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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Merlina Draven Bancroft Miér Jul 20, 2011 3:42 pm

Lucern:
No tiene caso seguir huyendo, te espero a medianoche en el cementerio.
Si no logras encontrarme, mi sangre te guiará...


El caballo galopa sin ton ni son sobre el sendero del bosque. Hace media hora que el mensajero fue envidado a una misión suicida. La nota que custodia su abrigo, no es la más importante del reino, ni siquiera se encuentra dentro del estatuto mínimo de la sociedad, es tan sólo una simple hoja con una caligrafía medio entendible. La mano que la escribió no estaba segura de acceder a los pensamientos de su dueño, pero ella estaba lista. Después de aquel encuentro en el circo gitano, Merlina comprendió que para deshacerse de los problemas en la vida, no hay que preocuparse de ellos, si no actuar y eliminarlos encarándolos. Su decisión ha sido influenciada por la serie de acontecimientos que se suscitaron justo cuando lo conoció. No, no hablamos de la persona a quien va dirigida la nota, es la razón por la cual se ha escrito ese pedazo de papel. Darius, el vampiro errante que huye de su bestialidad cazando su reflejo en sus hermanos, los vampiros.

El fantasma de la luna pende del cielo como un portal hacia un viejo mundo. Los guijarros se extienden sobre los taludes creando una plaza adormecida con el canto efímero del viento. El silencio es sepulcral y sólo es irrumpido por el paso de un jinete y el relinche de su caballo. No existe nadie más allí que pueda testificar su paso ¿Y si muere en el camino? ¿Si se pierde en las enredosas laderas del bosque? ¿Y si…? El hombre no tiene razones para sentir el temor entumirse en sus piernas, ignora la naturaleza del individuo a quien se dirige, es completamente indiferente a la relación que existe o existió entre la mujer pelirroja y ese Conde. Atravesando los valles que separan el circo de la mansión, se adentra al territorio hostil para entregar la nota personalmente – Monsieur, ¿Podemos ayudarle? – Rápidamente un sirviente atiende las necesidades del caballero quien, con un simple gesto deja en claro que no. Se aclara la garganta con el afán de ser escuchado más allá de las gigantescas puertas de madera de esa sombría propiedad.

La muerte lo acecha y aún no siente en su lóbulo su gélido soplido de desesperanza – He venido con un importante mensaje para el Conde – Proclama bufón y tajante. Era obvio que la guardia principal no permitiría que un extraño cruzara esas puertas, era predecible que negaran una audiencia contra ese “Señor” que se levantaba por encima del resto de los que allí habitan. – Lo siento, pero antes debo cuestionar su nombre y la disponibilidad de mi amo. Sépase que no atenderá a cualquiera – El mensajero mantiene su postura, él no se irá de allí sin antes entregar la nota. Sus labios se curvean en una sonrisa altanera, ella dijo que con tan sólo pronunciar su nombre, el conde bajaría de sus aposentos para escuchar cualquier cosa que tuviese que decir de ella – Me temo, que mi nombre no es prescindible esta noche, pero el de ella sí. Traigo para el caballero un mensaje de Madeimoselle Draven, seguro estoy que él me entenderá – Tras esas palabras un ceño fruncido lo recibe, los sirvientes quieren impresionar al conde con su buen servicio y continúan denegando el paso del mensajero a la mansión – No dejaré esta nota en manos inútiles, mi deber es entregarla personalmente –

