AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Dido & Eneas | Privado
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Dido & Eneas | Privado
Dido & Eneas
"El destino mezcla las cartas, y nosotros las jugamos."
Arthur Schopenhauer.
Arthur Schopenhauer.
Contemplemos pues la puesta en escena. Acariciemos a ciegas cada una de las notas que con dulzura nos embelesa o que con fiereza retumba en nuestros corazones. Dejemos que el olfato nos sorprenda con el aroma de las telas y nos transporte a una mitología llena de fragancias clásicas.
¡Oh, Eneas! Réprobo ignorante. Renegado acólito de la hermosa desdicha a la que llaman amor. La envidia recorre mis venas y el suelo de madera se encharca con ellas. ¡Cómo osas jugar con el rechazo a la que ha sido reina de tu corazón y que ahora guarda el mío en un cofre y se niega a devolvérmelo! Cartago ardería mil veces si pudiera ante semejante majadería. Y Virgilio, compinche en tus pavorosas hazañas, pérfido como tú y libertino como Júpiter. Culpable hasta el día de hoy de tu existencia y mi odio hacia tu persona.
Pero mírala, ahí está ella. Rosa entre las rosas. Muéstrales a todos tu indómita interpretación. Conviértete en el eco de mis entretenimientos y en el centro de mis obsesiones. Reconozcámos que nunca en toda la pecaminosa existencia de ningún otro mortal había tenido lugar una experiencia extrasensorial como la que yo logré tener por aquel entonces. Recuerdo su canto, eterno, siempre dedicado a mi, con sus ojos puestos en los míos. Al menos así se ha formado dicho recuerdo en mi mente. No preguntemos a nadie de su existencia o veracidad, pues son mis sentidos los únicos testigos de regalo tal. Preguntémonos, sin embargo, dónde muere la plácida fantasía y nace la cruda realidad. Dónde mi hermosa y escurridiza Dido dejaría el escenario de mis ensueños para interpretar a otra. Y peor todavía, bajo los ojos de otros. ¡No, jamás! Yo impediría tal cosa. Removería cielo y tierra en busca del vellocino mágico que me permitiera conservarla a mi lado, encerrada en una cúpula transparente que nadie pudiera traspasar. Un escenario particular donde bailaría sólo para mi y yo podría modelar con mis manos el aire que ella respirara.
- Usaré cualquier método para conseguirlo. Encerraré a Dido en mi propia ilusión; un mundo donde lo único que le produzca satisfacción sea representar el mismo papel una y otra vez para mi.
Ignorantes, alzaron sus estruendosas risotadas al cielo. Ignorantes, desde luego, de todo aquello que envolvía su simple existencia y se regodeaba en las sombras. Criaturas de la noche, licántropos, toda clase de demonios e incluso la brujería que en más de una ocasión habría atentado contra más de uno que, por si esto fuera poco, no habría sabido comprenderla o detectarla, dejando al azar la idea de que pequeñas lagunas en sus cabezas pueden haber sido producidas por el exceso de licores. Pamplinas.
Fue un alivio entonces no haber sido consciente de que mis intenciones serían escuchadas por alguien que yo no hubiera esperado. De la misma forma que nadie esperaba a la inquisición española.
Última edición por Leonard Blackwood el Lun Oct 29, 2018 1:06 pm, editado 7 veces
Leonard Blackwood- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 69
Fecha de inscripción : 20/08/2018
Re: Dido & Eneas | Privado
El amor: Cosa efímera, pues el amor se termina cuando la vida lo hace y la vida no es más que el corto tiempo que antecede a una eternidad de muerte. Los hombres intentan ponerlo en un altar y elevarlo por encima de las demás emociones; se dedican a exaltar el amor en poesía, en el arte, en la literatura y en la música. Pretenden llenarse los oídos de palabras llenas de romance, aderezarse la vista con la figura de dos amantes trágicos cuando se levanta el telón. Como si verlo y oírlo pudiese hacer que lo sintieran.
