AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Haz el bien, sin mirar a quién +18 [Ezequiel O'Claude]
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Haz el bien, sin mirar a quién +18 [Ezequiel O'Claude]
Recuerdo del primer mensaje :
En algún momento de la vida, debería de dejar el sobrenombre de "buena samaritana" en paz. Igual, debería hacer muchas otras cosas más que ignora con tal de ayudar. En tanto da una mordida a la manzana, el crujido se escucha por el silencio del lugar, disfruta del zumo de la misma que resbala hacia el interior de su boca, dulce como la melaza y con un tinte muy leve de acidez, medita que si no fuera por eso, estaría ahora mismo en casa, echada panza arriba mirando a la nada. La vida no es vida sin un poco de emoción y de actividad. Se moriría estando sola, sin hacer algo. El pedazo de la manzana es masticado lento en tanto su lengua recorre sus labios llevándose así el resto del zumo para que no resbale hacia su barbilla. Camina en silencio, recorriendo la distancia entre su casa y la de la mujer que atendiera desde que le avisaron a media tarde hasta ahora. Por el viento que hace, entrado el otoño, han de ser las dos o tres de la mañana.
Sin preocupaciones, avanza por las desoladas calles. ¿A quién le interesaría un "hombre" que está caminando con un bolso echado al brazo, cubierto su cuerpo por una larga gabardina que tuvo mejores días, con la capucha echada y una fruta en la mano? Eso es lo que aparenta, por eso elige estos ropajes cuando sale a atender a alguien sabiendo que el tiempo se puede esfumar como arena entre los dedos. Traga jugueteando con la fruta, diez metros después vuelve a llevar la manzana a la boca para dar otro mordisco, gimiendo de felicidad por el sonido que produce esa mordida, con el zumo de nuevo en sus papilas y esta vez, succiona con los labios bien pegados a la cáscara para absorber más el sabor. Mira el rojo fruto en su mano con deleite. Como pago, debido a la escasez de dinero de la familia, le dieron un bolso con seis, siete manzanas. Por eso es que decidió empezar a engullir una de ellas, la más gorda, roja y apetitosa de todas.
Entrecierra los ojos con un rictus de total placer cuando sus oídos escuchan algo más allá de sus pasos, de sus gemidos bajos y suaves. Detiene su andar afinando el sentido, para escuchar mejor y orientarse sobre qué produce tales sonidos. Esta vez, al alejar la fruta de su nariz, huele más que el típico aroma de las calles desiertas, sucias, con orines y otras deliciosas fragancias. Sangre. Su cabeza se desvía hacia donde oído y olfato concuerdan, se encuentra la causa de su interés. No debiera. Ni siquiera sabe qué está pasando dentro de lo que pareciera ser un callejón. ¿Y si es un vampiro? La oscuridad tan profunda evita que pueda mirar más allá a pesar de sus desarrollados sentidos. Chasquea la lengua con una expresión contrariada reflejada en cada uno de sus rasgos. No debiera. ¿Y cuándo hace lo que su instinto le dice? Debiera empezar ahora. Debiera, debiera, debiera, bah.
Se adentra con paso raudo con la intención de echar un vistazo y si algo anda mal, salir de ahí a toda velocidad. Puede transformarse, no es lo ideal, pero funcionará. La soledad del sitio le genera mayor perspicacia, entiende poco y nada de lo que ahí pasó, hay algunos objetos que parecen rotos por alguna pelea incluso, una botella en un rincón tiene rastros de la sangre que ella oliera. Un par de pasos más la dejan a mitad de todo. Justo cuando va a dar media vuelta, un sonido -el sonido- le evita la huida. Sus ojos se dirigen a una multitud de basura, entre cartón, algunas láminas de metal y ropas roídas, como si fuera premeditado para ocultar algo. Se queda paralizada por un instante temiendo que su razonamiento de que fuera una trampa sea realidad. De ser así, la sangre no sería tan abundante. Sacude la cabeza de derecha a izquierda, si ya está metida de cabeza en el fango, hay que terminar lo iniciado. Terca como es, se obliga a avanzar hasta el lugar, para dejar el bolso en el piso y empezar a quitar las telas, los objetos de metal y los cartones hasta encontrar bajo todo eso, el cuerpo de un hombre malherido. - ¡Ajá! ¡Lo sabía! ¡Toma tu "debiera"! - habla sola a la nada, sonriendo triunfante por su hallazgo.
