Marcado a fuego, son mis recuerdos - Diario de una Condesa

Tal vez crees que un ser nace con la maldad inherente a él, si es así, déjame que te cuente un poco de mi historia. Nací en Italia, pero apenas mi madre, dejó de darme el pecho, fui apartada de ella. Mi padre, el conde Grimaldi, era conocido por toda Europa, pues sus negocios y comercios, siempre rayaban en la fina línea, entre lo legal y lo ilegal.  Un hombre cosmopolita, que viajaba a diferentes partes del globo terráqueo, le llevó a tener muchos amigos, como enemigos.

Fue en uno de esos viajes, exóticos, que él se empecinó, en que tanto mi madre como, su hija, una bebé de menos de cuatro meses, hicieran el viaje con él. En aquel viaje, el barco tocó infinidad de puertos, hasta llegar al reino de Corea, en donde emisarios, nos acompañaron hasta la capital de dicho reino y en particular, a la presencia del rey. Mi padre, intentó negociar, alguna manera para que no confiscaran su mercadería, la que entre otros artículos, llevaba opio, para ser vendido en Italia. Aquel producto, estaba prohibido por el monarca y quien lo tuviera sería sentenciado a muerte. Mas al ser mi padre un noble, diplomático y viajar además con su familia, el rey pidió que le presentara a su mujer, ya que la misma, también era una noble. El conde Grimaldi, no lo dudo, su vida y sus riquezas, estaban en juego, por lo que al quedar prendado de la belleza de mi madre, el monarca cambió la vida de uno, por la de nosotras.

Es así, que en 1814, con meses de nacida, terminé viviendo en el palacio real. Jamás hubiera pensado que aquello, trajese, atropellos, tormentos y angustia. Vivir allí, como hija de una concubina, era un autentico infierno. Así mi vida fue transcurriendo, entre el amor de mi madre, pero el desprecio de las demás mujeres, las nobles, las siervas. Todas aquellas, se creían con el derecho de atormentarnos. Tal vez, porque con los años, el rey y mi madre, comenzaron a tener una relación de amistad, mas quede amantes, nos mudamos a una hermosa villa, alejada del palacio, cercana a un bosque. Allí, mi vida fue mas placentera, pero no por ello, mas desolada.

Cuando cumplí los cinco años, mi madre me lo festejó a la usanza europea, ella misma preparó un pastel, rezamos, para que la vida fuera mas dulce y menos difícil. Pero por mas de rezos y suplicas, la vida era dura. Cuando la tristeza me sobrepasaba, solía huir al bosque, allí, sentada en una roca, lloraba amargamente. No tenía mas que a mi madre, y según me gritaban las niñas, mi padre me había vendido al rey, como lo hiciera con mi madre. Aquel día, lloré amargamente, hasta casi no poder respirar. Fue el delicado toque de una pequeña mano, en mi espalda y su suave caricia, la que me hicieron levantar la vista. A mi lado, contemplándome, con suma compasión, un niño, mayor a mi, intentaba consolarme. - ¿Te has perdió? - Preguntó. negué con la cabeza, - ¿Has perdido a tu madre? -, volví a negar, - ¿Entonces, por que lloras? -, aquellas palabras me hicieron abrir mis ojos lo mas que pude, - No lo sé... tal vez, solo  me siento sola -. Mi contestación le hizo provocar la misma reacción que yo había tenido. Sonrió levemente, - No estas sola... yo estoy aquí -. No supe que decir, o como responderle, lo cierto es, que desde ese momento, hasta el día en que la verdadera pesadilla comenzó, sentí, que había encontrado a un ángel. Mi ángel, Gwang So.