En la obscuridad del silencio, en la soledad del olvido, entre lápidas y muertos, una dama le recita un poema a la nada. Se disfraza de fantasma y se confunde entre las sombras del camposanto. Sus pasos vacilan antes de llegar a su destino, pareciera que su cuerpo la obliga a retroceder, pero está tan segura de lo que hará que no hay marcha atrás. Arrancarse las pesadillas de su pecho es el único anhelo que tiene para poder seguir adelante y entregarse por completo al hombre que ocupa su corazón, ese que regresó de la muerte para estar con ella y romper las leyes de la vida, la ley física y la voluntad de Dios. El amor nos golpea en repetidas ocasiones, cada nueva bofetada es diferente e inesperada, así llegó él a su maldita vida. Cierto es que Merlina ha tratado de alejarse de lo que ama por su miedo a perderlo todo, es preferible vivir sin nada que estar marcado por el resto de la eternidad con el llanto inocente, pero no es necesario escapar de alguien que ya está maldito al igual que ella o ¿si? El último intento de ser feliz, si vuelve a herir a quien ama… ella misma se destruirá en un nuevo amanecer.


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Mensaje por Tarik Pattakie Miér Jul 20, 2011 9:35 pm


- La información era falsa, Sébastien. Tal serenidad en la voz del conde no auguraba mas que una inminente muerte para aquéllos - o aquél - que se encontrara lo jodidamente cerca de él. Sentado tras el escritorio donde seguramente Sébastien pasaba sus horas trabajando, con las manos cruzadas tras su cabeza y los codos hacia afuera, Lucern Ralph parecía estar disfrutándolo. - ¿Puedes entender mi sorpresa cuando entré en esa mansión y no había mas que una familia dándole las gracias al Señor por tener un plato de comida en sus mesas? Sébastien intercalaba su mirada entre el vampiro que le hablaba y la puerta. - Lo... siento, mi señor. Y luego, como si supiera que Lucern estaba lejos de aceptar una disculpa, agregó con rapidez. - La casa pertenece al Sr. Argeneau, yo mismo hice toda la investigación. Un sonido en la puerta hizo que Lucern abandonara su desgarbada posición. – Adelante. Ordenó imperiosamente. Aquélla ciertamente no era su casa, pero al Sr. Hastings no pareció molestarle tantas libertades. El mayordomo entró, anunciando que la cena estaba servida. Lucern sonrió complacido, abandonando su desinteresada posición. – Parece ser que he llegado en un el momento más oportuno. Con total naturalidad, como si Sébastien y él fueran los mejores amigos, marcó el camino hasta el comedor. La familia Hastings se encontraba ya instalada sobre la mesa. El pequeño heredero junto con sus hermanas mayores, corrieron al encuentro de su padre, demostrando la falta de sus modales. – Tiene usted una familia bastante agradable. Ya no había sombra en su voz, esta vez sonaba notablemente amenazador. El grito de la Sra. De Hastings hizo que los niños girasen. – Te advertí que no toleraría ni un maldito error, Sébastien. La mano de Lucern había atravesado su caja torácica. Lo dejó caer sobre el plato, ignorando las caras de horror de los presentes. – Si te hace sentir mejor, la otra familia terminó peor. No había escapatoria, la venganza había sido tatuada sobre su piel después de su muerte. Salió de la mansión mientras tiraba en el jardín la servilleta bañada en carmín con que había limpiado sus manos.