Se agacha para quitar el resto de las cosas que lo cubren, así que se pelearon con él y creyéndolo malherido de muerte, decidieron dejarlo oculto para que nadie lo encontrara. Demasiadas molestias para una persona de su porte, con las ropas de baja calidad y se nota que hasta viejas. Ha de ser un hombre que se metió donde no debía. Le ausculta con rapidez, cuidando de colocar su cuerpo en una posición adecuada para la revisión procurando no lastimar más sus heridas. Un trauma cráneo encefálico es la primera causa de tanta sangre. La segunda es una herida por algún objeto punzo-cortante en el costado. Por la posición, está comprometido el hígado. Las lesiones en el rostro son producto de una golpiza que le dieron estando consciente por la manera en que están formándose los cardenales. - Quien te hizo ésto, te quería mucho - ironiza negando con la cabeza. Este hombre necesita atención médica urgente o terminará muerto pronto por desangramiento. Frunce los labios sacando con rapidez una jeringa, tomando un poco del sedante para que no despierte antes de hacer lo que necesita y evitar también que se abra más las heridas. Una vez listo, revisa el lugar, toma las mantas sucias sabiendo que está mal, más no tiene algo adecuado a la mano.
Rompe con rapidez las telas haciendo tiras de ellas, las deja a un lado de su bolso sacando unas vendas limpias, que corta con rapidez con uno de sus cuchillos esterilizados para ponerlas sobre las heridas y vendarlas con las sucias formando torniquetes en las heridas fomentando la coagulación, de esa manera taponará evitando que pierda más el líquido vital. Revisa sus brazos, observa sus nudillos - así que diste pelea - razona al ver los hematomas en los de la diestra mano. Sigue con las piernas notando algo que se le escapaba: una herida de bala en el gemelo izquierdo. - Te digo que era tanto su amor por ti, que te dieron con muchas ganas - chasquea la lengua, vuelve al proceso del torniquete. Una vez listo, se levanta con las manos en puños colocadas en las caderas - bien, chico, vamos a moverte - deberá sacarlo de ahí lo más pronto posible antes de que alguien note su presencia. La de ambos. Por curiosidad, entorna los ojos revisando su aura para ver el estado del personaje.
Sus ojos se abren como platos. Cambiante. ¿Un cambiante en París? Desde su llegada, no se encontró con uno y ya hace mucho tiempo que está ahí. Se rasca la nuca exasperada. Su plan era llevarlo hasta un hospital, en cuanto vean que sus heridas sanan con rapidez, empezarán a sospechar y luego, llamarán a la inquisición porque tendrán a un engendro de Satán como los llaman. ¡Si lo sabrá ella, que lo ha visto con licántropos! ¿Qué hacer, qué hacer? Por inercia, mira el rostro del hombre para gruñir desde lo más profundo de su pecho - debería dejarte aquí - rezonga porque es cierto, el "debería" sigue siendo su perro de cacería personal, al que jamás le deja de plantar cara. - ¡Odio que me pase ésto! - rezonga en voz alta antes de tomar algunas vigas de metal, unirlas con el resto de la tela para formar una camilla improvisada y mirar al hombre antes de arrastrarlo encima de ésta. Lo sujeta con fuerza de los muslos y el pecho con unas viejas sogas que encuentra agradeciendo el tiradero humano.
Una vez sujeto, bien firme, se resigna. - ¡Cambié de perro a burro de carga! - se ríe por su mala suerte. Toma el resto de sus cosas para meterlas en la bolsa, se la echa al hombro y empieza a arrastrar al hombre hasta salir del callejón. Mira a un lado, al otro y cuando está segura de que nadie la ve, sigue su penoso recorrido agradeciendo que el ser cambiante le dé una fuerza superior a la normal. A mitad del camino a su casa, se detiene para descansar, limpiándose el sudor con el pañuelo que tiene en el bolso, notando que sus manos están manchadas por la sangre. Se resigna, de reojo mira su carga - deberías ponerte a dieta. ¿Sabes que estás gordo? - mentira, sólo que está cansada por la situación y estar jalando. Por fin, sólo por fin, llega a su hogar. Su nana la espera despierta y cuando ve su carga, la mira con espanto. - Niña ¿Qué hiciste? - Dáire no sabe si reír o llorar. - Es lo que me dieron de pago por atender a Marie. ¿Puedes ayudarme a llevarlo a la recámara de invitados? Tiene el peso de un cerdo - reniega.
