· Al pie del abismo ·

por **Ciel Manon-Geróux** Lun Dic 10, 2018 6:10 pm

A veces no hay más ciego que el que no quiere ver. Palabras antiguas, pero igualmente sabias, y con las que en aquellos momentos no tenía más remedio que estar completamente de acuerdo. Mientras el oficial hacía las preguntas que consideraba adecuadas dada la situación, la chiquilla temblaba ante los ojos acusatorios de los puteros que se habían arremolinado a su alrededor. Los muy cerdos, siempre rápidos a la hora de intentar proteger a otro de los suyos a pesar de que la culpa fuera claramente del gandul que ahora se reía de forma disimulada desde el suelo, a pesar de la sangre que todavía le caía de la nariz. La muchacha, una bailarina que simplemente había ido allí a ganarse la vida como buenamente pudo, había declarado varias veces que ella no era “de ese tipo” de mujer. Ciel, lejos de sentirse ofendida, había asentido en su dirección, sonriendo secretamente. Realmente se alegraba de que una chica tan joven y tan visiblemente poco mancillada, no diera su brazo a torcer a pesar de las constantes y malsonantes proposiciones. Que Ciel fuera puta, y que su orgullo tuviera un precio estipulado, no la convertía en amiga precisamente de que otras mujeres corrieran su misma suerte. Mucho menos si tenían otras posibilidades a su alcance. Ella carecía de ningún otro talento que no fuera mover las caderas hasta llevar a los hombres al clímax, o hacerles hueco en la garganta para sus malolientes erecciones. Llevaba desde antes de ser una mujer, en todo el sentido de la palabra, haciéndolo. Le resultaba tan simple como respirar, y a pesar de que el odio y la repulsión fueran ya como una segunda piel, no se veía a sí misma escapando de su vida. Era cómodo, nadar por unos lodos conocidos. Al menos, lo era más que plantearse franquear obstáculos que estaba segura no podría salvaguardar.

Así que no tardó en sentirse francamente disgustada cuando, no contentos con haber detenido el agradable espectáculo que la gitana y bailarina exótica había estado mostrando, ahora no parecían tener intenciones de querer dejarla marchar, una vez demostrado que en aquel antro no había cabida para su arte. A menos que estuviera dispuesta a abrir las piernas para permitirles acceso a aquellos borrachos que claramente no se podrían permitir una noche con ella en el caso de que sí fuera una meretriz. Con un par de copas de más Ciel pasaba de ser una sumisa rubia dispuesta a someterse ante las fantasías de cualquiera que pudiera pagar el precio, a convertirse en una feroz mujer sin filtro alguno dispuesta a entrar en peleas sin importarle demasiado el desenlace. Sin pelos en la lengua, y sin un ápice de paciencia hacia otros fuera del dormitorio, tras pedir tres veces que dejara marchar a la chica, sin éxito, la rubia se encogió de hombros y sin pensar más de dos segundos, cerró el puño y lo estampó en medio de la cara del tipo que tenía a la otra chica agarrada por el brazo. El “crack” delató una nariz rompiéndose, y la sangre manchando el suelo avisó al encargado de que era el momento de llamar a alguien para que pusiera orden, al menos, si no deseaba que una pelea se desencadenara y los borrachos le acabasen por destrozar el local.

Una hora más tarde, el que había cometido la ofensa miraba a ambas muchachas ser arrastradas por las autoridades hacia los calabozos en comisaría, mientras él seguía bebiendo sin haber recibido ni siquiera una triste reprimenda. De haber estado sobria, probablemente se habría callado la opinión al respecto de semejante injusticia, pero como su alcohol en sangre probablemente triplicara lo que era considerado normal, escupió a los dos policías unas tres veces, y no se calló hasta que le propinaron un golpe en las costillas y la dejaron inconsciente. Un día más en París, para los más desfavorecidos. Al menos, pasaría la noche en un lugar relativamente cálido y seco, y que no oliera a sudor, sexo y humo.