Dead flowers | Privado

por **Vita Kučinskis** Mar Dic 18, 2018 8:44 pm

"Aunque por otro lado pienso que no debería verte nunca. Pero te veré porque te necesito."
Sobre héroes y tumbas - Ernésto Sábato

Lo había sabido, incluso antes de tener la certeza que la hechicera le había dado. Sus huesos, su sangre, su mente y su alma se habían sentido, irremediablemente, atraídos por ese licántropo tan joven. Ella lo había creado, sin tener la intención de convertirlo. Lo había visto por casualidad merodeando cerca de su escondite, pero en ningún momento sintió que su presencia fuese amenazante, por lo que decidió seguirlo a una distancia prudente, hasta descubrir el sitio donde vivía. Lo contempló desde lejos, hasta que decidió que debía recurrir a alguna hechicera que le ayudase a aclarar el panorama. De ese modo, llegó a una mujer que le pidió que llevase una prenda del joven en cuestión, y Vita se vio obligada a entrar a la vivienda, fuertemente custodiada, y robar una camisola del muchacho, no sin llevarse unas heridas cuando fue descubierta. Logró escapar de milagro. La bruja, inmediatamente, confirmó que ese joven había recibido su mordida. Vita abandonó la vivienda sumida en el más absoluto silencio, con cientos de interrogantes en su mente.

En el trayecto de regreso, pensó mucho en su padre. Siempre lo hacía. Pero recordó cómo la acompañó en su proceso, en entender cómo su cuerpo había cambiado y cómo lo haría cuando la Luna llena se irguiese en el firmamento. Él había sido su gran compañero, le había salvado la vida y le había dado la oportunidad de ser alguien mejor. Se preguntó qué habría hecho Raimonds en su lugar, y sin dudarlo, supo que debía acercarse a Hugo, tal como había escuchado que era el nombre del joven. ¿La aceptaría? ¿Podría decirle la verdad desde el principio?

Las dudas se disiparon en cuanto llegó a su vivienda y se puso a tallar madera. Estaba intentando darle la forma de un lobo, cuando percibió el aroma de su creación dando vueltas. El Sol estaba pronto a desaparecer, pero Vita no encendería ninguna vela. No quería alertar a nadie sobre su presencia allí. Dejó los materiales sobre la mesa y se adentró en la espesura del bosque, guiada por el olor de Hugo, que no estaba solo. Esperó, con paciencia, que se separara un poco del grupo de hombre que lo acompañaba y fue hacia él, decidida. El muchacho aún no la había percibido, y Vita cayó en la cuenta de que aún no conocía el alcance de sus habilidades. A ella le había costado mucho entenderlas, y fue gracias a Raimonds que consiguió cierto control sobre ellas.

—Hola —dijo con soltura, cuando apareció frente a él, obligándolo a frenarse para no chocarla.

Una suave sonrisa le dulcificó las facciones. Vita estaba contenta de poder verlo tan de cerca. El cabello rubio de la licántropa le bañaba los hombros y la espalda, caía como una cascada dorada que se mecía con la suave brisa que soplaba. Llevaba su vestido verde musgo, gastado de tanto uso, mustio y apagado. Por primera vez en todo ese tiempo sin su padre, Vita no se sintió sola. Miró a Hugo a los ojos y supo que estaba frente a algo especial. La conexión fue fuerte, poderosa, y se preguntó si el hombre que la había adoptado sintió lo mismo por ella luego de brindarle aquel poder. Vita tuvo la seguridad de que tenía una misión y se preguntó si el joven sentía aquel don como un castigo o como una bendición. Ella no conocía a muchos otros licántropos, pero jamás le había pesado lo antinatural de su condición. Había pasado su vida adaptándose a todo, y ser licántropa se había terminado convirtiendo en una situación más a la que habituarse.

por **Hugo Dārziņš** Lun Feb 18, 2019 10:04 pm

Una y otra vez, Hugo llegaba a ese lugar, como si algo etéreo —un aullido a la lejanía— lo llamara con fuerza aunque el sonido fuera débil. No lo entendía, simplemente tenía la necesidad de ir a esa parte del bosque, sobre todo cuando la luna llena estaba cerca. Se preguntó si transformado en lobo iría hasta esos lares también; era lo malo de perder la consciencia.

Sin embargo, en esta ocasión no había ido para olfatear como el perro herido que era, aunque le fue inevitable hacerlo, sino era parte de una comitiva enviada por su padre. Iban a ejecutar a un traidor y ese trabajo solía ser suyo, aunque sabía que antes querían sonsacarle información. A pesar de ser un asesino, simple y llanamente, torturar jamás había estado en su hoja de vida y no pensaba agregarlo, para eso iban los otros sujetos.

Fue perdiendo velocidad hasta quedarse atrás. Se sintió observado y el aullido que escuchaba en sus sueños resonó cerca de su oído, un susurro y un grito a partes iguales. Dio un respingo, de pronto demasiado sobrestimulado. Odiaba no poder controlar esas cosas y se giró al escuchar «hola», eso sí que no había sido su imaginación.

Con ojos bien abiertos, Hugo miró a la chica que pudo acercarse a él sin ser detectada. De por sí un hábil maestro de sus sentidos, todo eso se había potenciado tras su ataque. ¿Estaba demasiado distraído o esta chica sería sobrenatural? Aún no lograba identificarlos con facilidad y todo en el bosque solía aturdirlo, embotando su percepción.

—Hola —respondió del mismo modo—, ¿estás perdida? Este sitio es… —«Este sitio está maldito, lo sé, lo siento aquí en mi pecho y en mis ojos», pero no lo dijo—. Puede ser peligroso. —Y echó un vistazo más allá, a donde los hombres de su padre estaban preparando todo para la tortura en río. Estaban fuera de su vista, mucho más allá, ocultos, pero él podía precisar el lugar, porque nada hedía como el miedo y la víctima en turno sólo eso exudaba.

Sin darse cuenta, casi contra su voluntad, dio un par de pasos y se acercó a ella. Eran como dos manchas de sangre en un suelo prístino, que crecen y crecen y se llaman mutuamente hasta juntarse. Esa visión malsana invadió sus pensamientos y se talló los ojos, para alejar la imagen de su mente.

—Es decir, no es común ver a chicas como tú por aquí. Te imaginaría más en el centro de París vendiendo flores —dijo y fue el Hugo usual, dicharachero y fanfarrón. Incluso sonrió con ese gesto suyo que lo mismo podía hacer caer a cualquiera que grajearle unos cuantos golpes. Encantador e insufrible, esas eran las palabras que mejor lo definían, o al menos al Hugo de hace un año, antes de ser mordido.

—Si quieres puedo encaminarte a tu casa —se ofreció, pero algo le dijo que no estaba perdida. Aún así, quiso creer que sí, porque cualquier otra opción le pareció demasiado terrible aunque no supiera cuáles eran.

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