Entre las dos mujeres, logran dejarlo en la habitación, meterlo en la cama y en tanto la nana sale corriendo a buscar agua tibia, vendajes nuevos y algo de medicamentos, Dáire se deja caer en un sillón al lado de la cama agotada. Sólo unos minutos más y seguirá con sus labores. Despierta sobresaltada al escuchar a su nana, se pone en pie de inmediato para tomar la bandeja con agua caliente dejándola sobre la mesa de ayuda. Se quita la gabardina y el suéter. Se sube las mangas de la camisa para empezar la labor. Su nana le mira intrigada, lo que provoca su sonrisa - ve a descansar, me hago cargo de él. Por si las dudas, agarra la escopeta y si escuchas un grito, le disparas - la mujer sacude la cabeza porque bien sabe las pésimas bromas de su niña. Se retira y vuelve con unas cadenas y unos grilletes - Ten cuidado, úsalos cuando termines - propone antes de retirarse de la habitación dejando a Dáire con una ceja arqueada por la imagen que le dan esos objetos.
- Otra vez solos, ma cherie y como ves, ya tengo con qué obligarte a ser mi esclavo - se burla poniéndose de nuevo seria, toma las tijeras para cortar sus ropas, es más rápido que estar desnudando con cuidado. Además, ya tiene tantas rajaduras, que seguro que no la extrañará. Se anota mentalmente que tiene que pedir más ropa para él. Seguro que tienen en la bodega de su talla. Una vez sin más prenda que sus calzoncillos, recorre la mirada para saber por dónde empezar. - Si no fuera tan profesional como lo soy, te quitaría esa tela para ver si es cierto lo que dicen sobre los hombres atractivos y su orgullo masculino - se mofa después de aplicarle otra inyección reforzando el sedante. Mira su rostro pasando un paño con agua tibia por él, tiene facciones muy interesantes que le hacen atractivo sin duda. Se dedica a limpiarlo con cuidado, con profesional tacto, procurando no ser tan invasiva con las heridas, limpiándolas una vez que tiene desinfectadas las demás, el sedante ayudará para que no despierte durante el tratamiento y de paso, para que aminore el dolor. Asiente al ver que su naturaleza cambiante está ayudando en su proceso de cicatrización y sanación.
Se esmera en coser con cuidado las que son más profundas, tarareando una canción que escuchara con su madre. Una vez termina, asiente con la cabeza por el trabajo hecho, - ¡Así se hace, Dáire, ahora te mereces ir a la cama y dormir! - se frota las manos con entusiasmo mirando por el rabillo del ojo que el sol está saliendo. Eso sería muy bueno si no tuviera más pacientes por atender o muy malo porque no recuerda a qué horas tiene que hacerlo. Por inercia, va a salir de la habitación cuando recuerda el consejo de su nana - ¡Cierto! No te queremos rondando en calzoncillos por toda la casa, ma cherié, seguro que despiertas las bajas pasiones de la nana y ya está muy vieja para que se pongan a jugar a la casita. Prefiero atarte a la cama y que me consideren una torturadora de hombres - se mofa tomando los grilletes y colocándoselo en el pie izquierdo, uniendo el otro extremo a la base de la cama. Una vez segura de que no escapará -según ella, porque si levantara la cama, se daría cuenta de que queda en completa libertad-, estira los brazos al techo, poniéndose de puntitas para ir a su recámara. Se asea colocándose un camisón, tomando el edredón de su cama, regresando a la habitación donde está el paciente y se deja caer -literalmente- en el sillón al lado del hombre, tomando las mantas para abrigarse y hacerse bollito sobre su costado izquierdo. No pasan ni dos minutos cuando se queda por completo dormida creyendo que el hombre está sujeto a la cama y que no causará problemas. Ilusa, es otro de sus sobrenombres.
En algún momento de la vida, debería de dejar el sobrenombre de "buena samaritana" en paz. Igual, debería hacer muchas otras cosas más que ignora con tal de ayudar. En tanto da una mordida a la manzana, el crujido se escucha por el silencio del lugar, disfruta del zumo de la misma que resbala hacia el interior de su boca, dulce como la melaza y con un tinte muy leve de acidez, medita que si no fuera por eso, estaría ahora mismo en casa, echada panza arriba mirando a la nada. La vida no es vida sin un poco de emoción y de actividad. Se moriría estando sola, sin hacer algo. El pedazo de la manzana es masticado lento en tanto su lengua recorre sus labios llevándose así el resto del zumo para que no resbale hacia su barbilla. Camina en silencio, recorriendo la distancia entre su casa y la de la mujer que atendiera desde que le avisaron a media tarde hasta ahora. Por el viento que hace, entrado el otoño, han de ser las dos o tres de la mañana.
