AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La leyenda de una reina sin corona y un lobo sin piel de cordero {Irïna}
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La leyenda de una reina sin corona y un lobo sin piel de cordero {Irïna}
”Cuando todo el mundo está loco, ser cuerdo es una locura.”
Paul Samuelson
Paul Samuelson
Observaba el carruaje acercándose a través del catalejos recién robado, parecía venir con bastante prisa a pesar de lo irregular del camino. Era conducido por un criado, el que a su vez era acompañado por otro hombre de rostro enjuto y apariencia corpulenta, de seguro se trataba de un centinela, podía adivinarlo por su mirada vigilante y la ballesta cargada que llevaba sobre su regazo.
—¿Estáis seguro de que es ella? —preguntó Emerick a su acompañante.
—Totalmente —respondió Eustace.
Ambos se encontraban recostados de barriga, observando a ras de piso, sobre la cima de un roquerío ubicado a uno de los costados del camino.
—Cubridme —ordenó el Duque.
—¡¿QUÉ?! ¿Os habéis vuelto loco?
Pero ya era demasiado tarde para detenerle, Emerick se había puesto de pie y cogido su arco y una flecha para deshacerse del mayor de los peligros, el vigía armado. Sin embargo, al lobo aún le importaba no convertirse en un asesino; mataría sin problemas si acaso tuviese un motivo, pero aquel hombre sólo estaba cumpliendo con su trabajo y aquello lo sabía con suma certeza. Apretó los labios con frustración y cambió su objetivo, apuntando hacia una de las piernas del caballo más cercano. La flecha dio en el blanco con precisión y brujo y licántropo se agazaparon nuevamente a las rocas con suma rapidez.
El plan había dado resultado y ambos caballos se salieron de control, comenzando a correr desbocados. El cochero intentó controlarlos y el guardia que pensó en ayudarlo, cayó en cuenta de la flecha y alzó su ballesta buscando al enemigo.
—¡Emerick!… Vais a matar a la reina!
—Esa es la idea… —murmuró.
Eustace abrió la boca de la sorpresa, mas no tuvo tiempo de volver a reprochar nada, cuando esta vez Emerick apuntaba directamente al guardia, quien alerta se dio cuenta de su presencia y no dudó en dispararle. Esta vez el Duque sí podía matarle, provocado o no, ya había sido el otro quien le había atacado. El guardia se desplomó en el camino, no supo si acaso había caído muerto o herido, pero había caído.
—Necesito un derrumbe ¡Ahora!
El brujo le miró aún sorprendido, pero la mirada del Duque denotaba que no estaba bromeando y que no iba a perdonar ninguna falta de cooperación, por lo que cerró sus ojos y estiró sus palmas hacia la roca mientras murmuraba un par de palabras ininteligibles hasta que el terreno comenzó a crujir. Apenas tuvo tiempo de abrir los ojos y moverse del lugar, antes que el camino quedase sepultado en rocas. Emerick por su parte ya estaba listo para el ataque, pues terminaba de atarse el antifaz y el pañuelo que cubría su cabeza, como tantas veces lo había hecho para la Alianza. Ramandú volvía a hacer acto de presencia.
El carruaje saltaba con las rocas en aquella carrera incontrolable que había hecho que se saliera de uno de sus enganches y sólo pendiera de uno de sus costados y amenazara con volcarse en cualquier momento, hasta que los caballos frenaron en seco al encontrarse con el derrumbe y la amenaza pasó a ser un hecho. El carruaje volcó inevitablemente sobre uno de sus costados, lanzando lejos al pobre cochero que cayó inconsciente.
Emerick saltó sobre el carruaje y se hizo de la riendas del caballo que no había sido herido para amarrarlo a una de las ruedas.
—Encargaos de borrar la evidencia.
—Es la reina, la buscaran de todos modos.
—La encontraran muerta.
—Haré desaparecer el carruaje y modificaré los recuerdos de los hombres, pero llegaré hasta ahí.
El Duque le miró y asintió con la cabeza, mostrándose de acuerdo. Subió al abordaje de la carreta y abrió la puerta del costado que había quedado mirando hacia el cielo. Ahí estaba la reina, la verdadera reina.
—¿Estáis seguro de que es ella? —preguntó Emerick a su acompañante.
—Totalmente —respondió Eustace.
Ambos se encontraban recostados de barriga, observando a ras de piso, sobre la cima de un roquerío ubicado a uno de los costados del camino.
—Cubridme —ordenó el Duque.
—¡¿QUÉ?! ¿Os habéis vuelto loco?
Pero ya era demasiado tarde para detenerle, Emerick se había puesto de pie y cogido su arco y una flecha para deshacerse del mayor de los peligros, el vigía armado. Sin embargo, al lobo aún le importaba no convertirse en un asesino; mataría sin problemas si acaso tuviese un motivo, pero aquel hombre sólo estaba cumpliendo con su trabajo y aquello lo sabía con suma certeza. Apretó los labios con frustración y cambió su objetivo, apuntando hacia una de las piernas del caballo más cercano. La flecha dio en el blanco con precisión y brujo y licántropo se agazaparon nuevamente a las rocas con suma rapidez.
El plan había dado resultado y ambos caballos se salieron de control, comenzando a correr desbocados. El cochero intentó controlarlos y el guardia que pensó en ayudarlo, cayó en cuenta de la flecha y alzó su ballesta buscando al enemigo.
—¡Emerick!… Vais a matar a la reina!
—Esa es la idea… —murmuró.