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No. Esa no era una noche para molestar al demonio que se había encerrado a tomar una copa en su mansión. Con su apetito saciado, todo lo que tenía para ofrecer eran juegos sádicos. Desde aquélla noche en el circo, Lucern se había empeñado en darle caza al cazador de vampiros. ¡Maldición! No era una tarea sencilla cuando tenías que relegar la búsqueda de información. El conde jamás se permitía mostrar la ira que lo invadía cuando se encontraba con su prometida, aquello solo despertaría sospechas y pondría en peligro a... Las voces afuera le hicieron gruñir con fastidio. Había especificado que no deseaba ver ni ser molestado por nadie, así que cuando la puerta se abrió para dejar ver a uno de sus sirvientes, Lucern se abalanzó contra éste. Le habría arrancado la cabeza de no ser porque escupió el nombre de ella. Jodido y bastardo destino. – Hazlo pasar. Lo dejó caer con brusquedad. Así que finalmente había acudido a él. Una sonrisa malvada se formó en sus labios. Ella sabía que no sería tan fácil, no después de haberle visto defender a otro. Merlina sabía cuan jodidamente posesivo podía llegar a ser. – El sobre. Exigió en cuanto las puertas volvieron a abrirse. Si el hombre era inteligente... Pero claro, el bastardo estaba sonriendo alegremente, un jodido chiste que Lucern no entendía ni estaba interesado en entender. – Ella tenía razón. Lucern enarcó una ceja, alentando al mensajero a continuar; pero éste solo avanzó y dejó el sobre en el escritorio. - ¿Tener razón en qué? Demandó, mientras cogía la nota y se disponía a leerla. – No estaría bien visto si lo repito. Esa maldita sonrisa de nuevo. Era un mal día para contradecir al conde. Un segundo estaba sentado, a la otra tenía al sujeto con el cuello desgarrado. ¡Maldición! ¿Es que nadie podía solo hacer lo que le exigía? Tomó la nota y leyó, su semblante cambiando con rapidez. Sacó su reloj de bolsillo. Una noche que había iniciado con un ajuste de cuentas, no podría haber recibido mejor ofrenda.
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Mensaje por Merlina Draven Bancroft Miér Jul 20, 2011 10:47 pm

El ardor en su muñeca la hizo despertar de ese sueño en el que inconscientemente se había sumergido. Tantos recuerdos acabados con un simple suspiro. Una gota carmesí cae al suelo, la tierra se la traga como si fuese la sabia de la lluvia, sin saber que esa sangre está maldita y todo aquel que la beba perecerá de una forma tan terrible como los tormentos del infierno. Es ella, la noche, una luna casi imperceptible, la duda, la intriga, el miedo y una amarga sensación que consume sus entrañas con cada segundo que pasa. La capucha negra cubre su cuerpo y la cabellera roja que la identifica entre las gitanas, la mayoría de ellas portan una melena negra, castaña, otras tantas rubia, sí las hay pelirrojas… pero ella es la única a la que parece salirle fuego por la cabeza. “Clarise Antonietta Lefevre” Se lee ese nombre en una piedra que se mancha con su sangre, su rastro lleva varios sepulcros marcados con su sabor, impregnados con el olor a muerte que la caracteriza. Enmascarada de negro, con un rubí en sus labios, esperando a ser profanado, a ser tomado como la fruta prohibida que le fue ofrecida a Adán en pos de Eva. Un lamento se escucha traspasar la desgastada cantera que eleva como una torre imponente el mausoleo principal del cementerio. –Ha llegado tu hora Merlina- Susurra para si misma, solo los muertos podrían escucharla. Se deja caer sobre las escaleras de la cripta. Su vestido acapara unos cuantas piedras, tan negro como la noche que la acompaña, tan fino como su mirada entristecida… ¿Y si no regresa? ¡oh, Merlina… Sabes que la muerte te acecha aún así no piensas en huir! –Ya no hay salida- Se responde con cierta melancolía. Era hora de ponerle final a una historia que nunca debió iniciar.

