Theodor Henry Wiesengrund

Alto, quizás demasiado, un reflejo de la rebeldía a la que nunca se atrevió, como si la misma genética se hubiera encargado de reflejar en él todo aquello por lo que su misma familia decía que jamás destacaría. Levemente encorvado, como si quisiera esconderse del mundo a ratos. Su rostro reflejaba por lo general el cansancio de los años y una edad levemente mayor a la real. Los ojos, pese a ser claros, por lo general parecían esconder algo oscuro.

Nada en él está mal, simplemente es el resultado de una serie de hechos que definen quien es ahora. Sería un error decir que posee una personalidad depresiva ya que jamás tuvo espacio para la alegría en su vida. Es serio, algo callado, pero si tiene que expresar su opinión no dudará en levantar la voz. Parece vulnerable a veces, hasta intimidable, pero es sólo porque piensa que no muchos están a su alcance, tiene ese extraño método de defensa de creer que es superior al resto, aunque en su interior conozca la verdad. Su familia tenía razón y él jamás destacaría en nada. Un poco indeciso, necesita analizar muy bien todo antes de tomar alguna decisión, estudiar cada detalle porque posee una desconfianza que muchas veces le ha jugado en contra. El temor se apodera de él más veces de las que quisiera y posee la cobardía como un sello, pero es más que nada el miedo al fracaso el que coarta sus acciones.

No eres alto ni guapo, no eres bueno en algún deporte, no eres inteligente, ni tienes algún talento, eres uno más, serás siempre uno más del montón, si es que logras llegar a eso.

Aquella cantaleta se repitió los primeros 15 años de su vida, lo escuchó tantas veces que él mismo terminó por creerlo. Era todo lo que oía cada día, una serie de incansables repeticiones de lo inútil que siempre fue y de lo mucho que cambiaría la vida de todos si él no estuviera ahí recordándoles constantemente su existencia. El segundo de siete hermanos, sólo fue un paso, un hijo que tuvo que nacer, esperando a la primera niña de la familia, esa que costó tanto que llegara. Él sólo fue la molestia luego del primogénito, aquel que llevaba el nombre de su padre y que dejaría en alto el apellido de la familia, la misma familia que no tenía mayores pretensiones para sus hijos. Vivir en las sombras, es todo lo que le esperaba.

Deberías ser como tu padre o estudiar algo que si te alimente, a ti y a los hijos que deberás tener pronto. Tienes que formar una familia, buscarte una buena esposa, dejar esos jueguitos, esos libros que no te llevarán a ninguna parte, hazme caso, soy tu madre.

Deberás, tendrás, unas obligaciones que no estaba dispuesto a aceptar estos días o quizás nunca, porque desde siempre se había resistido a las órdenes, incluso a las más pequeñas, incluso a los llantos manipuladores de su madre el día en que les comunicó que se iría a estudiar a Viena, ¿Qué importaba si tenía sólo 17 años? La filosofía era a lo que se dedicaría, la nariz pegada a los libros era el futuro que buscaba, intentar comprender, entender, aprender, palabras que quizás para la limitada cabeza, según él, de sus padres, sonaban algo incomprensibles, hasta locas, como si fuera un error, o un escándalo el querer dedicar su vida a buscar el conocimiento hasta en lo más mínimo. Pasar hambre, vivir en un cuarto pequeño, dormir prácticamente en el suelo, era un precio que tenía que pagar, eso o morderse la lengua y volver a casa. Amigos y mujeres no tenían espacio, sólo compañeros de estudio y luego de trabajo, aquellos con los que podía conversar hasta altas horas de la madrugada, sólo acompañados de una vela y una copa de lo que pudieran costear o a veces, simplemente nada.

Tu lugar es acá, con tu familia, ayudándonos a llenar la olla, para nuestros hermanos. ¿Así nos pagas? Te vas a morir de hambre y nuestras puertas no van a estar abiertas para cuando vuelvas casi desfalleciendo. Olvídate que tienes padres, deberías ver como está nuestra madre, ¿puedes vivir con eso en tu consciencia?

