El clarín de muerte, se escucha en el horizonte - Flashback - Privado

El viaje a la fronteras nortes, había sido duro y extenuante.  Jamás esperó encontrar a su amigo, tan desanimado y agotado, como lo hizo aquel año de 1833. no había llevado las mejores noticias para su jefe y amigo. Gwang So, a quien se le había prometido volver al palacio, si tan solo, se mantenía en su puesto de Gran General del ejercito de Joseon, por seis meses, podría volver y así por fin declarar a su esposa, como la princesa consorte. Pero las nuevas ordenes, no solo le mantendrían por ese año, sino por dos largos años mas. Desesperado el príncipe, le pidió que no dejara sola a su amada, no podía pedirle eso a ninguno de sus hermanos, y menos a su padre, el rey, quien le detestaba desde que se casara con la reina. Nam Yoo, sabía a lo que se podía enfrentar, su propia familia, había sido diezmada por ordenes de monarca o de su esposa, pero sin pruebas, no hay culpable, y menos, cuando el responsable puede ser un ser, capaz de borrarte de la faz de la tierra.

Tres semanas le había llevado llegar a donde Gwang So, se encontraba y cuatro semanas, fueron las usadas para llegar a Hanseong, la capital del reino, en donde Suni, y toda la familia política del  Príncipe se encontraba. En cada parada que hacían, cada pueblo que cruzaban, las noticias, eran mas alarmantes aún. No solo la familia de Suni, pendía de un hilo, la poderosa familia Hwan, había caído en desgracia, y el compromiso de la hija mayor de aquella noble familia, con el príncipe Yang Myung, había sido roto, por las acusaciones y pruebas de alta traición. Las que no afectaban solo a aquella familia, sino a cualquiera que tuviera contactos con dicho apellido. Unos cuantos pueblos antes de llegar a la capital, le informaron que los campos y propiedades de la familia Hwan, habían sido tomados por el monarca y entregados como dote, a la nueva prometida del príncipe heredero. Sentado en el carruaje que lo llevaba a su destino, no podía dejar de pensar en su amigo, la esposa de éste y en la joven Juyi, a quien no conocía profundamente, pero que según los recuerdos de su leal amigo, era una jovencita, alegre y luminosa, como un soleado día de primavera. Aquello, le hiso recordar a Hae Soo, su pequeña hermana, que desapareciera con tan solo doce años, cuando un asesino extranjero irrumpiera en el hogar y terminara con la vida de todos allí. muchos dijeron, que había sido un complot extranjero, mas él, en el fondo de su corazón, cree que fue igual que en ésta ocasión, la codicia por el poder, de familias nobles enfrentadas históricamente.

Al llegar a la capital, se dirigió, luego de dejar sus cosas en la habitación de un hotel, a donde se encontraba la casa de los Hwan, pero como esperaba, ésta permanecía cerrada, con grandes fajas, en donde se dejaba claro, que cualquier ayuda que se diera a dicha familia, sería tomado como alta traición y por ende, llevados a ejecutar. Su mirada, recorrió todo ese lugar, buscando alguien que le pudiera dar información del paradero de loas jóvenes, pero solo encontró silencio y terror.

Había perdido la noción del tiempo. No recordaba cuanto llevábamos ya en aquel lugar. Lo único que veía desde hacía días era a madre tumbada, pálida, sin energías, llorando a todas horas y padre suplicando por mi vida y la de eonni. Le daba igual lo que les pasase a ellos pero imploraba piedad por nosotros. Cada día algún miembro de la familia era llevado a las independencias de detención. Al parecer estaban reuniendo a toda la familia Hwan. Aquella noche me tumbé apoyando mi cabeza en el regazo de madre y mientras ella me acariciaba el pelo y me cantaba aquella canción que me calmaba de pequeña comencé a cerrar mis ojos.

Estábamos preparando todo para la fiesta de primavera. Los cerezos de nuestro jardín acababan de florecer y madre quería celebrarlo con una fiesta. No solo por los cerezos, sino por que en dos meses sería mi boda con el triste. En esos tres años nos habíamos visto como cuatro o cinco veces, y en todas me trataba con indiferencia o de forma mal educada. Aquella tarde las mujeres de la familia nos reuniríamos a tomar el té y hablar de los detalles de la boda. Pero de pronto una nube negra cubrió el cielo de la casa y decenas de soldados entraron en la finca rodeándola y sacando a todos los hombres y mujeres al centro del patio apuntando sus espadas hacia nosotros. Madre me agarraba las manos, asustada y temblando. Padre pedía explicaciones por aquella interrupción tan abrupta. Un enviado del Rey se dirigió a nosotros y nos leyó aquel pergamino, el cual reflejaba una serie de delitos que se consideraban de alta traición al reino y sus representantes. Yo no entendía nada de todo aquello, solo me empujaban hacia dentro de un transporte y nos llevaron a todos a la capital a un centro de detención especial para nosotros.

Abrí los ojos y di un salto. Estaba temblando y un sudor frío me había cubierto completamente. Madre me abrazó fuertemente mientras sollozaba y yo le devolvía el abrazo. Hacía un año que me había dado cuenta que no quería casarme con el príncipe, ya solo el entrenamiento me había quitado tanta de la libertad que disfrutaba que no quería saber lo que implicaría estar en aquel frio palacio. Había incluso planeado huir, pero nunca lo había llevado a cabo por amor a mi familia.  Y ahora había conseguido librarme de aquel compromiso, pero a que precio. - Yo no deseaba esto. - En mi cabeza solo pasaba la idea de que todo aquello era culpa mía. El haber deseado romper el compromiso, mis planes de huida, todo aquello había llegado a los oídos de la reina y dejó caer su ira sobre toda la familia.

