AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Chrysalis Heart — Privado
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Chrysalis Heart — Privado
"Habito en una solitaria casa, y sé
que hace muchos veranos desapareció,
salvo las paredes del sótano,
los muros donde se cae la luz del día,
y donde las fresas salvajes se arrastran."
—Robert Frost.
que hace muchos veranos desapareció,
salvo las paredes del sótano,
los muros donde se cae la luz del día,
y donde las fresas salvajes se arrastran."
—Robert Frost.
Observaba con ojos vidriosos a la sombra que se hallaba en una esquina de la habitación. Empuñó sus manos, hasta el punto en que logró hacerse daño con las uñas, mientras su pecho subía y bajaba de manera rápida, indicando que su respiración se aceleraba con violencia junto con su pulso. Sus músculos parecían no atender a los llamados de su cerebro, y aunque luchaba por querer moverse, algo se lo impedía, como si una fuerza abismal no le dejara hacerlo. Tenía miedo; el horror se dibujaba en su pálido rostro, y cada vez era peor, en especial, cuando empezó a notar que aquella sombra, de proporciones imposibles, iba acercándose cada vez más, amenazando con devorarla en tinieblas. Yevgeniya sólo sintió los deseos de llorar amargamente, y a pesar de tener capacidades psíquicas asombrosas, los nervios le hacían una mala jugada, aferrándola más a la pesadilla que a la sensatez.
Finalmente, después de tanto luchar, terminó lanzando un grito al aire, despertándose de manera repentina ante su propia voz. El estómago lo tenía revuelto y un par de gotas cristalinas se resbalaban por su frente. Miró a todos lados y, por fortuna, no había nada de qué preocuparse. Ni siquiera se inmutó cuando notó a una mujer de mediana edad al lado de ella, observándole con una sonrisa, como si quisiera decirle lo lograste. Yevgeniya quiso agradecerle, pero la vieja se hizo nada apenas en un parpadeo. Aquel espectro era uno de los tantos con los que se sentía segura; ellos parecían cuidarla de sus propias alucinaciones.
El amanecer iba cerniéndose lentamente sobre la ciudad, podía notar esa claridad colándose entre las cortinas. Ya a esas alturas era imposible volver a conciliar el sueño; una sensación desagradable se apropiaba de su cuerpo y tenía la mente demasiado intranquila. Suficiente tenía con aquella mansión espantosa, a la que no se acostumbraba, a pesar de llevar años ahí. Abandonó el lecho para enjuagarse el rostro y beber un poco de agua y luego terminar yéndose hacia el ventanal, dejando que la brisa fresca de primavera se paseara por cada rincón de su habitación. Sin embargo, aquello sólo anticipaba algo más, pues Yevgeniya no se mantenía quieta cuando los terrores nocturnos la liaban durante las noches. Necesitaba escapar, refugiarse en el único lugar que era casi un santuario, al menos para ella.
Se las había ingeniado para poder descender hacia el jardín a través del balconcillo; oculta entre plantas decorativas, se hallaba una escalera, la misma que le ayudó a construir uno de los empleados de la familia. La sensación del pasto bajo sus pies fue agradable, casi como un canto que le anunciaba su libertad. Y antes de que alguien despertara y la descubriera, huyó hacia el bosque que circundaba la fastuosa residencia. Sabía que estaba en París, pero la propiedad permanecía alejada lo suficiente, perdiéndose entre vastas hectáreas de vegetación abundante.
Como si de una niña se tratase, corrió a través del estrecho camino de tierra, quebrando las hojas secas con sus pies descalzos. Nada podía temer ahí afuera, ¡era realmente libre! Aunque tenía temor de que Clava hiciera algo para arruinarle el día, apenas se enterara de su desobediencia, debía continuar con su travesura infantil, dejándose llevar por el capricho de su alma. Es más, fue tanta su adrenalina, que terminó alejándose mucho más de lo que solía hacerlo. Había escuchado que, más allá de los límites de la mansión, se encontraban algunas secciones que probablemente conectaban con la casa principal. Incluso, pudo visualizar una de esas modestas construcciones entre la maleza, con las mismas características arquitectónicas de la otra en donde vivía. Sus ganas de explorar le vencieron, y adentrándose al lugar, un ave bastante fea la asustó; por suerte, esa cosa terminó marchándose y pudo recorrer el sitio con más calma.
Parecía una casa de huéspedes, bastante descuidada, a decir verdad. Pero no fue esto lo que realmente causó curiosidad en la muchacha, sino, aquella presencia ajena que estaba tan viva como ella.
Nunca imaginó encontrarse a un joven residiendo en aquel lugar, y menos por ser propiedad privada. A su lado se encontraba un can negro, el mismo que le miraba con la cabeza ladeada, acercándosele luego para lamerle la mano en señal de amistad. Para Yevgeniya era algo nuevo, pero tierno.
—No deberían estar aquí, Clava podría enojarse —susurró, mientras acariciaba las orejas del animal. Aunque su advertencia fue clara, tampoco tenía deseos de atormentar al muchacho, pues se le notaba bastante cansado.
¿Quién era él?
Yevgeniya Berdiáyeva- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/05/2017
Localización : En alguna parte de París
Re: Chrysalis Heart — Privado
Se levantó antes del alba como Medea se lo había pedido. Así era desde que la mujer le estaba enseñando a dominar sus poderes, y nuevas maneras de usarlos, que era lo que más emocionaba a Yura. Por ello mismo, seguía todo lo que la hechicera le decía, sin cuestionar demasiado. Llevaba la sangre de soldado desinteresado en las venas, como su padre y su hermano. Aunque eso mismo había significado la muerte de ambos. Pero esa mañana se encontró sólo con el perro negro de su maestra, Cerbero. Lo observaba quieto y atento al pie de la cama.
Georgiy se desperezó, y sin calzarse zapatos (era más salvaje de lo que un miembro de la realeza rusa debería), se dirigió a la cocina, con el can amenazando con tirarlo cada dos por tres.
—Hey, espera… no camines tan cerca de mí —le dijo cuando alcanzó la cocina, que era eso sólo de nombre, no había estufa, y no había mucho más. Lo que sí había eran verduras y frutas, además de leche que había ido a conseguir a la ciudad, cuidándose de no ser visto, aunque dudaba que alguien reconociera a un Rachmaninov.
(No sabía, claro, que su primo ya reinaba de vuelta en Rusia y que lo estaba buscando).
En un cuenco sirvió, además, agua que le dio al animal y él se sirvió un vaso de leche, que acompañó de algunas fresas que había recolectado en la noche. Tenía pan además, y mantequilla, algo de miel (que le había valido unas cuantas picaduras que luego Medea sanó con ungüentos), queso y trozos de pan sin levadura. Parecía poco, pero no en las cantidades que Georgiy llevaba todo entre los brazos y hasta la mesa. Comía mucho, demasiado. Anormalmente.
Devoró con ganas, y ya sólo estaba bebiendo su leche cuando Cerbero alzó las orejas. Él no tardó en darse cuenta de que alguien se acercaba también. Cuando escuchó la voz, Yura ya estaba preparado, aunque parecía distraído con su bebida.
Había sentido una poderosa fuerza, y no imaginó que se tratara de una chica tan hermosa y joven. Parpadeó un par de veces, quedándose sin palabras como el gran tonto que era. Cerbero fue el primero en actuar, al ir a por ella, para lamerle la mano. Yura entonces sonrió.