Eustace abrió la boca de la sorpresa, mas no tuvo tiempo de volver a reprochar nada, cuando esta vez Emerick apuntaba directamente al guardia, quien alerta se dio cuenta de su presencia y no dudó en dispararle. Esta vez el Duque sí podía matarle, provocado o no, ya había sido el otro quien le había atacado. El guardia se desplomó en el camino, no supo si acaso había caído muerto o herido, pero había caído.
—Necesito un derrumbe ¡Ahora!
El brujo le miró aún sorprendido, pero la mirada del Duque denotaba que no estaba bromeando y que no iba a perdonar ninguna falta de cooperación, por lo que cerró sus ojos y estiró sus palmas hacia la roca mientras murmuraba un par de palabras ininteligibles hasta que el terreno comenzó a crujir. Apenas tuvo tiempo de abrir los ojos y moverse del lugar, antes que el camino quedase sepultado en rocas. Emerick por su parte ya estaba listo para el ataque, pues terminaba de atarse el antifaz y el pañuelo que cubría su cabeza, como tantas veces lo había hecho para la Alianza. Ramandú volvía a hacer acto de presencia.
El carruaje saltaba con las rocas en aquella carrera incontrolable que había hecho que se saliera de uno de sus enganches y sólo pendiera de uno de sus costados y amenazara con volcarse en cualquier momento, hasta que los caballos frenaron en seco al encontrarse con el derrumbe y la amenaza pasó a ser un hecho. El carruaje volcó inevitablemente sobre uno de sus costados, lanzando lejos al pobre cochero que cayó inconsciente.
Emerick saltó sobre el carruaje y se hizo de la riendas del caballo que no había sido herido para amarrarlo a una de las ruedas.
—Encargaos de borrar la evidencia.
—Es la reina, la buscaran de todos modos.
—La encontraran muerta.
—Haré desaparecer el carruaje y modificaré los recuerdos de los hombres, pero llegaré hasta ahí.
El Duque le miró y asintió con la cabeza, mostrándose de acuerdo. Subió al abordaje de la carreta y abrió la puerta del costado que había quedado mirando hacia el cielo. Ahí estaba la reina, la verdadera reina.
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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Fecha de inscripción : 23/09/2012
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Re: La leyenda de una reina sin corona y un lobo sin piel de cordero {Irïna}
Ni siquiera el continuo vaivén del carruaje pudo hacer que la joven conciliara el sueño. Los gritos ahogados de su madre resonaban en sus oídos desde hacía varias noches, impidiéndole dormir. En cuanto cerraba los ojos, en lugar de toparse con aquella tranquila soledad que siempre acompaña a los durmientes, todo se volvía del inconfundible color del fuego. Un fuego que devoró los cimientos de aquel cuarto en el que tantas y tantas noches había buscado refugio, para alejarse de las pesadillas que aún la asaltaban de vez en cuando. Aquel cuarto del que ya únicamente le quedaba un recuerdo incierto, repleto de nostalgia. Antes de marcharse de Escocia, ni siquiera había sido capaz de entrar en él, por miedo a derrumbarse delante de los hombres a los que se suponía que debía gobernar. Muchos le dijeron que el incendio había sido un terrible accidente. Otros sugerían que tal vez el clero se había cansado de las políticas igualitarias de su padre. Pero ella era la única que sabía la verdad. Ella era la única que sabía que aquel fuego, en última instancia, no iba dirigido a sus padres. El causante de aquella desgracia, sólo buscaba una cosa. Venganza. Venganza contra ella misma. Ella era la verdadera responsable de la muerte de sus padres. Y esa sería una verdad que la acompañaría por siempre, ahora que finalmente era capaz de recordarla.
Era cierto que Lorick le había advertido de que no le gustaría con lo que se encontraría al "desbloquear" aquellos recuerdos. Era cierto que él le había dicho que no ganaría nada más que dolor al redescubrir una verdad demasiado dolorosa para que pudiera soportarla. Pero había algo que no entendía, algo que nadie llegaría a entender. Y es que Irïna merecía cargar con ese peso, con ese dolor. Sólo así, algún día, al cumplir la voluntad de su padre para con el reino, podría sentirse en paz. Podría alejar la culpabilidad. Podría comenzar a vivir bajo su criterio. Pero hasta entonces... Hasta entonces se limitaría a ser lo que debía ser, lo que todos esperaban que fuera. Ahora lo sabía. Ahora comprendía que ese había sido siempre su cometido. Finalizar el trabajo que su padre se había propuesto, el de llevar a las tierras de su amado país una paz, una justicia, que nunca había existido en ellas hasta aquel entonces. Pero eso no era cuestión de un día, ni siquiera de meses. Ahora debía reparar el daño que aquellos meses de ausencia indudablemente habían provocado en su reino. Y para eso necesitaría ayuda. Toda la ayuda de la que pudiese disponer. Y Danna había sido el único nombre que había acudido a su mente de forma inmediata. Tenía que encontrarla, tenía que encontrarla y decirle que la monarca de Escocia regresaba a casa. Y que pronto, muy pronto, todo cambiaría a mejor. En su busca se dirigía cuando otro desastre en el camino la advirtió de que, para ella, las cosas nunca serían tan sencillas.
