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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Acheron Vie Sep 14, 2018 9:07 am




Digging deeper into the past




"Maldito seas, atlante. Si no fuera por el juramento de Apollymi, hace tiempo que..."



Las palabras de Artemisa se habían quedado grabadas en su mente desde el instante mismo en que las pronunciara. Cuando le preguntó qué había querido decir con eso, quién era Apollymi, ella simplemente se desvaneció, dejándolo con esas y muchas otras interrogantes sin respuesta. Ni siquiera había terminado con la amenaza, pues ambos eran conscientes de que si bien lo había atado a ella por medio de hechizos, no tenía el poder o la fuerza suficiente para matarlo.

Él sabía de sobra que la arrogante mujer había dicho aquellas palabras en el calor de la discusión que habían estado teniendo en ese momento, pero también sabía que nunca decía algo sin un propósito. Así que, sin importar lo que hubiera querido decir con ello, quería que lo averiguara por su propia cuenta. Por algún tiempo había dejado pasar el asunto, no queriendo darle el placer de hacer exactamente lo que quería, como cada vez que lo manipulaba de aquella manera, pero la curiosidad se hacía cada vez más fuerte.

La Atlántida, hasta donde él tenía entendido, no era más que un mito, historias que contaban los abuelos a sus nietos. ¿Cómo podía entonces él ser atlante? Él era griego, eso lo sabía bien. Sí, habían varios años de su vida humana que no recordaba, pero no eran precisamente los primeros, esos los recordaba con claridad, más de la que a veces desearía, y no tenía ningún recuerdo en el que se mencionara el nombre del dichoso “imperio perdido”. Si alguien pudiera conocer de la existencia de tal lugar, ese era él, y no era así.

A pesar de tener tal certeza, las últimas semanas había hecho lo posible por encontrar historiadores o arqueólogos que tuvieran algún conocimiento al respecto, sin encontrar a nadie que pudiera hacer algo aparte de tartamudear en su presencia, hasta conocer al Doctor Demetrius Kana. Para su buena suerte, se encontraba en París, lugar al que se había mudado recientemente la base principal de los Cazadores Oscuros, dado que era la ciudad en donde se concentraba la mayor cantidad de Daimons por el momento. Para su mala suerte, el hombre se encontraba enfermo y había tenido que importunarlo en su hogar para poder conversar con él.

Durante aquella primera y única conversación con el hombre, se había disculpado por no poder ser de demasiada ayuda dada su condición, por lo que le había recomendado reunirse con su mejor estudiante, quien era joven, lleno de vitalidad y, según aseguraba, prometía mucho en el campo al que se dedicaba, a pesar de su corta edad. Él se comprometió en hacer citar al muchacho de nombre Bec, en un café cercano a la Universidad donde, se suponía, él también estudiaba.

Así pues, allí se encontraba, vistiendo un traje sencillo con el que pasaría por cualquier otro joven estudiante de la Universidad, a 10 minutos para las 5 de la tarde, sentado en una de las mesas exteriores de la pequeña cafetería, bebiendo un café negro sin azúcar, mientras esperaba a que el chico llegara. Había intentado indagar en los pensamientos del Doctor para saber más o menos cómo sería la apariencia del joven, pero al hacerlo todo lo que había encontrado era la muestra inequívoca del dolor que estaba padeciendo a causa de su enfermedad, por lo que no tenía la más mínima idea de cómo lucía el joven a quien esperaba.

Justo a la hora exacta en que había sido pautado el encuentro, vio a una chica correr en dirección al café, vestía de colores claros y venía cargada con libros y otros documentos, más de los que consideró que ella podría cargar, pero parecía bastante cómoda consigo misma a pesar de su premura. A unos cuantos pasos de él, la chica había parecido mirar entre las mesas, buscando a alguien y se preguntó si…

Antes de que lograra formularse por completo la pregunta, la chica fijó sus expresivos ojos verdes en él y dio un paso en su dirección, en medio del cual sus pies parecieron enredarse con la larga falda de su vestido, y el resultado fue catastrófico. Libros y papeles terminaron regados por doquier mientras ella caía aparatosamente de rodillas en el suelo, soltando un improperio. Instintivamente quiso ayudarla antes de que cayera al suelo, pero eso sería delatar su condición.

Apenas fue mortalmente aceptable, se puso de pie para acercarse a ella. – ¿Te encuentras bien? – La ayudó a ponerse en pie, notando que la diferencia entre sus estaturas no era tan abismal como estaba acostumbrado a que fuera. Con sus casi 2 metros de estatura, estaba acostumbrado a ver al resto del mundo al menos 30 centímetros por debajo de sí mismo. Ella era delgada y alta, de rubios cabellos y ojos un tono más claro que el olivo. La ayudó a recoger algunos de los libros que habían quedado olvidados en el suelo con su caída y, al notar que eran libros de historia griega, levantó inmediatamente la mirada a ella.

– ¿Bec? – Cuestionó para asegurarse, aunque estaba casi seguro de que había sido ligeramente manipulado por el Doctor Kana para encontrarse con aquella chica. Como con todos los mal dichos expertos en historia griega que había visitado antes de ella, intentó hurgar en sus pensamientos antes de que siquiera hablara, y lo que descubrió lo dejó sin palabras…

Nada. Al intentar escuchar a hurtadillas, todo lo que consiguió fue un silencio atronador, lo que consiguió descolocarlo y llamar su atención más allá de lo que ella pudiera saber o no de lo que buscaba. En sus más de once mil años, nunca se había encontrado con alguien cuyos pensamientos no pudiera escuchar aparte de Artemisa y, en el caso de la vampiro, sabía que era debido a un hechizo. Optó por ver su aura, y no era más que una humana común y corriente.

Poco acostumbrado a sentirse sorprendido por algo, puso los libros sobre la mesa que antes ocupara invitándola a sentarse con ella. Era demasiado joven, demasiado torpe, incluso, demasiado bonita, para ser en quien un hombre como Demetrius Kana confiara. Pero bien le había advertido que se sorprendería con “él”, esperaba que fuera por más que solo por descubrir que no era un hombre, tal y como le había hecho creer. – Disculpa mi sorpresa. Por cómo se expresó el Doctor Kana respecto a ti, asumí que eras hombre. – Aunque, claramente, Demetrius lo había hecho adrede.

Se sentó nuevamente en el lugar que antes ocupase, intentando insistir con sus poderes, sin conseguir algún resultado distinto. – Ash. – Se presentó con sencillez, aprovechándose de su apariencia juvenil para ponerse como un igual ante ella y poder tratarla con menos formalidad. Le ofreció algo de comer o beber, asegurando que él invitaba antes de esperar su respuesta, y, antes de entrar en materia le permitió ordenar.

Una vez estuvieron nuevamente a solas, una vez que la camarera se marchase a buscar el pedido, fue directo al grano, cambiando en el camino la forma en que había pensado proceder. En principio su intención había sido simplemente preguntar si ella poseía la información que necesitaba, pero pensándolo mejor, estaba seguro que si la Atlántida había existido, aún nadie había dado con ella, por lo que sería mucho más inteligente de su parte estar cerca de los historiadores y arqueólogos, por si algo que pudiera comprometerlo aparecía en el camino. En especial, si estaban registrando en el Egeo. Dydimos había estado por allí alguna vez, y no le convenía que encontraran ciertas cosas de esa ciudad, su ciudad natal.

– Tengo un doctorado en historia griega antigua y recientemente escuché que se han encontrado muestras que parecen proceder de una civilización, más antigua de las que se tienen registros, en el mar Egeo. No sé mucho más al respecto, pero tengo entendido que tú sí, y me gustaría participar en la investigación. Tengo la aprobación del Doctor, pero sé que eres la líder del proyecto, por lo que quería presentarme y, quizá, compartir algunos conocimientos previos a unirme en la labor. – Informó a tiempo antes de que llegara nuevamente la camarera con el pedido para la joven.

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Mensaje por Laylah Rebecca Michaellis Vie Sep 14, 2018 11:02 am




In the beginning





La luz se refleja en los cristales iluminando la estancia del pequeño despacho que perteneciera a Demetrius y desde hace dos días, le fuera entregado su resguardo temporal a una Becca que está exultante y feliz, así como preocupada. Su mentor era un gran hombre, un excelente catedrático y formidable investigador. Teme que sus conocimientos no sean suficientes para tomar su lugar. Ella ansiaba un puesto más permanente en el Louvre, no la dirección de la investigación. Se la han dado por tres meses -sin un gran aumento de sueldo, para su desgracia-, porque es la única que tiene los conocimientos para resolver esta telaraña de secretos, con la promesa de que si daba resultados, se la darían de forma permanente. En medio del nuevo envío de piezas arqueológicas provenientes de las excavaciones del Mar Egeo, nada más y nada menos; se muerde el labio superior con sus dientes inferiores sin saber por dónde empezar. Todo lo que hubiera catalogado en su oportunidad con paciencia y dedicación al lado de Demetrius, parece que quedara atrás, como en la época del mito, con una urna en cuyo exterior se aprecia una leyenda en griego -pareciera griego- tan extraño, al que no le encuentra sentido por más que saca los libros de su mentor para ayudarse a traducirlos.

Molestar a su mentor con ésto cuando está tan enfermo, por más que le revitalicen sus visitas, sería inhumano. Con una enfermedad que le aquejara hace años y que no se cuidase por la emoción de una investigación in situ, se agravó al paso del tiempo y es lo que prácticamente lo está arrancando de este mundo para llevarlo al Hades. Becca no es devota ni por asomo de los santos de la iglesia católica, más hay algo con la cultura griega que la siente suya. Quizá por su propio origen o porque su padre considera que ser prudente con su propio panteón de dioses y semidioses, no hace daño a nadie y practica ofrendas en su oportunidad, creando en su hija una devoción a éstos. Camina de izquierda a derecha sin atreverse a desempacar las nuevas piezas por miedo a sentirse más confundida. Es fácil catalogar los objetos, colocarlos en los lugares correspondientes de la siguiente habitación que es enorme con la intención de que se resguarden y, en su oportunidad, hacer una exhibición de éstos. Para ello, necesita sí o sí, investigarlos y dar una descripción bastante profesional de cada uno. Y está perdida en el Tártaro. Como si fuera uno de los titanes, se siente apresada por este nuevo lenguaje que descifra parcialmente.

Introduce a su boca el siniestro dedo pulgar mordisqueando la uña por la ansiedad que se refleja en un tic oral. Succiona su pulgar sin pensar en lo que puede provocar con ese gesto a los ojos de los hombres, llegando a una conclusión irrefutable. Avanza con decisión hasta su bolso, sacando su posesión más preciada de entre paños, la hermosa tiara refulge en el sol iluminando la estancia y la mente de la mujer al ver uno de los símbolos en ella. La conduce hasta la urna, revisando los estilizados trazos hasta encontrar un match, abriendo los ojos como platos, sosteniendo ambas piezas con manos temblorosas y la boca también abierta. Mira al frente, revisando todos los objetos recibidos y embalados. ¿Será posible? El corazón late con violencia, demasiado acelerado. Guarda de nuevo la tiara en su sitio dentro de su bolso, se dirige esta vez a un compartimiento del escritorio de Demetrius para abrir el cajón sacando un libro más antiguo que el tiempo. El compendio de toda la investigación de su mentor está aquí, gran parte de la suya también. Acaricia la tapa con la diestra palma sonriendo de lado. Empieza a trabajar con ahínco hasta que la luz del sol se termina dando lugar a la noche y con ello, su despedida es lastimosa, más debe ir a su otro trabajo.

Antes de salir, voltea la mirada atrás para sonreír con emoción. La Atlántida existe, éstos objetos son una muestra palpable de ello.

Los días pasan con una rapidez exorbitante. Becca tiene que alternar sus clases con la clasificación, investigación y creación de fichas de todos los objetos enviados. Su supervisor parece contento por su avance, incluso le permite que pueda contratar a alguien más cuando ve que sus manos son insuficientes para tanta labor. Sobre todo, cuando tiene que llevar algunos objetos a un sitio determinado para que le ratifiquen la antigüedad de los mismos perdiendo tiempo precioso. La jornada del jueves, es interrumpida por una carta de Demetrius. Preocupada por su contenido, esperando que no fueran malas noticias, la abre para enterarse de que hay una persona que se encontrará con ella ese día a las cinco de la tarde. Se muerde su siniestro pulgar en tanto sigue leyendo que la necesitan por sus conocimientos y que puede darle una buena paga. Eso sería genial, a últimas fechas ha estado tan agotada que su tiempo en el burdel es escaso y la madama está cada vez más molesta con ella. Se anota la cita en su cuaderno de pendientes para empezar el día con intensidad.  

Justo a las cuatro y media, está metida hasta la cabeza en un busto más que interesante, cuando el reloj cu-cú anuncia la hora. Alza la cabeza intrigada abriendo los ojos como platos al leer la hora. ¿Tan tarde es? Vuelve a fijarse en la cara del reloj que parece burlarse de ella. Maldice por todo lo alto tomando vuelo para alcanzarse los documentos que no puede dejar, los libros que le apoyarán en esta investigación y las nuevas notas que deberá descifrar en casa, porque de lo contrario, perderá casi dos horas de la jornada y mañana tiene una reunión de resultados. Observa con detenimiento el busto del héroe representado en esa magnífica escultura pensando que los griegos sí que tenían una gran imaginación o los hombres en esa época eran demasiado guapos porque el modelo de esa figura es demasiado atractivo para los estándares actuales. Los rizos ensortijados, son una belleza y las facciones, perfectas. Si encontrara alguien así en la vida real, seguro que ni siquiera se fijaría en una rata de biblioteca como ella. Sus pies se mueven a toda velocidad tras cerrar su despacho, cuidando de echar la llave guardando éstas en el bolsillo interno de su vestido para avanzar hacia el lugar de la cita: la cafetería de la Universidad. Demetrius seguro que olvidó sus horarios y los alteró en su enfermedad.

Así que corre desde el Louvre hasta la Universidad para llegar a tiempo a la cita, observando a lo lejos, el enorme campanario que anuncia que faltan diez minutos para la hora. Agradece que su constitución física es sana y atlética para estas carreras porque de lo contrario, nunca llegaría a tiempo. Recorre la distancia de la entrada hasta el comercio sonriendo al ver que lo ha logrado. Saca un pañuelo limpiándose el sudor de su rostro para parecer más competente guardando la tela en su bolso hasta que se detiene buscando a la persona con la que se reunirá. Sus ojos pasean por todo el sitio con interés, hasta descubrir a alguien que en el lugar no había visto nunca. Es demasiado observadora como para que ese cabello rubio le pase desapercibido y mucho menos, esos rasgos tan bien definidos, como si los cincelaran a mano. Por un instante piensa en la estatua que dejara en el Louvre y la apariencia de este hombre que no tiene nada qué envidiarle al modelo. Tiene un aura de poder que es palpable, con una gracia otorgada por las musas, elegante aunque ese adjetivo se contrapone con uno que se inserta en su estómago como una advertencia para no moverse y es el de depredador. Ni siquiera en el burdel sintió un aura tan sexual como la que este hombre emana, haciendo que se sienta tan femenina en respuesta a su agresiva masculinidad.

Siente la necesidad de extender la mano y sentir su tacto, al mismo tiempo, su cuerpo se niega a moverse un ápice. Es como si estuviera en presencia de un gran felino, uno que le incita a la fascinación de no ser porque sabe cuán peligroso es, como desate su ira. Su mente se niega a seguir admirando al sujeto, le presiona para avanzar. Es su cuerpo que, al igual que los otros humanos que inconscientemente están a mesas a la redonda de él, se niega a dar un solo paso por lo que la orden de la mente es respondida de forma débil por sus piernas que terminan cayendo en su afán de mantenerse a resguardo. Se queda sorprendida al sentir más que ver, cómo sus rodillas golpean el piso haciendo que los papeles caigan desperdigados a su alrededor. - ¡Por las Fate! - invoca a las Moiras porque sólo ellas harían que sus piernas tuvieran esta reacción. Asombrada todavía de lo acontecido, extiende las manos para recoger sus pertenencias con el gesto de incredulidad y fastidio reflejado en sus bonitas facciones. El desconocido la ayuda a recuperar la vertical, si sentado es un héroe, de pie es un semidiós. Cada parte de su cuerpo es cubierto -si así podría decirse a cómo la tela se aprieta contra su musculatura- de forma precaria denotando una constitución física que el propio David la envidiaría a pesar de sus rizos bonitos y su rostro bien definido.

Y su altura, ¡Por los Dioses! Es más alto que ella y eso es decir mucho. Con su metro ochenta y uno de estatura, pocos hombres pueden rebasarla de tal manera. La esencia del hombre es más fuerte con la cercanía. Se le instala un nudo en la garganta y siente un hormigueo justo ahí donde puso la mano para ayudar a levantar su cuerpo. Le observa agacharse con movimientos elegantes, casi felinos, recogiendo sus papeles y libros. La espalda es poderosa, ancho de hombros, crea una línea bastante agradable. Y las piernas, si algo le gusta a Becca, son las piernas y las manos de un hombre y éste tiene justo las más perfectas extremidades que jamás hubiera visto en la vida. Miente, las vio, sólo que en estatuas de Grecia y Roma. Su voz es bastante hipnótica, como todo él. Su tez tostada por el sol, como un bronceado que recuerda al sol de los Campos Elíseos y el Parthenon. - Sí, estoy bien, gracias por ayudarme - sus ojos podrían cruzarse en una mirada de no ser por las gafas oscuras que él utiliza. Es extraño ver a un hombre con un accesorio así, aunque se han puesto de moda a últimas fechas. - es Becca. No Bec. Es Becca, de Rebecca - aclara con tono catedrático como si estuviera explicando la diferencia entre Athenea y Minerva. Eso parece demasiado para el hombre que se queda en silencio, casi como una estatua sin movimiento. Y aún así, es igual de peligroso. ¿A quién le ha enviado esta vez Demetrius?

Le sigue cuando él coloca los libros en la mesa en la que se encontraba antes de su genial acto de aparición. Más bien, su acto aparatoso de torpeza. ¿De cuándo acá es tan patosa? Se resigna tomando asiento escuchando la excusa del joven que no aparentaría más de veintiséis años, de no ser por las gafas y la manera en que se desenvuelve como si fuera de la época del mito, hipnotizando sus sentidos. - Es normal, a Demetrius le molesta in extremis que me juzguen por ser mujer o por mi juventud, así que tiende a enmascarar las circunstancias de mi imagen. Un placer, Ash, puedes llamarme Becca - sonríe un poco para aparentar formalidad y amabilidad. - De acuerdo, entonces que sea un café con unos panecillos, por favor - pide a la camarera cuando se acerca a la mesa, acomodando con cierto fastidio sus documentos, sobre todo las notas, poniéndolas en orden con pasmosa eficiencia. Odia que le suceda ésto. Alisa una de las hojas dobladas para meterla en el interior de la libreta. No le pasa desapercibida la mirada que la chica le da a Ash, como si quisiera valorar si una mordida no le provocará una gran herida de esas manos de gigante que tiene. Se sonríe un poco con sarcasmo. A veces, las hormonas revolucionan tanto los cuerpos, que es imposible concentrarse en la labor. Algo que a ella no le sucede, por más que trabaje en un burdel como prostituta, no ha encontrado a un hombre que le provoque ese cosquilleo. Deja todo arreglado paseando la mano ahí donde aún puede apreciar el tacto del hombre. ¿Por qué? Hace a un lado los pensamientos para concentrarse en el semidiós ante ella.

Abre la boca sorprendida por lo que le dice. ¿Es un doctor en historia griega antigua? ¿Un doctor? Parpadea para después, reír divertida escuchando el resto de las palabras. - Demetrius nos ha entrampado al parecer. A veces siente que es hijo de las Moiras y entrelaza los destinos a su conveniencia. Me comentó en su carta que venía por información, no que se integraría a mi inexistente equipo de investigación - se queda en silencio cuando la camarera trae el pedido sonriendo con efusiva y hormonal apariencia al hombre que, para la complacencia de Becca, ni se digna a mirarla demasiado más que para darle un somero "gracias" haciendo que la otra se vaya casi ofendida, no sin antes mirar a Becca de una manera que desearía tener el escudo de Perseo. Cuando se aleja, le sigue con la mirada - no me sorprendería que fuera Medusa en carne y hueso, de no ser porque los ofidios están fuera de su cabellera y su mirada todavía no transforma en piedra - se quita una mancha de polvo de su enagua con la mano antes de mirar a Ash.

Se queda pensando unos instantes - tienes demasiada información sobre mis ocupaciones. Si no fuera por tus credenciales y porque vienes recomendado de Demetrius, pensaría que es una broma. No te ofendas, así como esperabas a alguien diferente, ese mismo sentimiento está en mi interior. Veamos qué tanto puedes ayudarme, traduce ésto - busca con rapidez entre sus notas sacando una de éstas con un grabado casi reproducido a la perfección de no ser porque ella completó la escritura con su experticia en dibujo y se lo pone frente a él - necesito a alguien que de verdad tenga conocimientos muy específicos. Además de alguien comprometido con la causa porque hay ocasiones que sigo trabajando a la luz de las velas - dando a entender que sale demasiado tarde en tanto sigue catalogando todo. Espera con paciencia a que este hombre observe el grabado que estaba en la primera urna que encontrara al abrir el paquete, recordando la ocasión como si fuera ayer.

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Mensaje por Acheron Dom Sep 16, 2018 3:16 am







Angustiado ante la ausencia de respuesta de sus poderes de telepatía con la joven frente a él, amplió el rango de escucha a todos los presentes en aquel café. Podía escuchar los pensamientos de todos y cada uno de ellos, excepto los de Rebecca. – “¿Cómo es eso posible?” – Seguía cuestionándose a sí mismo al tiempo que ella hablaba, mencionando a la Moiras. La simple mención de las tres pequeñas brujas en su presencia, era suficiente para irritarlo, eso aunado al desconocimiento en el fallo de sus poderes, comenzaba a tener un efecto peligroso en su temperamento.

