AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Dead Men Tell No Tales → Privado
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Dead Men Tell No Tales → Privado
“The sea is emotion incarnate. It loves, hates, and weeps. It defies all attempts to capture it with words and rejects all shackles. No matter what you say about it, there is always that which you can't.”
― Christopher Paolini, Eragon
― Christopher Paolini, Eragon
El vasto océano frente a él era lo mismo una puerta abierta, que un recordatorio cruel de la vida que llevaba ahora. Su reencuentro con Amanda Smith no hace mucho, le había traído nuevos bríos, nueva esperanza si se quería. La sola posibilidad de regresar a alta mar le hacía hervir la sangre con la pasión bucanera que, a pesar del sedentarismo, no se había extinguido en él. Un rebelde, siempre lo había sido, y aunque ahora ya no era un jovencito, ni en apariencia, mucho menos en edad, no tenía por qué ser diferente, aunque un ancla llamada familia lo amarraba a tierra.
El viento le despeinó el cabello. El aroma a sal y óxido inundó sus pulmones. Reinout cerró los ojos como si olfateara algo, algo importante… sus manos entrelazadas en la espalda sostenían con fuerza una nota. No una nota cualquiera. Aquella misiva no necesitaba firma, la hubiera reconocido incluso si no decía nada; en cambio, una rosa de marcada tinta negra era la que rubricaba el mensaje. Se había enterado, claro, de la muerte de Christopher Hornigold y lamentó que un pirata tan capaz ya no navegara los siete mares. Ah, tanto había cambiado desde que regresó al hogar paterno, a tomar su lugar como heredero van Bergeijk, pero el mar no dejaba de llamarlo como las sirenas a Odiseo.
El sol estaba por desaparecer en la fina y blanca línea del horizonte cuando escuchó pasos sobre la madera vieja del muelle. Pasos ligeros, femeninos y fieros. Se giró moviendo el bigote y sonrió al verla. Incluso él, un cínico, un embaucador, no pudo ocultar la sorpresa de verla de nuevo, así… aún recordaba (cómo olvidarlo) lo que compartieron juntos. Cómo esa chiquilla había logrado engañarlo, seducirlo, e incluso encantarlo. ¿Enamorarlo? Esas eran palabras mayores.
—Pero qué tenemos aquí —abrió los brazos, en una mano la nota todavía sostenida con fuerza—. Confieso que fue una sorpresa saber de ti. Una muy buena sorpresa —sin mucho recato, Reinout caminó hacia ella, la tomó por los hombros y la besó en ambas mejillas—. En tu apellido llevas la condena, Regina Hornigold —se separó, sin soltarla y la miró con suspicacia.
—No había mejor lugar para nuestro reencuentro —se giró y señaló con una mano, como si mostrara un gran e imposible truco de magia, el punto donde el sol ya se había ocultado, dejando a su paso nada más un resplandor naranja y el cielo que comenzaba a pintarse de noche.
—Lamento lo de tu padre —entonces dejó de lado el entusiasmo y habló de manera más solemne. Christopher era un hombre al que respetaba y no había muchos de esos. Para que Reinout respetara a alguien de ese modo, se necesitaba mucho, ser algo verdaderamente extraordinario. Regina como su padre, lo era también. La soslayó, esperando ver una reacción.
—Lamento también que nos veamos de nuevo hasta ahora, ¿dónde demonios habías estado? —Aligeró el ambiente, o trató de hacerlo. Se peinó el bigote, retorciéndolo con el índice y el pulgar en un gesto ladino. Sus ojos azules astutos la miraron, como preguntándole con éstos también.
¿Qué podía esperarse? Los protocolos de la alta sociedad no iban con él y no iba a saludar a Regina con toda esa pompa de la que ya estaba harto. Con ella compartía historia, vivencias, era una igual y quizá eso era lo más valioso para un hombre como Reinout. No mentía al decir que lamentaba lo de su padre, y que esas fueran las circunstancias para volver a verse; sin embargo, se alegraba de hacerlo, Regina no sólo se había convertido en una hermosa mujer, sino que parecía tan determinada y feroz como recordaba.
Última edición por Reinout van Bergeijk el Dom Dic 31, 2017 2:37 am, editado 1 vez
Reinout van Bergeijk- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/09/2015
Localización : París
Re: Dead Men Tell No Tales → Privado
"Beyond the East the sunrise, beyond the West the sea, and the East and West, the wander-thirst that will not let me be."
Gerald Gould
Gerald Gould
La tierra le dolía. El mar aclamaba por su presencia, ansiaba envolverla en su oleaje y llevarla a parajes ricos. Añoraba la euforia de la caza, el momento previo a asaltar un barco, incluso el sonido de los cañones preparándose. Sus hombres sentían lo mismo que ella. Estaban malhumorados y le preguntaban, constantemente, cuándo volverían. Ella les pedía paciencia pero sabía que todo se había demorado más de lo esperado. Pero su tripulación era leal, y se conformaba con vivir en el navío anclado en el puerto; unos pocos la habían acompañado en la lujosa residencia que había alquilado en la zona céntrica de París. Su presencia era un misterio, le habían llegado invitaciones a fiestas, pues todos querían saber quién demonios se hospedaba en el enorme palacete, especialmente, por la danza de hombres mal vestidos que entraban y salían de allí. Regina no se dejaba ver, cuidaba sus movimientos y se mantenía más en alerta que nunca, en especial, porque no se sentía segura en la firmeza del suelo. Su sitio era allí donde no había estabilidad, sobre las aguas bravías y saladas.
— ¿Es necesario que lo ajustes tanto? —se quejó, con un gesto de horror. Una de las pocas mujeres de su tripulación, una cocinera de caderas anchas, rostro redondo y cabello rojizo y entrecano, oficiaba de doncella. No había querido contratar a nadie.
—Señorita, usted no es como todas las muchachas. Mírese el busto, las caderas, es necesario ajustar más el corsé.