—Le caes bien —soltó. Había aprendido a conocer a ese animal.
—¿Clava? ¿De qué hablas? Llevo viviendo aquí semanas y nadie se ha aparecido a decirme nada —entonces respondió. Quizá delatando demasiado. Ser discreto no era su fuerte y se sabía. Stanislav siempre se lo había dicho. Renat, su hermano, también se lo decía. Le decían que no estaba hecho para ser líder, pues era demasiado transparente. Y se lo decían como si eso fuera algo malo.
—Tú eres la que no debería estar aquí —se puso de pie, descalzo y miró sus pies, luego los de ella y rio—. Y es una pena, quizá tenemos más en común de lo que imaginamos —su risa continuó. Georgiy solía reír como un niño, de manera sencilla y sincera, contagiosa, escandalosa a veces. Cuando reía, no se guardaba nada.
Georgiy Rachmaninov- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 30/10/2016
Localización : París
Re: Chrysalis Heart — Privado
Tú eres la que no deberías estar aquí. Aquellas palabras le hicieron eco en su cabeza, quizás demasiado, porque sí, el muchacho tenía razón. Y no, no era precisamente porque él estuviera ahí, era por Clava. Que su abuela se enterara de que había traspasado los límites de la casa, iba a traerle problemas; y siendo la mujer una persona obstinada y rígida en excesos, no se convertía en una señal muy alentadora. Pero no era por miedo, en lo absoluto, quizás el sentimiento, en cuestión, iba más allá. Tal vez se trataría de cansancio, sólo eso. No lo sabía con mucha exactitud, simplemente dejó de darle tantas vueltas al asunto cuando sintió la cabeza de aquel perro sobre sus pies descalzos. Nuevamente se sintió sorprendida por el gesto del animal, ¿tendría acaso una conciencia diferente a la de otros canes? La curiosidad terminó dispersando todos sus malestares con respecto a su abuela.
Lo otro que también descolocó a Yevgeniya fue el hecho de que él le afirmó que llevaba semanas viviendo ahí, en esa casa de huéspedes abandonada por el tiempo. ¿Cómo podía ser eso? Aunque el sitio se hallara distante de la mansión principal, era extraño, ¿por qué ningún empleado había encontrado al joven? Entonces su respuesta fue dada por el aura que lo rodeaba. «Magia», pensó. No había sido tan complicado deducir la verdad, después de todo. Sin embargo, si ella había coincidido con él esta vez, más adelante podía darse cuenta la misma Clava. La sola idea le erizó la piel, pero, aun así, guardó la compostura, observando al muchacho con una sonrisa, mientras permanecía en su lugar (sólo para evitar incomodar al can que tenía sobre sus pies).
—¿Estás al tanto de que es propiedad privada, no? Es un lugar muy grande y esto antes funcionaba como casa de huéspedes, sólo que Clava ya prefiere no tener visitantes, desde hace mucho tiempo —respondió finalmente, bajando la mirada irremediablemente al notar que aún vestía camisón porque no alcanzó a cambiarse. Fue algo que le causó cierta gracia, más no lo demostró—. Clava es mi abuela, por cierto. Creo que no aclaré eso. Bueno, no es Clava, ese sólo es diminutivo. Es Klavdiya... Klavdiya Berdiáyeva.
Tal vez había hablado de más, pero, estaba confiada en que ese chico no tendría la menor idea de nada, así que no se sintió culpable. Pocas personas en París conocían ese apellido, a diferencia de Rusia, en donde solían ser un linaje bastante reconocido.
—No te preocupes, tampoco voy a echarlos. Pueden quedarse aquí, pero sin levantar sospechas, así como han estado haciendo —fue amable, porque no intuía ninguna amenaza en aquellos peculiares visitantes—. Puedes llamarme Yevgeniya. ¿Al menos me dirás tu nombre y el de tu perro, no? Siento ser tan curiosa, pero no suelo hablar con muchas personas y a veces no lo controlo cuando conozco a alguien, lo lamento.
Ojalá pudiera tener amigos reales, así su vida sería menos caótica, pero bien sabía que su abuela jamás lo permitiría, apenas y dejaba que recibiera clases privadas. Oh, todo aquello era un verdadero fastidio, ¿cómo había aguantado tanto? ¡Claro! Porque la mayor no resultaba una mujer complaciente y mucho menos con ella, su propia nieta. ¿Cuánto tiempo seguiría en ese plan? Su mente se oscureció, como cuando se anuncia la tormenta más terrible.
Lo otro que también descolocó a Yevgeniya fue el hecho de que él le afirmó que llevaba semanas viviendo ahí, en esa casa de huéspedes abandonada por el tiempo. ¿Cómo podía ser eso? Aunque el sitio se hallara distante de la mansión principal, era extraño, ¿por qué ningún empleado había encontrado al joven? Entonces su respuesta fue dada por el aura que lo rodeaba. «Magia», pensó. No había sido tan complicado deducir la verdad, después de todo. Sin embargo, si ella había coincidido con él esta vez, más adelante podía darse cuenta la misma Clava. La sola idea le erizó la piel, pero, aun así, guardó la compostura, observando al muchacho con una sonrisa, mientras permanecía en su lugar (sólo para evitar incomodar al can que tenía sobre sus pies).
—¿Estás al tanto de que es propiedad privada, no? Es un lugar muy grande y esto antes funcionaba como casa de huéspedes, sólo que Clava ya prefiere no tener visitantes, desde hace mucho tiempo —respondió finalmente, bajando la mirada irremediablemente al notar que aún vestía camisón porque no alcanzó a cambiarse. Fue algo que le causó cierta gracia, más no lo demostró—. Clava es mi abuela, por cierto. Creo que no aclaré eso. Bueno, no es Clava, ese sólo es diminutivo. Es Klavdiya... Klavdiya Berdiáyeva.
Tal vez había hablado de más, pero, estaba confiada en que ese chico no tendría la menor idea de nada, así que no se sintió culpable. Pocas personas en París conocían ese apellido, a diferencia de Rusia, en donde solían ser un linaje bastante reconocido.
—No te preocupes, tampoco voy a echarlos. Pueden quedarse aquí, pero sin levantar sospechas, así como han estado haciendo —fue amable, porque no intuía ninguna amenaza en aquellos peculiares visitantes—. Puedes llamarme Yevgeniya. ¿Al menos me dirás tu nombre y el de tu perro, no? Siento ser tan curiosa, pero no suelo hablar con muchas personas y a veces no lo controlo cuando conozco a alguien, lo lamento.
Ojalá pudiera tener amigos reales, así su vida sería menos caótica, pero bien sabía que su abuela jamás lo permitiría, apenas y dejaba que recibiera clases privadas. Oh, todo aquello era un verdadero fastidio, ¿cómo había aguantado tanto? ¡Claro! Porque la mayor no resultaba una mujer complaciente y mucho menos con ella, su propia nieta. ¿Cuánto tiempo seguiría en ese plan? Su mente se oscureció, como cuando se anuncia la tormenta más terrible.