No supo muy bien en qué momento sintió que las cosas iban mal, pero ya era tarde. Escuchó el furioso relinchar de los caballos, y las voces desesperadas del cochero por intentar detenerlos, cuando el carruaje comenzó a agitarse de forma violenta. La joven que estaba a su lado, hija del hombre que había prometido protegerlas en el trayecto, chilló, aterrorizada, y antes de que el coche volcara, Irïna la abrazó contra su pecho con fuerza, intentando protegerla del impacto que ahora parecía inminente. Sintió que su cuerpo chocaba contra las paredes, contra el techo por culpa de los botes que pegaba el vehículo, antes de notar un fuerte golpe contra el cristal de una de las ventanas. Todo amenazaba con volverse negro, y los gritos de aquella chiquilla comenzaron a asemejarse peligrosamente a los de su madre... Pero... simplemente... No podía perder el conocimiento. No podía dejarse vencer. No en aquel momento. Se encogió sobre sí misma, tratando de cubrir a la otra muchacha, justo antes de que volcaran.
En cuanto notó que, efectivamente, habían volcado y que el coche había terminado por detenerse, lo primero que hizo fue inspeccionar si la chica se encontraba bien. Estaba pálida, y murmuraba cosas incoherentes, pero antes de que se desmayara, pudo comprobar que, por suerte, se encontraba bien. La dejó con cuidado sobre una de las puertas del carruaje, que ahora estaba justo debajo de sus pies, y trató de levantarse. La cabeza le daba vueltas, y parecía que fuera a estallarle del dolor. Justo entonces, escuchó el sonido de la puerta que estaba sobre su cabeza al abrirse. Confusa, intentó alzar la vista, pero la luz del Sol la deslumbró, haciendo que la cabeza le doliera aún más. Un hilillo de sangre le corría por el rostro. Alzó las manos para tratar de salir de allí, y fue cuando finalmente se dio cuenta de una figura que se había quedado observándola. - A-ayudeme... Por favor... -Farfulló, creyendo que sería el cochero, intentando sacarla del carruaje, pero ninguna mano amiga la ayudó a salir. La oscuridad parecía volver a querer cernirse sobre ella. Y entonces... Entonces... Divisó aquel antifaz cubriendo el rostro de la figura.
Aquello también había sido culpa suya. - No les hagáis daño... a ellos... os lo ruego... No les hagáis... daño... -Suplicó, antes de perder el conocimiento.
Era cierto que Lorick le había advertido de que no le gustaría con lo que se encontraría al "desbloquear" aquellos recuerdos. Era cierto que él le había dicho que no ganaría nada más que dolor al redescubrir una verdad demasiado dolorosa para que pudiera soportarla. Pero había algo que no entendía, algo que nadie llegaría a entender. Y es que Irïna merecía cargar con ese peso, con ese dolor. Sólo así, algún día, al cumplir la voluntad de su padre para con el reino, podría sentirse en paz. Podría alejar la culpabilidad. Podría comenzar a vivir bajo su criterio. Pero hasta entonces... Hasta entonces se limitaría a ser lo que debía ser, lo que todos esperaban que fuera. Ahora lo sabía. Ahora comprendía que ese había sido siempre su cometido. Finalizar el trabajo que su padre se había propuesto, el de llevar a las tierras de su amado país una paz, una justicia, que nunca había existido en ellas hasta aquel entonces. Pero eso no era cuestión de un día, ni siquiera de meses. Ahora debía reparar el daño que aquellos meses de ausencia indudablemente habían provocado en su reino. Y para eso necesitaría ayuda. Toda la ayuda de la que pudiese disponer. Y Danna había sido el único nombre que había acudido a su mente de forma inmediata. Tenía que encontrarla, tenía que encontrarla y decirle que la monarca de Escocia regresaba a casa. Y que pronto, muy pronto, todo cambiaría a mejor. En su busca se dirigía cuando otro desastre en el camino la advirtió de que, para ella, las cosas nunca serían tan sencillas.
No supo muy bien en qué momento sintió que las cosas iban mal, pero ya era tarde. Escuchó el furioso relinchar de los caballos, y las voces desesperadas del cochero por intentar detenerlos, cuando el carruaje comenzó a agitarse de forma violenta. La joven que estaba a su lado, hija del hombre que había prometido protegerlas en el trayecto, chilló, aterrorizada, y antes de que el coche volcara, Irïna la abrazó contra su pecho con fuerza, intentando protegerla del impacto que ahora parecía inminente. Sintió que su cuerpo chocaba contra las paredes, contra el techo por culpa de los botes que pegaba el vehículo, antes de notar un fuerte golpe contra el cristal de una de las ventanas. Todo amenazaba con volverse negro, y los gritos de aquella chiquilla comenzaron a asemejarse peligrosamente a los de su madre... Pero... simplemente... No podía perder el conocimiento. No podía dejarse vencer. No en aquel momento. Se encogió sobre sí misma, tratando de cubrir a la otra muchacha, justo antes de que volcaran.
En cuanto notó que, efectivamente, habían volcado y que el coche había terminado por detenerse, lo primero que hizo fue inspeccionar si la chica se encontraba bien. Estaba pálida, y murmuraba cosas incoherentes, pero antes de que se desmayara, pudo comprobar que, por suerte, se encontraba bien. La dejó con cuidado sobre una de las puertas del carruaje, que ahora estaba justo debajo de sus pies, y trató de levantarse. La cabeza le daba vueltas, y parecía que fuera a estallarle del dolor. Justo entonces, escuchó el sonido de la puerta que estaba sobre su cabeza al abrirse. Confusa, intentó alzar la vista, pero la luz del Sol la deslumbró, haciendo que la cabeza le doliera aún más. Un hilillo de sangre le corría por el rostro. Alzó las manos para tratar de salir de allí, y fue cuando finalmente se dio cuenta de una figura que se había quedado observándola. - A-ayudeme... Por favor... -Farfulló, creyendo que sería el cochero, intentando sacarla del carruaje, pero ninguna mano amiga la ayudó a salir. La oscuridad parecía volver a querer cernirse sobre ella. Y entonces... Entonces... Divisó aquel antifaz cubriendo el rostro de la figura.