— ¿Me estás diciendo que estoy gorda, Ophelia? —preguntó con una sonrisa amplia.
—No, sería incapaz. Usted es hermosa, sólo que estos malditos franceses hacen ropa para escuálidas, y si no ajusto más, se verá desalineada.
—Tampoco quiero impresionarlo, ya me conoce des… —se detuvo al recordar la presencia de la pequeña Faith, que se reía en silencio, sentada en la cama, con Onyx en el regazo y Zeus trepado a su cabeza. —Ya me conoce bien.
—Hace muchos años que no lo ve. Y lo necesita. Una mujer debe usar sus atributos —en un gesto rápido, le apretó los pechos, lo que hizo que ambas largaran una carcajada. Faith no entendió demasiado, pero rió también, por las dudas.
Salió de la residencia y un coche de alquiler la trasladó hacia el puerto, el sitio que había escogido para su reencuentro con Reinout. No iba a negar lo ansiosa que estaba; el cosquilleo en la boca del estómago y la transpiración en las manos enguantadas, la delataban. Además, no era la clase mujer que negara sus emociones. Se hacía cargo de ellas y de las consecuencias de sus actos. Había aprendido, a fuerza de golpes, que esa era la mejor manera de afrontar los hechos. Y así, con esa determinación, era que había decidido que la muerte de Christopher, su adorado padre, no naufragaría. Se había tomado el tiempo suficiente para cavilar las opciones, recabar información y había llegado a la conclusión de que necesitaba a aquel hombre que la había convertido en mujer, cuando aún era una niña. Ese hombre que tanto admiraba, respetaba y del que tanto había aprendido.
Lo vio de espaldas y caminó hacia él, incapaz de disimular la fiereza de su taconeo. Lucía femenina enfundada en su atuendo azul noche, pero el cabello negro, suelto y lacio, era mecido por la brisa salada y fresca. Ah…eso era todo lo que necesitaba. El sonido de la marea la amansaba, y dejó que los gestos afectuosos del otrora corsario, la llenaran de calidez. Hasta ese momento, no se había dado cuenta de lo mucho que había necesitado el cariño de un amigo.
—Sé que lo lamentas —fue lo único que pudo decir, con un nudo en la garganta. Estaba emocionada y afectada, no sólo por la sinceridad con la que se había dirigido van Bergeijk, sino porque él sería siempre alguien especial. — ¿De verdad me preguntas dónde he estado? —se acomodó rápidamente al cambio de rumbo de la conversación. —Es un secreto, querido. O pregúntaselo al Rey de Inglaterra de dónde vienen las riquezas, quizá él pueda responderte —se alejó unos pasos hacia atrás, necesitaba contemplarlo. Se llevó las manos a la cintura y lo observó de pies a cabeza —Estás más guapo que nunca. Lástima que no estoy buscando marido, sino te desposaría aquí mismo y te secuestraría como a una damisela —el humor era una de las armas de Regina, la que desenfundaba cuando estaba nerviosa. Y vaya que lo estaba…
— ¿Es necesario que lo ajustes tanto? —se quejó, con un gesto de horror. Una de las pocas mujeres de su tripulación, una cocinera de caderas anchas, rostro redondo y cabello rojizo y entrecano, oficiaba de doncella. No había querido contratar a nadie.
—Señorita, usted no es como todas las muchachas. Mírese el busto, las caderas, es necesario ajustar más el corsé.
— ¿Me estás diciendo que estoy gorda, Ophelia? —preguntó con una sonrisa amplia.
—No, sería incapaz. Usted es hermosa, sólo que estos malditos franceses hacen ropa para escuálidas, y si no ajusto más, se verá desalineada.
—Tampoco quiero impresionarlo, ya me conoce des… —se detuvo al recordar la presencia de la pequeña Faith, que se reía en silencio, sentada en la cama, con Onyx en el regazo y Zeus trepado a su cabeza. —Ya me conoce bien.
—Hace muchos años que no lo ve. Y lo necesita. Una mujer debe usar sus atributos —en un gesto rápido, le apretó los pechos, lo que hizo que ambas largaran una carcajada. Faith no entendió demasiado, pero rió también, por las dudas.
Salió de la residencia y un coche de alquiler la trasladó hacia el puerto, el sitio que había escogido para su reencuentro con Reinout. No iba a negar lo ansiosa que estaba; el cosquilleo en la boca del estómago y la transpiración en las manos enguantadas, la delataban. Además, no era la clase mujer que negara sus emociones. Se hacía cargo de ellas y de las consecuencias de sus actos. Había aprendido, a fuerza de golpes, que esa era la mejor manera de afrontar los hechos. Y así, con esa determinación, era que había decidido que la muerte de Christopher, su adorado padre, no naufragaría. Se había tomado el tiempo suficiente para cavilar las opciones, recabar información y había llegado a la conclusión de que necesitaba a aquel hombre que la había convertido en mujer, cuando aún era una niña. Ese hombre que tanto admiraba, respetaba y del que tanto había aprendido.
Lo vio de espaldas y caminó hacia él, incapaz de disimular la fiereza de su taconeo. Lucía femenina enfundada en su atuendo azul noche, pero el cabello negro, suelto y lacio, era mecido por la brisa salada y fresca. Ah…eso era todo lo que necesitaba. El sonido de la marea la amansaba, y dejó que los gestos afectuosos del otrora corsario, la llenaran de calidez. Hasta ese momento, no se había dado cuenta de lo mucho que había necesitado el cariño de un amigo.