Yevgeniya Berdiáyeva- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/05/2017
Localización : En alguna parte de París
Re: Chrysalis Heart — Privado
La magia en Georgiy era caótica, al menos hasta nuevo aviso, y por ahora, era incapaz de hacer hechizos de protección de manera satisfactoria, de ello se había encargado alguien mucho más capaz: Medea. E intuía, aunque no estaba seguro, que Cerbero tendría en su potestad algo de eso, pues el animal no dejaba la casa, salvo contadas ocasiones. Había convertido ese lugar abandonado en una suerte de punto de encuentro, mucho más que un refugio; eso sólo era para él, que huía, aunque no sabía de qué. De sí mismo, tal vez. Ya había visto los alcances de su magia descontrolada, había derrotado al propio Stanislav; necesitaba con urgencia controlar su poder antes de que le pudiera hacer daño a alguien.
Se detuvo entonces y la miró al rostro. Era muy bonita, parecía pálida como fantasma; esa palidez melancólica que poseían los espíritus que se han quedado anclados al mundo terrenal. No era esa blancura pétrea y dura de los vampiros. Había algo nostálgico en ella. Y sólo alguien como él era capaz de fijar su vista en los ojos claros y no más allá. La chica estaba en camisón, otro hombre la habría visto con lujuria, pero no Georgiy; no él que parecía ni siquiera conocer de esas cosas. Sonrió.
—No lo sabía, si te soy sincero. Vagaba por el bosque, y supongo traspasé a esta propiedad, y me encontré la casa, que resultó ideal. Fue un error honesto, espero me creas —y es que resultaba imposible no hacerlo, Georgiy era de esos que te inspiraban confianza a la primera. Era tan pésimo mentiroso que podías ver todos sus secretos en sus gestos y ojos.
—Berdiáyev —musitó después, con el neutral del apellido ruso ofrecido. Aparte de que encontró curioso que se tratara de alguien de su país (entonces extremó precauciones, pues probablemente conocerían en apellido Rachmaninov), le sonó vagamente familiar, de sus años en el Palacio de Invierno, entrenando con Stanislav y Renat; de alguna plática de los adultos, seguramente, aunque no logró precisar de dónde, cuándo o qué relevancia podía tener.
Miró a Cerbero a los pies de la joven. Definitivamente el perro sabía, el qué, era un misterio, pero sabía. Sabía en quién se podía confiar y en quién no. Alzó la vista después.
—Lo prometemos —soltó una risita cómplice e hizo una seña como de guardar silencio—. Más discretos todavía de cómo habíamos estado. Confiamos en que guardes nuestro secreto… —fue a continuar, pero se calló de pronto, algo sorprendido. Parpadeó un par de veces, mirándola con incredulidad.
—¡¿Pero qué dices?! Todos necesitamos amigos. Incluso yo, mira, tengo a Cerbero haciéndome compañía, aunque empiezo a creer que le agradas más —se cruzó de brazos, falsamente ofendido. El perro levantó la cabeza un momento, para volver a acomodarse—. Yevgeniya —pronunció con un perfecto ruso y se hizo un paso para atrás, sólo como poder verla mejor.
—Eres de Rusia, ¿no? O al menos tus padres. Yo también. Me llamo Georgiy, pero por favor, dime Yura —alzó ambas cejas. Mientras no mencionara su apellido, ligado a la corona imperial, creyó, estaría seguro—. Míranos, dos rusos en París —lo encontró terriblemente curioso—, y no te preocupes, haz las preguntas que quieras, yo veré cuáles responder —se giró y se dirigió a la mesa. Habló como si en verdad tuviera la capacidad de ocultar información: era pésimo para ello.
Tomó entonces un plato con bayas de diferentes colores. Ninguna venenosa, claro; al principio Medea le hizo regresar demasiadas que podían matarlo como para no haber aprendido algo.
—¿Quieres? —Se giró con la mano estirada y el plato en ella. Sólo Georgiy era capaz de algo así, de invitar un bocado de frutos del bosque a alguien que no dejaba de ser una desconocida, pese a todas las presentaciones ya ofrecidas.
Última edición por Georgiy Rachmaninov el Miér Sep 06, 2017 10:23 pm, editado 1 vez
Georgiy Rachmaninov- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/10/2016
Localización : París
Re: Chrysalis Heart — Privado
Apenas tenía escasos recuerdos de su infancia en Rusia, y sólo creyó ser feliz cuando vivía con sus padres. Pero luego de que comenzara la convivencia con Clava, todo, absolutamente todo, se convirtió en un abismo del que creía que no iba a escapar nunca. No solía compartir con otras personas fuera de la familia; los únicos desconocidos eran los criados, y hasta ellos llevaban mucho tiempo bajo las órdenes de su abuela. Yevgeniya realmente se sintió miserable por unos segundos, en los que la conciencia le jugó sucio, casi olvidándose por completo de que se encontraba en compañía de aquel joven y de su perro, animal que pareció mostrarse receptivo con ella, justo en el momento en que su mente casi la obliga a flaquear.
Quizá ese era el empujoncito que necesitaba para animarse, así como cuando la vieja fantasma de la mansión solía socorrerla durante sus horribles pesadillas. También había otros espectros benevolentes, que aparecían justo en el momento indicado para decirle que no se detuviera, que jamás guardara temor. ¡Vaya! Ahora lo comprendía mejor. Toda su vida estuvo rodeada de espectros y no de personas de carne y hueso, como él. Por primera vez algo vivo la hacía escapar de sus inquietudes, y fue cuando le regresó una sonrisa tanto al muchacho como al perro. Había cierto agradecimiento en aquel gesto, pero tampoco tenía que revelar el porqué.
—Descuida, este es un lugar enorme. Ni yo sabía que estaba una casa de huéspedes aquí, apenas y recibimos a nuestros familiares en la residencia principal. Supongo que han de haber más cosas, aparte de vegetación —dijo, alzando los hombros como si se tratara de cualquier cosa—. Y precisamente por eso les pido a ambos que sean muy discretos, mi abuela no es una mujer... benevolente. Es complicada, a decir verdad. En fin, me aseguraré que nadie se acerque a este lugar.
No solía expresarse de aquella forma de Klavdiya, pero con ese chico sintió que podía hacerlo con total libertad, sin que se le mirara mal por ello. Era como sentirse completamente libre, sin ninguna atadura que le prohibiera hasta pronunciar palabra alguna. Sin embargo, no dejaba de sentirse preocupada por la seguridad de ambos, porque si bien podían refugiarse entre la maleza y el abandono de la zona, de la magia no era tan fácil ocultarse.
—Sí, nací Rusia, efectivamente, aunque ya tengo varios años en Francia. Mi familia decidió romper relaciones con otra familia por, bueno, cosas de brujos, así que decidieron trasladarse hasta aquí. Igual, hay otro grupo que todavía están allá; tienen muchos recursos económicos como para dejarlos descuidados —explicó—. Yura es un bonito diminutivo, es como si fuera más tú. No sé si me explico bien. Lo siento, hay veces que... ¿entendiste, no? —Movió las manos de un lado a otro, como queriendo restar importancia a sus palabras, pero luego terminó riendo avergonzada—. Mejor pasemos a lo siguiente. A ver, ¿desde cuándo estás en París?
Cuando quiso acercarse a tomar de las frutas que Yura le ofreció, recordó que el can seguía sobre sus pies. Así que sólo se quedó estática en su lugar, sin saber qué hacer; su intención no era hacer enojar al animal. Prácticamente le dirigió una mirada de auxilio al muchacho.
