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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Andrei Neverov Miér Dic 29, 2010 2:24 pm

Hacía ya varias horas que el sol había caído poco a poco por el horizonte, vencido por la implacable noche y viéndose obligado cederle su trono, pero París apenas empezaba a despertar, y con ella un joven cambiaformas. Tenía una misión que cumplir y ni siquiera todo el sueño o el frío del mundo habrían bastado para mantenerle en la cama aquella noche. Así, ni siquiera perdió el tiempo cambiándose de ropa o arreglando aquel cabello rebelde, sino que se dirigió con aquel descuidado aspecto, descalzo y en pantalón del pijama, directamente a la mesa del salón, donde desplegó un amplio mapa de la ciudad de las luces. Lo observó durante varios minutos, definiendo mentalmente distintas rutas e itinerarios: Los caminos más rápidos, los más seguros, los más útiles…todo lo que pudiese necesitar durante una huída o una persecución. Con el tiempo aquella precaución, entre otras muchas, se había vuelto una valiosa rutina. Ni las armas ni los trucos le habían servido nunca tan bien como conocer a la perfección el tablero sobre el que jugaba. Pues a Andrei aún le gustaba verlo como un juego. Uno peligroso y serio, en el que apostaba mucho más que su vida o su futuro, pero juego al fin y al cabo. Después de todo, él se seguía sintiendo como la prescindible pieza de un ajedrez.

El joven suspiró, sin darle demasiada importancia al tema. ¿Acaso habría sido otra cosa que una simple pieza en manos poderosas de no haberse dedicado al espionaje? No, sólo habría cambiado su función, pero nunca lo que era en realidad. Andrei no creía que nadie pudiera cambiar eso. Aún así, el joven pensaba que podía agradecer haber llegado a ser algo más que un peón; no tenía poder o riquezas, pero aún podía contar con algunos favores del Zar si aprendía a desempeñar bien su función en la partida que le había tocado jugar.

Con eso en mente, los ojos del cambiaformas se movieron hábiles sobre las líneas del mapa, mientras sus dedos, finos y largos, se paseaban sobre el papel y seguían el camino que había trazado su mirada. Si algo le gustaba de París era su riqueza en callejones y pequeñas vías, indudablemente útiles si de escapar se trataba. El chico sonrió suavemente. Un humano podría quedar atrapado con facilidad en el entramado de calles, pero un gato era capaz de desenvolverse en él con toda comodidad.

Una vez hubo finalizado la definición y memorización de algunas rutas de utilidad, Andrei guardó el mapa en el cajón de una cómoda cercana, apagó de un soplido la única vela que iluminaba la estancia y permaneció quieto, con los ojos cerrados y los hombros caídos. A aquellas alturas ni siquiera debía concentrarse para realizar correctamente la transformación, pero prefería eliminar cualquier posibilidad de ver algo por el rabillo del ojo que le distrajera y truncara el cambio de cuerpo. Lo cierto era que nunca le había ocurrido algo similar, pero el joven aún podía recordar nítidamente aquella dolorosa e incómoda transformación que le reveló su segunda forma, el puma. Andrei levantó ligeramente el labio superior al recordarlo, en una muestra de abierto desagrado y sacudió la cabeza para deshacerse de ese pensamiento.

Pasados unos segundos nada quedaba ya de aquel recuerdo desagradable y su cuerpo logró encontrar una profunda calma. Sólo eso fue necesario para que el joven se abandonara con plena confianza a aquella extraña sensación que no tardó en poseer su cuerpo, desde la raíz del pelo hasta la punta de los pies y que pareció tirar de él con suavidad, arrastrarle a aquellas profundidades oscuras de las que, una vez fuera, sólo quedó un pequeño gatito de pelaje oscuro en el lugar del chico. El felino se sacudió como si quisiera quitarse de encima los últimos restos del humano y salió de debajo de las ropas que le cubrían la parte inferior del cuerpo, maullando con suavidad.

Una vez transformado, Andrei salió de la casa y le dio la bienvenida a las oscuras calles Parisinas. Todo se veía muy distinto en aquel cuerpo, las vías parecían mucho más largas y amplias, las personas más imponentes, los edificios y casas asemejaban torres y castillos…pero pasar desapercibido resultaba realmente fácil, y esa era una gran ventaja. Nadie juzgaría extraño que un gato permaneciese algunas horas frente a un negocio o una casa o que volviese allí con asiduidad. Había muchísimos gatos en París que no conocían otro hogar que la calle ni otro amo que las personas que paseaban por allí y los alimentaban de vez en cuando. Quizás por eso le gustaba tanto permanecer en aquella forma, porque no debía guardar las buenas maneras, ni temer porque alguien le observase. Y por eso Andrei fijó como objetivo para aquella noche el Teatro de la ciudad. Como humano no poseía los medios para entrar, ni podría concentrarse en las personas que habían asistido si la actuación reclamaba sus sentidos asiduamente, así que sería el felino el que cumpliese aquella sencilla misión.