De pronto uno de aquellos impasibles soldados que nos vigilaban día y noche, casi sin pestañear se acercó a padre y le susurró algo al oído. Padre se derrumbo en el suelo y comenzó a suplicarle a aquel muchacho que nos sacase a eonni y a mi de allí, que nos salvase la vida. El muchacho nos miró y negó con la cabeza dándole una patada a padre para arrojarlo lejos de él. Me levanté corriendo y fulminé a aquel soldado con la mirada. Me arrodillé al lado de padre y le abracé. - ¿Qué pasa padre?. - Le solté y agarrándole del brazo comencé a levantarlo. - Acaban de poner la fecha de la ejecución. - Contuve el aliento, en realidad dejé de respirar durante unos segundo y cuando lo hice me dolía hasta coger aire. Me caí al suelo de rodillas. En cuatro días la familia Hwan dejaría de existir en este mundo.

No fu nada fácil dar con las personas indicadas para llegar al lugar exacto en donde los tenían prisioneros. Aún no podía creer que la familia Hwan había caído en un complot que a simple vista se podía observar que era mentira. Décadas de lealtad a la corona y al rey, no podían ser olvidadas de la manera cruel en que sucedió, mas desde hacía un tiempo, el rey parecía estar poseído por algún ente maligno. Prueba fehaciente de ello, era que habían caído en desgracia, no solo la familia Hwan, sino que cuatro de los diez príncipes y sus familias maternas. Muchos de los mismos, habían sido obligados a tomar veneno, provocándose un suicidio, una forma delicada para no manchar sus manos de sangre de inocentes.

Buscando información sobre el destino que se pretendía dar a la familia de Suni y Juyi, Nam Yoo, descubrió que los padres de ambas jóvenes, serían llevados en la mañana del siguiente día, al palacio real y realizando la ejecución por medio de veneno. El secretario y amigo del príncipe Gwang So, chasqueó la lengua, mostrando su disgusto. Por mas que intentara hacer cualquier cosa, sería imposible salvarlos a todos, y lamentablemente, los dos respetables ancianos, deberían morir, para intentar salvar a sus familias. Sintiéndose inútil, se dirigió a una taberna, en donde pudo encontrar mas información. La familia Hwan, se encontraba en una propiedad, a las afueras de la ciudad, les llevaban provisiones una vez a la semana y los soldados cambiaban constantemente de guardia, ya que el patriarca había sido un honorable militar, y ministro de guerra, a quien todos los militares mostraban respeto y sentían como una traición el mantenerles encerrados y no poder ayudar.

Usando el cariño que le tenían los militares al  ex ministro, Nam Yoo, logró llegar a los custodios que estarían cuidando a los desdichados, la noche antes de la ejecución. Fue así como pudo infiltrarse, vestido como uno de los guardias y llegar hasta donde los prisioneros se encontraban. La construcción no era una pocilga, lo que daba a entender, que aún en la desgracia, la familia había sido cuidada, aunque no por el rey, si por los soldados. Pronto estuvo delante del patriarca. Se acercó a él, y susurró en el oído - Mi señor, me mandó el príncipe Gwang So, intentaré ayudarlos... pero temo, que no podré hacer nada por usted - se lamentó. Vio el terror en los ojos del noble, mas también el agradecimiento ante la certeza que salvaría a su familia, - Muchas gracias... No importa que me pase... solo salva a mi hija y a mi sobrina -, susurró, casi entre sollozos.

Era la única que supo de aquella noticia devastadora. Padre me hizo prometer que no le diría nada a las demás mujeres, sobre todo a madre. Durante todo el día mantuve la compostura como la dama que habían educado, pero por la noche, bajo la luz de los candiles que alumbraban el patio y llegaba de forma tenue, me agazapé en una de las esquinas de la celda y comencé a sollozar. Unnie estaba abrazada a su madre, como todas las noches para calmar sus lamentos y sollozos. Lamentos que se elevaban en la noche y llegaban hasta las casas más cercanas. Me limpié la cara y volví hacia los demás, respirando hondo y mirando aquel patio sombrío, el lugar en el que nuestros cuerpos inertes y sin vida yacerían en unos días.

Los días pasaban más rápido de lo que deseaba. Los soldados que nos custodiaban a cada día que pasaba se les veía más apesadumbrados y muecas de dolor se reflejaban en sus rostros. Algunos de ellos se habían acercado a Padre y Tío para despedirse y darle sus respetos. Ver como aquellos hombres que tendrían que ver nuestras muertes demostraban un gran respeto hacia Padre dolía más a cada minuto que pasaba. Los más jóvenes saludaban, los más ancianos le abrazaban y se inclinaban delante de el golpeando sus frentes contra el suelo con tanta fuerza que llegaban a hacerse sangre. Mis pulmones se encogían haciendo que no pudiese respirar a cada minuto que veía aquellas escenas. No llegaba a comprender el porque de aquella situación tan surrealista. Si tanto respetaban y querían a nuestra familia ¿Por que estaban permitiendo aquello?. ¿Miedo?, ¿Hipocresía?.

Era nuestra última noche y mi cuerpo ya no aguantaba más. La verdad es que tanto el como mi mente decidieron rendirse así que me pasé ese día tumbada en la celda mirando hacia el patio y observando el ajetreo que se organizaba para comenzar con los preparativos. Ese día estaban más amables que de costumbre, alguno incluso nos hacían reverencias cuando pasábamos o nos ayudaban con las tareas diarias. Suni se pasó el mismo día conmigo, sentada, acariciando mi cabeza. Sabía que ella estaba terriblemente angustiada, pero no mostraba un atisbo de miedo o pánico en su cara. No le daría esa satisfacción a nuestros enemigos. Sabía que deseaba ver a su amado más que nada en el mundo. La incertidumbre de si estaba vivo o muerto era la que la consumía y torturaba. Agarré su mano y la miré desde abajo, con una sonrisa. Me levanté ligeramente, y la abracé con todas mis fuerzas. - Él esta bien. - Le susurré. Creo que aun mantenía la esperanza de que vendría a verla antes del fatídico día.