Con la llegada de la camarera a dejar el pedido, Acheron cejó en su intento por hurgar en la mente ajena, y simplemente esperó a que hiciera su trabajo para agradecer el servicio y dejarla marcharse sin ninguna otra solicitud. Sin ser consciente de lo que acababa de ocurrir con la joven trabajadora del café y su acompañante, no comprendió lo que ella quiso decir por lo que ignoró por completo el comentario.

Tomó el dibujo que había sido puesto frente a él sobre la mesa antes de preguntar. – ¿Y qué esperabas encontrar, Rebecca? ¿Un hombre anciano y regordete de pelo canoso? Lamento decepcionarte. – Cuestionó, sin haber puesto aún la mirada en el dibujo. – Aunque dudo las Moiras alguna vez tuvieran hijos, ¿Cómo tenerlos para luego cortar el hilo de sus vidas? Sería enfermizo si lo hicieran. Es evidente que Demetrius jugó con nosotros. A mí me dijo que eras hombre, a ti que yo venía por información. – Comentó antes de por fin mirar el papel en sus manos.

Nunca se sintió tan agradecido de aquel maravilloso invento chino del siglo XII. Los cristales de cuarzo ahumado sobre una montura especial, cubrían sus ojos y evitaban que fueran del todo visibles desde el exterior. De no haberlos llevado puestos, Rebecca habría podido ver la expresión pasmada en sus arremolinados ojos mercurio. La urna allí representada era usada en ceremonias realizadas a los dioses en su época. En ellas se vertían ofrendas de acuerdo a las peticiones que cada quien hiciera al Dios a quien se dedicaba oración. Los pasmoso del dibujo no era la urna en sí misma, sino el nombre grabado en ella.

Acarició las letras en el dibujo. – Ryssa. – Pronunció para que fuera escuchado por su acompañante. Tal y como había temido, la ciudad encontrada en el mar Egeo no era el famoso imperio perdido, era Dydimos. Con más razón ahora debía permanecer cerca de aquella mujer y sus investigaciones, tendría que eliminar toda prueba de su existencia en aquel lugar, toda prueba de su pasado. Sería mucho más sencillo deshacerse de ella, claro, pero si no era Rebecca, otro le sucedería, y la carnicería nunca acabaría. Alguien, en algún momento, lo desenmascararía. Lo más prudente sería eliminar la evidencia y, en el peor de los casos, borrar algunos de los recuerdos de la chica.

– Ryssa era un nombre griego de mujer. Por la elaboración de la urna y la delicadeza del grabado, debió ser una mujer muy pudiente. Probablemente de la realeza. – Le explicó entonces el uso que se le daba a aquel tipo de objetos en su época, aunque intuía que algo de eso debió haber imaginado. – Es increíble la forma en que se ha conservado. – Aquello lo dijo casi sin querer, pensando en su difunta hermana. – Este tipo de tallado es muy antiguo, esta urna debe haber pasado unos once mil años bajo el mar. – Dio un último vistazo al dibujo antes de devolvérselo.

Sopesa las palabras de la joven antes de asentir. – No encontrarás muchas personas que actualmente puedan leer ese griego, Rebecca. Y dudo que consigas a alguien más interesado que yo en esta investigación. – Le dice sin más, tomando sin pedir permiso el resto de sus notas, y dibujos. Entre ellas no consiguió mucho más que pudiera ser de su interés, pero sí algunas cosas que podrían alterar la visión del mundo respecto al pasado. La Dydimos en la que él había vivido era una ciudad muy avanzada, casi tanto o quizá más de lo que se encontraba el mundo actualmente. Todos esos avances habían sido destruidos, dejando a la tierra en la edad de piedra nuevamente, y él ni siquiera podía recordar cómo había sucedido.

– Antes de decirte algo más, o dejarte continuar con esta investigación, tienes que saber que mucho de lo que vamos a encontrar podría cambiar la perspectiva del mundo de lo que era el pasado, y eso podría a su vez alterar el futuro. ¿Entiendes lo que significa? – Cuestionó, pero antes de dejarle decir algo, continuó. – Lo que quiero decir es… Por más que quieras causar un impacto, hay cosas para las que la humanidad no está preparada. Hay cosas que no pueden salir a la luz, que deben permanecer ocultas. – La chica era joven, sí, pero esperaba que lo suficientemente inteligente para entender qué consecuencias que podrían acarrear sus actos.

– Todo ocurre por una razón, incluso los desastres naturales que pudieron haber enterrado esta civilización en el mar por milenios. Estamos retando a los Dioses al traer esto a la superficie, pero debemos actuar con cuidado. – Culminó la advertencia, esperando que asintiera antes de comenzar a explicarle algunas cosas de lo que veía en sus dibujos. Había allí un objeto que cumplía las mismas funciones que las teteras actuales, otro que, por medio de agua hirviendo, servía para alizar las arrugas de las prendas de vestir, entre otros varios que, para la edad de piedra en la que se suponía que habían sido creadas, eran inconcebibles para la humanidad.

Él mismo se había sentido tentado de reinventar algunas de esas cosas cuando se vio rodeado por un mundo en el que los humanos caminaban nuevamente descalzos y escasamente vestidos por pieles de animales y otras prendas hechas con hojas de algunos árboles, pero él ya no era un mortal, no podía interferir tanto en el curso de la historia, por lo que algo que había sido para él tan común como la tela o el calzado, no había sido reinventado sino hasta unos cuatro o cinco mil años más tarde.

Curioso por todo lo que traía consigo la joven, tomó esta vez un papiro que parecía bastante antiguo también. Al abrirlo descubrió escrituras en un griego que debía provenir de la edad de bronce, unos tres o cuatro mil años en el pasado. Lo extendió, incrédulo, frente a ella. – Esto. ¿Puedes leerlo? – No era imposible. A la fecha ya se habían realizado muchos descubrimientos de aquella época y, dado que el “griego antiguo” allí plasmado, era similar en muchos sentidos al actual, se había logrado una traducción bastante buena, lo que le sorprendía era que alguien tan joven como ella pudiera leerlo. Se debía tener buen conocimiento de la lengua actual antes de pasar a leer aquellos símbolos, a menos que fuera griega, lo veía improbable, aun con un tutor griego como Demetrius le tomaría algunos años aprenderlo.

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Mensaje por Laylah Rebecca Michaellis Mar Sep 18, 2018 7:40 am




Sorpresas





Un encogimiento de hombros es la respuesta a su pregunta, le da igual si es canoso, gordo, feo, lo único que sí sale de sus labios es una prolongada y fuerte exhalación - mayor, eso es lo que esperaba, un hombre mayor. Los demás adjetivos son inútiles porque no me importa su apariencia, ni que fuera a comprometerme con usted - pareciera repetir lo que le dijera a alguien. En la mente de Becca, está su madre reclamándole por qué no se fija en los demás hombres guapos que están en su museo o bien, en la universidad. Si hay algo en esta vida con lo que está comprometida, es con su trabajo y su dedicación para la mitología griega, sobre todo, la atlante. Esta escritura que busca saber si él puede leer, es demasiado antigua para ser real, ni siquiera se acerca a la Edad de Bronce, que es la que su padre le enseñó cuando vio que necesitaba aprender para su trabajo. - Y notará que soy difícil de decepcionar, quizá porque no soy de esta época, dice mi padre - lo cual es cierto. Tiene una manera de juzgar a las personas con facilidad y saber qué esperar de cada una.

En lo que respecta a este "Ash", hay algo en él que la obliga a no confiarse demasiado. Le parece muy extraño que siendo tan joven, esté tan interesado en su investigación al grado de querer trabajar con ella e ir con Demetrius para que él lo enlazara. Tamborilea los dedos en la superficie de la mesa, si es justa, reconocerá que su mentor los metió a ambos en la misma bolsa, como si supiera exactamente que sus caminos deberían unirse - ¿Eso impidió a Zeus tener a Perseo o a Teseo? ¿La sapiencia de que morirán? Si usted fuera un Dios del Destino, ¿Se negaría a tener hijos sólo por miedo a cortar los hilos? A Zeus no le importaba tener hijos o violentar sexualmente a las mujeres, siempre y cuando satisficiera su apetito. Si como resultado de tener sexo, quedaba embarazada, ¿Qué iba a hacer? ¿Matar al hijo? Ese pensamiento de no reproducirse por miedo al destino o a la muerte, no es propio de un dios, pero sí de un humano que teme al Hades. En el peor de los casos, los dioses verían a sus hijos en los Campos Elíseos, ellos jamás los perderían - se muerde la lengua para dejar de dar cátedra, justo cuando vuelven con su pedido agradeciendo por la interrupción. Estas conversaciones la matan. Además del hecho de que a veces es demasiado emotiva con sus enunciados y ahora tiene las miradas fijas de más de dos personas que están escandalizadas porque usó la palabra "sexo".

¡Jesús, María y José! ¡Qué desacato a la decencia! Ignora a los que se santiguan con la misma eficiencia con que pone azúcar en su café y le da un trago para disfrutar de su fuerte sabor y del aroma que le llena las fosas nasales. - Mi reino por una taza de café - confiesa con una expresión de satisfacción que nadie le puede quitar. Alarga la mano para tomar un bollo cuando lo escucha traducir sin problema alguno la palabra en la urna. Su fina ceja izquierda se levanta con sorpresa. Es ese acento de un griego demasiado antiguo y al mismo tiempo tan sensual al oído, lo que le obliga a distraerse por completo del bollo. ¡Su madre se reiría de ella al saberlo! Si hay algo en lo que se le reconoce a Becca, es porque su pasión a la comida se equipara a la de la búsqueda de la Atlántida. Que se haya distraído de uno de sus panes favoritos, tienes su chiste.

La explicación de la urna es algo que ya sabía, que intuyó desde el mismo momento en que la comparó con otras, la diferencia es que la de "Ryssa", tenía un grabado cuyo idioma no entendía y este hombre había traducido como si fuera demasiado fácil. - ¿Qué tipo de griego es? Y no puede tener más de once mil años esta urna, a menos que perteneciera a la Atlántida - rezonga con el mismo tono sarcástico -algo no compartido- que le dijera su jefe en el Museo del Louvre. - Si fuera así, estaría reescribiendo la historia y tendría que mandar un equipo de investigación mucho más grande que el que se encuentra allá - se queda meditando en tanto sus ojos revisan el trazo que él le devuelve.

Como si fuera dueño de sus investigaciones, mete mano en todos los documentos que trae, revisándolos como si estuviera acostumbrado a hacer su voluntad y familiarizado con los textos que se encuentran ahí en unión de los dibujos de algunos objetos encontrados - Ni siquiera el profesor Julián Alexander puede entenderlos y eso que es una eminencia - tamborilea los dedos nerviosa de nuevo contra la mesa, termina por agarrar el bollo y darle una mordida con el estómago exigiendo comida. - Ahora, muéstrame qué sabes antes de considerarte dentro - recalca categórica con firmeza en sus actos. Entiende que él es versado al menos en las escrituras que le mostró, sólo necesita el cuadro completo.

Va analizando con él las diferentes muestras que trae dibujadas, intercambiando opiniones sobre algunas de ellas porque Becca no es de las que se quedan en silencio escuchando todo lo que los demás tienen por decir, sin dar su opinión. Reconoce que es muy acertado en sus enunciados, que tiene la sapiencia que desearía en un colaborador. Por ese lado, van bien. Es su presencia la que le incordia. Tiene un aura de depredador que va con cada movimiento que realiza con esas manos grandes que no tienen nada que ver con al de un historiador y un académico. ¿Por qué? Los callos en sus palmas. Eso la hace desconfiar y pensar que no podrá dejar solo a Ash con toda la muestra. ¿Qué tal si es un ladrón de esos que tanto temen los miembros del museo y ella lo está metiendo justo en el más grande descubrimiento de la historia? De sólo pensar en las piezas siendo vendidas al mejor postor, le da urticaria.

Le ve tomar el papiro que con ayuda de su padre, tradujera en su tierna juventud y que atesorara como el mayor cofre del tesoro antes visto. Es por toda la dedicación de Jonas en sus ratos libres, tan escasos en esos momentos, que lo cuida tanto. Alza la mirada hacia su rostro incrédulo y por toda respuesta, toma el papiro para extenderlo, revisando una parte del mismo para señalar por encima de las fibras una línea y recitarla en voz alta con esa cadencia de quien no sólo sabe el idioma, si no la entonación y la pronunciación dignas de quien lo vivió - y en los tiempos antes de la luna, la polis que descansa en medio del Mar Egeo, tiene un realce sobre las demás - baja el dedo al azar para continuar leyendo - el comercio era realizado teniéndola de punto de encuentro - vuelve a tomar otra línea más abajo - los hombres intercambiaban con las monedas acuñadas para diferenciar el trueque del comercio formal - continuó al final del texto y ahí sí le miró a los ojos - la Atlántida era entonces, el centro de todo. Como el corazón de los hombres, la polis tenía su lugar en el mundo - golpetea la mesa tomando el café para darle un trago.

Deposita la taza sobre el plato llevando su siniestro codo a la mesa para apoyarlo en tanto su boca se apodera de su pulgar mordisqueando su larga uña pensativa - me parecería que tiene las bases para colaborar conmigo. El sueldo sería raquítico, ni yo gano lo que debería porque ésto es una investigación que el museo está siguiendo sólo porque los artículos vienen de una exploración en el Mar Egeo y piensan que puede tener valor. El horario es brutal, dependiendo de lo que se vaya a clasificar y cada dos meses traen más muestras - se masajea la nuca decidiendo. Él la desconcentra, cada movimiento que hace la hace más consciente de su atractivo sexual, es como un tigre encerrado en piel humana. Le incordia porque ella está para trabajar, no para estarse fijando en lo bien que le queda la levita y en sus grandes manos. Atrapa su lóbulo de la oreja con los dedos pulgar e índice restregando y apretando la tierna piel. - Me parece raro que usted esté tan interesado en ésto, necesitaré que me mande sus credenciales, así como cartas de maestros y colaboradores para estar segura de que estoy haciendo bien al contratarlo - confiesa con tono neutro.

Ash es un enigma por sí mismo. - Lo que es seguro es que hablaré con los miembros del consejo para que le contraten y me pueda enseñar este griego. ¿Dónde lo aprendió? Ya le dije que nadie puede traducirlo con la facilidad que usted tiene y mucho menos pronunciarlo como nativo - sigue dudando, mientras menos hable, más reservas tendrá con respecto a él - por hoy, me parece suficiente esta entrevista - toma sus documentos acomodándolos con orden en su carpeta. Es pulcra con sus libros ordenándolos por tamaño e incluso, volteando algunos en forma horizontal y no vertical para que formen una montaña compacta y estabilizada. - Me llama la atención su conocimiento, Ash, sólo que desconfío de la persona. Odiaría contratar a alguien que me traicione porque ésto, a pesar de lo que usted pueda considerar, es mi vida. Es parte de mi persona. Y si alguien intentara hacer cualquier cosa para dañarlo, me lo tomaría personal - culmina con tono muy serio, dejando todo en orden, tomando la taza para terminar el café dejando un asiento de líquido oscuro. Con la servilleta, limpia las migajas del pan que se cayeron contra la mesa, dejándolas caer sobre el plato ahora vacío del bollo. Una vez limpio el lugar, se palmea las manos para quitarse el excedente de cualquier polvo o migaja para mirarlo fijo - así que, le espero en una semana en el Museo del Louvre, en la sala de antigüedades griegas. No va a perderse, sólo diga que va con Becca, la loca de la Atlántida y le guiarán - sonríe con cierta petulancia a pesar de que sus palabras la desmeritan.

Para ella, es un honor que la identifiquen así. Cuando tenga todos los elementos para sacar a la luz sus conocimientos, los demás tendrán que buscarse una silla porque caerán de culo. ¡Oh sí!

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Mensaje por Acheron Mar Sep 18, 2018 3:04 pm







Una gruesa ceja se levanta graciosamente debido a su incredulidad. No solo no podía saber lo que pasaba por la cabeza de esa mujer, ¿Ahora también resultaba que no se le lanzaba encima queriendo tocarlo, como tantos hombres y mujeres hicieran durante toda su milenaria existencia? Esa mujer estaba resultando ser uno de los acertijos más interesantes con el que se había conseguido alguna vez. Resultaba refrescante, a la vez que frustrante, no escuchar cada palabra que pensaba y lo mucho que deseaba “una mordida” de él. ¿Acaso había algo mal con él, con sus poderes?  

– No me has comprendido. – Comenzó, antes de aclararse la garganta. – Zeus no era quien cortaba personalmente los hilos de la vida. Las Moiras, sí. A eso me refería. – Por supuesto que todos los dioses habían tenido hijos, y los habían visto morir, pero no se imaginaba a ningún padre que amase a su hijo, siendo quien provocase su muerte. Además, como Destinos, deberían tener prohibido tener descendencia. ¿Qué clase de futuro podrían deparar a los mismos teniendo semejantes madres? Sería injusto para el resto de los mortales, como él, a quienes les había tocado una vida asquerosa. Al menos ese era su pensar, pero deja ir el tema tras aquella aclaración. No necesitaba más de los Dioses del Olimpo. Ryssa, su hermana, había sido vendida a Apolo a cambio de su favor en la guerra, y él… Bueno, él todavía no sabía cómo había terminado bajo los hechizos de Artemisa.

Sin duda debía haber algo mal en él esa tarde. Se había removido, incómodo en su lugar, antes de traducir, al verla llevarse la tasa de café a los labios. Su miembro había reaccionado de manera poco habitual, dejándole una dolorosa erección en los pantalones. La última vez que había deseado con esa fuerza a alguien, había sido al menos diez mil años atrás, a Artemisa, antes de descubrir que ella había estado involucrada personalmente en los eventos que llevaron a su muerte. Verla comerse aquel bollo no ayudó tampoco, cada vez que mordía el pan podía imaginarla con su pene en la boca, y eso no le hacía nada de gracia.

– Sí puede, y los tiene. Y no es Atlante, Rebecca, la urna es griega. Antigua y provincial, pero perteneciente a Grecia, al fin y al cabo. – Le informó, y bufó ante la mención de Julián Alexander, viejo amigo, si así podían considerarse. Lo cierto es que eran colegas, de cierto modo. Julián nunca había sido un DH, pero ocasionalmente a través de los años se habían encontrado en el camino. Antes, claro, que dejara de luchar y se casara con Grace, quien lo había convencido de buscar un trabajo “menos peligroso”.

Escucharla hablar en griego antiguo provocó que su erección se hinchara más, si era eso posible. Maldita mujer. Su pronunciación era perfecta y voz rítmica, erótica. Le hizo preguntarse cómo sonaría al calor de la entrega, pronunciando su nombre mientras él se hundía en su cálido interior. Y apenas calló, volvió a llevar la tasa a sus labios. Aquello tenía que ser una broma. ¿Acaso Artemisa había descubierto una nueva manera de torturarlo? ¿Sería posible que ahora poseyera el cuerpo de humanas para tentarlo a follársela como había hecho antes? La idea lo asqueó, y la apartó de golpe. Ahora entendía que, como Demetrius, Rebecca debía haber nacido en Grecia también, aunque no lo habría adivinado por su nombre.

– La paga no me interesa, puede incluso no pagarme, si lo desea. – Era el horario lo que le preocupaba un poco, tenía muchos asuntos que atender, sus días eran larguísimos y, aunque no necesitase dormir propiamente, un descanso cada cierto tiempo no le venía mal. – No entiendo tu sorpresa. Tú también muestras mucho interés en esta investigación, y eres menor que yo. Lo que es raro aquí es, ¿Por qué te interesa a ti? Sí, puedo ver que eres griega, yo también lo soy. Nací escuchando ese griego, se puede decir que es mi lengua materna. – Responde vagamente a su vez, la pregunta que le hiciera. – Y todo lo relacionado con la cultura de la que me vi rodeado desde nacer me interesa. – Aunque la verdad era que, más que interesarle, dado que ya la conocía a la perfección, le preocupaba. Lo que le interesaba realmente era la Atlántida, y de esa no había ni señales.

– Es una pena que desconfíe de la única persona que la puede ayudar. Y me temo que le quedaré debiendo mis credenciales, ya que no las tengo a la mano. – Bufó nuevamente ante la exagerada expresión en la que declaraba que aquella investigación era su vida, cuando no debía tener más de 20 años. Era una niña aún, una criatura en pañales, si le preguntaban a él. Si esa investigación desaparecía, ella lloraría unos días y luego se repondría, en cambio, si algunas cosas de esa investigación se publicaban… No quería ni imaginar lo que pasaría. Los cazadores oscuros perderían todo respeto por él, y su vida tal y como la llevaba se iría por el caño. Once mil años de partirse el culo por la humanidad se veían amenazados.

Se puso en pie finalmente y, tras dejar las monedas necesarias para pagar por el pedido de la joven, mete ambas manos en los bolsillos de su pantalón. – Si le preocupan tanto dichas credenciales, tendrá que buscar a alguien más, quizás alguno de sus profesores pueda ayudarla a conseguir otro traductor de ese griego. – Aquello, de cierta manera, era una burla. – Por mi parte, yo buscaré la manera de entrar en la investigación por mi cuenta. Así que, nos veremos pronto. – Con el paso ligero y despreocupado, se alejó finalmente de ella. Ahora que sabía que la investigación se llevaba a cabo en el Museo del Louvre, sería mucho más sencillo entrar. Y sería el mismo Julián quien lo ayudase, seguro que tendría algún otro contacto adentro que pudiera hacerle la conexión. Al día siguiente, se prometió, y así lo hizo.

Tal como planificase, al día siguiente se presentó en la Universidad, cual estudiante, en el cubículo de Julián a primera hora de la mañana. Quien, tras algunas viejas bromas, le preguntó en qué podía ayudarlo. – Necesito entrar en la investigación que se está llevando en el Museo del Louvre. Creen que es la Atlántida, pero se equivocan, es una antigua ciudad griega. Pensé que podías tener contacto con algún directivo del museo. – Le comentó, ante lo que surgieron más preguntas, las cuales ignoró campalmente. – ¿Conoces a alguien o no? – Julián comprendió entonces que estaba rebasando el límite y simplemente asintió.

