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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Jue Nov 15, 2018 3:30 pm

“Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca”.
Lucas 21:28

Ella nunca subestimaba a sus oponentes. Sabía que hacer aquello era potencialmente mortal. Creer que lo sabía todo, que lo podía todo nunca había sido su estilo. Conocía y reconocía sus debilidades y fortalezas, sabía cómo usar eso a su favor y trataba de aprender de cada error para que no se repitiera. Desde la noche en que había decidido matar al vampiro había estado consiente de que habría un costo. Pero tenía que admitir que él había hecho muchas cosas que se habían salido del libreto. La había sorprendido, algo malo. En su mente ella solo se había imaginado tres escenarios: Su muerte, la de él o la de ambos. Pero ella seguía viva y también él. Había llegado a casa, la mayor parte del cómo estaba borrosa. Después le había tomado mucho tiempo sanar. Había dormido por días enteros después de haber realizado el hechizo que la ayudaría a sanar. Luego había estado lúcida a ratos, conectando con el espíritu que seguía al vampiro. Él se había recuperado más rápidamente de lo que había esperado o deseado. Supuso que la hechicera a la que él llamaba hermana lo había ayudado.

Durante todos esos días en los que había estado convaleciente se había dedicado a meditar varias cosas. En primer lugar estaba lo que haría, el plan de acción para corregir las cosas, aún quería verlo muerto. Había repetido las imágenes que él le había mostrado en su mente, una y otra y otra vez. Algo en su cabeza le decía que aquello no era mentira, que creyese de una buena vez lo que veía y siguiese adelante. Pero otra parte muy dentro de ella se negaba a aceptar que aquello fuese verdad. Porque la verdad era terriblemente dolorosa y significaría que el único lazo que la ataba a la cordura se rompería y ella también lo haría. Silencio aquello que le gritaba que aceptara la verdad, se convenció así misma de que lo que le había mostrado había sido un truco barato. Pero entonces ¿Por qué se había arriesgado a abrir su mente a ella? ¿Por qué no la había matado?

También estaba aquello, lo que había visto, lo que él le había mostrado. No podía dejar de pensar en eso. Ella sabía que él no era un hechicero diestro, ningún vampiro podría serlo. Así que lo que ella había visto eran “fugas” imposibles de detener por él. En un inicio aquello le había ocasionado gracia ¿Una sanguijuela, una burla ni muerta ni viva sintiendo pena? Luego había sentido una envidia tremenda ¿Por qué alguien como él, un asesino con delirios de grandeza tenía derecho a tener una familia, alguien a quién recurrir y ella no tenía a nadie? Había decidido ignorar eso retazos de información pero aún sin quererlo sus pensamientos habían vuelto a aquellos trozos de recuerdos, de sentimientos. Los había analizado una y otra vez, primero segura de que allí podría encontrar algo que la ayudase a ponerle fin a su existencia maldita, pero ahora ni siquiera sabía porque su cerebro seguía reproduciéndolos en su mente.

Ahora se encontraba completamente recuperada. En un inicio había acariciado la idea de solicitar ayuda a su aquelarre, pero al final había decidido que no las arriesgaría por algo que solo le competía a ella. Además ahora sus planes habían mutado. Haría que el pagara, de eso no había duda. Pagaría por intentar engañarla, pagaría por haber tenido el atrevimiento de ser el primer vampiro en poner sus colmillos en ella, pagaría por hacer que ella derramase sangre y por beberla. Pagaría por intentar engañarla, pero su mente, brillante e hiperactiva había hecho que sus planes cambiasen de asesinato a otra cosa. Lo mataría, de eso no cabía duda. Lo haría tarde que temprano. Pero ¿Y si antes de matarle lograba sacarle provecho? Él era un asesino después de todo y ella necesitaba desesperadamente uno, además también necesitaba a un vampiro para deshacerse de su maldición: Aquello que ocasionaría su muerte en el futuro, pero que ahora era lo único que la mantenía con vida.

Se convenció de que sus planes no habían cambiado por aquello que el vampiro le había mostrado, se dijo que el interés que le mostraría ahora sería su mejor actuación, que obedecería a sus necesidades y que solo lo haría por sacar la mejor ventaja en este tablero de juegos que es la vida. Se lo repitió hasta el cansancio para tratar de acallar la voz que le decía, que en realidad sólo lo hacía porque ya no quería verle muerto. Aquella noche había luna llena y en el bosque parecía haber más claridad, pero Smerenda no hizo el mínimo intento de ocultarse, según el plan no era necesario. Nuevamente estaba ataviada con un atuendo masculino: Saco y pantalones de lana a cuadros grises y negros, camisa blanca y chaleco de terciopelo rojo, aquel atuendo le permitiría correr y moverse con relativa facilidad en el bosque si era necesario. Obviamente, llevaba oculta en los bolsillos aquello que consideró necesario y útil.

Ahora ella esperaba. Estaba sentada debajo de un enorme abedul, con los brazos cruzados sobre sus pechos y el rostro contemplando la luna. El viento agitaba su cabello dorado y rizado, el cual se movía sin ningún tipo de restricción al compás del viento. Él había bebido su sangre y también había puesto la suya en ella, de cierta manera ahora estaban unidos. Ella estaba segura de que él lo sabía y hasta donde sabía él podía seguir el rastro de su sangre. Ella sabía que él no la había matado por una razón y aunque no conocía el porqué, algo le decía que él igual que ella había algo pendiente que intentaría finalizar. Así allí estaba ella, en medio de la noche, esperando. No sabía si él se decidiría a venir está noche, tendría suerte si en el primer intento lograba que él viniera hacía ella. No es que no supiese como buscarlo o donde se movía, él tenía a su pequeño espíritu detective mordiéndole los talones. Pero ella prefería que él lo hiciera por voluntad propia, después de todo si quería que aquello funcionase así es como tendría que iniciar el segundo round.