Cuando abrí los ojos en aquel abrazo mi visión se paró en Padre y un misterioso hombre que hablaba con él. Parecía uno de aquellos soldados que habían servido bajo su mando. Aunque algo en el me era familiar. La luz tintineante de las antorchas no me dejaban ver su rostro, pero nos miraba de reojo. No solo a nosotras, sino también a su alrededor, como si estuviese analizando el lugar y la posición de los demás soldados. Padre de pronto se derrumbó delante de el y comenzó a sollozar. Aquella imagen hizo que dejase de respirar. Ver como el pilar de mi vida caía de forma tan estrepitosa hundió mis últimas fuerzas. Me tapé la boca y comencé a llorar como nunca lo había hecho, ni cuando era pequeña y me había caído de aquel árbol al que me había subido persiguiendo a una ardilla. Ver como lo levantaba si de un muñeco de trapo se tratase y como se acercaban a nosotras hizo que moviese mi cabeza, negando con tanta energía que golpeé la cabeza de Unnie sin querer. En mi interior, muy en el fondo sabía lo que iba a decirnos.

Quedan 12 horas.

Aquel hombre, que hacía unos años, fuera un alto funcionario, un excelente militar, con quien luchara codo a codo, en batallas. Al verle hoy, así, destrozado, con muchos años encima, casi como un anciano. Le había hecho trizas su corazón. Admiraba al  noble señor Hwan, por lo que verle siendo injustamente sentenciado, le provocaba sentimientos de impotencia. La única forma de salvarlos, era crear un caos en la corte. Pero Gwang So, se encontraba a miles de kilómetros y eso hacía imposible poder tomar una decisión así. Solo un levantamiento, sería una salvación para toda la familia. Mas como súbdito y amigo del segundo príncipe heredero, no podía hacerlo. si él, como segundo y mano derecha del príncipe Gwang So, sería visto, como una orden dada por el príncipe. Aunque se negara a admitirlo, todo posible plan para salvarlos, sin derramamiento de sangre, era imposible.

El último día, la última tarde, lo pasó en reuniones con fieles súbditos del príncipe y de la familia Hwan. No durmió en toda la noche, Fue preparando cada detalle de la operación. Al amanecer, un carro los estaría esperando,  apostado a unas pocas casas de donde se encontraban encerrados los nobles. Nam Yoo, se preparó con sumo cuidado, como si se tratase de una ceremonia religiosa. Se baño y realizó las ofrendas a los ancestros, suplicando por cuidado, también, les imploró que recibieran en el mas allá a los integrantes de la familia Hwan, que no lograrían ser salvados. No pudo contener las lagrimas, al recordar a la esposa de su amigo, la había visto, en la última visita que hiciera y pudo comprobar con sus ojos, que era verdad, el rumor que estaba esperando un hijo. ¿Acaso el hecho de que diera un heredero a la corona, antes que el príncipe heredero se casase, podría ser la verdadera razón de ésta ejecución? No podía afirmarlo, como tampoco negarlo. solo sabía una única cosa, Jamás le diría a su amigo, que su mujer había muerto junto con su futuro hijo, si él no lograba salvarles. Suspiró, mientras terminaba de envainar su espada y esconder dos revólveres - una excentricidad, para un reino que cada vez se volvía mas ermitaño y cerrado al mundo -. Trenzó su cabello y anudó un trozo de tela negra en su frente, nariz y boca, así, no podrían reconocerlo fácilmente.

El trayecto hasta la mansión de los Hwan, se le hizo eterno, pero llegó justo a tiempo, cuando los soldados, comenzaban a sacar a toda la familia al patio, los hombres fueron puestos en fila, uno al lado del otro, vestidos de blanco, atados de brazos, para que no pudieran defenderse. Las mujeres también estaban de la misma manera atadas, solo que conservaban sus vestidos, aunque no sus aderezos. Pudo ver a Suni, las mejillas hundidas, la mirada perdida, se sostenía el vientre, como si la acosaran dolores fuertes, - Mierda - maldijo. No podía esperar mas, temía que la joven sufriera un aborto. Con su pequeño ejercito, rodearon la propiedad y subidos a los techos, los arqueros, estuvieron listos para acabar con los verdugos. Mas sabía que tanto el anciano noble, como el padre de Suni, deberían entregar sus vidas, en un suicidio obligado. Cerró los ojos y apretó la mandíbula, cuando oyó las últimas palabras del patriarca y el llanto y lamento de las mujeres. Era hora de entrar en acción, Desde donde estaba, levantó su brazo e hizo la señal de ataque.

Hacia poco meses que había descubierto el secreto de unnie. Aquel secreto que solo yo sabía y que había ayudado a crear. Aun recuerdo el día que recibió la carta de oppa diciéndole que iba a regresas a la capital en unas semanas para dar el parte a su padre, preparar algunas cosas y regresar. La luz de sus ojos eran como dos faros iluminando la más oscura noche. También recuerdo la envidia y celos que sentí de ellos porque sabía que yo no iba experimentar lo mismo en mi matrimonio. Un matrimonio que no quería y que me hacia sentir desgraciada antes de haberlo realizado. Para que el secreto del matrimonio entre ambos siguiese intacto y no recibir las represalias me inventé que necesitaba ir a la capital esos días para comprar unas telas y hablar con la reina para ultimar la ceremonia. Así que le pedí a unnie que me acompañase. Cuando llegamos le mandé una carta a través de una de las doncellas al principe Gwang para que se reuniese con unnie en el cuarto del hostal en el que estábamos. Yo me trasladé a otro y les deje aquel rincón para su encuentro entre marido y mujer durante aquella semana. Fue meses después que me di cuenta de que algo había cambiado. La mirada melancólica que solía tener unnie cuando oppa no estaba ya había desaparecido y parecía más alegre. Daba largos paseos sola agarrando su tripa y acariciándola. Aunque aun fuese una niña sabía perfectamente lo que estaba pasando, madre me había dado la charla y enseñado alguna cosa para cuando llegase el día de mi noche de bodas con el príncipe Yang. Noche que cada vez estaba más cerca. Noche que al final no se llevaría a cabo por la traición de algunos de los miembros de palacio.