Los hombres y mujeres imaginan que el amor es una especie de panacea milagrosa que salvará al mundo de la maldad absoluta, se engañan, pues creen que cuando dos personas se aman sinceramente el amor siempre gana, que no hay obstáculos ni barreras de ningún tipo que impidan que dos almas estén juntas, que los dioses confabulan con dos amantes verdaderos para que el amor sea perpetuo y lleno de paz hasta que la muerte con su abrazo lúgubre reclame a dos enamorados: Nada más lejos de la realidad, por eso siempre he amado las tragedias. Especialmente Dido y Eneas.
¿Qué tanto habrá sufrido el señor Nahum Tate para escribir tan perfecto trago de realidad? Allí están ellos, dos seres perfectos demostrando un amor puro. Dido, una hermosa reina que fundó una ciudad desde los cimientos y Eneas, un héroe troyano que tiene el favor de los dioses ¿Qué puede ir mal? ¡Oh, destino trágico! Beldame, la hechicera, ve con ojos envidiosos este amor y representando el papel de la oscura naturaleza humana, se vale de los mismos dioses para separar a dos amantes. No hay final feliz, no hay dioses procurando el amor, la muerte los separa sin que el amor se consume, los malos sentimientos, las emociones oscuras ganan.
Por eso siempre se deben preferir otros sentimientos de mayor duración y fuerza. La ira y el odio son más duraderas, pueden ser transmitidas de generación en generación así que perduran aún después de la muerte. El amor generalmente es estático, se conserva constante o incluso decrece con el tiempo. La ira y el odio solo se hacen más fuertes con el paso de los años. Pero la gente suele decir que prefiere sentir amor, aunque en su vida gobiernen en mayor tiempo y medida otras emociones nefastas.
Mi vida se gobernaba por un amplio catálogo de esas emociones nefastas, pero sin duda, una de las más sobresalientes era el ansía de conocimiento. Aunque en la ignorancia había algo de “confort y comodidad” (pues aquello que no conoces no te molesta, no te roba el sueño), también hay cierto riesgo: Si no conoces avanzas a ciegas en el mundo sin saber cómo procurar tu bienestar. Y dado mi actual estado mantenerme en la ignorancia era un pecado imperdonable. He de admitir que esa ansía insaciable de conocimiento no era nueva en mí: desde niña había estado presente en cada omento de mi vida y solamente parecía incrementar con el tiempo, probablemente esa era una de las razones que me había mantenido viva durante tanto tiempo.
Cuando el telón bajó y el intermezzo comenzó decidí salir de mi palco. Mala idea. Las sonrisas falsa y estridentes solamente aumentaban mi ira y mi disgusto, el frufrú de las faldas de seda me parecía exagerado. Y unas ansias inmensas de clavarle una daga a cualquiera que pasase a mi lado me dominaban. Respiré profundamente, aquí no podía actuar como mis impulsos me lo demandaban, aquí mi perfecto disfraz de dama de sociedad envuelta en sedas verde esmeralda no podía caer. Decidí regresar a mi palco lanzando saludos y reverencias a cualquier conocido con el que me topase.
Amaba la ópera desde siempre, pero odiaba tener que tratar con la sociedad y todas sus normativas ridículas y exasperantes. Respiré profundamente otra vez, dispuesta a regresar a mi palco pues la sonrisa falsa en mi rostro no podría permanecer por más tiempo. En cuanto giré el rostro me topé con él y supe que al fin, en mucho tiempo me había topado con algo interesante. Algo que podría terminar con el tedió que desde hace semanas consumía mis días.
Como explicar lo que vi allí. Un hombre, aunque no lo era del todo. No era terriblemente guapo como para que su belleza llamase la atención. Era otras cosa, todo y nada, en resumidas cuentas su esencia misma. Una de las ventajas de ser una hechicera era que con solo ver a una persona, podía saber cierta información acerca de quien estuviera delante de mí ¿Por qué? Simple, energía o para ser mar precisos la energía que emanaba de esa cosa o persona, en resumidas cuentas, percepción del aura.
