Fantasmas... o no tanto. [Privado]

Recuerdo del primer mensaje :

Llegué a París cuando ya había oscurecido. Las calles estrechas de los barrios bajos me dieron la bienvenida con olores nauseabundos, alcohol y prostitutas. Sonreí de medio lado. París, tal y como lo recordaba.
Hacía ya muchos años que no pisaba Francia. Sus sonidos, sus gentes... todo era peculiar, o al menos más curioso que en Alemania, donde sus fríos parajes y su cielo gris hacían de la gente unas corazas herméticas y sin sentimientos. Justo como ella.

Una sonrisa macabra cruzó mi rostro. Mi misión culminaría de una vez por todas y mi objetivo, una fría y dulce venganza. Como sus ojos, como ella. Saboreé en mi mente el recuerdo de aquella cicatriz y de sus gritos... si tan solo ese maldito cazador "medio hermano" suyo no se hubiera interpuesto. Gruñí mientras notaba como la ira revoloteaba en mi interior, pero me obligué a calmarme.
"Tranquilo, Stein, tienes que estar tranquilo..."

Me encaminé hacia el negocio del restaurante donde trabajaba aquel bastardo entrometido. Me había enterado buceando en los recuerdos de un cazador solitario que para su desgracia, se había cruzado conmigo en el bosque. El muchacho en cuestión era joven, por lo que sólo le conocía a él, pero a ella solo de nombre y nunca la había visto ni conocía su paradero actual. No estaba en Alemania, estaba seguro de ello, mi red de contactos se habría enterado si la "Muerte Negra", como la apodaban, hubiera pisado aquellas tierras. "La última vez te escapaste, pero nada escapa al poder de la mente"

Un borracho balbuceaba cuestiones inconexas a los viandantes que nos dirigíamos en dirección al restaurante y los negocios adyacentes. Me molestaba aquel sonido gutural. Le miré fijamente a los ojos y se me pusieron los ojos en blanco cuando susurré: - Dominatem. - El mendigo me miró con ojos apagados, callado y con expresión facial completamente absorta y lánguida. Miss ojos volvieron a mi color helado habitual y una sonrisa macabra volvió a cruzar mi rostro cuando susurré:
- Muérete.- El mendigo asintió y cogió la botella de vino vacía que tenía al lado.

De un golpe contra el suelo la partió por la mitad, blandiendo el extremo puntiagudo correspondiente al cuello del recipiente en un mano. Ya estaba llegando al restaurante cuando los gritos de dolor del anciano mientras se clavaba la botella rota en la cara resonaron por el callejón.
Con una sonrisa de satisfacción me aseguré el fardo alargado que portaba al hombro, me calé la capucha del abrigo y entré en el restaurante sin mirar atrás.

Oí los pasos de Elora subir por la escalera, pero lo que me extrañó no fueron sus palabras sobre los vampiros, sino el hecho de que al verme no hubiera buscado el calor de mi cuerpo, como solía hacer siempre. Dejé la pluma en el tintero mientras hablaba, notaba cómo sus palabras se iban tiñendo de una rabia profunda, la que nace del dolor. ¿Qué habría pasado? Iba a preguntárselo cuando sus palabras me golpearon de lleno como un jarro de agua fría.
"Mierda. Mierda, mierda, mierda."

Elora prácticamente me escupió que sabía que tenía un hermano. Un escalofrío me recorrió desde la nuca hasta la parte baja de la espalda. ¿Cómo se había enterado? ¿Por Gael? No, Gael conocía a ese psicópata y nunca habría dicho nada.
¿Se lo habría dicho el viejo? Lo dudaba, apenas podía distinguir nada que no estuviera empapado en alcohol de alta graduación. Sólo quedaba una opción...
"Está aquí."

Me levanté de un rápido movimiento y me acerqué a ella imbuida en hielo.
- Quién te lo ha dicho.
Mis ojos fluctuaban, cambiaban de color frenéticamente acompañando a la sensación helada que me iba recorriendo lentamente. Teníamos que irnos. Si Stein me había encontrado, nos mataría a todos. Pero si se lo había dicho él, significaba que habían estado juntos...

Sin pensar en lo que hacía, la agarré de los brazos con la respiración acelerada y los ojos muy abiertos.
- ¿¡Estás bien!? ¿¡Te ha hecho algo!? Dime que no te ha hecho daño, por favor. - corrí a coger mis armas y me las colgué a la espalda.
Yo nunca entraba en pánico, pero Stein era un cabron psicópata y retorcido y no pararía hasta vernos muertas. Y no perdería a Elora, por muy enfadada que ahora estuviese conmigo. Corrí hacia el armario y cogí una bolsa de viaje, echando ropa dentro como una loca. No podía encontrarnos. No si queríamos una oportunidad.
- ¿No lo entiendes, Elora? Tenemos que irnos. Todo lo lejos que podamos de él.

Dirigí a Elora una mirada desesperada y llena de miedo. En sus ojos veía la rabia, la decepción, el profundo dolor que le había causado ocultándoselo. Y bien que lo sabía, como sabía que esto pasaría si se enteraba.
- Mira Elora, siento habértelo ocultado, no me siento orgullosa de ello pero tampoco me arrepiento, porque era necesario. Ese hijo de puta sádico me quiere muerta y a todo lo que me rodea. En nuestro último encuentro, me hizo ver la muerte de mis padres en bucle durante tres horas hasta que me quedé afónica de tanto gritar. Acto seguido intentó matarme y aunque me destrozó media espalda, Gael llegó a tiempo para sacarme de allí.