Aquello también había sido culpa suya. - No les hagáis daño... a ellos... os lo ruego... No les hagáis... daño... -Suplicó, antes de perder el conocimiento.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: La leyenda de una reina sin corona y un lobo sin piel de cordero {Irïna}
”El sentido moral es de gran importancia. Cuando desaparece de una nación, toda la estructura social va hacia el derrumbe.”
Alexis Carrel
Alexis Carrel
Sus ojos se posaron primero sobre el rostro de la Reina, era una imagen que deseaba conservar entre sus recuerdos, una de sus victorias aún cuando no fuese la más honorable. Enseguida cayó en cuenta que no estaba sola y que había otra muchacha en el coche, mas ya parecía estar inconsciente o tal vez muerta, ya nada le importaba verdaderamente, por lo que no pudo evitar que se dibujara sobre sus labios la sonrisa burlesca al escuchar a la propia Irina de Hanover pidiendo su ayuda.
—Seguro —respondió con la misma ironía.
Pero la burla le duró poco. Antes de que pudiese celebrar su propio comportamiento sarcástico, la Reina se desmayó también y Emerick rodó los ojos. Vaya debilidad que representaba la mujer que acabó gobernando su pueblo.
—¡Aquí hay otra! —avisó a su compañero —Brindadles ayuda médica y haced que recuerden que la Reina se sentía agotada y prefirió quedarse en la cama, y que volaron luego de arrollar a un ciervo.
Eustace asintió con la cabeza mientras terminaba de revisar al cochero e iba en busca del guardaespaldas, quien había caído antes de que volcara la carroza. Emerick, por su parte, saltó al interior del vehículo y cogió a la Reina en sus brazos. Le observó por un momento y acercó su nariz al cuello de la fémina para aspirar de su aroma; si acaso intentaba escaparse, le rastrearía sin problemas.
Por un momento quiso subirla con delicadeza, llevarla en sus brazos cual princesa de cuento de hadas, pero no tardó demasiado en recordar el motivo de su molestia con la mujer, para inmediatamente cambiarla de posición y llevársela sobre su hombro, como si fuese un verdadero costal de patatas.
Liberó al caballo que no había sido herido, pues estaba atrapado aún entre las riendas y parte del carruaje. Era un caballo fino, digno de la realeza. Estaba asustado, pero aún así se sometía a la voluntad de un potencial jinete, era como si tuviese la inteligencia necesaria para discernir y eso en parte le recordaba a su viejo caballo Brego, el mismo que había perdido el día en que la Inquisición francesa había irrumpido en su morada para arruinar lo que había formado de vida. No sólo a su esposa y su hijo no nato había perdido ese día, también habían desaparecido grandes partes de su conciencia y humanidad, ya el resto de la gente no le importaba como antes, aún cuando distaba mucho de ser un sádico asesino sin criterio.
Subió a la mujer sobre el lomo del animal y él se subió detrás. Acomodó a la inconsciente apoyada sobre su pecho, sólo porque se esa manera no le machacaría con las rodillas, ni le molestaría en las piernas. Entonces dio una ultima mirada a Eustace para despedirse con un movimiento de cabeza y apretó las piernas a las costillas de la bestia, para que ésta emprendiera el galope.
Pensó por un momento en llevarla a una cueva cercana que conocía, pero entonces recordó que aquel era un lugar secreto para la mujer que se la había enseñado y que muchas veces ella iba ahí para mantener las flores que crecían en su exterior. No sería una buena idea encontrarse con ella, después de tanto tiempo, justo cuando llevaba a una reina de rehén, así que finalmente se decantó por la simpleza y peligrosidad del corazón del bosque.
Cabalgó hasta que le dolieron las piernas y que ella pareció dar los primeros signos de que pronto despertaría, así que se detuvo rápidamente y se bajó del caballo, tirándole a ella también abajo. La cogió para impedir su caída, pero de todos modos la dejó caer después, aunque con mayor suavidad.
Fue sólo en ese momento que miró al caballo y se dio cuenta que no tenía cuerda necesaria para amarrar a ambas bestias. Sí, la Reina para él también era una bestia, así que resopló con resignación y dio una palmada en las nalgas del caballo para que éste se alejara y se marchara si quisiera, pues él se dedicó a amarrar las muñecas de la Reina y se alejó de ella para apoyarse sobre el tronco más cercano y observarle con los brazos cruzados.
—Buenas tardes, mi lady. Espero que hayáis dormido como una reina.
Se mofó con una sonrisa torcida, disfrutando de ese pequeño momento antes que de seguro llegasen todas las preguntas de la mujer, preguntas que pasa su criterio serían demasiado clichés, por lo que se tomó la libertad de agudizar su propia voz para imitar malamente el tono de una voz femenina.
—“¡Oh, que malvado sois! ¡Mi príncipe vendrá a rescatarme y os sacará los ojos! pero… ¿Quién sois? ¿Qué queréis y qué habéis hecho con mi compañía?” —rió y regresó a su tono normal —¿No es así?… Bueno, si lo supierais ya no sería divertido y simplemente os echaríais a gritar como una posesa y aún cuando nadie os escuchara, yo tendría que mataros más rápido por el bien de mis preciados tímpanos.