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Mensaje por Armagedon Jue Nov 29, 2018 11:39 am


"Guarda mi alma, y líbrame;
No sea yo avergonzado, porque en ti confié."
(Salmos 25:20)



La vida del jinete se reducía a la oscuridad perpetua, a la noche en su máxima expresión. La noche, esa compañera oscura socia de maleantes que cometían sus crímenes con alevosía, cómplice de las traiciones más sórdidas y los hechos más atroces. La noche era su medio, su maldición, su penitencia. No ver jamás de nuevo el atardecer sobre la colina Pincia, ni el amanecer sobre los foros imperiales de su bella ciudad natal. Una no-vida dedicada por entero a una misión, a unos preceptos, a una rígida moral. Un pequeño humano abandonado y recogido para ser instruido para la gloria y ostentar el más alto honor... pero finalmente humano, aunque ahora estuviera muerto.

Canicus, el inquisidor que renegó de su fe y recogió a los cuatro huérfanos, los aleccionó para ser los cuatro jinetes del apocalipsis; su padre, su mentor, su centro del universo. Ahora los buscaba para matarlos, para liquidar a sus creaciones perfectas, cuando se percató de lo que había hecho, traicionó a aquellos que llamaba hijos, a esos niños que renunciaron a una vida normal para ser vampiro o licántropo como era el caso de Guerra y Armagedon. Al jinete parecía que le crecían los problemas, no sólo sus hermanos estaban separados por diferentes motivos, sino que su padre y la Santa Iglesia los buscaban, y ahora también una bruja vengativa quería acabar con él.

No mataba indiscriminadamente, lo hacía cuando estaba seguro del pecado, entonces no tenía reparo alguno ni impedimentos para cometer los crímenes que lavarían con sangre el pecado de esa tierra mancillada. No había matado a la bruja porque no le pareció que lo mereciese, no al menos tan descaradamenbte como otros. Pero la muy maldita lo hirió, lo buscó y acechó como a un conejo y si no fuera por las dotes de Deborah, podría haberlo matado con el veneno de su daga hechizada.

¿Quién era esa mujer? ¿Por qué una bruja así de tenaz, previsora e intelegente había caído en el engaño de un pazguato como su prometido? si se olía a la legua la mentira, la llevaba escrita en su corrupta carne que en ese momento ya no sería más que polvo y ceniza. Los humanos eran débiles, él mismo sintió alguna vez la pena, la soledad, el miedo y todo ello lo llevó a confiar en Canicus, a ponerse en sus manos, a dejarse convertir en el arma definitiva. Cuando esos pensamientos lo asaltaban se sentía vulnerable y odiaba esa sensación, se había desprendido de su humanidad tiempo atrás y no quería recuperarla, pero últimamente no hallaba las respuestas ni el consuelo necesario en las sagradas escrituras.

A ratos cerraba los ojos cuando afuera el mundo cobraba vida, y sentía en su paladar la sangre maldita de la bruja. El pecado tenía sabores distintos, pero la magia picaba, escocía y estallaba en los seres no-mágicos como él. La justicia en ocasiones se desdibujaba entre la fina línea de la venganza y Smerenda había caído en lo segundo, pues si lo pensaba bien, cuando Armagedon mató al susodicho en verdad estaba haciendo justicia para ella. De cualquier modo, cuando salió esa noche fue dispuesto a encontrarla, a zanjar esa cuestión por una cuestión de practicidad: no podía seguir limpiando el pecado del mundo si tenía el aliento de la bruja soplando sobre su cogote. O cejaba en el empeño de matarlo ya ceptaba que su prometido era un imbécil miserable que se merecía abandonar este mundo, o tendría que liquidarla porque no podía estar pendiente de que ella apareciese y le entorpeciera su misión.

Palpó su vientre, donde la daga maldita había dejado ciactriz, seguramente con el tiempo no quedase rastro, pero ahora todavía se podía apreciar el trayecto donde la rubia hundió el arma y sajó carne muerta. Se abrochó la camisa, normalmente blanca, y salió en su busca. Su potente sangre la hacía fácil de rastrear, como un sabueso, sólo tuvo que inspirar bocanadas de aire y guiarse por ese aroma hasta las lindes del bosque. Con las manos metidas en los bolsillos se adentró pisando la hojarasca sin prisa alguna, sin ni siquiera evitar hacer ruido, la Muerte no necesitaba ocultarse, llegaba, mataba y dejaba llantos a su paso.

Sentada bajo un abedul, repasando mentalmente todas las argucias que tendría preparadas para darle muerte a él, la halló, serena, sentada. Su expresión no varió ni un ápice, sus fríos ojos la vieron antes incluso de que el sonido llegara a los oídos de la bruja.


- La paz sea contigo.


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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Dom Dic 02, 2018 2:22 pm

No contenderá, ni gritara, ni habrá quien en las calles oiga su voz.
Mateo 12:19

Los sentimientos son peligrosos. Nos hacen ser irracionales y darle cabida la a estupidez. Se dice que los animales no tienen sentimientos, que eso es lo único que los diferencia de los hombres. Lo único que domina a los animales es el instinto y se rigen por la ley suprema de la naturaleza: Consumir o ser consumidos. Desde que era una niña, Smerenda había sido testigo de cómo esa ley también regía la vida en la sociedad humana, lo había presenciado hasta el hartazgo. Como debía matar o ser asesinada. Había dejado los sentimientos de lado y había abrazado sus instintos, se había vuelto un depredador al asecho, siempre listo para consumir en lugar de ser consumida. Pero a diferencia de muchos animales ella no había tenido una manada que la respaldara. Siempre había estado sola, velando por su seguridad y como un animal enjaulado siempre había anhelado su libertad.