El frío recorrió sus entrañas… El clima cambio drásticamente. La mirada de Merlina se prepara para visualizar lo peor. Está allí, lo siente, lo huele, lo percibe con cada poro de su piel. Su sombría presencia flagela sus pensamientos y adormila sus sentidos. La pelirroja puede sentir cada maldita pisada que él realiza dentro del camposanto, cada huella que profana la tierra santa de ese lugar. Las hojas muertas anuncian la llegada espectral del único hombre que, después de muerto, tras haber caído en el olvido y en la maldición de una gitana, continúa caminando entre los vivos con más vitalidad que nunca. Lucern Ralph. Pronunciar su nombre es lo mismo que vociferar conjuros prohibidos o invocar al demonio. Se pone de pie y espera que él la encuentre antes de que el temor termine por consumir su aparente cordura y trate de escapar, pero entonces lo recuerda “Vladimir, el mensajero” Ella lo sabía y él como si no tuviese otro perfume sobre su ser, apesta a sangre. La particularidad de la gitana le permite saber que tan cerca está, pues es la sangre quien la vuelve loca ¿En verdad era ese líquido carmín o solo una excusa para el crimen? -¿Tienes que preguntar?- Una sonrisa aparece en la comisura de sus labios –Está muerto- La conversación es fluida pero obviamente no es la única que está allí y las brujas creerían que puede hablar con los fantasmas, no es así, ella habla con sus demonios, esos que desde esa noche no han desaparecido de su lado en ningún momento. No son tres esencias diferentes viviendo en un mismo cuerpo, ahora sabe que ellas son… El crujir de una rama la pone en alerta, ¿él está detrás de ella? -¿Lo mataste?- Pregunta, no hay cortesía ni pérdida de tiempo en un saludo amable. Cuando él tenga que escuchar lo que Merlina va a decirle, toda señal de benevolencia que pudo haber dedicado en su honor se habrá disipado al igual que la vida de ese hombre que hizo el favor de entregar el mensaje a cambio de una noche con ella, Vladimir la amaba e igual que los demás se sacrificó por ella. Una vida más, una vida menos… ¿Qué más da?
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Mensaje por Tarik Pattakie Jue Jul 21, 2011 1:23 am


Un golpe de satisfacción torcía sus labios con cada paso. La Luna había dejado de jugar a las escondidas en cuanto había cruzado las puertas del Cementerio. Lucern podía fingir entenderla. Fue bajo su abrigo que se forjaron aquéllos hechizos. Ella fue la culpable de que en primera instancia, Merlina le cautivara. La había visto bailar bajo la cascada plata, sus caderas moviéndose en una singular danza, una sonrisa arrebatadora se filtraba por sus labios, la sensualidad que destilaba le hacía la musa que hacía años se había perdido en las profundidades de los bosques, transformándole en la ninfa que sonreía con recato, consciente de que en ese gesto se escondía el pasaje a lo extraordinario. No era de admirar que esta noche decidiese ser testigo del reencuentro. Estaba inquieta. Ninguna estrella iluminaba su reino. Era solo ella y su voraz mirada la que teñía la tierra que el conde pisaba. El olor de Merlina estaba por todas partes. Lucern inhaló profundamente, drogándose con la esencia que había inmortalizado en su piel. Una mirada a esos inquebrantables ojos y los fantasmas del pasado que arrastraban serían enterrados. Esta noche ella estaba ahí y él ya no dudaría en tomar lo que por derecho le correspondía. Merlina era su obsesión, ¡maldición! Pero estaba jodidamente equivocada si le vería darle la espalda una vez más. No había cartas sobre las mesas, no había apuesta, no había miradas penetrables que te hicieran sudar por temor a jugar mal. La serie de acontecimientos suscitados aquélla mortal noche, le había escupido en la cara sus crasos errores. Nunca debías confiar en una mujer que sabía que tenía en sus manos el poder de hacerte caer por un jodido beso de sus labios. No. Merlina no iba a huir nunca más y Lucern no iba ceder mas que al impulso de poseer y marcar cada maldito lugar visible y no visible. Cada vampiro que le mirase sabría que esas marcas habían sido hechas por él, su olor sería su perfume, su sangre teñiría sus venas. Estaba loco, loco por lo que le había hecho, por la jodida burla de aquél momento, por su mala elección, por haberse ido, por... Sí. Ahora había vuelto, pero ella ya debería saber a qué precio.

