AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Vesubio [Dimitry L. Rudakov]
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Vesubio [Dimitry L. Rudakov]
Recuerdo del primer mensaje :
Recargada contra la pared, hace un recuento de todo lo que pudo salir mal y que debió evitarse. Una a una, las premisas pasan por su mente sin que haya forma de encontrar una sola. ¡Una sola! Sus planes se vieron abajo cuando descubrió que lo que habitaba el lugar, no eran cambiantes, si no fantasmas. ¡Fantasmas, por el amor del cielo! Hace una mueca con el dolor de su diestra pierna, de reojo mira la herida que podrá curarse una vez que esté en su mansión, mientras tanto, se hace más pequeñita intentando pasar desapercibida a los dos fantasmas que la están buscando. ¿Cómo llegó aquí dentro? Su cabeza hace memoria. ¡Ah sí! Algo que ver con una búsqueda de datos que podrían ser indispensables para Phoenix, la organización que ella lidera y que guarda secretos, objetos mágicos y sabiduría sobrenatural y humana desde hace casi cuatrocientos años o más. Frunce los labios pensado que de todas maneras, para lo poco que sabe de los fantasmas, más allá de lo que Celine pudo explicar, puede que el amanecer le ayude para dos cosas: para al menos ver dónde pisa (pues así se lastimó la pierna) y para nada.
Duda que los poderes de los fantasmas disminuyan con la luz. Si fueran vampiros, otro sería el cantar. Mira el reloj que por extrañas razones, sigue funcionando. Puede ser que esa pareja de etéreos seres le dé cuerda. Las once y treinta y dos minutos de la noche. Gemiría de frustración si pudiera, pero eso dejaría en claro cuál es su ubicación. Se rasca la nuca haciendo una mueca. Toma el borde de su vestido de montar para rasgarlo con cuidado. Opta por darle el jalón y que suene lo que haya que escucharse porque es más fácil que pase desapercibido un solo ruido durante un espacio corto de tiempo, que muchos por una fracción larga de minutos. Con la tela desgarrada, se hace un pequeño torniquete en el muslo deseando que ningún vampiro huela. O quizá sí, sería mejor porque tendría de esa manera una distracción para los territoriales espectros y podría huir.
Al menos tiene lo que fue a buscar. De reojo observa su portafolios de piel en cuyo interior están los pergaminos. "¿Por qué me tiene que pasar a mí, por Dios?". Desde que desapareciera Bernard, parece que los problemas hacen fila para dejarse caer. ¿Por qué? ¿Por qué, por qué, por qué? Y seguirá preguntándose una y otra vez de no ser porque un sonido la pone en alerta. Limpia su mente de pensamientos por si es un fantasma, que no la "oiga". Su labio inferior es atrapado por su colmillito izquierdo. Sí, ahí está de nuevo el sonido. Se escucha como que alguien quiere entrar a la casa. Gritaría por ayuda, pero como viene su suerte, capaz de que se arrepienten de atravesar el umbral. Se perdona por sus malos deseos porque espera que ese ruido sea el imán de los entes para ir a castigar al imprudente. Se acuclilla lento, rogando porque su pierna reaccione. Atrapa su portafolios, porque capaz de que corre y se tiene que regresar por él. Impensable olvidar semejante objeto. El sufrimiento tiene que ver su recompensa. En cuanto escucha los golpes, sale a toda velocidad -la que le permite la pierna-, hacia la puerta trasera que para su fortuna, está abierta. Sólo hay que atravesar unos cuantos objetos caídos. ¡Ja, pan comido!
Claro, hasta que resbala y ¡BROAAAAMMM! Se derrumban los objetos y con ellos, pierde el paso cayendo al piso. Gruñe de molestia, se levanta de nuevo, avanza diez pasos y nota que va ligera. ¿Ligera? ¡Maldito portafolios! ¿Alguien llamó a la mala suerte? El número que usted marcó, está disponible y listo para que entre en contacto con su interlocutor.
Casi llorando, atrapa el objeto entre palabrotas que sólo piensa porque como hable, peor le irá. Uno de los fantasmas es una mujer que odia las groserías. Sigue esforzando la pierna, el cuerpo, el aliento y cuando atraviesa el umbral, quisiera gritar de felicidad, pero un estallido dentro de la casa -quizá telequinesis fuera de control-, la obliga a seguir. Sus pasos le llevan a la calle, justo donde su caballo favorito, Thunder, le espera sujeto a un árbol. Guarda el portafolios en el bolso que en el anca tiene el corcel justo cuando un estallido de fuego se escucha dentro. Anna no sabe si es cierto u otra de las ilusiones de ese par, pero se sube al caballo y... ¿Y la cabeza de Thunder? Se queda mirando al frente cubriéndose el rostro con las manos. ¡No pudo ser tan patosa! ¡No pudo! ¿Que no? El rabo del animal se mueve de izquierda a derecha deshaciéndose de las moscas justo enfrente de las narices de la inglesa que gime con fuerza.