– El líder de esa investigación era Demetrius Kana, un colega. Debido a su enfermedad, se han planteado la posibilidad de poner en su lugar a su ayudante y estudiante. Una joven brillante, si me preguntas. Pero claramente le falta tu experiencia y conocimiento. ¿Qué quieres? ¿Simplemente entrar, o…? – Preguntó, dejando abierta cualquier posibilidad según lo que Ash quisiera. – Me apena por la chica, pero no puedo arriesgarme. Hay mucho en juego esta vez, Julián. Necesito estar a cargo, lo más pronto posible. – Le respondió, sin comentar que ya sabía de Demetrius o que había tenido una reunión con Rebecca que no había acabado del todo bien.

El rubio de unos treinta y tantos aparentes volvió a asentir y escribió en un papel una nota, que culminó con su elegante firma. – Busca al encargado, dile que vas de mi parte, y entrégale esto. Te pondrán a cargo de la investigación sin dudar. – Ash recibió el papel en el que Julián lo recomendaba como estudiante propio y se hacía responsable por cualquier inconveniente causado. Lo apreció sinceramente. – Gracias, Julián. – Le dio un apretón de manos a modo de despedida y salió de su oficina, pensando sin querer en Rebecca y en lo mucho que lo odiaría por quitarle el liderazgo en su investigación. Es mejor el odio de una chica a la que no conocía ni le importaba, que el desprecio y la burla de todo su equipo, se convenció rápidamente ante de dirigirse sin demora al Museo.

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Mensaje por Laylah Rebecca Michaellis Mar Sep 18, 2018 5:45 pm




En ocasiones, hay que cavar

para encontrar la salida a los problemas.





¿Por qué cuando habla pocos pueden escucharla realmente? No oír lo que tiene que decir, si no escuchar. Por supuesto que sabe que las Moiras, también llamadas las Parcas o las Fata (Cloto, Láquesis y Atropos) son las hilanderas del destino. Que es Atropos quien corta los hilos del destino y no Zeus. Estaba intentando darle una visión diferente de lo que él decía, sin que le funcionara por supuesto. ¿Cuándo han prestado atención a lo que dice otras personas que no sean sus padres o Demetrius? Nadie, por supuesto. Se resigna a ésto, a que sus palabras sean malinterpretadas como si una de las musas, la de la elocuencia, se hubiera olvidado de darle un poco de ese don que ahora tanto necesita porque se siente como una alumna que fue regañada a mitad de la clase y no como una "experta" como algunos pretenden que lo sea, como su mentor.

¿Cuándo dijo ella que la urna era atlante? Otra de sus frases mal escuchadas. Y si tenía la antigüedad que él decía, entonces sí que estaba en un problema mayúsculo. La actual sociedad no se regía por los hechos, si no por un libro llamado "la biblia" y como tal, muchas de las culturas más antiguas no estaban en ella descritas. Hacer notar a los estudiosos que tenía una vasija más antigua de lo ya datado y clasificado crearía una confusión total y una disertación que tardaría décadas en corregir el hilo de la historia. Ni decir que la iglesia la perseguiría por hereje al mencionar algo que estaba en contra de las leyes naturales, es decir, la verdad que ellos esgrimían como si fuera la única. Son demasiadas las connotaciones que esa simple vasija trae consigo como para que las tome a la ligera. Frunce los labios con preocupación.

Su lógica es aplastante, tiene razón lo que él dice, ella también está interesada en la historia porque es parte de su cultura, es una idea romántica que nació con un regalo de su padre hace tantos años que acepta su razonamiento. ¿Por qué entonces le tiene tanta desconfianza? Es su instinto el que la hace pensar una y otra vez lo acertado que está y que ella en lugar de aceptar, quiere ir en sentido contrario a donde él se mueva. Está hastiada de ésto y eso que no lleva ni media hora con él. Podría pensar que es ese atractivo tan brutal, tan descarnado que la pone en aprietos. Le reconoce que así como la atrae, ella misma lo repele. No desea tener a otro hombre con tal aire sexual que le impida pensar en lo que necesita: terminar la escuela y asentarse en un buen lugar para trabajar y tener el dinero para mantener a su familia. Su padre ya no puede caminar y su madre necesita cuidarlo. Todo recae en ella.

Mantiene el silencio hasta que por fin puede hablar - me interesa porque crecí como tú, con ella, en cada poro. Y la investigación de Demetrius sólo incrementó mi pasión por ésta. Desearía dilucidar la verdad de la mentira - en parte es eso. Quiere sacar la verdad a la luz, que todos puedan disfrutar de ésta, que los muertos en la Atlántida puedan descansar en paz sabiendo que existieron y que alguien puede ofrecerles un respiro y un aliciente de que su historia no fue pasada por alto. Si tenían tantos adelantos, ¿Por qué el mundo debe prescindir de ellos? - Y lo lamento, necesito sus credenciales, no me sirve que sólo venga por recomendación de Demetrius - ni por asomo le dirá que es porque el Museo las exigirá. No verlo más sería la mejor de las opciones, así tenga que picar piedra para aprender ese idioma. Y ahora que lo piensa, quizá Julián Alexander pueda auxiliarla en ésto, tal cual este desconocido lo propone. Si él, tan joven, sabe hablar este idioma, seguro que alguien más puede hacerlo. Sólo debe buscarlo.

Le ve partir con un peso en el pecho como si se fuera la varita mágica que todo lo soluciona. Se queda sentada durante unos instantes meditando, hasta que decide continuar. Si él no apareciera antes en su vida, no esperaría que le cayeran las manzanas antes de hacer compota. Se pone en pie para ir a su casa, estudiar lo que le queda de las anotaciones y tras eso, arreglarse para ir a la "fábrica". La noche en el burdel es movida, se da cuenta de que le está quedando poco del elixir que la hechicera le diera. Tendrá que ir a comprar más. Y de paso, como está cerca, prepara sus cosas para ir a donde Julián Alexander que de seguro sabrá a quién más contactar para que puedan leer este idioma extraño. Confía en el treintañero, quien es demasiado atractivo para ser verdad, con ese bronceado perenne en la piel, un par de ojos fantásticos, una musculatura divina y lo mejor: ¡Tiene esposa e hijos! Por lo que no puede enamorarse de él y es un hombre que ama a su mujer, por lo que le respeta y le ayuda cuando lo necesita. ¡Más seguro ni el candado!

La mañana siguiente, aprovecha que tiene pocas clases en la universidad y que son en la tarde, para ir hacia la oficina de Julián Alexander sabiendo que después de eso, tendrá que ir a con la hechicera para que le dé el siguiente brebaje. Cuando llega, observa que tiene la puerta cerrada lo que significa que está atendiendo a alguien. Se queda esperando afuera en silencio, educada como corresponde. Cuando se abre la puerta, gira el cuerpo para saludar al maestro cuando mira salir a un gigante de dos metros de altura. Su boca se abre gigante como si no supiera qué demonios está haciendo aquí. - ¿Ash? - parpadea como si estuviera soñando despierta otra vez, la diferencia es que él no se desvanece. Mira hacia el interior, donde el nombre pronunciado por una mujer causa la curiosidad de Julián que sale también de la oficina mirándola - ¡Becca! ¿A qué debo el honor de tu visita? - la mujer mira a uno y al otro - sólo venía a preguntarte algo, Julián y me encontré al caballero. Demetrius me lo envió envuelto para regalo para que fuera parte del equipo de investigación - el catedrático mira a uno y al otro.

- No me dijiste que conocías ya a Becca, Ash - su tono es censurable al tiempo que la mujer desvía su mirada al gigante. - Seguro porque no tiene importancia para lo que necesitabas saber. En fin, respecto a los manuscritos que te traje la última vez, ¿Conoces a alguien que pueda traducirlos? - Julián señala a Ash haciendo que Becca ruede los ojos - ¿Aparte de él? - niega con la cabeza. - No me lo creo, Julián. Tienes demasiados contactos para que sólo él pueda descifrar mis escrituras, ¿Alguien que conozcas en Grecia? Puedo mandar a alguien a que lleve los documentos - el catedrático se encoge de hombros - quisiera ayudarte con eso, Becca. Por la amistad que me une a Demetrius y sé cuán es importante para ti terminar la investigación de tu mentor, sólo que si no es Ash, no conozco a nadie más. ¿Por qué no lo platican? Digo, como futuro equipo de investigación - deja caer haciendo que la mujer llene sus pulmones de aire y lo suelte de un solo envío. Se introduce el pulgar en la boca, mordiéndose la uña con ansiedad. - Ya veré qué hacer entonces, gracias Julián, por cierto, salúdame a Grace y dile que luego nos juntamos para tomar el té - se despide mirando al gigante antes de cruzarse de brazos como si meditara la situación y no le viera más salida. - De acuerdo, ¿Qué quieres para enseñarme ese griego? ¿O qué quieres para ser parte del equipo del museo? Si Julián te recomienda, sé que no pondrán pegas por tus credenciales - recapitula porque de lo contrario, perderá la oportunidad de que le den la jefatura de la investigación y ante todo, necesita el dinero aparte del hecho de que odiaría estar lejos de estos descubrimientos - puedo hacerte Loukoumades, Julián las probó y sabe que es mi carta más fuerte - apuesta al máximo, lo que provoca que Julián ría al tiempo que asiente con la cabeza entusiasmado con la idea.

- Eso suena bien, Grace me conquista así y si agregas un poco de romanticismo a la ecuación - eso provoca que Becca niegue con la cabeza - ¡Ni loca! ¿Por qué agregaría eso a la apuesta! Ni que fuera Adonis en persona y aunque lo fuera, no permitiría que este hombre me pretendiera ni por todos los conocimientos del mundo. Tienes razón, fue mala idea, olvídalo, ya me conseguiré a alguien o juro que así sea picando piedra, aprenderé ese lenguaje, con permiso - da media vuelta para irse. ¡Amor por una enseñanza! Eso jamás en la vida. Ni siquiera por alguien tan atractivo como Ash.

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Mensaje por Acheron Mar Sep 18, 2018 9:34 pm







No había dado ni dos pasos fuera de la oficina de Julián cuando se encontró de frente con la mujer que había estado llenando sus pensamientos. Y de pronto no sólo tenía a Rebecca en frente sino a Julián a un lado, una escena en la que él quedó como un tercero, casi como si no estuviera allí a pesar de que hablaban de él o con él, y cada vez que quiso decir algo se vio interrumpido por uno u otro. Al final optó por dejarlos hablar entre ellos y ser simplemente un espectador en el intercambio. Sin embargo, aunque ambos hablaban, la mirada mercurio, oculta tras los lentes, no se apartaba de la joven y cada gesto que ella hacía. En especial, no pasó desapercibido para él cuando se llevó el pulgar a la boca. Se sintió tentado a sacárselo de pronto y ocupar su lugar con el propio, pero no sería apropiado, y menos porque estaban en un lugar público, con Julián presente, así como tantos otros profesores y estudiantes que caminaban por los pasillos a esas horas de la mañana. La boca se le hizo agua y, nuevamente, su miembro respondió ante la erótica visión.

La abierta negativa de ella a cualquier acercamiento amoroso con él, por otro lado, lo baja de la nube de erotismo en la que se había sumergido por un instante, como si hubiera descubierto sus pensamientos y soltado una cachetada para traerlo a la realidad. Al final, la ve irse sin más, sin permitirle si quiera saludar o despedirse. Dejándolo atónito a él y a Julián a su lado. – ¿Qué demonios le hiciste, Acheron? Esa chica es la representación misma de la amabilidad y la dulzura, tuviste que ser muy atorrante para que tenga esa aversión por ti. – Ash simplemente se encogió de hombros, honestamente desconociendo el motivo por el que le desagradaba tanto, pero sabiendo que aquello solo se acentuaría en cuanto ella descubriera lo que acababa de hacer. – Supongo que mi carisma no funciona con ella. – Y ambos sonríen ante el comentario, pues si bien Acheron poseía un magnetismo animal que atraía sexualmente, estaba muy lejos de ser carismático. – Te dejo, Julián. Debo encargarme de que su amistoso trato se haga aún más cariñoso para cuando se entere de esto. – Le dice mostrando el papel en su mano, y alejándose en dirección a la salida.

Camina hasta el Museo sin detenerse en su camino, y hace tal como Julián le recomendara. Pide hablar con el encargado quien, tras leer la nota del tan afamado profesor de la Universidad de París, muestra un brilla especial en sus ojos. Le alegra saber que hay alguien con los conocimientos necesarios para hacer avanzar la investigación con mayor rapidez y le ofrece sin demora la jefatura. Le explica todo lo que tiene que saber de los avances actuales del proyecto, y los horarios que tendría que cumplir dentro del Museo. – Tengo entendido que ya hay alguien además trabajando en esto. – Comenta, queriendo saber más. – Oh, sí. La loca de la Atlántida. Su horario es en la tarde, de una a seis, aunque, bueno, dado que tienes los conocimientos necesarios para continuar donde el doctor Demetrius dejó todo antes de enfermar, yo diría que podríamos prescindir de ella. – Ante aquel comentario, Acheron sintió el enojo aflorar como si hubieran insultado a alguien muy cercano y apreciado. – Por el contrario, aunque podría terminar esto solo, una ayudante no me sentaría nada mal. Y sería bueno si incluso le aumentaran el salario. – Comentó sin más, pero ante la negativa del hombre, se vio forzado a utilizar su persuasión para hacerlo acatar la orden.

Recibió entonces un tour por las instalaciones del Museo antes de ser llevado a la antigua oficina de Demetrius, que conectaba directamente con el depósito donde eran almacenadas todas las piezas que llegaban directamente desde la excavación, por un lado, las que ya estaban clasificadas y, por el otro, las que faltaban por clasificar. El depósito, a pesar de estar en el sótano del Museo, al que solo tenían acceso los empleados, tenía las dimensiones de un inmenso galpón. Y entonces comprendió lo que había dicho Rebecca de los terribles horarios que debía cumplir. Esperaba que, con su ayuda, los avances progresaran de manera más satisfactoria, al punto que la joven no tuviera que quedarse hasta luego del anochecer en aquel oscuro lugar. Antes de ser finalmente dejado a solas con las anotaciones oficiales que Demetrius usaba para dejar por escrito todos los avances al Museo, le dio una última orden al encargado, esa era dejar de llamar a Rebecca “la loca de la Atlántida” y mostrar un poco más de respeto por sus empleados.

Las anotaciones del doctor estaban ordenadamente clasificadas, un grueso libro por cada cargamento de nuevas piezas que habían recibido, y eran siete en total, con imágenes de cada hallazgo y una breve explicación de lo que, se creía, era o decía cada pieza. Ojeó apenas el más reciente antes de adentrarse en el depósito a ver con sus propios ojos los restos de su ciudad natal. No que se sintiera nostálgico, pues no extrañaba nada de aquel lugar. –“Apostolos, m’gios. Nada de ese lugar te representa. No perteneces allí.” – Apenas entró al lugar, la voz cariñosa de aquella mujer llamando a su hijo se dejó escuchar en su cabeza. Y, como siempre, la añoranza lo embargó, deseando ser él quien recibiera cálidas palabras como aquellas. –“Ese no es tu mundo. Esa no es tu vida.”– Continuó ella, sin que él fuera consciente de que el idioma en que hablaba la voz no era francés, ni griego, ni siquiera su griego nativo. Era Atlante.

Suspiró antes de activar de nueva cuenta su bloqueo mental y comenzar a pasearse entre las piezas por clasificar, encontrándose sorpresivamente con un busto a tamaño real de su rostro. –“El de Styxx.”– Se regañó mentalmente, pues él nunca había posado para algo como aquello. Se transportó en sus recuerdos a la época en que aquel no era solo un busto, sino una estatua de su hermano, posada orgullosamente en el centro de la plaza principal de Dydimos. Lucía ligeramente diferente a como se veía él actualmente. Tenía el cabello largo, en suaves rizos que cubrían parcialmente su rostro, seguramente sería muy sedoso al tacto, pues era bien cuidado y mantenido, a diferencia de los suyos el tiempo que vivió encerrado en las mazmorras del castillo, en el que no tenía espacio suficiente para estirar las piernas, mucho menos acceso a un baño. También se veía algo más robusto, pues siempre fue alimentado correctamente. Su hermano no sufrió hambre un solo día de su vida, no sintió ese dolor en el centro del estómago que lo hacía colocarse en posición fetal, buscando alguna forma de menguar la agonía. Apartó entonces la mirada, no quería ver más ese rostro que era a la vez tan igual y tan distinto al suyo.

El reloj marcó la una de la tarde, sin que él hubiera sido consciente del transcurso rápido del tiempo. Se había demorado un par de horas hablando con el encargado, y otras tantas en su incursión por las anotaciones de Demetrius y en sus recuerdos de tantas cosas que le rodeaban y que eran terriblemente familiares. No pasaron más que unos pocos minutos cuando escuchó la puerta del despacho abrirse, suponía que Rebecca había llegado, y no sabía con exactitud con qué humor venía. Si se había encontrado en el camino con el hombre que le diera acceso, así como la llave de aquel lugar, seguro que vendría echando chispas por los ojos, en caso contrario, tendría que ser él quien le diera la noticia. De cualquier forma, caminó a su encuentro, sería mejor enfrentar al demonio lo más pronto posible.

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Digging deeper into the past | Private Empty Re: Digging deeper into the past | Private

Mensaje por Laylah Rebecca Michaellis Jue Sep 20, 2018 8:21 am




Hay días que siento

que debí quedarme en cama.





Si alguien le dijera que tras conocer a Ash, su vida daría un giro de trescientos sesenta grados, se habría reído en su cara porque ella no cree en el destino, si no en que las metas se logran con esfuerzo y dedicación. Ahora, después de su entrevista con Julián y su ida con la hechicera, tiene ganas de matar a alguien cuando llega al museo. Todo parece que sale mal por más que se esfuerce en modificar las consecuencias. Su examen de Grecia antigua fue excelente, de no ser porque le preguntaron sobre un aspecto en el que ella había investigado con antelación en su natal isla y al decir la respuesta, el maestro pareció contrariado por ésta, exigiendo que le diera la de clase. Discutieron y terminó suspendida por no "alinearse a las normas de clase". Al ser un examen oral, no hay manera de que pueda refutar la calificación, si se le suma el hecho de que es una mujer en este mundo de hombres, queda peor posicionada. Eso atrasará su graduación un año más.

Las siguientes dos clases fueron algo parecido, quizá porque sus ánimos estaban por los suelos, se tomó a mal que le dejaran demasiada tarea en una de ellas y que el profesor de la otra, decidiera que necesitan hacer un trabajo en equipo. ¿En equipo? Becca sabe que para eso, tendrá que conseguir a los miembros más estúpidos del grupo para que le permitan hacerlo sola. Así podrá cumplir con la tarea y de paso, no tener que salirse del trabajo para reunirse a hacer nada. Ya sabe cómo son estas labores estudiantiles y si le añaden de nuevo el condimento de "mujer", prefiere tener una nota alta por sus propios méritos que por la "ayuda" de hombres que se creen divinidades y que el suelo no los merece. Además, tiene un pésimo presentimiento. Cuando siente esa opresión en el pecho, mejor quedarse en casa, sólo que esta vez, tiene que hacer de tripas, corazón, porque no puede faltar al museo. Llegará un nuevo embarque y tiene que recibirlo.

Llega al trabajo diez minutos antes de la una, agotada, sólo quiere sumergirse en su mundo onírico de piezas y clasificación de las mismas para relajar los ánimos. Avanza con paso seguro, cuidando de que los tres libros extraídos de la biblioteca no caigan de sus manos. A veces está tan sumida en sus pensamientos que la torpeza hace su aparición. Cuando pasa por la oficina de su jefe, el signore Amadeus, de inmediato sale para llamarle, ¿Habrá pasado algo? Es extraño que la convoque a su despacho, ingresa con una sonrisa - buenas tardes, signore, ¿Necesitaba algo? - el ademán de su jefe señalando la silla le hace pensar que las noticias no son buenas. ¿Para qué va a tomar asiento si no es para discutir algo largo y tendido? Con una agotada exhalación, lo obedece colocando las manos sobre sus piernas para escuchar lo que tiene por decir. - Mire, Michaellis, en el consejo decidimos que deberíamos tener a un hombre como cara al mundo científico a cargo de la investigación de las piezas encontradas en el Mar Egeo. Comprenderá que su apariencia no ayuda en mucho por su juventud y... - cierra los oídos unos momentos a la conversación para mirarse las uñas sintiendo una opresión en el pecho. ¿Eso significa que está despedida?

En tanto Amadeus sigue dando todos los pormenores del por qué no puede estar a cargo de la investigación, entre los que se remarcan su juventud y su falta de título -algo que va a tardar un año más al parecer-, ella sólo puede pensar en sus padres, en que sin este trabajo seguramente Demetrius estará muy decepcionado porque no pueda terminar con su investigación y por el dinero. ¡Necesita ese dinero! Lo complementa con el burdel. ¿De verdad tendrá que meterse más tiempo en ese sitio? Se lleva la mano al cabello inquieta, jugueteando con un mechón sintiendo que la nariz le pica como pocas veces y que las lágrimas están por resbalar por sus mejillas. Soporta estoica, es una Michaellis, nadie la verá llorar. Al menos no aquí. - Y si bien, su nuevo jefe no estaba de acuerdo en tener a una mujer de ayudante, conseguí convencerlo para que usted se quede. Sólo que tenemos un problema, tendré que modificar su paga. Comprenderá que hice suficiente con rescatar su trabajo y convencerlo de eso. Lo que le digo, tiene que quedar en secreto entre nosotros porque no quiero que él se vaya porque tiene grandes credenciales que usted no posee más allá del apoyo de Demetrius. ¿Entendió? Ni una palabra a él, seguirá trabajando con nosotros y bueno, sé que había pedido que se le subiera el sueldo, por lo que le aumentaré un franco más porque él no está de acuerdo en ganar lo mismo que a usted se le da. Tiene un doctorado ¿Comprende? - por un momento, quisiera negarse y echar el trabajo por la borda renunciando.