Justo en ese momento, cuando pudo apreciar su hermosa melena, un derroche escarlata cubrió el cementerio de Montmartre. La Luna se había teñido de naranja, ¿el Sol estaba celoso que buscaba atraerla a su regazo? Enarcó una ceja ante la pregunta de la gitana, por supuesto que sabía a quién se refería. Merlina era tan... ¡Demonios! ¿Cómo definirla? La maldición que cargaba le había hecho apreciar la muerte de una forma tan diferente a cómo la veían los humanos realmente. – ¿Importa? Responder con preguntas era propio de Lucern cuando quería dejar en claro que esos temas eran una pérdida de tiempo. Con la velocidad precisa de un rayo, la inmovilizó contra su pecho; su cabeza hocicando en su cuello. – No me diste oportunidad de enviarles mi más sentido pésame a los amigos que sacrificaste estúpidamente. Los recuerdos que se habían clavado en su mente no tenían que torturarlo solo a él. – Pero aún no es tarde para redimirte ante mí, Merlina. Depositó un beso sobre su cuello, tardándose demasiado. Cuando finalmente apartó su rostro fue para acercarlo a su lóbulo. – No solo por tardar en volver a mí. Empujó su pelvis contra su espalda.– Por todas esas terribles malas elecciones. La soltó con brusquedad, caminando para colocarse frente a ella, atrapando un mechón de su cabello, acomodándolo tras su oreja. – La Luna se viste una vez más ante tu presencia. Odiaría tener que darle un terrible espectáculo. En sus palabras quedaba explícito su amenaza.

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Mensaje por Merlina Draven Bancroft Vie Jul 22, 2011 8:08 pm

El aliento gélido muy cerca de su lóbulo, eriza su piel. ¿Cómo olvidar esas palabras tan carentes de sentimientos? Merlina sonríe de medio lado, la muerte de Vladimir era lo que ella esperaba ¿Quién era el asesino en esa escena, él por acabar con su vida o la gitana por enviarlo a esa misión? Baja la mirada. Las manos de Lucern acaparan su cintura, reclamando ese cuerpo como si fuese suyo, que mentira tan deliciosa… La pelirroja nunca fue de él y mucho menos ahora que se había entregado a los brazos de otro hombre. El frío la cobija, busca tragarse el calor que desprende su cuerpo sin saber que su corazón se ha congelado en ese momento. Encarar a Lucern Ralph no es nada sensato, la gitana lo conoce, él no permitirá que pueda defenderse, tratará de flagelarla, adormeciendo sus sentimientos con el dolor, confundiéndola con palabras amables que terminarán por hipnotizarla. El tono de su voz, los ademanes de su cuerpo, la profundidad de su mirada, la suavidad de su piel y lo fúnebre de su belleza inigualable. Todo lo que lo conforma, cada maldita parte de su ser ha sido manipulada para que los mortales caigan en sus garras, es el mejor de los depredadores, el único al que no se le teme y por el cual los sacrificios aún no cesan. Miles de mujeres morirían felices en medio un orgasmo con él, otras tantas se arrojarían a sus brazos sin vacilar ¡Que estupidez! No, no tenía coraje en contra del vampiro, todo era culpa suya y lo sabía.

Su maltrato físico es coherentemente proporcional al maltrato mental que trata de generarle. Él sabe como hablar con esa gitana ¡Maldita sea! Lucern entiende sus miedos, sus fobias, sus sueños… Ante él, está completamente perdida ¿Se perderá en su encanto antes de completar su objetivo? Sacude su cabeza al tiempo en que es soltada con brusquedad. El hechizo del vampiro hizo efecto pero desprenderse de ella fue un error, el acto que la trajo a la realidad. Clavar sus ojos ambarinos en sus pupilas fue más sencillo de lo que esperaba. Merlina no inmuta su rostro, su expresión es serena, como si estuviese atrapada en una calma eterna, ni siquiera se esfuerza por realizar una mueca agónica al recordar la muerte de esos niños en la noche en que todo dio un giro de 360° Aparta la pálida mano del vampiro después de que ha tocado su cabello, el desprecio hacía él se ve inscrito en el ademan. Sonríe con amargura – No he venido aquí para redimirme Lucern – Desvía su mirada y comienza a caminar al lado derecho de su posición actual. No está huyendo de él porque se canso de hacerlo, simplemente busca la forma de escupir todo lo que siente, antes de perderse en la profundidad de ese laberinto que aún padece ante él. – Si te traje a tierra santa fue para darle sepultura a lo que me unió a ti en el pasado – Gira su cabeza y lo observa antes de poder continuar. No es un hombre paciente, no le gustan los rodeos, no le agrada que le lleven la contra, no aceptará jamás una derrota; Merlina tenía que intentar así fuese lo último que hiciera – Quiero matar tu recuerdo de una vez por todas – Sentencia – Estoy enamorada – En ese instante la tierra rugió como si un volcán hubiese hecho erupción.

