AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ce qui nous unit | Privado
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Ce qui nous unit | Privado
Se habían conocido tres años atrás en Londres, en una jornada especial para gente de ciencia. A Jacquin, el joven lo había maravillado desde el primer momento, porque sus ideas parecían querer revolucionar el presente –sin miedo a tener que sacrificar todo lo ya obtenido- en pos de un futuro mucho más ambicioso. Hablaba de nueva aparatología, de hacer cambios estructurales en las formas de análisis… y Jacquin no pudo evitar contagiarse de eso.
Si bien solo compartieron unos días en Inglaterra, los colegas decidieron cartearse para mantenerse al tanto de los avances en las investigaciones de cada uno. La correspondencia que se enviaban era extensa siempre, en ella se consultaban, se felicitaban y pedían opiniones. Jacquin lamentaba la lejanía, pues consideraba a Liam O’Shea como un compañero extraordinario que le ayudaba a ver siempre lo que se le estaba pasando por alto.
Por eso se alegró tanto cuando Liam le dio aviso de su próxima visita a París, Jacquin no conocía el motivo de su arribo, pero no necesitaba más que saber que volvería a ver a su amigo pronto. Qué extraño se le hacía llamarlo amigo, solo se habían visto en una ocasión, le sería imposible recordar su voz, pero Liam era cercano a él, tenían confianza y compartían una pasión que crecía alimentada por el poder del papel, la tinta y el correo. Sí, era más que un colega, Liam era su amigo.
Sí le pareció extraño el lugar donde su amigo lo citó, creyó estar equivocado al leer y se apuró a responder la carta, pero ya no obtuvo respuesta. ¿En el Cabaret? ¿Por qué querría verlo en un lugar así? Jacquin iría, prefería ver que había perdido el tiempo allí a quedarse sin la posibilidad de verlo. Por eso se preparó desde temprano para acudir al lugar al atardecer, tal como le había dicho. No lo haría con su cochero, sino que montaría, no quería que nadie lo viese frecuentando esos lugares porque no eran propios de él.
El Cabaret estaba cerrado. No se lo esperaba, porque suponía que lugares así abrían desde la media tarde. Afortunadamente halló una mujer que salía por una puerta lateral y a ella se acercó para preguntarle si conocía a Liam.
-Madame, vengo a ver a un amigo. Me ha dicho que estaría aquí, su nombre es Liam O’Shea –le dijo, dudando como lo hacía desde el principio. Ese lugar le daba mala sensación.
La mujer era asiática, muy joven, y no hablaba claro francés, Jacquin no comprendía lo que la dama decía y ella lo notó, pues acabó tomando la mano del científico y lo arrastró al interior del lugar. Una vez dentro lo paseó por algunos pasillos, y él la siguió sin poner resistencia alguna, hasta plantarlo frente a una puerta.
-Liam, Liam, Liam –le repetía y señalaba. Al cabo de un momento, haciendo una reverencia, se alejó y Jacquin quedó solo.
Liam. Esperaba no estar metiéndose en un problema... Con ese pensamiento golpeó aquella puerta.
Si bien solo compartieron unos días en Inglaterra, los colegas decidieron cartearse para mantenerse al tanto de los avances en las investigaciones de cada uno. La correspondencia que se enviaban era extensa siempre, en ella se consultaban, se felicitaban y pedían opiniones. Jacquin lamentaba la lejanía, pues consideraba a Liam O’Shea como un compañero extraordinario que le ayudaba a ver siempre lo que se le estaba pasando por alto.
Por eso se alegró tanto cuando Liam le dio aviso de su próxima visita a París, Jacquin no conocía el motivo de su arribo, pero no necesitaba más que saber que volvería a ver a su amigo pronto. Qué extraño se le hacía llamarlo amigo, solo se habían visto en una ocasión, le sería imposible recordar su voz, pero Liam era cercano a él, tenían confianza y compartían una pasión que crecía alimentada por el poder del papel, la tinta y el correo. Sí, era más que un colega, Liam era su amigo.
Sí le pareció extraño el lugar donde su amigo lo citó, creyó estar equivocado al leer y se apuró a responder la carta, pero ya no obtuvo respuesta. ¿En el Cabaret? ¿Por qué querría verlo en un lugar así? Jacquin iría, prefería ver que había perdido el tiempo allí a quedarse sin la posibilidad de verlo. Por eso se preparó desde temprano para acudir al lugar al atardecer, tal como le había dicho. No lo haría con su cochero, sino que montaría, no quería que nadie lo viese frecuentando esos lugares porque no eran propios de él.
El Cabaret estaba cerrado. No se lo esperaba, porque suponía que lugares así abrían desde la media tarde. Afortunadamente halló una mujer que salía por una puerta lateral y a ella se acercó para preguntarle si conocía a Liam.
-Madame, vengo a ver a un amigo. Me ha dicho que estaría aquí, su nombre es Liam O’Shea –le dijo, dudando como lo hacía desde el principio. Ese lugar le daba mala sensación.
La mujer era asiática, muy joven, y no hablaba claro francés, Jacquin no comprendía lo que la dama decía y ella lo notó, pues acabó tomando la mano del científico y lo arrastró al interior del lugar. Una vez dentro lo paseó por algunos pasillos, y él la siguió sin poner resistencia alguna, hasta plantarlo frente a una puerta.
