AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Romeo y Julieta
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Romeo y Julieta
Era tan sólo un poco más del mediodía, Zarek estaba descansando en nuestros aposentos cerrado a cal y canto para que no entrara ni un minúsculo rayo solar en la habitación. Como reina de Italia debía hacer constantes apariciones públicas, me encantaba ir acompañada de Zarek pero la luz diurna me encantaba, esa era una de las razones por la que retrasaba tanto mi transformación.
Después de comer ordené a los sirvientes que fueran a preparar un bonito vestido para visitar aquella tarde el teatro, representaban “Romeo y Julieta”, una obra de teatro escrita por un escritor inglés llamado William Shakespeare, había conseguido esa obra fama europea, sería la primera vez que la vería.
Estaba en el enorme vestidor iluminado por un gran ventanal sentada frente al enorme tocador vestida tan sólo con el corsé y las enaguas, me estaba poniendo un poco de colorete en mis pómulos. En mi cuerpo se dejaban ver alguna que otra mordedura producida por mi esposo, y otras ocultas bajo mi ropa interior antes mencionada. Reconozco que sentía celos cuando Zarek se alimentaba de otras personas que no fueran de mí, era algo muy personal entre él y yo pero para no acabar con mi vida era necesario que no se alimentara de mí cada noche.
Tocaron a la puerta y di la orden para que entrara mi fiel doncella, la única que conocía el secreto de Zarek y que había visto mis mordeduras, me ayudó a peinarme recogiéndome el pelo en un recogido alto pero discreto y luego a vestirme hasta que las marcas fueran cubiertas. El vestido era de color azul marino de medias mangas y con volantes negros con un generoso escote. Me colocó la corona sobre mi cabeza y me puse el abrigo dispuesta a salir.
El coche de caballos ya estaba preparado frente a la puerta y me subí a él acompañada de mi doncella antes mencionada. Tenía el palco principal reservado sólo para mí. En tan sólo media hora llegamos a la puerta del Teatro, no había mucha gente a esa hora. El cochero me ayudó a bajar del carruaje y detrás de mí mi doncella. La tarde era fría así que era de imaginar que la noche sería muchísimo más gélida.
Después de comer ordené a los sirvientes que fueran a preparar un bonito vestido para visitar aquella tarde el teatro, representaban “Romeo y Julieta”, una obra de teatro escrita por un escritor inglés llamado William Shakespeare, había conseguido esa obra fama europea, sería la primera vez que la vería.
Estaba en el enorme vestidor iluminado por un gran ventanal sentada frente al enorme tocador vestida tan sólo con el corsé y las enaguas, me estaba poniendo un poco de colorete en mis pómulos. En mi cuerpo se dejaban ver alguna que otra mordedura producida por mi esposo, y otras ocultas bajo mi ropa interior antes mencionada. Reconozco que sentía celos cuando Zarek se alimentaba de otras personas que no fueran de mí, era algo muy personal entre él y yo pero para no acabar con mi vida era necesario que no se alimentara de mí cada noche.
Tocaron a la puerta y di la orden para que entrara mi fiel doncella, la única que conocía el secreto de Zarek y que había visto mis mordeduras, me ayudó a peinarme recogiéndome el pelo en un recogido alto pero discreto y luego a vestirme hasta que las marcas fueran cubiertas. El vestido era de color azul marino de medias mangas y con volantes negros con un generoso escote. Me colocó la corona sobre mi cabeza y me puse el abrigo dispuesta a salir.
El coche de caballos ya estaba preparado frente a la puerta y me subí a él acompañada de mi doncella antes mencionada. Tenía el palco principal reservado sólo para mí. En tan sólo media hora llegamos a la puerta del Teatro, no había mucha gente a esa hora. El cochero me ayudó a bajar del carruaje y detrás de mí mi doncella. La tarde era fría así que era de imaginar que la noche sería muchísimo más gélida.
Invitado- Invitado
Re: Romeo y Julieta
Hacía años que no visitaba el teatro para ver una obra no musical. La verdad es que hacía años que no ponía el pie en un teatro si no para cantar.
Estaba algo cansada… las funciones de la ópera Medea de Cherubini estaban siendo completamente agotadoras. Pero una agradable velada en el teatro me relajaría. Me encantaba acomodarme en mi palco y relajarme en su segura y fresquista comodidad.
Siempre voy un par de horas antes de que empiece la función. Así puedo hablar con el director del teatro, los directivos de la junta, y todo el mundillo artístico y teatral allí reunido.
Tras charlas relajadamente con el director, que me comentaba de forma muy divertida que para las próximas funciones de la ópera L’italiana in Argel, de Rossini, me quería como protagonista de la misma, empezaron a sonar los avisos de que iba a empezar la función.