¿Que le va a aumentar la paga en un franco? Mejor que no le suba el sueldo porque se quedará muy pobre si le da un franco más. Hay días que no entiende por qué son tan tacaños en este lugar. Al menos tiene trabajo y puede seguir con los sueños de Demetrius. - De acuerdo, signore. Mi horario sigue siendo el mismo ¿Es correcto? - el hombre asiente con la cabeza. Tiene ganas de salir de ahí, el estómago está revuelto de todo lo que vivió hasta ahora y falta presentarse ante su nuevo jefe. Adiós al almuerzo. Como no le alcanza el tiempo para salir de clases, comer y correr al museo, se lleva su comida dentro de la bolsa para degustarla cuando sabe que Amadeus se va a almorzar sus sendas dos horas y media como jefe del departamento de antigüedades griegas que es. Se pregunta si alguna vez tendrá la suerte de ocupar su puesto. Seguro que no, ya le dijeron que como es mujer, no es bien visto para la sociedad y mucho menos para los investigadores y catedráticos. Curioso, Julián jamás ha tenido ese problema con ella. Ha de ser por su juventud.

Resignada a mover todos sus rituales acostumbrados, se despide de Amadeus para prácticamente arrastrar su humanidad de la oficina yendo a la suya. Corrección, a la de su nuevo jefe. No imagina que pueda ser amable, todo lo contrario. Se prepara mentalmente para lo que será el gran final del día, abriendo la puerta con la cabeza baja y el ánimo por los suelos. Entra al despacho en silencio, dejando sus libros sobre el escritorio arqueando una ceja al notar que los tomos de archivo están abiertos, así que su nuevo jefe los encontró. Sería el colmo que con su obsesión por el orden no lo hiciera. Acaricia las páginas con cuidado, notando que algo está fuera de lugar. Se acerca al objeto que seguro alguien de limpieza dejó sobre el mueble porque ella no acostumbra usar, justo en el instante en que alguien aparece por el rabillo del ojo. Voltea para conocer a su jefe con una sonrisa trémula en los labios porque odia presentarse ante alguien, cuando su boca cae por completo ante la presencia del único hombre que le gusta ver -¿A quién engaña? Su atractivo es más que agradable a la vista-, pero que en este momento, lo que implica su figura en el lugar, le causa que el mal carácter se le suba como la lava al volcán Nisyros, entrecerrando los ojos, sujetando con fuerza el objeto del que ni siquiera se deshiciera a tiempo, antes de arrojarlo directo a su cabeza.

El martillo, vuela con la velocidad del rayo impulsado por toda la frustración, ira y las humillaciones vividas en el día, al tiempo que un grito en griego resuena en la habitación - ¿TÚ? ¡SERÁS RASTRERO! ¿ASÍ QUE TÚ ERES MI JEFE? - está iracunda, de pies a cabeza. Se siente traicionada, herida, golpeada en la parte más íntima de su ser - ¿Por eso estabas con Julián? ¿Eso significaba que vería la manera de entrar a la investigación por tu cuenta? ¡ERES PEOR QUE EL MINOTAURO DE CRETA! ¡Al menos él tenía razones para ser un sanguinario y carnívoro violador! - busca qué más arrojar. De pronto, ha descubierto la cura de la impotencia, arrojar objetos a alguien, de preferencia a ese maldito hombre que le está poniendo la vida de cabeza. Toma uno de sus libros con plena intención y se detiene - no, éste no, tiene anotaciones y es de la biblioteca - razona consigo antes de agitar la cabeza buscando con desesperación algo más.

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Mensaje por Acheron Vie Sep 21, 2018 12:11 am







Ante la inminente amenaza, aparta el rostro del camino del proyectil. En un veloz chequeo, notó que, de dejarlo seguir su camino a través de la puerta hacia el interior del almacén, terminaría destruyendo alguna de las piezas, por lo que se apresuró en tomarlo en cuanto pasó frente a él. Soltó una maldición al darse cuenta que, de no haberse movido, el martillo habría dado justo su rostro.  Al verla buscar otra cosa que lanzarle, deja caer la herramienta sin cuidado al suelo antes de acercarse a ella. – ¡Para ya, Rebecca! – Exigió, al momento de sostenerla por los antebrazos con fuerza, pero sin lastimarla. Estaba visiblemente molesta, y lo demostraba con un gracioso mohín que lo hizo perder cualquier vestigio de enojo, no así la irritación por haber sido atacado.

No dejó de plantearse la idea de besar esos labios hasta que hacer desaparecer la mueca, pero claro, eso seguramente solo le ganaría aun mayor desprecio de parte de la chica, que ya de por sí lo odiaba lo suficiente como para atentar contra su vida. Con certeza, de haber sido humano, sus reflejos no habrían actuado tan rápidamente y el martillo podía haberle partido el cráneo. Así que simplemente la soltó en cuanto la vio más tranquila, no sin mantenerse alerta por si le lanzaba algún otro objeto contundente directo a la cabeza. – ¡Vaya que tienes puntería! – Felicitó, metiendo las manos en los bolsillos del pantalón, en una postura relajada y despreocupada.

– Yo también tengo razones para lo que estoy haciendo. – Declaró, sin revelar mucho más. –  Escucha, Rebecca. Sé que esto es importante para ti, pero lo es aún más para mí, créeme. Ésta seguirá siendo tu investigación, los méritos te los llevarás tú, nada de eso me interesa. Simplemente seré yo quien decida cuáles serán esos méritos. – Con eso se refería a que sería quien decidiría qué salía a la luz pública y qué no. De cualquier forma, su nombre no podía verse involucrado de ninguna manera de algún artículo que pudiera trascender en la historia. En mil años Rebecca sería parte del pasado, pero él seguiría vivo y luciendo exactamente igual. No necesitaba más evidencia de su paso en el tiempo.

Comenzó a plantearse alguna manera en la que pudiera ganarse, si bien no su afecto, al menos su respeto y su agrado, pero… ¿Qué podría hacer? Ella tenía cierta razón al pensar que era un ser rastrero por haberle quitado algo preciado para ella, y él no podía arriesgarse a que ella lo descubriera ante el mundo. La existencia de seres sobrenaturales ya no era un secreto, y eso no era precisamente lo que lo preocupaba. Era la manera en que tendría que vivir si se descubría lo que él había sido, lo que había hecho. Mataría y moriría antes que verse expuesto de esa manera ante el mundo.

Caminó hacia el depósito de nuevo, pidiéndole que le acompañara. Había separado ya mentalmente las piezas, y prosiguió a explicarle el orden en el que continuarían con la clasificación y documentación de todo aquello. Agradeció el hecho de que estaban previamente ordenadas por tamaño, así sería mucho más fácil avanzar. Comenzarían con las más pequeñas, mucho más rápidas de mover de un lado a otro dentro del galpón, y terminarían con las más grandes, las cuales tendría que mover cuando ella no estuviera presente, debido al peso. Si tuviera que buscar ayuda humana para trasladar algunas esculturas y bustos, perderían demasiado tiempo.

Desde entonces, pasaron la tarde con él explicándole la utilidad de algunos objetos mientras que ella iba escribiendo rápidamente, continuando con el reporte de las piezas. Él iba moviendo a su vez las que ya iban siendo clasificadas a la zona correspondiente. Cuando dieron las cinco y media, acomodó una última vasija en su nuevo lugar antes de dirigirse a Rebecca. – Creo que es suficiente por hoy. Hemos avanzado bastante para ser el primer día. – La verdad era que podía ver todavía el disgusto en los rasgos de la chica. Aunque no pudiese leer su mente, la expresividad de su rostro le decía más que suficiente. Ella se había esforzado todo el día, siguiéndole en su rápido paso a la hora de describir los objetos, sin quejarse ni una vez, lo cual admiraba. Debía admitir que, de cierta forma, había estado poniendo a prueba su dedicación, y ella no lo había decepcionado.

Se dirigió a entonces a la oficina y esperó a que ella saliera del almacén antes de cerrarlo con llave. Al acercarse al escritorio para dejar una pila de hojas que serían luego anexadas al informe, observó otro montón de papeles que le dieron finalmente una idea de cómo podría hacer las paces con la chica. – Independientemente de lo que creas, no soy tu enemigo. Quiero ayudarte casi tanto como tú quieres que me largue y deje tu vida tal y como estaba antes de mí. – Soltó el aire contenido en los pulmones, que ya realmente no necesitaban respirar, y tomó el primero de los bocetos, que seguramente habían sido hechos por ella, en los que estaban dibujadas todas y cada una de las piezas que contenían textos en su griego nativo. – Dibujas muy bien. – Apreció al ver el dibujo antes de alargar la mano hacia ella para tendérselo.

Le explicó que aquella pieza de piedra en la que se había tallado un símbolo era la manera en que se identificaba cada comercio según su tipo en aquel entonces. Panaderías, farmacias e incluso prostíbulos, todos tenían un símbolo diferente y único, con lo que las personas podían saber antes de entrar. Eso no se lo dijo para que tomara notas, simplemente explicándole algo más de su época. Al ver el símbolo, pudo apreciar el brillo distinto en los ojos de Becca, y creyó que su idea no sería del todo mala. – ¿Quieres aprenderlo, no es así? – Cuestionó. Ella no sería capaz de comprender la utilidad de todo sin él, pero al menos podría entender los textos. Apoyó la cadera izquierda contra la madera del escritorio antes de dirigirse a ella de nuevo. – ¿Qué te parece si, como ofrenda de paz, te enseño a traducirlo? –

Sabía de sobra que eso pondría demasiado poder en las manos de la humana. En especial si descubrían algo que pudiera comprometerlo, pero se tranquilizaba solo con saber que podría usar sus poderes y ella olvidaría todo, así que no había peligro. Simplemente tendría que mantenerse cerca de ella y aquella investigación.

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Mensaje por Laylah Rebecca Michaellis Lun Sep 24, 2018 3:17 pm




Benditos los inocentes,

porque de ellos es el reino del cielo.





De no estar distraída buscando qué más arrojar contra aquél que le está enloqueciendo la vida, podría ver la forma en que detuvo el martillo en el aire, con una facilidad y velocidad que no son humanas. Su frenético movimiento de cabeza buscando qué más echar en su contra, es su manera de auto-protegerse de una verdad que no comprendería del todo. Conoce hechiceros, cambiantes, no más allá. Sospecha que hay vampiros aunque jamás se encontró con uno, si los hay, existen entonces los licántropos. La diferencia es que los vampiros no salen a la luz del sol. De saber que Ash es un ser extraño a la humanidad, le tendría miedo. Para su fortuna, se evitó semejante sofocón. Escucha los pasos tras ella, lo que hace su búsqueda más incesante hasta que él la toma de los brazos con fuerza, obligando a que le mire y se detenga.

Su "mirada de la muerte" hace su aparición en el lugar, bautizada así por Jonás cuando quería imponerse, es más bien una burla a su expresivo gesto donde todo el entrecejo lo tiene fruncido, creando diversas arrugas, así como aprieta los labios llevando el superior a ser un poco más salido de lo normal. Sus ojos arrojan chispas que, en lugar de amedrentar a su nuevo jefe, parece que relajan sus propios rasgos de rabia. Sí, le hizo enojar, no más de lo que ella está, por supuesto. Le está poniendo la vida de cabeza y eso que no tiene un día de conocerlo. ¿Cómo puede ser tan osado y tan cabezota? Si fuera sincera, sabría que ella es igual o mil veces peor. Cuando algo se le mete en el cráneo, no hay poder humano que la haga cambiar de parecer. En eso, tiene semejanza con su padre, que es un gran hombre, pero un pésimo perdedor. No sabe cuándo darse por vencido y se levanta una y otra vez. Quizá su enfermedad y su pierna malherida sean lo único que ahora lo contiene y detiene.

- Oshh - es la única palabra -si se le puede llamar así-, que sale de sus labios cuando le suelta por fin. Se cruza de brazos con el mismo gesto ceñudo, golpeando con ritmo el piso expresando su impaciencia y enfado. Ni siquiera su halago le causa una satisfacción. Sabe que se comporta como cría y si sus padres se enteraran de que le aventó a la cabeza un martillo a su nuevo jefe, la reprenderían sin duda. Desvía la mirada dolida porque él le haya quitado el proyecto. Rueda los ojos dentro de sus cuencas cuando él le ofrece una rama de olivo. Es imposible que pueda relajarse un poco cuando todo el día ha tenido una dosis de testosterona que no la aguanta más. - ¡Por supuesto! Faltaba más, lo que señor diga que se haga tendrá que hacerse, para eso es el hombre del lugar - rezonga en griego como si eso justificara al final, un pésimo día. El aire entra tan fuerte a sus pulmones, que eleva sus hombros hasta sus mandíbulas. No es que tenga muchas opciones ahora, sí que mejor hacer las peses y si él está dispuesto a permitir continuar con su investigación, será excelente. Cumplirá con el sueño de Demetrius y con su pasión.

Él da el primer paso hacia el depósito. Le da la espalda llamándola para que le siga. En lugar de obedecer, un imán atrapa sus ojos que se quedan fijos a ese magnetismo depredador en cada movimiento del gigante. Que lo es, mide más de dos metros y para atravesar el umbral, tiene que agacharse para no golpearse contra el marco. No es eso lo que le obliga a ladear la cabeza y entornar los ojos. Es un trasero bien dibujado bajo la tela de los pantalones, bien redondeado, formado como si tuviera dentro un buen relleno, con unas estrechas caderas que le provocan un sofocón diferente al inicial. Se acalora. Agradece que él está de espaldas y fue su ensimismamiento ignorado. Se muerde el labio inferior al sentir que la diestra mano le hormiguea por las ganas de alargar su brazo y comprobar si están tan recubiertos de carne como aparentan. ¿Por qué está pensando eso? Sacude la cabeza de un lado al otro para alejar esas ideas acompañando a su ahora jefe hacia el interior, no sin antes apretar la mano fuerte contra su cintura, abrazando ésta con ambas palmas para evitar tentaciones.

Su mente es sorprendente. Se descubre las siguientes horas admirando la manera en que lo organiza, casi parecida a lo que ella había pensado en su inicio, más la libertad está cortada por un hombre como Amadeus quien la desmerita cada que puede. "La loca de la Atlántida" es una de sus muestras de su misógino carácter. Termina aceptando que Ash como superior, va a ser más interesante que Demetrius, quien si bien sabía mucho, jamás al nivel de Ash. Toma las hojas dispuestas para ser encuadernadas con posterioridad para el control de los objetos, las tizas para hacer los dibujos, el tintero y la pluma para hacer las anotaciones. Conforme él va hablando, ella hace los esbozos básicos que después detallará con tiempo y las descripciones sin rechistar, intentando ir al nivel que él lo lleva. Al inicio es fácil, con el paso de las horas, se vuelve más difícil porque su mano se cansa. Como si lo intuyera, él baja la velocidad con que habla, haciendo que pueda terminar con todo casi en forma simultánea.

Sentada en el piso, con las hojas en el regazo, intercambiando entre la pluma y la tiza, realiza las últimas líneas del dibujo de la vasija que están catalogando y él está llevando a su nuevo lugar, cuando anuncia que terminaron. Por inercia, voltea a ver la hora sorprendiéndose de que casi sea la hora de la salida y por supuesto, viendo en el retroceder de las hojas, lo que avanzaron. Jamás hubiera logrado tal progreso estando sola. Se condena porque acepta que con Demetrius tenía conocimiento y con Ash, sabiduría. Chasquea la lengua con un sonido característico emitiendo un largo suspiro que emana de sus sentimientos entrecruzados por la admiración y el aborrecimiento porque nada le exime de ser una bestia brutal que le quitó su trabajo. No obstante eso, todavía está el hecho de que él demandó que la sacaran del proyecto y ahora parecía tan a gusto porque no se manchaba las manos con la tinta o la tiza. Al menos -se reconforta-, tiene trabajo. Y la paga no es tan buena, pero es un franco más de lo que ganaba. Algo es algo.

Le mira irse hacia la oficina, es tan terca que sigue todavía haciendo algunos trazos que le faltaron en otros objetos para completar el boceto final. Tendrá que detallarlo cuando tenga tiempo, se piensa llevarse las hojas para terminarlos en casa. Así podrá hacerlo en el fin de semana. Antes, no tenía que avisarle a Demetrius, lo hacía y ya. No cree que Ash tenga tanta paciencia con ella. Agita la mano cuando no la ve, observando que está hinchada de tanto escribir y bocetear. Deberá ponerse algo frío cuando llegue a su hogar, es cuando se recuerda que tiene que ir al burdel. Echa atrás la cabeza fastidiada. Quisiera dejar eso de la prostitución para disponer de más tiempo para lo que le gusta, para eso buscaba el aumento en el sueldo, algo que por supuesto, no se dará porque Amadeus es incapaz de darle más dinero y como el señorito Ash quiere que no gane más que él, está podrida. ¿Acaso no dijo que la paga no importaba? Seguro que se lo pensó dos veces cuando supo que podría ser el jefe y sólo por fastidiar, le había puesto el pie.

Con prolijidad, termina de hacer lo que corresponde y puede para la hora, poniéndose en pie echando adelante el cuerpo, llevando las manos atrás de la cintura para que la columna se estire, sintiendo cómo la tensión se acumula en sus hombros. Necesitará recostarse, imposible hasta que no vuelva a casa del segundo turno, como le llama al burdel. Recoge todo para ir al despacho donde él, por supuesto, está esperando sentadote detrás del escritorio como el amo y señor que se cree. Y al verlo ahí, no le parece impropio, porque tiene esa fuerza y aura que gritan que es un líder. Un jefe sin duda alguna a pesar de lo joven que es. Quisiera tener un ápice de ésta para imponerse. Va acomodando todo con cuidado, dejando un orden impoluto escuchando lo que él dice en el proceso. Descubre que su voz tiene un efecto extraño en ella, no puede imaginar un día sin escucharla. Le relaja como le pone en tensión ciertas partes de su cuerpo que prefería ignorar.

Ordena las hojas para dejarlas dentro de la carpeta que utiliza para llevar un orden cronológico de las piezas catalogadas sentándose frente al escritorio. Al dejarse caer con un resoplido, el viento hace que algunas hojas se salgan de su lugar, él toma una mirándola al tiempo que Becca duda mucho que a él le pueda interesar lo que opina de él. Incluso, de esos labios bien definidos, casi dibujados a mano con el inferior más grueso que la hace fantasear con hacer lo que algunas compañeras con clientes atractivos: morderlo y estirarlo hacia ella para sentir cuán grueso es. Carraspea para desviar el camino de sus pensamientos tomando el papel que le ofrece - gracias por el cumplido, innecesario porque debo tener las facultades para realizar mi labor, así que aprendí a dibujar a punta de gritos de Amadeus - ese hombre la pone de peor humor. No es cierto. Es Ash quien le ha ganado el lugar. ¿Quién diría que comparado con este gigante, Amadeus sería preferible?

Le ve incorporarse para darle una cátedra extra del símbolo que dibujó, dando una luz a lo que para ella es oscuridad cuasi total. Demetrius era bueno, no tanto como Ash y por supuesto, jamás supo lo que este símbolo podría significar. Sonríe con beatitud paseando la mano por el trazo, deseando que pudiera entender esa escritura. Sería maravilloso tener una comprensión de lo que veía, como si fuera parte y no una extranjera como en realidad es. Su ofrenda de paz le lleva los ojos a su rostro, está sorprendida por ese ofrecimiento, entorna de inmediato los ojos suspicaz - ajá ¿Y qué querrá a cambio? No me fío de sus propuestas gratuitas ni porque las disfrace como una ofrenda de paz. Ya vi de qué es capaz, así que dígame ¿Cuál es el truco? ¿Me enseñará y luego les dirá a todos que como soy una mujer, no entiendo nada? ¿Que estoy loca por lo que traduzco sola? Ya sé lo que es un soliloquio, Amadeus me lo dijo muy bien: es estar hablando sola y loca. No, gracias - regresa la mirada a la escritura con anhelo.

Todo tiene un trasfondo con él, puede intuirlo. Al final, tras unos segundos de silencio, blasfema llevándose el pulgar al interior de su boca para succionarlo esta vez, en un mohín de necesidad de cobijo que pocas veces sale a relucir. Es una manía infantil que perduró al paso del tiempo hasta su madurez, la ansiedad oral se contiene cuando succiona su pulgar. Lo saca con un sonido audible antes de gemir con su "mirada de la muerte", haciendo que su boca sobresalga con un puchero - de acuerdo, dígame el precio por aprenderlo. No me creo que lo haga gratis, así que dispare - se cruza de brazos en un movimiento de autodefensa en tanto sigue mirándolo con desconfianza, esta vez, mordiéndose el labio inferior por la curiosidad de saber qué es lo que pedirá a cambio. Porque este hombre no da paso sin cubrirse las espaldas, puede estar segura de ello.

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Mensaje por Acheron Mar Sep 25, 2018 2:01 am







Ante la hastiada respuesta a un simple comentario apreciativo, no pudo evitar poner los ojos en blanco. El día en que se había repartido la habilidad para hacerlo irritar, al parecer Rebecca había hecho la fila 10 veces, pues le salía con una naturalidad que muchos le envidiarían. Finalmente, ante la negativa a la propuesta realizada, Acheron decide darse por vencido con ella, al fin y al cabo, no la necesita, simplemente se encoje de hombros y continúa con la labor de ordenar todo el papeleo sobre el escritorio. Al menos hasta que la voz suave y melodiosa de Rebecca vuelve a romper el frío silencio que se había instalado en la oficina. Se gira nuevamente para verla, y una gruesa ceja se eleva por la incredulidad de su indecisión.

La miró por unos eternos dos minutos, preguntándose qué podría pedirle a cambio. Estaba seguro que, si no lo hacía, su desconfianza sería aún mayor. Al cabo de ese tiempo, se le ocurrieron una serie de condiciones que, esperaba, harían su vida más sencilla. – Muy bien, primero que nada… – Se acercó y le apartó los brazos del cuerpo, descruzándolos y dejándolos caer a sus costados, eliminando esa postura cerrada con la que lo trataba. – Vas a dejar de ponerte a la defensiva conmigo. Segundo… – Llevó uno de sus largos y fríos pulgares al entrecejo, dando un rápido y leve masaje en la zona para que se relajara. – No más muecas extrañas. Y tercero… – Por último, llevó el mismo pulgar al labio inferior de la joven, que estaba siendo maltratado por los dientes superiores a la vez que su imagen de aquella manera lo excitaba. Con un movimiento rápido, liberó a la presa de sus opresores, y se maldijo por desear ese mismo labio entre sus propios dientes. – Dejarás de distraer a tu jefe. – Lo que menos necesitaba era semejante tentación al alcance de su mano cuando no podía tenerla.

