Finales, principios (TEMA LIBRE)

Todavía no podía creer estar allí de pie frente a la tumba fresca de su familia. Sus padres y su hermana estaban ya varios metros bajo tierra luego de una ceremonia pomposa en la capilla del cementerio. Le dieron la posibilidad de trasladarlos a Escocia, para descansar en su tierra natal, pero Isabelle prefirió que todo eso terminara lo más pronto posible, con la absurda ilusión que de ese modo dejara de doler como una herida abierta en medio del pecho. Le había tomado casi una semana llegar, la habían esperado para llevar a cabo los ritos fúnebres, y había sido el prometido de su hermana quien se había encargado de los papeles y las invitaciones a los miembros de la realeza francesa. Estaba rodeada de extraños, llorando en silencio a las únicas personas que había amado y que la amaban. ¿Qué iba a hacer ahora sola en el mundo?

Esperó a que las personas se dispersaran, le dieran el pésame y se retiraran en sus carruajes, necesitaba un momento a solas con ellos. Se agacho frente a las lapidas de mármol perfectamente pulidas, con sus nombres adecuadamente escritos en ellas, toco las letras y sintió el sabor salado de sus lágrimas en sus labios. Nada de eso tenía sentido. Cerró los ojos y murmuro una plegaria en silencio, una de las primeras que su madre le había enseñado cuando era niña. Se sobresaltó al sentir la mano de alguien al tocar su hombro, al girarse vio el rostro severo de Thomas, el prometido de Clare que la veía con una mezcla de compasión y tristeza en su rostro.

-Dejaré un carruaje a disposición para cuando desees volver a la casa- comprendió que necesitaba un tiempo más a solas allí, y se retiró, brindándole esa opción. Se quedaría temporalmente en la casa de la familia del joven, dado que no tenían propiedades en Paris. No pensaba abusar de su hospitalidad, podía conseguir un hotel, aunque eso no era algo bien vista para alguien como ella. Guardar las apariencias en una sociedad como aquella era muy importante, sobre todo porque todas las miradas ahora estarían puestas en la joven huérfana convertida en Duquesa por la desgracia. Su familia no era particularmente conocida en la sociedad parisina, pero tenían dinero, prestigio y un título. Nada de eso le devolvería a su familia.

Permaneció allí unos momentos más, escuchando el sonido de los últimos pájaros que revoloteaban, el repiqueteo de algún carruaje cercano, y los pasos respetuosos de los transeúntes que ya se retiraban del cementerio dado que pronto cerraría sus puertas. Pasados unos minutos se incorporó, se paso los dedos por las mejillas pecosas y húmedas y clavo la mirada en la inmensa porción de parcelas delante de ella. Filas y filas de tumbas ordenadas se presentaban como una imagen horrorosa, recordándole lo que ella había perdido. Llorar, lamentarse, enojarse con el destino por lo ocurrido no iba a cambiar nada. Ahora, por primera vez, dependía de ella y solo de ella lo que decidiera hacer con su destino. No tendría a su padre consintiéndola como una niña, ni a su madre regañándola por sus locas ocurrencias. Era una mujer. Era una duquesa, y le gustara o no, tenia que comportarse como tal.

Estaba de pie frente a las tumbas, intentando serenarse, colocarse esa mascara ensayada de insensibilidad. Se encontraba sola, en un país extranjero, expuesta al escrutinio de los nobles franceses y teniendo que decidir que hacer con el acuerdo al que se había llegado con la familia de Thomas. Que hombre mas desagradable, parecía mas afligido por la oportunidad que se había perdido de conseguir un título nobiliario que por la trágica muerte de su prometida. No le gustó nada la mirada que le dirigio cuando la vio descender del carruaje que la traslado hasta su casa imponente en el centro de Paris, noto sus ojos analizarla en detalle, deteniéndose en lugares inadecuados, atento a una nueva posibilidad. Tragó bilis al pensar en ello, en cómo funcionaba la cabeza masculina: no importara cual de las Benaqua fuera mientras él obtuviera su objetivo. Gracias a Dios ahora esa decisión dependía únicamente de ella, y si algo tenía claro Isabelle es que ese hombre no iba a tocarle un solo cabello.