Sin preocupaciones, avanza por las desoladas calles. ¿A quién le interesaría un "hombre" que está caminando con un bolso echado al brazo, cubierto su cuerpo por una larga gabardina que tuvo mejores días, con la capucha echada y una fruta en la mano? Eso es lo que aparenta, por eso elige estos ropajes cuando sale a atender a alguien sabiendo que el tiempo se puede esfumar como arena entre los dedos. Traga jugueteando con la fruta, diez metros después vuelve a llevar la manzana a la boca para dar otro mordisco, gimiendo de felicidad por el sonido que produce esa mordida, con el zumo de nuevo en sus papilas y esta vez, succiona con los labios bien pegados a la cáscara para absorber más el sabor. Mira el rojo fruto en su mano con deleite. Como pago, debido a la escasez de dinero de la familia, le dieron un bolso con seis, siete manzanas. Por eso es que decidió empezar a engullir una de ellas, la más gorda, roja y apetitosa de todas.
Entrecierra los ojos con un rictus de total placer cuando sus oídos escuchan algo más allá de sus pasos, de sus gemidos bajos y suaves. Detiene su andar afinando el sentido, para escuchar mejor y orientarse sobre qué produce tales sonidos. Esta vez, al alejar la fruta de su nariz, huele más que el típico aroma de las calles desiertas, sucias, con orines y otras deliciosas fragancias. Sangre. Su cabeza se desvía hacia donde oído y olfato concuerdan, se encuentra la causa de su interés. No debiera. Ni siquiera sabe qué está pasando dentro de lo que pareciera ser un callejón. ¿Y si es un vampiro? La oscuridad tan profunda evita que pueda mirar más allá a pesar de sus desarrollados sentidos. Chasquea la lengua con una expresión contrariada reflejada en cada uno de sus rasgos. No debiera. ¿Y cuándo hace lo que su instinto le dice? Debiera empezar ahora. Debiera, debiera, debiera, bah.
Se adentra con paso raudo con la intención de echar un vistazo y si algo anda mal, salir de ahí a toda velocidad. Puede transformarse, no es lo ideal, pero funcionará. La soledad del sitio le genera mayor perspicacia, entiende poco y nada de lo que ahí pasó, hay algunos objetos que parecen rotos por alguna pelea incluso, una botella en un rincón tiene rastros de la sangre que ella oliera. Un par de pasos más la dejan a mitad de todo. Justo cuando va a dar media vuelta, un sonido -el sonido- le evita la huida. Sus ojos se dirigen a una multitud de basura, entre cartón, algunas láminas de metal y ropas roídas, como si fuera premeditado para ocultar algo. Se queda paralizada por un instante temiendo que su razonamiento de que fuera una trampa sea realidad. De ser así, la sangre no sería tan abundante. Sacude la cabeza de derecha a izquierda, si ya está metida de cabeza en el fango, hay que terminar lo iniciado. Terca como es, se obliga a avanzar hasta el lugar, para dejar el bolso en el piso y empezar a quitar las telas, los objetos de metal y los cartones hasta encontrar bajo todo eso, el cuerpo de un hombre malherido. - ¡Ajá! ¡Lo sabía! ¡Toma tu "debiera"! - habla sola a la nada, sonriendo triunfante por su hallazgo.
Se agacha para quitar el resto de las cosas que lo cubren, así que se pelearon con él y creyéndolo malherido de muerte, decidieron dejarlo oculto para que nadie lo encontrara. Demasiadas molestias para una persona de su porte, con las ropas de baja calidad y se nota que hasta viejas. Ha de ser un hombre que se metió donde no debía. Le ausculta con rapidez, cuidando de colocar su cuerpo en una posición adecuada para la revisión procurando no lastimar más sus heridas. Un trauma cráneo encefálico es la primera causa de tanta sangre. La segunda es una herida por algún objeto punzo-cortante en el costado. Por la posición, está comprometido el hígado. Las lesiones en el rostro son producto de una golpiza que le dieron estando consciente por la manera en que están formándose los cardenales. - Quien te hizo ésto, te quería mucho - ironiza negando con la cabeza. Este hombre necesita atención médica urgente o terminará muerto pronto por desangramiento. Frunce los labios sacando con rapidez una jeringa, tomando un poco del sedante para que no despierte antes de hacer lo que necesita y evitar también que se abra más las heridas. Una vez listo, revisa el lugar, toma las mantas sucias sabiendo que está mal, más no tiene algo adecuado a la mano.