Está salada. ¡Está salada! Necesitará ir con Madame Violette a que le consiga una curandera y le haga una limpia. Se baja del caballo, se asegura de subirse bien en el enorme bicho. Es un pura sangre, un hermoso y bien cuidado percherón que a comparación de ella, es un gigante. Se acomoda bien, ya montada como debe, sujeta las riendas del caballo que cocea con las patas delanteras inquieto - lo sé, Thunder, lo sé, tampoco es tu día - le palmea el cuello incitándolo con un golpecito con las piernas para que avance. El corcel avanza un par de pasos lento, moviendo la cabeza en el proceso de arriba a abajo, antes de soltar tremendo relincho, elevando las patas al frente, quedándose de pie sobre las traseras en un mortal movimiento que la jinete logra aguantar. No es la primera vez que lo hace, sí la primera que ella teme por su vida. En cuanto caen las patas al piso, la cabalgadura sale corriendo a una velocidad de miedo.
Annabeth suspira de alivio cuando toma camino hacia su hogar, pero antes de siquiera avanzar hasta la última madera clavada de la pequeña verja que señaliza el término de la propiedad, una figura se adelanta haciendo que el caballo vuelva a detenerse con violento movimiento, relinchando de nueva cuenta, alzando las patas delanteras que se mueven con mortal dirección directo al enemigo de su ama. La inglesa gime sintiendo que se va de espaldas, pero logra sostener las riendas en el último momento recuperando el equilibrio. El caballo da un par de pasos atrás hasta caer de nuevo, se agita con violencia intentando escapar a toda velocidad. La mujer gruñe con molestia por todo, por nada, por lo ocurrido, por lo omitido y en su voz, resuena todo eso cuando grita: - ¡QUIETO, THUNDER! ¡BASTA! - un par de ajetreos más y el caballo se detiene exhalando por las narinas un vaho furioso. Sigue relinchando, como advertencia al entrometido de que dará de golpes con los cascos como se atreva a tocar a la mujer que está perdiendo color conforme todo ésto se acumula en su cabeza. Es una presión de sangre que la desestabiliza. - Quieto, sosegado, Thunder... Ohh, ohhh, ¡Quieto te digo! - jala las bridas con fuerza, la poca que le queda y en cuanto el animal se relaja, ella siente que todo le gira deslizándose peligrosamente a la diestra, sabiendo que esta vez se va a caer.
Cuando las cosas pueden salir mal,
¿Por qué siempre me estalla el Vesubio?
¿Por qué siempre me estalla el Vesubio?
Recargada contra la pared, hace un recuento de todo lo que pudo salir mal y que debió evitarse. Una a una, las premisas pasan por su mente sin que haya forma de encontrar una sola. ¡Una sola! Sus planes se vieron abajo cuando descubrió que lo que habitaba el lugar, no eran cambiantes, si no fantasmas. ¡Fantasmas, por el amor del cielo! Hace una mueca con el dolor de su diestra pierna, de reojo mira la herida que podrá curarse una vez que esté en su mansión, mientras tanto, se hace más pequeñita intentando pasar desapercibida a los dos fantasmas que la están buscando. ¿Cómo llegó aquí dentro? Su cabeza hace memoria. ¡Ah sí! Algo que ver con una búsqueda de datos que podrían ser indispensables para Phoenix, la organización que ella lidera y que guarda secretos, objetos mágicos y sabiduría sobrenatural y humana desde hace casi cuatrocientos años o más. Frunce los labios pensado que de todas maneras, para lo poco que sabe de los fantasmas, más allá de lo que Celine pudo explicar, puede que el amanecer le ayude para dos cosas: para al menos ver dónde pisa (pues así se lastimó la pierna) y para nada.
Duda que los poderes de los fantasmas disminuyan con la luz. Si fueran vampiros, otro sería el cantar. Mira el reloj que por extrañas razones, sigue funcionando. Puede ser que esa pareja de etéreos seres le dé cuerda. Las once y treinta y dos minutos de la noche. Gemiría de frustración si pudiera, pero eso dejaría en claro cuál es su ubicación. Se rasca la nuca haciendo una mueca. Toma el borde de su vestido de montar para rasgarlo con cuidado. Opta por darle el jalón y que suene lo que haya que escucharse porque es más fácil que pase desapercibido un solo ruido durante un espacio corto de tiempo, que muchos por una fracción larga de minutos. Con la tela desgarrada, se hace un pequeño torniquete en el muslo deseando que ningún vampiro huela. O quizá sí, sería mejor porque tendría de esa manera una distracción para los territoriales espectros y podría huir.