Ella no había elegido lo que era. Nadie le había dado elección. Cuando había sido pequeña había tenido una madre amorosa, su vida había estado llena de risa y calidez. Luego, su propia madre había intentado borrarla de la faz de la tierra. Se lo habían arrebatado todo de golpe y cuando, después de mucho tiempo había logrado recuperar esa calidez se la habían arrebatado nuevamente, fue lo suficientemente necia para intentarlo otra vez y el desenlace fue el mismo. Cada pérdida la había devastado, cada vez de forma más brutal que la anterior. Había aprendido a la mala a no confiar en nadie, a no depender de nadie pero sobre todo a jamás amar a nadie. Ahora era como una tigresa que después de muchos años de haber sido maltratada en un zoológico había recuperado la libertad: Vivía sola, cuidándose las espaldas y estaba dispuesta a matar con tal de no volver al lugar del que había salido. Y no lo hacía porque quisiera, lo hacía porque debía, mecánicamente porque sus instintos así se lo exigían, no porque lo disfrutase.

Smerenda había dejado de involucrarse con los demás, de interesarse por los demás. Había decidido que era lo mejor no llegar a preocuparse por alguien a parte de ella que era mejor no comprender a los demás, que era mejor no conocer sus anhelos, sus miedos, sus fortalezas o sus debilidades. Pero ese estúpido vampiro se había metido en su sistema, le había mostrado lo que a ella no le interesaba conocer. Hubiera sido mejor ignorarlo, seguirlo considerando como el asesino que era. Pero había sido imposible para ella no reparar en las similitudes de ambos Vaya, y pensar que hasta podríamos haber sido amigos si no hubiese matado a mi prometido. Podríamos habernos visto los martes para bebes té y contarnos a quienes habíamos matado durante la semana- pensó Smerenda con ironía. Su estúpido sentimentalismo había vuelto, todo gracias a cierta hechicera que se había empeñado en romper la coraza de hielo de Smerenda y que ahora era su amiga.

Odiaba eso, odiaba sentir. Porque eso era su droga. Al parecer seguiría siendo lo suficientemente estúpida para volver a lo mismo, aun cuando sabía cómo terminaría todo. Supuso que, efectivamente era como una adicta, sabía que eso estaba mal, que solamente le ocasionaría problemas y que terminaría sola y llorando como siempre. Pero justo como un drogadicto, soportaría todo aquello a cambio de unos efímeros segundos de euforia y felicidad al día No, eso no tiene nada que ver. Serán negocios, aún quiero, aún debo matarlo. Lo único que quiero es que limpie mi desastre y luego lo desechare como a un pañuelo viejo y…- suspendió su soliloquio mental cuando escuchó las palabras del vampiro, que ahora estaba frente a ella.

-No hay paz para los impíos, dijo el señor- Ella recitó el versículo del libro del profeta Isaías a modo de burla –Así que ni tú ni yo tenemos a la paz con nosotros ¿O me equivoco?- Smerenda sonrió, una risa fugaz y descarada y comenzó a incorporarse lentamente, no avanzó ni un milímetro, simplemente se puso de pie –Pero agradezco tus buenos deseos, aunque ambos sabemos que estaríamos más en paz si uno de los dos estuviese muerto. El muerto tendría la paz de la nada y el que quedase vivo la paz que matar al otro hubiese causado… Pero no vine a eso querido, no se me antoja tener el cuello en carne viva otra vez, vengo en son de paz- levantó las manos, como para que el mirase que no llevaba armas en las manos.


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Mensaje por Armagedon Jue Dic 06, 2018 4:11 pm


- Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo...Juan capítulo 16.- Contestó el vampiro como réplica a sus versículos, que aunque entendió la ironía en su tono, al menos agradeció que los conociera, si sabía sobre las escrituras es que no eran tan necia como le pareció al principio.

Armagedon avanzó unos pasos más deteniéndose frente a la bruja que levantaba las manos "en son de paz". Se fiaba de ella tanto como como de un asesino enarbolando un puñal tras la espalda, los caminos del Señor son inescrutables y eso abarcaba la existencia de seres como ella; existencia que el jinete no aprobaba ni comprendía, pero no estaba en su responsabilidad juzgar los actos del Gran Creador. Si Smerenda existía y ahora se cruzaba en su camino, es porque así lo quería Dios, porque algún propósito tendría dicho encuentro.


- Yo no puedo morir, soy el jinete del Apocalipsis llamado Muerte.- Así, como el que comenta ligeramente que está lloviendo o hace sol, el vampiro le soltó a la rubia quién era, porque no había nada de malo en que lo supiera, más que nada porque si la acababa matando al menos que entendiera que no había perecido a manos de la mala fortuna o de una casualidad indigna, sino por la voluntad de la mismísima muerte. La mujer enarcó una ceja, eso era algo que solía sucederle a menudo. ¿Por qué los humanos eran tan incrédulos? si luego se creían las falacias del ratón Pérez o del gordo vestido de rojo que llevaba regalos en navidad y tenía un reno de nariz roja. Pero cuando él lo decía, la mayoría alzaban la ceja. Pazguatos.

