Ven a mí (Tayend)

Otra noche más. No terminaba de maquillarme ni decidir qué ropa llevar aunque ninguna de las dos importase mucho. Lo único que quería era hacer algo más de tiempo antes de enfrentarme de nuevo a mi realidad, a esa que no era más que un papel a seguir. Cogí la primera lencería que encontré a mipaso tras cientos de vueltas y preferí dar la cara como toda mi vida había hecho. Era cierto que desde hacía un par de noches, nada era lo mismo. La conversación con aquel hombre -o más bien la discusión- me habían marcado y sospechaba que esa marca tardaría en desaparecer.

Me miré al espejo con aquel conjunto azul que resaltaba sobre mi blanca piel. Siempre era igual, ni si quiera se molestaban en apreciarla, lo único que buscaban de mí era usarme para probar su virilidad por lo que más de una vez la ropa quedaba prácticamente intacta en y ordenada sobre mi cuerpo. Fruncí el ceño al recordar cientos de desagradables acontecimientos ¿cómo las mujeres podían disfrutar de eso? Nunca sentí nada más que neutralidad en el mejor de los casos. Quizás fuera yo la culpable pero al menos fingía bien lo cual me mantenía en mi trabajo. Lo importante no es desear a alguien si no que esta persona se sienta deseada.

Cepillé mi cabello por última vez, dejándolo caer sobre mi espalda. Prácticamente rozaba mi cintura pero no me apetecía molestarme en recogerlo como cuando salía a las calles ¿Para qué? No creo que el peinado durase más de media hora en mi cabeza. Con un suspiro, me decidí por fin a salir de aquella sala hacia el salón principal del burdel donde bailaban, servían y coqueteaban cientos de chicas de mi condición con hombres deseosos de pasar un buen rato a cambio de un puñado de monedas. No era un trato justo vender tu cuerpo y tu dignidad pero ni si quiera te paras a pensarlo, es mejor no hacerlo.

La sonrisa pícara se dibujó en mi rostro como si fuera una careta que me acababa de colocar sobre la cara. Ya era rutina, no necesitaba ni hacer un sobreesfuerzo. Con ágiles pasos atravesé al gentío y los ruidos, colocándome apoyada contra una escalera; mejor dicho, contra la escalera. Esta, llevaba hacia los dormitorios en los que se recibían a los clientes y ese puesto era el mío durnte aquella noche, ser elegida en lugar de elegir. Solo esperaba que la noche pasase rápido. Debían ser las doce y si conservaba el zapato de cristal hasta la mañana siguiente, sería algo perfecto.

La puerta se abrió a mi izquierda, tapándome parte de la vista hacia la sala del "cabaret" pero a su vez dejando correr un frío aire del exterior el cual era muy agradecido. Cerré los ojos y suspiré, disfrutando de esa mínima brisa de libertad sobre mi piel. Preferí no abrir los por si aquel cliente me reclamaba a mí. Quizássi no habría los ojos, no ocurriría. Sí, sonaba infantil pero creer en algo es lo que a todos nos mantiene de pies. Por desgracia no pareció ser el caso ya que unos pasos se acercaban a mí.

Aquella noche era distinta. Lo supo en cuanto sintió la música de fondo, el aroma dulzón y aquel calor humano que despedía por doquier. Sus primeros pasos fueron trémulos, sus ojos se clavaban en todos los presentes intentando reconocer una cara conocida, seria la excusa perfecta para marcharse de ahí...¿pero entonces por que no se iba sin mas? ¿no había sido él, el que había entrado por su propio pie?. Si, lo había hecho porque aquella noche necesitaba algo o alguien que le ayudara a olvidar.

Se sentó en una de las sillas mas alejadas del cabaret y enseguida estuvo contemplando un bello espectáculo con un whisky en la mano. Las muchachas aparecían y desaparecían con la música al igual que los vasos vacíos y llenos de su mesa se alternaban. Todo le llenaba los sentidos, las risas suaves de las mujeres eran una llamada para que él acudiera con su elegante traje y los bolsillos repletos de dinero.

Se levantó y todo dio vueltas. Su cuerpo protesto pero el joven no hizo caso y terminó su vaso de un ultimo trago saliendo de aquel salón. El vestíbulo tenia una bonita decoración que en otra ocasión habría admirado. Aquel burdel no era como los que él recordaba, ahí todo parecía estar diseñado para excitar al hombre, hasta el mas mínimo detalle te invitaba a pasar una noche de placer.

La puerta del exterior se abrió a unos pocos metros al lado derecho suyo y una suave brisa inundo la sala. Era un señor entrado en años y con buena apariencia que no tardó en adentrarse hacia el salón con total seguridad como si lo hiciera todas las noches. Pero Tayend no se fijaba en eso, un bonita mujer estaba apoyada en una escalera luciendo un provocativo conjunto azul y unas largas piernas. Sin quedarse a pensarlo dos veces caminó hacia ella, se movían por su deseo en vez de por su cabeza.