Sonrió sin miedo de mirarle directamente a los ojos, aún cuando a los reyes había que evitar mirarles directamente, pues aquello se traducía como una falta de respeto, como querer ponerse a su altura sin el grandioso consentimiento de su real majestad. Bien sabía él de protocolos, pero eso también era algo que ya había dejado de importarle.
—Seguro —respondió con la misma ironía.
Pero la burla le duró poco. Antes de que pudiese celebrar su propio comportamiento sarcástico, la Reina se desmayó también y Emerick rodó los ojos. Vaya debilidad que representaba la mujer que acabó gobernando su pueblo.
—¡Aquí hay otra! —avisó a su compañero —Brindadles ayuda médica y haced que recuerden que la Reina se sentía agotada y prefirió quedarse en la cama, y que volaron luego de arrollar a un ciervo.
Eustace asintió con la cabeza mientras terminaba de revisar al cochero e iba en busca del guardaespaldas, quien había caído antes de que volcara la carroza. Emerick, por su parte, saltó al interior del vehículo y cogió a la Reina en sus brazos. Le observó por un momento y acercó su nariz al cuello de la fémina para aspirar de su aroma; si acaso intentaba escaparse, le rastrearía sin problemas.
Por un momento quiso subirla con delicadeza, llevarla en sus brazos cual princesa de cuento de hadas, pero no tardó demasiado en recordar el motivo de su molestia con la mujer, para inmediatamente cambiarla de posición y llevársela sobre su hombro, como si fuese un verdadero costal de patatas.
Liberó al caballo que no había sido herido, pues estaba atrapado aún entre las riendas y parte del carruaje. Era un caballo fino, digno de la realeza. Estaba asustado, pero aún así se sometía a la voluntad de un potencial jinete, era como si tuviese la inteligencia necesaria para discernir y eso en parte le recordaba a su viejo caballo Brego, el mismo que había perdido el día en que la Inquisición francesa había irrumpido en su morada para arruinar lo que había formado de vida. No sólo a su esposa y su hijo no nato había perdido ese día, también habían desaparecido grandes partes de su conciencia y humanidad, ya el resto de la gente no le importaba como antes, aún cuando distaba mucho de ser un sádico asesino sin criterio.
Subió a la mujer sobre el lomo del animal y él se subió detrás. Acomodó a la inconsciente apoyada sobre su pecho, sólo porque se esa manera no le machacaría con las rodillas, ni le molestaría en las piernas. Entonces dio una ultima mirada a Eustace para despedirse con un movimiento de cabeza y apretó las piernas a las costillas de la bestia, para que ésta emprendiera el galope.
Pensó por un momento en llevarla a una cueva cercana que conocía, pero entonces recordó que aquel era un lugar secreto para la mujer que se la había enseñado y que muchas veces ella iba ahí para mantener las flores que crecían en su exterior. No sería una buena idea encontrarse con ella, después de tanto tiempo, justo cuando llevaba a una reina de rehén, así que finalmente se decantó por la simpleza y peligrosidad del corazón del bosque.
Cabalgó hasta que le dolieron las piernas y que ella pareció dar los primeros signos de que pronto despertaría, así que se detuvo rápidamente y se bajó del caballo, tirándole a ella también abajo. La cogió para impedir su caída, pero de todos modos la dejó caer después, aunque con mayor suavidad.
Fue sólo en ese momento que miró al caballo y se dio cuenta que no tenía cuerda necesaria para amarrar a ambas bestias. Sí, la Reina para él también era una bestia, así que resopló con resignación y dio una palmada en las nalgas del caballo para que éste se alejara y se marchara si quisiera, pues él se dedicó a amarrar las muñecas de la Reina y se alejó de ella para apoyarse sobre el tronco más cercano y observarle con los brazos cruzados.
—Buenas tardes, mi lady. Espero que hayáis dormido como una reina.
Se mofó con una sonrisa torcida, disfrutando de ese pequeño momento antes que de seguro llegasen todas las preguntas de la mujer, preguntas que pasa su criterio serían demasiado clichés, por lo que se tomó la libertad de agudizar su propia voz para imitar malamente el tono de una voz femenina.
—“¡Oh, que malvado sois! ¡Mi príncipe vendrá a rescatarme y os sacará los ojos! pero… ¿Quién sois? ¿Qué queréis y qué habéis hecho con mi compañía?” —rió y regresó a su tono normal —¿No es así?… Bueno, si lo supierais ya no sería divertido y simplemente os echaríais a gritar como una posesa y aún cuando nadie os escuchara, yo tendría que mataros más rápido por el bien de mis preciados tímpanos.
Sonrió sin miedo de mirarle directamente a los ojos, aún cuando a los reyes había que evitar mirarles directamente, pues aquello se traducía como una falta de respeto, como querer ponerse a su altura sin el grandioso consentimiento de su real majestad. Bien sabía él de protocolos, pero eso también era algo que ya había dejado de importarle.