Una vez hubo llegado al teatro, el felino saltó al alfeizar de una ventana desde la que tenía una visión frontal del edificio y se tumbó con tranquilidad, moviendo la cola de un lado a otro lentamente. Podía escuchar desde allí la música que ambientaba la función, y si aguzaba un poco más el oído aún podía oír la voz amortiguada de la mujer que actuaba. Poco a poco, el felino cerró los ojos y concentró la atención en los sonidos que le llegaban desde el interior del teatro, imaginando la representación que se llevaba a cabo. No le habían enseñado mucho sobre el teatro, y menos sobre el teatro francés, pero aún podía dar rienda suelta a su mente e imaginar que se encontraba allí, frente al escenario, observando maravillado las historias que explicaban los actores, escuchando la música y dejándose seducir por la magia del teatro.

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Mensaje por Invitado Miér Dic 29, 2010 8:11 pm

En Paris, una noche que no se parecía a ninguna otra iniciaba su implacable revuelo desde el inminente crepúsculo que abrazaba cada pequeña campiña con su manto espeso y brumoso, develando un cielo oscuro que no mostraba estrella alguna y una luna carmín que solitaria desde las alturas, se burlaba de cualquier mortal que osara admirarla. Mientras tanto en la ciudad, discurría una suave melodía pagana con las voces fantasmales de los arcaicos videntes que auguraban que una sombra oscura arribaría a Francia antes del amanecer, trayendo consigo la oscuridad perpetua y a la muerte de su lado, otra vez… Una mágica brisa fría bordeo cada pequeño sendero, abriéndose paso entre los oscuros parajes hasta que impactó de lleno con el bullicio de un carruaje negro que a toda velocidad era halado por un conjunto de seis caballos blancos y exponía el escudo extranjero de un sello real bastante conocido. La vida… Una obra de teatro que no permite ensayos… Una voz suave y aterciopelada señaló desde el interior del transporte con extraordinaria serenidad, donde la Reina posaba sus ojos diamantinos sobre un panfleto que revelaba una obra teatral a la que había sido invitada a su regreso y a la que animada asistiría por el bienestar de lo que quedaba de su… ¿Humanidad?… ¿Aun quedaba algo de eso tras arrojar al Senado a la arena del Coliseo solo para observar cómo eran mutilados frente a la plebe? Un diminuto destello ilumino el rostro de Sabrina con una sonrisa siniestra bajo la capucha de piel que componía su túnica negra, resaltando aquel gesto misterioso que algunas veces, infundaba mas temor que simpatía.

Pasados los minutos, la obra de la vida había comenzado su curso imparable, las personas se conglomeraban a las puertas del teatro, mientras otros –como era el caso de Sabrina- optaban por una entrada más discreta por la puerta trasera de aquella maravillosa fábrica de sueños e imaginación, siendo escoltada por sus guardias reales hasta el palco privado donde un grupo de humanos se disponía a su servicio, tal y como había exigido premeditadamente. Una copa de vino, per favore… Musitó aquella dama de apariencia frágil y cortés a una de las dependientas del lugar, retirando la capucha de su cabeza para encontrarse de frente su propio reflejo perenne a través del reflejo del cristal de la ventana. Los ojos verde azulados de Sabrina se posaron en el infinito paisaje que develaba el ventanal, perdiéndose entre las lejanas luces, imaginando la suave voz de… ¿Su Alteza? Aclamo su atención aquella joven mortal que traía en una ostentosa bandeja entre sus manos con su copa de oro adornada con algunas piedras preciosas. Grazie. Se limitó a responder saliendo de su ensoñación, alzando su mano perfilada para tomar su trago y despachar con un gesto a la anónima humana. ¿Dónde estarás ahora? Se preguntó a sí misma en un recuerdo lejano, tomando una profunda inhalación para completarla en un suspiro ausente.

