Una última mirada, y llega el adiós ** Leophrand **

El aire de aquel lugar donde rara vez aquel ser nocturno solía tomar una copa de vino para parecer un humano común y corriente, se mezclaba con el añejo sabor a trago amargo y tristezas de aquellos sujetos que poco a poco dejaban sus vidas dependiendo de una botella y un vaso en aquella noche de luna llena.

Una muchacha de belleza singular, con rasgos afligidos en su rostro, bastante joven por su aspecto, caminaba de un lado a otro cerrando el bar. La última pareja se había retirado y sólo quedaba el individuo sentado en una mesa donde posaban una botella de vino dulce y una copa de peculiares garabatos estampados en la superficie, servida a la mitad.

El sujeto tomó la copa entre sus dedos pálidos y friolentos y se la llevó a la boca, saboreando con placer la que parecía ser su última bebida de la noche. Se sentía extraño y gracioso para él, actuar como un humano y darse el lujo de beber vino cuando su naturaleza sólo le permitía beber otro tipo de líquido, extrañamente tan sabroso para su gusto y por el cual mataría si fuera posible para conseguirlo cada tres días.

La joven tomó paso hasta última mesa y con una sonrisa amable despidió al personaje.

- Disculpe monsieur, vamos a cerrar ya. Lamento que ésta sea su última copa, aún así si lo desea le invito a regresar mañana para continuar disfrutando del vino que ha tomado durante la noche.

No hacía falta escucharla, pues fue ella quien se encargó de cerrar la última puerta de la taberna y por ende, su trabajo era dejar vacío el lugar, aún así, sus pensamientos ya eran leídos por el sujeto quien mostraba una seria sonrisa de asentimiento y curiosidad al recorrer la conciencia de la joven en cuestión de segundos. La mirada del sujeto bajó hasta el antebrazo de la mujer y frunció el ceño al pensar que tipo de seres entregarían su secreto inmortal a simples humanos por la necesidad de la sed.

- Gustoso de ser su último cliente Madmoiselle, es usted muy atenta. Vendré muy pronto. – Respondía aquel acomodándose el traje elegante que llevaba puesto.
- Lo esperamos gustosos Monsieur. – Volvió a decir con esa sonrisa carismática.
- Y por cierto… tenga cuidado con los perros o con el animal que le dejó esas cicatrices en el brazo, no siempre termina todo bien. – Añadió el tipo dirigiéndose a la puerta y saliendo del lugar.

Las calles estaban desiertas, sólo se podía oír el resoplido del viento. El extraño contaba los días que llevaba sin cenar y se atormentaba de pensar que algún día podría perder el control de matar inocentes si comía cada tres días… tres días en que un vampiro puede soportar el instinto de la sed de sangre.

Apresuró el paso hacia el callejón trasero de la taberna y esperó oculto entre las sombras a su próxima concesionaria de lo que él llamaba, su líquido vital.

El líquido rojizo borboteaba de su cuello como un grifo de agua en descontrol. Era un placer exquisito sentir como aquella disolución carmesí rozaba los labios del vampiro que desgarraba la arteria cerca al esternocleidomastoideo y aceleraba el pulso frontal de la pobre y desafortunada víctima que entró en aquel callejón oscuro sin saber lo que le depararía el destino.

Poco a poco aquella mujer dejaba de moverse, desorbitando los ojos por la salvajez del depredador que apretujaba con fuerza su mandíbula sobre el costado superior izquierdo de su pecho incrustándole de lado a lado ambas agujas más duras que un diamante.

Los últimos resoplidos de aliento ascendían en el aire en aquella noche friolenta, al igual que las uñas arañando desesperadamente los azulejos del oscuro callejón de piedra. El silencio se acentuaba segundo a segundo ante un profundo y calmado “Gracias” que marcó el fin de la escena mortal.

Una noche de suerte le llamaba él a situaciones como esa, en donde una presa sin ganas de vivir se ofrecía decidida a entregar el alma. Gente que no tenía esperanzas y que veía en la muerte la mejor solución para sus problemas.

Aquella anciana vagabunda no era la excepción, su vida se hallaba plagada de penurias desde hace ya muchos años. Pidiendo limosna en las plazas, comiendo rara vez, siendo atendida en el olvido… tal vez el nocturno le hizo el mejor favor en vida; enviar su alma a un lugar mejor… o quizás…

El sujeto recordaba las imágenes mentales que aquella desgraciada le mostraba antes de su muerte. Su triste vida plagada de obstáculos, los amantes que tuvo en su juventud, los hijos que abandonó en algunas casas de clase media. Definitivamente llevaba una sangre impura llena de pecado, que a sus efímeros setenta y tres años a comparación de su opresor no le trajeron más que gran desdicha.

No había más dolor, no había más tristeza. El individuo retrocedió satisfecho después de saborear la última gota de sangre limpiándose con un pañuelo blanco de seda, los colmillos brillantes y afilados como dagas. El cadáver yacía inerte sobre montones de basura que disimulaban el olor a muerte.

Una imagen conocida y fresca recorrió los ojos de la bestia. Otro cuerpo dispuesto a ser drenado hasta la última gota asomaba por el pasillo oscuro mirando a ambos lados del largo callejón sin darse cuenta de la presencia del depredador activo.