—Sé que lo lamentas —fue lo único que pudo decir, con un nudo en la garganta. Estaba emocionada y afectada, no sólo por la sinceridad con la que se había dirigido van Bergeijk, sino porque él sería siempre alguien especial. — ¿De verdad me preguntas dónde he estado? —se acomodó rápidamente al cambio de rumbo de la conversación. —Es un secreto, querido. O pregúntaselo al Rey de Inglaterra de dónde vienen las riquezas, quizá él pueda responderte —se alejó unos pasos hacia atrás, necesitaba contemplarlo. Se llevó las manos a la cintura y lo observó de pies a cabeza —Estás más guapo que nunca. Lástima que no estoy buscando marido, sino te desposaría aquí mismo y te secuestraría como a una damisela —el humor era una de las armas de Regina, la que desenfundaba cuando estaba nerviosa. Y vaya que lo estaba…
Regina Hornigold- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/03/2017
Re: Dead Men Tell No Tales → Privado
Movió el bigote en un gesto pensativo, para luego soltar una risotada, misma que nació desde dentro. Se sabía que Reinout reía con facilidad, pero pocos en verdad lograban hacerle cosquillas a su alma como para reír de ese modo. Dejó un rastro de sonrisa en su rostro y la contempló ahora mejor, sobre todo cuando se hizo para atrás. Arqueó una ceja. No lamentaba lo que había hecho, aunque había estado moralmente mal, sin embargo, era un pirata y esas cosas no le quitaban el sueño, sin embargo, en ese instante, deseó repetir la experiencia, con una mujer hecha y derecha. Y no cualquier mujer: Regina, ni más, ni menos. Además, pensó en esa rapidez mental que tenía, si le quitara el nombre y la tradición bucanera, de todos modos se sentiría atraído a ella en ese momento. Regina era una mujer espectacular por donde ser le viera. No disimuló tampoco cómo la recorrió con la mirada, y el gesto de satisfacción que vistió luego.
—Estaría encantado de ser tu damisela en apuros —hizo una teatral reverencia—, pero la verdad creo que más bien gobernaríamos el océano como rey y reina errantes —le guiñó un ojo y se acercó. La tomó por los hombros, y se inclinó un poco, para besarla en ambas mejillas.
No hubo la efusividad que lo caracterizaba. Sus movimientos fueron pausados, y el roce de sus labios con la piel ajena fue fugaz, apenas perceptible; más bien fue el bigote el que más se notó en todo aquello. Al separarse, la miró a los ojos; esos seguían siendo los mismos, quizá ahora más sabios y más tristes, pero brillaban con la misma intensidad que lo hacían antaño, cuando ella se escabulló a su camarote y él la hizo mujer. Se sintió orgulloso de ese logro de pronto; él había tomado a esta increíble mujer que tenía de frente, todos los que vinieron después fueron sólo pobres imitaciones, o al menos eso quiso creer.
—No lo dudo, que sea gracias a ti que Inglaterra sigue siendo el grano en el trasero de España —se paró junto a ella y le ofreció su brazo para caminar a lo largo del malecón, a orillas del mar, el sitio que los unió, que fue testigo de un breve, pero apasionado romance, que los separó también. El mar era caprichoso, y ambos lo sabían; el mar los había vuelto a encontrar.
Pensó en la propuesta de la reina Smith. Si aceptaba (como probablemente lo haría), los Países Bajos entrarían a esa disputa por los canales comerciales. Sabía que Regina era inteligente, y que entendía perfectamente cómo se hacían las cosas una vez que dejabas tierra, así que no temió.
—Debo decir que me siento terriblemente mal vestido ahora que te veo —lanzó una mirada de soslayo a su acompañante mientras comenzaba su marcha. Aunque no iba zarrapastroso, su atuendo casual pareció inapropiado—. Me halaga que te hayas tomado tantas molestias sólo para verme. No sabía que la moda francesa del corsé fuera contigo —rio. Se burló, pero no lo hizo con saña; entre ellos podían hacer eso.
—Y aunque me gusta pensar que me llamaste porque me extrañabas en el timón y en tu cama, quisiera saber la verdadera razón para vernos ahora. Quise buscarte antes —se detuvo y se volvió para poder verla. En su expresión uno podía palpar la sinceridad—, sin embargo, sabía que si lo hacía, caería rendido ante tus encantos, y eso incluía volver a navegar. Soy un van Bergeijk ahora, no Ren, no el zorro demasiado astuto. Al menos por ahora eso soy —pareció una advertencia, pero más bien fue un lamento, porque si alguien podía comprenderlo, era ella.
Reanudó su caminata. Las olas más allá, rompiendo en la orilla, embravecidas por la luna, le trajeron tranquilidad. Había soportado y sobrevivido muchas tempestades, sin embargo, sabía, Regina Hornigold era la mayor y más letal de ellas.
Reinout van Bergeijk- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/09/2015
Localización : París
Re: Dead Men Tell No Tales → Privado
No había perdido el toque, y eso la reconfortó. Logró reconocer, con facilidad, al Reinout de antaño. La firmeza de la tierra no había logrado cambiarlo de todo, y supo, con gran facilidad, que estaba en el lugar indicado, con la persona correcta. No se lo dijo la tibieza en el pecho, ni la carcajada que compartieron, ni siquiera la picardía con la que había retomado un diálogo por demás postergado. Se lo dictó la enorme paz que sintió de estar junto a él, de haberlo reencontrado tras tantos años y que, a pesar de eso, entre ellos nada hubiera cambiado. Debía aceptar que la duda la había invadido instantes antes; quizá él esperaba a una mujer más madura, más recatada, pero Regina estaba lejos de eso. Tenía aquel humor que la haría reír en medio de un funeral, que le hacía tomarse con menos seriedad las cosas y, por supuesto, nada de eso encajaba con los parámetros de normalidad que se esperaban de las mujeres. Pensó, por una fracción de segundo, que Reinout tal vez ya no gustaba de aquellas ínfulas de niña superada, que se había convertido en uno más, en un hombre acartonado, pero nada de eso había ocurrido. Sí, el tiempo había pasado para ambos, pero entre ellos había una química que nadie será capaz de erradicar.
