· Do you wanna know? · What's Hidden in the Dark (I)

por **Hēra L. Tsakalidis** Dom Nov 04, 2018 5:54 pm

Resulta muy frustrante ser extremadamente consciente del transcurso del tiempo, cuando dicha dimensión de la realidad no te afecta, cuando hace mucho que ha dejado de transcurrir por y para ti. Los minutos, las horas, los días, las semanas y los meses, se paseaban por ante sus ojos, sin que nada cambiara. Sin que las cosas adquirieran un nuevo curso, color o perspectiva. Sus ojos únicamente eran capaces de ver un mundo congelado, paralizado, como su propia existencia. Y era de lo más desasosegante. Especialmente cuando tenía que sufrir a solas esa sensación tan desagradable. Contar con que Abaddon la sacara de su ensimismamiento era igual que tener fe en que los dioses lo hicieran. Nada práctico, y destinado a la decepción. Sus muestras de atención se habían reducido drásticamente desde la última de sus peleas. No era de extrañarse. Tanta amargura y hastío convertían a Hēra en una compañía de lo más terrible. No podía evitar que el rencor y la rabia se le escaparan en cada comentario, en cada cosa quele echaba en cara, usando su tono más cruel y sarcástico. Y la paciencia de su amante y compañero tenía un límite, y dicho límite, en lo referente a su esposa, era cada vez más sencillo de sobrepasar. No sabía si era porque finalmente se había cansado, o si era una de esas etapas en las que la frialdad de su relación era más intensa que otras veces, pero si el carácter de Abaddon era terrible cuando estaba enfadado, el de la vampiresa era mil veces peor.

Quizá fue la desesperación lo que la hizo tomar una decisión tan poco acorde con su personalidad. Su contacto con el mundo humano era lo más reducido posible. En parte, porque odiaba tener que hacerse pasar por un humano, y por otro lado, porque resultaba un peligro andante, especialmente cuando se encontraba tan poco estable emocionalmente. Pero estaba convencida de que si permanecía encerrada en el castillo siquiera un minuto más acabaría por enloquecer del todo. Así que se vistió, de la forma más sobria y poco llamativa que pudo, y decidió salir a explorar la noche parisina. Era noviembre, el frío llevaba algunas semanas ya instalado en la ciudad, lo cual era más que evidente en las vestimentas de los viandantes. No desentonaba demasiado, con su vestido de terciopelo, y la pesada capa, pero no podía evitar sentirse fuera de lugar, rodeada de todas esas personas que vestían sonrisas despreocupadas, y dedicaban su tiempo de paseo a interactuar con otros. Amantes de mejillas sonrojadas, observándose como si nada en el mundo fuera más importante, o más hermoso. Familias con hijos de ojos brillantes y curiosos, llenos de preguntas, criados con mimo... A cada paso que daba se convencía más de que aquella había sido una terrible idea. Aquel ambiente animado, por ser un día festivo, rechinaba demasiado con el malestar que sentía, y si a eso le añadía la presencia de gente viviendo aquello que ella jamás podría experimentar de nuevo... No, no era la mejor de las combinaciones.

No tardó más de una hora en desviar sus pasos desde el centro y la zona comercial, para dirigirse a los suburbios, donde sabía que la decadencia estaría presente, algo que no desentonaría tanto con su estado de ánimo actual. Además, esa zona le aseguraría la posibilidad de conseguir algún tentempié sin tener que preocuparse demasiado porque una muerte (o dos, o tres...) causara demasiado revuelo. No tenía sed, no realmente y no en aquel momento, pero su instinto de depredadora le impedía estar rodeada de potenciales presas mucho rato, sin que el deseo por cazarlas surgiera repentinamente. Y Hēra no era del tipo de criatura que tuviera por costumbre controlar sus impulsos. Lo veía contraproducente. No es que no pudiera controlarse, era que no venía una necesidad imperiosa para ello. Era un vampiro, y los vampiros se alimentan de sangre humana. Los humanos eran comida, y si tienes comida disponible la tomas, aunque no tengas un deseo exagerado en ese momento. En cierta forma, era una característica que se había mantenido en su persona desde su etapa como humana. En épocas menos prósperas, nunca podías estar seguro de la siguiente ocasión en que ibas a poder disfrutar de un festín, así que rechazar el alimento cuando lo tienes presente no era una opción. Lo que difería de aquel entonces era probablemente la intención que tenía al hacerlo. Como humana, sentía agradecimiento por los alimentos a consumir. Ahora, como inmortal, sólo la invadía un sentimiento de superioridad y regocijo muy difícil de definir.

Puede que, después de todo, fuese mucho más “inhumana” de lo que resultaba evidente. El monstruo con rostro inocente. La harpía bajo el aspecto de mujer de bien. El demonio con piel clara como los ángeles. El ejemplo más claro de que las apariencias engañan.