Paró a un metro escaso de la escalera. No podía ser ella. La imagen de Dael le golpeó en el pecho, parecía distinta con aquella ropa y el maquillaje. La mezcla de alcohol y sentimientos le aturdían, no era así como la recordaba...¿era aquel el burdel donde días antes habían discutido? "Claro que si idiota". Dio un paso más acercándose a ella, observándola con detenimiento -y porque no admitirlo excitación -aquel cuerpo, aprovechando no tener que enfrentarse con aquellos ojos que recordaba a la perfección.

Su mano, como si fuera un resorte se levantó y se deslizo desde su cuello hacia abajo, hasta que la ropa le impidió bajar mas. Los ojos de ella se abrieron con delicadeza, como si despertaran de un dulce letargo en el que se ansiaba quedar.

Aquellos pasos se detuvieron frente a mí. Esperaba algún comentario vulgar, alguna caricia obscena pero, no ocurrió. En lugar de aquello, una respiración torpe y lenta resonaba en mis oídos como única respuesta y, una mano cálida y suave rozó mi piel. Por lo cuidada que estaba; supe que no era ningún hombre de clase baja si no uno de alta cuna. De todas formas eso no cambiaba las cosas, seguía siendo un hombre más que recurría mí. No quería abrir los ojos, me hubiera gustado correr y esconderme en un recóndito lugar pero huir no era para mí.

Con lentitud, abrí los ojos encontrándome con aquella sorpresa. Pestañeé incrédula un par de veces antes de asegurarme que ralmente era él. Tayend. Había aparecido de la nada o al menos lo hubiera parecido si no fuera por el olor a alcohol que destilaba. ¿Estaría borracho o solo algo bebido? No podía abrir la boca por mucho que me apeteciera decir algo, cualquier cosa pero es que mi cuerpo no respondía, únicamente se erizaba mi piel al recordar la caricia.

Mis labios se separaron ligéramente por aquella situación. ¿Eso era desear a alguien? Si iba con él ya fuera a cuidarlo o a terminar en la cama con él, se me haría mucho más difícil volver de nuevo al trabajo. A veces deseaba no habérmelo encontrado en aquella calle porque, sin él saberlo, condicionaba muchos de mis actos. Mi conciencia no paraba de repetirme que era una deshonra, una simple prostituta como él se había encargado de recordarme la noche de nuestro encuentro pero, no me dolía ya que era nada más que la verdad.

Me obligué a decir algo, cualquier cosa que estuviera relacionada con mi trabajo pero no pude mostrarle ese trato frío. Me acerqué a él y tomé su rostro entre mis manos, centrándome en su dulce mirada. Ojalá hubiera sido un simple desconocido a quien olvidar al día siguiente.
-¿Está bien, Tayend?- pregunté preocupada, olvidándome incluso de el título de señor porque no parecía que la situación lo requiriera. Ahora estaba preocupada además de asustada. Que noche más completa.

En el fondo, mi estómago estaba comprimido, y mi pecho daba pequeños saltos dentro de mi pecho lo cual era un claro signo de que me alegraba. Maldita sea, estaba bien sin estar atada a nadie y de la nada salía un niño rico y guapo que, más que nada, me gustaba por lo que había en su cabeza. Dos opciones, o yo era tonta o él lo era por volver a verme aunque su estado no era el mejor para pensar acciones correctas.

Observo como poco a poco abría los ojos verdes y dibujo una sonrisa por su sorpresa. Aunque él también se había sorprendido, el alcohol le atontaba de tal manera que apenas era consciente de que había discutido con aquella mujer hacia unos días, que terminaron fatal, que sabia que había sido un activista político y había estado a punto de recibir una bofetada por aquella soberbia innata en algunas mujeres.

Aún con todo guardaba la compostura y se mantuvo con la mirada puesta en sus ojos, como si fuera la primera vez que la veía. Conforme pasaban los segundos en silencio fue recordando mejor. Estaba en un burdel para emborracharse y pasar un rato con alguna señorita y lo que se encontraba era a ella, ofreciéndose a cualquiera que pasara delante, como si fuera algo transferible.

Cuando tomó su rostro la miro primero con incertidumbre y después con sosiego. Sus manos estaban frías en contraste con su cara que acababa de salir de aquel sofocante ambiente, sus ojos lo miraban con dulzura y sus palabras fueron amables. ¿Aquello era lo normal en una cortesana de aquel sofisticado burdel?. Hacia mucho tiempo que alguien no se preocupaba por él, no de forma sincera al menos.

-Estoy bien, solo algo sorprendido...¿que haces aquí?

Al segundo se dio cuenta de que su pregunta era una absoluta gilipollez. Se removió incomodo apartándose del suave agarre de sus manos, no quería volver a lastimarla pero tampoco era capaz de disimular todo lo bien que él quería. Los recuerdos volvían uno a uno y aunque siguiera ebrio su cabeza intentaba ordenar las cosas. Su cuerpo en cambio le exigía que dejara de hacerse preguntas y de dudar, reclamaba que la tomara de una vez..no podía negarse a pasar una noche con él si le pagaba su precio¿no?