La orquesta y las voces iniciaron una fuerte tonada que hizo vibrar cada molécula en el cuerpo de Sabrina, haciéndola girar automáticamente para admirar de reojo a los actores de una obra decadente que demostraba la supremacía del odio por encima del poder o del… amor… ¿Qué tan lejana sonaba aquella simple palabra? ¿Qué tan siniestro se había tornado su destino? Ella ladeo su cabeza y relamió los residuos de vino sobre sus labios carmín, detallando la primera escena en que dos amantes se encontraban bajo la luz de la luna y ambos hacían una promesa de devoción eterna. Cuanto drama… Cuantas situaciones y trampas les tendería el infame destino… Cuantas maravillosas oportunidades les brindarían para después separar sus caminos... Ella cerró sus ojos con fuerza ante la dirección de sus propios pensamientos y volvió su rostro hacia el ventanal mientras sus guardias permanecían alertas ante los movimientos de su ama. Cavalieri della luna, nei tuoi occhi vedo la mia libertà, e nelle vostre mani riposa l'anima mia. Murmuro en apenas un hilo de voz, dejando la copa a un lado y abriendo sus ojos para encontrarse... ¿¡Un gato!? ¡Por los Dioses! Contadas veces tenia un momento de nostalgia y era interrumpido por... No, en realidad no era interrumpido... Era... Extrañamente apaciguado...

Los ojos del felino y los de ella se encontraron a traves del fino cristal, detallandose mutuamente, observandose con una graciosa curiosidad que le hizo sonreir. Su gelida mano toco el ventanal a la altura del rostro del felino, descendiendo desde sus ojos hacia su fina nariz y despues delineando su pecho donde el pelaje parecia mas frondoso. ¿Quien eres? Susurraron sus labios, girandose discretamente sobre su hombro para predecir que el tono tenor del cantante amortiguaria el impacto de su mano al abrir la ventana y tomar a tan hermosa criatura entre sus manos. Por otro lado, uno de sus guardias observo con algo de extrañeza la conducta de su Reina, a lo que Sabrina respondio con un gesto travieso para que guardara silencio y observara la obra. ¿Como te llamas, minino? Comentó en un tono apenas audible, acariciando su terso pelaje, alzando aquel pequeño rostro para enfocar nuevamente esas orbes misticas que funcionaban como un enigma indescifrable para ella. En el antiguo egipto, decian que los ojos del felino actuaban como portales hacia la eternidad... Una ventana hacia el mundo desconocido de los muertos... ¿Tendras esa facultad? Sus ojos taladraron los del animal con una inquisicion profunda, como si intentara buscar alguna justificacion en ellos que no habia logrado conseguir en tantos años de antiguedad. Sabrina alzo su mirada una vez mas a la escena de muerte y dolor que dejaba como consecuencia la traicion en la obra y sentandose con elegancia, coloco al gato sobre sus piernas. Si tus ojos son el portal, y yo claramente pertenezco al mundo de los muertos, entonces hemos fusionado dos realidades paralelas para convertir al presente en algo verdadero... ¿No crees? Su ronroneo la sorprendio por completo, descolocando su mente del recuerdo en un cierto sentido de pertenencia que tan solo despertaba con su tacto... Era algo tan natural para Sabrina tener el control de todo lo que se movia a su alrededor, pero con aquel ser vivo palpitando y respirando tan cerca de sí, tal vez representaba mucho mas de lo que habia conocido hasta ahora... Un sentido distinto... Una señal bizarra de que aun habia algo en su interior...
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Mensaje por Andrei Neverov Vie Dic 31, 2010 2:14 pm

El pequeño felino permaneció en la misma posición durante varios minutos, sin dejar de mover la cola lentamente en el aire, como mecida por el capricho del viento. Era tal la tranquilidad en la que se había sumido que Andrei estuvo seguro de que podría llegar a dormirse profundamente en aquel mismo alfeizar; cosa que, contra sus propósitos para aquella noche, no alcanzó a importarle demasiado. La música, la música amansa a las fieras y, en su caso, también a los gatos. ¿Pero cómo no rendirse ante aquella delicada melodía, cómo no caer derrotado delante de tanta belleza, de tanta armonía? ¿Quién sería capaz de interrumpir horriblemente el cantar que parecía estar poseyendo la sala? El gato suspiró suavemente mientras la pieza llegaba a su fin para abrir paso a los versos de los actores, y cuando finalmente la última nota se extinguió en el teatro, Andrei abrió los ojos.