Era un hijo de puta sádico y retorcido y no dejaría a Elora cerca de sus manos y sus artes mentales. Sabía que sería difícil convencerla y menos llegadas a ese punto.
- Ódiame, insúltame, pégame, haz lo que quieras. Pero tenemos que irnos. A mi no me importa morir si es necesario, pero tu vida sí que me importa. Ahora hazme caso, tenemos que irnos lejos.
Mi mirada, errática y desesperada, recorría el rostro de Elora buscando el menor atisbo de comprensión.

La bruja enarcó una ceja cuando le preguntó la fuente de dicha información. ¿Y qué más daba? lo importante no era cómo se había enterado sino que se había enterado. La vio ponerse nerviosa, atacada más bien. Pero le importaba cuatro pimientos que Xar se hubiese alterado así, si era una maniobra de distracción, no podría estar haciéndolo peor.

Se cruzó de brazos protegiendose, estableciendo una barrera entre ella y Xaryne, no quería que sus manos la traicionasen de ninguna forma. En ese momento la agarró de los brazos preguntando si estaba bien. Elora frunció el ceño y se descontroló. Dio un tirón brusco y se soltó de la alemana gritándole.

— ¡¡¡Estoy bien, maldita sea!!! no me toques!!! ¿acaso no me ves? tengo pinta de que me hayan hecho algo???!!! Aquí la única que me ha dado una puñalada trapera eres tú!!!.— se apartó de ella un poco, con los ojos chispeando de rabia. Al apartarla, con el ímpeto había volcado un frasco. Se agachó con parsimonia y lo recolocó en su lugar ignorando el estrés de Xaryne. La cazadora iba loca arriba y abajo metiendo cosas en una bolsa y diciendo sandeces. Elora se acercó al escritorio y cerró un libro abierto, recolocando las plumas en su lugar, despacio, tratando de controlar el frío que la corroía por dentro.

La escuchó contar un recuerdo doloroso de su pasado, tal y como había dicho Stein, le había hecho daño, pero estaba arrepentido. Quería regalarle las katanas de su padre. Sabía que contaba con Gael y con ella para protegerla, no sería tan osado de intentar nada sucio esta vez. Xaryne tenía una particular forma de ver el mundo, siempre enfadada con él, siempre esperando lo negativo, el golpe, el dolor. No era capaz de ver la belleza, la calidez, el sentimiento... porque eso la hacía sentir débil. Oh. Ella la hacía sentir débil. "A mi no me importa morir, pero tu vida sí es importante". La alemana no se tenía en consideración y le daba igual morirse, porque a fin de cuentas, quien se muere no se entera, son los que se quedan los que sufren. ¿Había pensado qué sería de Elora si ella se moría?. Su cólera fría estalló en forma de dos golpes con la manos contra el escritorio. Le estaba dando la espalda cuando empezó a sisear.

— Pues a mí si me importa si te mueres...cosa que no has considerado ni por un momento...¿Irnos? no sé en qué punto de toda esta historia se te ha pasado por la cabeza que voy a tirar por la borda todo lo que he ganado con tanto sufrimiento para irme con una mentirosa a...¿a dónde? ¡Por favor! no me hagas reir. ¿A qué le tienes miedo? tu hermano sólo quiere resacir sus errores. Y si tiene otra intención, estaremos Gael, mi padre y yo para protegerte. ¡Oh! disculpa! no sé cómo se me ha ocurrido que tus seres queridos te protejan alguna vez y quieran lo mejor para ti...en fin. Haz lo que te de la gana, vete a Alemania, huye, que en eso ya tienes experiencia. Yo me quedo en mi casa.

Sus palabras me hicieron rechinar los dientes y parar en seco mi pánico. No pretendía moverse de allí. En algún momento me di cuenta de que en realidad me imaginaba su respuesta. Pero Elora no se hacía una idea de lo que ese cabrón podía llegar a hacer. No se detendría. Nunca.
Giré lentamente dejando caer mis armas en el suelo, en shock aún de su empujón para apartar mis manos. Vale, estaba realmente enfadada. Y con razón. Pero no entendía el alcance de la situación.

Respiré hondo intentando calmarme. Escuché sus palabras sobre la muerte y una parte de mi se alegró de que aunque estuviera muy enfadada, aún no me había apartado de su vida. Pero todo mi raciocinio se vino abajo cuando mencionó que mi hermano solo quería "resarcir sus errores".
- ¿Resarcirse? Veo que ha conseguido comerte la cabeza. ¿Qué te ha contado, Elora? ¿Que quiere cambiar? ¿Que sólo quiere que volvamos a ser una familia?

Volví a acercarme a la bruja, pero esta vez con más cuidado y sin tocarla. Mi cara reflejaba una desesperación extrema.
- Elora, Stein es MENTALISTA. Juega con el cerebro de la gente, convence a todo el mundo de lo que quiere y luego les hace la mente puré. Tiene una habilidad nata para actuar y hacerse la víctima. A eso se dedica. - Intenté volver a respirar hondo. - No parará hasta verme muerta y ninguno de nosotros es inmune a sus poderes. Sólo Leif y no me aguanta, ¿Crees que no se reirá al verme retorcerme de dolor? No es cuestión de que no confíe en ti, porque sí lo hago. Es cuestión de que no lo conoces y yo sí, y después de todos mis años de Cazadora, no he conocido a un ser más cruel y retorcido que él.

Miré a la bruja fijamente a los ojos, ya no sabía qué hacer para que me creyera.

Elora miró a Xaryne cruzándose de brazos de nuevo, con el ceño fruncido y muy cabreada todavía.