Hechiceros, vampiros, cambiantes, humanos simples… “Leyendo” su aura sabías qué eran. Pero esa de allí era el aura más rara e interesante con la que mis ojos se habían topado en mucho tiempo. Sonreí, esta vez de verdad. Lo tendría. Mi insana curiosidad se elevó en plenitud y cantó al saber que tendría un nuevo ¿Juguete? ¿Experimento? Pasos rápidos ignorando todo aquello que no era lo que mí curiosidad demandaba tener, al diablo los saludos y los convencionalismos sociales. Las personas volvían a sus palcos o asientos para esperar que el telón se abriera de una buena vez. Antes de que el objeto de mi curiosidad escapase lo tomé del brazo.
-¿ En dónde habías estado durante todo este tiempo? ¿Acaso te ocultabas de mí?- susurré con voz suave y melodiosa, cerca de su oído, lo suficientemente alto para que el me escuchase pero nadie más lo hiciera –He estado tan aburrida y hastiada-
Los hombres y mujeres imaginan que el amor es una especie de panacea milagrosa que salvará al mundo de la maldad absoluta, se engañan, pues creen que cuando dos personas se aman sinceramente el amor siempre gana, que no hay obstáculos ni barreras de ningún tipo que impidan que dos almas estén juntas, que los dioses confabulan con dos amantes verdaderos para que el amor sea perpetuo y lleno de paz hasta que la muerte con su abrazo lúgubre reclame a dos enamorados: Nada más lejos de la realidad, por eso siempre he amado las tragedias. Especialmente Dido y Eneas.
¿Qué tanto habrá sufrido el señor Nahum Tate para escribir tan perfecto trago de realidad? Allí están ellos, dos seres perfectos demostrando un amor puro. Dido, una hermosa reina que fundó una ciudad desde los cimientos y Eneas, un héroe troyano que tiene el favor de los dioses ¿Qué puede ir mal? ¡Oh, destino trágico! Beldame, la hechicera, ve con ojos envidiosos este amor y representando el papel de la oscura naturaleza humana, se vale de los mismos dioses para separar a dos amantes. No hay final feliz, no hay dioses procurando el amor, la muerte los separa sin que el amor se consume, los malos sentimientos, las emociones oscuras ganan.
Por eso siempre se deben preferir otros sentimientos de mayor duración y fuerza. La ira y el odio son más duraderas, pueden ser transmitidas de generación en generación así que perduran aún después de la muerte. El amor generalmente es estático, se conserva constante o incluso decrece con el tiempo. La ira y el odio solo se hacen más fuertes con el paso de los años. Pero la gente suele decir que prefiere sentir amor, aunque en su vida gobiernen en mayor tiempo y medida otras emociones nefastas.
Mi vida se gobernaba por un amplio catálogo de esas emociones nefastas, pero sin duda, una de las más sobresalientes era el ansía de conocimiento. Aunque en la ignorancia había algo de “confort y comodidad” (pues aquello que no conoces no te molesta, no te roba el sueño), también hay cierto riesgo: Si no conoces avanzas a ciegas en el mundo sin saber cómo procurar tu bienestar. Y dado mi actual estado mantenerme en la ignorancia era un pecado imperdonable. He de admitir que esa ansía insaciable de conocimiento no era nueva en mí: desde niña había estado presente en cada omento de mi vida y solamente parecía incrementar con el tiempo, probablemente esa era una de las razones que me había mantenido viva durante tanto tiempo.
Cuando el telón bajó y el intermezzo comenzó decidí salir de mi palco. Mala idea. Las sonrisas falsa y estridentes solamente aumentaban mi ira y mi disgusto, el frufrú de las faldas de seda me parecía exagerado. Y unas ansias inmensas de clavarle una daga a cualquiera que pasase a mi lado me dominaban. Respiré profundamente, aquí no podía actuar como mis impulsos me lo demandaban, aquí mi perfecto disfraz de dama de sociedad envuelta en sedas verde esmeralda no podía caer. Decidí regresar a mi palco lanzando saludos y reverencias a cualquier conocido con el que me topase.