-Liam, Liam, Liam –le repetía y señalaba. Al cabo de un momento, haciendo una reverencia, se alejó y Jacquin quedó solo.
Liam. Esperaba no estar metiéndose en un problema... Con ese pensamiento golpeó aquella puerta.
Jacquin Toussaint- Humano Clase Alta
- Mensajes : 44
Fecha de inscripción : 17/01/2017
Re: Ce qui nous unit | Privado
Contra todo pronóstico, París le estaba agradando. Todo lo que había oído de la ciudad de la luz era contradictorio; mientras unos decían que era el lugar más hermoso que habían conocido, otros la tachaban de pestilente, sucia y ruidosa. Liam no quiso crearse una opinión antes de tiempo, prefería esperar a descubrir lo que la capital francesa tenía guardado para él, pero no pudo evitar sentir un ligero nerviosismo al ver que el barco llegaba, al fin, a las costas de Calais.
Otro de los motivos por los que aquel viaje le resultaba especialmente excitante era porque, al fin, iba a poder reencontrarse con su buen amigo Jacquin Toussaint. Lo primero que hizo cuando tuvo los billetes para el siguiente barco en la mano, fue escribir al francés para anunciar su próxima visita. Pensó muy seriamente dónde podrían citarse, pero Liam se dio cuenta de que no conocía nada de la ciudad y decirle un punto podría resultar fatal. Quería verlo en un lugar privado, así que los monumentos o lugares más visitados quedaban descartados, pero, ¿qué punto, de entre todos, sería el idóneo para una reunión como aquella? Se devanó los sesos hasta que, finalmente, optó por invitarlo al cabaret que regentaba su primo Jordan. Allí se hospedaría él, al fin y al cabo, así que, ¿qué había de malo en ello?
Cuando el tren lo dejó en la estación de París era mediodía. Su primo lo esperaba con los brazos abiertos, con un coche preparado y un mozo que cargó con el equipaje del cambiante. Ropa llevaba poca, puesto que la mayoría del espacio de las dos maletas que se trajo estaba destinado a sus anotaciones, libros y cuadernos varios. Si quería seguir sus investigaciones allí, debía llevarse todo lo que fuera a necesitar, puesto que volver no se antojaba un camino viable.
Cuando ambos llegaron al cabaret, el lugar estaba en silencio, y a Liam no le pareció un lugar tan malo para vivir. La estampa que se encontró cuando volvió de su paseo vespertino, sin embargo, fue mucho más distinta que la anterior: nada más entrar él, las chicas que estaban bailando en el escenario enseñaros sus pompis redondeados al público; otras, sin embargo, caminaban con sus ornamentados vestidos alrededor de las mesas, intentando llamar la atención de los hombres —y consiguiéndolo—. El joven O’Shea se escabulló como pudo y llegó hasta la habitación que Jordan le había preparado, cerrando la puerta para amortiguar el ruido.
A pesar del cansancio, apenas consiguió dormitar un poco, así que pasó la noche estudiando sus libros y apuntes hasta que el silencio se hizo en el lugar. Para cuando pudo conciliar el sueño, ya había luz en el exterior.
Liam no era un hombre que acostumbrara a dormir durante el día, por eso su descanso se prolongó durante más horas de las acostumbradas, sin contar con que recuperó parte de las energías gastadas en el viaje. Se despertó a media tarde y comió algo antes de prepararse para la llegada de Jacquin. Estaba nervioso, y su estómago daba buena cuenta de ello: sentía un cosquilleo agradable que lo mantenía inquieto y con una sonrisa perenne en el rostro.
Unos golpes en la puerta interrumpieron sus minutos de estudio —puesto que Liam siempre aprovechaba cualquier momento para seguir investigando—, pero, en aquella ocasión, no le importó.
—Jacquin —dijo, emocionado—. Jacquin, mi buen amigo. Qué gusto me da verte.
Avanzó un par de pasos y abrazó al hombre con energía, dándole unas palmadas en la espalda antes de separarse. Lo sujetó de los brazos y lo miró de arriba a abajo con una sonrisa pintada en el rostro. Estaba realmente emocionado por aquel encuentro.
—¡Oh! Pasa, por favor —le pidió, haciéndose a un lado y señalando el interior de su habitación—. Lamento haberte citado aquí, pero no conocía nada de la ciudad como para poder elegir un sitio mejor. Llegué ayer a mediodía y he pasado todo el día de hoy durmiendo, con lo que apenas he tenido tiempo para nada.
Preparó un par de sillas, bastante cómodas, y se acercó a la cómoda dónde tenía una botella de vino que Jordan le había dado. Sirvió dos copas y le tendió una a Jacquin antes de sentarse en la silla que quedaba vacía.
—¿Cómo estás? —le preguntó—. Estaba tan acostumbrado a recibir noticias tuyas a menudo que el viaje se me ha hecho largo sin poder leerte. Aún así, ha merecido la pena; en vez de leerte, ahora podré escucharte.
Bebió otro trago de vino y sonrió.