—Oye... tu perro. ¿Tiene nombre, no? No quisiera que se enojara, y mucho menos cuando me recibió tan bien. Es que nunca he tratado con perros.
Quizá ese era el empujoncito que necesitaba para animarse, así como cuando la vieja fantasma de la mansión solía socorrerla durante sus horribles pesadillas. También había otros espectros benevolentes, que aparecían justo en el momento indicado para decirle que no se detuviera, que jamás guardara temor. ¡Vaya! Ahora lo comprendía mejor. Toda su vida estuvo rodeada de espectros y no de personas de carne y hueso, como él. Por primera vez algo vivo la hacía escapar de sus inquietudes, y fue cuando le regresó una sonrisa tanto al muchacho como al perro. Había cierto agradecimiento en aquel gesto, pero tampoco tenía que revelar el porqué.
—Descuida, este es un lugar enorme. Ni yo sabía que estaba una casa de huéspedes aquí, apenas y recibimos a nuestros familiares en la residencia principal. Supongo que han de haber más cosas, aparte de vegetación —dijo, alzando los hombros como si se tratara de cualquier cosa—. Y precisamente por eso les pido a ambos que sean muy discretos, mi abuela no es una mujer... benevolente. Es complicada, a decir verdad. En fin, me aseguraré que nadie se acerque a este lugar.
No solía expresarse de aquella forma de Klavdiya, pero con ese chico sintió que podía hacerlo con total libertad, sin que se le mirara mal por ello. Era como sentirse completamente libre, sin ninguna atadura que le prohibiera hasta pronunciar palabra alguna. Sin embargo, no dejaba de sentirse preocupada por la seguridad de ambos, porque si bien podían refugiarse entre la maleza y el abandono de la zona, de la magia no era tan fácil ocultarse.
—Sí, nací Rusia, efectivamente, aunque ya tengo varios años en Francia. Mi familia decidió romper relaciones con otra familia por, bueno, cosas de brujos, así que decidieron trasladarse hasta aquí. Igual, hay otro grupo que todavía están allá; tienen muchos recursos económicos como para dejarlos descuidados —explicó—. Yura es un bonito diminutivo, es como si fuera más tú. No sé si me explico bien. Lo siento, hay veces que... ¿entendiste, no? —Movió las manos de un lado a otro, como queriendo restar importancia a sus palabras, pero luego terminó riendo avergonzada—. Mejor pasemos a lo siguiente. A ver, ¿desde cuándo estás en París?
Cuando quiso acercarse a tomar de las frutas que Yura le ofreció, recordó que el can seguía sobre sus pies. Así que sólo se quedó estática en su lugar, sin saber qué hacer; su intención no era hacer enojar al animal. Prácticamente le dirigió una mirada de auxilio al muchacho.
—Oye... tu perro. ¿Tiene nombre, no? No quisiera que se enojara, y mucho menos cuando me recibió tan bien. Es que nunca he tratado con perros.
Yevgeniya Berdiáyeva- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 03/05/2017
Localización : En alguna parte de París
Re: Chrysalis Heart — Privado
Hasta ese momento, Yura se había dado cuenta de lo verdaderamente necesitado que estaba de compañía. Él no era como el resto de los Rachmaninov: rusos melancólicos que buscaban la soledad a toda costa, aunque el Imperio entero estuviera a su cargo. Georgiy era, hasta cierto punto más social, y si no era eso, al menos resultaba más accesible. Porque también tenía sus excentricidades. Cuando era más joven, tampoco fue alguien que disfrutara de la compañía de otros, sin embargo, al contrario que el resto de su familia, no era por una amargura inherente y una soberbia del tamaño de Moscú, sino porque nunca se sintió parte de nada, ni de ellos, ni del mundo. Por eso, con el pasar de los años, descubrió que el lugar más cálido de su corazón estaba reservado para los extraños, como lo fue Claire en algún momento, y como ella, Yevgeniya, ahora.
—Prometemos discreción —dijo, se cruzó el pecho, del lado del corazón, con un dedo y agachó el rostro, le guiñó al perro, como si éste pudiera entender. Algo en su interior le decía que no estaba del todo errado, que no era un can cualquiera.
No respondió a lo demás, sólo rio mientras seguía sosteniendo el plato con moras. Cerbero ya había agarrado confianza, a esas alturas era más fácil que lo atacara a él, que a ella.
—Quédate ahí. —Caminó hasta ella, quedó a una distancia prudencial—. Pero te aseguro que Cerbero no te hará nada. Es un buen perro. —Asintió, como para reafirmar. Luego, él mismo tomó una zarzamora y se la llevó a la boca. Su sabor ácido le inundó el paladar.
—Ya veo —enunció y tomó una segunda frambuesa—, supongo que el dinero y el poder siempre trae problemas. Mi familia también tiene ambos, y magia para terminar de complicarlo todo. —Chasqueó. ¿Habría develado mucho? Georgiy ni siquiera reflexionó en ello, habló con naturalidad. Era tan ingenuo que supuso que con no decir tácitamente su apellido, estaba a salvo, a pesar de que, cualquier persona malintencionada, al escuchar que provenía de una familia acomodada (ya ni decir, la familia real rusa), podría intentar hacerle daño.
—Gracias, por lo de Yura. Lo has dicho tal cual lo siento, lo cual es curioso, ¿no? Nunca antes nadie había comprendido el porqué de preferir ser llamado así. Tengo un primo que insiste en llamarme Georgiy. —Bufó. Ese primo, desde luego, era Stanislav; el heredero legítimo al trono ruso, porque Georgiy no sabía que ya había tomado el lugar que le correspondía.
—Estoy en París desde hace varios años, pero no muchos… —No supo si continuar. Había sido enviado por un vampiro usurpador de la corona rusa, con la misión de acabar con los Lesauvage y hacerse con su fortuna. Para desgracia de Chaadayev, Georgiy era demasiado blando, y terminó trabando amistad con la heredera de dicha familia, y jamás regresó—. No los suficientes como para haber olvidado mi país. Una parte de mí quiere regresar. —Sonrió. A pesar de que San Petersburgo guardaba más recuerdos aciagos que buenos, no dejaba de sentir que sus raíces ahí yacían. Algo de la estricta y nacionalista educación en palacio se impregnó en él; eso, o que llevaba en la sangre el orgullo de su origen.
—¿Y tú? ¿No te gustaría regresar? Sé que quizá no recuerdas mucho, pero tal vez por eso con más razón. —Se encogió de hombros. Pareció estar hablando con una vieja amiga por la fluidez y facilidad con la que lo estaba haciendo. Yevgeniya no lo sabía, pero Georgiy era un poco más tímido de lo que estaba demostrando en ese momento. Tomó una nueva baya, esta vez una frambuesa y la comió entera.
Georgiy Rachmaninov- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 30/10/2016
Localización : París
Re: Chrysalis Heart — Privado
A Yevgeniya se le hacía complicado relacionarse con otras personas, y no era por falta de empatía, es que, desde que tenía uso de razón, había estado sola, alejada del mundo exterior, sometida bajo las órdenes de una mujer tan perversa como Klavdiya Berdiáyeva. Los únicos que solían acercársele eran los espíritus, y no todos eran realmente benevolentes; incluso, varios fueron los causantes de su parasomnia, y de esos terrores nocturnos que la atormentaban cada noche, dejándole con una amarga sensación. Aunque estaba cansada de todo aquel tormento, parecía aceptarlo en silencio, sin oponer alguna resistencia en contra de su abuela. Quizá, porque muy en el fondo, le tenía miedo; Clava era una persona sin escrúpulos, y ella aún no se sentía en capacidad para encararla.