— ¿Y qué pasa con los mentalistas? no son personas? porque por la misma regla de tres, yo soy nigromante... Uuuuhhh... una bruja negra!! a la hoguera con ella!! Quemadla antes de que nos maldiga!!. Quizás se portó como un hijo de puta contigo en el pasado, pero pude sentir su aura, y verdaderamente sufría de culpa. ¿Sabes qué? que me da igual. Yo ya he puesto mis asuntos en orden, he conseguido llevarme bien con mi padre aunque sea un cretino violador, y el día que te de por desaparecer y largarte a Alemania y quizás morirte en un nido de vampiros, al menos le tendré a él para sostenerme. Porque eso es lo que hace la familia, aunque sea mala, mezquina o imperfecta, aunque nos hagan sufrir. La sangre es sangre y eso no lo puedes cambiar.

Recogió un tarro vacío de un estante y se dirgió a la papelera dejandolo caer con cierto estrépito. Era el momento más adecuado para ponerse a hacer limpieza del despacho... si.

— Dices que a mi padre no puede manipularle... pues ya está. ¿Qué tienes que perder? vas a huir como una rata cobarde? yo no. No pienso esconderme de nadie a estas alturas.— recogió un almohadón y lo dejó sobre una silla.— dijo que tenía las katanas de tu padre, que quería dártelas.

Resopló y se apoyó sobre el alfeizar de la ventana mirando afuera, con la mirada fija en algun punto perdido en el infinito.

— No, Xar. No confías en mí. Te crees invencible y que los demás somos unos flojos, que no sabemos cuidarnos, y por ello mucho menos podemos cuidar de ti. Quizás tengas razón, quizás Stein pueda manipularme, pero si hay una pizca de verdad en sus palabras, si hay una puta ínfima posibilidad de que volváis a ser una familia... es lo mejor para ti, aunque no lo creas, aunque pienses que desvarío y que no sé nada. Quizás esta bruja sepa un poco sobre algo en lo que tú eres una pazguata ignorante: los sentimientos.— tomó aire de nuevo mirándola friamente.— necesito estar sola un rato.

Se encaminó a la puerta y la abrió, haciendole un gesto a Xar para que abandonase su despacho. Quería pensar, quería leer sobre mentalismo... y por qué no, quería llorar un rato a solas, porque no iba a hacerlo delante de ella.

La miré con la desolación saliendo por los poros tras escucharla. No estaba consiguiendo nada. Me pasé las manos por el pelo y suspiré. Sabía que si salía de allí, eso iba a acabar peor. Fui hacia la puerta, pero en vez de traspasarla, la cerré de golpe. Le dirigí una mirada insondable y la cogí de la muñeca, sin importarme que me pegara un bufido. La senté en la cama y me apoyé en el alféizar de la ventana. Cerré los ojos mientras hablaba.
- Sólo escucha lo que voy a contarte. Después, me marcharé si es lo que deseas. - mi voz sonaba negra, dura. Me preparé para sincerarme con ella como no lo había hecho en la vida. Suspiré y comencé a hablar, sólo con el crepitar de la chimenea como banda sonora.
- Nací en Berlín hace veinticinco años. Mi madre era costurera, mi padre y el de Stein, Cazador. Markus Ackerman, la Sombra de Berlín. - reprimí la bilis que me subió por la garganta al mencionar a mi padre.
- No tuve una mala infancia. Humilde, pero teníamos para comer. Además, tenía a mis dos padres conmigo, aunque el hijo de puta de Markus pegara a mi madre cada vez que se emborrachaba, lo que cada vez ocurría más a menudo. Nunca supe de la existencia de Stein, pero el sí sabía de la nuestra. Markus les abandonó al nacer él, ya que su madre era bruja y él Cazador, y por aquel entonces ni siquiera existía la Logia tal y como se conoce ahora. - apreté los puños y proseguí mi historia. - Imagínate, apenas visitaba al chico y encima tenía otra familia. Stein la tomó conmigo, la hija de su padre por la que él los había abandonado. Por supuesto yo no lo supe hasta años después. - Endurecí el gesto mirando a la ventana, ahora venía lo duro. - Hace tres años y medio me enviaron a Alemania a matar a los Desholladores. Una misión suicida para una o incluso varios cazadores. Tuvimos que asociarnos con la Logia, pero ni siquiera era suficiente. - Me giré y la miré, aunque en realidad estaba mirando al pasado. - Recurrimos a la Inquisición. Estábamos a punto de conseguirlo y yo me había enterado dónde descansaba su líder. Pero cuando llegué a aquella catedral, en el ataúd no descansaba un vampiro. Descansaba ella con mi puñal de ébano clavado en el corazón. Nahia... - Un grito de rabia salió de mi garganta y mis puños se estrellaron contra los marcos de la ventana con un golpe sordo. - Los dos pertenecían a la Loguia y Stein le comió la cabeza con sus trucos para que se metiera en la boca del lobo y sólo me dejó una nota: Murió gritando tu nombre. Y no estuviste ahí para ella.

Miré al cielo con lágrimas de rabia cayendo por mis mejillas. Me giré hacia Elora, destrozada y le dije con el corazón en la mano.
- Intenté lanzarme al suicidio, pero nunca lo conseguí. Mi vida, mi mundo entero, se desmoronó en aquel momento. Hasta que llegaste tú. - Me limpié la cara con el dorso de la mano y caí de rodillas ante Elora. Hablé con la
cabeza gacha.
- Claro que valoro mi vida. Porque sé que si te pasa algo, no seré capaz de soportarlo. Porque eres lo único que me ata a la vida.

