Ich glaube ich habe mich verlaufen - Gilles

por **Miranda Schreiber** Dom Feb 13, 2011 5:03 pm

Ubicación: Alemania, 1944. Ciudad abandonada tras el asedio del Ejército. Miranda no busca su lugar en el mundo, ni tampoco pretende encontrarlo ¿Qué hacía allí? Buscaba el terror, buscaba ver como maquinaba la mente de un Tirano. En otras palabras, buscaba comprender como controlar a Miranda. Esta oscureciendo y la bruja decide entrar a una vieja casa de roble hacia las afueras del poblado.

"El mal conoce el bien, pero el bien no conoce el mal"

Es hora de despertar, abre los ojos Miranda. No ¿A qué tienes miedo? A que cuando los abra, todo termine. Cariño, la pesadilla no terminará cuando despiertes, siempre estaré contigo.

Cuando un peso como el de un camión demarca las huellas de sus ruedas en el fango, poco es el sonido que puede escucharse. Es ínfima la cantidad de presión que puede denotarse cuando el lodo es aprisionado frente a la goma. Pero más allá que eso, un silencio sepulcral acallaba cualquier sonido. Solo el fantasma de lo que una vez había sido una ciudad ahora perduraba en fotos y papeles. Todos rotos, manchados como quien inculto, desprestigia el don de la inteligencia y la filosofía. Todo había sido testigo de cómo el hombre, ese maldito ser que solo podía destruir, había sumido su parte racional, siendo solo un animal. Miranda meditaba.

Era extraño aquel silencio, por lo que los párpados lentamente deciden abrirse. Miranda necesitaba comprender que estaba pasando en el mundo real. Demasiado ajeno a nosotras como para querer comprenderlo, mucho menos para racionalizar con el como para llegar a sentirlo nuestro. ¿Nuestro? ¿Racionalizar? Atascarnos en esta sociedad es la muerte. No, no es la salida a ninguna solución, sino el final de todas las opciones. ¿Opciones? ¿Consideras que tu, estúpida imbécil, tienes la opción de vivir donde quieras?

Un dolor agudo cual agujas clavándose lentamente, elevando la fina capa de piel que cubría mi cuerpo. El grito nace y se ahoga en mis fauces, pero Miranda quería hacerme sufrir. Ella quería ¿Qué quiero? Cállate. No, dime lo que ibas a decir. Nada. Así me gusta.

La piel paso a separarse de mis músculos. Lo que antes era focalizado pasó a generalizarse. Un ruido gutural. Era yo. Maldita Miranda. Mis ojos bajan lentamente a la par que mi quijada se cierra, presionando la línea de la mandíbula para no darle el placer a ella. No, no íbamos a volver a gritar así. El cuchillo, Miranda sonreía cínica, marcando sus comisuras a medida que aquella sonrisa de dominación se acentuaba en sus finos labios carmesí. Algo apagados, algo parecidos a nuestro propio estado, muertas en vida, ausentes de cualquier realidad.

Cualquiera puede dominar un sufrimiento, excepto el que lo siente

¿Sufres por mí? No, sufro contigo. Mis ojos tratan de ignorarla, pero ella estaba donde quiera que yo mirase, dondequiera que yo fuera. Hasta la muerte, no será tu deseado final, yo seré tu dulce compañía.

Mi mano temblaba cuando mis ojos bajan buscando la destrucción de Miranda. Ella había clavado el cuchillo en mi muñeca. Una nueva marca a la colección. De a poco comienzo a incorporarme en aquella habitación. La madera vieja de roble cruje bajo mis pies, pero éramos las únicas que podíamos escucharlo. Fuera, ni un alma caminaba por las calles de lodo. Los ejércitos que por allí pasaban habían dado sin vida al pueblo. Sin nada útil. Un vacío, un punto negro en un mapa. Eso mismo era el mundo para nosotras.

por **Gilles Davignon** Sáb Feb 26, 2011 9:07 pm

La peste, las enfermedades y la muerte. Todo lo que arrasa con la fragilidad de la humanidad había destrozado la fortaleza de Alemania, ya se veían en cada maldita esquina esos cadáveres de soldados, los niños en algunos edificios abandonados, la tristeza en los rincones obscuros de la desolación ¿A quién le importaba realmente lo que había pasado en esa ciudad? ¿Quién estaba interesado en las pesadillas que tomaron vida? A nadie, absolutamente nadie quedaba ya en las cercanías, sólo quedo la pestilencia de los sueños truncados.

Nuestro hombrecillo divagaba entre las calles consumidas por la guerra, con esa estúpida sonrisa socarrona y altanera en sus labios, Gustaba de lo que observaba a su paso, la agonía, los alaridos de los muertos dejaron su eco en los estragos de esa ciudad. La sangre seca se olfateaba, algunos bichos volaban cerca de él confundiéndole con un muerto más. El hedor a carne putrefacta se entrometía hasta sus entrañas, era jodidamente asqueroso… El deleite que tanto añoraba. Un niño, eso es precisamente lo que se veía reflejado en sus andanzas, brincaba y se regocijaba en un edén de muerte ¿Loco? No, se trata tan sólo de un maldito incomprendido.

Tarareaba una canción de antaño, una lúgubre sonata que despertaba el temor de quien la escuchara. Lady Dubois, como extrañaba sentirla en su piel, como sentía esa nostalgia en su pecho, tan desgarradora, tan infernal. Su cuerpo, sus manos, sus labios, todo de esa puta le había encantado “hay mejores rameras” Pensó para sus adentros y en ese afortunado rincón del tártaro el cuerpo de una mujer se divisa a lo lejos “¿Estará muerta? ¿Estará viva? ¿Tendrá pesadillas? ¿Soñara? No importa… Se joderá” Canturreo con el mismo tono de instantes atrás, entre zancadas y carreras llego hasta el lugar en donde las piernas femeninas de divisaban, era una desgracia para él encontrarla destripada, carcomida por el tiempo. –MALDICIÓN- Gritó sin pudor alguno y pateo la mitad del cuerpo lejos de su vista y este voló por lo alto de los techos en las casillas desquebrajadas.

Tenía hambre, la soledad comenzaba por aburrirle, por hastiarle. Recurrió a su propio reflejo para distraerse y quien más si no su propia demencia le respondía con la misma ansiedad que sentía. Su refugio resultó ser un hereje. Su pecho rugió entre el silencio y tal pareciera que los monstruos del infierno emitían alaridos de desesperanza junto con él, lo disfrutaba… pero aún hacía falta algo –Sangre fresca, ríos de locura y alaridos de…- No termino la frase y ya había sentido la presencia de alguien más por allí -¿Dónde? ¿Dónde? ¿Dónde? ¿Dónde estás?– Rebusco en la penumbra, olfateo según sus sentidos, escudriño todo lo que le rodeaba y no hallo nada. La cólera invadió su cuerpo y exploto. –Ya sal de allí– grito llamando al atención de cualquier cosa que le escuchara –Bien, juguemos a las escondidillas… uno… dos… tres-

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