Pese a que parecía que el tiempo se había detenido, que todo se había diluido con la presencia de Dael, no era así. Una pareja subió por las escaleras blancas agarrados, ella con una sonrisa fingida, él con una calva sudorosa y unos ojos lujuriosos. La mirada de Tayend los siguió hasta que desaparecieron tras una esquina.

- ¿Hacia donde llevan estas escaleras?-preguntó inocentemente como si no se esperara la respuesta.

Y es que nunca había estado ahí. No había pisado ese sitio en su vida, y en su primera noche se encontraba con ella, precisamente con ella. En el fondo de su ser sabia que volvería a aquel burdel, que la buscaría de nuevo y la volvería a desear como lo hacia ahora. Lo sabia, y se odiaba por ello.

Sonreí sin poder evitarlo al escuchar aquella pregunta la cual se notaba que había formulado sin pensar. Era obvio que una cortesana debía de estar en un burdel pero a veces estaba bien no encajar en ese ambiente, no sentirse parte de él y la forma como Tayend me había tratado en un principio, daba pie a sentirse aún más extraña en ese sitio. De todas formas, seguía ahí lo cual demostraba el poco interés que tenía en hacer algo por cambiar; no porque me gustase ser quien era si no por no tener fuerzas para lugar contra el mundo.

Dejé caer mis manos a los costados de mi cuerpo al ver como él retrocedía. Sí, los dos habíamos reaccionado de manera injusta con el otro. Yo por no saber interpretar las cosas desde su punto de vista y él por no comprenderme. Mi dignidad era algo que no estaba dispuesta a perder por nada y si aquel día hubiera cedido, un poco de esta habría quedado por el camino. No, no pude permitirlo pero tampoco le guardaba rencor por ello.

No dije nada, avergonzada porque hubiéramos tenido que presenciar esa escena, una que se repetía bastantes veces cada noche y que yo había vivido a lo largo de aquellos dos años en numerosas ocasiones. No quería que tuviera aquella imagen de mí, la de cortesana si no que recordase a la Dael que pensaba por sí misma, no dispuesta a dejar que nadie la sometiera.
-A las habitaciones...-dije mirando al suelo mientras volvía a apoyarme contra la pared. Nunca me habría imaginado esa situación y sin embargo, ahí estábamos.

Suspiré pensando qué decir o qué hacer. Él parecía estar en su total control a pesar del alcohol que había tomado lo cual parecía hacer todo más complicado y a su vez sumamente fácil. Al menos sabía que si acabábamos en una de esas habitaciones, lo recordaría a la mañana siguiente y no habría sido causa de la bebida si no de la atracción mutua, una innegable.

Recordé que tenía su libro, guardado en mi propia habitación, a la espera de que él lo quisiera, de que las cosas en el país se calmaran. No, era imposible que viniera buscándome cuando le había chocado tanto el simple hecho de verme. Otra cosa de la que me percaté es que me había tuteado, hasta el momento no lo había hecho y era agradable esa mínima cercanía que proporcionaba.
-Puedes elegir a cualquier chica y subir con ella, así funcionan las cosas -comenté encogiéndome de hombros. Era una continuación a su anterior pregunta pese a arrepentirme momentos después de haberlo informado tan bien. ¿Y si de verdad elegía a cualquier chica del burdel, dónde quedaba yo y lo que deseaba?

Pensé en borrar aquello que había dicho, en acercarme a él y seducirlo como a cualquier otro cliente pero él no era así ni yo sería capaz de fingir con él lo que supondría quedar totalmente al descubierto, expuesta a lo que viniese y sintiera...No quería centrarme en imposibles, mi único objetivo por el momento era sobrevivir. Quizás la vida era más complicada de lo que llevaba visto ¿Querría saberlo? El amor en los libros era muy hermoso pero sentirlo quizás era otra cosa. Por el momento lo único que se repetía una y otra vez en mi mente eran los momentos vividos con él y los posibles por vivir esa noche. Todos ellos conseguían desde sacarme una sonrisa a estremecerme, pasando por acelerar mi ritmo cardiaco.

La naturaleza con la que aquella pareja se perdió tras la esquina le ayudo a comprender donde estaba y a que había venido. Que aquello eran los dormitorios era algo que esperaba, sentía curiosidad por ver cuan lujosos eran, si las sabanas eran de seda blanca o de lino, las cortinas de encaje o de punto....aunque seguramente aquel hombre no se pararía a pensar en esos insignificantes detalles.

Apoyó el costado en la pared para evitar tambalearse. Auque estuviera bebido no quería que se le notara demasiado, como era obvio se comportaba de una forma ridícula cuando tomaba unos tragos de más y no quería que esa noche fuera estropeada por su embriagadez. Ella estaba tan bella que solo el hecho de cometer el ridículo le hacia que las piernas le fallaran un poco mas.