Otro de los motivos por los que aquel viaje le resultaba especialmente excitante era porque, al fin, iba a poder reencontrarse con su buen amigo Jacquin Toussaint. Lo primero que hizo cuando tuvo los billetes para el siguiente barco en la mano, fue escribir al francés para anunciar su próxima visita. Pensó muy seriamente dónde podrían citarse, pero Liam se dio cuenta de que no conocía nada de la ciudad y decirle un punto podría resultar fatal. Quería verlo en un lugar privado, así que los monumentos o lugares más visitados quedaban descartados, pero, ¿qué punto, de entre todos, sería el idóneo para una reunión como aquella? Se devanó los sesos hasta que, finalmente, optó por invitarlo al cabaret que regentaba su primo Jordan. Allí se hospedaría él, al fin y al cabo, así que, ¿qué había de malo en ello?
Cuando el tren lo dejó en la estación de París era mediodía. Su primo lo esperaba con los brazos abiertos, con un coche preparado y un mozo que cargó con el equipaje del cambiante. Ropa llevaba poca, puesto que la mayoría del espacio de las dos maletas que se trajo estaba destinado a sus anotaciones, libros y cuadernos varios. Si quería seguir sus investigaciones allí, debía llevarse todo lo que fuera a necesitar, puesto que volver no se antojaba un camino viable.
Cuando ambos llegaron al cabaret, el lugar estaba en silencio, y a Liam no le pareció un lugar tan malo para vivir. La estampa que se encontró cuando volvió de su paseo vespertino, sin embargo, fue mucho más distinta que la anterior: nada más entrar él, las chicas que estaban bailando en el escenario enseñaros sus pompis redondeados al público; otras, sin embargo, caminaban con sus ornamentados vestidos alrededor de las mesas, intentando llamar la atención de los hombres —y consiguiéndolo—. El joven O’Shea se escabulló como pudo y llegó hasta la habitación que Jordan le había preparado, cerrando la puerta para amortiguar el ruido.
A pesar del cansancio, apenas consiguió dormitar un poco, así que pasó la noche estudiando sus libros y apuntes hasta que el silencio se hizo en el lugar. Para cuando pudo conciliar el sueño, ya había luz en el exterior.
Liam no era un hombre que acostumbrara a dormir durante el día, por eso su descanso se prolongó durante más horas de las acostumbradas, sin contar con que recuperó parte de las energías gastadas en el viaje. Se despertó a media tarde y comió algo antes de prepararse para la llegada de Jacquin. Estaba nervioso, y su estómago daba buena cuenta de ello: sentía un cosquilleo agradable que lo mantenía inquieto y con una sonrisa perenne en el rostro.
Unos golpes en la puerta interrumpieron sus minutos de estudio —puesto que Liam siempre aprovechaba cualquier momento para seguir investigando—, pero, en aquella ocasión, no le importó.
—Jacquin —dijo, emocionado—. Jacquin, mi buen amigo. Qué gusto me da verte.
Avanzó un par de pasos y abrazó al hombre con energía, dándole unas palmadas en la espalda antes de separarse. Lo sujetó de los brazos y lo miró de arriba a abajo con una sonrisa pintada en el rostro. Estaba realmente emocionado por aquel encuentro.
—¡Oh! Pasa, por favor —le pidió, haciéndose a un lado y señalando el interior de su habitación—. Lamento haberte citado aquí, pero no conocía nada de la ciudad como para poder elegir un sitio mejor. Llegué ayer a mediodía y he pasado todo el día de hoy durmiendo, con lo que apenas he tenido tiempo para nada.
Preparó un par de sillas, bastante cómodas, y se acercó a la cómoda dónde tenía una botella de vino que Jordan le había dado. Sirvió dos copas y le tendió una a Jacquin antes de sentarse en la silla que quedaba vacía.
—¿Cómo estás? —le preguntó—. Estaba tan acostumbrado a recibir noticias tuyas a menudo que el viaje se me ha hecho largo sin poder leerte. Aún así, ha merecido la pena; en vez de leerte, ahora podré escucharte.
Bebió otro trago de vino y sonrió.
Liam O'Shea- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 12
Fecha de inscripción : 15/08/2018
Re: Ce qui nous unit | Privado
Abrazó a su amigo con verdadera emoción y cuando se separaron Jacquin supo que debía estar sonriendo demasiado. Intentó, en un pensamiento fugaz, recordar cuándo había sido la última vez en la que había sonreído genuinamente, sin tener que aparentar, y no pudo recordarlo. Él era, más bien. un hombre serio.
-Bienvenido, querido amigo. ¿Cómo te ha recibido París? –preguntó al ingresar. –Dime, ¿qué tal ha estado el viaje? Incómodo, me temo, ya lo he realizado en algunas oportunidades y lo sé bien. Has hecho bien en descansar, tal vez tendríamos que haber quedado para otro día –pensó en voz alta, sintiendo un poco de culpa pues estaba muy contento de haberse reunido con él pese a saber que su colega necesitaría todavía más descanso.
Tomó asiento donde él le indicó y se dedicó a observar el entorno. No dejaba de parecerle extremadamente extraño que lo hubiese citado allí y a juzgar por el lugar, Jacquin entendía que se estaba hospedando allí. ¿Acaso no tenía dinero para pagar un hotel? Liam no le había dado esa impresión, la de un hombre sin recursos, pero podría ser… ¿por qué sino iba a estar allí, en el cabaret? No tenía sentido y Jacquin no sabía cómo preguntarlo sin quedar mal ante su amigo, o peor: sin ofender.