En un principio no le gustó nada que le cerrase la puerta y la obligara a sentarse, iba a protestar y a gritarle de nuevo y a romper algo. Porque tenía ganas de llorar, de explotar, de dejarse las manos lanzando rayos si supiera hacerlo, y Xar se lo había impedido.
Escuchó sus palabras con gesto contrariado, ceñudo y molesto. Una infancia dura...Oh! qué novedad! aquellos dos imbéciles habían crecido con traumas teniendo a sus padres y teniéndose entre ellos. Bonita excusa, pero no colaba. ¿Quién en aquella inmensa cloaca que era París, no había tenido una infancia dura?

Después le habló de la Logia. Los aquelarres de brujos eran peligrosos, su madre pertenecía a uno y siempre la había mantenido lejos. Pero luego llegó el bombazo. Nahia. Debió ser muy importante para ella. Y era bruja. Y la mató Stein. ¡¡¡Joder!!! en ese mismo momento sintió que se mareaba, que el agobio le subía por la boca del estómago ascendiendo hasta la cabeza. Primero porque tenía la sensación de que no sabía nada de Xaryne; no sabía que tenía un hermano, ni que tuvo un amor que murió... y para variar, todo se destapaba porque no había más remedio. ¿Iba a ser siempre así? ¿guardaría secretos hasta que no quedase más remedio que mostrarlos?. Por otro lado, la historia la removió. ¿Estaba buscando en ella a la sustituta de Nahia? era por eso que se había enredado con otra bruja?

Todo eran dudas en ese momento. Y el dolor de sus ojos, ese dolor tan hondo y verdadero que encogía las entrañas clarificó algo que las palabras no alcanzaban a expresar: se había sumido en la oscuridad tras esa ausencia y ahora ella era su luz. Y sabía que era así, lo sentía cada vez que le sonreía, incluso antes de saber por qué no lo hacía a menudo. No podía verla rota, no lo soportaba, era superior a cualquier enfado o zozobra que pudiera tener. Se dejó caer en el suelo frente a ella, abrazandola, poniendole una mano en la nuca y acariciando su pelo.

— shhhh... vale. Lo siento... no va a pasar nada de eso. Saldremos de esta...aún no sé cómo pero... lo haremos.— Sentía el cuerpo de la cazadora estremecerse y verla llorando era mucho más terrorífico que un ejércido de muertos putrefactos. Xar debería haberselo contado antes, pero ambas lo sabían, no había necesidad de hacer más reproches ni más leña del árbol caído. Sólo quería consolarla, que soltase todo ese dolor hasta quedarse vacía.

El calor de su cuerpo y sus manos, acunándome, fueron al final lo que necesitaba. Lloré.
Me abracé con fuerza a ella, como si de una tabla de náufrago se tratase, y lloré lo que guardaba dentro desde hacía tres años. Lloré por el amor perdido, lloré por la traición sufrida. Por el hijo de puta de mi padre, que nos había provocado esto, por la muerte de mi madre, siempre tan dulce. Aproveché para llorarlo todo. Para que esas lágrimas borraran todo el rastro de miedo y dolor que me habían mordido las entrañas tantos años. Para limpiar ese alma de hielo que me hacía ser tan imbécil con la única persona que parecía comprenderme... ella. Elora.

Lloré tanto que el sueño quiso abrazarme en los brazos de aquella muchacha que sin saberlo, acababa de salvarme de nuevo. Ella, tan cálida y tan buena. Con esa lengua que me volvía loca y esa chispa vital que derretía mis miedos más oscuros. Nunca hubo ni habría nadie como ella.

Y antes de que Morfeo me llevara consigo en el regazo de Elora, conseguí susurrar:
- Dónde has estado el resto de mi vida...

La noche las atrapó abrazadas, en silencio. El tiempo había sido marcado por cada tic tac del reloj de pared, interrumpido sólo por las campanadas que avisaban de que otra hora había expirado en la vida de los mortales. ¿Cuánto tiempo la sujetó entre sus brazos, reconfortando su alma atormentada? imposible de precisar. Pero para Elora fue un tormento, le pareció que duró siglos. Jamás había visto sufrir a Xar de esa forma, y por otro lado sabía que estaba expiando la culpa y el dolor, prendiendo fuego a los lastres que le pesaban en su ser, así que aquello era bueno. Pero sufría, y Elora repetía ese dolor como propio, como un eco.

Le acarició el pelo, secó sus lágrimas en varias ocasiones, acarició sus manos y sus mejillas. Cuando por fin se durmió, agotada, vacía, aplastada bajo el peso de los secretos que había guardado tantos años; la siguió abrazando y le dejó un beso en la sien susurrándole:

— estaba esperándote...eres mi hogar y yo el tuyo...para que siempre puedas volver.

Ahí estaba la respuesta a su pregunta, respuesta que ya le había dado una vez y que pensaba mantener.

Todo estaba en silencio, sólo escuchaba el reloj y la respiración pausada de la cazadora. De pronto fue consciente de su dolor de cabeza: había apretado demasiado los dientes durante todo el día. Quería dormir, descansar, olvidarse de todo, cerrar los ojos y despertar en un día nuevo. Pero no podía aún. Stein Ackerman. Merecía tormento eterno en el infierno por lo que le había hecho. Pero algo la hacía dudar. ¿Merecía su padre tormento eterno por lo que le hizo a su madre? o a Mauritz? pues seguramente para alguien en algun lugar, la respuesta era sí. Pero actuó para traerle justicia a ella en el segundo caso y en el primero, ya había pagado suficiente penitencia. ¿Podía ella juzgar los hechos de pasado? o debía guiarse por el arrepentimiento verdadero del presente? ¿Habría podido perdonar ella a Mauritz de haberse arrepentido? eran dilemas para los que no tenía respuesta, y si lo pensaba friamente, Stein le dio la oportunidad de conocerla a ella. De haber existido Nahia nada habría sido posible.