Al notar que ella podía estarse planteando alguno de sus comentarios mordaces, pica adelante y, antes de que lograse siquiera abrir la boca para hablar, le advierte. – Piensa bien tus palabras, Rebecca, pues es la última oportunidad. Ya te lo dije, no soy tu enemigo. Ésta investigación es incluso más importante para mí que para ti, y podemos avanzar mucho más rápido si llevamos el asunto en paz y si ambos ponemos de nuestra parte. Pero si insistes en querer fastidiarme, dos podemos jugar este juego. – Su mirada tras los cristales oscuros se entrecerró, queriendo evaluar su nivel de interés y de compromiso con todo lo que se refería a la investigación y con la propuesta que le daría el aprendizaje de una lengua muerta.

No le extrañó que ella finalmente aceptara, no sin uno de sus extraños gestos y un bajo murmullo que no se suponía que él escuchase, pero al menos se notaba que su deseo de aprender era mayor al disgusto que él podía provocarle, así que, para sellar el pacto de paz, le tendió la mano para darle el apretón acostumbrado. Complacido por el interés mostrado, comenzó a enseñarle algunos de los símbolos y sus pronunciaciones. Si bien la chica tenía la facilidad dada por el conocimiento no solo de la lengua griega sino también de un griego más antiguo, el griego natal de Acheron era un poco más complicado, especialmente en las pronunciaciones, debía sonar armonioso, casi como un cántico, por lo que no había podido evitar algunas carcajadas ante malas pronunciaciones que le daban un significado totalmente a sus palabras. Está demás decir que estuvo mucho más alerta entonces en caso de otros proyectiles volando directo a su cabeza.

Ash no fue consciente del paso del tiempo hasta que sintió el fresco del ambiente anunciarle que, afuera, ya había anochecido. Al mirar el reloj, marcaba unos minutos pasadas las ocho de la noche, por lo que, tras la última carcajada, se puso en pie para anunciar. – Bueno, ahora sí, es suficiente por hoy. Ya se ha hecho de noche. – Acomodaron, ligeramente más cómodos el uno con el otro, los papeles que habían sido sacados de lugar para que pudiera enseñarle su lengua materna. Cerraron el lugar y emprendieron el camino hacia la salida. – Muchas gracias por tu trabajo de hoy, Rebecca. En verdad se nota tu dedicación, y es agradable poder trabajar con alguien que se compromete de esa manera. – La miró de reojo mientras seguía caminando. – Lamento que la primera impresión no haya sido precisamente agradable para ti, pero estoy seguro que, cuando veas lo mucho que esto me importa, comenzaremos a llevarnos mejor. – Para el momento en que terminaba la frase, se encontraron en la salida del Museo. La noche había cubierto la ciudad, el ambiente había refrescado considerablemente y las parejas caminaban por los alrededores tomadas de las manos. – Hasta mañana, Rebecca. Te veré a la una. – Pronunció a modo de despedida y comenzó su caminata en dirección a la base de los DH.

No había dado ni dos pasos cuando se vio arrollado por una marea de cabellos rojos y ensortijados. Artemisa lo había encontrado y ahora se colgaba de su brazo vistiendo un elegante y sencillo vestido blanco, con la pureza que solo una doncella podría vestir y ella se atrevía a lucirlo como si aún lo fuese. Se puso de puntillas y haló de él para darle un beso en la mejilla, gesto que lo impresionó sobre manera. – ¿Qué demonios quieres, Artemisa? ¿A qué vino eso? – Preguntó, deteniendo su paso y haciendo ademán de quitársela de encima. A lo que la mujer simplemente susurró en su mente. – Creo que eso será suficiente para dejarle claro a tu amiguita que no estás disponible. – Iba a preguntar a qué se refería cuando recordó que Rebecca estaba allí apenas un segundo atrás. Giró el rostro de medio lado, apenas viéndola por el rabillo del ojo. Un deseo inexplicable de volverse y decirle que no era lo que parecía se instaló en él, pero eso solo enfurecería más a Artemisa, así que simplemente volvió la mirada al camino y continuó con su paso calmo pero decidido, por lo que no fue consciente de la mirada aterradora que la vampiro había echado sobre su nueva compañera de trabajo.

Cuando estuvieron fuera de la vista de Rebecca, Artemisa simplemente se desvaneció, al parecer, todo lo que había querido era “marcar su territorio”. Cosa que era completamente innecesaria, ya que si había una regla que nunca se había sentido particularmente interesado en romper, era precisamente esa que le prohibía yacer con una mujer que no fuera una prostituta. ¿Para qué lo haría? Eso solo implicaba involucrar a una pobre humana en los juegos de su “dueña”, y no quería ser el culpable de las penas que esa mujer pudiese provocar a otras pobres almas que no fuesen él. Libre de ella, pudo llevar a cabo en completa paz sus quehaceres nocturnos. En principio, dar órdenes de cómo debían repartirse por la ciudad sus cazadores, y luego, cumplir con su propia ronda, para la que prefería usar su apariencia real, debido a que mantener la ilusión ocupaba mucho de sus poderes que podía utilizar en el ataque y destrucción de Daimons.

Al día siguiente volvió al Museo a primera hora. Usó las horas de la mañana, en las que Rebecca no se encontraba, para mover algunas de las piezas más grandes haciendo uso de su poder de levitación, y se encargó de nombrar una página por cada una de ellas, de manera que no se le olvidase ninguna al momento en que llegase Becca para ser documentadas. Entre las piezas de ese día estaba el busto de Styxx, el cual además se había encargado de aplicar un poco de la ilusión utilizada para mantener su apariencia humana, para cambiar algunos rasgos en el rostro grabado en el busto, de manera que Rebecca no pudiera reconocerlo en el elaborado tallado. Cuando dieron las doce del mediodía, exhausto por haber pasado la noche en vela cazando Daimons, se sentó en el sillón del escritorio, cruzó los brazos sobre la superficie madera y recostó el rostro de medio lado sobre ellos, quedándose dormido casi al instante.

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Digging deeper into the past | Private Empty Re: Digging deeper into the past | Private

Mensaje por Laylah Rebecca Michaellis Mar Sep 25, 2018 5:08 am




She's gonna stress,

so far away from her father's daughter.





¿Acaso alguna vez le dijeron a este hombre cuán atractivo es cuando arquea una ceja? Cualquiera de las dos o más bien, esa izquierda que le da un aire tan particular que ni siquiera en el burdel encontró a alguien con este carisma y sex appeal que le eriza los vellos de la piel. Le gustaría que no fuera tan capaz de pisotear lo que con tanto esfuerzo obtuvo, lo que parece imposible porque este varón es el único capaz de sacarla de sus casillas y transformarse en alguien que hasta la propia Becca desconoce si se viera en un espejo. Se hace esperar con su propuesta, porque él sigue en la encrucijada que al parecer, lo colocó con sus preguntas. De tal manera, la fémina aprovecha para observar su rostro ahora que parece ensimismado en sus pensamientos. Es cierto, es demasiado atractivo, le recuerda a uno de los bustos que analizara al inicio de sus investigaciones en soledad, por la ausencia de Demetrius. Tiene todos los rasgos de un dios griego, perfectos y casi cincelados a pulso. Le encanta eso, le fascina ver a esta estatua griega hecha carne y hueso. Se pregunta incluso si tiene los mismos músculos bajo la levita y la camisa. Un día querría perderse en el interior de sus prendas para ver si tiene la constitución que para los griegos era la perfección andando. En sus modales -lo quiera o no-, están marcados los aspectos elegantes y aristócratas que caracterizaban a los atenienses. Si suma el hecho de que sus conocimientos van más allá de Platón y Aristóteles, crean una combinación irresistible. Se pregunta si alguna vez estudió a conciencia a estos escritores y se hizo con los libros o pergaminos de alguien más antiguo que ellos para tener este conocimiento tan pulcro sobre los objetos. Desearía tantas cosas, más tiene el presentimiento que volverá a darle la vuelta cuando le pregunte dando respuestas más erráticas que el vuelo de un ave en pleno vendaval.

Y cuando habla, ¡Por las musas! Si alguna vez creyó que la voz de Julián era melódica, la suya la deja en vergüenza. La primera de sus condiciones viene en conjunto del roce de sus enormes manos contra sus brazos desnudos. El vestido que la engalana hoy -si así puede llamarse-, es de manga corta, así que aprecia los callos de sus manos preguntándose a qué se dedica después de hacer su labor de insufrible académico porque de algo puede estar segura: si fuera sólo un doctor en historia antigua, no tendría estos fuertes músculos, ni esos callos. Su altura es bastante grande a comparación de los caballeros con los que ha tratado o los hombres del burdel. ¿De dónde salió? ¿De quién es hijo? Porque seguro que por su sangre corre el icor de los dioses, sólo ellos podían engendrar a semidioses como este hombre debe ser. Ya está alucinando.

Bueno, lo que sí es cierto es que está dispuesta a dejar bajar un poco -sólo un poco-, las defensas, tal cual dice. El segundo punto, en cambio, trae aparejado un masajeo para que desaparezcan las arrugas de su entrecejo. Por inercia, alza los hombros al sentir sus fríos dedos dejando escapar una pequeña risa por las cosquillas que le produce. - Eso va a ser un poco complicado, no puedo controlar mis gestos faciales - dice con franqueza porque es cierto, es tan expresivo su rostro que sus padres la agarran con rapidez en las mentiras. Ha tenido que pulir la técnica con ellos, a veces es imposible. ¿Qué se le va a hacer?

La tercer condición es más peligrosa, le acaricia el labio liberándolo de sus dientes. De inmediato, la mueca que él desvaneciera, aparece rebelde. - Yo... - la ataja y con fastidio, se guarda el comentario. Además, ni siquiera sabe qué hizo esta vez para tal acusación. Escucha atenta, sintiendo que la voz modula otro tono, más serio, peligroso, casi hipnótico como si fuera una amenaza implícita. Baja la cabeza intentando por todos los medios no abrir la boca. Al final, no puede evitar susurrar casi para sí - No tengo la culpa de que mi jefe se distraiga solo, eso no puedo controlarlo - se encoge de hombros con expresión que podría describir lo siguiente de la frase: "Si tuviera que avisar cada vez que hago una expresión, sería rica". Al ver la mano extendida hacia ella, parpadea tomándola como hacían en la antigua Grecia, agarrando hasta el codo apretando con fuerza, un gesto poco propio para la época. Jonás saluda así, por lo que no es extraño que su hija haya tomado la costumbre.

Después de ello, vino la paz. Al menos, durante el aprendizaje, pudo preguntar lo que se le vino a la cabeza, memorizar y hacer anotaciones en algunas hojas para entender mejor el idioma. Vaya que era complicado. El griego antiguo que le enseñara su padre hacía maravillas, sólo que era falible. Le costó mucho entender la pronunciación y la entonación. Para su exasperación, notó que a él, en lugar de fastidiarlo, le hacía gracia. Entornaba los ojos o le hacía su "mirada de la muerte" cuando reía. En lugar de buscar algo con qué golpearlo, sólo permanecía estática porque su risa era musical, relajaba sus músculos y hasta le provocaba un secreto placer sólo de oírla. Incluso, en dos ocasiones erró con intención las pronunciaciones sólo para ver su expresión y la manera en que reía. Eso sí le gustaba. Perdía la postura típica de lo que algunas compañeras del burdel denominaban: "tener un palo en el culo" y podía ver cuán atractivo era. Cuánto le incitaba a alargar la mano y acariciar su rostro comprobando si era real su gesto o no. Incluso, pudo ver los blancos dientes, algo extraño de esta época y más dado a los griegos-.

Justo cuando deja de reír, avisa que se hizo tarde. ¿De verdad, tan pronto? Voltea a ver el reloj para comprobar que es cierto. Y ella, tiene ahora que irse casi directa a la "fábrica", tiene el tiempo justo para llegar a casa, tomar su ropa de costurera a ojos de sus padres y correr al burdel. ¡Qué rápido se pasa el tiempo cuando uno se divierte! Su obsesión por el orden gana la partida y acomoda todo con ayuda de Ash, lo que es un alivio porque entonces no es como Demetrius, que dejaba todo en completo desorden horrorizando a su pupila. Una vez listo, sale del despacho pensando en pedirle permiso para comer en el trabajo los siguientes días y también, si puede llevarse los bocetos para terminarlos en casa. Sus palabras agradeciendo son respondidas con un encogimiento de hombros - es mi trabajo, os dije que era mi pasión. ¿Por qué entrampar una labor que amo? - contesta con suavidad, apagando un bostezo con el puño cerrado de la mano derecha.

Se despide de él agitando la mano. Da un par de pasos cuando se detiene. ¿Por qué no decirle de una vez lo de la comida y los bocetos? Está relajado y puede darse el lujo de ver qué pasa. Se voltea para llamar su atención. ¿De dónde apareció esta mujer que se le pega como si fuera una babosa? Abre la boca sorprendida por la rapidez con que se le restriega, lo abraza y hasta lo besa, le parece igual que un perro que orina sobre lo que considera suyo para marcarlo, de lo vulgar que se ve. Oculta la risa con un fingido ataque de tos, que por el esfuerzo de disimular, termina siendo cierto y tose con fuerza un par de veces. Los dioses son sabios con la inocencia, porque esa tos evita que le diga un improperio a la vampiresa cuando sus ojos se posan en ella con aterradora advertencia. Se alejan por la acera, quedando Becca de pie, intentando controlar su tos hasta que por fin lo logra. - ¡Por los celos de Hera! Creo que esta tipa le gana. ¿Sabrá que los celos son el equivalente a la inseguridad? - rueda los ojos dentro de sus cuencas desviando el camino hacia su hogar.

El resto de la noche, la dejó tan agotada que al otro día parece zombie hasta tomar su acostumbrado café a mitad de la mañana y después, se hace de otra taza antes de salir corriendo al museo porque de lo contrario, su jefe verá cómo se echa una siesta a mitad del trabajo y eso sería imperdonable si quiere aparentar ser eficiente. Apresura el paso para llegar a la oficina, con los libros en las manos de lo que tiene que estudiar, sabiendo que poco es el tiempo del que dispone para ello. Ya tendrá que aprovechar esta noche que no va al burdel. Procura al menos ir dos días sí con uno de descanso de por medio, para cumplir con sus obligaciones educacionales o su padre la desolla viva. Entra al despacho con el saludo en la boca, hasta que nota que su jefe le ganó en la siesta y está bien dormido sobre el escritorio. Las enormes ojeras que cubren sus ojos son muestra suficiente de que tampoco tuvo una buena noche. Se compadece de él, cierra la puerta con mucho cuidado de no hacer ruido y poco a poco, se desliza hacia el interior del almacén a sabiendas de que puede aprovechar para terminar los bocetos. ¿Cómo si no tiene hojas? Sencillo, tiene un don entregado por Psique: su memoria es infalible. Puede recordar todo a detalle y después plasmarlo sobre papel a ojos cerrados, así que su intención es ir a ver las piezas para aprenderse bien los detalles sin interrupciones.

Justo es cuando descubre que si bien su jefe está dormido, es porque hizo primero su trabajo. Encuentra las páginas en cada una de las figuras que, al parecer, serán las que cataloguen este día. Bueno, si así son las cosas, va a adelantarse. Busca entre sus escondites en el almacén encontrando las tizas guardadas por si se le acaban, no tener que ir hasta el despacho por ellas, empezando a bocetear cada una de las piezas, así avanzará y cuando él despierte, ya sólo hará las anotaciones con tinta de sus descripciones. A solas, en la inmensidad del lugar, aprecia que incluso consiguió ayuda para mover los objetos más grandes y pesados. Es su sorpresa porque ella durante días lo solicitó sin que le hicieran caso. Lo que hace un hombre con el don de mando que tiene Ash. Más contenta, se mete en su trabajo. Horas después, está echada boca abajo en el piso, tarareando una canción de cuna que su madre le enseñara de pequeña, con los pies moviéndose como si fuera una niña de tierna edad, con la tiza en las manos y algunas partes en la cara por su manía de estarse tocando el rostro justo cuando escucha pasos que la sacan de su tarea. Alza la mirada para ver a su jefe entrando al almacén, - hola, dormilón. Llegué y te vi tan a gusto abrazado a Morfeo que decidí no molestarte. ¿Estuvo bueno el sueño? ¿Musas y ninfas para ti? Por cierto, me tomé el atrevimiento de comer mi almuerzo aquí dentro, espero no te moleste - señala con un ademán de la cabeza los restos de su comida. Por si los ve, que no grite. Sigue boceteando con dedicación, tarareando de nuevo con emoción hasta que el silencio prolongado la obliga a alzar la mirada.

Sus ojos se fijan en él, se ve curiosa en tanto dibuja con la siniestra mano -porque ella es zurda-, con el rostro manchado que más le hace ver como un gato porque la tiza en la punta de su nariz y las dos rayas en forma de bigotes en su mejilla izquierda dan esa imagen. - ¿Hice mal? Creí que era prudente dejarte dormir y avanzar en los bocetos, que es lo que más me tarda antes de que empieces a arrojar datos como si fuera un vómito verbal - y para demostrar que está jugando, le muestra la lengua. - Ya, no te distraigas, que luego me echas la culpa de que distraigo al jefe - baja la mirada para dar los últimos trazos con rapidez antes de bostezar sentándose ahora sí en posición de loto, cuidando de que las faldas sigan sobre sus piernas sin mostrar demasiado. - Listo, si mi Akri es benevolente y me trae la pluma y el tintero, podemos empezar con el vómito - se ríe intentando parecer graciosa, no sabe si le resulte, pero bueno, ella está dando lo mejor de sí.

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Mensaje por Acheron Dom Sep 30, 2018 1:42 am







Gritos, sangre, violencia. Caos. La gente corría a su alrededor, huyendo de él. El fuego se levantaba por doquier. Las casas estaban en llamas. Al mirar sus manos, éstas eran más grandes que de costumbre y su piel de un pálido tono azulado, sus uñas habían sido reemplazadas por negras y alargadas garras. No sabía lo que ocurría. No entendía nada. Se llevó ambas manos a la cabeza, en un intento por mitigar el dolor que sentía no solo en ella sino en sus entrañas, descubriendo la completa ausencia de su cabello. "¿Qué me está ocurriendo?" No dejaba de preguntarse. Estaba aterrado de sí mismo, de lo que lo rodeaba, y estaba lleno de un odio ciego y vengativo. Podía sentirlo, pero no recordaba el por qué, qué motivaba toda esa furia.

Se despertó de pronto, sudando y más agotado incluso que cuando se había dormido. Se frotó los ojos en un intento por aclarar la vista y acostumbrarlos a la intensidad de la luz que los lastimaba, especialmente tras haberlos tenido cerrados, en completa oscuridad, por algún tiempo. Se extraña de que Becca no hubiese llegado, y al ver los libros y demás pertenencias de la chica depositados con cuidado en uno de los sillones al otro lado del escritorio maldice mentalmente y mira por reflejo el reloj en la pared. ¡Pasaban de las tres de la tarde! Se pone en pie y se dirige al almacén con sus usuales pasos ligeros.

Se detiene en seco ante la visión de Rebecca, acostada boca abajo en el suelo, concentrada en su trabajo. Tenía el rostro y las manos manchadas de tiza, y tarareaba alegremente. Pero lo que más llamó su atención fueron las curvas de su cuerpo echado de aquella manera, que acentuaba la delgada cintura y las amplias caderas. Queriendo apartar la visión de su mente dio un par de pasos más, haciéndolos más pesados adrede para ser notado por ella, y soltó un gruñido ante sus preguntas. Ojalá sus sueños fuesen así de tranquilos. Daría lo que fuera por al menos no soñar nada. – No me molesta, puedes comer aquí cuando quieras. – Sigue frotándose los ojos, adoloridos por la luz de las lámparas de aceite, cuando ella vuelve a hablar, olvidándose por completo de usar los lentes o siquiera usar la ilusión para hacerlos verse azules. – No, supongo que no. Igual creí que me despertarías al llegar. Normalmente tengo el sueño ligero, te habría escuchado entrar. Al parecer estaba más cansado de lo que creí. – Dice al tiempo que se echa de espaldas junto a ella y le saca también la lengua por su comentario.

Cierra los ojos y se queda quieto, solo estando allí junto a ella, hasta que le recuerda que no debe distraerse, ante lo que suelta un suspiro frustrado, preguntándose por qué demonios no había simplemente ido hasta las excavaciones en Grecia y eliminado su problema de raíz, así al menos todavía tendría algo de tiempo para sí. Entonces recordó a Artemisa y sus palabras llenas de enojo hacía solo unos meses, y se convenció de que aquello era necesario. Y Rebecca tenía razón, se estaba distrayendo de su objetivo, por lo que vuelve a ponerse en pie justo a tiempo para escucharla pedir por el resto de sus implementos de trabajo, llamándolo con una de las palabras que le enseñara la tarde anterior. Si bien akri tenía una definición diferente en el griego actual, en su época era la palabra usada para “amo o señor”, lo que le pareció gracioso además porque era la manera en que una de sus tantas hijas adoptivas, lo llamaba con cariño. – Claro, gatáki, ¿Algo más? – Dijo en broma también, usando el griego actual de “gatita”, agachándose para borrar con uno de sus pulgares las manchas en su mejilla y su nariz, y luego preguntó con más seriedad. – ¿Necesitas más papel? – Antes de ir a por lo pedido para comenzar con las descripciones de las piezas.