-No puedo negar que me ha sorprendido que eligieses este sitio para nuestro encuentro. ¿Puedo preguntar a qué se debe? Veo que has estado descansando aquí… no lo juzgo –se adelantó a aclarar, con una mano en alto-, pero quiero decirte que, en caso de que lo necesites, mi hogar es de puertas abiertas para ti. Claro que en las noches las cerramos, por el frío –se rió, bromeando para restar importancia.
¿Hacía cuánto tiempo que no bromeaba? Jacquin estaba asombrado de cómo cambiaba su energía cuando estaba con su colega; personalmente era igual que en las cartas y lo agradecía, pues había temido sentirse incómodo, pensando que una cosa era escribir y otra muy diferente compartir un tiempo cara a cara, pero se sentía muy a gusto y esperaba que lo mismo le ocurriera a Liam.
-A tu salud, por una muy buena estadía en esta ciudad –brindó antes de beber del vino que él le había ofrecido-. Tienes toda la razón, lo mismo me ha ocurrido… Estaba tan acostumbrado a recibir tus cartas y a mandarte las mías que estos meses he extrañado hacerlo. De todas formas ha valido la pena, estás aquí… Me gustaría que conocieras la Academie, donde dirijo el departamento de ciencias. Creo que te encantará. ¿Tienes ya muchos compromisos asumidos aquí? –Esperaba que no, pero si los tenía Jacquin deseaba pensar que él tendría prioridad en la agenda de Liam.
-Bienvenido, querido amigo. ¿Cómo te ha recibido París? –preguntó al ingresar. –Dime, ¿qué tal ha estado el viaje? Incómodo, me temo, ya lo he realizado en algunas oportunidades y lo sé bien. Has hecho bien en descansar, tal vez tendríamos que haber quedado para otro día –pensó en voz alta, sintiendo un poco de culpa pues estaba muy contento de haberse reunido con él pese a saber que su colega necesitaría todavía más descanso.
Tomó asiento donde él le indicó y se dedicó a observar el entorno. No dejaba de parecerle extremadamente extraño que lo hubiese citado allí y a juzgar por el lugar, Jacquin entendía que se estaba hospedando allí. ¿Acaso no tenía dinero para pagar un hotel? Liam no le había dado esa impresión, la de un hombre sin recursos, pero podría ser… ¿por qué sino iba a estar allí, en el cabaret? No tenía sentido y Jacquin no sabía cómo preguntarlo sin quedar mal ante su amigo, o peor: sin ofender.
-No puedo negar que me ha sorprendido que eligieses este sitio para nuestro encuentro. ¿Puedo preguntar a qué se debe? Veo que has estado descansando aquí… no lo juzgo –se adelantó a aclarar, con una mano en alto-, pero quiero decirte que, en caso de que lo necesites, mi hogar es de puertas abiertas para ti. Claro que en las noches las cerramos, por el frío –se rió, bromeando para restar importancia.
¿Hacía cuánto tiempo que no bromeaba? Jacquin estaba asombrado de cómo cambiaba su energía cuando estaba con su colega; personalmente era igual que en las cartas y lo agradecía, pues había temido sentirse incómodo, pensando que una cosa era escribir y otra muy diferente compartir un tiempo cara a cara, pero se sentía muy a gusto y esperaba que lo mismo le ocurriera a Liam.
-A tu salud, por una muy buena estadía en esta ciudad –brindó antes de beber del vino que él le había ofrecido-. Tienes toda la razón, lo mismo me ha ocurrido… Estaba tan acostumbrado a recibir tus cartas y a mandarte las mías que estos meses he extrañado hacerlo. De todas formas ha valido la pena, estás aquí… Me gustaría que conocieras la Academie, donde dirijo el departamento de ciencias. Creo que te encantará. ¿Tienes ya muchos compromisos asumidos aquí? –Esperaba que no, pero si los tenía Jacquin deseaba pensar que él tendría prioridad en la agenda de Liam.
Jacquin Toussaint- Humano Clase Alta
- Mensajes : 44
Fecha de inscripción : 17/01/2017
Re: Ce qui nous unit | Privado
Se notaba cansado, sí, pero no tanto como para haber atrasado la visita de su buen amigo. Ser un cambiante tenía sus ventajas, y esa era una de ellas: podía dormir poco durante días, que con unas pocas horas de sueño profundo en una cama cómoda recuperaba gran parte de esa energía que necesitaba para funcionar. Claro que a su colega no le mencionaría nada de eso, no quería asustarlo con un asunto como aquel. Para Liam, su condición de cambiante era algo natural con lo que había vivido siempre, pero lo cierto era que, desde niño, sus padres lo habían educado, junto a su primo Jordan, a no desvelar los dones —así lo llamaban ellos— con los que habían nacido.
—Por el momento me ha recibido bastante bien, pero he de decir que apenas me ha dado tiempo a visitar las calles colindantes —explicó—. Y el viaje… qué puedo decir. —Soltó una carcajada—. Los he tenido mejores, no te voy a engañar.
Se encogió de hombros y le dio un sorbo a su copa. No podía apartar los ojos de Jacquin, como si fuera una reliquia que se necesita admirar antes de que se esfume. Se dio cuenta de su atrevimiento y rectificó la postura —con el cuerpo echado hacia delante y los codos apoyados en las rodillas— y miró a su alrededor antes de sonreír. A él también le hubiera resultado extraño que alguien lo citara en un lugar así.