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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Re: La leyenda de una reina sin corona y un lobo sin piel de cordero {Irïna}
Cuando las brumas de la inconsciencia finalmente acabaron por engullirla, lo único que podía escuchar eran los gritos de su madre, resonando con fuerza en sus oídos. Incluso pudo percibir el olor del fuego devorando lentamente aquello que en otro momento había sido la habitación de sus padres. La oía llorar al otro lado de la puerta metálica que flanqueaba el paso a aquel infierno. La oía suplicar que no dejaran entrar a su hija al interior, que no intentaran sacarlos hasta que ella y su esposo lograran controlar un poco el fuego desde dentro. La oía rezar a los dioses, rogar por su vida y por la del Rey, que había caído inconsciente minutos antes. El humo poco a poco comenzaba a colarse por debajo de la puerta, haciéndola toser. ¿Cómo había podido pasar algo como eso? ¿Cómo era posible que el castillo más vigilado de toda Escocia hubiera sido asaltado? Porque si algo estaba claro era que aquello había sido un ataque, un atentado contra la vida de los monarcas. ¿Cómo habían podido burlar la seguridad de aquella fortaleza, sin siquiera levantar sospechas? ¿Sería acaso alguien de dentro el culpable de aquel terrible suceso, que cambiaría su vida para siempre? En aquellos momentos, cuando aún su alma no había sufrido los estragos de la obligada madurez a la que aquel evento la arrojaría sin remedio, la perspectiva de que algún aliado hubiera decidido ponerse en contra suya y de sus padres le parecía casi ridícula. ¿Por qué nadie iba a querer hacerles daño? ¿Por qué alguien de confianza se alzaría en su contra?
Lograron abrir las puertas cuando el humo dejó del colarse al exterior, y al entrar en aquella habitación y ver a sus padres abrazados, tirados en el suelo, supo que había sido una estúpida. Un Rey no llega al trono sin labrarse la enemistad de muchos, y aunque matarles así le parecía sumamente despiadado incluso para alguien sin honor, como sin duda sería el responsable, cuando las lágrimas comenzaron a nublar sus ojos, el dolor pudo más que la necesidad de arrojar lógica sobre todo aquel asunto. Abrazó lo que quedaba de sus padres antes de comenzar a gritar que buscaran a Lorick. Necesitaba a Lorick. Ahora era lo único que le quedaba... Fue él quien le confirmó que había sido un ataque. Que sus padres habían sido aislados en la habitación, en la que habían tapiado las ventanas, y bloqueado todas las puertas de salida. Que el fuego había sido iniciado desde el interior, aunque realmente eso no tuviera ningún sentido. ¿Cómo iban a poder iniciar un fuego desde dentro, sin estar dentro en realidad? Esa sería la primera de muchas incógnitas referentes a su muerte, y la primera de las muchas noches que pasaría llorando, preguntándose por qué.
Saber que el ataque había sido planeado para ella no hizo sino incrementar toda aquella incertidumbre. Si desconocía los motivos que podían haber llevado a alguien a querer matar a sus padres, mucho menos podía imaginar de quién se podría haber ganado la enemistad hasta ese punto. Con el tiempo supo lo ilusa que había sido al no darse cuenta de que más que a unos reyes ya anclados al trono, el odio solía destinarse al heredero que venía tras él, y más cuando tenía tantas cosas en contra, como el hecho de ser mujer, de haber heredado los ideales de su padre, y por último y más importante, decenas de candidatos que habían expresado reiteradamente sus deseos de acceder a uno de los tronos más disputados de la realeza europea.
Claro que incluso en eso se equivocaba. Nunca habría podido imaginar que habrían sido sus inocentes acciones en sus primeros intentos de encontrar el amor lo que había originado la muerte y sufrimiento de las dos personas más importantes de su vida. Nunca, hasta aquel momento. Nunca, hasta que el mismo que había obrado su muerte se encargó de hacerla recuperar todos aquellos recuerdos que hasta hacía apenas una semana habían permanecido firmemente ocultos bajo aquella especie de amnesia transitoria, de aquellas lagunas que su subconsciente había creado para asegurarse de que eso no la destruiría. Y hasta cierto punto, aquel bloqueo había servido para su propósito, aunque también le había impedido seguir con la labor que le había sido encomendada. Ahora que sus recuerdos habían vuelto, sabía que debía continuar. Que debía regresar a sus tierras y recuperar el control. Que debía sobreponerse a los muchos intentos de destruirla que habían tenido lugar, que tendrían lugar. Porque eso era lo que el pueblo esperaba de ella. Lo que sus padres hubieran deseado. Lo que ella misma deseaba. Ahora estaba segura.
Y entonces... Otro bache en el camino. Un bache que ni siquiera tenía la valentía para mostrar su rostro, a pesar de haber intentado asesinarla, y de haberla secuestrado después.
La caída hizo que su mente retornara en sí misma casi instantáneamente, aunque aquel dolor punzante en la cabeza le impidió abrir los ojos hasta que la estaba sentada y con las manos atadas. Parpadeó un par de veces, tratando de acostumbrarse a la luz, que de repente se le antojaba demasiado intensa. ¿Cuánto tiempo había pasado desde el accidente? Y más importante, ¿qué había ocurrido con sus acompañantes? Lo único que había alcanzado a ver antes de perder el conocimiento era el cuerpo tendido del "guardián" que la acompañaba, a un lado del camino. ¿Cómo podía explicárselo a su hija? ¿Cómo podría decirle a otra persona más que alguien de su familia había muerto por su causa? Estaba tan cansada de todo aquello, de todo aquel odio que siempre salpicaba a terceros... ¿Cuándo acabaría? Quizá aquella misma tarde, con su muerte. Pensó, para luego dirigir la mirada finalmente a su captor, sopesando con cuidado sus palabras.