Al menos tiene lo que fue a buscar. De reojo observa su portafolios de piel en cuyo interior están los pergaminos. "¿Por qué me tiene que pasar a mí, por Dios?". Desde que desapareciera Bernard, parece que los problemas hacen fila para dejarse caer. ¿Por qué? ¿Por qué, por qué, por qué? Y seguirá preguntándose una y otra vez de no ser porque un sonido la pone en alerta. Limpia su mente de pensamientos por si es un fantasma, que no la "oiga". Su labio inferior es atrapado por su colmillito izquierdo. Sí, ahí está de nuevo el sonido. Se escucha como que alguien quiere entrar a la casa. Gritaría por ayuda, pero como viene su suerte, capaz de que se arrepienten de atravesar el umbral. Se perdona por sus malos deseos porque espera que ese ruido sea el imán de los entes para ir a castigar al imprudente. Se acuclilla lento, rogando porque su pierna reaccione. Atrapa su portafolios, porque capaz de que corre y se tiene que regresar por él. Impensable olvidar semejante objeto. El sufrimiento tiene que ver su recompensa. En cuanto escucha los golpes, sale a toda velocidad -la que le permite la pierna-, hacia la puerta trasera que para su fortuna, está abierta. Sólo hay que atravesar unos cuantos objetos caídos. ¡Ja, pan comido!
Claro, hasta que resbala y ¡BROAAAAMMM! Se derrumban los objetos y con ellos, pierde el paso cayendo al piso. Gruñe de molestia, se levanta de nuevo, avanza diez pasos y nota que va ligera. ¿Ligera? ¡Maldito portafolios! ¿Alguien llamó a la mala suerte? El número que usted marcó, está disponible y listo para que entre en contacto con su interlocutor.
Casi llorando, atrapa el objeto entre palabrotas que sólo piensa porque como hable, peor le irá. Uno de los fantasmas es una mujer que odia las groserías. Sigue esforzando la pierna, el cuerpo, el aliento y cuando atraviesa el umbral, quisiera gritar de felicidad, pero un estallido dentro de la casa -quizá telequinesis fuera de control-, la obliga a seguir. Sus pasos le llevan a la calle, justo donde su caballo favorito, Thunder, le espera sujeto a un árbol. Guarda el portafolios en el bolso que en el anca tiene el corcel justo cuando un estallido de fuego se escucha dentro. Anna no sabe si es cierto u otra de las ilusiones de ese par, pero se sube al caballo y... ¿Y la cabeza de Thunder? Se queda mirando al frente cubriéndose el rostro con las manos. ¡No pudo ser tan patosa! ¡No pudo! ¿Que no? El rabo del animal se mueve de izquierda a derecha deshaciéndose de las moscas justo enfrente de las narices de la inglesa que gime con fuerza.
Está salada. ¡Está salada! Necesitará ir con Madame Violette a que le consiga una curandera y le haga una limpia. Se baja del caballo, se asegura de subirse bien en el enorme bicho. Es un pura sangre, un hermoso y bien cuidado percherón que a comparación de ella, es un gigante. Se acomoda bien, ya montada como debe, sujeta las riendas del caballo que cocea con las patas delanteras inquieto - lo sé, Thunder, lo sé, tampoco es tu día - le palmea el cuello incitándolo con un golpecito con las piernas para que avance. El corcel avanza un par de pasos lento, moviendo la cabeza en el proceso de arriba a abajo, antes de soltar tremendo relincho, elevando las patas al frente, quedándose de pie sobre las traseras en un mortal movimiento que la jinete logra aguantar. No es la primera vez que lo hace, sí la primera que ella teme por su vida. En cuanto caen las patas al piso, la cabalgadura sale corriendo a una velocidad de miedo.
Annabeth suspira de alivio cuando toma camino hacia su hogar, pero antes de siquiera avanzar hasta la última madera clavada de la pequeña verja que señaliza el término de la propiedad, una figura se adelanta haciendo que el caballo vuelva a detenerse con violento movimiento, relinchando de nueva cuenta, alzando las patas delanteras que se mueven con mortal dirección directo al enemigo de su ama. La inglesa gime sintiendo que se va de espaldas, pero logra sostener las riendas en el último momento recuperando el equilibrio. El caballo da un par de pasos atrás hasta caer de nuevo, se agita con violencia intentando escapar a toda velocidad. La mujer gruñe con molestia por todo, por nada, por lo ocurrido, por lo omitido y en su voz, resuena todo eso cuando grita: - ¡QUIETO, THUNDER! ¡BASTA! - un par de ajetreos más y el caballo se detiene exhalando por las narinas un vaho furioso. Sigue relinchando, como advertencia al entrometido de que dará de golpes con los cascos como se atreva a tocar a la mujer que está perdiendo color conforme todo ésto se acumula en su cabeza. Es una presión de sangre que la desestabiliza. - Quieto, sosegado, Thunder... Ohh, ohhh, ¡Quieto te digo! - jala las bridas con fuerza, la poca que le queda y en cuanto el animal se relaja, ella siente que todo le gira deslizándose peligrosamente a la diestra, sabiendo que esta vez se va a caer.