¿Y qué pasaría si Clava descubría a aquel joven metido en su propiedad? ¡Peor aún! Que supiera que ella, su nieta, había mantenido el mínimo contacto con él... ¡No se lo quería ni imaginar! Y no pudo evitar sentir cierto resquemor, dejando que los nervios le jugaran sucio por un momento, silenciándola apenas unos minutos. Quizá Yura (como le había dicho que prefería que lo llamara) ya estaría imaginándose cualquier cosa sobre ella, y no lo juzgaría, pero era mejor mantener las razones reales bajo llave, especialmente para no asustar al muchacho, con quien le costaba relacionarse, porque no estaba acostumbrada, a decir verdad.
Pensamientos aparte, lo mejor que pudo optar por hacer, fue, desde luego, aceptar la situación como algo pasajero y bueno; algo que, tal vez, no tendría oportunidad de disfrutar más nunca. Y sí, lo disfrutaba porque, a pesar de las circunstancias, aquellos dos le resultaban agradables, y eso bastaba para que Yevgeniya pudiera entrar en confianza, sin siquiera pensárselo.
—¿Quedarme aquí? Oh, no creo que pueda. Digo, no es por ofender, pero si no se mueve pronto, dejaré de sentir mis pies —se excusó, mientras miraba al perro, aún con una sonrisa. Aun así, el can pareció entenderla y se apartó unos centímetros, dejándole los pies libres, pero sin apartarse de su lado—. Ya entiendo... Cerbero es un buen nombre, Es como guardián, ¿no? Yo tenía un gato que me cuidaba de niña. Dicen que protegen los hogares, según los egipcios.
Cuando finalmente estuvo libre del peso de Cerbero, se dedicó a recorrer el lugar. Aquella pequeña casa le recordaba un poco a la suya, a la de antes, cuando vivía solamente con sus padres. Si tan sólo se hubiera quedado siempre ahí, las cosas serían muchísimo mejor, al menos eso quería creer.
—El poder siempre gira en torno a una persona, ese es el principal problema de las familias influyentes —respondió, deteniéndose para observar un retrato borroso que colgaba en una pared—. Y no —dijo a secas—, no quiero regresar, pero tampoco me gusta estar aquí. Bueno, no en esa casa en la que vivo ahora...
Y ahí se detuvo, dejando la oración a mitad, porque ya luego iba a atreverse a hablar de Clava, y realmente no estaba segura de hacerlo. ¿Sería prudente comentar lo de la mansión con Yura o no? Bien, su impulso de idiotez le decía que sí.
—No tengo buenos recuerdos de mi infancia en Rusia, porque todos ellos están ligados a los espíritus, que ahora están encerrados en la residencia que habito. Mi familia se dedica a la magia espiritista, la actual líder es mi abuela, y para tener más poder, ha ordenado construir una mansión que siempre está en remodelación, para así mantener prisioneros a todos esos espectros —se giró, más no lo miró, porque estaba metida en sus propias memorias—. Incluso, creo que la residencia de los Berdiáyev en San Petersburgo está igual, sin concluir... Pero eso no importa, si yo pudiera elegir irme a otro lugar, ahí estaría mi hogar.
¿Y qué pasaría si Clava descubría a aquel joven metido en su propiedad? ¡Peor aún! Que supiera que ella, su nieta, había mantenido el mínimo contacto con él... ¡No se lo quería ni imaginar! Y no pudo evitar sentir cierto resquemor, dejando que los nervios le jugaran sucio por un momento, silenciándola apenas unos minutos. Quizá Yura (como le había dicho que prefería que lo llamara) ya estaría imaginándose cualquier cosa sobre ella, y no lo juzgaría, pero era mejor mantener las razones reales bajo llave, especialmente para no asustar al muchacho, con quien le costaba relacionarse, porque no estaba acostumbrada, a decir verdad.
Pensamientos aparte, lo mejor que pudo optar por hacer, fue, desde luego, aceptar la situación como algo pasajero y bueno; algo que, tal vez, no tendría oportunidad de disfrutar más nunca. Y sí, lo disfrutaba porque, a pesar de las circunstancias, aquellos dos le resultaban agradables, y eso bastaba para que Yevgeniya pudiera entrar en confianza, sin siquiera pensárselo.
—¿Quedarme aquí? Oh, no creo que pueda. Digo, no es por ofender, pero si no se mueve pronto, dejaré de sentir mis pies —se excusó, mientras miraba al perro, aún con una sonrisa. Aun así, el can pareció entenderla y se apartó unos centímetros, dejándole los pies libres, pero sin apartarse de su lado—. Ya entiendo... Cerbero es un buen nombre, Es como guardián, ¿no? Yo tenía un gato que me cuidaba de niña. Dicen que protegen los hogares, según los egipcios.
Cuando finalmente estuvo libre del peso de Cerbero, se dedicó a recorrer el lugar. Aquella pequeña casa le recordaba un poco a la suya, a la de antes, cuando vivía solamente con sus padres. Si tan sólo se hubiera quedado siempre ahí, las cosas serían muchísimo mejor, al menos eso quería creer.
—El poder siempre gira en torno a una persona, ese es el principal problema de las familias influyentes —respondió, deteniéndose para observar un retrato borroso que colgaba en una pared—. Y no —dijo a secas—, no quiero regresar, pero tampoco me gusta estar aquí. Bueno, no en esa casa en la que vivo ahora...
Y ahí se detuvo, dejando la oración a mitad, porque ya luego iba a atreverse a hablar de Clava, y realmente no estaba segura de hacerlo. ¿Sería prudente comentar lo de la mansión con Yura o no? Bien, su impulso de idiotez le decía que sí.
—No tengo buenos recuerdos de mi infancia en Rusia, porque todos ellos están ligados a los espíritus, que ahora están encerrados en la residencia que habito. Mi familia se dedica a la magia espiritista, la actual líder es mi abuela, y para tener más poder, ha ordenado construir una mansión que siempre está en remodelación, para así mantener prisioneros a todos esos espectros —se giró, más no lo miró, porque estaba metida en sus propias memorias—. Incluso, creo que la residencia de los Berdiáyev en San Petersburgo está igual, sin concluir... Pero eso no importa, si yo pudiera elegir irme a otro lugar, ahí estaría mi hogar.
Yevgeniya Berdiáyeva- Hechicero Clase Alta
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Re: Chrysalis Heart — Privado
Rio, Yura rio pero esta vez fue un gesto cansado, un sonido que se desvaneció rápido. Entonces agachó el rostro, como si en el plato con moras fuera a encontrar respuestas a sus muchas, muchas preguntas, y de paso a las de la chica. Yevgeniya, le gustaba repetir el nombre en su mente porque a pesar de lo que acababa de escuchar, reverberó en él con inusitada intensidad, recordando la patria materna, ahí donde el Rachmaninov era fuerte, tan fuerte que eran la familia real, ni más, ni menos. Movió las bayas en su plato distraídamente, aunque de vez en cuando levantaba la vista para verla.