Se giró, sintiendo el vestido negro de luto apretarle demasiado el esternón. La corsetería francesa era preciosa, recargada y asfixiante. Tomo aire y se tocó las costillas, aunque no había forma de aflojar el corset. De repente distinguió una figura no muy lejos de donde ella se encontraba,  a pocos metros, mirando alrededor, dedicándole una pequeña sonrisa que no entendió. Apretó los labios inconscientemente, sin saber cómo debía actuar. Ya no estaba en Escocia, no podía seguir siendo esa muchacha impertinente que soltaba lo primero que se le venía a la cabeza. Con un gesto de la cabeza deslizo su frondosa cabellera hacia atrás, no quedaban restos de humedad en sus mejillas y sus ojos azules estaban fríos como la nieve. ¿Qué persona razonable paseaba a esas horas por el cementerio? Por su atuendo no parecía haber acudido a un entierro, aunque no podía descartar que estuviera allí visitando a un ser querido que ya había partido. Quizás tenían aquello en común. Un vistazo rápido al desconocido le hizo saber que no era mucho mayor que ella.

No entendía del todo a los parisinos y sus extrañas costumbres, quizás pasear ente las tumbas era una manera relajante de finalizar la jornada para ellos. -¿Vienes aquí con frecuencia?-preguntó, sintiendo extraña su propia voz, ya que hace varios días no hablaba, no tenia porque ni con quien hacerlo. Sonaba ausente de toda alegría. No quiso ser antipática, pero supo que quizás esa pregunta podía ser desagradable. –Es un lugar hermoso…. Para ser un cementerio-Era cierto, los mausoleos, las lapidas en orden y perfectamente cuidadas. Se giro y alargo la mano hasta las enormes coronas funerarias que habían sido colocadas alrededor de las tumbas de la familia Benaqua, no fue difícil tomar un par de flores blancas de entre ellas. Se acercó al joven y se las tendió. –Por si quieres dejarlas para alguien especial.

Jugaba con las puntas de sus guantes negros mientras escuchaba las respuestas del joven, era apuesto, con rasgos peculiares, quizás porque no era francés, pero no podía estar del todo segura. Pocas veces había salido de Escocia y conocido personas de otros sitios como para reconocer facilidad acentos diversos. Parecía alguien amable, aunque se recordó a sí misma no pecar de confiada, y no dejar que la soledad la arrastrara a hablar demasiado pronto.  La luz diurna estaba menguando, y si se prestaba mucha atención en el cielo despejado podían verse las primeras estrellas. Ya era hora de emprender la retirada, y aunque podía subir al coche que la familia Deboní había dejado para ella la oferta de aquel desconocido le resultó tentadora. No conocía Paris, no había recorrido sus calles, escuchado su música, conocido su mercado y mucho menos disfrutado de las luces nocturnas. No era gran amante de las grandes urbes, pero ya que estaba allí no iba a desperdiciar la oportunidad de conocerla.

Dudó frente a su pregunta, no estaba segura de que estuviera bien dar demasiada información, aunque el fallecimiento trágico de su familia estaba en boca de toda la sociedad francesa por lo extraño y horroroso del evento. –Si, fallecieron hace uno días- el viaje en barco hasta el continente había sido borroso, era su primera vez y nunca se había sentido tan descompuesta en su vida, apenas había podido comer algo durante los días que duró la travesía, y estaba segura de que había perdido peso y su piel se veía mas pálida de lo habitual, el atuendo negro no ayudaba demasiado. Se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja observando al joven, su acento extranjero seguro la delataba, aunque tenía un francés correcto. –No… Vengo de Escocia- no sabía que opinión tenían los parisinos de ellos, tampoco la verdad es que le importaba mucho, no planeaba residir en ese lugar de forma permanente, aunque tendría que quedarse el tiempo suficiente para dejar en orden los asuntos de su padre. -¿Tu eres francés?-expresó su duda en voz alta, algo en sus rasgos la hacia dudar.