Amaba la ópera desde siempre, pero odiaba tener que tratar con la sociedad y todas sus normativas ridículas y exasperantes. Respiré profundamente otra vez, dispuesta a regresar a mi palco pues la sonrisa falsa en mi rostro no podría permanecer por más tiempo. En cuanto giré el rostro me topé con él y supe que al fin, en mucho tiempo me había topado con algo interesante. Algo que podría terminar con el tedió que desde hace semanas consumía mis días.
Como explicar lo que vi allí. Un hombre, aunque no lo era del todo. No era terriblemente guapo como para que su belleza llamase la atención. Era otras cosa, todo y nada, en resumidas cuentas su esencia misma. Una de las ventajas de ser una hechicera era que con solo ver a una persona, podía saber cierta información acerca de quien estuviera delante de mí ¿Por qué? Simple, energía o para ser mar precisos la energía que emanaba de esa cosa o persona, en resumidas cuentas, percepción del aura.
Hechiceros, vampiros, cambiantes, humanos simples… “Leyendo” su aura sabías qué eran. Pero esa de allí era el aura más rara e interesante con la que mis ojos se habían topado en mucho tiempo. Sonreí, esta vez de verdad. Lo tendría. Mi insana curiosidad se elevó en plenitud y cantó al saber que tendría un nuevo ¿Juguete? ¿Experimento? Pasos rápidos ignorando todo aquello que no era lo que mí curiosidad demandaba tener, al diablo los saludos y los convencionalismos sociales. Las personas volvían a sus palcos o asientos para esperar que el telón se abriera de una buena vez. Antes de que el objeto de mi curiosidad escapase lo tomé del brazo.
-¿ En dónde habías estado durante todo este tiempo? ¿Acaso te ocultabas de mí?- susurré con voz suave y melodiosa, cerca de su oído, lo suficientemente alto para que el me escuchase pero nadie más lo hiciera –He estado tan aburrida y hastiada-
Smerenda W. de Brancovan- Hechicero/Realeza
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Re: Dido & Eneas | Privado
"Ten cuidado con tus sueños: son la sirena de las almas.
Ella canta. Nos llama. La seguimos y jamás retornamos."
Gustave Flaubert.
Ella canta. Nos llama. La seguimos y jamás retornamos."
Gustave Flaubert.
Y con voz melodiosa, un espectro tomó forma en la bruma de aquella reunión fantasmagórica. Un velo de incertidumbre serpenteaba desde el suelo hasta sus faldones y la cegadora luz de los áureos ornamentos que adornaban su vestido me dejaron ciego durante el tiempo en que mi capacidad de comprensión llegara a la descabellada idea de que aquella sirena se dirigía a un servidor. ¿En dónde habías estado todo este tiempo? Buscándote, pensé en contestar. ¿Acaso te ocultabas de mí?, Así hacía y he de reconocer que esperar a que el destino nos haya reunido por fin, ha dado sus frutos, discurrí para mi. He estado tan aburrida y hastiada, Entonces pues, déjame que amenice la velada con una de mis ocurrentes anécdotas, terminé por ensoñar. Y es que ninguna de las palabras que han marcado la línea de mis pensamientos terminaron finalmente pasando por mi boca.
- ¿Nos conocemos?
La hermosura de aquella quimera de poco podía afinar la certeza con que utilizaba o no las palabras y los silencios entre estas. Y reconozcámoslo, pocas eran las mujeres que todavía podían presumir de lozanía y que se interesaban en mantener alguna clase de conversación con un tipo como yo. Por mucho que mi reloj de oro saliera de mi bolsillo derecho y deslumbrara a la más veleidosa.
- Dudo que su hastío pueda disminuir en reuniones semejantes de ninguna de las maneras, con compañías que hieden a ignorancia y desaprobación por el triunfo de la ambición ajena.