—Sí, es un nombre perfecto para este perro. ¡Ah! Los gatos… dicen que están mitad en este mundo y mitad en el otro, por eso a nuestra gente les gustan tanto. ¿Tú crees que los gatos que habitan el Palacio de Invierno en Rusia son sólo para atrapar ratones? ¡No! ¿Qué va! —Fue a continuar, pero se dio cuenta que había hablado de más. Su padre y su tío siempre se lo dijeron, a él y a Slava y a Renat, los gatos eran parte importante de la magia, eran mensajeros entre mundos. Se echó una mora azul a la boca, apenas del tamaño de un perdigón, como para distraerse en algo, y que no le hiciera preguntas, como por qué sabía eso del Palacio de Invierno.
Tuvo que estar de acuerdo en ese asunto del poder. Él que provenía de la familia del zar ruso lo sabía mejor que nadie. Y si Stanislav acaso hubiera resultado sin magia como su hermano, y lo hubieran desterrado, la corona hubiera caído en él. Sintió escalofríos de sólo pensarlo y regresó su atención al plato, aunque no dejaba de verla de vez en cuando, ahora se movía ligera, como un fantasma, por esa casita que le había estado sirviendo de refugio a él.
Entonces se detuvo en su fútil labor de mirar las frutas en el plato viejo. Cerbero se echó cerca de él, y orejeó, pero nada más. Frunció el ceño conforme ella avanzaba en su pequeño relato. Dio un respingo y cuando hubo terminado, al fin se movió. Con paso resuelto y silencioso, por la falta de zapatos, se acercó a la mesa y dejó ahí las moras.
—Lamento escuchar eso —dijo, aún distraído, en realidad estaba buscando palabras más adecuadas—. Esa magia… es una magia muy poderosa, pero veo que te ha atormentado mucho, y por mucho tiempo —continuó al tiempo que se acercaba a ella. Se plantó a una distancia prudente, aunque lo bastante cerca como para poder tocarla con la mano si estiraba un brazo.
Y de hecho, eso hizo. Levantó una mano y con sutileza, con movimientos que parecían decir que no iba a hacerle daño, porque esa era la verdad, tocó uno de los mechones rubios de la chica, y lo retiró de su cara. Le sonrió.
—No conozco lo suficiente de ello, la magia de la que soy capaz es distinta, por generaciones mi familia ha pulido sus poderes para la guerra. Soy un arma, sólo para eso fui entrenado —explicó con calma—. Pero creo que no somos tan distintos. Quizá podríamos huir juntos —bromeó, aunque su talante no cambió demasiado, se mantuvo calmo, casi tranquilizador. Volvió a sonreír, se llevó las manos a los bolsillos y se encogió de hombros.
—¿No crees que allá a donde vayas, este poder tuyo te va a seguir? —cuestionó, muy sincero. Él mismo se sentía así, azorado por el legado Rachmaninov, más allá del trono y la corona, sino por el poder, por los portentos que eran capaces de lograr. Aunque, como había dicho, se habían dedicado a enfocar toda su magia al arte de la guerra, y a pesar de que a él no le agradaba esa idea, resultaba el más poderoso, más que Stanislav.
—Los dos no tenemos recuerdos muy gratos de Rusia. —Se distrajo de nuevo, se giró y fue hacia una ventana—. Pero por lo que escucho y veo, tampoco los tienes de aquí —dijo, mirando al bosque en el exterior, rodeado de misterios, un laberinto labrado por los árboles y los animales.
—No me lo has dicho, sin embargo puedo verlo en tus ojos. No debo estar aquí, ¿no es así? —Se giró un poco para verla—. Dime, Yevgeniya, ¿corro peligro? Confío en ti. —Ay, Yura, confías en cualquiera. Al menos, una fuerza que lo superaba, le decía que esta vez, tenía motivos de sobra para hacerlo. Tal vez el hecho de que, tal como había mencionado, los dos eran parecidos. Condenados por un atavismo que iba muchas generaciones antes de ellos.
Georgiy Rachmaninov- Hechicero Clase Alta
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Re: Chrysalis Heart — Privado
Lo único que alcanzó a oír fue un murmullo distante, a pesar de saber que él aún estaba ahí, compartiendo el mismo espacio que ella, en esa casa abandonada por el mismísimo Cronos. Como lo estaría su antigua residencia en Rusia, aquella en la que vivió durante sus primeros años de vida; aquella en donde realmente había sido feliz. Pero ahora estaba confinada a estar dentro de cuatro paredes, bajo el ala de su abuela, y la de esa maldición funesta de la familia Berdiáyev. Incluso su primo Artyom había tenido que cruzar el camino espinoso que significaba ser parte de ese cenáculo condenado, del que se sentían orgullosos casi todos sus miembros. No, no lo hacían, de seguro Clava los obligaba a que fingieran serlo, sólo para complacerla a ella y a sus retorcidos caprichos. La creía capaz de eso y más, porque hasta ella misma se había convertido en una víctima más dentro de ese vasto historial de la terrible mujer.
Llegó a pensar en que Yura era afortunado, sin saber muy bien por qué. Por supuesto, no todos tienen la suerte de merecer buenas familias, pero quizá él sería de los pocos que contaban con parientes no tan nefastos como los suyos. Tal vez estaría equivocada y Georgiy también estuviera huyendo de esa realidad familiar tan caótica. Podría ser que hasta llegaran a ser muy parecidos, o no. Yevgeniya quiso hallar esperanza alguna en que, después de tantísimos años, había coincidido con alguien que, finalmente, comprendiera su situación, y que, además, pudiera ayudarla. ¡O de seguro estaba siendo muy infantil imaginando esas cosas!
¿Y si no lo estaba siendo? Incluso llegó a cuestionárselo cuando él le propuso, tal vez en broma, que podrían huir. ¿Era eso verdad? Entonces recordó lo otro que había comentado, aquello sobre la magia de los Berdiáyev, y sus ilusiones se vinieron abajo. Aun así, prefirió guardarse la tristeza, porque no pretendía arruinarlo todo una vez más.
—A donde vaya —repitió, lo hizo casi en un susurro, pero luego se animó a mirarlo fijo, como si quisiera encontrar alguna solución a sus propios problemas, cosa que era inútil—. No lo sé, no pasó nada cuando vivía con mis padres, pero luego de que me mudé con mi abuela, bueno, no fue bien. He sufrido de pesadillas casi toda mi vida, y muchas son reales, porque al ser una bruja, es más fácil entender que esas cosas están ahí, vigilándote, esperando a que te descuides para arrastrarte a su propio caos...
Explicó de manera automática, hasta distraída, porque sus pensamientos se encontraban rememorando todas esas cosas con las que había lidiado, y que, sí, podrían dañarlo a él. Tampoco quería que alguien inocente fuera dañado por su culpa, ¡claro que no! Pero igual no quería que se fuera. ¿Qué debía decirle?
—Yura —consiguió pronunciar, apenada, y un poco triste por la realidad que la rodeaba. ¿Hasta cuándo tenía que espantar a las personas que querían acercarse?—. Tienes razón, no deberías estar aquí. No es por mí, es por mi abuela. Klavdiya es alguien, bueno, es complicada y estricta, no me permite que nadie se me acerque. Y si llega a enterarse que estoy tratando contigo... No quisiera que tú, ni Cerbero, salieran lastimados. Es magia negra, ¿sabes? Y eso no es bueno.