Rompe con rapidez las telas haciendo tiras de ellas, las deja a un lado de su bolso sacando unas vendas limpias, que corta con rapidez con uno de sus cuchillos esterilizados para ponerlas sobre las heridas y vendarlas con las sucias formando torniquetes en las heridas fomentando la coagulación, de esa manera taponará evitando que pierda más el líquido vital. Revisa sus brazos, observa sus nudillos - así que diste pelea - razona al ver los hematomas en los de la diestra mano. Sigue con las piernas notando algo que se le escapaba: una herida de bala en el gemelo izquierdo. - Te digo que era tanto su amor por ti, que te dieron con muchas ganas - chasquea la lengua, vuelve al proceso del torniquete. Una vez listo, se levanta con las manos en puños colocadas en las caderas - bien, chico, vamos a moverte - deberá sacarlo de ahí lo más pronto posible antes de que alguien note su presencia. La de ambos. Por curiosidad, entorna los ojos revisando su aura para ver el estado del personaje.
Sus ojos se abren como platos. Cambiante. ¿Un cambiante en París? Desde su llegada, no se encontró con uno y ya hace mucho tiempo que está ahí. Se rasca la nuca exasperada. Su plan era llevarlo hasta un hospital, en cuanto vean que sus heridas sanan con rapidez, empezarán a sospechar y luego, llamarán a la inquisición porque tendrán a un engendro de Satán como los llaman. ¡Si lo sabrá ella, que lo ha visto con licántropos! ¿Qué hacer, qué hacer? Por inercia, mira el rostro del hombre para gruñir desde lo más profundo de su pecho - debería dejarte aquí - rezonga porque es cierto, el "debería" sigue siendo su perro de cacería personal, al que jamás le deja de plantar cara. - ¡Odio que me pase ésto! - rezonga en voz alta antes de tomar algunas vigas de metal, unirlas con el resto de la tela para formar una camilla improvisada y mirar al hombre antes de arrastrarlo encima de ésta. Lo sujeta con fuerza de los muslos y el pecho con unas viejas sogas que encuentra agradeciendo el tiradero humano.
Una vez sujeto, bien firme, se resigna. - ¡Cambié de perro a burro de carga! - se ríe por su mala suerte. Toma el resto de sus cosas para meterlas en la bolsa, se la echa al hombro y empieza a arrastrar al hombre hasta salir del callejón. Mira a un lado, al otro y cuando está segura de que nadie la ve, sigue su penoso recorrido agradeciendo que el ser cambiante le dé una fuerza superior a la normal. A mitad del camino a su casa, se detiene para descansar, limpiándose el sudor con el pañuelo que tiene en el bolso, notando que sus manos están manchadas por la sangre. Se resigna, de reojo mira su carga - deberías ponerte a dieta. ¿Sabes que estás gordo? - mentira, sólo que está cansada por la situación y estar jalando. Por fin, sólo por fin, llega a su hogar. Su nana la espera despierta y cuando ve su carga, la mira con espanto. - Niña ¿Qué hiciste? - Dáire no sabe si reír o llorar. - Es lo que me dieron de pago por atender a Marie. ¿Puedes ayudarme a llevarlo a la recámara de invitados? Tiene el peso de un cerdo - reniega.
Entre las dos mujeres, logran dejarlo en la habitación, meterlo en la cama y en tanto la nana sale corriendo a buscar agua tibia, vendajes nuevos y algo de medicamentos, Dáire se deja caer en un sillón al lado de la cama agotada. Sólo unos minutos más y seguirá con sus labores. Despierta sobresaltada al escuchar a su nana, se pone en pie de inmediato para tomar la bandeja con agua caliente dejándola sobre la mesa de ayuda. Se quita la gabardina y el suéter. Se sube las mangas de la camisa para empezar la labor. Su nana le mira intrigada, lo que provoca su sonrisa - ve a descansar, me hago cargo de él. Por si las dudas, agarra la escopeta y si escuchas un grito, le disparas - la mujer sacude la cabeza porque bien sabe las pésimas bromas de su niña. Se retira y vuelve con unas cadenas y unos grilletes - Ten cuidado, úsalos cuando termines - propone antes de retirarse de la habitación dejando a Dáire con una ceja arqueada por la imagen que le dan esos objetos.
- Otra vez solos, ma cherie y como ves, ya tengo con qué obligarte a ser mi esclavo - se burla poniéndose de nuevo seria, toma las tijeras para cortar sus ropas, es más rápido que estar desnudando con cuidado. Además, ya tiene tantas rajaduras, que seguro que no la extrañará. Se anota mentalmente que tiene que pedir más ropa para él. Seguro que tienen en la bodega de su talla. Una vez sin más prenda que sus calzoncillos, recorre la mirada para saber por dónde empezar. - Si no fuera tan profesional como lo soy, te quitaría esa tela para ver si es cierto lo que dicen sobre los hombres atractivos y su orgullo masculino - se mofa después de aplicarle otra inyección reforzando el sedante. Mira su rostro pasando un paño con agua tibia por él, tiene facciones muy interesantes que le hacen atractivo sin duda. Se dedica a limpiarlo con cuidado, con profesional tacto, procurando no ser tan invasiva con las heridas, limpiándolas una vez que tiene desinfectadas las demás, el sedante ayudará para que no despierte durante el tratamiento y de paso, para que aminore el dolor. Asiente al ver que su naturaleza cambiante está ayudando en su proceso de cicatrización y sanación.