Admitamos lo inadmitible, digamos que por alguna razón el orgullo se hizo partícipe de mis palabras y junto con el desdén impregnaron éstas. Pero al fin y al cabo, ¿no es la vida un cubo lleno de excrementos y frustración? ¿Y no es esta frustración muchas veces inducida por la ignorancia ajena, por los botarates de turno? ¿Y no nacen al final grandes personalidades precisamente de esta incomprensión? Desde luego, el camino hacia la ignominiosidad en si misma estaba cada vez más cerca. A dos o tres risotadas ajenas.
- ¿Es posible que una dama como usted, de facciones celestiales y y mirada felina, si me permite la indiscreción,... haya venido sola a un lugar como la ópera? No hay fin para el número de caballeros que deberían acabar sus días entre rejas por ignorar la compañía de semejante gracia.
Heme aquí, Eneas. A punto de ser hechizado por Dido.
Leonard Blackwood- Hechicero Clase Alta
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Re: Dido & Eneas | Privado
Una sonrisa triunfante, como la de un infante que ha recibido el caramelo que tanto deseaba, se dibujó en mi rostro. Y es que eso era precisamente lo que había encontrado entre la multitud, un caramelo para aderezarme la vida, un trozo de plata reluciente entre el carbón de las masas, un libro que no había leído nunca, un nuevo juguete para silenciar el tedio que reinaba en mi vida. Me olvidé por completo del aburrimiento, de la gente que nos rodeaba y del malestar que me causaban, me olvidé por un instante de que la historia de Dido & Eneas continuaba representándose. Me quedé embelesada, sosteniendo del brazo a mi nueva maravilla. Tantos siglos, tanto espacio y… Coincidir, por supuesto que no lo dejaría escapar tan fácil.
-No nos conocemos. Desafortunadamente para mí y afortunadamente para usted jamás habíamos coincidido en el mismo espacio, al mismo tiempo, antes de esta noche- dije sin separarme de él siquiera un milímetro aún al escuchar las duras palabras impregnadas en desdén que parecía dirigirme. Aquel comentario no me molestó en absoluto porque era verdad: Las criaturas vanas y fugaces que asistían a este tipo de eventos jamás serían juguetes dignos y capaces de disminuir mi hastío. Su acertado comentario hizo que él me agradase aún más ¿Era alguien como él capaz de apreciar su propio valor? Él era único. La belleza termina por agotarse tarde que temprano al igual que la fortuna, pero la esencia de un ser, su “espíritu”, su naturaleza, aquello que lo hacía único jamás se agotaba y era eso, lo que resplandecía en él y me atraía como a una polilla.
El exudaba profanidad y corrupción y tenía un aura tan interesante. Era y no era. El poder, la fuerza, estaban allí pero no deberían de estar. Era una contradicción andante, algo que no podía comprender, un puzzle que debía resolver a como diera lugar. Y luego, el crescendo de la música para mis oídos: La adulación.
Una sonrisa se dibujó en mis labios, una sonrisa genuina después de tanto tiempo - Suave en el hablar, elocuente orador de los pilios, de cuya boca las palabras fluían más dulces que la miel- las palabras del sabio Homero acudieron a mis labios de forma presurosa y mis ojos se posaron en los de él –No podemos acusar a hombres de delitos que no han cometido pues no pueden ignorar algo que no les es ofrecido. Mi compañía, admirable señor está reservada para algunos pocos pues para mí la soledad es la nodriza de la sabiduría y una gras escultora del espíritu. Pero por usted admirable caballero estoy dispuesta, no, ansiosa, por sacrificar la sabiduría que esta noche de soledad pudiera ofrecerme- solté su brazo y me coloqué frente a él a escasos centímetros de distancia, con nuestras ropas rozándose, sin importarme que pudiese la gente pensar o decir.