—Entiendo que parezca extraño, yo también me preguntaría el porqué de este lugar —lo tranquilizó, dejando la copa sobre el escritorio que había junto a las sillas—. Mi primo es el dueño, y me permite utilizar una de las habitaciones. Él también vive aquí, así que es como estar en casa, de alguna manera. —Sonrió—. Podría haber ido a un hotel, pero no sé el tiempo que me quedaré aquí, en París. No tengo fecha de vuelta, así que lo mismo es una semana tan sólo como varios meses, y no me gustaría poner fin al viaje por culpa de mis ahorros —explicó—. Agradezco tu invitación, pero no sé si a tu esposa le agradará tenerme por allí. ¡Mira qué caos de anotaciones he traído conmigo! —Señaló la mesa, llena de papeles, libros y cuadernos usados hasta la saciedad—. A propósito, ¿cómo está? Tu esposa, me refiero.
No era capaz de recordar su nombre. En realidad, no sabía si se lo había llegado a mencionar en alguna de las innumerables cartas que se habían intercambiado desde que se habían conocido, pero no quería parecer grosero.
Brindó junto a su amigo y, tras dar el trago correspondiente, se acomodó en la silla apoyando un tobillo sobre la rodilla contraria.
—Aún no, quería dedicar mis primeros días a establecerme y ver la ciudad. Lo que la gente conoce como unas vacaciones —bromeó—. Después, seguiré con mis estudios e investigaciones; tengo entendido que París tiene una de las colecciones de libros sobre ciencia más grandes. Ese es el motivo de mi visita, en realidad —confesó—. ¿De verdad diriges el departamento de ciencias de la Académie? Eso es impresionante, Jacquin. Me encantaría visitarlo, de verdad que sí, pero no quiero molestarte en tu trabajo, así que sólo dime cuándo podría ir y allí estaré.
Iba a beber un trago, y, de hecho, lo hizo, pero de pronto recordó algo que debía entregar a su amigo. Levantó el índice de la mano libre mientras terminaba de beber y dejó la copa a un lado antes de levantarse de manera apresurada.
—¡Casi lo olvido! —exclamó—. He traído algo para ti. No esperes nada ostentoso. —Rió al escuchar su propia broma y sacó, de su bolsa, un paquete envuelto en papel grueso y de color marrón—. Espero que te guste.
Le tendió el regalo, que no era otra cosa que el último libro sobre los estudios del cuerpo humano, la genética y teorías sobre regeneración de miembros, escrito por el prestigioso Lewis T. Byrne, ídolo de Liam, que esperaba que también lo fuera de Jacquin.
—Por el momento me ha recibido bastante bien, pero he de decir que apenas me ha dado tiempo a visitar las calles colindantes —explicó—. Y el viaje… qué puedo decir. —Soltó una carcajada—. Los he tenido mejores, no te voy a engañar.
Se encogió de hombros y le dio un sorbo a su copa. No podía apartar los ojos de Jacquin, como si fuera una reliquia que se necesita admirar antes de que se esfume. Se dio cuenta de su atrevimiento y rectificó la postura —con el cuerpo echado hacia delante y los codos apoyados en las rodillas— y miró a su alrededor antes de sonreír. A él también le hubiera resultado extraño que alguien lo citara en un lugar así.
—Entiendo que parezca extraño, yo también me preguntaría el porqué de este lugar —lo tranquilizó, dejando la copa sobre el escritorio que había junto a las sillas—. Mi primo es el dueño, y me permite utilizar una de las habitaciones. Él también vive aquí, así que es como estar en casa, de alguna manera. —Sonrió—. Podría haber ido a un hotel, pero no sé el tiempo que me quedaré aquí, en París. No tengo fecha de vuelta, así que lo mismo es una semana tan sólo como varios meses, y no me gustaría poner fin al viaje por culpa de mis ahorros —explicó—. Agradezco tu invitación, pero no sé si a tu esposa le agradará tenerme por allí. ¡Mira qué caos de anotaciones he traído conmigo! —Señaló la mesa, llena de papeles, libros y cuadernos usados hasta la saciedad—. A propósito, ¿cómo está? Tu esposa, me refiero.
No era capaz de recordar su nombre. En realidad, no sabía si se lo había llegado a mencionar en alguna de las innumerables cartas que se habían intercambiado desde que se habían conocido, pero no quería parecer grosero.
Brindó junto a su amigo y, tras dar el trago correspondiente, se acomodó en la silla apoyando un tobillo sobre la rodilla contraria.
—Aún no, quería dedicar mis primeros días a establecerme y ver la ciudad. Lo que la gente conoce como unas vacaciones —bromeó—. Después, seguiré con mis estudios e investigaciones; tengo entendido que París tiene una de las colecciones de libros sobre ciencia más grandes. Ese es el motivo de mi visita, en realidad —confesó—. ¿De verdad diriges el departamento de ciencias de la Académie? Eso es impresionante, Jacquin. Me encantaría visitarlo, de verdad que sí, pero no quiero molestarte en tu trabajo, así que sólo dime cuándo podría ir y allí estaré.