En realidad el verdadero logro en aquella cuestión era que Xaryne por fin pudiera pasar la página en su vida; que aprendiera a vivir sin odio, sin dolor, que se despidiera de los viejos fantasmas que la impedían tener la vida que deseaba y merecía. Quizás el poder decirle a Stein "te perdono" fuera más venganza que cortarle el cuello. Si de verdad era tan retorcido, tan cabrón... esperaría de ella un ataque, que justificaría que él arremetiera contra todo lo que le importaba. Pero si su hermana lo perdonaba, no tendría excusa para ser despreciable. Y si en verdad estaba arrepentido, sería el punto de partida para recuperar su relación.

Todo era confuso, pero tenía esperanzas de que con las luces del alba se fuera clarificando el asunto. El cielo empezaba a teñirse de un gris azulado y las estrellas se escondieron tras la bruma blanquecina del amanecer, cuando por fin cerró los ojos y la oscuridad la sumió en un sueño oscuro.

Las luces del alba me despertaron, como quien da paso a una nueva realidad. Me invadía una sensación de calma, de vacío, de ausencia de dolor, de paz. Era un cambio agradable tras años de dolor y amargura. Y la razón de ese cambio dormía sobre mi hombro. ¿Cuántas horas me había sostenido mientras limpiaba mi alma? No lo sabía a ciencia cierta, pero el cansancio había hecho mella en ella y había agotado sus fuerzas. Sonreí suavemente, su respiración pausada acariciaba mi cuello como un bálsamo. Se merecía todo el amor que pudiera darle. Sabía que era torpe expresándome, pero lo intentaría con todas mis fuerzas. Había confiado en mí y no había sabido corresponder esa confianza, ocultándole todo el dolor que llevaba dentro. Pero esa bruja de lengua viperina había conseguido aliviar ese dolor sólo así, siendo ella misma. Y nunca sabría cómo devolverle el que me hubiera sacado del abismo oscuro que era mi vida antes de que sus labios sobre los míos arrojaran la luz necesaria para ver la vida de otra manera.

Me encantaba observar su rostro mientras dormía. Dejaba de ser la marquesa, la aristócrata, la bruja, para ser simplemente Elora, la chica dulce que buscaba el calor de mi cuerpo por las noches y que se hacía la ofendida cuando le tomaba el pelo.
La cogí en brazos intentando no despertarla y la metí en la cama, metiéndome a su lado acto seguido. No iba a dejarla escapar. Me apoyé en mi brazo doblado mientras la observaba, su rostro transmitía una paz increíble. Mis ojos, de un azul limpio y profundo se quedaron así, observándola dormir mientras me daba cuenta de algo. Nunca podría dejar de amar a aquella bruja loca.

Elora durmió unas horas y se despertó cuando Jana abrió la puerta del cuarto. La pobre, al verlas aun en la cama se retiró silenciosamente, pero ya era demasiado tarde, se había despertado. Al abrir los ojos la vio allí, junto a ella, sus piernas enredadas, para variar. Parecía tranquila, serena, cosa que agradecía y le provocaba gran alivio, porque la vio extremadamente jodida la noche anterior. El problema con nombre alemán seguía estando presente y había mucho que debatir, pero parecía menos tras lo que Xaryne le había confesado. Tenía la sensación de que por fin, ésa era la auténtica, la verdadera Xar, la que había debajo de mil capas de protección. Alargó la mano y la posó en su mejilla.

— Buenos días... ¿cómo te encuentras?

Podía notar su aura y era más brillante y menos eléctrica. Eso era bueno. Se acercó un poco más porque un palmo le parecía un abismo, quería estar pegada a ella un rato, simplemente notando su corazón, su respiración, su piel. El enfado monumental de la bruja se había disipado al verla tan destrozada y aplastada por los recuerdos. Aunque le había dolido inicialmente la mentira, ahora ya no lo veía del mismo modo, y por muchas cosas que pasasen entre ellas, siempre seguiría siendo su ancla. El ancla había necesitado una limpieza, pero ya estaba lista. Se apretó contra ella y cerró los ojos de nuevo, así la sentía mejor. Murmuró.

— no vuelvas a mentirme así...es decir... si me salen patas de gallo o engordo como una vaca miénteme, dime que sigo siendo guapa, pero con cosas tan importantes no.

No había nada mejor que tenerla así, su cabeza enterrada en mi pecho, sus piernas enredadas con las mías, sus ojos cerrados escuchando mi respiración. Aquella sensación de calma aún me imbuía, dando a mi rostro una inusual facilidad para sonreírle, cosa que hice cuando buscó mi calor en la cama. Doblé el brazo en el que descansaba su cabeza y acaricié su pelo suavemente mientras la escuchaba susurrar. La pegué más contra mi cuerpo, cualquier centímetro entre nosotras parecía el mayor de los pecados. Solté una breve risa cuando mencionó lo de la mentira piadosa y susurré contra su pelo:
- Te lo prometo. Y nunca dejarás de ser hermosa a mis ojos, amor.

Me quedé un rato así, disfrutando del agradable calor de nuestros cuerpos juntos y del tacto sedoso de su pelo. Solo me moví para rozar suavemente su mejilla con la mano, enmarcando su cara con suavidad. Levanté su barbilla y buceé en sus ojos oscuros, tan limpios y sinceros que no pude resistirme. Junté mis labios con los suyos y la besé como no lo había hecho nunca. Con tanta suavidad como si fuera de cristal. Me separé un poco y le sonreí, susurrando esta vez:
- Por cierto... tengo una sorpresa para ti. Aunque no estoy segura de si entrarás o no en pánico.