-Hay una palabra japonesa, una de las pocas que conozco en ese idioma, que aprendí hace mucho tiempo de un viajero y que se volvió una de mis palabras favoritas en el mundo… Hitsuzen- coloqué las palmas de mis manos sobre el pecho del hombre. Podía sentir sus latidos y el calor que de su cuerpo emanaba atravesando las capas de tela de su costoso saco –Hitsuzen no tiene una traducción. El significado más acertado que podemos darle es inevitabilidad o destino, el hitsuzen es un evento naturalmente predestinado, el cúmulo de “casualidades” que al ocurrir nos llevan a un final inevitable en el que otros finales son imposibles- mi mano derecha abandonó el pecho del hombre y volví a tomar su mano, a apretar mis dedos entre sus dedos –Yo creo que encontrarnos aquí es lo que estaba predestinado y era inevitable. Yo creo que no debemos jugar con algo tan poderoso con el destino y creo… Creo que debería llevarte a mi palco y creo que tú no te opondrás, porque eres un caballero y sabes que no debes contrariar a una dama como yo- me acerqué un poco más, sin alejar mis manos de él me levanté sobre las puntas de mis pies y susurré a su oído con voz suave –Especialmente porque apestas a magia, pero no eres un hechicero y ahora querrás saber cómo es que yo se eso-
-No nos conocemos. Desafortunadamente para mí y afortunadamente para usted jamás habíamos coincidido en el mismo espacio, al mismo tiempo, antes de esta noche- dije sin separarme de él siquiera un milímetro aún al escuchar las duras palabras impregnadas en desdén que parecía dirigirme. Aquel comentario no me molestó en absoluto porque era verdad: Las criaturas vanas y fugaces que asistían a este tipo de eventos jamás serían juguetes dignos y capaces de disminuir mi hastío. Su acertado comentario hizo que él me agradase aún más ¿Era alguien como él capaz de apreciar su propio valor? Él era único. La belleza termina por agotarse tarde que temprano al igual que la fortuna, pero la esencia de un ser, su “espíritu”, su naturaleza, aquello que lo hacía único jamás se agotaba y era eso, lo que resplandecía en él y me atraía como a una polilla.
El exudaba profanidad y corrupción y tenía un aura tan interesante. Era y no era. El poder, la fuerza, estaban allí pero no deberían de estar. Era una contradicción andante, algo que no podía comprender, un puzzle que debía resolver a como diera lugar. Y luego, el crescendo de la música para mis oídos: La adulación.
Una sonrisa se dibujó en mis labios, una sonrisa genuina después de tanto tiempo - Suave en el hablar, elocuente orador de los pilios, de cuya boca las palabras fluían más dulces que la miel- las palabras del sabio Homero acudieron a mis labios de forma presurosa y mis ojos se posaron en los de él –No podemos acusar a hombres de delitos que no han cometido pues no pueden ignorar algo que no les es ofrecido. Mi compañía, admirable señor está reservada para algunos pocos pues para mí la soledad es la nodriza de la sabiduría y una gras escultora del espíritu. Pero por usted admirable caballero estoy dispuesta, no, ansiosa, por sacrificar la sabiduría que esta noche de soledad pudiera ofrecerme- solté su brazo y me coloqué frente a él a escasos centímetros de distancia, con nuestras ropas rozándose, sin importarme que pudiese la gente pensar o decir.
-Hay una palabra japonesa, una de las pocas que conozco en ese idioma, que aprendí hace mucho tiempo de un viajero y que se volvió una de mis palabras favoritas en el mundo… Hitsuzen- coloqué las palmas de mis manos sobre el pecho del hombre. Podía sentir sus latidos y el calor que de su cuerpo emanaba atravesando las capas de tela de su costoso saco –Hitsuzen no tiene una traducción. El significado más acertado que podemos darle es inevitabilidad o destino, el hitsuzen es un evento naturalmente predestinado, el cúmulo de “casualidades” que al ocurrir nos llevan a un final inevitable en el que otros finales son imposibles- mi mano derecha abandonó el pecho del hombre y volví a tomar su mano, a apretar mis dedos entre sus dedos –Yo creo que encontrarnos aquí es lo que estaba predestinado y era inevitable. Yo creo que no debemos jugar con algo tan poderoso con el destino y creo… Creo que debería llevarte a mi palco y creo que tú no te opondrás, porque eres un caballero y sabes que no debes contrariar a una dama como yo- me acerqué un poco más, sin alejar mis manos de él me levanté sobre las puntas de mis pies y susurré a su oído con voz suave –Especialmente porque apestas a magia, pero no eres un hechicero y ahora querrás saber cómo es que yo se eso-
Smerenda W. de Brancovan- Hechicero/Realeza
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Re: Dido & Eneas | Privado
"Donde acaba el deseo comienza el temor."