-Entonces, ¿yo puedo elegir a una chica de aquí con la que pasar la noche y simplemente subirla arriba?-

Miro alrededor, las mujeres eran en su mayoría jóvenes y atractivas. Muchas de ellas no pasaban la treintena. había piernas largas y esbélticas, pechos firmes, piel sedosa y ojos seductores por doquier. Algunas altivas con barbilla alta y paso firme, otras con pasos mas inseguros y cabeza gacha, pero todas ellas deseables hasta el extremo. Los placeres sensuales nunca le fueron tan apetecibles a Tayend como en aquel momento.

Pero no había ninguna como ella. Volvió a mirar sus ojos verdes y su afirmación cobro mas sentido. Quizás fuera su forma de mirar de aquella manera tan especial, o su sonrisa que deslumbraba entre todas. No era algo puramente corporal, muchas de ahí tenían un cuerpo tan perfecto como el de ella, era algo...algo que no podía explicar, que le atraía de una forma irracional.

Su mirada no podía ocultar todo lo que pasaba por su mente. Aunque aquello estuviera mal y se arrepintiera a la mañana siguiente lo deseaba demasiado como para poder resistirse. Se acerco de nuevo hasta la cortesana, quedando a unos centímetros entre ambos que evitaban que Tayend perdiera la poca compostura que le quedaba. La miro a los ojos esperando su reacción. Le daba miedo que su gesto se tiñera de una sensualidad artificial como ocurría con todas las demás, temía que sus palabras rompieran aquella complicidad. Pero su lengua fue mas rápida que su cerebro y su deseo se antepuso a sus miedos.

-¿Crees que al final de estas escaleras habrá alguna habitación libre donde poder charlar a solas?

Mis ojos se movían nerviosos entre las chicas a las cuales él iba recorriendo con la mirada. Un punzada de celos me recorrió pero, no podía hacer nada. Tan si quiera, respondí a su pregunta dando por supuesto que más que una interrogante para mí, era una forma de asimilar la idea para sí mismo. Quizás no fuera mala idea que estuviera con otra, así no lo vería como un perfecto caballero y mis sentimientos hacia él variasen...Claro, Dael, sigue soñando.

En algún momento, nuestras miradas se cruzaron y no pude evitar sostenerla, firme, reteniendo aquel instante. Sus ojos dejaban claro el deseo y la atracción al igual que sus intenciones. Como un acto reflejo, mordí mi labio inferior sin percatarme de ello al verlo acercarse. Aquello no podía salir bien, iba a acabar enamorada de él lo cual empeoraría todo. No haría mi trabajo, no podría sacarlo de mi cabeza y ya no lo vería como a un cliente más. Iba a ser mi ruina pero estaba dispuesta a jugármelo todo por nada.

Al notar su repentina cercanía, mis labios se entreabrieron, al igual que si estuvieran a la espera de un beso. Mi pulso se aceleró de tal forma que sus oídos quizás lo escuchasen, esperaba que no. Reprimí varios impulsos como el de tomar su mano o besarlo, cambiándolos por un férreo agarre a mi ligera ropa. Me había elegido a mí, solo a mí y aunque sus palabras explicitaban "hablar", probablemente el diálogo sería bastante corto. Otra alternativa era que de verdad necesitase alguien en quién confiar, en ese caso, también estaría ahí con él, dispuesta a oírlo y reconfortarlo.

No dije nada, únicamente tomé una de sus manos entre las mías con suavidad, temiendo que ese ligero contacto pudiera romper la situación en mil pedazos. Entrelacé mis dedos con los suyos, disfrutando de aquella calidez reconfortante y, a la vez de lo pequeña que me hacía sentir el tamaño de su extremidad.
-Estoy segura de ello- susurré pasando la lengua por mis labios, humedeciéndolos. Me sentía absurdamente nerviosa pese a toda la experiencia que tenía con hombres pero Tayend no era cualquier hombre.

Me escurrí de su cuerpo, dando un ligero tirón en su brazo. No quería besarlo aún pues sabía perfectamente que una vez empezara con ello, no podría parar. Comencé a caminar escaleras arriba sin soltarlo, quizás con miedo a que se desvaneciera en la nada. No sabía a qué habitación llevarlo, todas me parecían demasiado poco para él pero al final terminé decantándome -como no- por la "mejor" de todas, esas reservadas para grandes clientes pero esta noche sería mía al igual que Tayend.

Abrí la puerta, pasando al interior, uno que estaba tenuemente iluminado con la luz de una chimenea la cual caldeaba la habitación. En el centro de la estancia, había una gran cama de sábanas negras de seda, toda una invitación. En el suelo extendida, había una gran alfombra y la única y gran ventana de la habitación estaba abierta, dejando apreciar la noche desde el interior.
Separándome de su mano, caminé unos pasos hacia el interior, para después girarme a la espera de alguna reacción por su parte, eso sí, dejé bastante claros mis deseos al dejar deslizar por mi cuerpo el salto de cama que hasta ahora hacía cubierto ligeramente mi ropa interior.