—Continúas siendo el mismo descarado de siempre —comentó con una enorme sonrisa, antes de aceptar su brazo. Pensó en que jamás había caminado de aquella manera con un hombre que no fuera su padre. No era la clase de mujer que se dejara cortejar, o que anduviera por la vida sostenida de cualquier caballero. Pero todos tenían una debilidad, y aunque le pesase, Regina aceptaba que la suya era aquel neerlandés de exótico bigote y cabello de fuego. Nunca había querido aferrarse al recuerdo, a las sensaciones nuevas de su primera vez como mujer, pero van Berjeijk continuaba haciéndole temblar las piernas, y no porque la pasión compartido, aquello había sido la coronación y la culminación de lo compartido, que había sido mucho más.
—Puedo seguir sorprendiéndote —respondió con picardía, con una necesidad absoluta que quitarle solemnidad a la mirada del otrora pirata. —Hiciste bien en no buscarme. Yo me habría convertido en mi madre si te hubiera dejado entrar en mi vida una vez más —adoraba la sinceridad con la que podían tratarse. Regina estaba totalmente segura que, de haber tenido a Reinout junto a ella, hubiera terminado dejando altamar como lo hizo su progenitora, que se llenó de hijos y se instaló en una casa, a vivir una vida que no le pertenecía. Porque, si de algo estaba segura, era de la insatisfacción de Clara de haber tenido que dedicarse a la crianza de los niños y del cuidado del hogar. A Regina le gustaba creer que aquel sacrificio fue por amor y que eso era lo que la mantenía cuerda.
El silencio se cernió sobre ellos. Las palabras descansaron en la brisa salada que se les pegaba en el rostro. Debía buscar precisión, no quería que se sintiera presionado. Sí, ella también sabía negociar y persuadir, muy a pesar de lo impulsiva que podía llegar a ser. Continuó caminando, dejando que el mar se lleve lo desesperado que estaba su corazón; le pidió, a ese único dios en el que creía, que mermase su sed de venganza para poder seguir con inteligencia y trazar un plan que no la hiciese perder todo. Por un momento, pensó en todos los Hornigold y en que no quería perjudicarlos, pues Christopher se sentiría muy decepcionado.
—Vine a ti porque deseo hacer justicia por mi padre —lo soltó como lo sintió. Y sabía que no había sido con el mayor de los protocolos. Esta vez que ella la que se detuvo y volteó para observarlo. La sonrisa astuta se le había borrado. —Necesito que me ayudes a vengar su muerte, Reinout. No tendré paz hasta conseguirlo, y no confío en nadie tanto como en ti para que me ayudes —con sus manos, tomó una de las de él y la apoyó en su propia mejilla. Jamás dejó de mirarlo —Sé que ahora tu vida es otra, que tienes otras prioridades, pero estoy desesperada. Si tuviera otras opciones, jamás interrumpiría tu paz. Pero no las tengo, te juro que no las tengo —Regina contuvo el deseo de llorar.
—Continúas siendo el mismo descarado de siempre —comentó con una enorme sonrisa, antes de aceptar su brazo. Pensó en que jamás había caminado de aquella manera con un hombre que no fuera su padre. No era la clase de mujer que se dejara cortejar, o que anduviera por la vida sostenida de cualquier caballero. Pero todos tenían una debilidad, y aunque le pesase, Regina aceptaba que la suya era aquel neerlandés de exótico bigote y cabello de fuego. Nunca había querido aferrarse al recuerdo, a las sensaciones nuevas de su primera vez como mujer, pero van Berjeijk continuaba haciéndole temblar las piernas, y no porque la pasión compartido, aquello había sido la coronación y la culminación de lo compartido, que había sido mucho más.
—Puedo seguir sorprendiéndote —respondió con picardía, con una necesidad absoluta que quitarle solemnidad a la mirada del otrora pirata. —Hiciste bien en no buscarme. Yo me habría convertido en mi madre si te hubiera dejado entrar en mi vida una vez más —adoraba la sinceridad con la que podían tratarse. Regina estaba totalmente segura que, de haber tenido a Reinout junto a ella, hubiera terminado dejando altamar como lo hizo su progenitora, que se llenó de hijos y se instaló en una casa, a vivir una vida que no le pertenecía. Porque, si de algo estaba segura, era de la insatisfacción de Clara de haber tenido que dedicarse a la crianza de los niños y del cuidado del hogar. A Regina le gustaba creer que aquel sacrificio fue por amor y que eso era lo que la mantenía cuerda.
El silencio se cernió sobre ellos. Las palabras descansaron en la brisa salada que se les pegaba en el rostro. Debía buscar precisión, no quería que se sintiera presionado. Sí, ella también sabía negociar y persuadir, muy a pesar de lo impulsiva que podía llegar a ser. Continuó caminando, dejando que el mar se lleve lo desesperado que estaba su corazón; le pidió, a ese único dios en el que creía, que mermase su sed de venganza para poder seguir con inteligencia y trazar un plan que no la hiciese perder todo. Por un momento, pensó en todos los Hornigold y en que no quería perjudicarlos, pues Christopher se sentiría muy decepcionado.
—Vine a ti porque deseo hacer justicia por mi padre —lo soltó como lo sintió. Y sabía que no había sido con el mayor de los protocolos. Esta vez que ella la que se detuvo y volteó para observarlo. La sonrisa astuta se le había borrado. —Necesito que me ayudes a vengar su muerte, Reinout. No tendré paz hasta conseguirlo, y no confío en nadie tanto como en ti para que me ayudes —con sus manos, tomó una de las de él y la apoyó en su propia mejilla. Jamás dejó de mirarlo —Sé que ahora tu vida es otra, que tienes otras prioridades, pero estoy desesperada. Si tuviera otras opciones, jamás interrumpiría tu paz. Pero no las tengo, te juro que no las tengo —Regina contuvo el deseo de llorar.
Regina Hornigold- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/03/2017
Re: Dead Men Tell No Tales → Privado
Algún insensato había dicho alguna vez que las mujeres y el mar no se llevaban, y ese pobre tonto, igual que todos los que le creyeron, podían ver su error hecho carne y sangre en Regina Hornigold, la diosa Rán en persona, la única Anfítrite real que Reinout iba a reconocer jamás, que incluso vestida así, y fuera de un barco, era más marinera que muchos que el viejo zorro demasiado astuto había conocido.