Se esmera en coser con cuidado las que son más profundas, tarareando una canción que escuchara con su madre. Una vez termina, asiente con la cabeza por el trabajo hecho, - ¡Así se hace, Dáire, ahora te mereces ir a la cama y dormir! - se frota las manos con entusiasmo mirando por el rabillo del ojo que el sol está saliendo. Eso sería muy bueno si no tuviera más pacientes por atender o muy malo porque no recuerda a qué horas tiene que hacerlo. Por inercia, va a salir de la habitación cuando recuerda el consejo de su nana - ¡Cierto! No te queremos rondando en calzoncillos por toda la casa, ma cherié, seguro que despiertas las bajas pasiones de la nana y ya está muy vieja para que se pongan a jugar a la casita. Prefiero atarte a la cama y que me consideren una torturadora de hombres - se mofa tomando los grilletes y colocándoselo en el pie izquierdo, uniendo el otro extremo a la base de la cama. Una vez segura de que no escapará -según ella, porque si levantara la cama, se daría cuenta de que queda en completa libertad-, estira los brazos al techo, poniéndose de puntitas para ir a su recámara. Se asea colocándose un camisón, tomando el edredón de su cama, regresando a la habitación donde está el paciente y se deja caer -literalmente- en el sillón al lado del hombre, tomando las mantas para abrigarse y hacerse bollito sobre su costado izquierdo. No pasan ni dos minutos cuando se queda por completo dormida creyendo que el hombre está sujeto a la cama y que no causará problemas. Ilusa, es otro de sus sobrenombres.
Última edición por Dáire MacKay el Jue Oct 04, 2018 11:14 pm, editado 1 vez
Dáire MacKay- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 63
Fecha de inscripción : 20/09/2018
Localización : Donde sea que pueda extrañar a Ezequiel
Re: Haz el bien, sin mirar a quién +18 [Ezequiel O'Claude]
When you least expect it,
everything goes well.
everything goes well.
Es la risa la que la saca de su mortificación. Gira la cabeza sorprendida, está sonriendo, bromeando con las marcas que le dejó. - ¿Acaso no estás molesto porque te dejé marcas? Mira tu cuerpo, mejor no. Nunca le hago daño a alguien ¿Por qué a ti sí? - eso es lo que la tiene mal. Sí, es doctora y en ocasiones tiene que provocar más dolor para sanar algunas dolencias. Eso no significa que lo haga por gusto, pero es parte de su profesión. Como cuando le entablilló el pie o cuando él le quitó los restos de la porcelana de la mano. Todo tiene un proceso y sin él, las heridas se infectan causando mayor sufrimiento en el futuro. No deseó marcar su piel como lo hizo ¿O sí? Y si es cierto, ¿Por qué? Su estupor es mayor al obtener una respuesta desde el fondo de su ser: "Porque para bien o para mal, deseo que él sea mío al menos por instantes. Me gustaría dejar una marca en su cuerpo, en su mente, para que las demás mujeres entiendan que es mío, sólo mío". Ese sentimiento tan posesivo, la deja sin aliento.
La cama se hunde cuando él empieza a gatear, le escucha acercarse, debería comprar otro colchón porque éste ya es viejo. Como sigan rebotando en él igual que hace unos minutos, esa compra será urgente. "Ni siquiera lo necesitarás porque pronto se irá, deja que cure su pierna y se alejará" medita con expresión seria. Cierra los ojos disfrutando del beso que le prodiga en su hombro, sintiendo sus fuertes brazos rodear su anatomía, pegando su espalda a su tórax. - ¿Estás seguro? Te rasguñé, mordí, moreteé, ¿Qué va a decir mi nana cuando te vea? No es cierto, vas a cubrirte bien, ¿Verdad? - el pánico llega a su voz. Jacobina no se va a tocar el corazón para darle una buena gritoniza y Dáire teme que eso le funda los oídos en el proceso. - Te voy a confesar algo, cuando mi nana grita, su voz se hace tan aguda, que me aturde los oídos y eso me provoca migraña. Por favor, no la hagas gritar ¿Quieres? - ruega sintiendo esa barba que le pica como le gusta en la curva de su cuello.
