Fantasmas... o no tanto. [Privado]

Llegué a París cuando ya había oscurecido. Las calles estrechas de los barrios bajos me dieron la bienvenida con olores nauseabundos, alcohol y prostitutas. Sonreí de medio lado. París, tal y como lo recordaba.
Hacía ya muchos años que no pisaba Francia. Sus sonidos, sus gentes... todo era peculiar, o al menos más curioso que en Alemania, donde sus fríos parajes y su cielo gris hacían de la gente unas corazas herméticas y sin sentimientos. Justo como ella.

Una sonrisa macabra cruzó mi rostro. Mi misión culminaría de una vez por todas y mi objetivo, una fría y dulce venganza. Como sus ojos, como ella. Saboreé en mi mente el recuerdo de aquella cicatriz y de sus gritos... si tan solo ese maldito cazador "medio hermano" suyo no se hubiera interpuesto. Gruñí mientras notaba como la ira revoloteaba en mi interior, pero me obligué a calmarme.
"Tranquilo, Stein, tienes que estar tranquilo..."

Me encaminé hacia el negocio del restaurante donde trabajaba aquel bastardo entrometido. Me había enterado buceando en los recuerdos de un cazador solitario que para su desgracia, se había cruzado conmigo en el bosque. El muchacho en cuestión era joven, por lo que sólo le conocía a él, pero a ella solo de nombre y nunca la había visto ni conocía su paradero actual. No estaba en Alemania, estaba seguro de ello, mi red de contactos se habría enterado si la "Muerte Negra", como la apodaban, hubiera pisado aquellas tierras. "La última vez te escapaste, pero nada escapa al poder de la mente"

Un borracho balbuceaba cuestiones inconexas a los viandantes que nos dirigíamos en dirección al restaurante y los negocios adyacentes. Me molestaba aquel sonido gutural. Le miré fijamente a los ojos y se me pusieron los ojos en blanco cuando susurré: - Dominatem. - El mendigo me miró con ojos apagados, callado y con expresión facial completamente absorta y lánguida. Miss ojos volvieron a mi color helado habitual y una sonrisa macabra volvió a cruzar mi rostro cuando susurré:
- Muérete.- El mendigo asintió y cogió la botella de vino vacía que tenía al lado.

De un golpe contra el suelo la partió por la mitad, blandiendo el extremo puntiagudo correspondiente al cuello del recipiente en un mano. Ya estaba llegando al restaurante cuando los gritos de dolor del anciano mientras se clavaba la botella rota en la cara resonaron por el callejón.
Con una sonrisa de satisfacción me aseguré el fardo alargado que portaba al hombro, me calé la capucha del abrigo y entré en el restaurante sin mirar atrás.

Elora salió esa noche en busca de Gael porque tenía que llevarle unos papeles que eran para él. Eran las copias de su parte de del negocio textil, y realmente era una excusa para verlo ahora que Xar se pasaba tantas horas con el viejo, porque bien se las podría haber enviado con algun mensajero.

En ese momento unos gendarmes tapaban con una manta un cadáver en el suelo, que estaba lleno de charcos de sangre. Miró alrededor y descubrió a un pobre viejo borracho mirando incrédulo el cadáver de la manta. ¡Oh! era su espíritu, que todavía no asimilaba que estaba muerto. Iba a decirle algo, o a enviar a alguno de sus viejos amigos a contarle un par de cosas, pero en ese momento se iluminó el cielo y las luces lo rodearon. ¡menos mal! el hombre habia sido buena persona, y su espíritu había ascendido. No todos los pobres diablos desgraciados eran merecedores de infierno o purgatorio o como quisieran llamarlo. Se apartó un poco de la escena, donde nadie había percibido nada de lo que Elora había visto, y se encaminó al restaurante pensando que aunque había mucha sangre, probablemente esa alma acababa de ir a un lugar mejor.

Entró en el local y esperó a que la atendieran. Gael no estaba, así que resopló con fastidio y ya que estaba, decidió que se podría quedar a tomar algo. Pidió una mesita individual cerca de la chimenea y que le trajeran un vino blanco dulce y unas pastas, no tenía ganas de cenar copiosamente. Dejó la carpeta de piel con documentos en una silla y se acomodó en un silloncito tapizado de blanco con motivos florales.

Le trajeron la bebida y el plato y se entretuvo observando a la concurrencia. Para variar, estaba el señor y la señora Duffete, dos nuevos ricos (como ella) orondos como muñecos de nieve, que solían frecuentar el restaurante. El juez Granier y su nueva novia 20 años más joven; la viuda Bouffard que seguramente se marcharía al casino al terminar… Vaya, vaya. Quién iba a decirle a ella que sabría los trapos sucios de muchos de ellos y que ahora formaría parte de esa sociedad selecta. Sonrió de medio lado al pensarlo y saludó con un leve levantamiento de copa a ésta última. Como si fuera una radiobaliza, algo le estaba mandando señales a su izquierda, aunque no tuviera los ojos allí. Notaba como el crepitar de la energía y cuando por fin se giró, entendió por qué. En la barra, a no más de dos metros de ella había un hombre sentado cuya aura chispeante y viva delataba como uno de los suyos.

Con los brujos siempre se debía tener cuidado porque eran peligrosos, ella incluida.Era un hombre alto, de anatomía privilegiada que se adivinaba bajo sus ropas, espeso pelo oscuro bien peinado y una curva de la mandíbula bastante apetecible… Ejem. { Elora ¿qué narices estás haciendo?} pensó. Sacudió la cabeza para quitarse ese pensamiento de encima y lo observó de nuevo, mientras estaba de espaldas, hasta que él se giró. Tenía los ojos de un azul helado, acuoso, cambiante. Unos labios carnosos sobre aquella barba de dos días, una óvalo facial muy masculino y bien cincelado y unas cejas pobladas que enmarcaban su mirada dándole aspecto de ave rapaz. {Realmente magnético.} ¡¡Esa era la palabra!! no era sólo guapo, es que irradiaba un nosequé difícil de explicar. La bruja terminó por apartar la mirada y posarla sobre las llamas de la chimenea, porque de seguro que el brujo también la había visto y habría percibido alguna cosa. Ella no se mezclaba con otros hechiceros, era peligroso. Su madre estaba metida en un aquelarre y así habían acabado las cosas. No. ¿Debería levantarse e irse? bueno, tampoco era para tanto, se acabaría el vino y las pastas y se marcharía.