La soslayó nada más, sin decir nada, sin confesarle que si alguna vez tuvo la descabellada idea de tener hijos, formar una familia, tener algo de normalidad, había sido con ella, incluso después de su separación. La soñaba, como náyade que brota del océano, etérea y letal, que se escurre por la cubierta del navío, hecha de madera que rechina con el oleaje, y llega hasta el camarote del capitán, el suyo, y no le permite despertar, así en ese ese estado de duermevela lo toma y lo devora, lo monta como a un semental de mar y luego regresa a sus profundidades.
A pesar de los años que pasaron sin verse, a pesar de esas partes no dichas, le sorprendió y complació a partes iguales la normalidad con la que pudieron retomar la íntima convivencia. Se conocían demasiado bien como para que hubiera sido de otro modo, aún así, ese temor estuvo latente desde que recibió la nota rubricada con la rosa negra. ¿Y si ella había cambiado? Peor aún, ¿y si él había cambiado? Moldeado por la vida tranquila y de lujos que ahora llevaba como mano derecha de su padre, hombre de mar también, pero demasiado cabal como para ser un pirata. Aún así, sintió el cambio en el semblante de Regina, no dijo nada, continuó caminando, la conocía, la reconocía, los dos que fueron alguna vez seguían ahí, y mejor, más vivos y más armados.
Se detuvo cuando ella lo hizo, y su rostro sereno sin duda era extraño, porque casi no lo usaba. Movió el bigote, pero nada más.
Sin saber qué responder aún —un hito, pues su boca era rápida y astuta—, dejó que las manos de Regina lo tomaran, lo guiaran, así fuera a ese reino en lo profundo del mar, de donde ella surgía en sus sueños. Entonces dejó que el peso de las palabras poco a poco las fuera acomodando en su interior.
—Me ofendes, Regina —comenzó, muy serio todavía, tomando ahora él la mano ajena, y acercándola a su pecho—, que yo no sea tu primera opción, eso me ofende —dijo, no sonrió aunque el tono socarrón era obvio. Sacudió la cabeza, sabía que no era momento para bromas, simplemente le resultaba irremediable, y de algún modo debía decirle eso, ¡¿cómo que él no era su primera opción?!
—No voy a pretender que te comprendo, porque no lo hago, no he tenido jamás una pérdida como la tuya, en esas circunstancias, pero lo que sí entiendo es tu deseo, y lo respeto —dijo de manera clara—, debería negarme, quedarme al lado de mi padre, que ya es viejo, pero Regina… Regina… ¿cómo te voy a decir que no a ti? Peor aún, sabiendo que solo con esta empresa vas a hallar paz. —La tomó de la mano, entrelazó sus dedos con los de ella y avanzó un poco, de modo que ambos quedaran frente al oleaje, a su aroma a sal y arena.
—Somos personas que no conocen ese concepto, el de la paz, por el camino que elegimos, o yo qué sé —habló muy sosegado, sin verla a ella, sólo al horizonte que se perdía en la noche—, si consigo darte algo de eso que se nos ha birlado por esta condena de izar Jolly Rogers y saquear, lo voy a hacer. —Al fin giró el rostro para verla. Le sonrió con una expresión de calma que se necesitaba ver para creer, pues Reinout era muchas cosas, menos alguien tranquilo.
—Dime lo que sabes, y yo te voy a seguir, mi capitana. —Se inclinó al frente en una refinada reverencia que nada tenía de broma, como acostumbraba, en cambio, en ese gesto dejó ver la educación privilegiada a la que tuvo acceso. Besó la mano de Regina, y llamarla así era la muestra más clara de respeto y cariño que Reinout iba a mostrar jamás.
Última edición por Reinout van Bergeijk el Mar Mayo 15, 2018 8:52 pm, editado 1 vez
Reinout van Bergeijk- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/09/2015
Localización : París
Re: Dead Men Tell No Tales → Privado
El sonido de las olas cuando se formaban, era su favorito. Era un murmullo, nada sereno, que anticipaba la ruptura. Era el canto del océano, llamándola, pidiéndole volver al sitio al que pertenecía. La tierra firme le sentaba mal. Regina concebía su vida sobre una embarcación, no importaba si era una de gran porte o un pequeño bote pesquero. Necesitaba el movimiento, la inestabilidad, el nunca saber qué ocurriría. Eso era lo que amaba del agua: su libertad. Por más experimentado que fuese el hombre, nunca podría controlar la furia del mar. Era una deidad rebelde e infinita. Podrían estudiar durante siglos lo que había allí, pero jamás llegarían a su corazón. Por eso, la capitana, se sentía identificada. Ella también era impredecible, en sus pensamientos, en sus reacciones, incluso en sus emociones y sentimientos. Ni la propia Regina sería capaz de adivinar cómo haría frente a tal o cual situación.
Tampoco sabía cómo podría sobrellevar la tormenta que se había desatado en ella ante la presencia de Reinout. Calma y tempestad. Había imaginado que se trataba de un asunto dejado en el pasado, en un recuerdo dulce que le abrió las puertas a un universo de placeres ocultos, pero nada más. Sin embargo, estar frente a él, aún le provocaba aquel leve temblequeo en la boca del estómago, que se traducía en sus piernas también. La fuerza que él emanaba parecía envolverla, lanzándola de un sitio a otro y también elevándola a sitios a los que ningún otro sería capaz de llevarla. Ni en sus recuerdos –ni en sus sueños- la impactaba tanto la figura de Reinout como en ese momento, que tan cerca lo tenía, que podía escucharlo, sentirlo, olerlo. Si él le pedía que abandonase su plan, Regina era capaz de reflexionar la idea, de desempolvarse la negrura de la venganza y continuar su vida, esperando que ésta decantase por sí sola. Mas el cambiante no lo hizo, sino que aceptó unírsele y le brindó su ayuda.