Al volver con los implementos para la chica, vuelve a echarse a su lado y comenzó con su “vómito verbal” imponiendo un ritmo medio, en el que echaba un vistazo a cada dibujo antes de comenzar a explicarle brevemente lo que cada uno era o significaba. De esa manera, pasaron uno a uno por todas las piezas que había previamente seleccionado para clasificar aquel día. Para cuando terminaron, casi como si lo hubiera planificado de aquella manera, eran puntualmente las cinco y treinta de la tarde y, tal como había hecho el día anterior, dio por finalizada la jornada media hora antes, para tener tiempo de archivar todo sin exceder del tiempo por el que le pagaban a Rebecca. Tras dejar todos los papeles en su lugar, tomó algunos de los bocetos con textos en su griego natal de la pila y se sentó en uno de los cómodos sillones, cruzando las piernas sobre el mismo, esperando que la chica se sentara en el que estaba junto a él para pasarle el primero de los dibujos. – Muy bien, hora de seguir con tu nuevo idioma preferido. –

Tal como había supuesto, su ofrenda de paz había funcionado. La chica se mostraba mucho más relajada a su alrededor, amistosa e incluso bromista, cosa que resultaba hasta cierto punto refrescante en comparación con sus primeros tratos fríos y sarcásticos. A la vez, sentía que podía relajarse con ella, ya que, si bien lo veía como su jefe, para ella era un simple humano, un muchacho de universidad, hasta cierto punto, su igual. No lo veía como alguien superior, como los cazadores a su cargo, ni como un ser inferior, como era la costumbre de Artemisa. ¿Cuándo había sido la última vez que alguien lo tratase de esa manera? No podía recordarlo, pero se contentó de estarlo experimentando en ese momento con alguien. Rebecca además era divertida y eficiente, lo irritaba en ocasiones, en otras lo tentaba sin siquiera ser consciente de ello, pero podía vivir con eso.

Tan distraído y relajado estaba con ella, riendo con algunas de sus malas pronunciaciones que, comenzaba a pensar, hacía a propósito, cuando la presencia de Julián en el marco de la puerta de la oficina lo alertó. Verlo reír con aquella comodidad era tan poco habitual que el afamado profesor de la Universidad de París, antiguo cazador humano a su servicio, lo miraba notoria estupefacción en su rostro. Se aclaró la garganta entonces y se obligó a dejar de reír, sin poder evitar la sonrisa divertida que permaneció en sus labios. – ¿Julián? ¿Qué haces aquí a esta hora? – Preguntó con familiaridad, sin moverse de su lugar, notando que pasaban de las siete de la tarde, sin preocuparse por llamarlo “Profesor Alexander” como debiera siendo que se suponía era su estudiante. – Suponía que te encontraría todavía aquí, y quise pasar a ver cómo estabas llevando tu nuevo trabajo. – Acheron entendió que, siendo quien lo había recomendado para el puesto, tendría que supervisarlo, aunque supiera que era innecesario. – Me alegra ver que se están llevando mejor ustedes dos. – Dijo, pero en su mente no dejaba de pensar lo extraño que era ver al milenario vampiro tan abierto con alguien.

El joven rubio entró a la oficina y se dirigió ésta vez a Rebecca. – ¿Cómo te está tratando, Rebecca? Lamento haber sido cómplice de esto. – Refiriéndose al hecho de que el Nosferatu tomase la jefatura en lugar de ella. – Pero, sé que Ash tiene el conocimiento que estabas buscando, y será un buen apoyo para tu aprendizaje. Incluso, cuando termines tu licenciatura, si quieres seguir sus pasos y sacarte el doctorado, estoy seguro que sabrás sacarle provecho a ser amiga de Acheron Parthenopaeus. Su nombre puede abrir muchas más puertas de las que imaginas. – Dijo el humano, usando el nombre completo de su antiguo líder, ante lo que el vampiro rodó los ojos. “¿No podías mantener la boca cerrada? ¿No quieres decirle también que soy un vampiro y que puede matarme clavando una estaca de madera en mi pecho?” Le transfirió sus pensamientos, aunque aquello fuese mentira pues las estacas de madera solo funcionaban con los vampiros comunes, ante lo que Julián simplemente se encogió de hombros. – En fin, debo irme. Grace debe estarme esperando para la cena. – Dijo al cabo de un rato de conversación con la chica y, antes de irse, se volvió nuevamente hacia ambos. – Por cierto. Mañana sábado tendremos un almuerzo en casa, Becca. Vendrán algunos amigos, Ash incluido, puedes venir si lo deseas. Grace estará encantada de tener otra chica en casa, además de un puñado de hombres con las hormonas alborotadas, un par de esposas y una bebé de dos años. – Se burló el griego para despedirse y, finalmente, dejarlos de nuevo a solas.

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Mensaje por Laylah Rebecca Michaellis Lun Oct 08, 2018 3:12 am




And hey sweetie, I need you here tonight

And I know that you don't want to be leaving





Dando el último trazo a su dibujo mirándolo con expresión crítica, la joven asiente con la cabeza - gracias, jefe, por dejar que coma en este lugar porque de verdad que no tengo tiempo para hacerlo en el trayecto de la universidad al museo - lo que da la idea de que el día anterior, no comió. Si no lo hizo en el viaje, ni frente a él, entonces la respuesta era lógica. Alza la mirada y sus ojos se clavan en los del hombre. La luz le juega una muy mala pasada porque los hace ver extraños. De un gris casi plateado, quizá muy de mercurio, con algunos remolinos. Parpadea intentando enfocar. Ha de ser el hecho de que lleva mucho tiempo con la mirada fija en los trazos que su vista se cansó y por eso está alucinando. Parpadea de nueva cuenta.

Le mira acercarse, empezando a bajar con la intención de acomodarse a su lado en horizontal. - Lo vi durmiendo tan a gusto, que pensé que un poco de tranquilidad no le venía mal. Además, quería aprovechar para dar algunos trazos a los dibujos de ayer cuando vi que todo ya estaba catalogado. Lo demás ya le dije cómo fue - su presencia, su cercanía, le produce una extraña incomodidad. No por la invasión en su espacio personal, si no porque siente unas ganas de quedarse mirando su rostro, ese apacible gesto de relajación y cuando le muestra la lengua, de inmediato atrapa su labio inferior con el diente porque se ve tan "no él". Ese es el punto, la mayor parte del tiempo está con la expresión seria, ¿Melancólica? Sí, eso pudiera ser. Cuando aligera la carga, puede apreciar qué atractivo es el hombre. Se sonríe regresando la mirada al dibujo. Aún de cerca, sus ojos siguen con ese extraño matiz. ¿Serían de esos irises que cambian conforme la luz les da? Conoce a un par de amigos que les pasa. ¿Eso explica lo arremolinados que parecen? Niega un poco con la cabeza quitando la importancia al asunto.

En cuanto se levanta y ella le pide lo que necesita, su aceptación y broma viene con una sonrisa. El término "gataki" la hace sonreír con un hueco en el estómago pensando que es muy dulce de su parte. Cierra los ojos con fuerza echando atrás los hombros cuando le acaricia el rostro. No por la caricia en sí, es por la sorpresa de que se acercara tanto. Levanta los párpados observando su pulgar lleno de tiza, lo que le provoca una risa tonta. - Justo por eso mi madre me dice que tengo "nariz de gato" cuando dibujo. Una pésima costumbre de tocarme la cara con las manos sucias es algo que no podré evitar. Su misión, a partir de ahora, si es que la acepta, es verificar que cuando me despida, mi cara esté limpia. Ahora entiende por qué me dicen la loca de la Atlántida, entre otras cosas. Y sí, un poco más de papel podría servir - le sonríe con plenitud.

Cuando vuelve, ella está sumida de nuevo en los trazos terminando los últimos, siente cómo se acomoda a su lado y cambia la tiza por la tinta y la pluma. Las anotaciones son rápidas ahora que ya la mano está caliente por los dibujos, así que pronto va acoplándose a sus tiempos de dictado. Asentía a veces en tanto su mano trabajaba; en otras, negaba y cuando él se detenía, le hacía anotaciones verbales sobre algunas piezas o bien, daba su opinión o preguntaba. Así, entre dictados y algunas correcciones a los conocimientos de Becca, dieron las cinco y media. Justo la mujer suspiró dejándose caer al lado de las hojas aún húmedas de la tinta. - ¡No más tortura, jefe, no más tortura! - bromea como hiciera con Demetrius cuando daba por terminada la jornada.

Empezó a recoger, organizando todo con pulcritud, observando que habían avanzado demasiado a comparación de lo que Demetrius y ella hacían en un día. Como siguieran así, deberían terminar con el cargamento en la semana. Eso le daba mucho gusto porque la siguiente semana tendrían otro. Acomoda todo en su lugar, sin que haya una sola pizca de polvo, sacudiendo rápido el escritorio hasta terminar. Le mira cuando la llama, sonríe con diversión dando palmadas en sus prendas para quitar el polvo que las manchó y va a sentarse a su lado acomodándose contenta - y sí, me encanta el tono melodioso del idioma, es demasiado dulce al oído y al mismo tiempo, tengo que concentrarme porque como es tan bajo, no entiendo las entonaciones - le aclara sus problemas. Incluso, comete el atrevimiento de quitarse el calzado para acomodar los pies en el sillón, ocultos bajo sus faldas, con las piernas flexionadas a los lados para no parecer impúdica.

Se muerde el labio inferior mirando la hoja con cuidado, aprecia los detalles de la escritura y le observa con su "mirada de la muerte" - espero esta vez, mi akri tenga la prudencia de no reírse como loco cuando cometa un error y le diga perro en lugar de rey o bien, confunda las bayas con las lanzas - le muestra la lengua ofendida antes de volver a abrir la boca, esta vez para ir leyendo en voz alta lo que el texto decía, atorándose en algunas palabras. Cuando eso sucedía, volteaba a mirarlo elocuente, con cara de inocencia, apretando los labios y abriendo mucho los ojos al tiempo que pestañea, como si con eso pudiera indicarle que no entendía lo que ahí decía. Seguía aprendiendo, absorbiendo con esa memoria de esponja, todos los conocimientos que él le indica. Una vez pronuncia mal y él estalla de la risa. Le mira de reojo frunciendo los labios molesta. Sigue leyendo y por segunda vez, él se ríe. - Quedamos en que no iba a reírse. Como lo haga, le cobraré algo por cada risa que salga de esa boca, así me inhibe - le sentencia moviendo el dedo índice de la diestra frente a su rostro como si estuviera aleccionando a un niño pequeño.

Le sorprende la siguiente vez apretando los dientes. Se sienta acomodando la espalda y ahora, por pura maldad, más que por cobrarle algo, se presta a la idea de hacerlo reír hasta que no pueda más y le duela el estómago. Está diciendo un tremendo disparate con las carcajadas de Acheron de fondo, cuando la puerta se abre dejando al profesor Julián Alexander mirándolos con un notorio estupor en el rostro. Becca parpadea mirando el texto, no estaba diciendo un disparate insultante. ¿O si? Se había dado cuenta que si presionaba la sílaba tónica en algunas palabras graves haciéndolas agudas, daba una connotación diferente por completo. Más como desconocía los insultos, ¿Pudiera ser que estuviera diciendo eso? Se muerde el pulgar de su siniestra pensativa.

Alza la mirada al escuchar una parte de la conversación, pasando por alto donde está la implicación de que Julián recomendó a Acherón para el puesto. Parpadea encogiéndose de hombros - mientras me enseñe algo tan viejo que tenga polvo, seré feliz. Sabes que me gustan las cosas muy viejas, Julián. Mientras más arrugadas, mejor - se sonríe con diversión dejando a un lado la hoja para prestar cuidado a las palabras del profesor. Es esta falta de atención inicial, la que le deja boquiabierta mirando a uno y a otro como si no comprendiera del todo hasta que Julián lo reafirma. - Después pasaré por tu despacho, Alexander - utiliza su apellido para que sepa que, en cuanto entre al lugar, le va a agarrar de los huevos y le va a hacer ver estrellitas porque por más que sea Acheron de gran ayuda, también le complicó todo, por ejemplo, su prometido aumento de sueldo.

Lo que sí le llama la atención, es el nombre completo de Ash. Acheron Parthenopaeus. ¿Dónde lo escuchó antes? Está segura de que lo oyó, su memoria es infalible con los nombres. Se queda en silencio entornando los ojos, mordiéndose el labio inferior hasta que es requerida de nuevo por Julián. Alza las cejas - ¿Quieres decir que Grace estará con un grupo de treinta y veinteañeros bocotas, rebeldes, imposibles de controlar, conversando sobre la guerra y las estrategias de combate? Pobrecita, sí, tendré que ir a darle mi pésame o a ayudarle a envenenar la comida para que todos aprendan a convivir con sus esposas - se sonríe con malicia. - ¡Al menos dime a qué hora! - le grita cuando ve que se está yendo.

El profesor regresa indicando la hora - ¿Llevo algo? ¿Te parece Loukoumades? Puedo hacerlos en la mañana - su especialidad en la cocina es bien recibida por el profesor quien se va de ahí, dejándolos solos. Ahí sí, se pone en pie recogiendo todo - agradezco mucho el aprendizaje, pero si tengo que hacer Loukoumades, tengo el tiempo justo para ir y comprar todo. Hacer la masa y dejarla reposar, que mañana tendré que hacer un cargamento conociendo a Kyrian y a Julián. Y si piensa ir Talon, olvídalo - ese come por diez. Toma sus libros, después de dejar todo listo y se acerca poniéndose de puntitas para darle un beso en la mejilla a Ash - hasta mañana, akri, no te quedes dormido - se va yendo entre risas.

Apenas sale, corre al mercado para ver si alcanza al menos al señor de la harina. Cuando ve que está cerrado, se anima a tocar la puerta de la casa, esperando que se compadezcan de ella y pone su mejor cara de persona desvalida. Le venden lo que necesita y regresa a su hogar. Saluda a su familia, beso a mamá, beso a papá, deja la compra sobre la mesa. - ¿Para qué tanta harina, Laylah? - su madre siempre la llama así, en su casa es Laylah. En la universidad Becca y en el burdel Reb. Así tiene todo separado y puede reaccionar a tiempo. - Uno de los profesores de la facultad me invitó a una reunión, ¿Recuerdas a la doctora Grace Alexander? Pues su esposo me invitó, seguro porque ella le dijo, así que voy a hacer Loukoumades, mami - su madre la mira y niega con la cabeza.

Se mete a la recámara para cambiarse de ropas para el tercer turno: el burdel. Cuando sale de su habitación, su madre ya está preparando la masa - mami, ya lo iba a hacer - la mujer niega - ¿A qué horas, Laylah Michaellis? Te preparo la masa y mañana te levantas temprano y los haces. Así avanzas y te vas a trabajar. Ten cuidado cuando vuelvas - la despide de beso. A Becca se le hace el corazón chiquito, sus padres confían tanto en ella, que le pesa mentirles con lo del burdel. Le falta poco, en cuanto pueda conseguir algo mejor, se saldrá de ahí y sus padres jamás sabrán de ésto. A su padre le daría un infarto -su corazón no andaba bien a últimas fechas- y prefería no preocuparle de más. Justo se despide de él, besando su mejilla para ir al burdel.

Las horas pasan rápido, el hechizo es fantástico y "atiende" cuatro clientes antes de que la Madama le mande a casa. Se sonríe satisfecha cuando le dan su paga y baja la cabeza contando el dinero pasando justo al lado de alguien que no reconoce. El destino es benevolente con ella, porque ese personaje, al que sólo le bastaría enfocar sus ojos en el rostro de la meretriz, no es otro que el propio Acheron que ha llegado con Vane a disfrutar de alguna chica. Lo único que podrían ambos hombres ver, es el trasero que se contonea bajo las ropas de prostituta antes de que desaparezca por la trastienda.

Una hora después, está en su casa disfrutando de un buen baño quitándose todos los olores del burdel. Aseada, va a dormir. El día siguiente será una locura en sí mismo, entre cocinar, arreglarse e ir a casa de los Alexander con cuidado de no perder nada en las manos, le dan las cuatro de la tarde. Es a esa hora, cuando toca a la puerta para ser recibida con una gran sonrisa en los labios, le gusta ir con ellos, aprende mucho y sobre todo, se relaja. Es como una gran familia a la que le gustaría pertenecer. No es que la suya no valga, lo que pasa es que es tan pequeña, que carece de las risas y las tontunadas que hacen entrañable un hogar. - Listo, Loukoumades para todos - extiende los brazos con sus bolsos hacia el primero que abre la puerta con una sonrisa plena. Tal cual es ella.

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Mensaje por Acheron Lun Oct 08, 2018 10:36 am







Mientras escucha en silencio el intercambio entre Rebecca y Julián, Acheron no puede evitar bajar la mirada hasta la chica. Ella lucía muy cómoda con ellos, era natural y seguía con sus muchas expresiones faciales y gestos que, si bien eran inocentes, al vampiro le resultaban sumamente eróticas. Dudaba que se sintiese igual si supiera lo que él era, lo que hacía. Tal vez si supiese los efectos que causaba en él al llevar su pulgar a la boca, con al hacer un mohín con esta, tuviera más prudencia. Pero algo le decía que era totalmente inconsciente en ella, lo que resultaba incluso más atractivo. Él odiaba eso.

Cuando la chica hace referencia a que le gustan las cosas viejas, “mientras más arrugadas, mejor”, Ash alza su ceja izquierda, típico gesto de incredulidad, como queriendo decirle “si tú supieras”. Pero mantiene su boca cerrada hasta que Julián desaparece de la vista de ambos. Estaba sorprendido de que la chica conociera a tantos de sus hombres, lo que le hizo suponer que no era la primera vez que Julián la invitaba a una de aquellas reuniones, suponía que tenían al menos un par de años conociéndose, mientras que él había llegado a la ciudad apenas unos seis meses atrás y era la primera vez en algún tiempo que participase de una comida como aquella.

La hora había sido fijada a las cuatro de la tarde, por lo que primero llegarían los humanos, esclavos de sangre y cambiantes. A las seis de la tarde, cuando el sol bajase, sería cuando empezarían a llegar los vampiros, y eso, por esta vez, tendría que incluirlo a él, ya que si bien Julián, Kyrian y Vane sabían que no era un vampiro común, el resto no lo hacía, y debía cuidar su imagen del resto de sus hombres. En eso pensaba cuando Rebecca se despidió, depositando un beso en su mejilla, que lo dejó atónito. No eran muchas las personas que se atrevían a hacerlo, apenas algunas de sus hijas adoptivas y Artemisa, esta última solo porque sabía que él no la atacaría por mucho que quisiera.

Ve alejarse la chica por el pasillo del museo, riendo y canturreando. Que cosa tan maravillosa era la ignorancia, pensó. Ella era feliz, podía verlo. Debía tener problemas, como todos los humanos, pero a diferencia de muchos se mostraba alegre a pesar de ellos, trabajaba duro y nunca se quejaba. Al menos no en serio, al menos no con él. Deseaba tan intensamente poder leer su mente, escuchar sus pensamientos, descubrir cuan feliz había sido su infancia, cuan cariñosos debieron ser sus padres con ella. Cosas todas que él nunca tuvo.

Dejó el pensamiento atrás, cerró la puerta de la oficina y salió del museo. Era noche de caza, y Vane sería su compañero. Prefería trabajar solo, pero casi siempre que el joven cambiante tenía turno iban juntos. El chico era fuerte y feroz, un líder nato, pero lo había conocido tan cachorro que a veces se le hacía imposible ver en él al hombre en lugar del niño. Así pues, tras encontrarse con él en la base, dar algunas órdenes a sus hombres e indicar el territorio abarcado por cada uno, la cacería comenzó.

Avanzada la noche, tras eliminar tres objetivos y pasarse el resto solo patrullando sin conseguirse ningún otro vampiro descarriado queriendo hacer de las suyas, Vane inició conversación. – Escuché de Valentine que hace unos meses fueron juntos a un burdel donde había bellezas de mujeres. No ha parado de hablar desde entonces de una pelirroja. Que ha ido muchas veces y no ha vuelto a encontrarla. ¿Tuviste algo que ver en eso? – Le preguntó al final, mirando hacia el frente. Acheron se preguntó a qué quería llegar con eso. – Quién sabe. ¿Por qué te interesa? – Cuestionó luego el vampiro, logrando que el cambiante se encoja de hombros. – Sé de primera mano que tienes debilidad por los desvalidos. – El comentario provocó que llevara una mano al desordenado cabello del cambiante, quien era apenas unos pocos centímetros más bajo que él, batiéndolo un poco.

El vampiro no tenía muchos hijos varones, la mayoría habían sido siempre hembras, pero el muchacho, aun a sus 50 años, aun cuando aparentaban actualmente casi la misma edad, seguía siendo su pequeño. – Ya no eres un desvalido, Vane. El hecho de que te siga tratando como un pequeño es porque te considero un hijo, ahora un hermano. Eres un buen hombre, y eso me hace sentir orgulloso. – El muchacho sonrió a su pesar y lo golpeó hombro contra hombro, amistosamente. – Bien, ahora llévame a ese burdel. Tal vez la Madame de ese lugar logre conseguirme nuevas clientes. – Ante tal comentario Ash no pudo evitar la cara de disgusto. Nunca había apoyado que se dedicara a aquello, pero conociendo la maldición de la que eran presa todos los miembros de su clan y sus descendientes, en parte comprendía su motivación.

No muy convencido, aunque sin poner peros, comenzó a guiar sus pasos hacia el lugar que él había solicitado ir. – ¿No has pensado que, tal vez, esta no es la manera más idónea de conseguir a tu compañera? La conseguirás cuando y donde menos te lo esperes. – El muchacho se llevó una mano a la barbilla ante esa actitud profeta del vampiro. Siempre odiaba cuando lo hacía porque, de alguna manera, siempre tenía razón. – Tal vez. Pero mientras eso sucede, siempre puedo disfrutar del sexo. Ese es uno de los mejores trabajos que he tenido nunca, tengo sexo con mujeres hermosas, adineradas y desinhibidas, y además me pagan por ello. Deberías intentarlo alguna vez. – No era la primera vez que le hacía el comentario, ni la primera vez que Ash se quedaba enmudecido y negaba con un gruñido. Como tantos otros, Vane se preguntaba muchas cosas respecto a Acheron Parthenopaeus. Él sabía tanto de todos, pero no dejaba que nadie supiera ni un poco de él.

Permanecieron desde entonces en silencio hasta llegar al burdel. Apenas a unos pasos de la entrada, una chica iba de salida con el rostro inclinado hacia abajo. No había podido verla, pero había algo familiar. El pensamiento se quedó inconcluso en su mente cuando Vane lo llamó y simplemente lo dejó pasar. La Madame lo reconoció de la vez anterior que estuvo allí. Había ido a ese lugar solo una vez, pero claro, ese tipo de personas no olvidan el rostro de quien les paga una fortuna. Solo por ello fue amable con Vane y, aunque su fuerte eran los clientes masculinos, se comprometió en buscarle algunas mujeres al cambiante con las especificaciones que él le daba.