El ser simplemente esperó oculto entre las sombras a que la nueva presa se adelante para envestirla desde atrás. Inmóvil, imitando a una estatua de mármol observó la manera en que la joven cruzaba cerca de él sin inmutarse, sin reconocerle, tan sólo con aquella mirada perspicaz en el suelo por si existía algún obstáculo que le detuviese el paso. Ella simplemente dobló el final del callejón mirando hacia adelante.

En la oscuridad del corredor, el desconocido sonrió caminando sigilosamente detrás de la carismática damisela que le había despedido con una gran sonrisa antes de cerrar la taberna.

- Primero los perros mordiéndole el brazo y ahora… ¿caminando a solas por estos peligrosos y oscuros callejones Madmoiselle? – susurró carraspeando la garganta para aclarar su voz, detrás de ella.
- ¡Santo Dios! ¡Me ha asustado! – gritó ella dando un brinco hacia adelante.
- Perdone, en serio lo siento mucho, no era mi intención asustarla de esa manera. – Agregó él haciendo una reverencia de disculpa.
- ¿Qué hace usted aquí, me está siguiendo acaso? – Espetó una vez más.
- No, no es como parece, es sólo que me perdí… soy nuevo en esta ciudad sabe y pues me estoy hospedando a unas calles de aquí pero no recuerdo la dirección. La Rue Rívoli, ¿le suena?
- Eso queda un poco lejos, curiosamente en la misma dirección a la que me dirigo.
- ¡Vaya, que coincidencia! No piense mal de mí Madmoiselle, sé que soy un completo desconocido pero tal vez si me permite acompañarla en el camino y conocer un poco más a la dama que me despidió del lugar de los tristes. – Sonrió él haciendo cuenta que le estaba leyendo los pensamientos para localizar su domicilio.

El caballero sonrió una vez más esperando respuesta, estudiando las emociones de la joven que se mostraba dubitativa ante tal propuesta un tanto peligrosa.

- Vaya noche más fría, ¿no cree monsieur?
- ¿Eh? Sí, al parecer hoy tendremos un día muy frío y nublado Madmoiselle.

Caminaban pegados a la acera bajo algunos faros que alumbraban las finas piedras pulidas del camino hacia La Rué de Rívoli, a pocos minutos de amanecer, el vampiro no tenía otra opción que apresurar el paso y postergar su acto hasta la noche pues algunos nobles empezaban a encender las luces de sus casas como buenos madrugadores.

Ya estaba satisfecho de su necesidad mortal, puesto que drenó toda la sangre de aquella infeliz que aún permanecía en el callejón escondida entre el basural. Su nueva víctima al contrario era para su diversión personal, aunque como él bien decía, no podía aprovecharse de gente inocente a menos que esté al borde de la muerte.

-Faltan pocos minutos para que el alba aparezca, hoy será un día muy interesante sabe… -comentaba el sujeto mirando de reojo a su acompañante sin esperar respuesta. – Pero lamentablemente debo apresurarme, perdone mi descortesía. Tal vez esta noche vuelva a tomar un vino y sería un placer verle nuevamente. Si me dispensa Madmoiselle…

El tipo hizo una reverencia delante de ella levantando la cabeza para mirarla a los ojos y sonreírle, dejando escapar un brillo entre ellos para luego doblar una esquina y desaparecer en el acto antes que el crepúsculo se posase sobre sus hombros y le acabase con su existencia.

Acomodando el cuello de la camisa de seda blanca sobre sus hombros y abotonando los mellizos sutilmente en las mangas de sus muñecas se dirigía por las veredas de piedra pulida de las calles parisinas rumbo a la taberna una vez más. Se podía ver a corta distancia que la puerta de aquel lugar se hallaba aún abierta bajo una de las lámparas que iluminaban la entrada bajo el gran cartel que anunciaba el nombre del local.

Caminó despacio hacia el marco del portón abriendo los ojos extrañado de no encontrar la taberna tan llena como de costumbre. Ser el único cliente no le venía nada bien pues le gustaba pasar desapercibido entre tanta gente y aquella noche sería la excepción.

Se arregló el cuello alto de la camisa una vez más y entró despreocupado al lugar ubicando su sitio en unas de las mesas del fondo, donde al parecer la luz tenía un tono más bajo que las demás. Miró nuevamente la ausencia de clientela fijándose en la única persona que le acompañaba, aquella joven de amabilidad extraña sentada en el banco al otro lado del mostrador leyendo un libro.

A pesar de su condición de consumidor, ser caballero era una de sus principales virtudes y no iba a dejar de serlo en esos momentos. Antes que la muchacha se acercase para tomar su pedido o tal vez para informarle que ya cerraban como la noche anterior, él dio paso en dirección a ella, sentándose en una de las banquetas del mostrador, frente a la joven, reposando su mirada en el bello rostro de aquella y disimulando la acción en una sonrisa casi perfecta.

Reposando los brazos sobre la tableta, el individuo le sonrió con un ademán de cortesía volviendo a jugar con sus ojos brillantes que la observaban fijamente a la espera de alguna palabra.

- *Bonne Nuit belle dame. Un verre de vin, s'il vous plaît.* – balbuceó él practicando su francés recién aprendido.


** Buenas noches bella dama. Una copa de vino por favor.