—No me ridiculices —se quejó, con una sonrisa cuando él la reverenció de aquella forma. Las mejillas se le tiñeron de un simpático rubor, y retiró la mano, sintiendo aún la tibieza del tacto de los labios de su antiguo amante.
—No sé demasiado sobre quién asesinó a mi padre. Estoy bastante a la deriva con eso. Solo sé que fueron franceses, fue un enfrentamiento. Pero no izaban ninguna bandera. Quien lo hizo fue el capitán, y estoy segura pertenece a la aristocracia. Lo escuché dar órdenes, vi sus movimientos entre el humo de los cañonazos, y su elegancia no era la de un hombre ajado por los años en un barco —apretó los puños, conteniendo las lágrimas, recordando el pecho abierto de Christopher, que le sonrió antes de partir.
—No puedo afirmarlo con total seguridad, pero creo que son espías, que esta no es una cuestión privada. Necesito llegar a los lugares a donde se mueven, y de la única forma que puedo entrar a estos círculos, es a través de ti —estiró su brazo y apoyó la mano en el pecho de Reinout. —Necesito que me lleves a las fiestas, soy la oveja negra de mi familia, nadie me invitará. Tú eres un hombre respetado. Si saben que estoy aquí, moviéndome entre ellos, buscarán la manera de aniquilarme y así sabré quiénes son —se detuvo un instante. —No me mires de esa forma. Sí, seré la carnada. Pero sé defenderme, puedo correr estos riesgos. Y debo hacerlo. No quiero involucrar a mis hombres, ellos deben regresar a sus familias. No los llevaré conmigo en una empresa privada, donde perderán más de lo que ganarán —y allí radicaba la nobleza de Regina, y por eso la habían aceptado como su líder.
Tampoco sabía cómo podría sobrellevar la tormenta que se había desatado en ella ante la presencia de Reinout. Calma y tempestad. Había imaginado que se trataba de un asunto dejado en el pasado, en un recuerdo dulce que le abrió las puertas a un universo de placeres ocultos, pero nada más. Sin embargo, estar frente a él, aún le provocaba aquel leve temblequeo en la boca del estómago, que se traducía en sus piernas también. La fuerza que él emanaba parecía envolverla, lanzándola de un sitio a otro y también elevándola a sitios a los que ningún otro sería capaz de llevarla. Ni en sus recuerdos –ni en sus sueños- la impactaba tanto la figura de Reinout como en ese momento, que tan cerca lo tenía, que podía escucharlo, sentirlo, olerlo. Si él le pedía que abandonase su plan, Regina era capaz de reflexionar la idea, de desempolvarse la negrura de la venganza y continuar su vida, esperando que ésta decantase por sí sola. Mas el cambiante no lo hizo, sino que aceptó unírsele y le brindó su ayuda.
—No me ridiculices —se quejó, con una sonrisa cuando él la reverenció de aquella forma. Las mejillas se le tiñeron de un simpático rubor, y retiró la mano, sintiendo aún la tibieza del tacto de los labios de su antiguo amante.
—No sé demasiado sobre quién asesinó a mi padre. Estoy bastante a la deriva con eso. Solo sé que fueron franceses, fue un enfrentamiento. Pero no izaban ninguna bandera. Quien lo hizo fue el capitán, y estoy segura pertenece a la aristocracia. Lo escuché dar órdenes, vi sus movimientos entre el humo de los cañonazos, y su elegancia no era la de un hombre ajado por los años en un barco —apretó los puños, conteniendo las lágrimas, recordando el pecho abierto de Christopher, que le sonrió antes de partir.
—No puedo afirmarlo con total seguridad, pero creo que son espías, que esta no es una cuestión privada. Necesito llegar a los lugares a donde se mueven, y de la única forma que puedo entrar a estos círculos, es a través de ti —estiró su brazo y apoyó la mano en el pecho de Reinout. —Necesito que me lleves a las fiestas, soy la oveja negra de mi familia, nadie me invitará. Tú eres un hombre respetado. Si saben que estoy aquí, moviéndome entre ellos, buscarán la manera de aniquilarme y así sabré quiénes son —se detuvo un instante. —No me mires de esa forma. Sí, seré la carnada. Pero sé defenderme, puedo correr estos riesgos. Y debo hacerlo. No quiero involucrar a mis hombres, ellos deben regresar a sus familias. No los llevaré conmigo en una empresa privada, donde perderán más de lo que ganarán —y allí radicaba la nobleza de Regina, y por eso la habían aceptado como su líder.
Regina Hornigold- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/03/2017
Re: Dead Men Tell No Tales → Privado
Giró el cuerpo de modo que quedó exactamente frente a ella, ambos pares de hombros en paralelo, y echó ligeramente el cuerpo hacia atrás para verla mejor. Quiso hacer algún comentario sobre el rubor que pintó las mejillas de Regina, pero creyó que no era prudente. ¿Desde cuándo Reinout hacía lo prudente? Bueno, había una primera vez para todo. Escuchó atento y en cuanto la idea, la propuesta comenzó a brotar de esos labios que había estado añorando todo ese tiempo, se removió incómodo en su lugar, sin saber qué pensar.
Se relamió los labios, y de paso el bigote, emulando a esas criaturas felinas que habitaban en su interior, su gesto fue reflexivo, con el ceño ligeramente fruncido, las cejas pelirrojas casi juntas. Quedó desarmado cuando ella lo tocó de nuevo, incluso destensó el rostro y soltó un suspiro. No supo si Regina sabía del poder que tenía sobre él, o era sólo una coincidencia; como fuera ahí estaba, rendido a sus pies.
—Primero… —comenzó y señaló al aire con el índice derecho—, no te ridiculizo, lo digo muy en serio, aunque ¿sabes? Más que tu primero a bordo, podríamos ser co capitanes, ¿te imaginas? Seríamos imparables. —Rio y sacudió la cabeza, se estaba desviando como era su costumbre.