- ¿Un príncipe? ¿Por qué motivo habría yo de aguardar nada de ningún otro miembro de la realeza, que no fuera...? -Al recordar el embarazo de Danna, decidió que lo más cauto sería no meterla en sus problemas. Después de todo, ella ya estaba acostumbrada a que la gente quisiera verla muerta, pero no podría soportar cargar con el peso de la muerte de nadie más sobre sus espaldas. Y muchísimo menos, la muerte de la duquesa. Ella era la única familia que le quedaba, aun sin tener ningún vínculo sanguíneo de por medio. - Que no fuera la única familia que aún me queda... -La reina suspiró, y trató de aflojarse ligeramente las cuerdas que ataban sus muñecas. Estaban demasiado apretadas. - No sé quién sois, pero si lo que queréis es utilizarme de moneda de cambio, valdría mucho más estando de una pieza. Estas cuerdas están tan apretadas que apenas siento los dedos. No voy a escaparme, ni a intentar nada. No soy tan estúpida... -O quizá sí. Justo en ese momento recordó las palabras de Lorick, resonando en su cabeza. “No deberías salir de aquí, y mucho menos sola. No sabemos si alguien ha dado con vuestro paradero, ni si por algún casual me han seguido a mi hasta aquí. Por favor, Irïna, el reino no puede permitirse perderos, y mucho menos ahora, que todo parece regresar a su cauce...”
No había podido evitarlo. Y sabía que él nunca lo entendería, por eso fue tan idiota como para marcharse sin él. Ahora no estaba segura de qué le molestaría más, si no salir viva de aquel “secuestro”, o regresar a su lado solamente para escuchar la manida expresión de “te lo dije”. Suspiró para volver a observar al hombre. Había algo en él que le resultaba familiar. Era ese brillo en la mirada. Ese mismo brillo que aún relucía en sus propios ojos. El brillo de la desesperanza, de no tener nada que perder. El dolor escondido bajo capas de rencor. Y no pudo evitar empezar a sentir cierta comprensión hacia aquel criminal. Comprensión sobre el por qué de sus acciones. Alguien que ha perdido todo cuanto ama suele reaccionar alzándose en contra de quienes considera culpables de su desgracia, o escapando de aquello que le recuerda a lo perdido. Estaba claro, entre ellos dos, quién había escogido la primera opción, y quién la segunda. Aunque ahora quedaba la pregunta que nunca llegaría a formular, ¿cómo ella podría ser culpable de arrebatarle nada a alguien que ni siquiera conocía? Realmente había llegado a asumir que la gente la odiaba sin ningún motivo, por llevar a sus espaldas el peso de una nación a la que únicamente quería aportar paz y prosperidad. A pesar de que algunos se empeñaran en poner tantos escollos en su camino para que no lo consiguiera.
- En algo sí que no os equivocáis, y es que necesito preguntar qué habéis hecho con las personas que iban acompañándome. Sé que el guardia ha caído, y aunque puede que a vos no os importe, a mi sí que me importa. A mi y a su hija, que iba dentro. ¿Dónde están? ¿Les habéis dejado escapar? Que os cubráis el rostro no me ayuda a pensar que seáis alguien honorable, pero de haber sido un simple asesino, hubierais acabado conmigo cuando estaba aún en el coche. Eso me lleva a pensar que queréis algo, así que no creo que buscarais daños colaterales. -No es que esperara realmente que el criminal le respondiese, pero en aquellos momentos lo único que le importara era saber que nadie más había salido herido por su culpa. No podría soportarlo.
Lograron abrir las puertas cuando el humo dejó del colarse al exterior, y al entrar en aquella habitación y ver a sus padres abrazados, tirados en el suelo, supo que había sido una estúpida. Un Rey no llega al trono sin labrarse la enemistad de muchos, y aunque matarles así le parecía sumamente despiadado incluso para alguien sin honor, como sin duda sería el responsable, cuando las lágrimas comenzaron a nublar sus ojos, el dolor pudo más que la necesidad de arrojar lógica sobre todo aquel asunto. Abrazó lo que quedaba de sus padres antes de comenzar a gritar que buscaran a Lorick. Necesitaba a Lorick. Ahora era lo único que le quedaba... Fue él quien le confirmó que había sido un ataque. Que sus padres habían sido aislados en la habitación, en la que habían tapiado las ventanas, y bloqueado todas las puertas de salida. Que el fuego había sido iniciado desde el interior, aunque realmente eso no tuviera ningún sentido. ¿Cómo iban a poder iniciar un fuego desde dentro, sin estar dentro en realidad? Esa sería la primera de muchas incógnitas referentes a su muerte, y la primera de las muchas noches que pasaría llorando, preguntándose por qué.
Saber que el ataque había sido planeado para ella no hizo sino incrementar toda aquella incertidumbre. Si desconocía los motivos que podían haber llevado a alguien a querer matar a sus padres, mucho menos podía imaginar de quién se podría haber ganado la enemistad hasta ese punto. Con el tiempo supo lo ilusa que había sido al no darse cuenta de que más que a unos reyes ya anclados al trono, el odio solía destinarse al heredero que venía tras él, y más cuando tenía tantas cosas en contra, como el hecho de ser mujer, de haber heredado los ideales de su padre, y por último y más importante, decenas de candidatos que habían expresado reiteradamente sus deseos de acceder a uno de los tronos más disputados de la realeza europea.