Padre y tío nos habían separado a unnie y a mi de las demás mujeres aquella noche. Nos habían dado unas telas blancas, que representaban a los condenados a muerte y atado las muñecas a la espalda. Nos hicieron poner de rodillas en la tierra de mitad del patio, en un lateral mirando hacia los demás. Unnie comenzó a sentirse mal y a agarrar su pequeña barriga, aun no se le notaba mucho el embarazo pero yo sabía lo que estaba pasando. Seguramente el estrés del momento y los malos cuidados estaban haciendo mella en aquella criatura. Entonces fue cuando yo cogí aire y me estire de forma orgullosa mirando a los demás que estaban en el centro del patio. Los miré a todos y con lágrimas en los ojos me fui despidiendo de ellos entre sollozos, pero sin darle al enemigo la satisfacción de verme caer en la desesperación. Uno a uno fueron bebiendo aquel brebaje y cayendo al suelo entre gritos de dolor y espuma. Unnie comenzaba a alzar más la voz de dolor. - Aguanta unnie algo se me ocurrirá. - Le dije mirando a mi alrededor buscando una forma de hacer que unnie escapase de allí. Vi una oportunidad en el momento que uno de los guardias salió de su fila y se dirigió al muro norte, algo había llamado su atención.

- ¿Que sucede?. - Dijo unnie en el momento que comenzamos a escuchar gritos de alarma por parte de los soldados. Yo comencé a mirar y vi como algunos hombres enmascarados saltaban los muros y golpeaban a nuestros guardianes. Entre la confusión me levante y corrí hacia uno de aquellos soldados que había caído y rasgue mi cuerda con su espada. Cogí esa misma espada y corrí hacia unnie para rasgar su atadura y ayudarla a levantar. - Venga nos vamos de aquí.- Le dije agarrándola del brazo y tirando de ella hacia la salida aprovechando la confusión y la pelea que se había creado en cuestión de segundos en el patio. Como pudimos salimos de allí y comencé a guiar a unnie hasta el bosque que mejor conocía y podía darnos un pequeño resguardo de los soldados que nos persiguiesen. No me había parado en ningún momento a mirar que estaba pasando ni quienes eran los que habían asaltado el patio. Solo quería correr y poner a salvo a unnie y su bebe, alejarlos lo máximo posible del peligro. Entonces fue cuando ya adentradas en el bosque escuché los gritos de un hombre llamándonos por nuestros nombres. Me paré en secó diciéndole a unnie que se escondiera en unos arbustos y agarrando la espada con mis dos manos la alcé delante de mi, apuntando a la persona que estaba persiguiéndonos. - No te acerques más o te mato. - Le dije con voz temblorosa pero con las manos firmes. Y un grito de dolor estremecedor salió de donde estaba unnie escondida.

Verlas allí tan indefensas, sin poderse defender, totalmente a merced de aquellos asesinos. Provocaba en el hechicero una impotencia y una ira que enervaba sus espíritu. Con el poder del encandilamiento, iba haciéndose paso de los soldados que intentaban detenerle, solo que apenas permitirle el paso, Nam Yoo, no dudaba en desgarrar sus carnes. En su cabeza, no solo estaba ayudando a la familia Hwan, sino, que de alguna manera, lograba vengar aquellas muertes sin sentido, que en su propia familia habían ocurrido. Él era consciente que tras ésta sentencia, se encontraba la mano de la reina, quien solo podía velar por los interesas de su hijo, el futuro rey. Por lo que no sentía ningún resentimiento al momento de poner fin a la vida de los soldados que habían sido mandados por la monarca.

Cuando por fin pudo llegar al patio de la mansión, el caos era extremadamente palpable. Sus soldados, vestidos de negro, no dudaban, al igual que él, de dar muerte a cada uno de sus oponentes. Pudo ver como hija menor del ministro Hwan, tomaba una espada, de un soldado caído e intentaba con éxito, liberarse sus manos y las de su prima, la esposa del príncipe Gwang So. Quiso acortar la distancia, pero los enemigos, parecían aparecer de la nada, como si al matar uno, aparecieran seis soldados mas. Debían matar a todos lo antes posible, para que la guardia no pusiera en alerta al resto de la policía y llegaran refuerzos de palacio. Si eso pasaba, podía darse por muerto, al igual que toda la familia Hwan. Enojado con tal posible situación. Gritó con furia mientras se abalanzaba para la zona de la propiedad, por donde habían huido las mujeres. Debía protegerlas, costara lo que costara. Suni, se había tomado varias veces el vientre, y eso, solo podía ser indicios firmes de que su amigo, podía estar esperando un hijo y por tanto un heredero al trono.

Sus paso, se hicieron mas ligeros y fue dejando el tendal de enemigos en el suelo, entre charcos de sangre y lodo, que comenzaba a formarse, al instante que un aguacero parecía haber encontrado el momento justo para dejar caer sus cortinas de lluvia. Se dirigió al portalón, que había quedado entreabierto, tras la huida de las jóvenes, las había visto girar a la derecha, mas su preocupación se hizo mas latente, ya que el carruaje al que pretendía llevarlas, se encontraba en sentido contrario. - Maldición -  gritó, mientras se empapaba por la lluvia e intentaba acelerar aún mas su paso, dispuesto a encontrarlas lo antes posible y redirigir sus pasos a donde el coche las esperaba.