El contacto con su mano era lo único que le hacia poder parecer una persona sobria. Daba la sensación de que los escalones habían aumentado unos centímetros, su cuerpo no respondía o quizás era su mente la que no mandaba bien las señales. Las voces del gentío se alejaban conforme avanzaban por un pasillo decorado con un gusto exquisito y con una puerta de roble macizo al fondo.

Entraron a la habitación y cerro la puerta tras de sí recargando su peso en la firme madera. Su mirada voló por aquella estancia deteniéndose unos instantes mas en las sabanas color azabache que sugerían todo tipo de locuras. Locuras que se hacían tentadoras con una mujer como Dael delante, incitándole desprendiéndose de aquella fina tela que cubría su cuerpo, dejando a la vista el corsé que dibujaba unas curvas perfectas.

Caminó con lentitud, mirándola a los ojos, intentando en cada paso mostrarse como un hombre seguro y decidido. Apoyo el dedo índice en su vientre, bajando la vista al corsé azulado. La rodeó sin perder ese minúsculo punto de contacto y se situó detrás de ella, rozando la espalda de la mujer con su pecho, que subía y bajaba al compás de su lenta respiración. Cerró los ojos y aspiro el perfume de su cabello, de su cuello, de su ser.

Tayend estaba completamente ausente. Al cabo de unos segundos abrió los ojos y se separó de ella privándose de aquel olor embriagador. Separando el dedo de su vientre camino hacia el ventanal donde se podía divisar la mayor parte de la zona este de París. La ciudad tintineaba una luz anaranjada en cada una de las avenidas principales mientras que los callejones y recovecos se sumían en la mas absoluta oscuridad únicamente bañada por el resplandor blanquecino de la luna.

-Habrá una vista maravillosa al amanecer....

Susurro dándose cuenta que a primera hora de la mañana, el sol entraría de lleno en la habitación iluminando la gran cama que aun seguía intacta. Era evidente que aquello estaba hecho a propósito, todo lujo de detalles para que el ambiente fuera perfecto. Aquel dormitorio era extremadamente suntuoso, así que era de suponer que el cliente que la usase pagaría toda la noche aunque dudaba si alguno seria consciente del amanecer tan hermoso que se divisaría desde esa misma posición.

Parecía ridículo pensar en aquellas cosas con una cortesana delante dispuesta a complacerle, pero sabia que los unía algo mas que eso. Ella conocía mas pasado suyo que mucha gente que pudiera considerarse amiga. Eso le hacia sentirse vulnerable a la vez que aliviado. Poder conocer una persona con la que llegar a compartir todos los secretos y temores de su vida pasada encendía una pequeña chispa de esperanza.

-¿Conservas aun aquel libro que te pedí que escondieras?, el de Saint-Just

Se sintió raro cuando aquel apellido salio de su boca, hacia mucho que no lo pronunciaba en voz alta y menos con una persona delante. Se dio la vuelta abandonando las vistas de su conocida cuidad y posándolas de nuevo en su compañera y en cierto modo cómplice. Tal vez ese era un día propicio para descargar el peso que llevaba encima, tal vez Dios le hubiera otorgado una compañera con la que compartir o Satán una mujer con la que alcanzar la perdición.

Lo observé acercarse con aquel paso decidido pero en lugar de sentir solo atracción por él, deseo, mi mirada reflejaba toda esa ternura que me inspiraba verlo en aquella débil situación. Estaba ebrio, pero no lo suficiente para dar la impresión, quizás la ternura fuera consecuencia de otro sentimiento. No quise pensar y me limité a quedarme quieta, con los brazos a los costados de mi cuerpo y los ojos entrecerrados. Disfrutaba de aquel contacto de su dedo, de su ancho pecho contra mi espalda, de su cálida respiración -una que lograba estremecerme- sobre mí y, como no, del latido rítmico que a duras penas sentía.

Cuando se alejó, fue como si de pronto me hubiera quedado completamente débil, vacía. Él no era la base de mi vida, si había aparecido hacía apenas unos días ¿Por qué era tan difícil aquello?. Mis ojos lo siguieron, puestos en sus hombros sin saber qué decir. Lo que con cualquier otro habría sido un silencio incómodo, con Tayend se convirtió en un momento de tranquilidad apacible que se mezcló con su voz al proclamar la belleza de las vistas al alba. Yo, lejos de pensar en las vistas, me preguntaba si él se quedaría a ver el amanecer desde aquella habitación pero lo más importante "¿Debería hacerlo?" Las historias de amor no estaban hechas para chicas como yo, no sabía como acabaría todo aquello.