Annabeth De Louise- Humano Clase Alta
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Re: Vesubio [Dimitry L. Rudakov]
"Slowly fading away, your lost and so afraid...
Where is the hope in a world so cold?"
Where is the hope in a world so cold?"
¿No la dañaría? Era increíble como la humana podía estar segura para confirmar aquello frente a él, sin saber que sus impulsos podían aplastar todo el control que había mantenido hasta ahora, que solo bastaría una acción más para que las cosas se desviaran de una forma que ni él estaría consciente. Ella era la perdición del inmortal, ¿Cuánto más podría resistirse de no arrancar cada tela que cubría el cuerpo femenino? Desesperado se sentía de rozar directamente su piel, ir marcando cada centímetro de su anatomía para reforzar su anticipada posesión, dejando que sus manos se pasearan por sus curvas, mientras los colmillos irían incrustándose en cada latente vena que se topara con sus labios, dejando que la linfa se deslizara hasta crear irregulares figuras sobre la blanquecina tez. Cuánto haría con ese inmaculado cuerpo.
El aroma que envolvía a la fémina terminaba por delatar las sensaciones que vivía en ese preciso momento, y la excitación no fue más que un protagonista de peso en el menudo cuerpo que sostenía en vilo, mismo que realizaba pequeñas contorsiones que le regalaban los seductores roces contra su centro, generando una presión mayor sobre la tela de su pantalón. Cada movimiento, cada gesto hacía jadear al vampiro, regando su gélido aliento sobre la piel manchada de carmesí de la contraria. Su lengua continuó paseándose hasta dejar limpia la herida, esperando a que se apresurara a cerrar, dejando sencillamente las leves marcas de los colmillos, que bien sabía que sus ganas de volver a prenderse de ella, eran desmedidas.
Lo que vino a continuación le sirvió para regresar un poco a reclamar consciencia, estaba llegando demasiado lejos, y aunque notaba que ambos lo deseaban -con la diferencia que él sí conocía sus propios deseos sexuales - exhaló, alzando su cabeza para permitir que el rostro de la mujer se ocultara en la curva del suyo. No quería lastimarla, mucho menos espantarla, porque era evidente que el desconocimiento, lleva al temor, uno que Dimitry no dejaría que se instaurara en ella.
— Tranquila, todo está bien. Respira.— la voz del inquisidor sonó levemente forzada producto de la acelerada carrera de la linfa femenina en su ser. Luchaba contra ella, buscando entregar una calma frente a la compleja situación.
La exhalación de frustración nació casi imperceptible de los labios del varón. No se tomaría el tiempo de explicar todo aquello, ya que el nerviosismo de la contrario no se dejó esperar, esa rabia contra lo que su cuerpo deseaba pero su mente no era capaz de comprender aún.
En cuanto comenzó a removerse en los brazos del vampiro, éste se aseguró de darle lo que necesitaba. La mano que se encargaba de mantenerle en alto se deslizó, dejando que los pies de la mujer quedaran firme en el suelo, y éste daba un paso atrás para darle espacio.
— Nos iremos. No te preocupes, Annabeth.— le aseguró, llevando sus manos a las muñecas femeninas para descubrir su rostro. Marcado se encontraba, una mezcla atrayente de sangre y la coloración propia de sus mejillas que evidenciaban su pudor frente a la situación.
— No tengas miedo de lo que sentiste, es absolutamente normal.— busca reconfortarle, inclinándose para reclamar sus pétalos, recibiendo una muestra de su propio sabor.
La mirada del vampiro se acompasó, ese era el poder que tenía el dejarse embelesar por los cristales femeninos que se enlazaron a sus orbes. Era una criatura tan fascinante como misteriosa, y Dimitry se torturaba con aquello. ¿Qué tanto sabía de ella? ¿Cuánto quería saber realmente? Tantas preguntas que le embargaron en cuanto su silencio se prolongó. ¿Podría dejarla libre después de esta noche?.. Iluso si la respuesta era un sí. Había creado un lazo invisible con ella, más fuerte de lo que pudo llegar a dilucidar, más intenso que la sensación que tuvo en el pecho por días al saber que nuevamente la vería después de tantos años. Encontrarla no fue sencillo, en lo absoluto, y es por eso que no podía perderla nuevamente.