Un corazón deja de latir anunciando su propia destrucción. ¿Pero es que acaso no lo entendía? Merlina trata de aferrarse a la última esperanza que le queda, la vida le ha dado una segunda oportunidad para amar y afortunadamente es correspondida. Su respiración no es agitada, sus expresiones faciales no cambian en lo absoluto, no hay temor en su mirada… Si ha de morir o hará con el orgullo en lo alto. Los demonios se alimentan del sufrimiento ajeno, se hacen más fuertes con las fobias de los mortales, para destruir a los suyos Merlina, tiene que desenmascararlos por si misma. Lucern Ralph es el primero ¿Pasaría la prueba? – olvídame como lo hice yo contigo, despréndete la obsesión que sientes por mí ¡Maldición, Lucern! ¡Teniendo a todas las mujeres del mundo, no me obligues a mí a tenerte devoción! – Un nudo en su garganta impidió que continuara hablando. Quizá el destino así lo ha decidido, seguramente si dice más será desprendido el corazón de su pecho antes de que pueda darse cuenta que ya está muerta. Traga saliva – Lo olvidé… es inútil ¿Cierto? No me dejarás tranquila – Se para frente a él mirándolo a los ojos con una tristeza infinita en sus pupilas – Entonces mátame -
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Mensaje por Tarik Pattakie Sáb Jul 30, 2011 9:01 pm

Cada palabra de la gitana sellaba en silencio un trato con la Luna que se teñía de escarlata, su muerte se escribía en los rayos carmesí que bajaban. La envidia que sentían por el fuego que se desprendía de su cabello vería su final en el cementerio. La tranquilidad que absorbía el cuerpo del vampiro iba a detonar en cualquier segundo que quien se jactara de conocer al conde grabaría en sus memorias esa noche. Merlina ya no podía seguir con vida, no después de las palabras que con tanta alevosía reverberan en el silencio que se extendía. Lucern se obligó a permanecer en su posición mientras le cantaba serenamente al viento, después de todo sería la última vez que su voz alzara el vuelo. Un obsequio inmerecido pero perfecto. La pelirroja que había sido la amante de la muerte cada que le llevaba un alma hasta su vientre, emprendería el viaje sin retorno finalmente. Su egoísmo ya no le permitía verle como inmortal. Esa belleza perecería bajo su cuerpo, sus labios serían arrancados como tantos besos que le había robado, su piel se marchitaría como una rosa a la deriva y esa mirada tan voraz, no hechizaría a otro nunca más. Le sonrió. Una sonrisa maldita que hablaba de ira. No era momento de sentirse melancólicos por otra vida que se perdería. – Lo haré. Dos palabras que surgieron de su boca enmascaradas en una inverosímil tranquilidad. ¿Cómo lo lograba? Solo el demonio podía contestar con bastante certeza la pregunta que se lanzaba al aire en una condena perpetua. – Pero tú, mejor que nadie, sabe que la muerte debe ser tratada como el arte. Su voz era una caricia que su mano reveló cuando se posó sobre la mejilla de Merlina. Su mirada centelló con odio, ira, celos y un sinfín de emociones que hacían que su garganta ardiera ante el deseo de saborear su muerte. – Tú debes ser tratada como el arte. Se detuvo abruptamente, una idea asaltaba su mente mientras su tono burlesco se perdía en el eco. - ¿Sabe Darius que estás conmigo? No esperó una respuesta dado que definitivamente su pregunta solo era producto de la furia que no se molestaba en consumirlo por completo, no aún al menos. – Quizá deba enviarle un recuerdo. Dicho esto, acercó a Merlina por el cuello.