Noté el aura chispeante de la bruja desde que entró por la puerta, pero tardé en girarme a propósito. Me di cuenta de que buscaba al mismo tipo que yo, así que sonreí para mis adentros. Mi plan acababa de comenzar. Después de todo... ¿Quién iba a saber mejor que una bruja que conocía al cazador el paradero de mi hermana?

Puse en marcha uno de mis poderes más útiles: atracción. Era una especie de magnetismo mágico que me hacía irresistible a los humanos. De hecho, podía incluso proyectarlo para atraerles más y que cedieran a mis deseos. Y si no lo hacían por voluntad propia, siempre tenía mi poder de Dominación. En definitiva, cualquier humano se plegaría a mi voluntad, hechiceros incluidos, ya que me había encargado de perfeccionar la técnica durante años. Cuando entró la bruja empecé a proyectar mi magnetismo hacia ella, envolviéndola con mis ondas imperceptibles para resultar irresistible a sus ojos. Lo hice con exquisito cuidado, muy poco a poco, ya que no podía conocer el tipo de magia que la envolvía solo por su aura.

Finalmente, me giré despreocupadamente y me hice el sorprendido ante su mirada. Mis ojos, de un color azul cambiante, cambiaban de tono a voluntad pero no siempre había sido así. Al principio el color obedecía sólo a mis estados de ánimo, que habitualmente se concentraban en una profunda furia, tornándose en hielo.
Pero los años, el autocontrol y la práctica se complementaban con mis poderes de mentalista, pudiendo dulcificar mi mirada y calcar expresiones que realmente no sentía. Y siempre era más sencillo actuar delante de los humanos cuando conocías sus recuerdos. "Enmentia" me proporcionaba el poder ver los recuerdos de la mente ajena como si fueran los propios, así como hacérselos recordar a sus dueños una y otra vez hasta que suplicaban clemencia.

Cuando hube esperado el tiempo adecuado la miré, encontrándome con unos curiosos ojos castaños que evitaban mi mirada, casi con vergüenza por haber estado observándome. Le dirigí una perfecta sonrisa avergonzada y me acerqué un par de pasos tímidos.
- Perdóneme mademoiselle, no pretendo molestarla, pero no provengo de estas tierras y no he podido evitar escuchar que busca a la misma persona que yo.
Le dirigí media sonrisa avergonzada mientras me rascaba la nuca y me aseguré las katanas al hombro mientras dirigía mi poder de atracción y mis ojos, ahora del color del zafiro, hacia ella.

Elora se había quedado suspendida en el tiempo como una mota de polvo flotando en un haz de luz. Aquellos ojos... resultaban hipnóticos y misteriosos a la par, eran como una puerta tras la cual se prometían muchas posibilidades, infinidad de secretos desvelados, multitud de emociones inexploradas. Y eso daba miedo. Por ese motivo se giró y evitó su mirada, mas le fue imposible evitarla una seguna vez. Cuando le habló y ella elevó los párpados observó su gesto tímido, despreocupado y sorprendido a la vez, y le pareció que ese momento había sido como un soplo de aire cálido cuando el invierno acaba y da paso a la primavera. Dudó un segundo, porque le había hablado y ella no lo había escuchado en absoluto, concentrada como estaba en aquella visión.

— ehm...¿perdón? ¿me estaba hablando a mí?..— uno de los entes le sopló la pregunta que la bruja se había perdido por estar embebida en su particular visión de lo que la rodeaba. A veces se le olvidaba que los demás no los veían y era un tanto extraño porque parecía como si estuviera hablando con el aire.— ¡Oh! Oh! claro que sí, disculpe... sólo estaba distraída. ¿Va buscando usted también al señor Lutz? acaban de informarme que no se encuentra hoy aquí..— le sonrió algo turbada. ¿Por qué narices se había quedado tan atontada? en fin.— ¿quiere acompañarme?.— Le señaló el asiento vacío en frente de ella.

El camarero vino a preguntar si estaba todo bien, si necesitaban algo y la bruja negó con la cabeza dando las gracias. Aprovechó el respiro para colocarse bien el flequillo, que se le solía despeinar y caer sobre los ojos, respiró hondo y compuso de nuevo el gesto.

— Así que es nuevo en la ciudad. ¿Un viejo amigo de Gael, quizás? seguro que se alegrará de verlo.— dedujo que quizás sería un cazador o quizás un amigo o familiar de los Lutz.— Si es la primera vez que viene aquí, admítame un consejo: huya de las tabernas del puerto, de noche son realmente peligrosas.— le estaba dejando caer que ese era el territorio que frecuentaban las alimañas que solían cazar. Se centró en su copa, dándole un sorbo y dejándola de nuevo sobre la mesita circular.— perdónome, qué descortés. Soy Elora Paine, viuda de Buisson.— ya se presentaba con su apellido paterno seguido del de su difunto marido porque las reglas de la alta sociedad así lo establecían. Las mujeres en edad casadera podían recuperar su apellido familiar siempre que lo rubricasen con el de sus difuntos maridos.

Perfecto. Le había causado una buena primera impresión. Seguro que aquella bruja podría llevarme hasta mi objetivo.
- Es un honor conocerla, madame. Me llamo Stein. - le besé suavemente el dorso de la mano mientras le dirigía una profunda mirada que la dejaría embobada, dirigida para obviar el hecho de que no mencioné mi apellido en la presentación. Compuse un gesto de respeto llevándome la mano al pecho e inclinando la cabeza y dije: - Y permítame decirle que lamento su pérdida.