- Estás viva, y tienes cuello...- sacó las manos de los bolsillos, tenía los dedos largos y nudosos, sus antebrazos se asomaban tras las mangas plegadas a media altura, dejando entrever una piel que ahora era algo más pálida por su condición vampírica pero que claramente en vida fue tostada por el sol mediterráneo. Sus hombros eran como piedra esculpida sobre la que habían dejado caer la tela de la camisa, inmaculada, porque al jinete no le gustaba el desorden, la hediondez y la dejadez. Para él eran síntoma de pereza, uno de los pecados capitales, y su "padre" solía decir que "contra la pereza: diligencia."

-¿qué quieres saber? te mostré todo cuanto vi en la sangre de ese pecador. Si estás aquí sin intención de matarme es porque necesitas alguna respuesta, que al parecer, el libro de Isaías no te da.- esta vez fue el romano quien empleó la ironía. Lo cierto es que no solía hacerlo, era tan rancio que eso requería esfuerzo, prestarle atención a humanos ínfimos y no estaba por la labor, pero últimamente se hallaba más picajoso que de costumbre, y una forma de aliviar esa presión era ser borde.

Ahora que la tenía más cerca, sin cuello destrozado ni tripas rajadas de por medio, observó que los ojos oscuros de la hechicera eran vivos, posiblemente habría consumido dos tercios de su vida inclinada sobre gruesos libros, tratando de comprender las fuerzas invisibles, intentando capturar a la Muerte y hacerla esclava de su voluntad. ¿Qué podía llevar a una humana con sus dones a codiciar má spoder y que éste fuera destructivo? la ira. La ira era uno de los pecados que menos solía castigar, el autocontrol y la disciplina debía ser un valor férreo en todo el mundo, pero podía entender algunas de las acciones cometidas en un acceso de ira. Cuando Garion, su primo, casi mató a Guerra, su hermano, sintió arder la ira en su fuero interno como un volcán abrasador. ¿Sería lícito el "ojo por ojo"? estaba en las Sagradas escrituras, pero luego Jesús decía que había que perdonar...por eso siempre fue más del Antiguo Testamento.

Ira, un pecado menos malo, por llamarlo así. ¿De dónde salía la Ira de Smerenda? quizás se lo preguntase, tenía curiosidad.


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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Lun Dic 10, 2018 1:06 pm

Al parecer aquello de usar las escrituras contra él, como una burla, no funcionaba en absoluto. Tal parecía que junto a su humanidad el vampiro había perdido la capacidad de identificar los comentarios sarcásticos o los que estuviesen cargados de ironía. Si ella conocía las escrituras no era porque fuese alguien en extremo religiosa, no, siendo parte de una familia que desde hace generaciones había sido excomulgada no creía en nada más allá de la naturaleza y las leyes que la regían. Pero, después de todo, se dice que incluso satanás conoce las escrituras mejor que algunos cardenales y obispos y no porque las respete o las crea de alguna manera, si no que las conoce simplemente para saber cómo usarlas para tentar, como lo hizo con el nazareno en el desierto, las conoce porque debe hacerlo si quiere corromperlas, tergiversarlas y burlarse de ellas.

Smerenda usó todo su control para no estallar en carcajadas cuando lo escuchó presentarse como un jinete del apocalipsis, y decían que ella estaba loca, pero el sí que tenía graves problemas de identidad –La verdad es que no sé cómo es que alguien pudo haberte convencido de ser un jinete del apocalipsis, honestamente dudo que seas lo suficientemente perverso para el trabajo. Para muestra está el hecho de que no te decidieras a matarme. La muerte no tiene miramientos hacía nadie, pero tú los tienes. También dudo que seas inmortal: es cierto que no estas vivo, por eso nadie puede matarte pero, si existes, entonces alguien puede borrar tu existencia de la faz de la tierra- soltó aquello sin gramo de mala intención o ironía, sin ánimos de ofender. Aquello era una sentencia de verdad absoluta, al menos para Smerenda, un comentario simple, como hablar del clima –Pero no estoy aquí para ayudarte a lidiar con tus transtornos de personalidad, no tengo ánimos de fungir como tú Charcot o tú Freud, a mí no me importa si crees que eres el espíritu Santo, no hace diferencia. Tampoco estoy aquí para demostrarte que no eres inmortal, como dije no me apetece pelar en este momento- con gesto casual apoyó la espalda contra el tronco del árbol y cruzó sus brazos sobre su pecho.

– Yo jamás he buscado respuestas en un estúpido libro ¿A ti alguna vez tu ha brindado alguna buena respuesta lo que un simple hombre enloquecido por el cautiverio escribió siglos antes de que tú mesías llegase a este mundo?- Smerenda soltó un par de altas y sonoras carcajadas falsas –Seamos honestos, yo probablemente nunca me crea nada de lo que diga el libro el profeta Isaías o de lo que digas tú. Pero no te lo tomes personal, no eres tú, soy yo. Yo no confío en nada ni en nadie, lo único que creo es lo que mis ojos ven y lo que mis sentidos perciben. Eso es lo que me ha mantenido hasta ahora con vida, no confiar. Pero supongo que esa esa es una lección que tú ya aprendiste ¿Verdad? Hasta tus “hermanos” o tu “padre” pueden llegar a traicionarte ¿No? Saber eso hasta me hace agradecer no tener padres o hermanos- dijo con una media sonrisa dibujada en el rostro, haciendo referencia a lo que él había dejado escapar y había resbalado en la mente de Smerenda -No te des tanta importancia. La verdad es que yo no fui a buscarte, tú viniste hasta este sitio por tú propio pie y con el ánimo de satisfacer tus propios deseos. Tú viniste a mí, si a mí me hubiese apetecido hacerlo, te habría encontrado– señaló al cuervo, que desde los veía semi-oculto desde un pino a algunos metros de distancia de ellos, si bien aunque ella no podía verlo debido a que estaba oscuro sí que podía sentirlo y estaba segura de que él sí podría verlo.

