Un reencuentro tan esperado como inesperado... [Samael]

La luna tomaba el control del firmamento una vez que el disco solar lo abandonó, era el momento de los seres de la oscuridad y Samael era uno de ellos. Era su momento. Salió de la mansión donde se hospedaba temporalmente mientras su propia residencia era acondicionada. El aire frío nocturno le golpeó en la cara y le hizo subirse los cuellos de la chaqueta, no por sentir el frío sino porque ese era uno de los muchos gestos humanos que conservaba y que le ayudaban a mantener un mínimo de humanidad en su interior. Al fin y al cabo, tan sólo le quedaban pequeños gestos que le recordaran que un día fue un simple y delicado mortal.

Empezó a caminar sin rumbo fijo, dejando que el destino le guiara. Llevaba dos días en la capital francesa en los que no había salido y sentía curiosidad por ver cómo la urbe había cambiado desde la última vez que la pisó. A los ojos de Samael, la belleza de París no radicaba en las cuidadas avenidas o zonas más turísticas, sino que radicaba en las callejuelas que cuales venas daban vida a la ciudad. Los pasos del inmortal sobre los adoquines resonaban en las calles pocos transitadas mientras Samael permanecía absorto en sus propios recuerdos. Algunos comercios de los que conocía seguían en pie, pero otros en cambio habían sido cerrados y sustituidos. La ley más antigua y poderosa del mundo aplicada a situaciones empresariales, sólo los más fuertes sobreviven.

Miró a un joven muchacho que caminaba delante suyo, sus vestimentas gastadas y que mostraban su pertenencia a la clase media o baja contrastaban con el impecable traje negro de corte inglés y hecho a medida de Samael. Apurando el tranquilo y elegante caminar se situó justo detrás del desdichado que ignoraba la suerte que estaba a punto de correr. La sangre mortal llamaba a la sangre inmortal y resistirse era una poco menos que imposible. Sin embargo la diosa fortuna hizo su aparición en la noche estrellada pues unas calles adelantes una figura asomó a la calle pobremente alumbrada. Desde el primer momento, los penetrantes ojos de Samael captaron los detalles más importantes de la muchacha. En el segundo en que vió sus ojos, la mente del Antiguo volvió al pasado, rebuscando entre las brumas de su memoria el instante y lugar donde los había contemplado por primera vez.

"Nieve. Frío y nieve. La fría Rusia era el lugar. Los ojos verdes pertenecientes a algo poco más que un animal. Samael la contempló y supo, ella era especial, tenía la fortaleza para ser un vampiro poderoso. La niña sin nombre crecería y él le brindaría una nueva vida, una vida eterna. Ya volvería cuando estuviera preparada para el cambio, las palabras no harían falta. Y cuando el momento llegó, Samael se valió de su control de las emociones para apaciguar cualquier temor que sintiera la muchacha. El proceso fué completado y Samael desapareció dejándola sola. La soledad la fortalecería, el vampiro sabía que sobreviviría y él volvería a reclamarle la devolución del favor."

Sin embargo, todavía no esperaba haberla encontrado, no al menos hasta dentro de un siglo. La mente de Samael trazaba planes con varias décadas de antelación, y los planes que tenía para ella aún no estaban preparados, ella aún era una semilla por germinar. Por un giro del destino, el Antiguo contemplaba como el futuro previsto se difuminaba. Samael chasqueó la lengua en un gesto de desagrado y detuvo sus pasos bajo la luz amarillenta de una farola para quedarse cual marmórea estatua contemplando fijamente a la vampiresa. ¿Le reconecería? Estaba más que seguro que sí.

Encuentro entre sire y chiquilla, dos desconocidos que tenían más en común de lo que cualquier mortal podía jamás soñar. Samael no correspondió a la sonrisa, su rostro de piedra no dejaba asomar ninguno de los pensamientos que surcaban su mente. Ella lo había reconocido, el fiel instinto del cazador que nunca descansa la había puesto alerta sobre el Antiguo. A lo lejos aún resonaban las pisadas del afortunado humano que estuvo a punto de caer en las tinieblas de la muerte tan sólo unos segundos antes ¿o habían sido eones? El tiempo para Samael fluía de manera muy distinta a la de un humano o joven vampiro, el instante y la eternidad se entrelazaban y separaban ante el Antiguo, demasiadas noches vividas y ninguna de descanso.

Finalmente, Samael reanudó su marcha hacia la inmortal con un paso elegante y tranquilo, característico en él y a la vez impropio de la situación. Mientras la distancia entre ambos se reducía, el vampiro examinaba cada detalle de su creación. Su agudo sentido de la vista le permitía contemplar los rasgos de la muchacha en la penumbra, las pequeñas manchas de pintura en sus dedos, la frialdad de sus ojos. Una depredadora de hielo, a Samael le gustó lo que veía pues por debajo de la belleza superficial que la muchacha poseía yacía otro tipo de belleza más letal y atrayente. Los pasos del inmortal se detuvieron a un metro de la muchacha y habló con voz suave y educada:

- Veo que me habéis reconocido, no esperaba menos de alguien con tanto talento.- Samael a lo largo de los siglos había desarrollado una particular cadencia al hablar, así como un tono tranquilo y correcto, todo destinado a causar una buena primera impresión. De hecho solía funcionar con los mortales y en menor medida con los inmortales.- Tendréis preguntas qué hacerme y tarde o temprano todas serán respondidas. Sin embargo yo sólo poseo una que debí haber formulado hace mucho tiempo, ¿Cual es vuestro nombre, bella dama de la noche?

Terminó de hablar e hizo una inclinación de cabeza, Samael barajaba varios abanicos de reacciones que podía tener la muchacha. Hiciera lo que hiciera, dijera lo que dijera difícilmente sería sorprendido, otra ventaja más de la experiencia. Centró su mirada en la de ella, entrecerrando ligeramente los ojos, buscando algún resquicio por donde penetrar en su armadura de hielo. Era condenadamente buena, sellando su interior aunque tarde o temprano, Samael descubriría la grieta por la que colarse en su interior y adquirir ventaja ante ella. Si por algo se distinguía el Antiguo era porque acostumbraba a jugar con las mejores cartas en la mano, garantes de que viviría una noche más para contarlo. Y en esa peculiar escena, la mejor carta se hallaba en el interior de la inmortal, en saber cómo se sentía y poder anticipar sus palabras y acciones.