Baltasar Gracián.
Baltasar Gracián.
No olvidemos ni hoy ni nunca que cuando el miasma mágico de la brujería que alguna vez practicaste decide posarse sobre ti, no importan los años, pues permanece y busca alimentarse a toda costa. No es difícil entonces que un pobre mentecato como yo haga acopio de su escasa fuerza de voluntad para enfrentarse a un auge contra el que no puede luchar y que ello vuelva a situarnos en el punto de partida: la utilización, una vez más, de la magia. Una forma nada inteligente de deshacernos del polvo mágico que marca nuestra existencia allá donde vamos. ¿Por qué me permito divagar acerca de dicha calamidad? Pues porque no poseeré la mejor de las intuiciones ni podré ver aquello que el tiempo nos oculta, pero no necesitaba ser una persona con capacidades extrasensoriales únicas para comprender que aquella mujer había visto algo de esos efluvios mágicos en mi y que su olfato le decía más a ella de mi que a mi de ella. Salvo que destilaba un exótico aroma a rosas.
- No hubiera esperado más que la cristalina verborrea de una dama preocupada en exceso por su aspecto o su posición, tanto como para ver poco plausible el que estuviera al tanto de los clásicos. Disculpe que la haya prejuzgado -me disculpé haciendo un cortés gesto con la cabeza al tiempo que cerraba los ojos para completar el gesto- pero no soy adivino. Sólo un pobre viejo -declaré usando la vieja, tanto como yo, táctica de infravalorarme-.
Extrañado y confuso frente a su siguiente jugada, no dudé en levantar una ceja. ¡No hablemos ya de la ulterior! donde mi corazón parecía desbocarse sin permiso y silenciar cualquier cosa que mis oídos pretendieran escuchar. Fue entonces que intenté esforzarme en el arduo quehacer de escuchar a la dama y no a las febriles fantasías de un joven lleno de hormonas que lucía un traje demasiado vetusto para su auténtica edad.
- Que delicioso hitsuzen, pues -respondí nervioso y poco acertado, como si toda mi creatividad y agilidad en el vocabulario o en los coloquios sociales se hubiera perdido para siempre después de la peculiar familiaridad que aquella mujer se estaba tomando conmigo-.
Durante la décima en que un segundo podía transcurrir, no pude evitar pensar en que mi acompañante estaba loca. Una mujer recién fugada del manicomio más cercano y que por ello lograba encontrar interesante todo lo que envolvía a mi persona. Era una opción válida como otra cualquiera. Pero ay, cuando mencionó lo de su palco. ¿No volvería a presentarse el joven puerco babeante que dentro de mi comenzaba a revolverse otra vez queriendo salir? Y tal vez el destino hubiera preescrito nuestro encuentro con intenciones menos fugaces que las de satisfacer los caprichos de un joven frustrado en su amanecer sexual, pero si estos intereses podían saciarse entre medias, ¿quién era yo para poner diques al mar?
- Jamás me atrevería a contrariarla.
Claro que todo esto fue antes de que sus susurros expusieran otro de sus intereses: el auténtico. Así pues, volviendo a una realidad en que una mujer sólo podía interesarse por mi debido a motivos sobrenaturales, accedí a seguir a la dama al palco que llevaba su nombre.
Leonard Blackwood- Hechicero Clase Alta
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Re: Dido & Eneas | Privado
Me gustaba aquel tipo. Mentiría terrible si dijera que no me agradaba la elocuencia de sus palabras, la condescendencia que parecía mostrarme. Me agradaba también haberlo sorprendido, siempre me gustaba ver la sorpresa reflejada en los ojos de otros cuando se daban cuenta de que yo no era lo que parecía, me hacía sentir triunfal. Su ligero nerviosismo y recelo hacía mi, alguien demasiado joven e inexperta a comparación suya se me antojó adorable.