-Eres y siempre serás un asesino ante mis ojos, pero no te odio por eso. No. Incluso creo que somos tan parecidos, creo que comprendo lo que te atormenta. Además los dos somos seres sin alma. Odiarte por ser un asesino sería una hipocresía y yo, yo no soy una hipócrita. Lo que me hace odiarte es el hecho de que dañaste algo que era mío. Aún si él hubiese sido el peor de los asesinos, el más mentiroso de todos ÉL ERA MÍO- dijo haciendo énfasis en la última oración – Te odio por hacerme romper una promesa. Te odio por obligarme a cargar con una culpa que no me correspondía durante años. Te odio porque gracias a tus acciones permanecí en el infierno durante años, castigándome, creyendo que me merecía todo lo que me sucedía- sintió como la ira la iba dominando, como todos sus músculos se tensaban al recordar. Cerró los ojos y suspiró pesadamente, tratando de relajarse, si quería lograr su cometido tendría que dominar su ira –Tú eres el que quiere respuestas ¿O no?- abrió los ojos y los clavó en los fríos y duros ojos del vampiro –Yo lo único que quiero es retribución. Tomaste algo que era mío y me tienes que devolver algo. Tomaste mi esperanza, debes darme mi libertad. Si no quieres entregar tú vida entonces paga entregándome la de alguien más- Smerenda se quedó quieta, sin despegar la vista del vampiro. Sintió el frío golpeando su rostro y agitando su cabello. Nada de eso importaba, había hecho su jugada, había dicho lo que tenía que decir, ahora solo quedaba esperar.


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Mensaje por Armagedon Vie Dic 14, 2018 4:38 am

Ahí estaba...también pecaba de Soberbia, pretendiendo entender los motivos y mecanismos de la propia Muerte. Los humanos no dejaban de sorprenderle.

- ¿Pretendes saber mejor que yo cómo actúa la muerte?.- chasqueó la lengua y crujió el cuello en un movimiento instintivo.- apuesto a que eras la primera de tu clase, apuesto a que siempre te dijeron que eras la mejor, la más lista y que estabas cargada de razones. ¡Sorpresa! no lo sabes todo, bruja. No he tenido miramientos contigo, no eres tan importante, es sólo una cuestión de prioridades y tú aún no lo eres.

¿Trastornos de personalidad? eso sí que le pareció gracioso, hacía mucho tiempo que no sonreía por sonreir, que en su cara no se dibujaba una línea curvada hacia arriba sin la chispa homicida impresa en ella. Se cruzó de brazos escuchando la retahíla de explicaciones de Smerenda sobre su desconfianza, sobre su racionalidad, sobre su poca fe a pesar de dominar poderes inexplicables. ¿Cómo podía ser tan obtusa? ¿Acaso no entendía que ese poder o don no le había caído por casualidad sino que algún ser divino se lo había otorgado?

Cuando mencionó a sus hermanos y a su padre sí le produjo una breve punzada en el pecho que desvaneció la sonrisa anterior, ese era un punto candente y la traición de los suyos era lo único que había conseguido moverlo, apartarlo del sentido de su vida y de su misión. Si Smerenda quería machacar con su lengua afilada en el tema de que era él quién había acudido allí, tanto le daba, la Muerte no daba explicaciones de a dónde iba ni por qué, si ella se sentía mejor pensando que él la buscaba y no al revés, pues enhorabuena. Lo que sí le había molestado era la mención a su familia, era obvio que al beber de su sangre habían intercambiado recuerdos y ahora esa víbora rubia sabía de él lo que nadie más sabía.


- Así que quieres retribución, justicia. ¿Por qué habría de dártela en vez de rajarte el cuello ahora mismo y acabar esta cháchara que me da dolor de cabeza? No la mereces, yo no te debo nada, ya tienes tu miserable vida que podía haber tomado sin más esfuerzo. ¿Te envenena saber que me la debes a mi? mala suerte.- se inclinó en una movimiento ultrarrápido hasta quedar cerca de la hechicera, haciendo que sus ojos del color del hielo refulgiesen aún más fríos.

El vampiro se dio la vuelta alejándose unos pasos y deteniéndose a observar el cielo plagado de estrellas. Tomó nota mental de que debía aniquilar al cuervo. Había algo en sus palabras que sí le había hecho mella, ella había cargado con una culpa durante años, quizás esa culpa era la fuente de su ira y de su soberbia, porque su propio "padre" Canicus había sucumbido a lo mismo: creó cuatro jinetes perfectos y después la culpa lo embargó hasta el punto de querer aniquilarlos.


- Dime el nombre y por qué quieres que muera. No te equivoques, no es piedad, ni te debo nada, sólo quiero comprobar cómo de vil es tu naturaleza, si te doy la justicia que pides, quiero saber cuán mezquina serás, y en vez de agradecer la oportunidad, la usarás para caer aún más en el lado oscuro.