-Una caminata me sentaría bien-reconoció, aceptando al final su oferta. Se acercó al cochero para informarle que podía retirarse, que regresaría a pie, y el hombre desapareció con el carruaje por el camino de salida del cementerio. Alisó la falda de su vestido con las manos y se acercó al joven, escrutando su rostro con curiosidad y cierta impertinencia, recordó que eso no era del todo adecuado en una jovencita como ella y bajo la mirada. -Isabelle-se presentó, principalmente por educacion, pero tambien por necesidad de que él lo supiera- ¿Cuál es tu nombre? –no sabía si estaba bien preguntarle directamente, pero dado que pasarían al menos un tiempo mas juntos deseaba saber quien era su interlocutor. Dio una última mirada a las lapidas de mármol blanco y luego comenzó a caminar en dirección a la salida, dejándose acompañar por él.

Caminar junto a aquel desconocido era agradable, al menos podían sostener una charla casual, y el que no la conociera de algún modo la hacía sentirse más libre a la hora de ser ella misma. Aquel día sin duda era el cierre de una etapa de su vida en donde dejaba de ser la pequeña Izzy que se bañaba en el lago cercano a su casa de campo, que salía al amanecer a galopar con Tiffany, que preparaba pan con semillas y azafrán con las criadas en la cocina. A partir de ahora era Isabella Benaqua, Duquesa de Escocia, con todo el peso que ese título implicaba. Uno que nunca había pensado tener, ni tampoco había deseado. Que su hermana fuera a casarse había sido un alivio, asegurándose la libertad de no tener que ser quien asegurara el linaje familiar ni estuviera a cargo de las cuestiones nobiliarias de su familia. Ahora todo aquello recaía como un peso asfixiante que la ahoga mas allá del ajustado corsé que llevaba apretando las costillas. Sonrió suavemente al comentario sobre su país natal y lo miró de reojo. -Es un lugar maravilloso-no había duda de ello, y aunque soñaba con conocer el mundo estaba segura de que no existía un sitio mejor que Escocia.

-¿Rumania?-los ojos  de la joven se abrieron con sorpresa, desconocía todo sobre aquel lugar pero le resultaba exótico y fascinante.-¿Viviste allí? ¿Cómo es?-ojala algún día pudiera recorrer esos lugares lejanos, distintos, donde la cultura y el idioma era absolutamente diverso, donde había montones de cosas que aprender. Nunca pensó que esas preguntas pudieran incomodar al joven, ella podría pasarse horas hablando de su adorado país de origen. Una sonrisa sincera curvo los labios de Isabelle al escuchar su nombre. -Jag-repitió, saboreándolo, resultando extraño y pegadizo- Me gusta, suena musical- nunca antes lo había escuchado, pero supuso que eso se debía a su origen rumano. -¿Que significa?- muchas veces le habían dicho que era de mala educación preguntar tanto, pero se sentía libre de hacerlo ya que se sentía cómoda con aquel desconocido del que de a poco comenzaba a descubrir algunas cosas.

No demoraron mucho mas en recorrer el camino de salida al cementerio, y si bien el predio al aire libre era agradable salir de un lugar lleno de muerte le genero a Isabella cierto alivio. La verdad es que la ciudad la ponía nerviosa, los ruidos, las luces, todo era demasiado para alguien que mayormente había llevado una vida en el campo.  Inconscientemente se apegó un poco mas a él, con cierto temor a extraviarse entre la gente que iba y venia. Todo aquello era bastante novedoso para ella, y no podía apartar sus ojos curiosas de lo que la rodeaba. -Me gustaría ir ahí-aceptó sin pensar, la posibilidad de un sitio panorámico le daría una idea del tamaño de la ciudad  y seguramente seria un bello paisaje para llevarse en la memoria.