Corrió como alma que la persigue el demonio, por el sendero del bosque, vestidas de blanco, eran un objetivo demasiado fácil de detectar, por cualquiera de los arqueros o los soldados del rey, o mejor dicho de la reina. por lo que al divisarlas, comenzó a gritar - Suni... Suni... detente, soy yo, Nam Yoo, me manda tu esposo - dijo con todas sus fuerzas. Aquello podía poner sobre aviso a los malditos enemigos, pero debía redirigir la fuga, en el puerto, una embarcación de gran porte las estaría esperando, con suerte, antes que la noche se hiciera demasiado peligrosa, ambas, podrían estar en alta mar, sanas y salvas.

Un viejo amigo de otro regimiento llego buscándome casi sin aliento al igual que venía su pobre caballo. Sin poder hablar me entrego una nota, reconocí el sello de la familia y me extraño que fuese para mi. El mensajero me hizo señas de que leyese mientras recuperaba el aliento.
Cuando terminé de leer, era evidente mi cara de incredulidad -No puedes hablarlo con nadie en el que no confiese con tu vida. Estoy a tus ordenes para esto.
-Ve a que preparen tres caballos, di que son para mensajeros. Espérame en la puerta trasera de la posada del loto, no tardaré.

Salí como alma que lleva el diablo a buscar a Chi Do, era en el único que podía confiar sin dudarlo. Fuimos a la armería, mejor dicho él fue a la armería ya que el soldado que estaba en turno le debía más que un favor, le debía la vida y con esa deuda saldada y unas monedas nos aseguramos que no hablaría del equipo que nos llevábamos. Nada que pudiera llamar la atención, solo un par de arcos y cuatro carcajs, lo normal para ir a cazar faisanes, esa era la excusa.

Llegamos al punto de encuentro, donde estaba el mensajero con evidente nerviosismo. Hice las presentaciones mientras subíamos a los caballos, ya sentía pena por el pobre animal porque sabía que íbamos a reventarlos.
-Debes ir al embarcadero que hay cerca y comprar un barco y a su capitán ¿lo conoces? Avisa que llegaran dos mujeres. le di una bolsa más que suficiente para el trato.

Íbamos todo lo rápido que los caballos podían, como si nos persiguiesen todos los demonios de los infiernos. Debíamos llegar cuanto antes, aunque probablemente el general ya estuviese perdido, debíamos salvar a las dos mujeres cuyos retratos y nombres adjuntaba. Suni Kang y Juyi Hwan.

No escuchaba nada, no veía nada. Solo blandía aquella espada al aire, con movimientos erráticos, gritando como si hubiese sido poseída por un demonio y sintiendo la lluvia sobre todo mi cuerpo. El traje blanco se hacía más pesado con el agua y el barro que iba absorbiendo. Noté como golpeaba algo, un dolor seco comenzó a recorrer mi brazo, un dolo que hizo que soltase la espada y me girase, agarrándolo y maldiciendo entre lágrimas. Si íbamos a morir no se lo pondría fácil. Me agaché agarré una piedra y la lancé contra aquel hombre, que gritaba no se que y se acercaba hacia nosotras. Caí al suelo, exhausta y al abrir los ojos vi a un hombre en el suelo, sangrando por el cuello. Estaba tan cerca que un pequeño chorro de sangre que salía de su yugular saltó a mi cara. Era uno de los soldados de la reina, comencé a gritar asustada, como pude me levante, resbalando por culpa del barro comencé a andar o más bien arrastrarme con las manos por aquel barrizal hacia donde estaba unnie. Sus gritos cada vez eran más fuertes. Noté que me agarraban la pierna y comencé a darle patadas, aquel soldado seguía vivo, intentaba hablar pero su boca solo escupía sangre a borbotones manchando mi ropa. Seguía golpeándole la cara con mi pie. - Suéltame. - Gritaba desesperada entre sollozos, pero se había agarrado con tanta fuerza que me impedía seguir avanzando hasta unnie.

Dejé de sentir presión y no lo pensé dos veces, como pude me levanté, apoyando mis manos en el suelo mientras mis pies resbalaban en el lodo. - Unnie, unnie, unnie. - Era lo único que repetía mientras me acercaba, resbalando a cada paso que daba. Llegué hasta donde estaba y podía ver la sangre, no solo la de la herida de las dos flechas que tenía, una en el hombro y otra justo en el corazón. Una mancha de sangre más ancha había teñido la parte de su pelvis de sangre, una sangre de un color más oscuro y que caía por sus muslos hasta llegar a sus pies. Estaba tumbada con las piernas abierta y el vestido cubriendo solo hasta sus rodillas. Tenía la mano estirada. Arrastrándome llegué hasta ella y agarré su mano, tan fuerte como pude. Con la otra quería sacar aquellas flechas, pero recordé lo que padre me había dicho una vez, una historia que me había contado de una batalla y que había aprendido aquel día que era mejor no sacar la flecha, porque esta taponaba las heridas. - El bebé. - Balbuceo. - El bebé, el bebé, el bebé. - Era la único que repetía. Agarraba su mano, asustada, ¿el bebé estaba naciendo?. - Eso no puede ser, aun falta mucho. - Le dije llorando y acariciando su mano. - El be .....bé..... - Y de pronto dejo de gritar y cerró los ojos.