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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Mar Dic 18, 2018 2:06 pm

Smerenda siempre se había sentido orgullosa de tener una mente ágil, de comprender a la gente con presteza y saber manipularla. Eso la hacía sentir superior, como un lobo paseándose entre ovejas. Pero el vampiro que se hacía llamar “Muerte” parecía ser la excepción. Él no era el primer vampiro que conocía en su vida, había habido otros a los cuáles ella había podido manipular y usar aunque no fuesen humanos ni estuviesen vivos. Pero el que estaba delante de ella, parecía ser diferente. Eso la desquiciaba, la molestaba, pero también la atraía. Él era diferente y lo diferente siempre había atraído a la hechicera, quién poseía una curiosidad que rozaba los extremos insanos. Siempre había sido del mismo modo. Cuando no lograba comprender algo se embelesaba en la contemplación, se obsesionaba con ello hasta que lograba comprenderlo a detalle, asimilarlo y por último conservar sus secretos para siempre en su mente.

Ahora, por mucho que odiase admitirlo, se sentía de la misma manera. Odiaba no saber qué pensaría él, cómo reaccionaría o que diría. Odiaba no poder descifrar ese semblante frío, sereno e inmutable. Sólo sus ojos daban un leve indicio de algún cambio de humor, pero este era tan fugaz que si no fuese quién era jamás hubiese logrado percibir ese detalle. Odiaba no comprenderlo, no poderse meter en su cabeza, pero por mucho que odiase admitirlo ahora quería deleitarse en la contemplación exhaustiva de él, hasta lograr develar sus secretos, hasta poder descifrar lo que pensaba, hasta que él fuese un libro abierto para ella. Era aburrido siempre saber cómo actuar o que decir, era aburrido siempre obtener lo que se quería así que, justo ahora ella sentía la adrenalina, la incertidumbre de no saber qué sucedería al siguiente minuto, él estaba resultando ser un reto y eso, por mucho que le molestase, la hacía sentir viva.

Smerenda ni se inmutó cuando en un segundo él estuvo a escasos centímetros de ella, levantó la vista hacía el rostro del vampiro y clavó su oscura mirada en los fríos ojos carentes de alma que la observaban fijamente. Le sostuvo la mirada, como un reto hasta que él se alejó de ella -No hagas amenazas que no vas a cumplir ¿Acaso quieres asustarme? ¿Piensas que decir eso me hará salir corriendo?- una sonrisa fugaz y mordaz adornó los labios de la hechicera – Pudiste matarme la primera ocasión, lo sabes. Pero no lo hiciste. No vengas a decirme que fue por tu buen corazón ¿Apuesto a que ni tú mismo sabes porque?-con cautela, actuando como si estuviese delante de un felino salvaje que en cualquier momento saltaría hacia su cuello ella avanzó un par de pasos hacia él –O quizás si sabes porque no me mataste y no quieres admitirlo. Tú también viste cosas ¿no? Cuando clavaste tus asquerosos colmillos en mi cuello ¿lo que viste hizo que te detuvieras? ¿Te dices me tuviste lástima o piedad? O… ¿simplemente no aceptas que fue otra cosa?- Smerenda volvió a sonreír – ¿Es que lo que viste te hizo darte cuenta que tú y yo no somos tan diferentes? ¿Te diste cuanta que ambos somos lo que somos por acciones de terceros, porque nadie nos dio elección y te viste reflejado en mis ojos? Dime… ¿Un corazón que no late aún puede sentir algo? – Ella dio otro paso más en dirección a él y se quedó allí de pie, mirando la imponente espalda del vampiro -¿Porque no me dices porque no me mataste esa noche, porque no revelas que te trajo hasta mi? ¿Fue fácil seguir el aroma de mi sangre hasta aquí?-

Ella podría no saber lo que él pensaba o lo que sentía. Pero ella si había llegado a la conclusión de que, por desgracia, él era alguien muy parecido a ella ¿Cuáles eran los sueños y anhelos que él había tenido cuando humano y que ahora escondía en lo más profundo de sí mismo? Algo le ha decía que eran similares a los que ella albergaba en lo más profundo de su ser. Las siguientes palabras del vampiro la dejaron en shock, hicieron que ella abriese los ojos con sorpresa y se preguntase si había escuchado bien ¿El maldito hablaba en serio o sólo se burlaba de ella? Por un momento toda clase de escenarios sucedieron en su mente uno tras otros, miles de dudas azotaron su mente sin control ¿Qué pasaba si usaba eso en contra de ella? ¿Si solo le daba un arma poderosa para hundirla en la mierda? ¿Qué pasaba si no era así y dejaba escapar la oportunidad? ¿Debería confiar en él? ¿Por qué demonios había accedido tan rápidamente? Durante un minuto ella no pudo articular palabra alguna. Sintió como la sangre en sus venas corría aceleradamente, como sus manos temblaban ligeramente. Él había logrado algo que nunca antes había logrado, hacer que Smerenda dudase de sus propias acciones, hacer que se sintiera desconcertada y sin saber qué hacer. Se sentía… ¿Esperanzada? Y al mismo tiempo llena de temor.

-Quiero que mates a mi abuela- se oyó decir antes siquiera pensarlo. La oración salió en automático de sus labios, en un tono completamente liso, carente de sentimientos, sorprendiéndose a sí misma ¿Qué pasaba si él de verdad hacía lo que ella pedía? Sabía que aún había personas que irían detrás de ella y aún estaba el detalle de la sanguijuela en el ataúd ¿Y si todo se complicaba? ¿Y si se deshacía de un demonio sólo para dejar libre a otro más atroz? Ella respiró profundamente, tratando de calmarse –Créeme, no puedo estar más hundida en la mierda, no hay lado más oscuro que en el que estoy, no puedo ser más mezquina de lo que soy… Lamento decepcionarte- sonrió con desesperanza ¿Serviría de algo decirle que lo único que ella quería era salir corriendo, perderse en algún lugar olvidado por dios? ¿Le creería si le decía que no ansiaba oro o poder si no tranquilidad y por sobre todo libertad?