No obstante, el joven se percató rápidamente del cambio que se había obrado frente a él. La única butaca que podía ver desde su posición y que hasta el momento se encontraba vacía, ahora estaba ocupada por una mujer. El pequeño minino alzó lentamente la vista, pasando por el elegante y caro vestido, recorriendo el cuello blanco y finísimamente decorado con un bonito collar, hasta llegar finalmente a sus ojos. Dos ojos que incluso a través del cristal Andrei pudo adivinar muy claros, rodeados de espesas pestañas negras y que le miraban con sorpresa. El cambiaformas habría mentido si hubiese dicho que no se sintió atraído por aquellos hermosos orbes cristalinos, si hubiese dicho que durante un instante no se sintió tentado a alargar una mano para alcanzar a la mujer. Sin embargo, fue su mano la que se acercó y la que se posó sobre el cristal. El gato la miró fijamente durante unos instantes, hasta que, finalmente, se alzó sobre las patas traseras para apoyar las delanteras en el cristal, en el mismo lugar donde ella tenía su mano. Ni siquiera sabía lo que pretendía con eso, por qué le había dado pie a creer que era algo más que un simple gato…pero simplemente lo hizo.

Quizás por eso, o quizás porque la mujer sintió en ese instante tanta simpatía por él como el felino sintió por ella, la ventana que los separaba se abrió con un suave chirrido y dejó que la voz del hombre que actuaba sobre el escenario impactara en sus oídos con toda claridad. Acto seguido, la dama extendió sus manos hacia él con la clara intención de cogerle, y aunque los instintos del felino le instaban a apartarse y no dejarse atrapar, Andrei permaneció totalmente quieto sobre el alfeizar, a la espera de que aquellas manos blancas y finas llegaran hasta él. No era miedo lo que le inspiraba la mujer, ni desconfianza.

Normalmente, aunque el humano tendía a confiar incluso con demasiada facilidad en las personas, el felino que residía en su interior era más bien propenso a suprimir estos afectos; y esos instintos eran aún más fuertes e ineludibles cuando se encontraba en aquel cuerpo. No obstante, nada de eso ocurrió aquella vez. Por algún motivo, incluso el felino parecía de acuerdo con rendirse ante la mujer. Sus instintos, tan alertas y suspicaces a la maldad, no le advirtieron de nada en aquella ocasión, lo que le llevó a sentir una mayor confianza hacia ella. Su modo de cogerle, de acariciarle e incluso de mirarle le hacían saber que nada malo le esperaba entre sus elegantes manos. Sin embargo, el pequeño gato no pudo evitar que su mirada verdosa cayese durante unos instantes sobre los guardias que rodeaban a la dama. No había muchos, pero uno sólo de ellos habría bastado para intimidarle profundamente de haberse encontrado sin la compañía de la mujer. De ese modo, el gatito bajó la cabeza hasta apoyarla en sus piernas, como si de algún modo así se sintiese más protegido; una vez allí, felino permaneció tranquilo y manso sobre su regazo, recibiendo las caricias entre agradecidos ronroneos.

Después, cuando la dama le habló, el joven volvió a alzar la mirada hacia ella, entre satisfecho y sorprendido. Por una parte, sus palabras, que encerraban una indudable sabiduría, le llevaron a pensar que no era una mujer de clase alta normal y corriente. Ya había tratado con damas así antes, incluso más veces de las que hubiese preferido. Mujeres vanidosas, egoístas, sólo interesadas en la última moda o en las más caras joyas, pero que no sabían absolutamente nada sobre filosofía, música o historia. Mujeres que despreciaban el pensamiento, dándole el título de inútil. Aquella dama, sin embargo, sabía razonar por sí misma, y estaba claro que tenía ciertas nociones sobre el mundo que la rodeaba.

No obstante, algo le inquietó. En un momento, ella había hablado del mundo de los muertos, pero no sólo eso, sino que se había hecho partícipe de él de una manera que Andrei juzgó extraña. ¿Qué quería decir con que pertenecía al mundo de los muertos? El pequeño felino sacudió suavemente la cabeza, restándole importancia y suponiendo que sería una forma de hablar. De todos modos, como única respuesta, el gato no pudo hacer otra cosa que maullar ligeramente y frotar una de sus orejas contra la mano, pidiendo caricias.

No era exactamente lo que él había planeado para esa noche. Sus planes, tan bien definidos y estructurados, se habían truncado por completo pero…una parte de él se alegró por ese cambio. La parte que aún se sentía desolada cuando nada más llegar a casa era el silencio el único que le recibía, la parte que pedía algo más que una vida dedicada a las misiones y al trabajo, y quizás también la parte que alguna vez había extrañado el contacto amable de una mano sobre su piel. Sí, ese lado de sí mismo que tanto tiempo había descuidado deseaba permanecer en el regazo de la mujer y dejarse acariciar aunque sólo fuera por unos minutos, fingir que esa mano estaría ahí para él siempre que se sintiese solo.
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