Su orden aunada al recordatorio de que su nana les espera desde hace tiempo, podría ser refutada en otro momento que no fuera éste, más se queda sentada cuando él se levanta, dejando a la vista su buen trasero que le provoca de inmediato un hormigueo en la mano de las ganas de darle una palmada. Sacude la cabeza, ¿No fue suficiente con lo que compartieron hace rato? La respuesta es seguir con los ojos esos glúteos redondos y firmes, cuando él la manda as bañar de nueva cuenta haciendo que respingue. - Ya voy, deja por favor la cama como está, ya salgo para quitar las sábanas y voltear el colchón a menos que quieras que te cambie de habitación porque no sólo me desvirgaste, no entiendo por qué cuando tuve el orgasmo, creo que sí fue ahí, pero bueno, no contuve las ganas de orinar - si es cierto que le gana la timidez al colorear sus mejillas de un rojo vibrante, se la guarda porque si no habla de este asunto, no ve la forma en que pueda salir avante y moriría como él toque las sábanas sucias. Se pone en pie sintiendo las piernas más fuertes, se dirige al baño para asearse como él indica. Toma un par de baldes con agua del enorme contenedor de agua que cada mañana llena la pobre nana.
Se sienta en un banco y talla con rapidez su cuerpo quedando un poco callada al ver la sangre ya seca entre sus piernas. Al asear esa zona, frunce los labios parte por el dolor y parte por la incomodidad. Ya no es virgen. Tiene un amante. Uno que durante el tiempo que esté en casa, podría disfrutar. Terinando de lavarse el cuerpo, continúa con sus cabellos. Una vez limpia, sale del baño para buscar sus ropas con una toalla alrededor del cuerpo. Encuentra su camisa bajo la cama y los pantalones en uno de los sillones. La ropa interna la echa en el cesto de ropa sucia y se promete ir a su recámara a vestirse, más se detiene justo cuando Ezequiel se mete al baño. No debería mirarlo ahí, más su curiosidad es mayor. Entra a asomarse y se queda boquiabierta al ver el agua recorriendo el cuerpo duro, atractivo y musculoso del cambiante. La boca se le hace agua y suspira audible haciendo notar su presencia. - Me olvidé de preguntar ¿Y si durante tu estancia aquí, quisiera repetir el coito? - si habla demasiado profesional y con un término médico, es para que él no sospeche de cuánto quiere tocar su cuerpo.
Se rasca la nuca, sabiendo que mejor espectáculo, jamás podría tener. - Vaya que eres un gordo - por supuesto, no se refiere a su cuerpo, si no a su trasero. Sacude la cabeza con fuerza saliendo de ahí, quitar las sábanas de la cama para echarlas al bote de la ropa sucia. Ahí sí, va a su habitación. Ya es suficiente de estar mirándolo. Toma un vestido muy sencillo después de que se pusiera la ropa interior sintiendo la incomodidad de la mujer recién desvirgada y optar por lo tanto, por no usar pantalón. Una vez lista y haciéndose una coleta, sale del cuarto para tocar la puerta de Ezequiel. - Te veo abajo - baja las escaleras hasta llegar con su nana que la observa con diversión - espero hayas descansado, niña, aunque por los sonidos, me parece que vas a quedarte afónica - ese comentario hace que Dáire se sonroje de pies a cabeza - nana, luego hablamos, que tengo mis dudas - susurra bajo.
La nana se ríe aceptando, sirviendo la comida en platos, en tanto Dáire ayuda a llevarlos al comedor, mirando cómo llega Ezequiel con una sonrisa contenta. Sí, a pesar de todo le agrada que él esté acompañándolas. Al menos así, no se sienten solas. Al parecer, será interesante tenerlo en casa durante algunos pocos, muy pocos, días.
Dáire MacKay- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 63
Fecha de inscripción : 20/09/2018
Localización : Donde sea que pueda extrañar a Ezequiel
Re: Haz el bien, sin mirar a quién +18 [Ezequiel O'Claude]
“And if you have a minute why don't we go...
Talk about it somewhere only we know?.”
Talk about it somewhere only we know?.”
Para Ezequiel todo lo vivido con la castaña era nuevo. Si bien había compartido intimidad con otras mujeres, nunca se había sentido pleno al hacerlo, sentía como si realmente no fuera más que un placer vacío e intercambio de calor mutuo. Con ella era todo diferente, frente a los ojos del varón se abrió otro mundo, conociendo el otro ángulo de la fémina, que tan brusca se había mostrado en un inicio, ahora estaba junto a él, temblorosa y preocupada de que él no le delatara frente a la anciana, ¿Realmente era eso lo que la tenía así?
