¿Soy yo o París es un tanto pomposo?

Debía admitir que la rutina se iba apoderando cada vez más de él. La noche pasada había sufrido algún que otro cambio y había conseguido experimentar cosas totalmente diferentes. Había escuchado hablar a los más sabios y ancianos del lugar que cuando pruebas algo que es nuevo, te ilusionas e incluso te conviertes en el niño que fuiste una vez. Te haces adicto a ello. Era posible que Hugh se hubiese hecho adicto a hacer cosas totalmente distinas a las que estaba acostumbrado. A descubrir aquello de lo que se le había privado durante casi 400 años. A hacer, de una buena vez, todo lo que él quisiera y dejarse de normas o de clichés que se formaban en la alta sociedad.

Era posible, por no decir seguro que no iba a poder volver a encontrar aquel lugar y aunque lo hiciese, los gitanos acabarían estacándole el corazón y arrancando su cabeza de cuajo. Rodó los ojos al pensarlo y decidió que París era demasiado grande. No podía quedarse en un lugar y ya está, debía explorar todos los alrededores, fueran de la clase social que fuesen.

Con ese pensamiento había despertado cuando la luna hizo su aparición en el cielo. Esta vez, parecía que la luz de aquel satélite iba a acompañar, puesto que lucía con más resplandor que nunca. La luna llena era una de aquellas cosas que, nada más despertar, hacía que tus energías se renovasen. Muchas veces, Hugh había pensado si habría algo más sorprendente y hermoso en el mundo aunque, al descubrirse pensando ese tipo de cosas, se llamaba repelente a sí mismo. Esos pensamientos no eran propios de él. Ni siquiera lo eran de un poeta romántico...

Se vistió de una forma que no llamase demasiado la atención. Solo al ver las finas telas de seda que llevaba, se podía sacar la conclusión de que era alguien de clase alta. Pero tampoco quería ir con peluquines de aquellos horteras que se ponían ahora los hombres, con chaqués de colores que deberían estar prohibidos por el grado de cursilería... Eso era para otro tipo de ricos, pero no para él...

Salió así de su gran mansión, teniendo como objetivo... cualquier lugar menos los que ya conociese. No le importaba donde acabase, no le importaba tan siquiera con quien. Lo único que quería era descubrir cosas nuevas, ver mundo. Ver todo lo que se había perdido, lo mucho que habían avanzado las tecnologías, la gente, los lugares en esos 400 años.

Humanos. Solo humanos que, seguramente gustosos, acabarían ofreciéndole su sangre a lo largo de la noche si conseguían pasarla con aquel vampiro de forma de ser extraña. No era nada nuevo para su persona, era más de lo mismo. Humanos que sonreían gustosos ante todo. Él quería un reto, algo que no fuese fácil conseguir. Era lo que más anhelaba de otros tiempos que quizás fueron mejores, aunque quizás no. Debía admitir que, aunque sus cabellos estuviesen algo canosos por la edad y no hubiese podido ser convertido en vampiro cuando era más joven, poco a poco se había ido haciendo a la idea de... que era más atractivo que cualquier vampiro joven. ¡Ah, eso era algo tan dulce!

No pudo evitar fijarse, una vez más, en todos los edificios del lugar. Las personas que por allí caminaban ya le habían demostrado lo suficiente que eran aburridos y que, si de ellos dependía, no encontraría nada interesante que hacer esa noche. Y eso era algo que Hugh odiaba. Le gustaba, antes de dormir, pensar en todo lo que había hecho esa noche y que se le quedase un buen sabor de boca. Pensar "hoy ha sido una buena noche y me ha salido rentable". Pocas veces ocurría aquello, lo que desembocaba en un desencanto en el vampiro que hacía que siempre se durmiese maldiciendo a la persona que no había estado a la altura.

Aquellos edificios eran muy diferentes a los que se encontraban en Inglaterra, país en el que nació el vampiro de ojos azulados. Estos eran mucho más pomposos, como a él le gustaba llamarlo. Mucho mas elegantes, parecía que solo por mirarlos te podían cobrar dinero. Sin embargo, en Inglaterra a penas tenían alguna que otra casa que se podía llamar 'hermosa'. Era una lástima, pero debía admitir que París era el lugar perfecto para la aristocracia, ya fuesen vampiros, humanos o chuchos apestosos...