Puede, lo hace, ¿no acaban de escribirle que no tiene padres? ¿Cómo puede entonces afectarle el recuerdo de una desconocida lamentándose? Estar condenado desde antes de nacer no deja que salga nada bueno. Es como tener una flecha apuntando a su cabeza constantemente indicando dónde y cómo fallas aún antes de hacerlo. No lloró cuando la partera lo sacó del vientre de su madre, aunque nadie esperaba tampoco que lo hiciera. Nadie esperó nada, ni él mismo. Dejó Viena sólo porque seguía con el vacío constante, con la idea de búsqueda que parecía tan arraigada bajo su piel, algo que jamás lo dejaba satisfecho. ¿No era suficiente acaso la muestra que la vida le había dado de lo mucho que todos estaban equivocados? Ahora era alto, incluso mucho más que su padre y su hermano mayor, no había intentado con deportes pero de seguro sería exitoso, quizás no era el hombre más atractivo, pero tampoco el más feo, y la publicación en algunas revistas de las investigaciones que había hecho le indicaban que quizás si tenía algún talento, pero pese a eso seguía siendo uno del montón.

Estás bien Theo… no puedes vivir la vida que otros querían para ti, tienes que hacer lo que tú quieres, ser lo que tú quieres, no dejes que te dominen, no dejes que otros decidan por ti… no Theo, no seas un muñeco, no seas la marioneta de tu familia, ellos te abandonaron ¿no? ¿Por qué sigues pensando en ellos? Búscate una familia nueva, yo no, yo sólo soy la puta que visitas cada noche, un día de estos no estaré más o ya no podrás pagarme, me iré, deberías hacer lo mismo.

Y eso fue hace 3 años y ella seguía siendo la única experiencia sexual que había tenido, ella y un par de prostitutas más a las que había visitado cuando el dinero alcanzaba. Sí, patético, perder la virginidad a los 24 años con una cortesana, tener la esperanza de volver a verlas y saber que aunque tuviera como pagarles ellas jamás lo estarían esperando en casa al volver del trabajo. ¿Qué trabajo? Si desde que había llegado a Paris jamás había logrado algo estable. Siguió las palabras de ella, Claire, la que lo hizo conocer el cielo en su primera vez, a la que volvió a buscar pero que ya no estaba, ya se había ido y ahora trabajaba en un burdel que de sólo mirarlo sabía que no estaba a su alcance. La familia dejó de escribirle cuando se dieron cuenta de que jamás podría enviarles dinero, pese a que él seguía contándoles que había sido publicado en otros idiomas, que estaba aprendiendo francés, que algún día podría ser exitoso, algún día… ellos no querían promesas, ellos querían hechos, ellos querían obtener algo que él nunca podría darles. ¿Para que ayudar a gente que jamás apostaron por ti? Ni siquiera existió ese cariño obligado, ese que se supone tiene que sentir la familia por sus integrantes, que los padres deben sentir por sus hijos, o los hermanos entre ellos. ¿Reconocería a sus hermanas luego de 10 años sin verlas? Había dejado Alemania cuando la menor recién comenzaba a hablar.

Hola, soy Theo, filósofo, intentando obtener una plaza en la Universidad como profesor, sí, te vi desde lejos y creo que eres simplemente hermosa… No, eso mejor no. Buenas tardes mademoiselle, mi nombre es Theodor, soy un filósofo en la incansable búsqueda del conocimiento. Debo confesarle que detuve mis pasos al verla, ¿puedo comentarle que su belleza me ha desconcentrado? Debe estar acostumbrada a este tipo de halagos, ¿no?

Y también debe estar acostumbrada a los idiotas como él, esos que tenían un discurso preparado por si alguna mujer los miraba a ellos, y no a través de ellos, no como si no estuvieran ahí, como si existieran sólo para pedirles algún favor. El polvo que se acumula en la punta de sus zapatos mientras camina todas las tardes pateando piedras es la señal de que pese a ir hacia delante, no avanza. Paris parecía la solución a sus casi inexistentes problemas, se alzaba como una nueva oportunidad, ahora él parece un intruso en una sociedad que amenaza con jamás darle la bienvenida. Ni correr parece suficiente. La rutina comienza a asfixiarlo, mientras el tiempo esconde lentamente todo rastro de emoción que podría haber quedado en él. Ahora sólo es una cáscara que antes había pertenecido a un cuerpo. Ahora sólo es una máquina que se mueve porque tiene que hacerlo. No más persona, un ente.

Cuento los segundos que me faltan para morir y soy demasiado cobarde como para terminar con mi vida. Aunque creo que jamás he conocido que se siente ser valiente. ¡Qué alguien termine con esto de una vez por todas! Yo no me atrevo a empuñar la daga… ni siquiera de eso soy capaz.