Aquello que jamás se olvida

La primavera en Paris, era tan distinta, de aquella que recordara en Corea. Que por momentos olvidaba la nostalgia, que asaltaba en cualquier esquina de la Embajada. Pero aquel día, por una extraña razón, el clima se volvió mas frio que de costumbre, el cielo se encapotó y parecía que en cualquier momento el aguacero se derramaría como las lagrimas de una madre al ver partir a su hijo.

Tal vez por aquella extraña atmosfera, Gwang So, no pudo concentrarse en sus responsabilidades, pues cada vez que lo intentaba, su mente se negaba a cooperar. Un tanto frustrado, suspiró, mientras dejaba a un lado la pluma. Apoyó los codos en el escritorio y mantuvo el peso de su cabeza con sus manos, dejando que sus dedos se hundieran en sus cabellos. Los había cortado, a la usanza europea, por lo que aún no se acostumbraba a tenerlo tan corto. mesó su cabello, para luego tirar de ellos, como una manera de tratar de eliminar aquel sentimiento de angustia y ausencia. Fue recién cuando las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer en el piso de piedra, que el embajador recordó porque se sentía tan extraviado.  - Dios, como puedo haberme olvidado de ella -, susurró con una mezcla de tristeza y arrepentimiento.

- Gwang So... ten cuidado hijo mío -, la voz melodiosa de Goo Eri, la madre del segundo príncipe de Corea, se escucho por el amplio patio del pabellón, en donde vivían. El rey la amaba con todo su corazón, y no se media en asegurar que era la mujer mas hermosa del palacio. Ella sonreía un tanto contrariada, ya que aquellas palabras, serían escuchadas por la reina Yoo, quien siempre había sido una mujer celosa y codiciosa.  No tenía miedo por ella, estaba dispuesta a todo, por vivir el amor que siempre la había unido a su amado monarca. Fue su familia, quien la instó a conquistar el corazón del rey, mas siempre lo había amado en secreto. Convertirse en Consorte Real, fue su sueño hecho realidad, o al menos eso pensó, hasta que llegó a su vida, a su vientre, el pequeño Gwang So. Cuando nació, todos se alegraron en el palacio, claro, todos, a excepción de la reina y su hijo. El rey, aunque por tradición, debía dar en herencia el trono a su primogénito, solía decir que si Goo Eri le pedía hacer heredero a su vástago, lo haría.  Aquellas palabras, forjaron el comienzo de una tragedia anunciada. pues en una primavera lluviosa, el pabellón de los lirios, recibió la visita inesperada de la reina de Corea. Como lo pedía el protocolo, la consorte se inclinó en un saludo estrictamente necesario, pero no deseado. La reina estaba allí para exigirle que dejara el palacio y se fuera a vivir con su hijo a una villa real, mas la joven Goo Eri, le contestó que no se iría, si el monarca así no lo expresaba. Tanta fue la furia de la reina, que sacó una daga y tomó del brazo al pequeño Gwang o de cuatro años. Desesperada la madre del niño, - No toque a mi hijo... No se atreva - se abalanzó a salvarlo de las garras de aquella malvada mujer, empujándola y haciendo que el niño cayera al piso, al igual que la reina.  Aquella afrenta enloqueció a la monarca, quien le exigió a dos de sus guarda espaldas, que sostuvieran a la consorte y con la daga, marcó el rostro de la joven, destruyendo su belleza de lirio.

No fue mucho después, cuando su padre el rey, les exigió dejar el palacio, pues no soportaba ver el rostro desfigurado de quien otrora, había sido la bella de todo el reino. Taejong, jamás hizo nada por reprender a su esposa, ni alegrar la vida de su segundo príncipe o el de su destruida consorte. Apenas unos meses después de aquel incidente, su madre moriría de manera extraña. Algunos decían entre susurros, que la joven se había suicidado. Desde entonces, Gwang So, tuvo que volver al palacio y vivir en el pabellón de una concubina de su padre, recibiendo el maltrato de ésta, hasta que fue lo bastante grande, como para entrar en el ejercito.

Recordar a su madre, escuchar en su cabeza, aquella voz melodiosa y cargada de amor, le hizo pensar en que era tiempo de afrontar aquella vieja historia. Su madre nunca lo hubiera abandonado, por lo que no podía él olvidar su vida, su muerte y todo el amor que le había brindado. Ese día era el aniversario luctuoso de la Consorte Goo Eri, y ésta vez, después de tantos años, él realizaría la ceremonia. Porque a quienes nos han amado, jamás se pueden olvidar.