¿Por qué en esos momentos, le parecía que todo iba lento, como si los dioses del cielo, o los demonios del infierno, se burlasen de unos pobres mortales como ellos, y no les dejaran intentar salvar a sus victimas de un destino de por más cruel? Allí, a tan corta distancia que podía ver perplejo, lo que ocurría ante sus ojos, observó los movimientos nerviosos y desesperados de la joven Juyi, por deshacerse de un enemigo dispuesto a tomarla prisionera. Aunque se notaba que aquella muchacha, con tan pocos años a cuesta, había sido instruida en el uso de las armas, como buena hija de militar, no podía ser rival para un soldado experimentado como el jefe de policías Jung Wook- Nam Yoo, no permitiría que nada le ocurriese a la prima política de su amigo, y menos a la esposa de éste, por lo que sin pensarlo, arrojó una daga al cuello del policía. Si había sido a traición, cobardemente, pero ese hombre, también había ido tras una mujeres indefensas, las que poco o nada podrían defenderse. Sonrió al ver que su puntería no había decaído y que seguía siendo certera y letal  como siempre. Mas en ese instante en que su mente se distendía en unos pocos segundo, el vibrar de dos flechas en el aire, pasando a milésimas de distancia de su cuerpo, lo hicieron reaccionar. Giró su cuerpo y en dos segundos mas, había dado muerte al arquero que se escondía detrás de uno de los pinos.

El grito desgarrador de mujer, le heló la sangre, y cuando giró su cuerpo, todo pareció venirse a bajo. Con sus ojos desorbitados, se fue acercando a la terrible escena que ante él se estaba desarrollando. La bella y dulce Suni, se encontraba en el suelo, levemente apoyada en el tronco de un árbol, con la mirada perdida, balbuceando algo que para él era inentendible, pues aún se encontraba relativamente lejos. Como un niño que no puede con el dolor, Nam Yoo, comenzó a llorar en silencio. Él, un hombre que había vivido guerras, luchas fratricidas y hasta el asesinato de toda su familia y la desaparición de su hermana, no podía soportar haber sido tan inútil como en ese instante. - Suni... Suni... querida amiga... no puedes irte, no puedes abandonar a tu esposo... - sollozó, mientras la voz se le quebraba y caía de rodillas al lado de la joven Juyi. Su mirada recorrió el cuerpo ya sin vida de la amada esposa del príncipe Gwang So. Fue en ese momento que sus oídos, escucharon el lejano balbucear de la prima de Suni. Giró su rostro, le contempló, casi sin expresión, aunque su mirada fue tornándose de una angustia sin fin -¿Su hijo nació? -, sabía lo que eso significaba, no era solo una muerte injusta, eran dos, las perdidas que su mejor amigo debería sufrir, en cuento él tuviera que comunicar el triste destino de la joven esposa.

Llegábamos tarde, muy tarde. Ya no podíamos hacer nada por mi general y su esposa sin embargo...
Abrí el retrato de las dos mujeres a las que debíamos proteger y di gracias a los cielos porque no pude encontrarlas entre los cadáveres.

En medio de la tétrica quietud de la noche escuche ruidos provenientes de un bosque cercano y no lo dude un segundo. Me adentré en él y me transforme en cuanto estuve protegido de la vista de cualquier mirada.
Fui siguiendo el rastro de los esbirros que probablemente estaban dando caza a las dos muchachas. En cuanto encontré a los dos primeros, recuperé mi forma homínida sin preocuparme de que me viesen, es más sentí una macabra satisfacción al ver sus caras de terror cuando cambie delante de ellos. Pero apenas tuvieron tiempo para asimilarlo porque bañe a mi espada con su sangre dos tajos certeros y mortales a cada uno de ellos sin darles ni siquiera tiempo de desenfundar sus espadas.

Chi Do no tendría problemas en encontrarme, solo tenía que seguir el rastro de soldados que iba dejando a mi paso. Era demasiado fácil irlos cazando por la retaguardia. Ese era el problema de confiarse creyéndote el animal más grande de la selva. Eso es lo que ellos creían yendo a la caza de dos mujeres indefensas.

Escuché los gritos desesperados de una mujer y ¿de un hombre? Mi corazón se detuvo por un instante. Esa voz, sin duda la conocía pero, no podía ser, él no. Él estaba en un templo a salvo lejos de aquella locura.
Sin pensarlo eché a correr lo más rápido que pude pero aún seguía teniendo esbirros a los que reducir lo que ralentizaba mi avance, tanto era así que Chi Do tuvo tiempo de alcanzarme.
-Bang Won. Yo también he oído su voz pero ¿no puede ser él verdad? él está en el templo
Negué con la cabeza porque sin duda, era el estrés y la adrenalina del momento.
-Sea quien sea no te descubras sabía que existían los hechiceros pero no sabía de que eran capaces exactamente y en ese momento, no podíamos confiar nada más que en nosotros dos para salvar a las muchachas.
Debíamos llegar a Suni y Juyi cuanto antes.

No veía nada. No escuchaba nada. No olía nada. No sentía nada. Solo podía ver aquel pequeño cuerpo, inerte que unnie había envuelto en un trozo de su vestido y había dejado en mis brazos antes de cerrar los ojos y no volver a abrirlos. - Unnie, unnie, por favor, despierta, no me dejes aquí. - Mi voz sonaba entrecortada y frustrada. La movía con fuerza hacia delante y atrás, esperando una contestación. Una que nunca llego. Solo la veía a ella y una pequeña sonrisa en su rostro. Aun caían las lágrimas por su rostro, pero su pecho no se movía. Su cálida y dulce mirada no estaba observando a su querido hijo. El hijo del amor de su vida. Un niño que no lloraría, ni reiría, ni hablaría, ni se convertiría en un gran hombre como oppa. - Oppa. ¿Donde estas?. ¿Porque nos has abandonado cuando más te necesitábamos?. ¿Es porque me comí tus dulces? o ¿por que te llamé demonio?. - Miraba la cara de aquel niño, no era muy grande pero se podía intuir que sería igual a su padre.