Las palmas de sus manos se posaron contra las mejillas de la mujer, acariciando con suavidad ambos costados con los pulgares. Buscaba tranquilizarla, ya que el latido ferviente de su corazón le golpeaba con fuerza en los oídos, en conjunto con lo agitada de su respiración. Una parte de él estaba preocupado para cuando se viera en un espejo; Su aspecto era descuidado, el cabello revuelto y las sanguinarias marcas en su cuello y el rostro, dejaba un aspecto alejado de la visión que la fémina siempre se esforzaba en dar, mientras que el vampiro se había convertido en un reflejo de la entrega que tuvo con él. Un retrato perfecto.
— Antes debemos esperar a que tu temperamento se regule. Y debes saber que no te dejaré ir sola a ninguna parte, así que tienes dos opciones; Me das tu dirección para llevarte a casa y asegurarme que estás a salvo o me dices quienes son de tu confianza para ir por ellos antes del amanecer.— no la forzaría a irse en su compañía, ya que si aún existía una efímera duda de él, estaba claro que no se arriesgaría de guiarlo hasta su residencia.
Aunque Dimitry desconocía que era por una razón mucho más de peso. Una que pudo haber descubierto si se hubiera esforzado un poco más, más averiguaciones y menos rabietas.
Última edición por Dimitry L. Rudakov el Sáb Ene 05, 2019 11:57 am, editado 1 vez
Dimitry L. Rudakov- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: Vesubio [Dimitry L. Rudakov]
Come back to me
and do not leave anymore.
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Es mi desesperación la que impulsa la actuación del vampiro que con frases bajas y tono relajado. Sus pies recuperan el piso, por inercia, lleva a ocultar su rostro en el cuello del vampiro, donde la mujer se siente más segura que nunca. Abrazando sus hombros aprecia su pecho latir a toda velocidad, con un estruendo que podría escucharse a millas de distancia. La vitae de Dimitry hace su magia, recuperando sus heridas, cicatrizando, dando fuerza a sus músculos y a su cuerpo. Una elongada respiración inicia el proceso de dar tranquilidad a su cuerpo erotizado, lleno de todos esos impulsos que cada vez la enloquecen más y más hasta llevarla a cimas insospechadas donde Dimitry es el único que podría darle alivio. En cambio, recibe palabras de aliento para que rebaje la fiebre que amenaza con consumirla.
Ese calor que se eleva desde su vientre, acariciando las cimas de sus senos, sus brazos, piernas y la cabeza. Necesita un buen baño. Respira por nariz exhalando por boca. La presión va remitiendo y con ello, los reproches se conglomeran en su mente como si fueran las cartas de Phoenix esperando a que las conteste. No tiene ánimos de eso, ni siquiera puede pensar con claridad qué es lo que hará a continuación. Le toman de las manos, se las separa haciendo que le mire. Sus orbes azules están derretidos por la escena protagonizada en este habitáculo. Sus mejillas más que rojas por lo que experimentó. Su músculo bucal recorre su lengua hasta que le da el brillo propio de quien perdió incluso la lubricación de esa cavidad oral.
Le tiemblan los pliegues cuando él la besa. Quisiera abrazar de nuevo al hombre, pero teme lo que resulte con ello. Asiente de nuevo, se mordisquea el labio inferior con su colmillito hasta que por fin, pareciera que puede dar un paso sin ayuda. Se mueve por el lugar hasta llegar a su mochila sacando una pequeña petaca que, en lugar de tener whiskey, tiene un poco de té endulzado. Le da un par de tragos echando atrás la cabeza sintiendo que por fin, recupera la compostura. Sus oídos captaron lo que el vampiro quiere y por inercia, sacude la cabeza negando la petición. - ¿Puedes traerme algo de agua y una palangana, por favor? Necesito asearme antes de hacer nada - pide solícita necesitando asearse. Quizá así, pueda liberarse de la sensación erótica de la vitae.
Unos instantes después, sumerge las manos en el agua fría, se moja el rostro y suspira de alivio. Repite el proceso alzando una ceja al ver que el líquido se torna carmesí. Con un pañuelo, seca su rostro con suavidad mirando las marcas de vitae en éste. Se afana entonces en lavar bien su epidermis hasta que está al menos un poco más satisfecha. Sus manos buscan en el bolso hasta encontrar un peine con filo dorado que desliza por sus largos cabellos hasta recobrar la suavidad a la que está acostumbrada. Estira la mano hacia el inquisidor - las horquillas, por favor, las metiste en el bolsillo de tu pantalón - en cuanto se las entrega, las deja al lado de la palangana. Haciendo alarde de destreza, se hace un recogido con varias trenzas luciendo algo muy parecido a un peinado que podría lucir en una fiesta. Sujeta los mechones con las horquillas hasta dejarlo lo más perfecto que puede a ciegas, puesto que carece de espejo.