Los actores, frágiles criaturas, estaban muy alterados. Le pregunte a uno de los miembros de la junta, la señora Furgottën, a que venían esos nervios.
Me contestó mientras subíamos las escaleras principales para sentarnos en nuestro palco adyacente al principal, que, entre el publico de aquella noche había un miembro de la realeza. Le habían prohibido decir su nombre, debido al peligro de atentados, pero por ser yo, me lo diría. Se trataba de Julia Dalaras Miori.
De pronto, me la encontré de frente… entrando en el teatro. La señora Furgottën, aterrada, hizo una gran reverencia y salió casi corriendo del brazo de su bigotudo marido, el embajador de Baviera en París.
-Señora Dalaras... Es un honor...-Dije con una ligera reverencia, mientras sonreía relajadamente. Era realmente guapa… Y a estos aristocratas del sur les encantaban las reverencias ligeras.
Estaba algo cansada… las funciones de la ópera Medea de Cherubini estaban siendo completamente agotadoras. Pero una agradable velada en el teatro me relajaría. Me encantaba acomodarme en mi palco y relajarme en su segura y fresquista comodidad.
Siempre voy un par de horas antes de que empiece la función. Así puedo hablar con el director del teatro, los directivos de la junta, y todo el mundillo artístico y teatral allí reunido.
Tras charlas relajadamente con el director, que me comentaba de forma muy divertida que para las próximas funciones de la ópera L’italiana in Argel, de Rossini, me quería como protagonista de la misma, empezaron a sonar los avisos de que iba a empezar la función.
Los actores, frágiles criaturas, estaban muy alterados. Le pregunte a uno de los miembros de la junta, la señora Furgottën, a que venían esos nervios.
Me contestó mientras subíamos las escaleras principales para sentarnos en nuestro palco adyacente al principal, que, entre el publico de aquella noche había un miembro de la realeza. Le habían prohibido decir su nombre, debido al peligro de atentados, pero por ser yo, me lo diría. Se trataba de Julia Dalaras Miori.
De pronto, me la encontré de frente… entrando en el teatro. La señora Furgottën, aterrada, hizo una gran reverencia y salió casi corriendo del brazo de su bigotudo marido, el embajador de Baviera en París.
-Señora Dalaras... Es un honor...-Dije con una ligera reverencia, mientras sonreía relajadamente. Era realmente guapa… Y a estos aristocratas del sur les encantaban las reverencias ligeras.
Medea Makropulos- Mensajes : 81
Fecha de inscripción : 23/10/2010
Re: Romeo y Julieta
Siempre que salía a un acto público como el simple teatro iba acompañada de dos o tres miembros de la guardia real, el que me acompañaba en el palco junto con mi doncella era el único que no vestía de uniforme.
Subí las escaleras del teatro sujetando con mis manos la parte delantera de mi vestido subiéndolo unos pocos centímetros para no pisarlo y tropezar. La obra estaba a punto de empezar y por los pasillos quedaba el público rezagado que no prestaba atención a su alrededor ya que iban directos a sus butacas o palcos. Al entrar por la enorme puerta me encontré de frente a dos mujeres, una de ellas puso autentica cara de terror al verme, como si hubiera visto un fantasma, hizo una rápida y forzada reverencia ante mí y se separó de la muchacha cogiendo del brazo a un hombre bigotudo que reconocí como el embajador de Baviera. No pude evitar mirar a mi doncella con cara de extrañeza ante la reacción de la mujer, ni siquiera me dirigió un “Majestad”.
Miré a la otra mujer que parecía estar mucho más cómoda con la situación, me dedicó una sonrisa relajada y una ligera reverencia mientras me llamaba: Señora Dalaras. Incliné ligeramente mi cabeza ante ella devolviéndole el saludo -Buenas tardes.- contesté y seguidamente miré al miembro de la guardia que no vestía uniforme como si hubiera cometido él un error por ser reconocida por aquella mujer. Pero mi mente se corrigió de inmediato: acudía a un lugar público donde iba a ser reconocida quisiera o no y no iba precisamente vestida de forma irreconocible.
Miré fijamente a la mujer, su rostro me resultaba familiar y no sabía de dónde -¿Es posible que esta no sea la primera vez que nos encontremos, señora?- le pregunté amablemente.