Al terminar las negociaciones y ver que Acheron iba de salida, Vane cuestionó si no aprovecharía de quedarse, ante lo que simplemente negó y emprendió camino a casa. Dejando atrás al cambiante.

El día pasó rápido mientras releía por millonésima vez el libro en el que Platón hablaba de la Atlántida. Tenía que haber algo allí que estaba pasando por alto, pero, de nuevo, no encontró nada. Cuando se hicieron las cinco de la tarde, tomó una ducha rápida, se vistió de negro como era su costumbre y partió hacia la enorme villa donde vivía Julián. Fue recibido amorosamente por Amanda, esposa de Kyrian, con Marissa, su pequeña hija de dos años en brazos, quien al verlo estiró inmediatamente sus brazos hacia él pidiendo su atención. – ¡Ash! – Gritó la emocionada niña, en medio de infantiles risas, cuando la lanzó al aire y atajó para repetir la acción un par de veces ante los alarmados ojos de la madre. – Nunca dejará de preocuparme que hagas eso, Ash. – Se quejó, pero dejó a la niña con él para volver a la cocina.

Como de costumbre, había sido el primer “vampiro” en llegar. En el patio trasero podía sentir la presencia de los hombres: Julián, Kyrian y Vane. Se decidió a pasar primero por la cocina, donde Amanda, Grace y Rebecca, estaban terminando de servir los platos. Algunos de los cazadores llevarían a sus novias humanas, muchas de las cuales no sabían realmente lo que eran sus parejas, por lo que los vampiros hacían el esfuerzo por comer la comida humana para mantener las apariencias, y a las chicas les tocaba servir para un verdadero batallón. Saludó con un formal movimiento de cabeza a Grace, tal como había hecho con Amanda al entrar, quien respondió a su gesto sin apartarse de sus ocupaciones, y se acercó a depositar un beso en la mejilla de Rebecca, ante la mirada atónita de las otras dos mujeres.

Cuando Grace logró volver a articular palabra, tras la sorpresiva acción del vampiro, comentó: – Le decía a Rebecca que no esperábamos que realmente llegase tan pronto, ustedes siempre empiezan a llegar al atardecer no importa la hora fijada. – El comentario pretendía informarle de la situación, a la vez que se disculpaba con Rebecca, al parecer por millonésima vez, por hacerla trabajar cuando era una invitada, mientras que la chica no parecía para nada molesta al respecto. Cambió a la bebé de brazo y, tras hacerle una mueca que hizo reír a la niña, comentó de vuelta. – Estoy seguro que está más feliz aquí sintiéndose útil de lo que estaría afuera escuchando las fanfarronadas de sus maridos. – Se burló, ganándose las miradas acusatorias de las dos mujeres casadas.

– ¿Te llegó la caja de vino que envié más temprano, Grace? – Cuestionó, ante lo que ella asintió y agradeció. – Perfecto. Entonces, ¿Puedo ayudarlas en algo o puedo ir con los demás machos a hablar cosas de machos? – Aquello también era una burla, pero esta vez ellas rieron. – Ve, ve. Con que mantengas distraída a Marissa es bastante ayuda. Gracias, Ash. – Esta vez fue Amanda quien respondió. Él asintió, y se marchó con los hombres, no sin antes decirles que él se encargaría de la puerta tan pronto comenzaran a llegar los demás. Aquello no tardó en suceder, uno tras otro llegaron Talon con Sushine, y otros tantos cazadores, solos o acompañados. Todo parecía estar en calma hasta que, media hora más tarde, cuando la comida estaba por ser servida, fue Adonis al que consiguió parado en la puerta. El ambiente se cargó inmediatamente alrededor de ambos y el mayor sostuvo con más fuerza a la bebé contra su pecho. – Adonis. – Saludó parcamente antes de hacerse a un lado y dejarlo pasar. Tenían un acuerdo con el resto de respetar sus hogares. No peleas en el hogar de otro cazador, eran territorio neutro, y ambos lo cumplían al pie de la letra.

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Mensaje por Laylah Rebecca Michaellis Miér Oct 10, 2018 7:11 pm




Does it end your so full of devotion

Can you tell that this ain't real?





Las cuatro de la tarde y de inmediato Julián toma las bolsas que le ofrece Becca besando su mejilla para invitarle a pasar. Las personas congregadas apenas son pocas, pero ya la joven puede ir a con Amanda y Grace tomando en brazos a la pequeña Marissa sintiendo que le "late el útero" como las otras dos dicen por la mirada bobalicona y los mimos que le prodiga a la bebé. Desearía a sus propios hijos, sentirlos crecer en su vientre, verlos nacer y amamantarlos. Se queda con la nena jugueteando con ella hasta que dan casi las seis de la tarde, platicando con las mujeres en la cocina de las últimas hazañas de sus maridos en sus hogares: por ejemplo, Julián había intentado cambiar un clavo de lugar y se había dañado un dedo. Kyrian había intentado darle de comer a Marissa y terminó con el plato de sombrero y demás anécdotas que las tenían risa que risa.

En cuanto empezó a llegar el tropel, con Ash en la cabecera, Grace solicitó ayuda para terminar de preparar algunos platillos, servirlos calientes y dirigir todo hacia el patio donde sería la comilona. En tanto acomodaba los platos entre risas por las situaciones que seguían relatando las mujeres, Ash se presentó a saludar a todas con Marissa en los brazos. La nena se veía bastante contenta y cómoda con él, lo que la hizo sonreír. Seguro, ella también se sentía contenta cuando él se comportaba como hoy: relajado, amable y como un sol con la pequeña que le mira fascinada como si él fuera un dios. Quizá lo sea. Al ver que el hombre se acerca a ella, se detiene tras dejar un plato para recibir un beso en la mejilla con una sonrisa devolviendo el gesto en la suya, como si fuera lo más normal del mundo -que para ella lo es- tras el día anterior. - La verdad es que sí, me siento más a gusto ayudando que escuchando lo último que tienen en casa, desde cómo repararon los pisos hasta el último caballo que tienen que comprar para ir más rápido a donde sea que tienen cita - le da un pedazo de manzana a la bebé que alza las manos con rapidez para atraparlo.

No se da cuenta de la expresión atónita que generó el gesto de Acheron en las otras dos mujeres, más la conversación siguió después de que se marchara el nosferatu, hasta que una de ellas no pudo con la curiosidad - ¿Y de dónde conoces a Ash? - Becca alzó la mirada de la comida que estaba terminando de sazonar - del museo. Es mi jefe, trabajamos en la investigación de los objetos enviados desde una de las excavaciones de Grecia - su voz es baja escuchando que todos afuera ríen a carcajadas. Las miradas intercambiadas son significativas. Si Acheron tiene esas muestras con Becca, ¿Será que...? Y se interrumpen con la llegada de Sunshine que viene muy contenta hablando de lo que trajo de comer haciendo reír a todas. El ambiente es bastante distendido y es por ello que la joven gusta de venir con ellos.

Justo cuando llaman a Kyrian y Julián para que les ayude a llevar los platos, se asoma Adonis quien saluda a todas de beso en la mejilla, apuntándose a ayudar a Becca como siempre. Hay algo entre ambos que se mantiene como una bonita relación que a la joven le gusta porque el hombre es bastante amable en tanto que a los demás los observa con ciertas reservas. Le picó la curiosidad durante mucho tiempo el por qué, más no se siente con la confianza de preguntar. Cada quien decide qué hacer con su vida. Sale con el chico tras ella acomodando todo antes de sentarse junto a Amanda con una sonrisa sin percatarse de mucho a su alrededor, ni siquiera le toma por sorpresa que Adonis se siente a su lado porque desde que lo conociera, mantenían una conversación afable durante las cenas.

No puede más que quedarse callada esperando a ver qué van a discutir ahora. Desde la primera vez, tienen por costumbre enlazarse en alguna charla divertida. - Bien, Becca, espero que esta vez hayas estudiado - escucha en su oído, al voltear la cabeza casi choca la nariz contra él de lo cerca que está. Le mira sorprendida y se sonríe con nervio - estudié, ni duda cabe, así que estoy lista para que hablemos de lo que se te ocurra - el hombre alarga la mano para tomar un tazón y ofrecerle a Becca que toma una cucharada para ella de las papas aderezadas con limón y un toque de cebolla - ¿Me ayudas, por favor? - como no tiene ningún problema y el hombre se comporta con toda familiaridad y hasta con mucha educación, a Becca le cae en gracia que siempre le esté pidiendo el favor de servirle y le pone una cucharada a su vez. - ¿Has escuchado de los tiempos antes de la luna? - pregunta con diversión dejando el tazón en su sitio volteando a mirar su perfil - un autor lo expresó en sus escritos. ¿Quién y en qué obra fue? - eso provoca que la mujer le mire sorprendida.

- ¿Los tiempos antes de la luna? - no entiende un ápice hasta que se sonríe de lado con cierta coquetería - así es, si no sabes es que no estudiaste, te dije que lo hicieras, Becca - levanta el dedo índice haciendo que la chica le observe con curiosidad. Sus ojos se muestran confundidos. Adonis lleva su mano a la oreja femenina a su alcance dando un jaloncito sin provocar dolor, en su lóbulo - por no estudiar. Castigada - susurra muy bajo haciendo que ella se sorprenda abriendo la boca como si le hubiera dicho una locura y negara con la cabeza - Eso no puede ser, es decir, es imposible que la luna no existiera - Adonis se encoge de hombros.

La deja pensando sin despegar su mirada de él, ni siquiera come - no, es verdad, no hay un resquicio que pueda demostrar lo que dices - el hombre se sonríe divertido - de momento, todas las excavaciones están perdidas porque no hay un solo documento que lo demuestre, pero fue Aristóteles quien habló de los tiempos antes de que la luna existiera, en su Constitución de Tages, lo que significa que - alza una ceja elocuente dejándola boquiabierta de nuevo. - ¡No! Si la luna no existía entonces ¿Cómo es que apareció y no hay un escrito que lo establezca? - Adonis se sonríe guiñándole un ojo - cuando quieras podemos discutirlo, por ahí debo tener la Constitución - Becca se queda tan sorprendida que toma mal el vaso y con su torpeza, lo deja caer al piso creando un disturbio cuando se escucha el cristal romperse.

Se agacha al mismo tiempo que Adonis, haciendo que ambos se den un golpe en la frente, intenta llevarse la mano a donde le duele y en el viaje, baja demasiado la mano sin calcular y siente cómo se lastima la mano con el vidrio en la yema del dedo índice. El olor de la vitae llega a todos los vampiros, de reojo, Adonis nota cómo uno de los nuevos, Erick, se levanta de golpe queriendo alcanzar la fuente debido a su reciente transformación, no puede contener los ánimos. Soluciona la situación rápido. Toma la mano de Becca metiéndose su dedo en la boca lamiéndolo con rapidez. Bufa con el sabor de la sangre alejando su mano con determinación sintiéndose débil por la potencia de su instinto por morder su cuello. Sisea abrazándola contra su pecho para ocultar su cabeza y que no mire cómo sus colmillos crecen sin proponerlo. Haciendo que la humana no entienda un ápice de lo que sucede. De cómo Adonis le salvó en cierta forma la vida al sanar su herida con su saliva y cómo se esfuerza en ocultar su naturaleza con ese gesto - eres demasiado patosa a veces, Becca - alcanza a decir antes de que algo pase.

Acheron Parthenopaeus for Becca.
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Mensaje por Acheron Vie Oct 19, 2018 2:06 pm







Sus circunstancias con Adonis eran más que complicadas. Lo conocía desde que era un muchacho. Kyrian lo había sacado de las calles con solo doce años y, siendo que el joven cazador tenía solo tres años más, Acheron había sido una figura paterna para ambos. El menor siempre fue un dolor de cabeza, rezongaba por todo y siempre tenía una respuesta inteligente para cada cosa que le decía, pero en medio de su actitud rebelde el Nosferatu sabía que se escondía un corazón noble, por ello lo había querido tanto como al resto de los hijos que había adoptado solo de nombre a lo largo de sus muchos milenios. ¿Cómo había terminado esa relación padre - hijo en desastre? Pues, era difícil de explicar.

El muchacho mujeriego se había convertido en un hombre responsable, de su familia, al encontrarse con una mujercita que le había agarrado bien por los cojones. Estaba enamorado, creía Acheron, y eso lo hacía sentirse sumamente orgulloso. Hasta que una noche, por cualquiera que fuese el motivo, lo encontró encamado con otra de sus hijas, una vampiro a la que había salvado de la muerte, tras una horrorosa vida como humana. Dasha fue por un tiempo una de sus niñas consentidas, era valiente y muy fuerte, con mucho empeño, pero también había mucho dolor y miedo en su interior, era por eso que Acheron la había cuidado y mantenido a cierta distancia de sus cazadores, y también por eso que había enfurecido al encontrarlos desnudos y juntos en una cama. Pero su furia le había costado demasiado cara.

Juró. Juró cuando sabía que su juramento debía ser cumplido, o padecer la más horrible de las muertes. Y juró que lo mataría por lo que había hecho. ¿No podía haber jurado algo más? Para su fortuna o desdicha, Adonis había comprendido su situación, y llegaron a un acuerdo en el que también Dasha participó. Él tuvo que cumplir su palabra y matar a su propio hijo, con el dolor desgarrando su alma, pero fue inmediatamente transformado por Dasha. Creyó que eso sería suficiente para saldar su deuda y, tras el llamado de Artemisa, dejó el asunto en manos de su hija para atender el llamado de la molesta diosa.

A la fecha actual aún no sabe qué ocurrió, por qué luego de eso y a pesar de que Adonis había dado su consentimiento para ser transformado, él había comenzado a odiarlo. No tenía más que creer que la vida inmortal se había tornado pesada para él, más después del ataque en el que había perdido a su único hijo y a su adorada madre, pero nunca habían tenido la oportunidad de conversar al respecto, aunque no veía la fecha en que pudiera aclarar ese asunto con él. Mientras tanto, no le quedaba más que soportar su odio en la casa de otros cazadores y sus ataques cuando se conseguían por casualidad en otros lugares.

Nada de eso evitó la feroz ola de celos que lo recorrió al verlo sentarse tan cómodamente junto a Rebecca, hablarle con tanta familiaridad y coquetería. Quiso ir y apartarla de él, pero fue detenido a tiempo por Vane, quien argumentó que se conocían hace mucho más tiempo y que siempre habían sido cordiales mutuamente. Aun con ese conocimiento, fingiendo comer lo preparado por las chicas y respondiendo a duras penas a lo que cualquiera le comentaba, no pudo quitar la mirada de Rebecca y Adonis. No le gustaba. No le gustaba en absoluto. Especialmente no le gustaba por el conocimiento de que el vampiro había vuelto a sus andadas de casanova, y que una de sus conquistas era precisamente Dasha.

El accidente ocurrió demasiado rápido. En el instante en que Rebecca se cortó y el olor a sangre inundó la sala, el Nosferatu usó su habilidad de ilusión para mantener la mente de los humanos en la sala ocupada. Sin tiempo para ponerse selectivo, eso incluyó incluso a Kyrian, Julián y sus esposas. De esa manera, pudo moverse con lo máximo que le permitía su velocidad y mantener calmado a Erick, al menos hasta que Adonis “solucionó” la situación, poniéndose a sí mismo en una posición bastante peligrosa, dado que, aunque tenía ya unos buenos cinco años de haber sido transformado, la habilidad de resistirse al olor de sangre humana duraba mucho más en hacerse fuerte. El mismo Talon, que tenía al menos unos 800 años, se retorció levemente de su asiento ante el olor.

En cuanto los vampiros calmaron sus ánimos, Acheron se acercó con paso mucho más humano a la pareja y puso una mano en el hombro del vampiro. Seguía sin agradarle su comportamiento coqueto con Becca, pero debía admitir que había resuelto la situación de manera rápida, por lo que se sentía agradecido de cierta forma. Asintió hacia él cuando le miró, y apartó la silla de Becca para que se pusiera en pie. – Ven conmigo, Becca. Grace se hará cargo de los vidrios. – Con una mirada pidió a la mujer humana que lo ayudara con esa situación mientras él se encargaba de alejar a la chica de los depredadores. Tomó la mano que había sido lastimada, apretando el dedo para que ella no viera que la herida había curado totalmente en reacción a la saliva del vampiro, y la llevó consigo hacia uno de los cuartos de baño en donde se encerró con ella.

Puso la mano herida bajo el agua corriente instalada en la casa de Julián y, mientras simulaba limpiarla, le preguntó a la chica. – ¿Estás bien? – Sabía que a sus ojos él podía estar exagerando un poco. Si tan solo ella supiera el peligro que había corrido allá afuera, comprendería que su alarma estaba más que justificada. Le secó la mano y usó un trozo de tela de su propia camisa para rodear la yema de su dedo índice. – No te lo quites hasta mañana, para entonces estarás como nueva. – Le informó, y solo entonces se atrevió a mirarla a los ojos. Debía admitir que había estado aterrado, la sola idea de Erick atacándola, o el mismo Adonis. Que no hubiese sido capaz de contener al primero, o de apartarla a tiempo del segundo.

Embargado aún por la terrible posibilidad, la haló por los hombros y la rodeó con ambos brazos por la cintura, teniendo que agacharse levemente para esconder el rostro en su cuello y embriagarse con su perfume. – No vuelvas a asustarme de esa manera, Rebecca. – Su voz sonó grave e inflexiva, pero sus actos demostraban lo mucho que se había preocupado. Pasado un eterno minuto, separó apenas su rostro del cuerpo de ella para mirarla de nuevo. Era hermosa, dulce, traviesa. Era necia y respondona, pero divertida. No era suya y nunca podría serlo, eso no evitaba que se sintiera posesivo con ella, eso no evitaba el deseo de besarla ni el ansia por sumergirse en ella. En cambio, simplemente le acarició el rostro, apartando el cabello y echándolo hacia atrás.

– Ten cuidado de Adonis, ¿Quieres? Solo ten cuidado. – Le sugirió, agregando lo último para evitar sus preguntas, mientras acariciaba con su pulgar ese labio que a ella le encantaba morder, deseando que fuesen sus labios en lugar de su dedo los que se paseaban por él. Maldijo a Artemisa y se maldijo a sí mismo por desear lo prohibido. Nunca dejó de ser un esclavo, aunque tenía poder y vida eterna, era esclavo de la vampiro que más odiaba sobre la faz de la tierra, y dependía de ella para continuar con su eterna existencia. Ese pensamiento hizo entristecer su mirada y apartar su mano de ella. De repente sintió la necesidad imperiosa de salir de allí y caminar, siempre era así cuando estaba tan ansioso como en ese momento, pero no quería hacerle ese desplante a Julián y Grace, que tanto empeño habían puesto en aquella reunión, por lo que simplemente le tomó la mano y salió con ella nuevamente hacia el jardín. Esta vez no pensaba alejarse de ella más de dos pasos.

Afuera ya todos terminaban de comer y comenzaban a recoger todo, lo que le facilitó las cosas para tomar su plato y sentarse en el puesto que antes fuese ocupado por Amanda. Sentándose a acompañar a Becca hasta que terminase de comer, aunque ya no pudo volver a tocar su propia comida. Los demás parecían en calma, aunque los vampiros se pusieron un poco rígidos ante su presencia, pues emanaba un aura rojiza que les advertía a mantenerse alejados mientras lograba calmarse por completo. Acheron era una figura de respeto para todos los cazadores y, aunque siempre se mostrase amistoso, era sabido que era mejor mantenerlo contento, pues enojado podía resultar en situaciones como la que se había propiciado con Adonis. Una razón más por la que mantenerse alejados, ya que como vampiros no tendrían la oportunidad de salvarse si el mayor jurase matarlos.

Observó a la joven humana comer cada bocado en silencio, preguntándose qué estaría pasando en ese momento por su mente y odiando el hecho de no poder escuchar nada al intentarlo. Estaba en relativa calma ahora, pero le irritaba que Adonis la mirara con tanta insistencia, podía saberlo incluso sin verlo directamente, pues sentía el peso de su mirada en la nuca. Quiso entonces dejarle claro a él y a todos los demás que, si bien la protegía, ella no era una más de sus hijos adoptivos, ella era diferente para él, y no permitiría acercamientos de ninguna índole. Hizo lo que no debía, lo que tenía prohibido, lo que llevaba deseando desde la primera vez que notase ese inocente y erótico gesto en que apresaba su labio inferior con los dientes, y lo miraba hacia arriba con sus preciosos ojos enmarcados en esas larguísimas y rizadas pestañas, batiéndose para él. La besó.

Acheron, que nunca había hecho nada que llamase la atención, que siempre había protegido su reputación frente a sus cazadores, que nunca había tenido una enamorada, besó a una humana frente a los atónitos ojos de sus amigos, cazadores y conocidos. Y cuando sintió que le correspondía, la sostuvo de la nuca para profundizar la caricia, sin prestar atención a las expresiones de sorpresa de los presentes, ni a los gritos histéricos que dejaba escuchar Artemisa en su mente. Sabía que luego tendría que atenerse a las consecuencias de sus actos, pero siempre lo hacía, así que no habría diferencia. Al menos, por una vez, el castigo valdría la pena.

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Mensaje por Laylah Rebecca Michaellis Lun Oct 22, 2018 9:16 am




You're the fear, I don't care

Because I've never been so high





A Becca le encanta ir a estas reuniones organizadas por Julián y Grace porque conocer a sus amigos es una fuente de conocimientos empíricos o bien, narrados de generación en generación que la dejan boquiabierta. Desde hace unos pocos meses atrás, conoció a Adonis. Decir que el hombre es atractivo, es quedarse corto. Tiene un aura que le incita a mirarle, su constitución física, sus rasgos bien marcados y elegantes, hacen de él un magnífico ejemplar de cómo es la belleza clásica. Le gusta mucho y sin embargo, hay algo en él que llama a retirarse de su presencia. Es innegable el magnetismo que tiene, igual que le pasa con Acherón y ambos coinciden en un pequeño aspecto que le hace ubicarlos en la clasificación de depredadores. En Acherón es más oculto, especiado, como si fuera una magnífica bestia que puede camuflar su presencia. En Adonis, es más abierto, pesado, como si Psique le tocase en demasía. Tiene por ocasiones ciertos modales que la sacan de equilibrio.