Su boca encontró el camino hacia ella con facilidad. La devoró de manera avasallante, con una pasión enfebrecida, ira irracional y esa maldita necesidad por doblegarle. Soltó su boca solo unos instantes, su aliento golpeando sus labios que se tornaban rojos ante los bruscos movimientos de sus colmillos. – Vas a olvidarlo y recordar cómo amarme, hasta el último segundo. Sacó la camisa de lino de su pantalón. – Puede ser rápido o terriblemente largo. Olvídalo. Será como demonios se me plazca. No había necesidad de decir lo que pensaba hacer, si Darius había cometido el error de tomar lo que era suyo iba a lamentarlo. De pronto esa idea fue suficiente para hacerlo explotar. - ¿Te ha tomado? Exigió saber. La respuesta equivocada y... La mano de Lucern atrapó la barbilla de Merlina, obligándole a sostener su mirada. - ¡Por todos los demonios, Merlina! Piensa bien tus jodidas palabras. ¡Maldición! ¿Por qué se preocupaba? Ella podía abrazar a la muerte mientras lo provocaba. Pero él lo sabía, no había necesidad de oír la respuesta a su pregunta, excepto esa maldita voz en su cabeza, la del demonio que iba a gruñir con ferocidad cuando las palabras fuesen escupidas a su rostro. ¿Cuál era su objetivo al llevarlo ahí? ¿Entregarse? ¿Qué clase de estupidez era esa? Él nunca la habría dejado ser feliz, Merlina Draven le había pertenecido desde que había puesto sus ojos en ella, desde que había decidido que ella iba a entregársele por su cuenta. ¡Cuán absurdo sonaba ahora! Sus colmillos se desnudaron y en su absorto coraje, descendieron hasta su cuello, iba a tomar toda su sangre, cada maldita gota que le había proporcionado la idiotez de mandarle una misiva para jugar a la mártir.
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Mensaje por Merlina Draven Bancroft Jue Ago 11, 2011 12:10 am

Esas manos que durante tanto tiempo se posaron en su cuerpo para cubrirla de los demonios, ahora estaban a punto de arrancarle la vida en un simple suspiro. Tantas caricias que deseó sentir sobre su piel una y otra vez, ahora le consumen en un terrible pavor que no se molesta en hacer presente en sus facciones. Sí, le teme a Lucern Ralph. Escuchar esa confesión a través de la manipulación de las palabras que sólo él era capaz de utilizar, la ha dejado completamente erizada. El frío de la noche no puede compararse con el gélido susurro que deja tras ese escupitajo verbal, Merlina lo sabía ¿Por qué habría de sorprenderle? En ese instante él tocó una de sus arterias. Darius. La pelirroja se muerde los labios, tratando de ocultar su preocupante interés en él, es demasiado tarde y es su voz quien se escucha irrumpir en el poco espacio que se dejó generar entre ambos – Ni siquiera lo pienses – Lo fulmina con la mirada. Ella no dejaría que nada, absolutamente nada malo le pasase a ese joven vampiro, luchará contra todo lo que amenace su existencia, eso la incluye a ella. Su aliento choca contra sus labios y el beso cella sus palabras antes de que pueda decir algo más. ¡Ya había olvidado su sabor! Ese jodido y embriagante elixir que brota en sus fauces esperando ser devorado por las amantes del demonio ¡Merlina, tú fuiste una de ellas! Se sumerge en esa demostración de poder, ha derrumbado toda maldita fortaleza que se creó antes de verle a la cara. Su corazón palpita más fuerte que nunca, sus sentidos se alteran, sus percepciones son distintas ¡Sólo él podía confundirla de esa manera! Está a punto de entregar el último retazo de dignidad que le queda, pero es Lucern quien se aparta bruscamente de ella… En sus pensamientos, no tiene idea de cuanto se lo agradece.