Se pasa el pañuelo por el cuello liberándolo de cualquier agente externo y luego, por sus manos. Una vez lista, suspira de alivio. - Me parece que si me das mi silbato, mi gente vendrá a llevarme a casa. Así también tú podrás ir a la tuya, Dimitry - le observa por fin segura de su voz y de su mente. Vuelta a ser Annnabeth De Louise, la líder de Phoenix y no la chiquilla que es como cera entre las manos del vampiro, que puede hacer y deshacer a su antojo. Toma el paño notando algo, se acerca a él y lo desliza por su cuello limpiando la suciedad de éste, recorriendo el tórax hasta que queda más decente. - Lo lamento, te manché todo - se sonroja con violencia - te prometo no volver a perder los papeles contigo - jura con tono compungido. Vaya que se le olvidó ser una dama, pero parece que es lo que Dimitry siempre provoca con su simple presencia.
Annabeth De Louise- Humano Clase Alta
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Re: Vesubio [Dimitry L. Rudakov]
"And when your finally in my arms...
Look up and see that love has a face"
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Podría haber dicho tantas cosas, tantos reclamos pasaron con ideas raudas y demandantes por su mente en cuanto notó aquel desvío que la humana pretendía. Sabía que no era justo, pero le dio esa facilidad, no presionar, solo aceptar lo que se venía ahora, ¿Podía exigir más después de todo lo que consiguió en una noche? Por supuesto que no. Las cartas estaban lanzadas y ambos sabían - aunque no dijeran una palabra - que ésta no sería la última noche que se verían, aunque era evidente que no podían adelantarse a los hechos, y menos disponer del tiempo y las acciones que realizarían desde ahora. Así como eran ajenos a la prueba que pronto se les podría frente a sus rostros.
La cabeza del inmortal se movió afirmativa en cuanto la mujer solicitó los productos para asearse, y al menos no vería el desastre que traía encima, solo sería un reflejo que evidentemente se apresuraría por mejorar. Por lo que tomó la palangana y fue en búsqueda de agua fresca y limpia para ella. Por su parte nunca fue tema estar cubierto d sangre, y solo podría considerarlo como una "noche más" en su ajetreada vida.
Sus orbes observaron el rostro de la mujer, como el agua bajaba desde éste por la curva de su cuello, y de paso llevándose consigo los restos carmesí que descansaban en su dermis, un espectáculo tan ínfimo, que para el vampiro lo era todo, ya que con solo examinar el aura, y en conjunto con los fuertes latidos de su corazón, estaba claro que se había recuperado de la mejor manera. Y como tal, estaría lista para irse del lugar.
En cuanto la mano de la fémina exigió lo siguiente para continuar con su elaborado trabajo de limpieza y orden, la mano del inquisidor buscó en su bolsillo las horquillas y se las entregó, quedándose a mirar como las manos se paseaban entre su cabello para realizar un elaborado peinado, que le recordó lo minuciosa que podía llegar a ser.
— ¿De aquí pretendes irte a descansar o a un baile con el rey? — bromeó, estirando sus brazos tras la espalda, logrando que parte de sus vértebras crujieran por la posición. Por su parte se sentía bien, tal vez confuso, pero bien, bien dentro lo que englobaba todo lo que atravesaba al estar junto a la fémina.
En cuanto la mirada ajena se posó sobre él y la distancia se acortó, entendió lo que se proponía y simplemente le dejó hacer, ignorando lo poco que duraría aquello. Fue por eso que la propia mano del vampiro detuvo la ajena con suavidad.
— No te preocupes por eso. Y mucho menos por mantener los papeles conmigo... Creo que esos ya los dejaste en el suelo hace horas, que ni se te ocurra recogerlos ahora.— le advirtió, sabiendo que aquella metáfora tendría mucho más significado ahora, y era el único momento que tendría para dejar claras las cosas entre ambos.
— Voy a darte el silbato, pero antes volveré a pedir lo mismo que hace años atrás; No desaparezcas, Annabeth, ya sabes que yo no iré en una cacería por ti, o por tu gente, lo entiendes, ¿Verdad? — la interrogación bordeó el regaño por su parte, ya que el disgusto de que hace mucho tiempo no tomara en cuenta sus palabras no dejaba de irritarle, ¿Por qué su afán de volverse invisible para él? ¿Qué tanto ocultaba? Y bien sabía Dimitry que no solo se trataba de los papeles que mencionaba. Había mucho más que eso.