Bajó la mirada, frotándose las manos. Sí, empezaba a preocuparse de más de la cuenta. Pero fue justo en el extraño viento que empezaba a soplar, que sintió una extraña paz. ¡Era la anciana que siempre la ayudaba a escapar de sus pesadillas! ¿Acaso sería una especie de ángel guardián? Hasta Cerbero notó su presencia, y aunque se mostró inquieto en un principio, luego pareció tomarlo con calma, como si intuyera que eso era algo bueno.
—O tal vez nos estemos preocupando por nimiedades...
Llegó a pensar en que Yura era afortunado, sin saber muy bien por qué. Por supuesto, no todos tienen la suerte de merecer buenas familias, pero quizá él sería de los pocos que contaban con parientes no tan nefastos como los suyos. Tal vez estaría equivocada y Georgiy también estuviera huyendo de esa realidad familiar tan caótica. Podría ser que hasta llegaran a ser muy parecidos, o no. Yevgeniya quiso hallar esperanza alguna en que, después de tantísimos años, había coincidido con alguien que, finalmente, comprendiera su situación, y que, además, pudiera ayudarla. ¡O de seguro estaba siendo muy infantil imaginando esas cosas!
¿Y si no lo estaba siendo? Incluso llegó a cuestionárselo cuando él le propuso, tal vez en broma, que podrían huir. ¿Era eso verdad? Entonces recordó lo otro que había comentado, aquello sobre la magia de los Berdiáyev, y sus ilusiones se vinieron abajo. Aun así, prefirió guardarse la tristeza, porque no pretendía arruinarlo todo una vez más.
—A donde vaya —repitió, lo hizo casi en un susurro, pero luego se animó a mirarlo fijo, como si quisiera encontrar alguna solución a sus propios problemas, cosa que era inútil—. No lo sé, no pasó nada cuando vivía con mis padres, pero luego de que me mudé con mi abuela, bueno, no fue bien. He sufrido de pesadillas casi toda mi vida, y muchas son reales, porque al ser una bruja, es más fácil entender que esas cosas están ahí, vigilándote, esperando a que te descuides para arrastrarte a su propio caos...
Explicó de manera automática, hasta distraída, porque sus pensamientos se encontraban rememorando todas esas cosas con las que había lidiado, y que, sí, podrían dañarlo a él. Tampoco quería que alguien inocente fuera dañado por su culpa, ¡claro que no! Pero igual no quería que se fuera. ¿Qué debía decirle?
—Yura —consiguió pronunciar, apenada, y un poco triste por la realidad que la rodeaba. ¿Hasta cuándo tenía que espantar a las personas que querían acercarse?—. Tienes razón, no deberías estar aquí. No es por mí, es por mi abuela. Klavdiya es alguien, bueno, es complicada y estricta, no me permite que nadie se me acerque. Y si llega a enterarse que estoy tratando contigo... No quisiera que tú, ni Cerbero, salieran lastimados. Es magia negra, ¿sabes? Y eso no es bueno.
Bajó la mirada, frotándose las manos. Sí, empezaba a preocuparse de más de la cuenta. Pero fue justo en el extraño viento que empezaba a soplar, que sintió una extraña paz. ¡Era la anciana que siempre la ayudaba a escapar de sus pesadillas! ¿Acaso sería una especie de ángel guardián? Hasta Cerbero notó su presencia, y aunque se mostró inquieto en un principio, luego pareció tomarlo con calma, como si intuyera que eso era algo bueno.
—O tal vez nos estemos preocupando por nimiedades...
Yevgeniya Berdiáyeva- Hechicero Clase Alta
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Re: Chrysalis Heart — Privado
Sus ojos se mantuvieron fijos en el bosque mientras su inesperada acompañante continuó hablando. Aunque era él el intruso, a decir verdad. Sólo se giró para verla cuando terminó el funesto relato. Lo sintió familiar, no que él, con la magia heredada y moldeada para la batalla, hubiera experimentado algo así (¡y lo agradecía! De sólo escucharla se le erizaban los cabellos de la nuca), sino que pareció un viejo cuento, el de Baba Yaga que vuela en su caldero, el de rusalkas en el río, seduciendo caminantes. Quizá, en su vasta educación, leyó algo de eso, y trató de hacer memoria. Quizá podía tener la clave para ayudarla, aunque se sintió fútil a no hallar nada en los anales de sus recuerdos. Regresó sobre sus pasos, y esbozó una sonrisa. Sabía que podía tener mucha energía a veces, así que espero que el gesto reflejara calma, era lo que pretendía.
Abrió la boca, pero no alcanzó a decir nada. Fue a refutar, que no temiera por él, que no confesaría ese encuentro aunque lo torturaran, y vaya que tenía experiencia en eso. La idea de su tío siempre fue que Renat y él sirvieran como generales de los ejércitos rusos, como lo hiciera Isidor, su padre. Lo habían sometido a cosas indecibles a muy temprana edad, para hacerlo resistente a todo los posibles escenarios en una cruenta guerra. Se mordió el labio inferior.
En ese instante, las puntas de los pies desnudos se helaron, sintió una brisa extraña. No, no extraña, sino distinta, pero vagamente conocida. Aguantó un suspiro y observó a Cerbero y luego a Yevgeniya. Aunque el talante no cambió del todo, la sola frase que soltó pareció acomodar las cosas en su lugar. Suspiró.
—Tal vez —dijo al fin—. Tengo un problema, Yevgeniya, no sé cuándo algo es de gravedad y cuando algo es sin importancia, así que… —No terminó la frase, se encogió de hombros también y dio media vuelta, jaló una silla pero no se sentó en ella. En cambio, de un movimiento fuerte, dio un paso de tal modo que se subió sobre el mueble, demostrando así el poder de su físico. No era un hombre corpulento, pero debido a la dura educación, era bastante resistente.
Pero no se detuvo ahí, de otro paso, se subió sobre la mesa, que trastabilló, al tener una pata ligeramente más corta que otra. Ahí se detuvo, de pie y mirando hacia abajo a la chica, sin borrar la sonrisa, misma que todavía no podía precisar qué reflejaba. Yura tenía mucho que aprender respecto a sus emociones, y tal vez con eso, vendría un mejor dominio de su magia. Entonces, se dejó caer sobre la superficie, sentándose en flor de loto, frente a la chica.
—Digamos que tengo experiencia con las personas estrictas —confesó, aunque sin amilanamiento alguno, algo más bien directo y franco—, así que por eso no te preocupes. Además… —Rio como un niño pequeño que está a punto de elaborar su mejor travesura—. Es divertido, ¿no? Que sea secreto —Rio un poco más y llevó ambas manos a los pies.
—¿Sabes? Quizá sea que estás lejos de los que aprecias lo que provoca que esa… ¿maldición? ¿Podemos llamarla maldición? Bueno, ¡eso! Te esté azorando más. Si me dejas puedo ayudarte —pronunció cómplice, y algo muy tierno permeó en todo lo que acababa de decir. La sinceridad absoluta, la magia antigua —pudo notarlo— que ambos habían experimentado hace unos segundos, todo hizo que esa sencilla oferta sonara a promesa.