— No te preocupes por eso, voy a mantener oculto tu pasional gusto de marcarme. Creo que tampoco quiero escuchar a la pobre anciana, no la hagamos pasar por eso. — la tranquilizó con voz apacible.
Escuchó el comentario que lanzó luego, observando como la piel de la mujer se teñía de un carmesí y buscaba evadir su mirada mientras confesaba las sensaciones que le había provocado luego del orgasmo. La sonrisa de Ezequiel se ensanchó y aunque tuvo toda la intención de explicarle, prefirió dejarle con la duda, solo por divertirse de verla tan compungida.
— Descuida, no moveré nada, y solo para que lo tengas presente, lo que ocurrió no es lo que crees. — le aseguró, inclinándose a besar su frente, liberando la primera risa luego de tanta seriedad que había estado presente en la habitación.
— Ni se te ocurra, me quedaré en esta habitación. Ya me estoy familiarizando. — le aclaró, y la vio partir rauda al baño. Por su parte se quedó cuestionando tantas cosas respecto a lo que habían hecho, ¿Por qué se dejaba llevar tanto con ella? ¿Influiría el hecho de pertenecer a la misma naturaleza?
Esperó paciente sentado a los pies de la cama, con su rostro oculto entre sus manos en una posición que podría mantener por hora... Pensando, dándole más vueltas a un asunto que se había terminado de zanjar hace horas, cuando decidieron unirse de la forma mas carnal posibles. Compartir de forma impulsiva lo que sus cuerpos reclamaron de forma inconsciente.
Escuchó la puerta del baño, viendo como la castaña avanzaba rápidamente de un lugar a otro, por lo que decidió darle espacio y en silencio se dirigió al baño.
Se quedó inmóvil por un par de segundos, para luego tomar el balde de agua, dejando que ésta cayera desde su cabeza hasta los pies, deslizándose para darle un golpe de frescura, que le estremeció por un instante. Restregó su rostro, y extremidades como si buscara despertarse, fue entonces que el suspiro de la castaña le alertó y desvió la mirada a la puerta. Ahí estaba, como una niña atrapada haciendo algo muy malo
— No tengo ningún inconveniente en repetir el coito, Doctora. — respondió con aquel mismo lenguaje técnico y distante que utilizó la contraria. Después de todo continuaba empeñándose en que debían seguir un plan, y él... Estaba comenzando a olvidarlo.
Estaba terminando de vestirse cuando escuchó la voz femenina, ella estaba lista y él aun haciendo tiempo en la habitación.
— Voy enseguida. — respondió poniéndose de pie, para terminar de calzarse las botas. Toda la ropa que traía encima, incluso el calzado era del padre de Dáire, y no había sido menos sorprendente para todos, que cada prenda le hubiera quedado como si se tratara de su propiedad.
Se arremangó los puños de la camisa hasta los hombros, descuidado como era y bajó las escaleras, encontrándose con ambas mujeres en el comedor. Su semblante era alegra, satisfecho y le agradara la situación o no, estaba claro que las dos sabrían el porqué. Después de todo, no habían apelado al silencio en su infame fechoría.
El cambiante tomó asiento en la mesa en cuanto estuvo todo listo y sonrió al ver la abundante cena, la anciana conseguía abrirle el apetito de una forma descomunal, y no sería el único fascinado con el pastel de carne que la mujer había preparado, era obvio que buscaba consentirlos a ambos, como si se trataran de sus propios hijos. Con Dáire era algo que lograba entender, pero ¿Con él?
Por su parte el varón dejó libre el puesto de cabecera, no se sentía digno de ubicarse ahí, ya suficiente tenía con vestirse como el Doctor Mackay, lo último que buscaría sería usurpar su lugar en el comedor.
— Se ve delicioso. Muchas gracias. — le habló a la anciana, sonriendo ampliamente, paseando su mirada hasta las cambiante, y en cuanto sus miradas se entrelazaron, ésta le esquivó retomando ese tono cálido en sus mejillas, situación que hizo reír al castaño quien se dio el tiempo de atesorar el momento que estaba viviendo.
Se sentía a gusto, bienvenido... En una familia que le había acogido sin restricciones y que ahora le hacía sentir el hombre más afortunado.
TEMA FINALIZADO
Ezequiel O'Claude- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 138
Fecha de inscripción : 18/05/2014
Localización : Entre los brazos de una cambiante ~
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