-No tiene nada de que disculparse Monsieur, pero ya que lo ha hecho debo decirle que está completamente disculpado. La verdad es que estoy algo acostumbrada a que me prejuzguen y supongo que a usted le ocurre lo mismo con frecuencia, después de todo pocos son los que pueden ver las cosas como yo las veo... Algo me dice que es más que un simple "pobre viejo"- sonreí, lanzandole la sonrisa más coqueta y arrebatadora de la que fui capaz.
Sin soltar su mano, di media vuelta y comencé a avanzar hacia la zona de palcos llevándolo conmigo - Es un hombre listo Monsieur, no suelo ser demasiado caprichosa, pero no me gusta demasiado que me contraríen, me agrada que sea tan senzato- lo miré de soslayo, evaluando su expresión mientras seguía avanzando - Usted tiene tanto que contarme, tiene tanto potencial, estoy segura de que pasar el tiempo a su lado va a ser más entretenido que lo que le suceda a la pobre Dido y al gallardo Enéas en el escenario-
Detuve mis pasos frente a la entrada de mi palco, donde un paje nos abrió con celeridad la puerta. Sin darle la opción de negarse arrastre al hombre conmigo. Probablemente no era el mejor sitio para una charla extensa pero al menos tendríamos algo de privacidad. Me dejé caer en uno de los cómodos asientos de madera dorada y terciopelo rojo - Ande, ande, tome asiento Monsieur- palmeeé con insistencia el asiento junto al mío - Oh, disculpe mi descortesía, lo he arrastrado hasta este sitio conmigo y ni siquiera me he presentado. Soy su excelencia, la Duquesa Smerenda de Brancovan- dije en un tono exageradamente solemne, pero con una sonrisa dibujada en el rostro - Por favor solo llámeme Smerenda, los exagerados formalismos franceses me abruman- extendí mi mano enguantada para que el hombre pudiera estrecharla, besarla o lo que le diera la gana.
-No tiene nada de que disculparse Monsieur, pero ya que lo ha hecho debo decirle que está completamente disculpado. La verdad es que estoy algo acostumbrada a que me prejuzguen y supongo que a usted le ocurre lo mismo con frecuencia, después de todo pocos son los que pueden ver las cosas como yo las veo... Algo me dice que es más que un simple "pobre viejo"- sonreí, lanzandole la sonrisa más coqueta y arrebatadora de la que fui capaz.
Sin soltar su mano, di media vuelta y comencé a avanzar hacia la zona de palcos llevándolo conmigo - Es un hombre listo Monsieur, no suelo ser demasiado caprichosa, pero no me gusta demasiado que me contraríen, me agrada que sea tan senzato- lo miré de soslayo, evaluando su expresión mientras seguía avanzando - Usted tiene tanto que contarme, tiene tanto potencial, estoy segura de que pasar el tiempo a su lado va a ser más entretenido que lo que le suceda a la pobre Dido y al gallardo Enéas en el escenario-
Detuve mis pasos frente a la entrada de mi palco, donde un paje nos abrió con celeridad la puerta. Sin darle la opción de negarse arrastre al hombre conmigo. Probablemente no era el mejor sitio para una charla extensa pero al menos tendríamos algo de privacidad. Me dejé caer en uno de los cómodos asientos de madera dorada y terciopelo rojo - Ande, ande, tome asiento Monsieur- palmeeé con insistencia el asiento junto al mío - Oh, disculpe mi descortesía, lo he arrastrado hasta este sitio conmigo y ni siquiera me he presentado. Soy su excelencia, la Duquesa Smerenda de Brancovan- dije en un tono exageradamente solemne, pero con una sonrisa dibujada en el rostro - Por favor solo llámeme Smerenda, los exagerados formalismos franceses me abruman- extendí mi mano enguantada para que el hombre pudiera estrecharla, besarla o lo que le diera la gana.
Smerenda W. de Brancovan- Hechicero/Realeza
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Fecha de inscripción : 23/05/2017
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Localización : París, Francia
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