Definitivamente había cambiado algo en ella, estaba menos tensa, menos alerta, menos estresada. Podía notarlo en la forma de besar. Siempre había sido con cierta rabia, con hambre, con ímpetu. Rara vez aguantaba largas caricias y besos, acababa siempre asaltándola porque la pasión le bullía en la sangre. Pero en ese momento estaban dialogando, hablado en susurros a través de la piel, los labios y la miradas.

Xaryne no era certera con las palabras, pero sí con los hechos, y su letal eficacia la corroboraban todos y cada uno de sus actos. Pero esa mañana, tan sólo estaba disfrutando tranquilamente, expresando cosas sin hablar, contandole a Elora lo importante que era ella en su vida, y lo mucho que la quería, sin decirlo con las palabras convencionales.

Enarcó una ceja. ¡Ay, no! ¿Sopresa? no estaba muy segura de querer más sorpresas, las últimas no habían sido agradables, ciertamente. Su gesto demostró el titubeo de la bruja.

—¿sorpresa...? Afú... ¿no me vas a dar ni una tregua, eh?

Me reí y le di un mordisco suave en la nariz.
- Ninguna. No me apetece despegarme de ti, pero...
Mi gesto se volvió pícaro y sin darle tiempo a quejarse, en menos de cinco segundos me la eché al hombro y ya estaba bajando las escaleras hacia el jardín con ella como si fuera un saco de patatas. Me reí ante sus quejas, pero no me importó. Estaba realmente emocionada con esto. La dejé en el suelo del jardín y callé sus refunfuñeos con un intenso beso. Acto seguido me puse detrás de ella y le tapé los ojos con las manos. La verdad es que estaba un poco nerviosa, ya que no sabía cómo reaccionaría, pero llevaba mucho tiempo dándole vueltas al asunto y ya era hora de enseñárselo. Respiré hondo, pegué mi pecho a su espalda y silbé entre dientes.
- Allá vamos...

El sonido de unos cascos ligeros que se acercaban rompió los típicos sonidos del amanecer. Dejé sólo una mano cubriendo sus ojos y cogí una de las suyas, guiándola hacia delante, hacia un pelaje cálido y suave. Le destapé los ojos y la abracé por detrás, atenta a su reacción.
Delante de ella descansaba un caballo color canela, mirando a Elora con cierta emoción. Era precioso, un animal fuerte y estilizado, algo más pequeño que Zaros.
- Está acostumbrado a la magia, se ha criado entre brujos. Y ahora es tuyo. - Evalué su reacción, aunque la emoción me podía y no podía evitar sonreír de oreja a oreja. - ¿Sorpresa?

Elora protestó, pataleó y finalmente se rindió, porque Xaryne la llevaba como un saco. Pffff. Siempre hacía igual, aprovechaba su superioridad física. Un dia de estos conjuraría un ataque de arañas ilusorias a ver si así la hacía correr.

La dejó en el suelo y le tapó los ojos. Mierda. Olía a estiércol de caballo. Esperaba que no fuera otra excursión sorpresa al culo del mundo, porque ese día sólo quería quedarse en casa.

— ¿qué es?...— preguntó sabiendo que lo iba a descubrir en dos segundos. Y así fue, Xar retiró las manos y vio a aquel hermoso ejemplar de caballo palomino, la capa de color canela con crines rubias. No eran comunes en Francia y la bestia lo miraba con ojitos chispeantes. Se le secó la boca de repente. ¿Un caballo para ella? que además se había criado con brujos y no reaccionaba mal a la magia? Ois. Si había adoptado a Theron el gato, ahora adoptaria a ese caballo pero...

— ¡¡¡Si querías verme en pantalones no hacía falta que me regalases un caballo!!!.— le regañó a Xar. Se acercó al caballo y le puso la mano en la testa y luego en el cuello. El animal era muy tranquilo y en seguida frotó el hocico con su hombro.— así que estás acostumbrado al tufo de los brujos...en fin. No puedo decirte que vaya suerte, no tienes ni idea de dónde te metes amiguito...pero bueno. Tendré que buscarte un nombre... veamos. Tienes cara de llamarte...Fulgrim. Sí, eso es. Como el de la leyenda, el hijo más guapo del Emperador, el del cabello blanco. ¿te gusta?..— el caballo le frotó el morro otra vez contra ella, ciertamente no tenía ni pizca de aspecto amenazador, no como Zaros, que era puro temperamento, como Xar. Suspiró y se giró hacia Xar.— tendrás que enseñarme a montar con vestidos, no pienso ir todo el dia con esa ropa del demonio.

Sonreí de oreja a oreja al ver la reacción de Elora. Le había gustado el caballo, ahora de nombre Fulgrim. Abracé a la bruja dejando un despreocupado beso en su mejilla y le susurré al oído en tono pícaro:
- ¿Pantalones? Mmm... la verdad es que prefiero verte desnuda. - le di un mordisco juguetón en la oreja. - No me creo que las amazonas montaran con vestidos... pero no importa, sé que acabarás encargando unos bonitos pantalones de hípica a medida, porque este pequeño va a enamorarte.
Me acerqué al tranquilo animal dejando que olisqueara mi mano y le acaricié la testa suavemente, dándole unas palmaditas en el cuello.
- Fulgrim... es un buen nombre, poderoso. Los nombres son importantes.
Silbé de nuevo y oímos cómo se aproximaba Zaros, tan negro su pelaje como imponente. La bestia oscura se acercó a mí, contenta. Le acaricié el morro, sabía que aquel animal de ojos oscuros y profundos podía captar la paz que en esos momentos inundaba mi alma. Incluso rozó el brazo de Elora con el morro en señal de saludo. Aunque Elora aún le tenía algo de miedo, al caballo azabache no parecía importarle demasiado el hecho de que Elora fuera una bruja e incluso dejaba que la montara, algo extraño en él. Aquel monstruo equino parecía entenderme mejor que muchas personas.