Iba a beber un trago, y, de hecho, lo hizo, pero de pronto recordó algo que debía entregar a su amigo. Levantó el índice de la mano libre mientras terminaba de beber y dejó la copa a un lado antes de levantarse de manera apresurada.
—¡Casi lo olvido! —exclamó—. He traído algo para ti. No esperes nada ostentoso. —Rió al escuchar su propia broma y sacó, de su bolsa, un paquete envuelto en papel grueso y de color marrón—. Espero que te guste.
Le tendió el regalo, que no era otra cosa que el último libro sobre los estudios del cuerpo humano, la genética y teorías sobre regeneración de miembros, escrito por el prestigioso Lewis T. Byrne, ídolo de Liam, que esperaba que también lo fuera de Jacquin.
Liam O'Shea- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 12
Fecha de inscripción : 15/08/2018
Re: Ce qui nous unit | Privado
No podía precisar por qué le molestó tanto aquella revelación. Que su primo fuese el dueño de aquel sitio le daba igual, lo que lo incomodaba era saber que Liam viviría allí, rodeado de mujeres hermosas… ¿Cómo sería él con respecto a las mujeres? Se dio cuenta que, pese a que lo llamaba amigo, poco conocía de las preferencias íntimas de él. ¿Le gustarían jóvenes o treintañeras? ¿Las prefería de cabello dorado? ¿De senos llenos y generosos? ¿Qué le gustaba a Liam O’Shea? ¿Por qué pensaba en todo eso él? ¿Qué le importaba lo que su amigo eligiese hacer en sus noches libres allí?
-Mi esposa está bien, gracias –dijo, más por costumbre que porque hubiese pensado la respuesta.
Se acomodó en el asiento y se refregó con la mano los ojos para aclararse un poco, necesitaba quitar de su mente todos los pensamientos que lo llevaban a imaginar a Liam con alguna de las empleadas del lugar.
-Acabamos de ser padres nuevamente, Bastiam es mi tercer hijo –le contó con cierto aplomo en la voz-. Ha nacido con una debilidad en los pulmones, el doctor aconsejó que debía crecer el primer año en un ambiente más húmedo. Mi esposa y los niños se han instalado en la casa que tenemos en Inglaterra, me reuniré con ellos el mes próximo para pasar una temporada familiar.
¿Estaba quedando como un hombre cruel que en un mal momento de su familia dejaba a su esposa sola con tres niños? Si estaba quedando así se debía a que en verdad era un hombre cruel, ya había tenido aquellas ideas antes… pero se justificaba diciendo que estaba haciendo lo mejor, que un tratamiento para Bastiam –maldito el nombre portugués que Lusbella había elegido para el bebé, pues a Jacquin todavía le costaba pronunciarlo bien- costaría un dineral y que por eso él debía continuar con sus investigaciones, para poder costear todos los médicos que el bebé necesitaría ver.
-Tengo mucho trabajo aquí, debo cuidar de mis investigaciones pues el dinero que cobre por ellas será exclusivo para los tratamientos que el pequeño necesitará –se justificó, porque no quería que Liam pensase mal de él-. Así que ya ves, estoy solo en una casa enorme… reitero que serás bienvenido, si tu primo no se ofende.
Le gustó ver lo asombrado que estaba Liam de que él fuese el rector de la facultad de ciencias. Creía que Liam lo sabía, pero ahora veía que nunca se lo había mencionado con todas las palabras, sino que había dado por entendido aquello que tan importante era para él. Claro, de más estaba decir que su amigo sería bienvenido allí.
-Ya concertaremos un encuentro, hay mucho allí que quiero mostrarte –le dijo, sin poder borrar del rostro la sonrisa-. Oh, no debiste molestarte, Liam –aseguró, al saber que él tenía un presente que darle. Tomó en sus manos el paquete y cuando lo abrió casi dio un salto de la butaca-. Esto es… Liam, no sé qué decir. ¡No sabes cuánto he deseado tener un ejemplar! No han llegado a la Francia y el autor no respondió mi carta en la que le pedía que me enviase uno de sus libros… ¡Gracias, Liam! –dejó el libro en la mesilla y le dio un abrazo apretado y sincero que disfrutó demasiado.
-Mi esposa está bien, gracias –dijo, más por costumbre que porque hubiese pensado la respuesta.
Se acomodó en el asiento y se refregó con la mano los ojos para aclararse un poco, necesitaba quitar de su mente todos los pensamientos que lo llevaban a imaginar a Liam con alguna de las empleadas del lugar.
-Acabamos de ser padres nuevamente, Bastiam es mi tercer hijo –le contó con cierto aplomo en la voz-. Ha nacido con una debilidad en los pulmones, el doctor aconsejó que debía crecer el primer año en un ambiente más húmedo. Mi esposa y los niños se han instalado en la casa que tenemos en Inglaterra, me reuniré con ellos el mes próximo para pasar una temporada familiar.
¿Estaba quedando como un hombre cruel que en un mal momento de su familia dejaba a su esposa sola con tres niños? Si estaba quedando así se debía a que en verdad era un hombre cruel, ya había tenido aquellas ideas antes… pero se justificaba diciendo que estaba haciendo lo mejor, que un tratamiento para Bastiam –maldito el nombre portugués que Lusbella había elegido para el bebé, pues a Jacquin todavía le costaba pronunciarlo bien- costaría un dineral y que por eso él debía continuar con sus investigaciones, para poder costear todos los médicos que el bebé necesitaría ver.