—Lo que me pides es peligroso, Regina. —Se serenó—. Y no porque crea que no sabes defenderte, porque no es así, tú podrías patear mi trasero y el de cualquiera, es sólo que… —Volvió a moverse como si no supiera qué hacer con su cuerpo. Se llevó una mano a la nuca y rio nervioso.
—Me pides que te exponga demasiado y yo…, yo no podría conmigo mismo si algo te sucediera —al fin declaró. Sus ojos azules estaban dirigidos al mar, soslayando aquel lugar donde ambos se habían conocido y donde deseaba, algún día, ser arrojado cuando muriera, sin mayores ceremonias, sólo así, que los peces se lo comieran.
—Quisiera negarme y darte una opción. —La miró de nuevo—. Pero la verdad es que no puedo decirte que no a nada, y no tengo opciones, pero… por favor, seamos muy cuidadosos. Sí, por fortuna pocas personas en tierra saben lo que hice todos estos años que desaparecí, pero si estas personas fueron a por tu padre específicamente, es probable que me conozcan, que reconozcan mi rostro, porque vamos… —Sonrió de lado, con el ego colgando de las comisuras de sus labios—. ¿Quién podría olvidar este bigote y este cabello? ¿Esta guapura que no puedo con ella? —Se señaló vagamente con la mano extendida. Rio, lo creía en serio, pero resultaba demasiado afable y divertido como para caer mal a pesar de esa obvia arrogancia. Suspiró.
—Verás, si vas a ir de mi brazo a las reuniones y fiestas, debemos tener una buena coartada, incluso con Karel. —Su padre—. Digamos… así, que se me ocurra algo rápido, eres mi prometida, y para hacerlo creíble tendremos que besarnos mucho, no quiero que piensen que te vas a casar conmigo por mi dinero —dijo lleno de ironía al tiempo que se acercaba al cuerpo de Regina y la tomaba por la cintura. Con fuerza la jaló hacia él y movió las cejas de arriba hacia abajo varias veces, en un gesto francamente cómico.
—Y ya en serio… —No la soltó—. Sí vamos a necesitar un pretexto, la gente es muy chismosa. Me largué muy joven y casi se me había olvidado como eran los mal llamados “ciudadanos decentes”, porque hasta nosotros tenemos más códigos que estos —declaró. No era secreto para nadie el desprecio que Reinout sentía por lo convencional, y ahí estuvo demostrado.
Reinout van Bergeijk- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/09/2015
Localización : París
Re: Dead Men Tell No Tales → Privado
Detrás de su armadura, Regina era una mujer sensible y coqueta, que le gustaba sentir que Reinout quería protegerla. Jamás se había sentido subestimada por él, y tampoco lo hacía en ese momento. A pesar de que ella sabía que podía con todo, la violenta muerte de su padre la había dejado sin su pilar y, de pronto, aquel hombre que al que le había ofrendado su virtud cuando era una niñata, la hacía sentir segura de nuevo. Hasta ese preciso instante, no se había dado cuenta de lo vulnerable que estaba sin Christopher, de lo importante que había sido su figura, a pesar de lo mucho que había querido independizarse de él. La ausencia era una herida mortal que debía sanar, y la única forma de lograrlo era haciéndoles pagar a aquellos que la habían provocado.
Pensó en lo importante que era el punto de vista de Reinout; ella, visceral como era, no había contemplado el peligro al que se exponía y al que exponía al cambiante, a quien no quería perder, mucho menos ahora que se sentía tan sola. Él, con aquellos escasos minutos juntos, le estaba marcando un rumbo. Era la brújula en el naufragio, y no pudo evitar encerrarle el rostro con las manos y sonreír, a pesar del gesto preocupado que le había opacado las facciones durante su discurso. No podía permitir que van Bergeijk asumiera riesgos por ella. Sin embargo, Regina sabía que él tomaría como un insulto que se echara atrás. Tomó la decisión de continuar con lo planeado, pero de forma moderada.
—Eres inolvidable —bromeó, y le acarició graciosamente el bigote. —Haremos todo con discreción, prometo no cometer locuras que te pongan en peligro —y la capitana era una dama de palabra. Si ella prometía algo, jamás rompía con aquel juramento. La lealtad la definía, porque sabía que era lo único que se llevaría a la muerte.
—Soy la primera interesada en no levantar sospechas sobre mi presencia aquí, mucho menos de que se involucre tu apellido, que tanto tú como tu familia estén en el centro de la polémica. Soy muy consciente de que esto es sólo mío —le costaba mucho retomar el humor. Las sensaciones que le provocaba el dolor eran demasiado poderosas, incluso para ella, que se jactaba de tener el control sobre todo, en especial sobre sí misma. —Pero sé que no puedo hacerlo sola. Y no creas que es algo que me gusta —negó varias veces con la cabeza—, de hecho, estoy sufriéndolo bastante. He tenido que dejar mi orgullo de lado, y sabes lo que significa eso para mí… Así como significa mucho que hayas decidido ayudarme, a pesar de los riesgos que puedes correr —le sonrió, ésta vez con dulzura.
—Y, pensándolo bien, me gusta la idea de ser tu prometida —se puso en puntas de pie y le rodeó la nuca con los brazos, quedando muy cerca de su boca. —Y más me gusta la idea de besarnos mucho —le rozó los labios con los propios una vez, dos, tres…—, yo tampoco quiero que crean que lo nuestro es una farsa. Es demasiado importante el objetivo como para echarlo a perder por una mala actuación —había bajado el tono de voz hasta convertirlo en un susurro.
—Creo que tenemos que empezar a convencerlos desde ahora. Lo tomemos como un ensayo —suavemente, atrapó el labio inferior de Reinout con los dientes y soltó una tenue carcajada. Regina destruyó toda distancia que los mantenía separados y lo besó.