Asentí con una sonrisa a su ofrecimiento. Era una bruja, pero el hecho de que no hubiera detectado la índole de mi magia me indicaba que probablemente no muy entendida en asignaturas mágicas. Así pues, sólo poseía potencial, eso su aura sí que podía revelármelo. Aprovecharía ese filón.

Me traje de la barra la copa de vino tinto que estaba degustando y la alcé en su dirección, acomodándome en el asiento. - Por usted, señorita Paine, y por el inusual hecho de que dos de los nuestros disfruten de una copa de vino sin estar tirándonos sillas voladoras a la cabeza.
Le guiñé un ojo, bromista. Los dos éramos brujos y nos habíamos reconocido como tal nada más mirarnos.

Los brujos, si no eran del mismo aquelarre, no solían juntarse. Solían desconfiar entre ellos, por eso era inusual ver aquella estampa. Bebí un trago de vino y contesté a su pregunta.
- Sí, el señor Lutz y yo nos conocemos desde hace años.¿También usted? Si me permite la pregunta. Perdone, a veces soy demasiado curioso. - compuse una sonrisa algo avergonzada y me pasé la mano por el pelo oscuro.

La bruja a esas alturas ya debería haber notado como saltaban todas las alarmas del sentido común brujeril. Los hechiceros normalmente tenían cierto apego al poder, al conocimiento, a la evolución hacia la excelencia. Por tanto, sólo otro hechicero podía ser el freno, la pared que lo impidiese. Por eso no se fiaban de nadie, ni siquiera dentro de los aquelarres. Pero en aquella ocasión Elora estaba más fascinada por Stein, que recelosa. Conocía algunos hombres guapos; Leif, Gael, Höor, e incluso Mauritz era apuesto. Pero Stein era diferente, su belleza no era sólo física. Irradiaba algo especial que la hacía sentirse cómoda y confiada y se le soltó la lengua.

— Gracias. Fue una verdadera tragedia.— aunque no se le apreciaban síntomas de depresión, ambriaguez o esas cosas que hacía la gente para superar el dolor. Ella estaba fresca como una rosa.— Oh, pues nos conocemos... — puso gesto pensativo.— apenas un año quizás año y poco, pero somos buenos amigos. Él me traía comida cuando... bueno, cuando vivía en los bajos fondos y no había conocido a mi marido. No siempre tuve esta posición, ya me entiende.

Le sonrió a Stein, y la sonrisa se reflejó también en esos ojos oscuros como el despertar de una noche de invierno. Pensó que si tenía que preguntarlo, seguramente no leyese la mente, con lo cual, tendrían que conocerse y conversar para saber más sobre los poderes del otro.

— La curiosidad no es mala, nos empuja a encontrar preguntas, a aprender, a descubrir. Una vida sin curiosidad es una vida muy triste ¿no cree?. Observo que no lleva anillo ni marca de haberlo llevado. Así que deduzco que no está usted casado.— soltó una carcajada fresca y espontánea.—¡Já! le pediría disculpas por mi indiscreción, pero no va conmigo disculparme por hacer algo que quería hacer. No se moleste, por favor, no hay por qué, en realidad es una buena noticia para todas las mujeres casaderas de esta ciudad.— es decir, que le estaba diciendo que era atractivo y que si no estaba cogido, pronto tendría cola para cazarlo.— ¡Oh! déjeme adivinar!! es amigo de Gael, porque quiere que le enseñe el arte de la caza, para poder evitar a las fieras hambrientas que se ciñen sobre usted!!... mmmm... como comprobará no tengo el don de la adivinación, soy terriblemente mala en eso, así que a lo mejor no he dado ni una.

Elora era así, sociable, divertida, con un punto algo lunático que la impulsaba a hacer o decir cosas algo arriesgadas. Pero había que quererla así.

El comentario de la bruja sobre mi anillo me indicó que era observadora. Mierda, era más lista de lo que creía,aunque estaba confiando en mí, por lo que mi encanto estaba surgiendo el efecto deseado. Seguiría ganándomela. La historia de su marido en realidad no me importaba en absoluto, pero sí el comentario que inquiría que las mujeres solteras se me acercarían. Bien, era hora de un halago por mi parte.
- Bueno, me halaga madame, aunque sólo si esas mujeres que describe son tan encantadoras como usted. - Aparté la mirada, haciéndome el avergonzado ante su cumplido e incluso conseguí ruborizarme un poco.

- Bueno, le traigo al señor Lutz un asunto de negocios esta vez, pero no se preocupe, conozco las compañías que frecuentan estos barrios. Por suerte, contamos con el gremio de los respetables Cazadores para protegernos de tales amenazas. - sonreí de medio lado, intentaría llevar la conversación por ese camino. - Considero además que el tema de la caza es para personas que dedican su vida a ello, me temo que no sería bueno en esos menesteres.

Di otro trago de vino de mi copa y observé a la bruja, esbozando una sonrisa humilde. Fijé mis ojos zafiro en ella, fingiendo curiosidad. - No me disculparé por alimentar mi curiosidad, entonces. ¿Pasa acaso su tiempo con Gael y los suyos? Me parecen un gremio fascinante, ciertamente.
La miré fijamente, esperando su respuesta. Si conocía a más Cazadores podría utilizarla definitivamente para encontrar a mi hermana, ya que Gael no me diría nada voluntariamente y si lo mataba, eliminaría el factor sorpresa de mi llegada ante mi objetivo. Otro cazador sería más fácil de manipular y eliminar.

— Ah... no me cabe la menor duda de que usted jamás será la presa, sino el cazador.— Elora se dejó caer en su sillón recostándose y mordiendo una pasta, que el vino con el estómago vacío no era bueno.