Los caballos ya se conocían entre sí, por lo que sólo se olisquearon brevemente. Fulgrim llevaba un par de semanas en los establos y se había adaptado muy bien por su carácter tranquilo y afable. Más que acostumbrado a la magia y a las auras chispeantes de los brujos, el animal no se asustaba ante nada, lo que lo hacía un perfecto compañero para Elora. Los animales se encontraban ensillados y sus pelajes parecían relucir, brillantes tras los cuidados de Corbin. El sol comenzaba a dirigir sus rayos hacia nosotras. Era mi turno de divertirme.

Subí sobre Zaros de un salto y cogí las riendas, gesto que para mí era como caminar, riéndome ante las expresiones de Elora. Me sentía pletórica. Le lancé una sonrisa retadora mientras mis ojos zafiro brillaban, emocionados como nunca.
- Muy bien, atrápame y te enseñaré a montar con esos vestiditos de marquesa que tanto te gustan. Y no vale usar truquitos de bruja. ¡Recuerda lo que te he enseñado!
Hice que Zaros trotara unos pasos más allá y le di la vuelta en un elegante caracoleo mientras miraba a Elora y a Fulgrim, que nos observaba con curiosidad. El caballo canela miró a su dueña con los ojos chispeantes, deseoso también de trotar detrás de su compañero. No le quedaría otro remedio que poner en práctica lo que le había ido enseñando los pocos ratos que habíamos coincidido ultimamente entre sus quehaceres diurnos y mis cacerías nocturnas. Pero esa mañana me sentía tan ligera por dentro que quería sentirme libre de la mejor manera que siempre había conocido: a lomos de un caballo y sintiendo el viento en la cara.

— ¡Venga ya!..— resopló de nuevo. Con ese vestido podía montar, porque era el que había llevado al entrenamiento de levitación con Stein, era negro y sencillo, más o menos cómodo. No tenía escapatoria. Suspiró y se acergó a Fulgrim.— ¿Tu también estás de su parte, hm? Tranquilo, no tienes la culpa, es muy convincente... y si no...mejor dale la razón igual porque está muy loca. — Le hablaba al caballo pero sabía que Xar la escuchaba.— Esta bien, pero esta tarde no quiero nada de paseos ni sopresas, sólo quiero echarme una siesta ¿de acuerdo?

Intrudujo un pie en el estribo y se agarró a la perilla de la silla de montar, impulsándose para subirse sobre ella. Menos mal que llevaba medias gruesas de lana porque de lo contrario el cuero de la silla le iba a desollar los muslos. Agarró las riendas como Xar le había dicho, pasándolas entre los dedos anular y meñique, cerrando los pulgares que miraban hacia las orejas del caballo. Lo taloneó suavemente y Fulgrim supo inmediatamente que quería que fuera tras Zaros. Era listo el bicho. El trote era una agonía, porque o te levantabas como los británicos, o te sentabas y te deshacías el trasero como los españoles. Le apretó los talones contra los costados y el caballo emprendió un galope corto, que era mucho más llevadero que el trote. Tenía el lomo ancho, con lo cual era cómodo de montar, no precisaba mucho equilibrio y eso para una novata como ella, era un gran punto a favor. Era como sentarse sobre una mecedora.

Definitivamente, quería unos pantalones de montar y unas botas en condiciones, porque con ese atuendo acabaría despellejada, y estaba claro que Xaryne no iba a desistir con eso de que aprendiese a cabalgar, así que le tocaría tragarse muchas sesiones de equitación.

Llegó hasta donde estaban Xar y Zaros pero no se detuvo, seguramente porque aun no controlaba eso de frenar en seco.

— ¡Nos vemos en el estanque de carpas!.— en el bosque de Versalles estaba el coto de caza de los antiguos reyes y era enorme, con jardines y zones de recreo para perderse en él. El estanque de carpas era uno de sus rincones favoritos, alejado de los bosquetes más transitados.

Solté una carcajada al verla galopar sobre Fulgrim. Taloneé a Zaros y la seguí rápidamente, llegando enseguida al estanque de las carpas. El otoño había llegado, la caída de las hojas llenaba el suelo como una alfombra llena de tostados y marrones, revelando los pasos que había seguido la bruja tras bajarse del caballo. Dejé allí a Zaros y seguí sus huellas, encontrándola en una pequeña barandilla que daba al estanque. Su pelo largo y ondulado caía por su espalda, dándole el aspecto de una sirena venida de algún sueño de marinero.

Me quité la cazadora de cuero y se la puse por los hombros, sabía que era friolera. La abracé por detrás y susurré:
- Sé que tu venganza será terrible... - le di un mordisco juguetón en la oreja. - pero merecerá la pena, porque me has... liberado.
Nos quedamos así un rato, mirando las frías y cristalinas aguas del estanque mientras el sonido de la naturaleza nos envolvía. Suspiré, aún quedaba el tema de Stein por resolver.
- ¿Qué vamos a hacer ahora? - le pregunté con la mirada perdida en el lago y estrechando más mi abrazo en torno a su pequeño cuerpo.