Pensó en lo importante que era el punto de vista de Reinout; ella, visceral como era, no había contemplado el peligro al que se exponía y al que exponía al cambiante, a quien no quería perder, mucho menos ahora que se sentía tan sola. Él, con aquellos escasos minutos juntos, le estaba marcando un rumbo. Era la brújula en el naufragio, y no pudo evitar encerrarle el rostro con las manos y sonreír, a pesar del gesto preocupado que le había opacado las facciones durante su discurso. No podía permitir que van Bergeijk asumiera riesgos por ella. Sin embargo, Regina sabía que él tomaría como un insulto que se echara atrás. Tomó la decisión de continuar con lo planeado, pero de forma moderada.
—Eres inolvidable —bromeó, y le acarició graciosamente el bigote. —Haremos todo con discreción, prometo no cometer locuras que te pongan en peligro —y la capitana era una dama de palabra. Si ella prometía algo, jamás rompía con aquel juramento. La lealtad la definía, porque sabía que era lo único que se llevaría a la muerte.
—Soy la primera interesada en no levantar sospechas sobre mi presencia aquí, mucho menos de que se involucre tu apellido, que tanto tú como tu familia estén en el centro de la polémica. Soy muy consciente de que esto es sólo mío —le costaba mucho retomar el humor. Las sensaciones que le provocaba el dolor eran demasiado poderosas, incluso para ella, que se jactaba de tener el control sobre todo, en especial sobre sí misma. —Pero sé que no puedo hacerlo sola. Y no creas que es algo que me gusta —negó varias veces con la cabeza—, de hecho, estoy sufriéndolo bastante. He tenido que dejar mi orgullo de lado, y sabes lo que significa eso para mí… Así como significa mucho que hayas decidido ayudarme, a pesar de los riesgos que puedes correr —le sonrió, ésta vez con dulzura.
—Y, pensándolo bien, me gusta la idea de ser tu prometida —se puso en puntas de pie y le rodeó la nuca con los brazos, quedando muy cerca de su boca. —Y más me gusta la idea de besarnos mucho —le rozó los labios con los propios una vez, dos, tres…—, yo tampoco quiero que crean que lo nuestro es una farsa. Es demasiado importante el objetivo como para echarlo a perder por una mala actuación —había bajado el tono de voz hasta convertirlo en un susurro.
—Creo que tenemos que empezar a convencerlos desde ahora. Lo tomemos como un ensayo —suavemente, atrapó el labio inferior de Reinout con los dientes y soltó una tenue carcajada. Regina destruyó toda distancia que los mantenía separados y lo besó.
Regina Hornigold- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/03/2017
Re: Dead Men Tell No Tales → Privado
—Yo no soy importante, Regina, la que no debe ponerse en peligro eres tú —alcanzó a apuntar antes de que ella lo sostuviera del rostro. Aguantó un suspiro, ¡él! El hombre sin miedo, el zorro demasiado astuto, reducido a un adolescente hormonal por la cercanía de la única mujer que había significado algo en su vida, porque amantes había tenido muchas, pero Regina ocupaba un sitio aparte, uno donde sólo estaba su nombre anotado con sangre y sudor y lágrimas y oro.
—Mmmh… —Se deleitó con la cercanía, cerró los ojos y la sostuvo de la cintura con firmeza, llevándola todavía más contra su cuerpo. Olió su perfume, que era parecido al de antaño y a la vez diferente, poseía más elementos ahora y quería averiguar cada uno de ellos, desmenuzar ese aroma para quedárselo por todo lo que le restara de vida.
Abrió la boca, hambriento, gozando con los movimientos ajenos y luego abrió los ojos con una risa discreta que casi queda atrapada en el bigote bien recortado.
—Ya no es sólo tu problema —al fin habló, agarrándola con más fuerza para que no se alejara. Hubo algo vago y perezoso en su voz y es que aún estaba embriagado por la propia Regina, por sus labios, por su calor—. Ya me lo dijiste, ahora es mío también —concluyó con una sonrisa.
—Pero admito que me gusta tu manera de pensar. Eso de practicar… —continuó con el mismo tono de ensoñación mientras sus manos se elevaban un poco por el torso ajeno para luego bajar de nuevo, muy suave y muy sensual al mismo tiempo—. Tenemos una ventaja, Regina, aparte de que obviamente no quiero dejar de besarte, lo cual nos va a facilitar las cosas... —apuntó con pillería.
Entonces la alejó un poco, sólo un poco, para poder verla a la cara. Había sagacidad en sus ojos azules, esa que mostraba cada vez que había planeado un atraco monumental o la que poseía cuando se salía con la suya. Se inclinó al frente para besarla de nuevo, con caución y lentitud, pasando la lengua por los labios de la mujer para luego abrirse paso.
—Ah, casi se me olvida lo que estaba diciendo —dijo cuando se separó—. Nuestra ventaja, sí, es que por ahora soy Reinout van Bergeijk, no Ren, no el zorro demasiado astuto, no el pirata, hasta que no me vean, y si es que me conocen, no sabrán que la hija de Christopher está… ejem… “comprometida” con su más fiel colega bucanero, eso podría ganarnos tiempo. Además, debo decirte que vamos a hacer muy feliz a mi padre, insiste mucho con eso de que debo sentar cabeza. —Rio, sabía que ninguno de los dos estaba hecho para esas cosas que dictaba la sociedad, pero mientras, Karel iba a dejar de molestarlo y eso era bueno para la misión que ahora tenían entre manos, porque no necesitaba que su progenitor le dijera todos los días que ya era muy mayor y debía elegir una mujer para casarse.
Bien, ya a había elegido, escogía a Regina, sólo que ambos estaban de acuerdo que eso de casarse no era tan emocionante como lo hacían sonar.
—Y bien, querida prometida mía, ¿dónde quieres presumir a tu flamante nuevo novio primero? —Alzó ambas cejas. Debían comenzar a dejar verse juntos en público si querían que eso fuera creíble. No que Reinout se quejara. Besar a Regina era bueno, jactarse de ser él el que basaba a una mujer tan increíblemente hermosa ante un público era aún mejor.
Reinout van Bergeijk- Cambiante Clase Alta
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Localización : París
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