— Ciertamente conozco a Gael y algun otro cazador, pero no soy una de los suyos, ya sabe lo que dicen por ahí...hay que tener amigos hasta en el infierno. Y yo añadiría: especialmente en el infierno. No estamos bien vistos a ojos de los humanos sin poderes, incluso hay muchos que nos cazan, y yo sólo quiero convivir en paz con el resto del mundo. No toda la magia es oscura y terrible, también se puede hacer servir al bien. Gael y yo mantenemos una bonita amistad y un intercambio justo: protección a cambio de protección.— Miró al brujo y pensó que ese gesto le parecía vagamente familiar y sacudió la cabeza.— tengo ciertas habilidades que a él le son útiles y a cambio tengo un amigo incondicional que siempre está ahi. ¿Domina la levitación? afú!! me cuesta horrores controlarlo correctamente. He leído todo lo que ha caido en mis manos al respecto, pero no consigo disociar el resto de pensamientos del del volar y me da miedo matarme si me lanzo de una azotea, así que no lo consigo más que a alturas pequeñas.

Eso sonaba a invitación. Si Stein sabía levitar, sería genial que pudiera ayudarla a perfeccionarlo, porque en ausencia de Edora, y sin tener maestros (cosa que el alemán sí había tenido) a veces las cosas básicas le costaba aprenderlas porque más que técnica necesitaban enfoque, entender el trasfondo, la filosofía, la esencia.

¡Sí! Estuve a punto de esbozar una sonrisa macabra de puro júbilo cuando mencionó que conocía a otros Cazadores. El show acababa de empezar. Podría haber usado Dominatem con ella y haber obtenido sus recuerdos desde el principio, pero con los brujos nunca se sabía y había algunos que poseían conocimientos de defensa del mentalismo, por lo que me podía salir el tiro por la culata.

Cuando mencionó la levitación, sonreí de oreja a oreja en lo que ella interpretaría como emoción, pero para mí era satisfacción: ahí tenía mi oportunidad de oro. Apenas me creía que todo estuviera saliendo a pedir de boca. Aunque claro, todo esto no había hecho más que empezar. Jugueteé con la copa mientras hablaba:
- Domino el arte de la levitación, sin intención de alardear, desde los quince años, madame. Sería para mí un enorme honor ayudarla con eso si gusta. Pero la hora donde mayor poder se puede alcanzar son las primeras luces del alba. Conozco un lugar perfecto para practicar, lo conocí en mi última visita a París.

Miré mi reloj de cuero y plata, se estaba haciendo tarde. Le dirigí una mirada algo insegura cuando dije:
- Madame, no quisiera resultaros osado o irrespetuoso, pero es tarde. Y aunque sin duda podéis defenderos sola sin ningún problema, me quedaría más tranquilo si la acompaño de vuelta a casa. - le dirigí una encantadora y tímida sonrisa. - Podéis negaros sin ofenderme en absoluto, por supuesto.

— ¿De verdad? Pues si no es mucha molestia, me gustaría conocer ese lugar y practicar un poco la disciplina. Podemos quedar aquí mismo mañana al alba si le viene bien.— Se levantó de la mesa apurando su copa de vino. El camarero le trajo la capa, que ella se echó por encima de los hombros. Al haberse levantado, el corsé delineó su cuerpo en delicadas curvas que cubrían su piel tostada, y los colores ocres y mostaza de su vestido tan sólo realzaron sus rasgos.— Puede usted acompañarme, no hay problema. Aunque sin ánimo de alardear... son los demás los que deberían preocuparse cuando cae la noche ¿no cree?

Salieron del restaurante y la bruja llamó a su cochero, que la esperaba un poco más abajo, ya que Xaryne estaba liada cuidando a Thomas o cazando. Últimamente se veían más bien poco, tenían los horarios cambiados y por las noches apenas tenían tiempo más que de comentarse brevemente el día y devorarse antes de caer fulminadas por el profundo sueño.

Me levanté y me puse mi gabardina negra, cerrándome bien el cuello. La acompañé hasta el coche de caballos y antes de ayudarla a subir volví a darle un elegante beso en el dorso de la mano. Sonreí mientras subía al carruaje y le dije:
- Hasta mañana entonces, madame Paine. Ha sido un inesperado placer conocerla.
Le dirigí media sonrisa ladeada y observé al vehículo alejarse en la oscuridad.

Fue entonces cuando me quité la máscara de amabilidad. Mi cara apática volvió, aunque se deformó un momento en una sonrisa siniestra sin quitar la mirada de la calle por donde había desaparecido la bruja segundos antes. El juego comenzaba.


Stein se levantó con apenas una hora para las primeras luces del alba y desayuné fugazmente, un café y una tostada francesa. El hotel que había elegido era de buena categoría, en el barrio alto de París. El cochero del hotel le llevó en un carruaje hasta la puerta del restaurante donde había conocido a Elora la noche anterior. Aún quedaba un cuarto de hora para las primeras luces y la bruja no había llegado todavía. El hechicero repasó su plan de acción. Se mostraría encantador, simpático, servicial.
Estaba claro que no era ajena a su don de atracción, pero no la seduciría por el momento. Tenía que averiguar cuál era el alcance de sus poderes y qué clase de bruja era, ya que por su aspecto aún no había conseguido descifrarla. No acababa de decantarse por un tipo claro, ya que aunque podía parecer una bruja blanca, no daba la impresión de que fuera tan lánguida como éstas solían serlo. Su chispa vital era bastante más enérgica a pesar de que habló de que servía al bien. ¿Una bruja de la naturaleza, quizás? Pero entonces dominaría la levitación, ya que las naturalistas tenían a Gaia de su lado, lo que las hacía muy afines a los hechizos elementales y la levitación se unía directamente al viento. Sólo le quedaba nigromante, pero no le encajaba tampoco en la descripción clásica de bruja negra.

