· Ráfandi Sálir ·

por **Alkonost** Mar Dic 11, 2018 9:03 pm

La melodía que escapaba de sus labios era tétrica, pero no carente de belleza. Las palabras, entonadas en apenas un susurro, hablaban de una tierra lejana y embrujada, donde el verde de las plantas era más brillante, y el frescor de la lluvia era más esperanzador. Donde el mundo parecía ir más despacio, para que incluso un ente como ella no se sintiera mareado por la velocidad con la que iban cambiando las cosas a su alrededor. Su canción hablaba de un mundo en el que las cosas tenían más sentido. Donde menos ánimas necesitadas de alivio pedían auxilio, permiso y ayuda para cruzar al otro lado.

Alkonost conocía pocos lugares de París, fuera del bosque en el que habitaba y protegía con sus habilidades, pero era capaz de vagar por sus calles y callejones, si escuchaba el eco de la voz de alguna de esas ánimas perdidas, porque a diferencia de los vivos, los difuntos sí merecían su atención, respeto y guía. Aquella noche era una de esas en las que había salido de su hábitat usual y de la comodidad y protección que le ofrecía su bosque, para aventurarse por la ciudad en busca del dueño de aquella voz que llevaba varias lunas acechándola. Al principio la ignoró, por pensar que se trataba en realidad de una especie de presentimiento, pero a medida que el tiempo pasaba, la voz se fue haciendo más y más fuerte, más y más insistente, hasta el punto de que los otros espíritus que convivían con ella en armonía en la arboleda, comenzaron a ponerse también nerviosos.

No comprendía bien por qué, pero no tardó mucho en percatarse de que si en realidad había estado ignorando aquella presencia era porque había algo que no le gustaba. Normalmente sabia distinguir el lugar preciso por el que se movían aquellos entes errantes, pero en el caso de éste que seguía llamándola de forma lastimera, su ubicación había ido cambiando, y con ello lo había hecho también la intensidad con que se escuchaba en sus oídos. Eso no era normal. Independientemente de lo lejos o cerca que se encontraran, los espíritus la llamaban siempre de la misma forma, y el eco de sus voces tenía la misma intensidad, el mismo tempo, tono y urgencia. Esta llamada, a pesar de compartir la característica de la desesperación, era cambiante a la par que confusa. Unas veces reflejaba dolor, otras rabia. Y otras, esperanza. ¿Qué tipo de esperanza puede albergar un ente que ya no existe en el plano real? Por una parte temía no ser capaz de ayudarle. Por otra, esa reacción le frustraba.

La esperanza, ¿qué es lo que la hacía nacer? ¿En qué momento de su vida la había perdido? ¿Y por qué se lo preguntaba ahora, que no había nada por lo que albergarla?

La neblina cubría el puente, que parecía estar desierto, a excepción de esa voz.
Una voz, procedente de una silueta que se alzaba frente al vacío. Un corazón que todavía palpitaba.

¿Había cometido un error?

por **Rhaegar W. Frimost** Jue Ene 10, 2019 6:08 pm

Observar el mar siempre me ha provocado una extraña sensación de desasosiego. Su inmensidad me hace sentir diminuto, y esa sensación no hizo más que incrementarse una vez que mi existencia en este mundo dejó de ser "auténtica". Quien suponga que después de la muerte, los miedos o las inseguridades que se sienten en vida dejan de tener importancia, están terriblemente equivocados. Amargamente descubrí en mis propias carnes que esas inseguridades no habían hecho más que acentuarse una vez mi existencia dejó de ser real en este plano. No tiene sentido, la verdad. Una vez muertos no podemos volver a morir, y por tanto, las cosas no deberían de tener tanta importancia, pero la muerte no nos lleva a olvidar, ni a deshacernos de ese equipaje que hemos arrastrado durante nuestras vidas. ¿Por qué? Me temo que nadie que conozco tiene respuesta a esa pregunta. El mar no puede dañarme, y ahora que no me veo limitado por las leyes físicas puedo hacer cuanto me plazca sin temer por las consecuencias. Pero aún así, no es suficiente para que deje de sentirme minúsculo en su presencia. Creo que conozco la razón tras esta sensación, y es que se asemeja demasiado a lo que imagino que significa olvidarse de alguien. Llevo ya algunos años siendo sin ser, e inevitablemente, los rostros de mi familia, de las personas por las que he jurado venganza (y por las que la llevaré a puerto), comienzan a hacerse menos y menos detallados. Menos nítidos. Menos ciertos.

Mi existencia en este mundo fue demasiado corta, y mi poder en él demasiado limitado, como para que mi recuerdo permanezca en la memoria de nadie por mucho tiempo. Y no debería importarme, después de todo, aquí sigo, y tengo la capacidad de aparecerme, de ser aunque no sea. Pero, ¿cuánto tiempo tardaré yo mismo en olvidarme de la persona que alguna vez fui, si lo que se abre ante mi es la eternidad? Mi nombre dejará de tener significado, y más cada vez que necesite de poseer el cuerpo y la mente de otros con el único motivo de poder sentir algo de nuevo. Es extraño, y desagradable.

Aquella noche era el cuerpo de un muchacho joven que había estado paseando, cogido del brazo de una hermosa joven, el que había tenido la mala suerte de cruzarse conmigo. Pensando que tal vez un poco de sexo me ayudaría a deshacerme de mis incomodidades, me introduje en su cuerpo y derramé su (mi) semilla en el cuerpo cálido y receptivo de la señorita. Y me sentí igual de vacío. Como pago por mi propia infelicidad, la dejé tirada y confusa para salir corriendo con el cuerpo de su amado, y estúpidamente me dirigí al puente, y desde él, me dediqué a observar el mar que me hacía sentir tan insignificante como el hecho de saber que ni poseyendo un cuerpo ajeno era capaz de recordar las emociones que una vez conseguían hacerme sentir vivo. ¿Puede morir un cuerpo, estando poseído por un fantasma? Mi repentina curiosidad nos sorprendió a ambos. A mi, por saberme tan retorcido como para querer matar a alguien a quien ni siquiera conocía; y a él, porque encontró las fuerzas para intentar deshacerme de mi intrusión dentro de sí mismo.

¿Quién ganaría?

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