— No lo sé. Ya lo pensaré mañana. No me preocupa demasiado. Me preocupabas tú, me preocupaba nuestra relación... pero ahora viéndolo con más perspectiva ya no estoy preocupada.— Apoyó la cabeza contra ella dejándose mecer, relajada en aquel remanso de paz, sin Steins, ni Mauritz, ni nada que fuera más importante que ellas. Suspiró y cerró los ojos un instante. — Me da igual lo que sucediese en tu pasado, si amaste a alguien tanto que buscaste la muerte cuando se fue... el pasado es pasado, y no define quién eres hoy. Yo te tengo ahora, y quiero tenerte siempre, y es eso por lo que me voy a preocupar. Ya sé bastante sobre fantasmas reales como para tenerle miedo a tus fantasmas del pasado. Stein ahora mismo es un dolor de muelas, pero ya lo arreglaremos, mañana le daré vueltas a ese asunto, hoy simplemente...quiero estar así. Sin nada que te atormente, sin nadie que decida tu futuro por ti. Si estamos tu y yo...el resto del mundo se puede ir a la mierda.

Permaneció un buen rato así en silencio hasta que giró la cara enterrándola en el cuello de Xar y la besó despacio. Se giró por completo y rodeó su cintura con los brazos, besándola con gula, esos labios llenos la volvían loca, le encantaba mordisquearlos y saborearlos con calma.

El estanque de carpas estaba alejado de todas partes, así que en ese escenario estarían seguras. La naturaleza se conjuraba para proporcionarles una tarde de relax, las hojas se mecían en el aire, marrones, amarillas y rojas, flotando unos instantes antes de caer al suelo con suavidad; el rumor de la fuente del estanque hacía de banda sonora e invitaba a sentarse sobre la alfombra de hojas y contemplar las aguas verdosas llenas de grandes peces blancos y naranjas.

La besé con ganas tras aquellas palabras que, sin las capas de hielo que antes rodeaban mi alma, se calaron muy hondo dentro de mí. Aquella bruja loca me quería, quería pasar sus días junto a mí, y eso era algo que jamás habría podido imaginar cuando lo que regía mi vida se centraba en matar o morir.
Sus labios, suaves y carnosos, me invitaron a saborear su lengua, tan cálida que la recibí como si fuera mi hogar tras una noche a la intemperie. Y de hecho, lo era. Ella era lo único firme en este mundo a lo que siempre podría volver. Enmarqué su cara entre las manos mientras la besaba, ávida de esas caricias y de su calor.

La cogí de la cintura y la arrastré hasta el suelo, sentándola a horcajadas sobre mí sin dejar de besarla. Mis manos acariciaron la extensión de su columna y un suspiro escapó de entre mis labios cuando apretó su cuerpo contra el mío. Me volvía loca.
Me eché hacia atrás y la dejé tumbada sobre mi cuerpo. Los rayos de sol empezaban ya a calentar el estanque, o quizás eran nuestras respiraciones, que aceleradas, daban la vuelta al mundo por la siguiente caricia de sus manos. En ese momento sólo estaba ella. Sólo ella. Mi mundo tenía como meridiando cero la curva de su cuello. Bajé por esa piel desde la oreja, besando lentamente cada centímetro, sin dejar de acariciar su cuerpo con las manos, intentando llenarla de mí. Su olor encendía mis entrañas como el caldero de Hades. No sabía en qué momento había olvidado respirar, pero me costó coger aire tras otro recorrido por el paraíso utópico de sus labios. Sólo alcancé a decir:
- Hazme... tuya... - el susurro surgió de lo más hondo de mi pecho y sonó como un jadeo mientras mordía el lóbulo de su oreja. No podría contenerme mucho más antes de arrancarle el vestido en medio de aquella alfombra dorada de hojas.

Quizás se debiera a que ambas habían crecido con carencias de abrazos, besos y caricias, que no podían pasar demasiado tiempo sin ponerse las manos encima. O tal vez sólo fuera porque se atraían irremediablemente como imanes. O incluso porque se entendían mejor con gestos que con palabras. En cualquiera de los casos, se buscaban, se encontraban y nunca se aburrían de volver a empezar ese juego.

Se sentó sobre ella y acarició sus costados, su nuca desnuda, sus angulosos pómulos. Repasó los tatuajes de los brazos con las yemas de los dedos y en algun momento decidió que tanta ropa le estorbaba y se la fue retirando mientras la volvía a vestir con besos y caricias. El sol hacía el día algo menos frío, pero ciertamente el ambiente no invitaba a quedarse quieta mucho tiempo, y le entró la urgencia. Se desabrochó el corsé en dos segundos y lo lanzó a un lado. Tenía la piel de gallina, en parte por el frío, en parte por la excitación. Repasó con las manos las curvas de su pecho, coronadas por botones que desafiaban a las yemas de sus dedos, y éstas no despreciaron el desafío. Deslizó la mano por su pantalón buscando los puntos de placer, buscando hacerla jadear. Cada vez que exhalaba su aliento sumergida en el placer, a la bruja le hervía la sangre y se desbocaba, arremetiendo con más ganas contra su boca y frotándose aún más contra ella. Sus pieles podrían estar frías, pero en el interior latían dos volcanes cuya expresión eran sus alientos en combustión, que nunca se cansaban de mezclarse y de arder juntas. Normalmente Xar era posesiva, dominante, se sabía dueña y señora; pero por la misma razón, no solía pedirle lo que necesitaba y había empezado a leer su señales, a entenderlas. Quería que le demostrara que era suya, que le pertenecía quisiera o no, porque ya era tarde para echarse a trás. La marcó con los dientes en la clavícula, cerca del hombro. Que se aguantase un poco!! que peores heridas traía cuando venía de cazar.

La sujetó fuerte de la nuca, cerrando los dedos atrapando algunos mechones de su corto pelo y se emeró en acariciarla dentro del pantalón mientras le iba susurrando a dos milimetros de sus labios.— eres mía... y mataré a quien pretenda separarte de mí...— Buscó su lengua con avidez, apretando los muslos contra los suyos, no quería que le diera la vuelta y la estampase contra el suelo, ya llegaría su turno.