Estaba totalmente bloqueada. No podía dejar de acariciar la carita del pequeño Bo-Bae, pensando en todo lo que no iba a hacer. No sentía la lluvia en mi cuerpo que había comenzado a temblar. No oía los gritos de la pelea a mis espaldas. No sentía la presencia de aquel hombre a mi lado, agarrando mi mano y llorando. Un relámpago y unos gritos acercándose hizo que volviese a aquel fatídico día, aquella fatídica noche. En lo que duró el estruendo de aquel relámpago yo había perdido a toda mi familia, todo el linaje Hwan había desaparecido. Estaba sola. El pánico comenzó a apoderarse de mi. - No, no no. -  Gritaba desesperada, agitando la cabeza y buscando algo. Cualquier cosa. Agarré con fuerza la mano que sentía en la mía, temblando casi tanto como yo. Me levanté, dejando a Bo-Bae sobre el pecho de su amada, amable, querida, alegre y cálida madre.

Comencé a caminar, tambaleándome y cayendo unos metros después sobre aquel barro que se había formado con la lluvia y la sangre. No me importaba ya nada. Solo quería irme con todos ellos. Si me encontraba con algún soldado no me resistiría, no pelearía. Simplemente le miraría a los ojos y que el gran Buda decida mi destino. Un destino que estaba escrito y hemos querido cambiar. Y el castigo por tal desfachatez estaba llegando con sangre y lágrimas. Sabía que aquel dolor jamás me dejaría, así que mejor acabar con todo en ese momento. De rodillas en el barro, alcanzo la espada que había soltado hacía unos instantes. Me erguí, levantando mi cabeza, mirando al cielo y coloqué el frio filo en mi cuello. Cerré mis ojos, reuniendo el valor para mover mi mano hacia la izquierda y volver a junto mis padres.

A pesar del peligro inminente, de la certeza que a poca distancia de donde ellos se encontraban, la lucha continuaba y se volvía aún mas sangrienta. Nam Yoo, no podía dejar de contemplar, el pálido rostro de aquel pequeño. Las manos ensangrentadas de Juyi, untaban las puras mejillas del inocente, de la sangre cuajada de su madre. Era dantesco y monstruoso, lo que sucedía en ese instante congelado de la tragedia. Como un autómata, abrazó con ternura a la joven, como si fuera su propia hermana, - Hae Soo - susurró, mientras su mente divagaba por infiernos mentales. Cerró los ojos, mientras sus lagrimas, comenzaban a humedecer sus mejillas y el pañuelo que aún llevaba en su rostro, ocultando su identidad. Fue en ese instante, que una chispa de lucidez golpeó con fuerza su cabeza. El ver que Juyi depositaba al pequeño bebé en el pecho de su madre y se levantaba, con mucha dificultad, arrastrándose y tambaleando su cuerpo, maldiciendo, a su suerte, al príncipe y a la vida.

Giró su rostro, aun acuclillado al lado de los cuerpos sin vida, cuando su mirada se detuvo en la acción que la asiática estaba decidida a cometer. Como si fuese un resorte, se levantó y corrió hasta donde Juyi se encontraba, sin pensarlo forcejeó con ella, para quitarle la espada. Por lo que cortó su mano con el peligroso filo del arma. - Juyi... Juyi - ,Le habló, con su potente y grave voz, - No puedes hacer eso... por mas que lo desees, no puedes seguirlos -, logró desarmarla. La abrazó fuertemente, abarcando con su mano abierta, la nuca de la joven, acercándola lo mas que pudo a él. Llorando de angustia y de rabia, - Es lo que ellos desean que hagas... no puedes permitir que ganen -. Dejó que ella se desahogara, acariciando su espalda y su cabeza, como solía hacerlo con su pequeña hermana. Le fue susurrando, tratando de calmarla, - Te juro que vengaré las muertes de tus padres, de tus tíos, de Suni y del pequeño Bo-Bae-.

Usó su poder de encandilamiento, para así dominar la voluntad de la joven, debía hacer que siguiera sus ordenes. Le dijo, con suaves y dulces palabras, que debía seguir a sus enviados y llegar al puerto, en donde la estarían esperando. Sacó de su cintura una bolsa con monedas de oro, también de platas, y se las colocó en las manos. - Juyi, escúchame bien, guárdalo entre tus ropas, no digas a nadie que las tienes y cuando llegues a Paris, Debes encontrar a la señora Marchessault... Ella te acogerá, hasta que el príncipe y yo, lleguemos -, le aseguró, mirándola a sus ojos, intentando que en la mente de la joven, sus palabras quedaran bien plasmadas.

En ese instante, la voz de un hombre lo puso en guardia, se giró, poniendo tras de ci a la joven, tomando la espada, que hasta hacía un instante Juyi había tenido en sus manos. Mas al tener ya su rostro descubierto, aquel hombre frente a él, podría reconocerlo, como él lo pudo hacer al ver su aura, al  escuchar su voz, -¿Bang Won... Eres tú? ¿Chi Do? -, dijo, casi sin creerlo. Por mucho tiempo, le había creido muerto, tanto a él como a Chi Do, pero ambos hombres se encontraban frente a él.

Todo era simple dentro del caos de las batallas. Había enemigos y aliados, en este caso solo Chi Do era mi aliado, el resto eran enemigos salvo las dos mujeres que buscábamos para salvarlas.

Llegamos abriéndonos camino a base de espadazos y confiando el uno en el otro. Eran muchos años los que llevábamos juntos y nos compenetrábamos a la perfección sin tan siquiera mirarnos. Pero, como siempre, en toda batalla siempre hay algún factor inesperado. En este caso era la presencia de nuestro querido amigo Nam.
Nos reconoció a los dos enseguida pero ¿Cómo? ¿Cómo era posible que nos reconociese en plena noche, en un bosque donde no debíamos estar, embozados por completo, sin ningún distintivo que nos identificase porque así lo habíamos hecho?
Di un paso hacia él antes de ser consciente de la tragedia en la que estaba sumido.