Aún se encontraba distraido por todo lo que estaba viendo, cuando escuchó una voz femenina. No estaba seguro de que se refiriese a él, pero en cuanto vio a una muchacha haciendo una reverencia ante su persona, supo de inmediato que la cosa iba con él. Vaya... una vampiresa. ¿Quién lo hubiese dicho? No es que fuesen seres tan extraños de ver, pero no entendía cómo no se había fijado antes en su persona. Un compañero chupasangre era justo lo que necesiaba en aquel momento.

Durante el instante en el que ella se elevó tras la reverencia y le sonrió, Hugh la observó, estudiando a aquella chiquilla. No podría decir cuántos años tenía o si era más antigua que él. Sin embargo, había sido convertida mucho antes, puesto que su aspecto aún era joven y además, muy hermosa. Por cómo vestía, supo de inmediato que no era alguien de clase media o baja. ¿Acaso había algún vampiro que, durante el tiempo que había permanecido 'vivo' no se hubiese hecho rico? A todos los vampiros que conocía, se les podía colocar en clase alta, algo que ya no se le hacía del todo extraño.

- Buenas noches, mademoiselle... ¿Cómo alguien como vos en un lugar como este? No es muy normal encontrar a gente de nuestra clase por el lugar. Aunque admito que me agrada encontrarme con alguien que no sea un humano aburrido o un chucho maloliente - se encogió de hombros para después mirarla fijamente - ¿Buscais alimento? Porque siento deciros que este no es precisamente el lugar indicado. Borrachos, locos... ¡que empiece la caza! - dijo con cierta ironía en sus palabras, algo que ya era típico en aquellos que le conocían

De cierta manera, aquella muchacha tenía razón en algo que había dicho. Si se paraba a pensarlo, era lógico darle vueltas al hecho de qué hacían dos vampiros de clase alta dando un paseo sin más... Podían estar de caza, en fiestas... pero Hugh estaba demasiado cansado de hacer siempre lo mismo. No le gustaba aquella rutina y quieras que no, le hacía gracia haberse encontrado con alguien que parecía estar en las mismas circunstancias en las que estaba él. No podía afirmar la edad que tendría aquella vampiresa, pero si estaba cansada de todo lo que suponía ser rico y ser vampiro, entonces sabía que tenía la suficiente edad como para poder mantener una conversación con él. La pregunta era si aguantaría a un tipo como él...

- Debo admitir que, según veo, somos los dos vampiros más extraños de todo París. Vaya, ahora tengo un rival con el que luchar por este puesto de ser un bicho raro en la sociedad. Sí, podría estar en cualquier fiesta, viendo como los mortales o vampiros se dedican a beber vino, como presentan a sus hijas los humanos más ricos, buscando un marido que haga que su imperio crezca aún más. O podría simplemente estar cazando a algún humano. Permitame decir que creo que todo eso es una rutina innecesaria. Me divierte más hacer otro tipo de cosas que no he podido hacer en los 400 años que llevo vivo... o no vivo, depende de como querais mirarlo. Aún así, debeis saber que no permitiré que nadie me arrebate mi posición de "tipo raro". Es mía y si intentais arrebatármela... os morderé - dijo de forma graciosa, aunque no amenazante. A él siempre le gustaba hacer bromas que podían parecerlo o no. Era divertido cuando los mortales no sabían si iba en serio o no y salían corriendo para salvar su existencia...

Se sorprendió al ver que, en un momento, le había tomado del brazo y había comenzado a caminar, diciendo algo que no carecía de razón en absoluto. Hugh la miró de reojo por un momento y después comenzó a caminar también, ayudándose de su bastón, como siempre

- Chica lista. No tengo por qué contar qué es lo que estoy haciendo aquí y tampoco es de mi interés saber qué haceis vos. ¿No es más intrigante y curioso así? Aunque si me veo en la obligación de preguntaros si vais a algún sitio concreto... No quiero que me secuestreis... ¿o quizás si? - preguntó arrugando su frente y mirando hacia la luna llena que adornaba el oscuro cielo.