Como ahora, que tras saber que la luna no estuvo todo el tiempo en el cielo, se le resbala el vaso cayendo al piso, se hace trizas, por intentar recoger los pedazos, golpea la frente con Adonis. Es como pegarse con una pared. La deja un poco aturdida y puede que se le forme un moretón o al menos, una mancha rojiza. Lleva su mano al lugar donde le duele, no calcula y siente un dolor que le atraviesa en la yema de su dedo. Se queja por el hecho, lleva su mano hasta su vista o lo intenta, Adonis la atrapa metiéndose sin explicación alguna, el dedo en su boca. Algo se rompe en el interior de Becca en tanto lo mira a los ojos, con ese magnetismo sexual que emana de cada uno de los poros del hombre. Sentir su lengua acariciar su suave piel la estremece, le ruboriza.

Se queda sin habla, lo que él aprovecha para estrechar su delicado cuerpo contra el enorme de él. No es tan pequeña y así, Adonis le saca casi la mitad de la cabeza y Acherón casi una y media. Todos los hombres que concurren a esta reunión, son enormes. Cierra los ojos sin comprender qué está pasando, le escucha mordiendo su labio inferior - sólo se me resbaló, no es que sea tan patosa - reniega en tanto él ríe mirando a su alrededor sólo con el movimiento ocular, intentando que cualquier cosa que se hubiese desatado, para ella fuera inapreciada. El susto, nadie se lo quita. Becca mira su dedo herido, para la joven, la ilusión de Acheron la envuelve, lo que permite que el acto de Adonis pase desapercibido para ella que en su fantasía, sigue mirando la sangre que resbala por su piel. Se la lleva a la boca para lamer -según su concepción- y limpiar un poco ésta, en tanto nota que se está bien entre los brazos de Adonis quien no parece querer soltar su cuerpo y ella tampoco lo desea. Se siente contenida y segura.

Adonis se separa por fin de ella, Becca alza la mirada como preguntando el por qué si estaba tan cómoda, ver la figura de Acherón al lado de la del mayor puesto que en apariencias, Adonis es más grande que el otro, le extraña. Se pone en pie por inercia, dejando que su jefe se ocupe de su herida llevándola al interior de la casa. Le sigue obediente. Hasta que el chorro de agua cae contra su dedo y él habla, Becca perseguía sus pasos como en un sueño - estoy bien, sólo fue un cortecito, pero ya está casi solucionado, ya no es tanta la sangre - se asoma de puntitas a mirar la línea que seguro tiene separando su epidermis. - Además, no tienes por qué preocuparte, voy a ir a trabajar de todas formas el lunes, relájate. Un corte así no va a detenerme en mis dibujos o escritura - piensa que es por eso que de inmediato buscó ayudar. - Adonis es una buena persona, sólo que a veces exagera. No es la primera vez que tengo un accidente aquí, el otro día me corté el dedo con el cuchillo y él siempre llega primero a rescatarme de la sangre, creo que no le gusta verla - parlotea porque está nerviosa.

Nerviosa por lo acontecido, nerviosa por el abrazo de Adonis que parecía como si fuera a morir de un instante a otro, eso fue lo que le hizo sentir en ese acto. Nerviosa por tener que ser atendida por su jefe, nerviosa por estar dentro de esa minúscula habitación con él, nerviosa porque ahora, en tanto Acherón le limpia la herida con cuidado, se da cuenta de que ni siquiera el mohín de Adonis llevándose su dedo a la boca, es tan erótico como sentir las falanges del rubio por su piel. ¡Está realmente mal de la cabeza! ¡Es su jefe! ¿Dónde está la ética? Se mordisquea el labio inferior con nerviosismo. Cuando él rompe su camisa para hacer una tirita y rodear su dedo, se queda atónita. - Eso no es tan bueno porque cualquier bicho que tu camisa traiga podría - calla al ver su rostro. La palabra "infectarla" puede irse a la Plaza Tertre como él siga poniendo así su mirada sobre ella. ¿Cómo sabe que es así? Por el aura que los envuelve. Hay un algo que es imposible de que ella traduzca al idioma normal.

La sobrecoge, es una sensación de opresión que se irriga desde sus ojos albergándose en su pecho estrujando su corazón. Algo debió percibir el hombre, porque la empujó hacia su cuerpo, rodeándola con éste. Su aroma explotó en su nariz, su tórax fue repasado por las manos de la joven desde su duro abdomen marchando alegres en su ascenso, apreciando su caja torácica, sus firmes músculos pectorales hasta los anchos hombros. Puede que sea sólo un joven, pero ni Adonis la hizo sentir tan sobrecogida y reconfortada como Acherón en este instante. Esconde su rostro en el cuello del varón así como él lo hace en el suyo. Su respiración eriza cada vello de su piel. Con los labios temblorosos, aprieta un poco la piel que recubre sus hombros. - Sólo se me cayó el vaso - para ella, su orden carece de sentido. Al no saber la realidad de la situación, le parece exagerado el gesto de no ser porque le gusta, le encanta que él la rodeé así, la sostenga contra su fuerte y firme ser.

Gemiría de frustración cuando él se separa, aprieta su labio inferior con sus dientes tan fuerte, dejando una visible marca. No quiere que se aleje, no quiere que la deje. Preferiría seguir así, entre sus brazos con su rostro en su cuello, en este íntimo gesto que para Becca se transforma en algo diferente. Su caricia en la mejilla deja marcas de fuego, acomoda sus mechones tras la oreja haciendo que lo mire, que beba sedienta cada rasgo de su rostro. ¿Dónde lo vio antes? ¿Por qué le es tan conocido? No puede recordar que fue en la estatua de la excavación, la que viera de reojo, por eso es que le cuesta puesto que ahora tiene otra apariencia gracias al poder del nosferatu. Sus ojos le buscan cuando le pide que tenga cuidado con Adonis - él nunca me haría daño - asegura con fuerza. Cada vez que se encuentran, él la protege como si la órbita de Becca atrajera con su gravedad al satélite en que Adonis se transforma haciendo que algunos invitados nuevos, que no vio antes, se alejen.

La obliga a soltar su labio de la prisión de sus dientes con la yema del dedo. Le tiembla al contacto, es tan íntimo el gesto que por un instante piensa que la besará. Lo peor, es que ella lo anhela. Lo desea y se descubre así, sintiéndose cada vez más extraña e indefensa ante sus roces y este nuevo acercamiento que se antoja adictivo. Se separa y por inercia, Becca busca su mano y es atrapada en el camino por la suya. Al parecer, ambos sienten igual. El vínculo laboral se hizo trizas, la profesionalidad se quedó en el bote de basura. Ella anhela su contacto, su cercanía. Él la corresponde. La lleva afuera con paso tranquilo, dejando que tome asiento, acomodándose a su lado. La comida es insípida tras los instantes compartidos en aquella minúscula habitación. Adonis ya no estaba ahí, a su lado. Incluso, cuando volvió, algo en el ambiente le provocó sentarse lejos. Gesto que pasó desapercibido para Becca que intentaba ingerir los bocados a fuerzas, perdido el apetito, los sabores son insípidos. Permanece la presencia de Acherón a su lado, su cuerpo, su mirada, su aura depredadora a la cual ella seguía como si fuese su amo y ella, un simple cachorro atado a su voluntad.

El silencio se propagó por varios minutos poniendo cada vez más nerviosa a la humana, las conversaciones eran audibles en la mesa tras su regreso, había signos de tensión. ¿Por qué? Era desconocido para ella. Termina el último bocado que es capaz de meter a la boca, traga tomando el vaso para beber un poco y así poder dejar libre su boca de alimento. La tela en su dedo es una señal innegable de que lo que vivió en el sanitario fue real. Se muerde el labio inferior tensa, voltea a mirarlo por inercia, eleva sus ojos a los varoniles. Como un cuento de hadas, una fantasía de oscura procedencia, Acherón baja el rostro hacia el suyo acortando las distancias con determinación. Sus labios se rozan, el hombre los mueve lento contra los suyos cortando de tajo la respiración femenina. Se friccionan haciendo que abra la boca en una invitación que él aprovecha sujetando su nuca para profundizar el beso. Becca no piensa, su mano atina a sujetarse de la camisa, la otra apresura el paso para tomar su mejilla entregando su ser a este ósculo poco decoroso para la época, para la reunión. Si los demás le miran, debería parar y en lugar de ello, la humana pone el corazón.

El beso se alarga durante unos instantes que para ella son eternos, sólo es consciente del aroma del varón, de su mano que sujeta su nuca para dar alivio a cada movimiento que le lleva la cabeza atrás, marcando un ritmo que sólo él conoce. Su corazón late a velocidad intensa, sus piernas se juntan por la necesidad de que toque ese sitio donde se unen. La mano de la joven abandona su mejilla para sumergirse en sus cabellos. Cuando el beso termina, aspira aire profundo. La única protagonista de esta locura es esa boca, esos labios gruesos, el aliento que ella anhela una vez más. Y por locura, en una demostración de falta de decoro, aprieta los cabellos rubios del hombre, alzando su propia cabeza para acercar su rostro al suyo susurrando un - quiero más - y atrapar de nuevo sus labios, siendo ella esta vez quien le busca, quien le necesita porque besarlo es igual que respirar, que comer, que dormir. Es una necesidad crucial y no quiere dejar de hacerlo.

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Mensaje por Acheron Dom Nov 11, 2018 4:23 pm







Acheron no conocía lo que era el amor, al menos no el verdadero, correspondido y sincero. Todo lo que alguna vez había creído de tal sentimiento lo había aprendido de Artemisa, y honestamente no había sido la mejor experiencia. Ni ganas le habían quedado de relacionarse de la misma manera con otra mujer que pudiese volver a traicionarlo, mentirle y torturarlo de todas las formas posibles. Con Rebecca, no podía tener aún certeza de lo que eran esos sentimientos que lo embargaban, simplemente no podía dejar de rogar que no fuese tal cosa. Ya bastante tenía de amores en su larga existencia. Y, sin embargo, no pudo evitar el gruñido que escapa de su garganta en respuesta al beso que ahora ella había iniciado.

Becca era deliciosa en todo sentido, y sus reacciones provocaban en él el más prohibido de los deseos, al que logró contenerse a duras penas separándose nuevamente de ella. Aunque sus labios ya no estuvieran en contacto, podía escuchar el acelerado latir de su corazón y percibir el aroma de su excitación con la misma facilidad con que sentía su aliento cálido sobre la piel. Ella también lo deseaba, y eso lo alteraba más de lo que podía reconocer. Evadiendo aquella realidad, levantó la mirada hacia el resto de los presentes, quienes hicieron un intento bastante precario por disimular las expresiones atónitas con las que habían estado husmeando.

Con su aura ligeramente más tranquila luego de aquella demostración de posesividad, devolvió a su rostro la expresión serena y seria a la que todos estaban más familiarizados, pero había algo diferente en él, algo que pocos podrían notar y que solo se hacía presente al mirar a la joven rubia. Le dedica una pequeña pero notable sonrisa a la vez que acaricia con suavidad su mejilla. - Será mejor que nos unamos al resto, ya hemos llamado bastante la atención. - Le dice en un murmullo, sin dejar de mirarla, antes de ponerse en pie y recoger los platos de ambos. Por más que no quisiera dejarla allí sola, entró en consciencia de que no podía llevar a cabo su primera intención, que había sido mantenerse a su lado el resto de la noche. Esperaba que con aquel acto, que aunque pudiese parecer insignificante para ella, para él y todos los que lo conocían desde hacía bastante tiempo era un enorme paso, Becca comprendiera que significaba algo para él.

Sin detenerse a mirar a nadie más, enfiló su camino hacia la cocina para lavar los platos que acababan de desocupar. No porque le preocupase llevar a cabo tal actividad, sino porque necesitaba unos minutos a solas. En ello estaba, cuando decidió finalmente bajar la barrera de su mente, permitiéndose escuchar el remolino de pensamientos que embargaba a sus hombres y compañeros. Entre otras cosas, se preguntaban sobre su relación con Becca, si es que se había deshecho de Artemisa al fin y, Talon específicamente, se preguntaba si era posible que Becca hubiera podido liberarlo del hechizo de la vampiro, ante lo que se permitió responderle también por medio de su mente. - Eso no va a pasar. Artemisa puso ese hechizo especialmente para mantenerme atado a mí, no a ustedes. - Explicó brevemente sin extenderse demasiado en el asunto.

Pensando en Artemisa, por otro lado, le extrañó lo silenciosa que estaba en ese momento, después del arranque de histeria que había tenido apenas besara a su nueva “compañera de trabajo” minutos atrás. Aunque no quiso dejar que el asunto lo preocupase, no pudo evitar sentirse angustiado de que la vampiresa pudiese querer tomar represalias en contra de la humana, quien no tenía ni idea de dónde se había metido realmente.  

Al terminar con la pequeña tarea autoimpuesta, se reintegró al grupo, saliendo al exterior. Si bien estaba controlando su temperamento para no alarmar a nadie, era inevitable para él atraer atención al entrar en algún lugar concurrido. Las humanas, parejas temporales de sus cazadores, que apenas había conocido esa tarde, no podían evitar mirarlo con deseo y lujuria, era parte de su maldición milenaria. Al menos, agradecía, ninguno de sus hombres era lo bastante joven como para no comprender su situación y las circunstancias que hacían a cualquier humana, incluso muchas vampiros, que se considerase a sí misma heterosexual, sentir tales pasiones con solo verlo. Él, por su parte, ignoró como siempre tales atenciones.

Buscó y consiguió con la mirada a Rebecca, que se encontraba ahora rodeada de las demás mujeres, en especial de Grace, Amanda y Sunshine, quienes parecían haber formado una trinchera a su alrededor, evitando así cualquier acercamiento que pudiese provocar la ira del Nosferatu, especialmente de parte de Adonis, quien no necesitaba meterse en más problemas con él. Al saberla segura y cómoda entre las parejas de sus amigos se integró también al resto de los hombres.

Después de semejante espectáculo, la actitud parca de Acheron fue un bálsamo tranquilizante para aquellos que lo conocían de hacía más tiempo. Sin embargo, de la misma manera como la tensión en el grupo iba disminuyendo poco a poco, permitiendo que todos se juntaran en un solo grupo, también se sentía él extraño, al estar tan cerca de la joven humana y no poder compartir largas pláticas como en el museo durante el trabajo y mucho menos risas como durante las lecciones de griego antiguo. Estaban muy cerca, y aún así no se permitía mirarla, no podía mostrarse débil ante sus subordinados. Si alguien fuera de ese grupo llegaba a enterarse que tenía una nueva debilidad, podría ser su fin, del mundo como lo conocía, de su propia cordura. Ya había cometido un error colosal, ahora debía evitar que el asunto fuese tomado como algo de más importancia de la que debía.

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Mensaje por Laylah Rebecca Michaellis Mar Nov 13, 2018 10:24 am




El amor es el único sentimiento

que contrae poca felicidad y mucha angustia.





Becca está justo en el momento donde todo es maravilloso, en el que sólo disfrutar de los labios del hombre elegido tiene sentido y le da coherencia a la vida. En tanto la fría piel le parece extraña al tacto, le excusa pensando que es porque le falta un buen abrigo. La caricia es aceptada y correspondida por el varón cuyo gruñido es percibido por los oídos de la humana que se siente un tanto amedrentada como incitada a continuar. Está haciendo una locura a ojos de todos los presentes. Por vez primera, se despreocupa de lo que puedan pensar de ella, es decir, si con el paso del tiempo que convivió con ellos, no saben cómo es, pues es problema de todos los que malinterpreten. ¿No?

Tarde que temprano llega la separación de los rostros de la pareja, haciendo que ella se muerda el labio inferior con un suspiro profundo por lo vivido. Sabiendo que con otro hombre sentiría menos de lo que Acheron le hizo vivir. Percibiendo que despierta a la vida como la Bella Durmiente después del beso de su príncipe. Esa es una idea demasiado romántica para la estudiosa de la historia griega. Si reúne todas las premisas, consideraría obvio que éste fuera un resultado natural. Tanto tiempo conviviendo juntos, la tensión entre ellos, la forma en que la mira. ¿Está en lo correcto cuando piensa que le gusta? Si será tonta. ¡Por supuesto que le gusta! Acheron no es de estar besando a todas las mujeres que conoce. ¿Verdad?

¿Y ahora? La incomodidad de cierta forma porque él regresa a ese semblante serio y sereno que le caracteriza al varón, haciendo que ella se sienta como si ésto estuviera mal y sus palabras lo reafirman. Llamaron demasiado la atención y es cierto, pero ¿Quién empezó? Quizá debió mantenerse impertérrita con el beso o bien, no buscar el siguiente. Cuando él se levanta llevando los platos siendo que es innecesario ir a lavarlos, en la soledad de la mesa, Becca se queda en silencio pensando que esta huida es para que él pueda organizar sus ideas y le da oportunidad a que haga lo mismo. Quizá Acheron está arrepintiéndose de lo hecho, medita Becca en tanto su siniestro índice acaricia su labio inferior sintiendo cómo está un poco hinchado por el beso. La tensión sigue alrededor de ella, nadie se atreve a acercarse a la joven, ni siquiera Adonis. Es como si tras este acontecimiento, estuviera apestada.

No se da cuenta que la respuesta es contraria a lo que piensa. Acheron marcó bien que ella es suya. Y los demás vampiros se mantienen al margen con riesgo de hacer enojar al líder de los DH. Nota las miradas de las mujeres que le fueron presentadas este mismo día, donde la envidia y la molestia están reflejadas en sus orbes. Cualquier fémina desearía estar en su lugar.  Si en realidad conocieran lo que le une a su jefe, se lo pensarían de nuevo. Sunshine parece reaccionar, se acerca a la joven para invitarla a dialogar entre mujeres. El deseo de la humana es divertirse, se pone en pie para ir al grupo para escuchar cuáles son las mejores estrategias para conseguir un buen litro de leche. Se ríe escuchando que Talon piensa en que la de cabra es mejor y a veces sale a por ella - imaginen a un grandulón como Talon persiguiendo a la cabra saltando de un lado al otro toda desbocada y él regresando todo lleno de polvo. Cuando llueve, es peor, así que lo mando al río a lavar sus prendas, yo no voy a enloquecer con las manchas de sus apreciados pantalones - comenta la esposa del "atrapacabras" haciendo que las otras sigan riendo imaginando la situación.

El tiempo pasó entre los comentarios jocosos de las esposas burlándose de sus maridos hasta que uno de ellos, el valiente Julián, hizo su aparición en el grupo de la muerte masculina, provocando que se fusionaran hombres con mujeres, haciendo variopinto el momento, disfrutando de las cervezas, la música trovadora de alguno de los presentes y las risas por los recuerdos chuscos que se comentan. Hasta que en determinado momento, mientras están sacando los trapos sucios de cada uno de los presentes, es el propio profesor quien la mira - Becca, te toca. Cuenta un secreto o te tomarás toda esta jarra de cerveza - la deja sobre la mesa. Está completa y Becca la mira sorprendida. Ni en sueños podría tomar algo así. Se pone a pensar, cuando decide qué decir, muestra culpable con una sonrisa que parece abochornada - mi secreto es que estoy aprendiendo un griego muy antiguo con un buen profesor. Haciendo gala de mis habilidades, he aprendido a que la diferencia de decir "buey" a "rey" depende de dónde ponga el acento a la sílaba. Así que de vez en vez, cuando me aburro, decido importunar a mi tutor. ¿Saben que es muy diferente decir "El rey estaba sentado en el trono esperando que los tributos fueran contabilizados con eficiencia y habilidad" a decir "El buey estaba sentado en el trono esperando que los cerdos fueran contabilizados para comerlos". Por supuesto, mi tutor estalla en carcajadas en tanto finjo sentirme ofendida porque no me enseña bien. ¡No es mi culpa! - las risas generalizadas son mayores a lo esperado.

Por ahí, alguien más dice - deberías dejar de pagarle, te enseña demasiado mal -, lo que es contrario a lo que Talon dice - ya te daría yo tu cerdo, con unas buenas nalgadas como me diera cuenta de que me estás tomando el pelo - lo que provoca que Becca se ría. Kyrian se atreve a intervenir - ¿Y quién te está enseñando? - la humana se sonríe con mirada enigmática - se dice el pecado, pero no el pecador. Al rato vas a querer que te enseñe y de momento me salen muy caras las lecciones como para compartir al tutor - niega con la cabeza mordiéndose el labio inferior con expresión juguetona haciendo que Kyrian se ría de nuevo - eres una envidiosa, Becca. Además, qué ganas de hacerlo reír a tu maestro - la chica se encoge de hombros - lo confieso, pero las risas de mi mentor valen la pena parecer una torpe ante sus ojos - el único que comprende la magnitud de lo que dice, es Julián, que mira a Acheron con discreción entendiendo ahora muchas cosas.

La velada continúa hasta que Becca mira el reloj sabiendo que ya es demasiado tarde. Anuncia a Julián que debe partir y éste se niega a dejarla ir sin pedirle un carruaje que la lleve sana y salva a casa. Entiende que como la deje bajo riesgo, Acheron puede ponerse demasiado mal. La humana se despide de todos, hasta que le toca el turno a su jefe a quien mira con una sonrisa tensa. Sabe que él la estuvo evitando el resto de la reunión y aunque se pregunta el por qué, es incapaz de hacer la cuestión en voz alta. - Nos vemos el lunes, jefe - no se atreve a darle un beso en la mejilla. Después de lo que hizo, le parece inapropiado dar más de qué hablar. Hace una inclinación con la cabeza, después irá a con Julián, tomar los trastos limpios que trajera con su comida para subir al carruaje e irse a casa. - Que pases buena noche - se queda un instante sin saber qué más hacer, queriendo no alejarse de él y sabiendo que no es el momento y tampoco el lugar.

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