdido a su único hijo que, supo, llevaba por nombre Lion.

Quizá, después de todo ese viaje turbulento, Xavier se veía como lo que realmente era, como un hombre, un viejo, realmente solo. Tal vez fue eso, ese patetismo y esa necesidad, lo que lo llevó a aparecerse en ese sitio donde claramente no sería bienvenido. No se sorprendió que Miranda —¡tan radiante y hermosa a pesar del luto!— lo reconociera al instante, y supuso que los jóvenes a su lado serían Ashley, Dahlia y Natalie. Él era apuesto y había heredado sus ojos, ellas eran hermosas como sólo las hijas de Miranda podían serlo. ¿Acaso Aquiles no era el aristos achaion, demostrando así que era hijo de Zeus y Tetis? Pasaba lo mismo ahora, aunque Xavier atribuyó toda la nobleza y beldad de sus hijos a su ex esposa, no a él. Nunca a él.

Antes de poder dar un paso más, Miranda ya estaba frente a él. Madre leona que cuida a los cachorros sin ver que el varón ya tiene melena y puede formar su propia manada. Derredor hubo susurros, Xavier entonces cayó en cuenta del error que había cometido y se mordió un labio. ¿Lo habían reconocido? ¿Acaso importaba?

—Miranda —dijo y el nombre escapó de su boca como si hubiera extrañado la libertad, enjaulado por tantos años en la garganta de Xavier. Sonó a un ave que sacude las alas tras el invierno para volver a emprender el vuelo—. Este es el momento más adecuado para aparecerme —soltó con seguridad, aunque sin elevar la voz. Lo que menos quería era causarle un escándalo a la mujer, porque el disgusto seguro ya lo tenía trepándole por la garganta.  

—¿No lo ves? —bajó aún más la voz e hizo amargo de tomar a Miranda por el antebrazo, aunque tuvo a bien arrepentirse—. He estado ausente por tanto tiempo, que sólo algo tan terrible me hizo regresar. —Buscó con ahínco la mirada ajena, quiso clavar los fanales propios en los de ella, esos en los que se perdió desde el primer momento en que la vio y supo que su destino no era casarse con Mary, que deseaba a Miranda para siempre.

No contó con su propio yerro.

—¿Podemos hablar? —preguntó, tratando de mantener la compostura aunque a esas alturas era imposible—. En otro sitio…, por favor —concluyó y aquello sonó más como un ruego que como una petición. No sabía ni para qué hacía tal solicitud, no sabía qué era lo que quería decirle a Miranda, la madre de sus hijos.

Quizá lo mejor era marcharse por donde había venido, olvidar todo esto, fingir que no había sucedido. ¿Ashley, Dahlia y Natalie? Lo más probable es que ni siquiera lo hubieran reconocido. No obstante, se quedó ahí, de pie, sin moverse, aguardando por una respuesta.

Echó una última mirada al lugar, a la gente, a sus hijos y al pequeño cajón de madera donde ahora yacía su nieto; un nieto que ni siquiera conoció y aún así, la partida prematura le partió el alma. Quizá por eso mismo, por jamás haber sentido sus manitas tomar las propias, por jamás haber sido llamado «abuelo», tampoco era que se victimizara, sabía bien que ese castigo era la consecuencia de sus actos.

Entonces siguió a Miranda. No despegó la vista de ella mientras la seguía, como si fuera una antorcha capaz de iluminar todas sus oscuridades, la única manera de salir de un laberinto sin muros. Una vez que llegaron al lugar, un despacho adivinó, se quedó junto a la puerta y recibió con estoicismo las preguntas que su ex mujer le lanzó como dagas, sin intentar no atinarle al corazón. No la culpaba, aún así, no quería verse como perrito regañado en el rincón y eso lo orilló a alzar el mentón. Tragó grueso antes de hablar, y la saliva le supo a hiel.

—Yo…, yo no estoy tan seguro que nuestros hijos quieran verme. Incluso dudo que me recuerden —dijo muy serio, y aunque su voz y su rostro se mantuvieron calmados, en su mirada añil se reflejó el verdadero dolor que darse cuenta de ello le produjo. Se movió incómodo, pero no avanzó, estaba casi pegado a la pared.

—Miranda, a pesar de todo, ustedes son mi familia. Al enterarme de…, al saber que estaban aquí, que Natalie había tenido un hijo y éste había muerto, fue casi como si no tuviera otra opción más que la de venir, aunque te incomode. Lo que pasó entre nosotros fue… —Se detuvo abruptamente y finalmente dejó su posición que parecía más un escondite

Se acercó a ella, pero no amenazante, al contrario, en todos sus movimientos dejó manifiesto lo inofensivo que era. ¡Ja! Era tarde, también, ya le había hecho daño a esta maravillosa mujer.

—No pretendo que me perdones, sin embargo, sí, sí me gustaría reconectarme con Ashley, Dahlia y Natalie… —dijo. Ésta última, sobre todo, era la que más peso tenía en ese navío de culpas en el que Xavier viajaba. Había dejado a Miranda cuando estaba embarazada de ella, y ahora había tenido la desgracia de perder a un hijo. Natalie era la herida más grande, la más abierta, la que más dolía.

—No obstante, para ello, necesito de tu ayuda. No creo que hayas sido tan cruel como para hablarles mal de mí, pero los mellizos sobre todo, han de recordar algo de lo que sucedió. Si quiero volver a tener una relación con ellos, sólo tu intercesión podría hacer que rinda frutos. Sé que es un pésimo momento para hablar de esto,pero tú preguntaste, preguntaste qué es lo que quiero, pues bien, eso es lo que deseo —concluyó con aplomo.

—Miranda… —Cambió el tono de voz, incluso agachó un poco el rostro, haciendo que las sombras se apoderaran de su mirada—. No hay día en el que no me arrepienta de lo que hice. Renuncié a todo lo que me hacía feliz por una completa estupidez. Pero no estoy pidiendo nada extraño, ni difícil, sólo quiero volver a tener a mi familia… —Alzó el rostro y la miró. Le clavó los ojos azules como dos agujas muy frías.

En esas palabras, Xavier estaba dejando entrever su realidad. Estaba solo, terriblemente solo y tal vez esta era su última oportunidad para ya no estarlo más.