Claro que incluso en eso se equivocaba. Nunca habría podido imaginar que habrían sido sus inocentes acciones en sus primeros intentos de encontrar el amor lo que había originado la muerte y sufrimiento de las dos personas más importantes de su vida. Nunca, hasta aquel momento. Nunca, hasta que el mismo que había obrado su muerte se encargó de hacerla recuperar todos aquellos recuerdos que hasta hacía apenas una semana habían permanecido firmemente ocultos bajo aquella especie de amnesia transitoria, de aquellas lagunas que su subconsciente había creado para asegurarse de que eso no la destruiría. Y hasta cierto punto, aquel bloqueo había servido para su propósito, aunque también le había impedido seguir con la labor que le había sido encomendada. Ahora que sus recuerdos habían vuelto, sabía que debía continuar. Que debía regresar a sus tierras y recuperar el control. Que debía sobreponerse a los muchos intentos de destruirla que habían tenido lugar, que tendrían lugar. Porque eso era lo que el pueblo esperaba de ella. Lo que sus padres hubieran deseado. Lo que ella misma deseaba. Ahora estaba segura.
Y entonces... Otro bache en el camino. Un bache que ni siquiera tenía la valentía para mostrar su rostro, a pesar de haber intentado asesinarla, y de haberla secuestrado después.
La caída hizo que su mente retornara en sí misma casi instantáneamente, aunque aquel dolor punzante en la cabeza le impidió abrir los ojos hasta que la estaba sentada y con las manos atadas. Parpadeó un par de veces, tratando de acostumbrarse a la luz, que de repente se le antojaba demasiado intensa. ¿Cuánto tiempo había pasado desde el accidente? Y más importante, ¿qué había ocurrido con sus acompañantes? Lo único que había alcanzado a ver antes de perder el conocimiento era el cuerpo tendido del "guardián" que la acompañaba, a un lado del camino. ¿Cómo podía explicárselo a su hija? ¿Cómo podría decirle a otra persona más que alguien de su familia había muerto por su causa? Estaba tan cansada de todo aquello, de todo aquel odio que siempre salpicaba a terceros... ¿Cuándo acabaría? Quizá aquella misma tarde, con su muerte. Pensó, para luego dirigir la mirada finalmente a su captor, sopesando con cuidado sus palabras.
- ¿Un príncipe? ¿Por qué motivo habría yo de aguardar nada de ningún otro miembro de la realeza, que no fuera...? -Al recordar el embarazo de Danna, decidió que lo más cauto sería no meterla en sus problemas. Después de todo, ella ya estaba acostumbrada a que la gente quisiera verla muerta, pero no podría soportar cargar con el peso de la muerte de nadie más sobre sus espaldas. Y muchísimo menos, la muerte de la duquesa. Ella era la única familia que le quedaba, aun sin tener ningún vínculo sanguíneo de por medio. - Que no fuera la única familia que aún me queda... -La reina suspiró, y trató de aflojarse ligeramente las cuerdas que ataban sus muñecas. Estaban demasiado apretadas. - No sé quién sois, pero si lo que queréis es utilizarme de moneda de cambio, valdría mucho más estando de una pieza. Estas cuerdas están tan apretadas que apenas siento los dedos. No voy a escaparme, ni a intentar nada. No soy tan estúpida... -O quizá sí. Justo en ese momento recordó las palabras de Lorick, resonando en su cabeza. “No deberías salir de aquí, y mucho menos sola. No sabemos si alguien ha dado con vuestro paradero, ni si por algún casual me han seguido a mi hasta aquí. Por favor, Irïna, el reino no puede permitirse perderos, y mucho menos ahora, que todo parece regresar a su cauce...”
No había podido evitarlo. Y sabía que él nunca lo entendería, por eso fue tan idiota como para marcharse sin él. Ahora no estaba segura de qué le molestaría más, si no salir viva de aquel “secuestro”, o regresar a su lado solamente para escuchar la manida expresión de “te lo dije”. Suspiró para volver a observar al hombre. Había algo en él que le resultaba familiar. Era ese brillo en la mirada. Ese mismo brillo que aún relucía en sus propios ojos. El brillo de la desesperanza, de no tener nada que perder. El dolor escondido bajo capas de rencor. Y no pudo evitar empezar a sentir cierta comprensión hacia aquel criminal. Comprensión sobre el por qué de sus acciones. Alguien que ha perdido todo cuanto ama suele reaccionar alzándose en contra de quienes considera culpables de su desgracia, o escapando de aquello que le recuerda a lo perdido. Estaba claro, entre ellos dos, quién había escogido la primera opción, y quién la segunda. Aunque ahora quedaba la pregunta que nunca llegaría a formular, ¿cómo ella podría ser culpable de arrebatarle nada a alguien que ni siquiera conocía? Realmente había llegado a asumir que la gente la odiaba sin ningún motivo, por llevar a sus espaldas el peso de una nación a la que únicamente quería aportar paz y prosperidad. A pesar de que algunos se empeñaran en poner tantos escollos en su camino para que no lo consiguiera.
- En algo sí que no os equivocáis, y es que necesito preguntar qué habéis hecho con las personas que iban acompañándome. Sé que el guardia ha caído, y aunque puede que a vos no os importe, a mi sí que me importa. A mi y a su hija, que iba dentro. ¿Dónde están? ¿Les habéis dejado escapar? Que os cubráis el rostro no me ayuda a pensar que seáis alguien honorable, pero de haber sido un simple asesino, hubierais acabado conmigo cuando estaba aún en el coche. Eso me lleva a pensar que queréis algo, así que no creo que buscarais daños colaterales. -No es que esperara realmente que el criminal le respondiese, pero en aquellos momentos lo único que le importara era saber que nadie más había salido herido por su culpa. No podría soportarlo.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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