Salí de mi ensoñación al oír su pregunta que no me pareció más que un eco lejano hasta que parpadeé repetidamente. ¿El libro? Lo había conservado en mi habitación, entre mis bienes más valiosos ya que podía terminar con la vida de ambos el que alguien lo descubriera. Asentí con la cabeza, sentándome en la cama con lentitud. Ahora sabía que podía relajarme, que volvíamos a aquel ambiente cómplice y, que por mucho que yo fuera una cortesana, él lograba hacérmelo olvidar sin hacer nada.

Desabroché mis zapatos, dejándolos colocados a ese lado del lecho. Mis doloridos pies me lo agradecieron y, gracias a la moqueta, no importaba que fuera descalza. De todas maneras, subí mis piernas sobre el colchón también, abrazándome a mis rodillas. Mi espalda quedó colocada contra el cabecero y mi vista perdida en la chimenea. ¿Quería su libro? Quizás solo había venido a buscarlo como pensé en un principio.
-Está a buen recaudo ¿Por qué lo preguntas? -interrogué ahora sí fijando mi mirada en la suya. Mala idea.

Estaba más apuesto si era posible bajo esa atmósfera. Destacaba en la habitación, haciendo parecer todo tan frágil, incluso a mí. Por el contrario, me sentía segura entre cientos de adjetivos más que probablemente no serían suficientes para describirlo. Al notar la expresión de su rostro, supe que realmente quería y necesitaba hablar por lo que con naturalidad, di un par de palmaditas sobre la cama, a mi lado, invitándolo a sentarse si lo deseaba. Quería saber más de él y no por curiosa si no porque me importaba, más de lo que nadie lo había hecho nunca además de mis padres.
-Tenemos toda la noche -dije dándole a entender que no teníamos porqué precipitar las cosas. No quería que ahora ebrio dijese demasiado de lo que después pudiera arrepentirse -Y también puedo concederte el día si lo deseas.

Esto último fue sin pensar, me asustaron mis propias palabras. ¿Yo con un hombre y no por trabajo?¿Yo con un hombre de día?¿Le estaba diciendo a un hombre que estaba dispuesta a permanecer a su lado todo el tiempo que lo necesitara? No era posible, esa no era yo ¿Dónde había quedado mi cierto recelo por el sexo opuesto? Prefería no pensar demasiado en la situaciñon y solo vivirla porque el mañana era incierto y quería disfrutar del momento, uno que podía ser un final o un principio, todo dependía de Tayend.

El chisporrotear de los leños era tranquilizante y relajaba el ambiente que se había quedado en silencio, la brisa que se colaba por el ventanal de su espalda le refrescaba los sentidos y le despejaba la cabeza que comenzaba a funcionar de nuevo. Sus ojos se habían acostumbrado a esa oscuridad intimista y podía ver mejor el rostro de Dael al igual que sus acciones.

La siguió en todo momento con su mirada y como si de un imán se tratara los ojos se dirigieron a sus piernas cuando se desato los zapatos, a aquellas largas piernas que parecían no tener fin, era algo embaucante que no podía controlar. Ella se acurrucó en la cabecera de la cama y cuando le hizo ese pequeño gesto para que se sentara junto a ella no vacilo. Quería hablar con alguien, sentir que le comprendía de verdad.

Se sentó de espaldas a Dael, en el lado opuesto de la cama y mirando aun a la ventana. Era mas cómodo si no le veía el rostro, seria como hablar solo, como un monologo sin oyentes, como un juicio sin juez. No respondió a su pregunta sobre el libro, ¿para que lo buscaba? maldita sea, ni siquiera era realmente suyo, no sabia quien se lo había mandado, quería deshacerse de el en ese mismo momento, pedirle que lo trajera y quemarlo en aquellas llamas que le alumbraban. Pero por otra parte deseaba volver a leerlo, enfrascarse de nuevo en sus poesías, escandalizarse por sus locuras y rememorar los viejos tiempos, los tiempos buenos en definitiva.

Quizás fue el saber que ella estaría ahí para escucharle, o que se ofreciera para hacerlo hasta el día siguiente. Sus palabras amables le alentaron al igual que el alcohol que aun le quedaba. Tomo aire y unos segundos para ordenar sus pensamientos, para elegir que decir y que no con sumo cuidado pues se jugaba mucho con esa conversación.

-Empezó a finales del 91 cuando tuve unos altercados con mi familia. Yo me refugie lejos de casa y conseguí hacer nuevas amistades con las que pude salir a flote, todavía era demasiado joven para saber que era lo correcto y simplemente me deje llevar como haría cualquier chico de 15 años.-Su voz se volvió mas grave de lo normal y entrelazo sus manos mirando al suelo, a aquella moqueta de un rojo oscuro que se asemejaba a la sangre. Sangre que él hizo derramar con sus palabras e incluso con su puño y que ahora debía reconocer. -Todo marchaba bien, me inmiscuí de lleno con mis amigos y me senti como una persona realmente importante, como uno mas de aquel selecto grupo que pareciamos ser en el que no me conocian por ser hijo de quien soy sino por mi forma de ser y de actuar. Desde mi ignorancia defendía derechos y daba lecciones a hombres que había vivido el cuádruple que yo. No todos estaban de acuerdo con nosotros, incluso gente de nuestro lado se rebelo y entonces tuvieron - o mas bien- tuvimos que tomar algunas medidas...