Stein se había acostado con varias brujas, entre otro tipo de mujeres, pero con el único fin de la obtención de placer inmediato. Pensaban que después seguirían viéndose, pero nunca pasaba más de una noche con ellas y ni siquiera se quedaba a dormir. Esas eran las reglas: sin sentimientos. Los sentimientos te hacían débil y los débiles no sobrevivían.
Salió de sus pensamientos cuando oyó los cascos del caballo que traía a la bruja al lugar donde habían acordado. La llevaría al patio interior del antiguo orfanato, ahora cerrado y abandonado. Las leyendas urbanas e que estaba embrujado lo mantenían libre de curiosos y ofrecían el marco perfecto para practicar hechicería fuera de la mirada de los curiosos. Además, no quedaba a más de diez minutos andando desde allí. Se subió el cuello de la gabardina gris que llevaba, a conjunto con unos pantalones negros, zapatos elegantes y una camisa negra.
El brujo compuso un gesto de emoción y cruzó las manos a su espalda, esperando a que el carruaje de la bruja se detuviera.

La bruja llegó en el carruaje individual tirado unicamente por un caballo. El cochero era el hermano de Jana, que ahora trabajaba en la mansión a las órdenes de Xaryne. En el momento en el que Mauritz y su madre desaparecieron del mapa, la chica y su hermano se habían convertido en su mano derecha. Había mantenido a algunos sirvientes antiguos, como el ama de llaves, que había resultado ser una mujer con sentido común y buena mano para llevar la casa; personal de cocina, de limpieza y el jardinero. Pero en concreto Corbin, que así se llamaba el hermano de Jana, se había convertido en la mano derecha de Xar, porque cuidaba de Zaros y del resto de caballos y era un joven muy diligente y callado. En su juventud había tenido problemas con la justicia, y ahora que era un hombre de talla y presencia, había entendido que aquel golpe de buena suerte no podían desaprovecharlo. Los hermanos estaban completamente comprometidos a la causa de Elora, fuera la que fuera.

Le dijo a Corbin que esperase allí, que emplearía un par de horas practicando su magia, y que ocurriese lo que ocurriese, que no interfiriera. Si no regresaba en un par de horas, tenía instrucciones de ir a buscar a Xaryne. La cazadora la mantenía alejada de sus cacerías y de sus historias con la Orden, por protección. De la misma forma Elora la mantendría al margen de las cosas de brujos, por su propio bien, aunque Xar creyera que ella siempre era el eslabón más débil.

Caminó por el sendero hasta el viejo orfanato arrebujada en su capa de color azul oscuro ribeteada de pelo de marta. Bajo ella llevaba un vestido de también de color azul noche con apliques de pedrería negra, guantes y un pequeño medallón colgante de plata alrededor del cuello, dentro del cual había escrito un hechizo de protección, en caso de que el brujo tratase de atacarla con su energía. Estaba nerviosa, pero sobre todo expectante, porque si podía aprender algo de algun otro hechicero, le sería de mucha utilidad, ya que se había quedado sin maestra cuando su madre se largó.

— bonjour monsieur, se ha levantado el día algo frío, pero supongo que pronto entraremos en calor.

Compuse una cálida sonrisa cuando vi aparecer a la bruja. Elora era guapa, no iba a negarlo, pero las mujeres no me interesaban en absoluto en aquellos momentos, concentrado como estaba en mi venganza. Mi fuero interno estaba impaciente, tendría que haberle sacado la información por la fuerza y de hecho aquel lugar, sin testigos molestos que pudieran delatarme, era un escenario perfecto para destrozar su mente y oírla suplicar.

Y eso hubiera hecho si Elora hubiera sido una humana corriente, pero era una bruja y con las brujas, nunca se sabía lo que podía ocurrir. Sería cauto, la bruja estaba confiando en mí, así que la enseñaría a levitar sin dejar de intentar descubrir si conocía a mi hermana, hecho más que probable si era amiga de Gael. En qué grado conocía a la cazadora y si me podría llevar hasta ella era mi objetivo inmediato. si podía evitar el tener que vérmelas con Gael, eso que me ahorraba, aunque pudiera hacer puré con su cerebro. Pero el cazador conocía algunos de mis hechizos, por lo que me plantaría cara y eso no me interesaba. Mi estilo era limpio y discreto, nunca me detectaban y cuando corría la sangre al río, yo ya me encontraba lejos de la escena.

Me acerqué a Elora e incliné la cabeza con una mano en el pecho en señal de saludo. Mi poder de atracción la envolvió de inmediato mientras fijaba mis ojos, de un suave azul celeste, en los castaños de ella.
- Bonjour madame, los días fríos son perfectos para practicar la magia, al menos en mi opinión.- le dirigí una sonrisa avergonzada cuando me dio ese trato de cortesía, la confianza se ganaba con apelativos más directos. - Por favor madame, no me llame de usted, me hace sentir mayor de lo que soy. Llámeme Stein, simplemente. Y con más razón en estos momentos, donde necesitamos que nuestra energía mágica se armonice para que no interfiera en lo que hoy nos atañe.

Me quité la gabardina y la doblé bien, dejándola sobre una roca. Miré el escenario. El patio rectangular era amplio y nos resguardaba un poco del frío al estar rodeado de la piedra del orfanato abandonado. Los rayos de sol empezaban a calentar el suelo cuando me arremangué la camisa negra y le dirigí una sonrisa espectante. al proceder de la fría Alemania, estaba acostumbrado a las bajas temperaturas, por lo que París no entraba en el rango térmico de lo yo podría denominar frío.
Había traído las katanas de mi padre a propósito, que dejé en sus fundas sobre mi gabardina. Sabía que la bruja era observadora por lo que comentó la noche pasada sobre el anillo de compromiso, por lo que esperaba que preguntara por las armas y así podría dirigir la conversación hacia mi objetivo principal. Matar a mi hermana.

La miré, expectante. - ¿Comenzamos? Muéstreme lo que sabe hacer.