Supo, también, que Yevgeniya necesitaba ayuda, quizá la joven no lo supiera, no quisiera, o estaría prohibido para ella tomarla, pero así era, y Yura, otro fugado de la casa y el yugo familiar, era su mejor opción. O así lo sintió el chico, quizá estaba pecando de soñador. Como fuera, la sonrisa tonta, que sí, era mucho más sosegada de lo que acostumbraba, no se desvaneció de su rostro.
Georgiy Rachmaninov- Hechicero Clase Alta
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Localización : París
Re: Chrysalis Heart — Privado
Había creído tener una señal en aquel viento. Una señal que apuntaba hacia su libertad, pero luego, como era costumbre en ella, prefirió tomarlo como cualquier cosa, incluso como una advertencia. Escapar del laberinto, en el que la había encerrado Clava, parecía un simple sueño; una idea que se desvanecía en un abrir y cerrar de ojos. No tenía demasiada confianza en que pudiera, algún día, librarse de aquella mujer, y mucho menos cuando recordaba lo que le había hecho a su primo Artyom, a quien empezó a recordar con mayor lucidez. Él era la viva imagen de Aleksei, sin embargo, Klavdiya se encargó de hacerle pagar su osadía, y ahora Yevgeniya se sentía más sola e indefensa que nunca, salvo por algunos buenos espíritus que solían ayudarla. Tal vez enviados por las oraciones de su madre Irina.
Quiso creer en las palabras de Yura, ¡de verdad que sí!, pero no podía hacerse muchas ilusiones. Él podría tener experiencias no tan buenas con su familia, no obstante, lo que ocurría en el círculo selectivo de los Berdiáyev, superaba, con creces, muchas cosas, y eso a ella no le hacía sentir muy a gusto con semejante propuesta. Ojalá y pudiera tomarse las cosas de ese modo, como lo hacía Yura. Es más, hasta llegó a compartir su propio concepto de que no diferenciaba entre algo serio o cualquier situación complicada.
Yevgeniya, desde que empezó a forjar mejor su conciencia, había diferenciado, por niveles además, las situaciones complicadas, estando ella en una bastante negra, en la que no podías ver nada, porque de seguro ya te habrían arrancado los ojos. Así de asfixiante era. ¿Lo entendería él? Tal vez sí, tal vez no...
—Sin duda alguna lo tienes, Yura. Lo del problema para diferenciar las cosas, me refiero. Ahí tienes toda la razón —contestó, seria; brutalmente directa. Pero eso no parecía algo que a él le disgustara—. No se trata de personas estrictas nada más, ¿sabes? Siempre se puede lidiar con la autoridad, con alguien de pésimo carácter, pero... ¿Con un demonio? Es decir, ¿cómo haces para enfrentarte a eso? Porque dudo que en tu familia haya una bestia como lo es mi abuela.
Exhaló, quedándose con la mirada fija en el bosque. Más allá de la arboleda estaría esa mansión condenada a la construcción eterna; nunca cesarían las reparaciones. Puede que cuando Clava no existiera, aun así, ¿sería esa la solución? Frunció el ceño. Estaba al borde de un ataque de nervios, sus manos, entrelazándose entre sí, lo demostraban, a pesar de su semblante inexpresivo.
—Por eso no es divertido que sea un secreto; no es divertido que estés aquí. ¡Nada es divertido cuando se trata de esa mujer! No es simplemente asumir riesgos como si fueras hacer alguna osadía, ¡no! —Cerró los ojos, apretando los párpados con fuerza—. El único familiar que, quizás, era capaz de lidiar con todo esto, él ya no está. Y mira, Yura, eres muy amable, en serio, sobre todo porque aún soy una desconocida, pero sería muy injusto que llegara a pasarte algo por mi culpa, ¿entiendes? Eres muy inocente, y muy amable, sí, aun así, no estás en condiciones de enfrentar a un monstruo. Yo he querido hacerlo, pero no soy tan valiente como mi primo; él sí era admirable, se parecía mucho a mi abuelo, ¿sabes? Y Clava hizo que se fuera lejos... No sé qué tanto.
No tenía que decir aquello, se le había ido la lengua. Y es que Yevgeniya simplemente no pudo cerrarse como solía hacerlo; estaba cansada de lo mismo, y no sabía cuánto más le fuera a durar esa paciencia que había forjado con los años. Estaba llegando a su límite, se temía.
Quiso creer en las palabras de Yura, ¡de verdad que sí!, pero no podía hacerse muchas ilusiones. Él podría tener experiencias no tan buenas con su familia, no obstante, lo que ocurría en el círculo selectivo de los Berdiáyev, superaba, con creces, muchas cosas, y eso a ella no le hacía sentir muy a gusto con semejante propuesta. Ojalá y pudiera tomarse las cosas de ese modo, como lo hacía Yura. Es más, hasta llegó a compartir su propio concepto de que no diferenciaba entre algo serio o cualquier situación complicada.
Yevgeniya, desde que empezó a forjar mejor su conciencia, había diferenciado, por niveles además, las situaciones complicadas, estando ella en una bastante negra, en la que no podías ver nada, porque de seguro ya te habrían arrancado los ojos. Así de asfixiante era. ¿Lo entendería él? Tal vez sí, tal vez no...
—Sin duda alguna lo tienes, Yura. Lo del problema para diferenciar las cosas, me refiero. Ahí tienes toda la razón —contestó, seria; brutalmente directa. Pero eso no parecía algo que a él le disgustara—. No se trata de personas estrictas nada más, ¿sabes? Siempre se puede lidiar con la autoridad, con alguien de pésimo carácter, pero... ¿Con un demonio? Es decir, ¿cómo haces para enfrentarte a eso? Porque dudo que en tu familia haya una bestia como lo es mi abuela.
Exhaló, quedándose con la mirada fija en el bosque. Más allá de la arboleda estaría esa mansión condenada a la construcción eterna; nunca cesarían las reparaciones. Puede que cuando Clava no existiera, aun así, ¿sería esa la solución? Frunció el ceño. Estaba al borde de un ataque de nervios, sus manos, entrelazándose entre sí, lo demostraban, a pesar de su semblante inexpresivo.
—Por eso no es divertido que sea un secreto; no es divertido que estés aquí. ¡Nada es divertido cuando se trata de esa mujer! No es simplemente asumir riesgos como si fueras hacer alguna osadía, ¡no! —Cerró los ojos, apretando los párpados con fuerza—. El único familiar que, quizás, era capaz de lidiar con todo esto, él ya no está. Y mira, Yura, eres muy amable, en serio, sobre todo porque aún soy una desconocida, pero sería muy injusto que llegara a pasarte algo por mi culpa, ¿entiendes? Eres muy inocente, y muy amable, sí, aun así, no estás en condiciones de enfrentar a un monstruo. Yo he querido hacerlo, pero no soy tan valiente como mi primo; él sí era admirable, se parecía mucho a mi abuelo, ¿sabes? Y Clava hizo que se fuera lejos... No sé qué tanto.
No tenía que decir aquello, se le había ido la lengua. Y es que Yevgeniya simplemente no pudo cerrarse como solía hacerlo; estaba cansada de lo mismo, y no sabía cuánto más le fuera a durar esa paciencia que había forjado con los años. Estaba llegando a su límite, se temía.
Yevgeniya Berdiáyeva- Hechicero Clase Alta
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