Solo una de mas mujeres estaba viva, y al parecer aún ilesa. Por si la tragedia no fuese suficiente con la perdida de la mujer, además ¿había un bebé de por medio?.
Por los cielos.
-Debemos sacarla de aquí antes de que vengan más soldados. Esta zona está plagada de ellos y las buscan sin cesar.
La mujer estaba en shock, por lo que podía ver no tenía muy claro ni siquiera si era consciente de las palabras de Nam pero, una cosa si sabía, no iba a dejar a la otra sin antes enterrarla.

Me acerqué a ella con paso lento y con voz firme pero amable le hablé -Supongo que querrás enterrarla. Deberíamos hacerlo cuanto antes y salir de aquí. Seguro que ella -señale el cuerpo de la madre y le bebé -no soportaría ver que tu la sigues en su destino.
Chi Do ya había buscado un lugar apropiado, junto a un cerezo, ahora sin flores pero fuerte y de hermosas ramas.

Me acerqué a Nam, apartándolo un poco de ella -Supongo que los dos tenemos muchas preguntas en estos momentos. Pero primero deberíamos salir de aquí y sacarla a ella. ¿Cuál es de las dos?¿Suni o Juyi?
Era una locura ponernos a enterar a nadie. Como guerrero lo sabía, había dejado atrás a demasiados compañeros caídos al amparo de los animales pero, ella no era un guerrero. Ella solo era apenas una niña.
-Haré guardia mientras le dais descanso. Se que es duro Juyi pero, no os demoréis. Debes mantenerte a salvo. Por ella y su bebé. Tú serás su menoría de ahora en adelante. A ti te corresponde que sigan existiendo.

Desenfadé y me alejé unos metros, para poder subirme a un árbol usando mis habilidades sin que ellos se percatasen. Desde aquella posición elevada podría vigilar más terreno.

- Suéltame. - Dije entre lágrimas y forcejeando con aquella figura que agarraba mi mano y apartaba el filo de la hoja de mi cuello. Mi voz iba subiendo más. - Suéltame, suéltame, suéltame. - Era lo único que repetía mientras sacaba fuerzas de donde fuera para acabar con todo. No sentía el dolor de los cortes que me iba haciendo en el forcejeo. Aquellas manos cada vez apretaban más fuerte las mías, hasta el punto que de pronto solté la espada. El ruido del acero en el suelo hizo que me girase y lo mirase directamente a los ojos. - Oppa. - Le dije llorando. No pude decir mas, mi cara quedo aplastada contra su ropaje mojado. Podía oler el metal de la sangre y el sudor de oppa. Comencé a llorar desconsoladamente mientras mis manos agarraban sus ropas por la espalda tan fuerte, que mis manos comenzaban a doler. Y como si una ráfaga de aire caliente pasase por delante de mi cara, dejé de sentir frio, dolor, angustia, rabia.

Me quedé con la cara hundida en su hanbok, como hipnotizada, escuchando sus cálidas palabras. Me aparté y extendí mi mano como me indicó. Miré aquella bolsa de tela azul, con una mariposa y unas iniciales bordadas. Un ruido hizo que me girase. Vi a dos hombres acercarse y me levanté de forma brusca, buscando la espada y prepararme para defender a oppa. No iba a morir nadie más, pero mis manos, brazos, piernas, todo mi cuerpo ya no tenían fuerzas. Me quedé allí quieta, esperando lo inevitable. Pero no paso nada. Cuando abrí los ojos vi como aquellos hombres hablaban con oppa. Uno de ellos se acercó a unnie y la cogió de una forma tan delicada que parecía que estaba flotando en el aire, durmiendo. Se acercó con ella a un pequeño cerezo que se hallaba hacia el fondo de un lateral del camino y comenzó a enterrarla. Yo estaba allí, mirando como si estuviese en otro mundo, llorando y esperando, en el fondo, que de pronto suni se levantase y me diese la mano para seguir nuestro camino hacia la salvación. Peor no era la mano de Suni lo que me estaba arrastrando. Era la de aquel hombre, que tiraba de mi con prisa. Los pasos se acercaban.

Como era de esperar, Bang se sorprendió que pudiera haberlo reconocido, si se encontraba tan bien camuflado. Pero para Nam, aquello era muy sencillo, su habilidad de ver el aura de las personas y reconocer además ciertos movimientos típicos e inconfundibles de su mejor amigo, lo llevaron a poder apostar su vida, si era necesario, para saber que aquel soldado que frente a él se presentaba no podía ser otro que Bang Won. Sonrió con tristeza, hubiera deseado que su reencuentro fuese en circunstancias totalmente diferentes y no aciagas como las que debían vivir.

Hubiera deseado abrazarlo, jugarle algunos chistes o tomar macoli hasta el amanecer, pero allí a sus pies, se encontraba el cuerpo sin vida se quien fuera el alma y la razón de vivir de su príncipe y amigos. Su mirada doliente se dirigió a la joven Juyi, quien hasta ese instante se había mantenido aferrada a su pecho. - Ella es Juyi, la joven muerta es la esposa del príncipe Gwang So... ese su primogénito- dijiste casi en un susurró, con la voz quebrada al recordar como apenas unos meses atrás, el esposo de la desdichada Suni, le contaba ilusionado todos sus planes de buscar el heredero apenas volver al lado de su amada esposa.

Gracias a Chi Do, pudieron darle una digna sepultura a la joven princesa y al pequeño noble. Nam Yoo, se razgo su ropa, y ató el mango de su puñal con aquella fina tela, para luego clavar en el joven árbol aquella señal. Secó sus lágrimas y se giró para pedirle a Bang Won que se apurara a llevar al barco a la joven Juyi, -Querida, te prometo que pronto iré a buscarte, solo confia en mis hombres y cuídate mucho- no sabía si ella le estaba prestando atención, la observaba distante, como si no hubiera podido salir del asombro causado por todo lo vivido aquella maldita noche. - Vamos, apresurarse, pronto llegarán refuerzos-, les indico el camino a seguir y despido con un gesto, para volver sobre sus paso y así comprar más tiempo para ellos.[/color]