Para la bruja sí que hacia frío, tenía la piel de gallina a pesar de llevar un vestido con mangas largas. Se quitó la capa y respiró hondo, dejando que el aire se descompusiera en volutas de vapor.

— ¡Oh! para mi siempre hace frío en esta tierra, pero mi padre dice que es porque no tengo carne sobre los huesos.— se frotó las manos y observó las katanas, eran similares a las que llevaba Xar. Ella no entendía de armas y le pareció curioso que el brujo llevase aquellas espadas orientales, pero en fin. Quizás fuera algo más común de lo que ella creía. Decidió hacerle caso y dejar el tratamiento de cortesía apartado.— Espero que no las necesites.— las señaló con un gesto y se encaminó a la entrada del patio que estaba a cinco escalones sobre suelo, y después se subió al murete mirando hacia abajo. No había más de un metro y medio de caida, pero para empezar a calentar serviría.

Respiró hondo y se dejó caer, extendiendo las manos en paralelo al suelo, y amortiguando la velocidad normal de la caida, flotando un poco, pero llegando al suelo igualmente.

— No me da miedo cuando son alturas pequeñas, como un piso, pero si es más alto entro en pánico y me bloqueo. Y no sé despegar desde el suelo a menos que entre en trance. Creo que canalizo mal la energía.

Miró a Stein con ojos limpios, no sospechaba las oscuras intenciones que habían tras brujo, y su efecto magnético la hacía estar cómoda con él desde el principio, sin sus habituales dudas y desconfianzas, y más después de ver su gesto inocente y los exquisitos modales con los que le había pedido que le llamase solo Stein.

Observé a Elora mientras levitaba y enseguida me di cuenta de su error. La bruja intentaba contrarrestar el efecto de la gravedad, por eso cuanto más subía, más le costaba levitar. Era un error común, una manera de entender la menra de levitar como lo haría un humano sin poderes. Con eso me quedaba claro que las bases no las tenía demasiado asentadas, pero a saber. Quizás su maestro no le dio a la levitación la importancia necesaria y en cambio tenía grandes poderes en otro campo. Seguía sin tener claro qué tipo de magia la envolvía, los hechiceros guardábamos celosamente la índole de nuestra magia precisamente por eso, para que fuera más difícil contrarrestarla en una batalla.

Cuando aterrizó, la miré fijamente a los ojos, envolviéndola de nuevo con mi poder de atracción. Cuando se refirió a las espadas, decidir dejar caer algo:
- Oh no, no te preocupes por ellas, son un regalo para alguien a quien estoy buscando. Una cazadora a la que no veo desde hace muchos años.- ahí lo dejé, atento a su reacción ante mis palabras. Enarqué una ceja cruzándome de brazos.- El error que cometes es la forma de canalizar tu energía, como sospechaba. Intentas contrarrestar la gravedad cuando en realidad, la forma correcta y más sencilla de levitar es intentar canalizar tu energía hacia las corrientes de aire. Fundirte con el viento, no luchar contra la atracción hacia el suelo. Eso hará que flotes, no que parezca que algo te empuja hacia arriba. Observa.

Me concentré, aunque para mí levitar era sencillo, tenía que seguir canalizando mi atracción hacia ella. Cerré los ojos estirando los brazos y me sentí flotar, subir despacio hacia arriba pero sin pausa. Cuando los abrí me encontraba a tres metros del suelo. Sonreí hacia la bruja para darle confianza y aterricé suavemente en el suelo. Hice un gesto hacia ella.
- Adelante, sé que puedes. Nota las corrientes de aire, el viento frío, fúndete con él, deja que te suba poco a poco.

"Un regalo para una cazadora que conozco". Bueno, eso podía hacer referencia a Xaryne o a Astrid o a un sinfín de mujeres valientes que formaban parte de la Orden. Ella sólo conocía a dos, pero tampoco tenía mucha idea de cuántas habría en París. Apartó los pensamientos por un momento.

— Si quieres puedo ayudarte a encontrarla, puedo preguntarle a Gael.

Prestó atención a lo que Stein le decía, tenía mucho sentido. En vez de pelear contra la fuerza que la empujaba hacia el suelo, era más sensato fluir con las fuerzas que la elevasen, como el viento. Tenía que ser aire, tenía que flotar como las aves, hueca por dentro. Eso era magia de tipo elemental, y su madre no había perdido mucho tiempo con ella en enseñársela. A veces se elevaba del suelo al entrar en el trance oscuro, cuando atravesaba el velo de la realidad y sus cabellos flotaban como serpientes, cargados con electricidad; con lo cual, cuando perdía la noción de lo que la rodeaba, levitaba inconscientemente. Ahora sólo tenía que practicarlo.

Trató de relajarse y concentrarse en captar el movimiento del aire, por sutil que fuese, para tratar de unir su energía a la del elemento. Al principio costó un poco y sólo pudo elevarse a dos pies, cayendo de nuevo al distraerse.

Después consiguió flotar unos segundos más, y volvió a intentarlo una tercera vez, dándose cuenta de que la energía se le escapaba a raudales. Algo no estaba haciendo bien. Soltó un gruñido de frustración.

— no sé lo que hago mal, he conseguido fluir con el aire, unir mi energía a él y que me levante sin tanto esfuerzo, pero noto como se me drena la energía. Pfff. Quizás no esté hecha para levitar. No todo el mundo sirve para todo. Meh.

Se sentó en el murete enfurruñada, maldiciendo por lo bajo. Stein le había dado cierta confianza con todo aquello, asi que no levantó las protecciones que hubieran sido más que deseables, y su lengua imprudente la traicionó.

— ¿cuál es tu especialidad? la mia es la nigromancia.