Levantó al vista del suelo por primera vez en todo su relato. ¿Por que debía decírselo? ¿por que confesarle su vida a una cortesana que acababa de conocer?.Negó con la cabeza incapaz de continuar, de hablar mas y acabar de echar al viento su suerte. Apoyando las manos en sus piernas se levanto con esfuerzo y volvió de nuevo a la ventana, donde no sentía aquel deseo de poseerla, de caer rendido en sus brazos como un niño y contárselo todo para que le pudiera abrazar y consolar como no hizo nadie en todos esos años. Quizás por eso, se metió las manos en los bolsillos, saco su pitillera y encendió el tabaco dando por terminada aquella conversacion.

Lo escuché en silencio, analizando cada palabra, cada músculo de su espalda que se movía al más mínimo movimiento. Quería abrazarlo a la vez que deseaba continuar escuchando su historia pero mi cabeza me obligaba a permanecer quieta, atenta, hasta el final o, más bien, hasta que él decidiera dejar de hablar. No tardó mucho en considerar la opción, acompañándo su silencio por una corta huída hasta la ventana. Parecía dolerle aún todo aquello como si hubieran pasado horas de los sucesos. No necesité terminar de oír el relato para saber lo que continuaba y, también, para saber que solo quería olvidar su pasado, dejarlo estático tras de sí y no tener que volver a pasar por algo así.

Con un gran sigilo, me deslicé sobre las sábanas hasta abandonar la cama por el lado opuesto al que había usado para subir, es decir, por el lugar donde él lo había hecho. Me dejaba llevar por los impulsos que me dictaba todo mi ser en aquellos momentos. El nudo de mi estómago desapareció nada más tenerlo a la corta distancia de un par de centímetros. Su espalda ahora, en aquella cercanía, se me antojaba mucho más imponente, más masculina. Su aroma cosquilleaba mi nariz mezclado con el olor a tabaco y no me atrevía a romper aquel momento, ese trance en el que se encontraba mientras fingía admirar la noche.

Por fin, mis brazos rodearon su cuerpo con lentitud, como si él fuera un animal asustadizo que al mínimo movimiento brusco pudiera escaparse de mí. Mis manos quedaron entre su vientre y su pecho, con las palmas sobre su piel en lugar de entrelazadas. Si me hubieran preguntado por un momento perfecto, aquel lo era sin duda. Reposé mi mejilla en su espalda, entre sus dos homoplatos, escuchando su ritmico corazón latir.
-Nunca se me ha dado bien consolar a nadie -susurré con los ojos entrecerrados -Pero creo que un niño en su inocencia, no es culpable de los acontecimientos que lo rodeen.

No conocía el efecto que pudieran surtir mis palabras sobre él pero al menos esperaba poder aliviar un poco su dolor o si no, se lo haría olvidar de mil formas distintas esa noche, en aquella habitación. Sabía que cualquier cosa mal medida, podría tener el efecto contrario al deseado sobre él, hacerlo cerrarse en lugar de dejarse simplemente sosegar.
-A mí también me gustaría poder olvidar o volver atrás- dije soltándolo para ir al encuentro de sus ojos.
Quedé frente a él, cara a cara, con las manos sobre sus mejillas, unas que ahora mismo me apetecía besar como aquellos labios...En realidad, quería llenarlo de caricias por completo aunque no tuvieran ningún doble sentido.

Una de mis manos, le arrebató el cigarrillo, lanzándolo por la ventana a la espera de que no provocase ningún altercado pero es que en esos momentos, no me importaba nada ni nadie más que él. Si el mundo desapareciese seguiría dando igual. No entendía porqué me sentía así, ni si quiera me apetecía entenderlo. Mordí mi labio inferior al repasar las facetas de su rostro. Lo deseaba, me...gustaba, no era como los demás hombres ¿O era yo la que lo veía así?

Las volutas de humo se formaban ante sus ojos creando formas irregulares que subían con apremio y se extinguían por la ventana, sus pecho parecía ensancharse con cada calada y sus nervios se calmaban en cierto modo. El sonido de las sabanas al deslizarse le devolvió a la realidad, ella seguía ahí, no se había ido y tenían una larga noche por delante. Las pequeñas manos de ella le rodearon y sus músculos se relajaron al sentir aquel contacto.

El no quería consuelos ni lastima, tan solo ser capaz de desahogarse y poder compartir con alguien todo lo que le atormentaba, poder dejar de fingir de una vez...pero no estaba preparado, no todavía. No podía retroceder en el tiempo, si se equivocaba con aquella cortesana se hundiría mas en la miseria, no por el riesgo que pudiera correr sino porque perdería la fe, esa ultima luz que le hacia cada día levantarse.