No tardo en notar miradas extrañas de algunas personas que pasaban cerca de ellos, se pregunto si iba desaliñada, o tenia algo malo en su vestido, se miro a si misma pero no noto nada en particular. Quizás era su color de cabello el que llamaba la atención. Estas ideas fueron descartadas cuando una dupla de caballeros se acerco para preguntarle si estaba bien, o si Jag la estaba molestando. Isabelle frunció los labios con disgusto, sin entender porque le preguntaban algo así. -Para nada, no hay ningún problema–respondió sin darle importancia. En Escocia ella solía trabar amistad con los hijos de las criadas de su hogar, e incluso con otros jóvenes del pueblo cercano, nunca había hecho uso de su lugar de privilegio, y al contrario se sentía cómoda con gente sencilla. No había reparado en la ropa sencilla del joven, pero no era algo que la verdad le interesara. Sin embargo sintió disgusto frente a la actitud de los citadinos, evidentemente en la ciudad la cuestión de las clases sociales era importante. Pero ella no era de allí, y estaba mas que dispuesta a ir en contra de esas ridiculeces. Sin pensarlo tomó la mano de Jag y lo siguió por el atajo que el ofreció, agradecida por el ambiente mas despejado de transeúntes. Suspiró y se llevó el cabello hacia atrás. -Las personas aquí pueden ser muy desagradables ¿no?

La caminata junto a Jag le resultó relajante, a diferencia de otras compañías le daba la sensación de que se trataba de alguien en quien se podía confiar. Después de todo lo vivido la última semana sentía que lo único que necesitaba era un lugar tranquilo y seguro donde descansar, no necesariamente un lugar físico, sino una persona, alguien con quien se sintiera a gusto para simplemente dejarse llevar. No conocía a nadie en Paris, y aquel vínculo casual quizás entraba a su vida como una  bocanada de aire fresco. Sospechaba que sería difícil conocer personas agradables en un lugar como ese, especialmente en los círculos llenos de hipocresía en donde se movería a partir de ahora. Quizás esa fuera la última noche a la que podría jugar a ser alguien distinto a la Duquesa de Escocia, y ser solamente Izzy, una chica que acababa de quedarse sola en el mundo y estaba muerta de miedo.

-Mi nombre significa “Promesa  de Dios”-se encogió ligeramente de hombros, si bien había sido educada en las creencias cristianas y su madre era estrictamente religiosa ella no estaba segura de compartir aquello. –Mi madre lo eligió, aparentemente deseaba tanto una hija que hizo una promesa a Dios para ser bendecida con ese regalo… o al menos eso fue lo me conto.-siempre le llamo la atención la devoción y fe de su madre, rezaba todas las mañanas y todas las noches, acudía sin falta los domingos a la iglesia, y cumplía todos los votos de castidad que se le imponían. No estaba segura de si admiraba su disciplina o sentía cierta incomodad critica frente a su creencia ciega.

Recorrieron en silencio el tramo restante hasta el mirador, se trataba de un espacio amplio pensado para el disfrute de las vistas de la ciudad. Ya había oscurecido y los edificios y las calles se veían iluminados desde arriba. Paris era enorme, mucho más de lo que había imaginado. Si ponía atención podía distinguir el puerto, la plaza central y la Catedral. –No está para nada mal-reconoció sonriendo ante el paisaje, preguntándose si podría sentirse alguna vez a gusto en un lugar asi, o si definitivamente su lugar estaba en los campos escoceses. Desde arriba se notaba cierta división en zonas, seguramente los barrios estaban sectorizados y eso le daría una idea más clara de cómo moverse pues se negaba a ir acompañada a todas partes por el cochero. -¿Por dónde vives Jag?-pregunto, con la idea de que se lo señalara y asi comenzara a darse una idea de cómo estaba organizada la ciudad. Suponía que la casa de los Deboní se encontraba cerca de la catedral, recordaba haber pasado cerca de camino al cementerio, pero ya no estaba segura.

Se sentó en un banco de piedra y volvió la mirada al joven, soltando su mano al notar que aún la tenía agarrada, pensando que quizás eso podía incomodarlo. A veces actuaba de un modo demasiado impulsivo y eso les desagradaba a otros, o al menos eso decía su madre. “Una señorita no debería ser tan atrevida”-Lo siento-se disculpó por si aquello lo había molestado, y se quitó los zapatos, los pies le dolían horriblemente por el calzado incómodo al que no estaba acostumbrada. -¿Hay algún lugar al aire libre cerca de Paris que me recomiendes visitar?