La zurda del inmortal buscó la mano ajena, entrelazando sus dedos antes de exhalar abruptamente, estaba reclamando esa calidez, sin saber cuando volvería a recorrer su piel nuevamente, al menos tendría una leve esperanza de que ésto no sería todo. El tiempo era indescifrable y para ellos era limitado, los años no pasaban en balde, mucho menos para ella, al final la linea de tiempo del vampiro estaba congelada.
— Debes cuidarte, sabes que Francesco no se dará por vencido tan facilmente, aunque posiblemente luego de saber que perdió cinco hombres por su obsesiva misión de dar con tu paradero, se tomará un tiempo para reconsiderar las cosas, también me encargaré de eso.— Le aseguró, llevando su mano libre al bolsillo para dar con el silbato, el cual se paseó por su palma unos segundos antes de entregárselo a su dueña. En efecto, era un buen truco.
— Volveré a verte.— una promesa que sería para ambos, y no deseaba que se volvieran simples palabras, si las dijo, fue porque lo sentía, ansiaba un nuevo encuentro con ella...
Aunque jamás hubiera imaginado la forma en que el destino volvería a juntarlos.
Dimitry L. Rudakov- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: Vesubio [Dimitry L. Rudakov]
Do not go too far
because without you, I lose myself.
because without you, I lose myself.
Sus fuerzas son puestas a prueba cuando menciona esa metáfora con los papeles que ilumina sus mejillas de un rojo carmesí. Baja la mirada abochornada reconociendo que tras lo vivido en los jardines y de nuevo, en este sitio, poco es lo que puede negarle. El inquisidor es un ser que podría hacerla temblar con un solo gesto, haciendo que suspire esperando encontrarlo, escucharlo, sentirlo. Probar su sabor fue lo peor que pudo hacer porque su vitae se remueve en su interior, en sus venas dando fuerza y al mismo tiempo, subyugando su férreo control para darle la victoria al vampiro. Hará lo que esté en sus manos para cumplir sus deseos, sus peticiones serán órdenes para ella y eso que ni siquiera se transformó en su esclava. Siente un estremecimiento sacudir cada parte de su cuerpo ante la demanda que más parecía un reproche. No desaparecer. Decirlo es fácil, hacerlo es lo complicado.
Siente la necesidad de confesar sus pecados ante el único que podría absolverla de éstos. Su boca podría abrirse en cualquier momento. El pensamiento y el recuerdo de todos los rostros que dependen de su silencio, lo evitan. ¿Cuánto tiempo más va a mantener esta charada? ¿Cuándo podrá ser sincera con él? ¿Podría soportar lo que tiene por decir? ¿Lo entenderá? Las preguntas le queman la mente, torturan su alma y subyugan su voluntad. - Está bien, no me desapareceré de tu radar - se muerde el labio inferior contrariada, seguro que esa condición llamará la curiosidad de Miyami cuando haga el hechizo de ocultación de nueva cuenta. Ya pensará qué pretexto darle. El contacto frío contra su palma es relajante. Le entregó un enorme poder a este inquisidor si la calma con un solo roce. Se siente aprensiva con el pensamiento de que debe alejarse de su lado. Si por ella fuera, lo llevaba a Phoenix y le daba un lugar para permanecer ahí de por vida, pero es imposible.
Se encoge de hombros con la advertencia de Francesco. - Y volverá a golpearse la cabeza contra la pared. No tiene oportunidad de encontrarme, mucho menos de llevarme a sus filas - desconoce lo que el futuro le tiene preparado, confía en algo que tiene una enorme falla. La magia no es omnipotente, no cuando se protege una parte y otra fundamental se descuida. Encontrará que sus palabras fueron soberbias en el futuro cercano y lo lamentará. - No arriesgues tu posición en el Santo Oficio por mí, Dimitry. Puedo cuidarme sola, ya lo viste. No quiero que te persigan porque te opusiste a Franceso y bien sabes que es capaz de poner a toda la orden en tu contra. Por favor, cuida tu lengua y tus palabras. No te arriesgues en balde - le ruega tomando el silbato, mirando sus ojos, llevando una mano a su tórax aún desnudo, apreciando sus músculos. Queriendo más de él y sabiendo que ya fue suficiente por esa noche.
