Les Innocents - Privado - Ilja Šejić

Desde que había llegado a Paris, en pocas ocasiones había salido de su residencia, la que era su refugio. Tal vez porque todos los años en que había vivido bajo el  yugo de su padre, la había vuelto una persona solitaria, aunque no pareciera. Pero sus negocios la llevaban a tener que ir a diferentes eventos y lugares. Por eso, tras recibir al señor Šejić, los acontecimientos se fueron dando cada vez mas veloz mente. La primera carga de esclavas llegaría en pocas horas, si no habían llegado ya. Por lo que debía encontrarse nuevamente con el caballero y comprobar que el lugar donde desembarcarían dicha mercancía, sería la indicada.

Apenas despuntó el alba, la italiana se levantó, debía hacer varias actividades. Por un lado, tenia que concurrir al banco y hacer algunas extracciones de dinero, ya que toda compra conllevaba un pago y aquella noche, entregaría al señor Šejić, la cantidad pactada por el transporte de su preciada mercadería. Por otro lado Corradine jamás usaba un traje dos veces, o los incineraba o los destruía de otra manera, por lo que tendría que concurrir a una casa de alta costura y hacerse algunos trajes mas europeos, ya que no deseaba ser el centro de atracción, menos cuando debía realizar visitas tan importantes como la de aquella noche.

Apenas desayunó un café negro y se dirigió al centro de la ciudad. El tramite en el banco no le demoró mucho. Como era un cliente preferencial, fue atendida por el gerente de la institución. El efectivo fue entregado en un discreto maletín y llevado por uno de sus guardaespaldas, un japonés que había sido en su tierra natal un samurái y que estaba dispuesto a matar a quien les pusiera en peligro. Desde el banco, apenas pasada las diez de la mañana, se dirigió a la casa de alta costura, en donde ya la estaban esperando, y donde encargó cuatro vestidos, y dos trajes de montar, hacía mucho que no disfrutaba de aquel pasatiempo y tal vez, iba siendo hora de comenzar a abrirse en ésta desconocida sociedad europea.

Al volver a su mansión, se apresuró a entrar en su oficina, buscar lo necesario para redactar una pequeña nota y enviarla con uno de sus empleados de confianza, a la floristería Matrioshka, en donde el señor Šejić la podría recibir. En dicha misiva, le dejaba en claro que iría a visitarlo a la floristería, pasada las once de la noche, ya que esperaba que a ese horario, no hubiera personas que la pudieran observar, deseaba ser lo mas discreta posible y así, ver con sus propios ojos, en que condiciones había llegado su mercadería. Llamó a su sirviente y le entregó la carta, - Esperas que confirme la cita -, le fulminó con la mirada, - Estaré esperando la respuesta, no vuelvas sin ella... si no quieres que te castigue -, le reprendió. El joven sabía que su ama no hablaba de mas, lo que prometía lo cumplía.

Su sirviente llegó con la noticia exigida, aquella noche la condesa de Italia se dirigiría a la dirección acordada y comprobaría con sus propios ojos, que el lugar fuera el indicado para recibir tan importante producto. Lo que restaba de tiempo se lo dedicó a buscar el atuendo indicado para su visita, ya que no podía ser demasiado llamativo, pero tampoco debía verse como una dama cualquiera, ya que jamás permitiría que se la tratase de manera común como cualquier mortal.

Cuando llegó el momento, se dirigió al coche y ordenó comenzar el viaje. Era un poco distante, desde el lugar en donde se encontraba la mansión Grimaldi y en el sitio en que se erigía la construcción de la Florería Matryoshka. Sonrió al pensar en el nombre de la misma, ya que de inmediato, pensó en unas muñecas hechas por campesinos, para sus hijas, que consistían en una muñeca de madera, la cual, llevaba en su interior una mas pequeña y así sucesivamente unas cinco veces, hasta aparecer una diminuta muñequita maciza. Pensó que no se le hubiera podido ocurrir un nombre mejor ya que dentro de ese comercio, existía un nuevo comercio, al igual que en el juguete, uno encubría al otro. Suspiró observando el paisaje, por alguna razón, aún se sentía conmovida por los acontecimientos vividos hacía pocas noches atrás. El pasado había llegado a golpear sus cimientos y toda ella se encontraba conmovida. Un escalofrío, cruzó su espalda, ¿Estaría bien si ella observaba la mercadería? ¿o su humor había variado tanto que podría conmoverse ante la desgracia ajena? Negó con un gesto de cabeza, - No, no puedes pensar en ello, eres la cabeza visible del negocio, tú cuidas al que detrás de ti te protege, no puedes defraudarle -, se intentó dar ánimos.