Volvió a tenerla delante y tuvo miedo por unos instantes de que su fachada se desplomara, que se derrumbara bajo sus ojos verdes como un castillo de naipes con el soplido de un niño, pero no paso. Su mano trémula se poso en su cintura atrayéndola hacia el, haciendo que sus pechos se juntaran sumiéndooslos en un abrazo en el que el parecía ser el consolador en vez del consolado.

Beso su frente con dulzura, como haría un hombre a su mujer en vez de un amante a una prostituta. Su pelo caía en torrente y rozaba la mano de Tayend como si se burlase de el, como si le retara a subir mas la mano y poder alcanzarlos por completo. Inclino su cabeza para poder quedar mas cerca de su oído y aparto con cuidado el pelo poniéndolo detrás de la oreja.

-No me recuerdes quien soy

Susurro subiendo la mano hasta el cierre que sujetaban el corsé de su pecho donde sus dedos juguetearon con los lazos alargando la espera de poder ver su torso desnudo. El corazón comenzó a acelerarse, los latidos resonaban en sus oídos, odiaba que su cuerpo manifestase lo que el sentía y rezo porque su cercanía no desvelase nada que pudiera delatarlo

-No me recuerdes quien eres

Volvió a susurrar bajando su rostro hasta su cuello, rozando con la nariz su mandíbula, posando sus labios con lentitud. Se sentía fuera de si, el alcohol volvía a atontarle como si por dejarse llevar por su sentidos hubiera aumentado los grados. Sentirla entre sus brazos, tan delicada y diminuta hacia desearla mas todavía que cuando se exhibía en la escalera. Era algo imposible de describir.

-Hazme que deje de pensar

Aquel abrazo, ese casto beso... Me sentía tan protegida junto a él y a la vez era consciente del peligro que aquello significaba. Que para algunas de nosotras hubiera existido la felicidad no significaba que hubiese final feliz para todas. Estar arropada en su pecho sería lo más cercano a las promesas de amor de lo que jamás estaría. ¿Por qué tenía que ser distinto al resto de los hombres? Con lo fácil que hubiera sido con cualquier otro no volver a mirarlo a la cara tras el suceso del callejón. Me asustaba no saber diferenciar la línea que un día me impuse, inclusó juraría haberla sobrepasado ya y, no podía retroceder ni quería hacerlo.

La ternura que brindaban sus manos jamás la había recibido de nadie, al igual que aquel trato que me daba. No parecía ser una cortesana a sus ojos, pero lo era. Callé aguardando sus palabras con los ojos cerrados, notando mi piel estremecerse ante el efímero tacto de sus dedos. Mis labios entreabiertos dejaban escapar con suavidad el aire, uno que necesitaba en mayores cantidades para nutrir a mi agitada respiración. Como anticipo de todo, sus hábiles manos se deslizaron por mi cuerpo, jugando con la prenda, una que sobraría en un futuro próximo, demasiado lejano para mi deseo el cual ccmenzaba a hacer mella en mí.

Cada palabra que dejaba escapar con su cálida voz, unidas a sus caricias tenían sobre mí ese efecto que él buscaba. Había dejado de pensar. Ahora, cada uno de mis sentidos estaban puestos en él y así seguiría siendo. Mordí mi labio al notar los suyos en aquella zona tan sensible, un punto débil al descubierto. Arqueé mi cuerpo hacia el suyo, buscando una mayor cercanía que encontré junto con la evidencia de que, no era la única deseosa de ser suya aunque solo fuera por una noche.
-Haré que solo estemos tú y yo en el mundo- susurré antes de buscar sus labios.

Entre delicados roces de sus labios contra los míos, por fín opté por besarlo con lentitud pues no había prisa alguna por acortar el momento. Nadie nos esperaba ni nos echaría en falta si desaparecíamos por algunas horas de la faz de la Tierra. Dejé que mi lengua, sinuosa, acariciase con timidez la suya en un beso que, si lo hubiera permitido, se habría tornado apasionado. En lugar de ello, dejé de perderme en su boca. Mis ojos fueron hasta donde habían ido a parar mis dedos, desabrochando la camisa botón a botón. Conforme su piel iba quedando desnuda frente a mi mirada, mis labios se encargaban de cubrir cada centímetro con un beso, no dejando que el deseo de su cuerpo se apagase. Una vez logrado mi objetivo de desnudar su torso, me paré a mirarlo como si de una escultura se tratase y, podía no ser arte pero era hermoso. No recordaba haber admirado nunca la belleza del cuerpo masculino hasta ese momento.

Recorté de nuevo ese paso de distancia que había dejado entre nosotros, capturando su labio inferior entre mis dientes. Por alguna razón, temía ahora no ser lo suficientemente buena para él. Olvidándolo todo, tomé con suavidad sus manos, llevándolas a mi espalda, hasta los lazos de mi corsé el cual le incité a desabrochar mientras mis manos volvían trazando un recorrido de caricias por sus brazos hasta llegar a los costados de su cuello.