-Tengo mucho trabajo aquí, debo cuidar de mis investigaciones pues el dinero que cobre por ellas será exclusivo para los tratamientos que el pequeño necesitará –se justificó, porque no quería que Liam pensase mal de él-. Así que ya ves, estoy solo en una casa enorme… reitero que serás bienvenido, si tu primo no se ofende.
Le gustó ver lo asombrado que estaba Liam de que él fuese el rector de la facultad de ciencias. Creía que Liam lo sabía, pero ahora veía que nunca se lo había mencionado con todas las palabras, sino que había dado por entendido aquello que tan importante era para él. Claro, de más estaba decir que su amigo sería bienvenido allí.
-Ya concertaremos un encuentro, hay mucho allí que quiero mostrarte –le dijo, sin poder borrar del rostro la sonrisa-. Oh, no debiste molestarte, Liam –aseguró, al saber que él tenía un presente que darle. Tomó en sus manos el paquete y cuando lo abrió casi dio un salto de la butaca-. Esto es… Liam, no sé qué decir. ¡No sabes cuánto he deseado tener un ejemplar! No han llegado a la Francia y el autor no respondió mi carta en la que le pedía que me enviase uno de sus libros… ¡Gracias, Liam! –dejó el libro en la mesilla y le dio un abrazo apretado y sincero que disfrutó demasiado.
Jacquin Toussaint- Humano Clase Alta
- Mensajes : 44
Fecha de inscripción : 17/01/2017
Re: Ce qui nous unit | Privado
—Me alegro por tu reciente paternidad, amigo —le dijo—, pero no por la afección del pequeño. Espero, de verdad, que sea algo pasajero y que crezca sano y fuerte. Creo que los niños son una bendición en todas las familias, aunque es algo que opino sólo por lo que veo, puesto que en la mía no los hay desde que mi primo y yo lo fuimos.
Liam no echaba de menos ser padre, para el pesar de su madre, Theresa, que siempre había soñado con poder jugar y criar a sus nietos. El irlandés, sin embargo, no creía que hubiera llegado al mundo para formar una familia; le gustaba ver a los niños jugar en las plazas y contarles secretos y teorías sobre la naturaleza, pero no ansiaba tener uno al que enseñarle todo lo que sabía. Ni siquiera su primo parecía tener prisa por engendrar a sus propios vástagos, aunque Liam no dudaba de que, intentarlo, lo intentaba.
Asintió tras escuchar sus explicaciones, y añadió:
—Entiendo. Mi primo no se ofenderá, dudo que le quede tiempo para eso.
Se rió justo en el momento en el que una joven entraba en su habitación. Nada más abrir la puerta y ver el desorden, primero, y a los dos hombres charlando, después, se dio cuenta de que se había confundido de habitación, así que, con una disculpa, cerró la puerta antes de marcharse.
—Es la tercera vez que se confunden. No quiero pensar qué tipo de habitación sería ésta para que vengan tantas veces —bromeó.
Recibió el abrazo de su amigo con gusto, manteniéndose, quizá, demasiado tiempo apretado a él.
—Tenía miedo de ya te hubieras hecho con un ejemplar, pero me alegra ver que no es así. Yo ya lo leí, es realmente interesante —dijo, entusiasmado—. Habla de teorías ya conocidas, pero también plantea otras que nadie se había atrevido a formular antes y son verdaderamente interesantes. No quiero adelantarte nada, prefiero que seas tú quien vaya descubriendo sus descubrimientos.
Unos pasos en el pasillo llamaron la atención de Liam, que miró a la puerta antes de que otra muchacha, esta vez rubia, se asomara al cuarto. Esta vez, el hombre levantó una mano y saludó a la mujer, que, apurada, cerró la puerta y se marchó de allí. ¿Hasta cuándo iba a durar aquello? No llevaba allí ni dos días y ya lo habían importunado al menos diez veces. Se frotó los ojos y suspiró.
—Creo que lo he pensado mejor y voy a aceptar tu invitación, Jacquin —dijo—. Sólo hasta que encuentre algo mejor que esto, no quiero abusar de tu confianza. Mañana mismo hablaré con Jordan, si te parece bien.
Liam no echaba de menos ser padre, para el pesar de su madre, Theresa, que siempre había soñado con poder jugar y criar a sus nietos. El irlandés, sin embargo, no creía que hubiera llegado al mundo para formar una familia; le gustaba ver a los niños jugar en las plazas y contarles secretos y teorías sobre la naturaleza, pero no ansiaba tener uno al que enseñarle todo lo que sabía. Ni siquiera su primo parecía tener prisa por engendrar a sus propios vástagos, aunque Liam no dudaba de que, intentarlo, lo intentaba.
Asintió tras escuchar sus explicaciones, y añadió:
—Entiendo. Mi primo no se ofenderá, dudo que le quede tiempo para eso.
Se rió justo en el momento en el que una joven entraba en su habitación. Nada más abrir la puerta y ver el desorden, primero, y a los dos hombres charlando, después, se dio cuenta de que se había confundido de habitación, así que, con una disculpa, cerró la puerta antes de marcharse.