Al estar cerca del lugar, Corradine, se dio cuenta que la zona, aunque concurrida, era lo bastante tranquila, como para pasar desapercibida, la segunda actividad, bajo los pisos de la florería. - Le comentaré a Yang, que es mejor mantener a las jóvenes aquí, y no tan cerca nuestro... si alguien debe caer, no debemos ser nosotros - volvió a pensar, su mirada destelló un brillo maligno, y una sonrisa se fijó en sus delicados y seductores labios, aunque no era una sonrisa dulce, menos agradable, mas bien, era una sonrisa cargada de picardía y maldad.

Al llegar,  su sirviente, el que viniera al lugar mandado por ella, se apresuró para abrirle la portezuela y dirigirse a la puerta, para que la noble italiana, entrara al comercio. Apenas entrar, la joven italiana, escucho una voz conocida, era el señor  Seijic. Sonrió entre dulce y misteriosa, - Señor  Seijic, me alegra encontrarle, justamente, vengo en busca de aquella maravillosa mercancía -, la mirada volvió a brillar cargada de malicia.

Al tras pasar el umbral de la florería, el aroma de las flores la hizo recordar los exóticos jardines del palacio de Joseon. Pocos o mejor dicho nadie sabía  que pasó  su infancia en Corea, aunque si, ella se había encargado de hacer creer que su estadía en el continente asiatico, había sido en el Imperio Chino, más cotizado y comercial que el anticuado reino de Joseon. Aquellos recuerdos fueron como punsantes dagas que lñse hundieron en su estómago y asfixiaba su garganta. No supo la razón, pero luego de recibir la bienvenida de su socio, el ruso llamado Ilja, aquellas molestias se fueron disipando, hasta que su humor se volvió dócil y acogedor. Sonrió con una simpatía poco propia en ella, pero genuina en el momento. Se sentía extremadamente cómoda en ese lugar, y lo que contemplaba le parecía fascinante.

Se dejó llevar por el excelente anfitrión  y ya en la trastienda,  se acomodó en la silla que le ofreció el ruso, al instante una joven asiática, vestida con ropas griegas, se dispuso a servirles, aquella mezcla de cultura, le pareció agradable. Su mirada fue observando con cuidado a la sierva y sonrió complacida. - Me ha sorprendido señor Sejic- dijo con total franqueza. Tomó la copa y brindaron por la calidad del producto. No había pasado ni unos minutos que la música típica de Joseon, llegó  a sus oídos, haciendo que todo su cuerpo se conmoviera. Como si algo dentro de ella se resquebrajara, -ileohge uulhan eum-ag-eul deul-eobon geon jeongmal olaenman-ieossda-¹, dijo en perfecto hangul, haciendo que las jóvenes la miraran asombrados y un tanto asustadas. Tras darse cuenta de lo que había hecho, tuvo que darle una explicación a su anfitrión. -Lo siento, es que al vivir por tantos años en Asia, conozco sus diferentes idiomas y cultura... la música es preciosa-, se apresuró a contestar.

Asintió al momento de recibir la explicación de la manera en que fueron educadas las jóvenes asiáticas. Tras un sorbo de champán, Corradine le preguntó al señor Sejic,- Cuantas de estas jóvenes provienen de familias nobles coreanas?-, llevó su mirada a una de ellas, era imposible que no fuera hija de un noble en desgracia, - ¿Son acaso Kisaeng?-, las jóvenes que conocían la palabra se miraron asustadas. Aquellas mujeres convertidas en kisaeng, eran damas de compañía, de los nobles coreanos y de otros reinos asiaticos.



¹Hacia demasiado tiempo que no escuchaba tan melancólica pieza musical.