Sonreí cuando se enfurruñó y de un ágil salto me subí al murete, a su lado. Entonces mencionó que era nigromante... ¡Bingo! Ya lo tenía. Aunque debía ir con cuidado, ya que los entes con los que funcionaban los nigromantes podían ser espíritus de algún brujo errante atrapado por una maldición en vida. Elora no tenía pnta de asociarse con antiguos hechiceros muertos, los cuales daban mucho la lata y siempre querían recompensas por prestar su poder, pero esos sí que eran peligrosos.
Era la hora, empezaba mi actuación. Fingí un suspiro y empecé por alabar su trabajo.
- Vaya... nigromante. Nunca lo hubiera adivinado. La verdad es que tienes más pinta de elemental. - Me pasé las manos por el pelo. Probaría con una verdad a medias, ya que si le mentía descaradamente, mi versión podía no coincidir con el tipo de mi aura, lo que le daría pistas de que no era verdad lo que le estaba contando a pesar de mi impecable actuación.

La miré a los ojos directamente y le dirgí media sonrisa.
- ¿Has... oído hablar de los duales? - ante su asentimiento, proseguí. - No somos muy comunes, dos disciplinas radical o parcialmente opuestas se concentran en mí, pero solo elegí potenciar una de ellas. - hasta aquí todo era cierto, lo que no le daría motivo para sospechar. - Así que en realidad solo soy un elemental. Quizás por eso tengo más afinidad con la naturaleza y levito con más facilidad.
Me encogí de hombros y miré hacia el cielo, clareándose por momentos. Para demostrar mi teoría, conjuré que el viento que nos rodeaba se hiciera algo más cálido, lo que haría que no nos afectara el frío de fuera. Era cierto que era un dual, pero había elegido potenciar mucho más mis habilidades de mentalista que las relacionadas con la naturaleza, aunque conocía unos cuantos hechizos de los hijos de Freya que daban el pego con que fuera un elemental. Sobre todo porque era un tipo de hechicero poco conocido.

- Y en realidad, no he sido del todo sincero contigo Elora... - le dirigí una mirada torturada. - No vengo por negocios. Vengo a redimirme del horrible error que cometí hace años. - Enterré la cara entre las manos mientras hablaba. - Vengo a buscar a alguien a quien hice daño, mucho daño. Me cegaba la ira y casi hago desaparecer a la única persona que me importa en el mundo. Es completamente normal que no quiera verme, sé incluso ue pensará que quiero hacerla daño y no es así.- Mi cuerpo se movió en un fingido sollozo y seguí con mi historia inventada. Estaba quedando bien. - Sólo quiero encontrarla y pedirle perdón por lo que le hice. Quiero que volvamos a ser una familia...

Cuando mencionó que me ayudaría a encontrarla, le dirigí una mirada esperanzada.
- ¿De verdad? Eso significaría el mundo para mí. Pero en realidad, no puedo acudir a Gael porque... él cree que sigo siendo mi anterior yo. No quiero hacerle daño, sólo quiero abrazarla una vez más... he traído incluso las katanas de nuestro padre. - Le dirigí mi mirada más triste, ahí iba el bombazo.
- Elora... mi nombre es Stein Ackerman y estoy buscando a mi hermana, Xaryne Ackerman.

¡Oh! un dual. Había escuchado acerca de ese tipo de brujos, que tenían una facilidad innata para dominar varias artes, pero como todo, dominarlas todas era casi imposible, la perfección exigía mucho esfuerzo, y al parecer Stein había dedicado su vida al elementalismo. ¿Cuál sería su otra especilidad, la que no decidió potenciar? iba a preguntarlo, pero le vio el gesto, que cambió de armonioso mientras conjuraba al viento, a profunda inquietud. Sus ojos cambiaron de color, como lo hacían los de Xaryne cuando se le alteraba el estado de ánimo.

Escuchó la confesión de Svein, sobre sus verdaderos motivos para regresar a París. Un error, de eso sabía bastante Elora.

— un error del pasado... créeme que te entiendo más de lo que crees. Mi familia no es precisamente un ejemplo de rectitud, amor y cariño. Mis padre se destrozaron mutuamente y se hicieron tanto daño que si se reencontrasen ahora ardería Troya. Pero mantengo la esperanza de verlos algun dia sentados a la misma mesa, aunque no se hablen. Entiendo tu necesidad de reencontrarte con tu familia, al final es lo único que nos queda, compartimos muchas cosas y la sangre llama a la sangre. Yo conseguí recuperar a mi padre, al que no conocía, ya ves. Intentaré ayudarte a que te reúnas con esa persona. Nadie debería vivir sin su familia, aunque sea imperfecta.

Escuchó cómo Stein le decía que Gael no colaboraría porque seguía pensando que él era el mismo que en el pasado.

— Gael tiene el corazón noble, aunque es un cabezota. Si demuestras que estás arrepentido, seguramente acabe creyéndote. No hay nada de malo en reconocer un error y tratar de compensar nuestras faltas ¿no? es un proceso largo y restaurar la confianza es muy complicado, pero la intención y la determinación es lo que cuenta. Hablaré con él, no te preocupes.— La bruja puso una mano sobre el hombro de Stein cuando lo vio hundirse en la desesperación de los recuerdos pasados. Podía notar su aura fluctuante inflamada por esos sentimientos de desdicha y lo cierto es que se le encogió el corazón; un hombre tan grande, tan apuesto, dotado con dones especiales de los que estar orgulloso...y torturado por un fallo del pasado. Era una lástima.

Stein clavó sus ojos azules llenos de tristeza y pronunció aquellas fatídicas palabras. "Soy Stein Ackerman". El tiempo se detuvo por un instante, y los ojos del hechicero se fundieron ante los de Elora dibujando los de Xaryne, esa mirada que tan bien conocía. Esa mirada cargada de tristeza que ya había aprendido a descifrar. Stein tenía sus mismos ojos y estaba sufriendo terriblemente, podía casi hasta sentirlo. Pero por otro lado, la bruja se heló, como si un rayo de hielo la atravesase de un impacto. Su cabeza empezó a dar vueltas. Xaryne... Xaryne y Stein. Hermanos. ¿Y por qué no se lo había dicho? Le montó el pollo del siglo porque ella le había escondido la existencia de Leif. La había acusado de mentir, de engañar, de poca confianza. Se había marchado incluso a Alemania sin explicación ninguna, dejándola allí, preocupadísima por ella. Y ahora tenía un hermano. Y era brujo. Sintió como el hielo avanzaba por sus entrañas impidiendo casi que tomara aire. Sólo pudo balbucear.