Smerenda volvió a sonreír con amargura, sabía que decir aquello no cambiaría absolutamente nada, que nadie le creería y que eso tampoco importaba mucho ¿Qué importaba la opinión que un vampiro tuviese de ella? Igual era prematuro albergar algún tipo de esperanza. No sabía si él hablaba en serio o si, en casi de hacerlo, lograría lo que había prometido. No era el primer vampiro o sobre natural que iba tras la mujer que la había criado y que jamás regresaba ¿Qué de bueno dejaba albergar alguna esperanza? Ella sabía cómo de mal la podría pasar si adelantaba sus festejos de victoria. Sabía que esa era la peor tortura, tener la esperanza, la felicidad y luego ser arrastrada al infierno nuevamente. No volvería a pasar -¿Qué pasa si llegamos a un acuerdo provechoso para ambos? Tampoco me gusta deberle nada a nadie- Smerenda miró al cielo, con la mirada fija en la inmensidad del amplio cielo - ¿Acaso no hay algo que quieras? Y no mientas ni lances discursos estúpidos de que la muerte no siente necesidades ni tiene anhelos. Todos los tenemos. Tú alguna vez fuiste humano y apuesto a que tus anhelos, tus sueños siguen allí, sepultados por la sangre de las innumerables vidas que has tomado, pero apuesto a que esos sueños, esos anhelos te visitan cada noche y te torturan de vez en cuando- Ella dijo aquello sin el más mínimo ánimo de ofensa, sin ningún tono despectivo o burlón – Entonces seamos socios. Dame lo que quiero y yo te daré lo que deseas- volvió a posar la vista en el alto vampiro -Dejemos de lado el hecho de que te metiste con mis cosas y destruiste mis juguetes. Si yo quisiera recuperar lo que me quitaste podría invocarlo de regreso al menos por unas horas… Pero resulta que no lo quiero... Me di cuenta de que ya no me importa. De todos modos eso estaba destinado a no ser- Smerenda se encogió de hombros, como si soltar que había intentado destripar al vampiro en una rabieta por algo que realmente no le importaba ya no fuese la gran cosa.


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Mensaje por Armagedon Jue Dic 20, 2018 2:03 pm

La bruja era temeraria, inconsciente quizás, ¿arrojada o insensata? probablemente ambas cosas. Odiaba que los humanos fueran tan ricos en matices, la vida sería mucho más sencilla si aceptasen su naturaleza como meras ovejas  que eran y que debían ser guiadas por sus pastores. Pero no, claro que no, allí se erguía ella, un saco de carne y huesos que no soportaría una caída de cincuenta metros, ni tampoco el inexorable paso del tiempo; sus ojos se velarían y sus huesos le impedirían atarse hasta los propios zapatos, hasta morir de enfermedad o de aburrimiento de vivir. La vida humana era efímera; el tiempo, cada tic-tac que pasaba en el reloj ya no volvía y eso se perdía para siempre.

Él sí tenía todo el tiempo dle mundo, pero su labor era larga y compleja, así que finalmente su pragmatismo imperaba sobre sus divagaciones espirituales. A la bruja no le faltaba razón sobre alguna de las cosas que dijo, y lo que era del César siempre sería del César.


- Soy lo que soy porque Dios así lo ha querido, y las decisiones que hayan tomado otros y que me hayan afectado a mi, pues serán juzgadas a su tiempo. ¿No te cansas de cuestionarte el porqué de todo? ¿tanto te cuesta aceptar las cosas como vienen? No te maté por la razón que te he dicho y si hubiera alguna más...¿Acaso importa? estás viva. ¿Y qué uso estás haciendo de tu oportunidad? eso es lo verdaderamente importante.

Armagedon se giró, la Muerte parecía ser el hombre más tranquilo del mundo. Guerra siempre se desesperaba porque decía que eran tan reflexivo y templado como una barra de hierro. Razón no le faltaba, no solía sucumbir a nada que alterase su equilibrio.

- ¿qué ha hecho la abuelita? ¿Te encerró en el cuarto oscuro? ¿no te dio galletas?...- Vale, ahora estaba siendo sarcástico, y eso no estaba bien, pero Smerenda lo sacaba de quicio. No era necesario emplear ese tono ni recurrir a la ofensa, pero ella lo alteraba más de la cuenta, o quizás es que venía alterado ya de casa por todo lo que le estaba pasando últimamente.- Si deseas su muerte por una estupidez te condenarás a ti misma, te lo aviso por tu bien.

Las siguientes palabras de la rumana le hicieron casi sonreir, para cualquier mortal eso sería tal y como ella lo narraba, todos tenían deseos y su sueño podía perturbarse por las emociones que éstos provocaban. Pero él no era humano, y si alguna vez lo fue, había encerrado tan hondo esos recuerdos que ya casi no se reconocía.

- Tienes razón. Tengo anhelos. Deseo la tranquilidad, la paz de un hogar en silencio, la calma que necesito para dormir ya que mis noches son largas y agotadoras. Pero no puedo hacerlo porque tengo vecinos escandalosos y por mucho que sea la Muerte no hallo pecado en el llanto de un niño o la tos de un anciano que ha sido un buen hombre. ¿Quieres asociarte conmigo? Sea. Yo te libro de tu abuela y tú me ayudas con los recados diurnos que no puedo hacer por razones obvias, como hablar con los vecinos.

