· Lobo en piel de cordero ·

por **Arthur P. Knight** Mar Dic 11, 2018 8:32 pm

No, desde luego ese no era el lugar en el que había planeado finalizar la noche, y en otra ocasión probablemente se hubiera replanteado su presencia en semejante antro (qué iría a pensar su madre, de enterarse, no habría fin para su reprimenda), pero el trabajo era el trabajo, y estaba claro que lo que llevaba ocurriendo desde hacía un mes aproximadamente, no era algo que pudiera, ni debiera, ignorar por más tiempo. Normalmente, los avisos de criaturas sobrenaturales creando estragos solían llegar a sus oídos por parte de agentes de la ley o personas particulares, precisamente por eso le había extrañado tanto que, tras los primeros ataques, nadie hubiera dicho nada al respecto. Ahora, sin embargo, y tras haber investigado un poco, se daba cuenta de los motivos. Y francamente, no estaba demasiado contento con las respuestas a sus preguntas. ¿Por qué nadie había dado aviso? Porque las víctimas eran de clase social muy baja, y el criminal pertenecía a la nobleza. ¿Eran conscientes los demás de lo que dicho noble estaba haciendo, y de su naturaleza? Todo apuntaba a que sí, y ahí estaba el quid de la cuestión. Se suponía que los oficiales estaban para proteger a la población, a los humanos, y estaban fallando a ese propósito. Conscientemente, ademas.

Decir que estaba furioso sería quedarse extremadamente corto. De hecho, de no ser porque tenía indicios claros de que el culpable y sus secuaces (o encubridores, más bien) iban a estar en la fiesta de retirada de uno de los capitanes del cuerpo policíaco, jamás hubiera puesto un pie siquiera en la misma habitación que ninguno de ellos, si no fuera para pegarles un tiro entre ceja y ceja. La piedad no existía para los monstruos, y en ese caso, tanto la criatura que estaba masacrando a los más pobres de la ciudad, como los malnacidos que estaban obviando sus crímenes, eran igual de terribles. Los segundos, de hecho, eran incluso peores. Los monstruos, en general, y según había presenciado, no tenían conciencia. Pero las personas sí, y claramente no estaban dando muestras de ello.

Como noble de reputación impecable e influencia notable en París, además de colaborador más o menos oficial en muchas investigaciones, había sido invitado a la fiesta. Sus dotes de actor fueron admirables, desde luego, teniendo en cuenta que había logrado superar el banquete en el Hotel des Arenes sin intentar clavarle nada a nadie, y que ahora estaba fingiendo emborracharse y reír con los chistes de los que se habían convertido en sus próximos objetivos desde que se diera cuenta de la verdad. Mientras trataba de integrarse, su mente funcionaba a toda velocidad. ¿Quién era criminal principal? ¿Cuál de todos aquellos hombres escondía una naturaleza tan terrible como grotesca? Lo lógico hubiera sido pensar que era la persona con más influencia, dado que los demás estaban tapando sus crímenes, pero ninguno de los capitanes parecía tener nada que esconder, más allá que un par de amantes o fulanas. Iba a ser un trabajo arduo, pero necesario, si quería limpiar las calles de otra escoria más.