— La... la conozco. Hablaremos...mañana. Tengo frío y estoy cansada, me voy a casa.

No recordaba cómo llegó al carruaje de nuevo, ni si Stein la acompañó o no, ni tampoco si le habló de algo más, o quedaron para el día siguiente. En su cabeza todo empezaba a hervir, sus pensamientos desbarraban y chocaban implosionando de forma errática. El camino a la mansión ni lo notó, estaba absorta, retraída en su propia mente. Xaryne le había mentido. En su puta cara. La había dejado disculparse cien veces por lo de Leif, y no había sido capaz de decirle que ella guardaba un secreto. El dolor la ahogaba de tal manera que sintió que iba a desmayarse de un momento a otro, pero no lo hizo.

Había llegado de una fructífera caza con las primeras luces del alba. Me extrañó que Elora no estuviera allí, pero no le di importancia. Habría ido a hacer algún recado. Me di un baño relajante y bajé la ropa manchada de sangre de vampiro a la lavandería, vestida de cuero de nuevo. No acababa de acostumbrarme al lujo y no me costaba nada llevársela a Jana, que por las mañanas se ocupaba de esa tarea.

Me costaba admitirlo pero su hermano, Corbin, cuidaba muy bien de los caballos y podía confiarle a Zaros, algo que nunca habría creído posible. Al caballo no le costó acostumbrarse al chico, que diligente y callado, le cepillaba todos los días con mucho cuidado y parecían agradarse mutuamente en ese silencio nada incómodo que se mantenía cuando el chico estaba cerca. Incluso estaba pensando en enseñar a pelear al chaval, ya que había visto el brillo en sus ojos cuando me ayudaba a entrenarme. Nada parecía quedar del muchacho con problemas con la justicia, ya que había descubierto en él un hombre digno de confianza y que seguiría a Elora hasta el fin del mundo gracias a la oportunidad que les había dado. Jana parecía haberse recuperado bien de las terroríficas noches con el cerdo de Mauritz, aunque yo siempre estuve en contra de ello, Elora no fue flexible con ese tema y la verdad es que todo acabó saliendo como se esperaba.

Bajé la ropa, estaba de buen humor. Me había cargado a cinco vampiros aquella noche y ni siquiera se habían dado cuenta de mi presencia. Estaba recuperando el sigilo que me caracterizaba cuando estaba de misión en Alemania. Jana me sonrió cuando entré en la cocina y no me dijo lo que me decía todos los días, que no era necesario que le ahorrara trabajo. Salté por encima de la mesa y cogí una manzana roja y reluciente, dándole un mordisco. Subí hacia el cuarto, tenía que realizar unos informes de la cacería para la Orden. Era la parte que menos me gustaba, el papeleo. Lo mío era el trabajo de campo. Me senté en el escritorio de Elora, cogí una pluma y me puse a escribir, absorta en lo que hacía.

Elora se bajó del carruaje ayudada por Corbin, casi como un autómata. Le entregó la capa al ama de llaves que la recibió en la puerta preguntándole no se qué...no la estaba escuchando. Alzó la mano en un gesto seco, para que se callara, porque no quería hablar, no quería soltar ni una sola palabra por esos labios, porque si lo hacía iban a volar los jarrones, las sillas y la cristalería de Bohemia.

La mujer se detuvo y reaccionó como sólo el servicio fiel y experimentado sabe hacer: retirándose antes de que le lloviera una bronca. La bruja ascendió las escaleras pesadamente, despacio, contentrándose en respirar, en estar tranquila. Una vocecilla interior le decía que se podían hablar las cosas, que ambas eran adultas, que a veces las cosas eran más complicadas de lo que parecían...pero el gen Paine empujaba fuerte. La había engañado, incluso después de que ella le contase su más terrible secreto: que su padre era una bestia. Pensaba que ya habían pasado las dificultades gordas, que a partir de ese momento sólo tendrían que batallar problemas cotiadianos. Pero se equivocaba. Xaryne Ackerman, la Muerte Negra, guardaba más fantasmas a sus espaldas que la nigromante.

Empujó la puerta del despacho suavmente y la vio allí rellenando papeles. Notó con la bilis se le subía a la lengua, pero lo controló.

— ¿cómo fue anoche? Espero que matases muchos vampiros...esas criaturas son... odiosas.— entornó los ojos y se dirigió a un alambique que tenía instalado en otra parte de la estancia y recolocó unos tubos que estaban más hacia fuera de lo que deberían.— no tienen moral...son mezquinos, mentirosos, retuercen la verdad para embaucarte, no se ponen en los zapatos del otro ni muestran un ápice de clemencia...

Estaba hablando de los vampiros pero esas palabras tenían un doble sentido. Estaba extrañamente calmada, había logrado confinar sus fuerzas oscuras que se arremolinaba dentro de la esfera helada que era su propio corazón en esos momentos.

— No esperaba encontrarte levantada aún... y menos aquí. Pero ¿sabes qué?.— La bruja se dio la vuelta y clavó sus ojos oscuros en los de Xaryne, escupiendo las siguiente palabras con toda la ira que la empujaba.— que para saber donde estabas sólo he tenido que seguir el tufo de la mentira más mezquina que jamás me haya contado alguien. Tienes un hermano. ¿Cómo te atreviste a juzgarme con lo de mi padre? ¿cómo tuviste la cara dura de hacerte la ofendida mientra yo te suplicaba perdón?