Así de simple. Ella le pedía una muerte y él un recado. Como si ambas cosas pesaran por igual, pero es que para Armagedon la muerte era sólo trabajo, era algo que para él ya no tenía misterio ni le producía ningún tipo de culpa o sentimiento. La bruja podría pensar que se estaba quedando con ella, pero lo dijo totalmente serio, para el jinete el día a día era muy importante, él tenía sus rutinas, su orden, su limpieza, sus horas de descanso... no sabía improvisar y no se le daba bien. Romperle los esquemas a Armagedon era la forma más fácil de desarmarlo, pero eso no se lo diría a la bruja, que tenía pinta de ser lista como el hambre.

- Si algo he aprendido en todos estos años es que los humanos no sabéis lo que queréis, pero las mujeres ya sois un enigma total, en vuestro caso aún es peor. Si no lo querías ¿por qué te causó tanto dolor saber la verdad? La verdad te hace libre, pero si tú quieres cadenas, libre eres de llevarlas, pero cárgalas tú sola. Yo llevo las mías y no me quejo ni hago tanto ruido.

Básicamente porque no tenía a nadie a quien quejarse, punto a tomar en cuenta. Quizás por eso estaba allí intercambiando palabras con una desconocida que había tocado alguna tecla más de la cuenta en su interior.

- Mañana en el Barties a las diez. Piénsalo y dame la respuesta.

Podría haberla citado en un bareto del barrio latino, pero la invitó al mejor salón de té de París, su escaparate de tartas y dulces era un regalo para la vista. Obviamente él no podía probar nada de todo eso, pero le gustaba cocinar para su familia, y hasta eso lo echaba de menos. Armagedon era un tipo tranquilo y con la misma parsimonia que vino, se encaminó de vuelta a la ciudad, no había necesidad de quedar en descampados inhóspitos cuando la ciudad de la Luz podía ofrecer algún lugar más amable. Así le daría a Smerenda la posibilidad de pensar en aquella conversación y decidir si dejaba en sus manos esa muerte a cambio de una especie de "relación laboral".


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Mensaje por Smerenda W. de Brancovan Miér Dic 26, 2018 9:14 pm

Ella apretó sus puños con furia, apretó con fuerza hasta hacerse pequeños cortes con las uñas en la palma de la mano cuando lo escuchó mofarse de ella. Pero no respondió, no hizo ningún movimiento, no permitió que su rostro mostrase expresión alguna. No le haría saber cuanto le afectaba aquel comentario ¿De verdad la creía alguien tan idiota? Igual no importaba, nada le importaba  - Que me condene o no no es asunto tuyo ¿O si? De verdad, dudo mucho que te importe "mi bien" - dijo con demasiada calma, respondiendo a su ironía y al comentario que se sintió bastante hipócrita. Aunque su calma duró poco.

Probablemente su rostro se descompuso con una expresión que era una mezcla de ira y sorpresa al escuchar lo que el vampiro pedía. Una recadera ¿El la veía como una simple chica de los recados? Le había dado la oportunidad de pedirle algo a cambio, cualquier cosa ¿Y le pedía que fuera una simple mensajera? Casi le había sacado las viseras del vientre, eso tendría que haber sido una muestra digna de su potencial, era una hechicera capaz, una mujer astuta ¿Y la rebaja a ser una chica de los recados? Suspiró pesadamente, aquello no debía importar, no tenía que importar.

Así eran los tratos, hacer por otros cosas que no querías a cambio de que otros hicieran cosas por ti que tampoco les apetecía hacer. Aunque se sentía ofendida, menospreciada y sentía unas ganas inmensas de saltar hacia el vampiro y abrirle la garganta o al menos encajarle las uñas en el rostro se contuvo. No lograría nada con aquello, nada positivo al menos. Dejar que su ira la dominara solo terminaría por destruir la única posibilidad real de lograr la libertad, si es que la había.

Aún no confiaba en el vampiro, no lograba terminar de creer que había accedido tan fácilmente a su petición. La parte en ella que era eternamente recelosa o paranoica se negaba a creer que todo fuese tan fácil, que lo que pidiese a cambio fuera tan sencillo. Se debatía entre aceptar o no.

Lo último que el vampiro dijo, la dejó más desconcertada, si es que eso era posible ¿Le daba tiempo para pensarlo? ¿De dónde demonios había salido aquel vampiro tan amable de repente? ¿Porque la citaba en aquel lugar, como era posible siquiera que lo conociera? Antes de que ella pudiese reaccionar y decir algo el vampiro dio media vuelta y regresó por donde había venido.

Smerenda maldijo, con palabras nada dignas de una dama, después comenzó a golpear con los puños cerrados la corteza del tronco del árbol más cercano a ella. Lo hizo hasta lastimarse los nudillos, hasta que estos sangraban y su ritmo cardíaco se aceleró. Estaba molesta, con el odioso vampiro y con ella misma.  Odiaba no saber que hacer. Odiaba estar actuando a ciegas. Odiaba la incertidumbre. Cuando estuvo satisfecha se dejó caer, sentándose en el piso con la espalda apoyada en el tronco que había estado golpeando antes y luego miró al cielo. Tenía que pensar. Había tantas cosas que pensar y tan poco tiempo. Suspiró pesadamente y después apoyo su frente contra sus rodilla que estaban flexionadas. Permaneció en esa posición por quién sabe cuánto tiempo, minutos,  tal vez horas pensando, decidiendo, hasta que estuvo segura de haber tomado una decisión. Cuando estuvo segura de lo que haría se levantó con cuidado y emprendió el camino de regreso a casa. Hacía frío y quería dormir. Tendría que descansar para estar en plena forma para la noche siguiente.


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