Subí las escaleras del teatro sujetando con mis manos la parte delantera de mi vestido subiéndolo unos pocos centímetros para no pisarlo y tropezar. La obra estaba a punto de empezar y por los pasillos quedaba el público rezagado que no prestaba atención a su alrededor ya que iban directos a sus butacas o palcos. Al entrar por la enorme puerta me encontré de frente a dos mujeres, una de ellas puso autentica cara de terror al verme, como si hubiera visto un fantasma, hizo una rápida y forzada reverencia ante mí y se separó de la muchacha cogiendo del brazo a un hombre bigotudo que reconocí como el embajador de Baviera. No pude evitar mirar a mi doncella con cara de extrañeza ante la reacción de la mujer, ni siquiera me dirigió un “Majestad”.
Miré a la otra mujer que parecía estar mucho más cómoda con la situación, me dedicó una sonrisa relajada y una ligera reverencia mientras me llamaba: Señora Dalaras. Incliné ligeramente mi cabeza ante ella devolviéndole el saludo -Buenas tardes.- contesté y seguidamente miré al miembro de la guardia que no vestía uniforme como si hubiera cometido él un error por ser reconocida por aquella mujer. Pero mi mente se corrigió de inmediato: acudía a un lugar público donde iba a ser reconocida quisiera o no y no iba precisamente vestida de forma irreconocible.
Miré fijamente a la mujer, su rostro me resultaba familiar y no sabía de dónde -¿Es posible que esta no sea la primera vez que nos encontremos, señora?- le pregunté amablemente.
Invitado- Invitado
Re: Romeo y Julieta
-Oh, seguro alteza. ¿Os…. Importa?Dije sonriente, poniéndome a su lado para ir a los palcos.
-Seguramente me habréis visto en Italia. Pero si acudís con frecuencia a este templo del arte que es el teatro, puede que me hayáis visto aquí, en esta misma sala… solo que yo me encontraría en el escenario.
Dije, sonriendo mientras acariciaba las perlas de mi cuello y me presentaba.
-Madama Makropulos. La prima donna del teatro.
Lo más seguro es que me hubiera visto en Italia. No dije absolutamente nada… pero yo si que la recordaba a ella… recordaba absolutamente todo lo que veía y había visto. Cuando la pequeña reina era una simple princesita de cortísima edad y acudía al teatro con sus majestades de Italia, sus padres, seguramente me vio cantando en Italia.
En ese país estuve actuando casi 40 años, bajo dos seudónimos distintos, antes de quedarme definitivamente en París.
Pero no quería que me recordara. Sonreí con afabilidad y me coloqué bien mi armiño negro.
-Seguramente me habréis visto en Italia. Pero si acudís con frecuencia a este templo del arte que es el teatro, puede que me hayáis visto aquí, en esta misma sala… solo que yo me encontraría en el escenario.
Dije, sonriendo mientras acariciaba las perlas de mi cuello y me presentaba.
-Madama Makropulos. La prima donna del teatro.
Lo más seguro es que me hubiera visto en Italia. No dije absolutamente nada… pero yo si que la recordaba a ella… recordaba absolutamente todo lo que veía y había visto. Cuando la pequeña reina era una simple princesita de cortísima edad y acudía al teatro con sus majestades de Italia, sus padres, seguramente me vio cantando en Italia.
En ese país estuve actuando casi 40 años, bajo dos seudónimos distintos, antes de quedarme definitivamente en París.
Pero no quería que me recordara. Sonreí con afabilidad y me coloqué bien mi armiño negro.
Medea Makropulos- Mensajes : 81
Fecha de inscripción : 23/10/2010
Re: Romeo y Julieta
Mis orígenes eran ingleses, concretamente de Glasgow, me mudé a Italia después de conocer a Zarek en mi ciudad natal y en Italia había ido muchas veces al teatro, tal vez su rostro me resultaba familiar por eso pero para nada recordaba su nombre.
Cuando se situó a mi lado Madame Makropulos el guardia que vestía el traje hizo amago de detenerla pero yo, discretamente, muy discretamente detuve al guardia que se mantuvo detrás de mí pero atento a los movimientos de todos los de mi alrededor.
-Entonces es un placer conocerla, Madame Makropulos.- comenté con mi educada sonrisa en los labios e inicié el camino hacia los palcos.
-Debo suponer que esta tarde no actuáis.- dije a mi improvisada acompañante mientras subía las escaleras que conducían a los palcos.
Cuando se situó a mi lado Madame Makropulos el guardia que vestía el traje hizo amago de detenerla pero yo, discretamente, muy discretamente detuve al guardia que se mantuvo detrás de mí pero atento a los movimientos de todos los de mi alrededor.
-Entonces es un placer conocerla, Madame Makropulos.- comenté con mi educada sonrisa en los labios e inicié el camino hacia los palcos.
-Debo suponer que esta tarde no actuáis.- dije a mi improvisada acompañante mientras subía las escaleras que conducían a los palcos.
Invitado- Invitado
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