—Es la tercera vez que se confunden. No quiero pensar qué tipo de habitación sería ésta para que vengan tantas veces —bromeó.
Recibió el abrazo de su amigo con gusto, manteniéndose, quizá, demasiado tiempo apretado a él.
—Tenía miedo de ya te hubieras hecho con un ejemplar, pero me alegra ver que no es así. Yo ya lo leí, es realmente interesante —dijo, entusiasmado—. Habla de teorías ya conocidas, pero también plantea otras que nadie se había atrevido a formular antes y son verdaderamente interesantes. No quiero adelantarte nada, prefiero que seas tú quien vaya descubriendo sus descubrimientos.
Unos pasos en el pasillo llamaron la atención de Liam, que miró a la puerta antes de que otra muchacha, esta vez rubia, se asomara al cuarto. Esta vez, el hombre levantó una mano y saludó a la mujer, que, apurada, cerró la puerta y se marchó de allí. ¿Hasta cuándo iba a durar aquello? No llevaba allí ni dos días y ya lo habían importunado al menos diez veces. Se frotó los ojos y suspiró.
—Creo que lo he pensado mejor y voy a aceptar tu invitación, Jacquin —dijo—. Sólo hasta que encuentre algo mejor que esto, no quiero abusar de tu confianza. Mañana mismo hablaré con Jordan, si te parece bien.
Liam O'Shea- Cambiante Clase Media
- Mensajes : 12
Fecha de inscripción : 15/08/2018
Re: Ce qui nous unit | Privado
Cuando se separaron, Jacquin se concentró en las páginas del libro que acaba de recibir de regalo pues no quería que Liam notase su afectación. No había creído que la cercanía de ese hombre lo pudiera inquietar tanto, tampoco que lo tuviera tan entusiasmado de ese otro modo… había pensado que solo le atraía como colega, como amigo, y como la mente brillante que era; pero ahora entendía que había algo más. Ni siquiera quería detenerse a pensar a aquello en esos momentos, tendría tiempo luego en la soledad de su casa.
Se instó a tranquilizarse, a volver a tomar el control de su cuerpo, porque no quería incomodarlo. Liam solo pasaría una temporada allí y luego volvería a su tierra, se recordó que quería contarle de algunos de sus proyectos, que le gustaría conocer su opinión sobre sus investigaciones. No podía arruinarlo todo mezclando sus repudiables inclinaciones. Eso, mantener la relación muy cercana a su profesión, lo salvaría de caer en momentos embarazosos.
-Qué buena nueva es que ya lo hayas leído, amigo –dijo, tras carraspear para recobrar la voz luego del abrazo- . Así podremos debatir sobre sus ideas, sin ninguna duda será muy interesante hacerlo.
Era raro ser interrumpidos así, sin que siquiera llamasen a la puerta antes de entrar. Jacquin pensó en que sería incómodo estar cambiándose de ropa y que ingresase una desconocida; mucho peor estar teniendo intimidad con alguien y ser sorprendidos de esa forma… sería terrible. Si Liam fuese su invitado no pasaría por momentos tan desagradables, podría ser libre en su hogar, porque se lo ofrecería como suyo también.
-Oh, ¿lo dices en serio? –preguntó, confundido porque sus pensamientos acababan de concatenarse con las palabras de su colega-. Claro, eres bienvenido en mi hogar. Hoy mismo pediré que preparen todo para tu estadía, solo dime cuándo y mi cochero pasará por ti y tus pertenencias. Liam –se acercó a él y quedaron frente a frente-, para mí será un honor que una persona tan inteligente e interesante como tú sea mi huésped.
Se instó a tranquilizarse, a volver a tomar el control de su cuerpo, porque no quería incomodarlo. Liam solo pasaría una temporada allí y luego volvería a su tierra, se recordó que quería contarle de algunos de sus proyectos, que le gustaría conocer su opinión sobre sus investigaciones. No podía arruinarlo todo mezclando sus repudiables inclinaciones. Eso, mantener la relación muy cercana a su profesión, lo salvaría de caer en momentos embarazosos.
-Qué buena nueva es que ya lo hayas leído, amigo –dijo, tras carraspear para recobrar la voz luego del abrazo- . Así podremos debatir sobre sus ideas, sin ninguna duda será muy interesante hacerlo.
Era raro ser interrumpidos así, sin que siquiera llamasen a la puerta antes de entrar. Jacquin pensó en que sería incómodo estar cambiándose de ropa y que ingresase una desconocida; mucho peor estar teniendo intimidad con alguien y ser sorprendidos de esa forma… sería terrible. Si Liam fuese su invitado no pasaría por momentos tan desagradables, podría ser libre en su hogar, porque se lo ofrecería como suyo también.
-Oh, ¿lo dices en serio? –preguntó, confundido porque sus pensamientos acababan de concatenarse con las palabras de su colega-. Claro, eres bienvenido en mi hogar. Hoy mismo pediré que preparen todo para tu estadía, solo dime cuándo y mi cochero pasará por ti y tus pertenencias. Liam –se acercó a él y quedaron frente a frente-, para mí será un honor que una persona tan inteligente e interesante como tú sea mi huésped.
TEMA FINALIZADO
Jacquin Toussaint- Humano Clase Alta
- Mensajes : 44
Fecha de inscripción : 17/01/2017
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