Debe partir. Se desliga de su tacto, de su presencia tomando el abrigo, cubriéndose con él. Echa el bolso al hombro, no mira atrás porque de lo contrario, querrá quedarse. Abre la puerta saliendo del pequeño lugar, soplando el silbato esperando apoyada contra la madera mirando al cielo. Su espera no es demasiada, un enorme licántropo aparece de entre los matorrales haciendo que Annabeth alce una ceja. - ¿Y por qué no me sorprende que de entre todos, seas tú quien viniera por mí? - se acerca a la masa de músculos, garras, colmillos y pelaje para mirarlo con la cabeza ladeada. - Podemos irnos - ni siquiera piensa cuando el alfa le acerca el morro para olerla, le da un golpecito en la mandíbula - no me toques, no me babees y no me muerdas. Anda, vamos ya, Albrecht, la noche está por terminar - el aullido que emite el sobrenatural es una advertencia para cualquiera que ose acercarse al sitio. La toma en brazos mirando hacia el habitáculo, suelta un gruñido potente antes de iniciar la carrera de regreso a Phoenix, cuidando su carga. Annabeth no mira atrás. ¿Para qué? Siente que no será la última vez que lo vea. La pregunta es ¿Cuándo?
El destino es caprichoso, más cuando se emociona con dos seres y pretende juntarlos sin importar si lo desean o no.
Siente la necesidad de confesar sus pecados ante el único que podría absolverla de éstos. Su boca podría abrirse en cualquier momento. El pensamiento y el recuerdo de todos los rostros que dependen de su silencio, lo evitan. ¿Cuánto tiempo más va a mantener esta charada? ¿Cuándo podrá ser sincera con él? ¿Podría soportar lo que tiene por decir? ¿Lo entenderá? Las preguntas le queman la mente, torturan su alma y subyugan su voluntad. - Está bien, no me desapareceré de tu radar - se muerde el labio inferior contrariada, seguro que esa condición llamará la curiosidad de Miyami cuando haga el hechizo de ocultación de nueva cuenta. Ya pensará qué pretexto darle. El contacto frío contra su palma es relajante. Le entregó un enorme poder a este inquisidor si la calma con un solo roce. Se siente aprensiva con el pensamiento de que debe alejarse de su lado. Si por ella fuera, lo llevaba a Phoenix y le daba un lugar para permanecer ahí de por vida, pero es imposible.
Se encoge de hombros con la advertencia de Francesco. - Y volverá a golpearse la cabeza contra la pared. No tiene oportunidad de encontrarme, mucho menos de llevarme a sus filas - desconoce lo que el futuro le tiene preparado, confía en algo que tiene una enorme falla. La magia no es omnipotente, no cuando se protege una parte y otra fundamental se descuida. Encontrará que sus palabras fueron soberbias en el futuro cercano y lo lamentará. - No arriesgues tu posición en el Santo Oficio por mí, Dimitry. Puedo cuidarme sola, ya lo viste. No quiero que te persigan porque te opusiste a Franceso y bien sabes que es capaz de poner a toda la orden en tu contra. Por favor, cuida tu lengua y tus palabras. No te arriesgues en balde - le ruega tomando el silbato, mirando sus ojos, llevando una mano a su tórax aún desnudo, apreciando sus músculos. Queriendo más de él y sabiendo que ya fue suficiente por esa noche.
Debe partir. Se desliga de su tacto, de su presencia tomando el abrigo, cubriéndose con él. Echa el bolso al hombro, no mira atrás porque de lo contrario, querrá quedarse. Abre la puerta saliendo del pequeño lugar, soplando el silbato esperando apoyada contra la madera mirando al cielo. Su espera no es demasiada, un enorme licántropo aparece de entre los matorrales haciendo que Annabeth alce una ceja. - ¿Y por qué no me sorprende que de entre todos, seas tú quien viniera por mí? - se acerca a la masa de músculos, garras, colmillos y pelaje para mirarlo con la cabeza ladeada. - Podemos irnos - ni siquiera piensa cuando el alfa le acerca el morro para olerla, le da un golpecito en la mandíbula - no me toques, no me babees y no me muerdas. Anda, vamos ya, Albrecht, la noche está por terminar - el aullido que emite el sobrenatural es una advertencia para cualquiera que ose acercarse al sitio. La toma en brazos mirando hacia el habitáculo, suelta un gruñido potente antes de iniciar la carrera de regreso a Phoenix, cuidando su carga. Annabeth no mira atrás. ¿Para qué? Siente que no será la última vez que lo vea. La pregunta es ¿Cuándo?
El destino es caprichoso, más cuando se emociona con dos seres y pretende juntarlos sin importar si lo desean o no.
TEMA FINALIZADO
Annabeth De Louise- Humano Clase Alta
- Mensajes : 346
Fecha de inscripción : 13/04/2018
Localización : En medio de sus brazos, bajo sus colmillos.
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