En la distancia recuerda como fue aquella noche en la que ambos se encontraron nuevamente, la misma en que lo conoció y entregó su vida a un espectro más. Sentir sus labios recorriendo desde la punta de sus pies hasta el último de sus cabellos, la forma en la que sobrevivieron a las trampas del destino; ¿Cómo olvidar la primera vez en la que se entrega al amor? Una sonrisa perfecta curva sus labios, es feliz, pero quizá no debería. Las palabras con las que Lucern la baña le son indiferentes hasta que cuestiona algo que no debió hacer. La amenaza. ¿Acaso es un idiota masoquista? La pelirroja se responde a si misma, encogiéndose de hombros. La asesinaría como a tantas vírgenes que ha tenido en su cama, derrocharía su maldad sobre ella y por ver el rostro de Lucern Ralph después de lo que diría, Merlina aceptará su castigo con una sínica carcajada al amanecer. Sus manos se posan sobre su rostro varonil, la mirada que le obsequia es tranquilizante, sin embargo, sombrías intenciones se esconden tras esos orbes ambarinos. ¿Elegir bien sus palabras? ¡Por supuesto que lo haría! Baja la mirada como quien se lamenta por algo que ha hecho mal en su vida. Merlina NO está arrepentida de nada. - ¿Cómo puede tomar algo que ya le pertenece? - Cuestiona sin darle tiempo a una respuesta - No, Lucern, él no fue tan desgraciado como tú – Lo encara, se para sobre la punta de sus pies para alcanzar esos labios carnosos que te llevan directo al infierno, su vaho los impregna de su veneno – Yo me entregué a él y si TÚ quieres borrarlo de mi cuerpo lo harás a la fuerza. Esa es la diferencia entre Darius y Lucern – Besa la comisura de su boca pactando así su muerte en manos de a quien alguna vez, en un pasado enterrado en el olvido, llamó “Mi amado”. -¿Y bien? ¿Qué esperas? El amanecer azotara tu espalda en cualquier segundo -
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Mensaje por Tarik Pattakie Sáb Sep 03, 2011 8:05 pm

Una diosa pagana baila sobre la piel del sirviente de Lucifer. Sus ligeros movimientos son acogidos por el viento que canturrea una sonata que habla sobre el peligro que le acecha. La mirada de la muerte perfora su rostro. Duro, implacable y cruel. La luna escarlata rompe el hechizo de la mujer pelirroja. Cada rayo de fuego le empuja a destruir de raíz lo que le obsesionó por tanto tiempo. La cercanía de sus labios solo le implora con su vaho que sean devorados. Las palabras no tuvieron oportunidad de abrazar el cementerio con su eco, el vampiro se ha alimentado de ellas para instruir a la bestia. Acabar con la vida de la gitana es una demanda de su cuerpo, el palpitar de su corazón que dejó de cumplir con su función hacía tanto tiempo. Una sonrisa de burla se adueña de la boca del conde, una sonrisa que se derrite en los celos que le están consumiendo. ¿Por qué ocultar lo que le provoca? Merlina fue el objeto de su deseo, ella lo sabe y no hay necesidad de malgastar su energía en transformar ese arranque de ira y celos en un antifaz para salvaguardar el orgullo de su maldito desafío. ¿Cuánto tiempo le dará la satisfacción de verlo en esa condición? ¿Segundos? ¿Minutos? Las garras de Lucern arañan su cuello, la sangre no tarda en emerger de las profundas líneas que concienzudamente va abriendo, siempre sin tocar la vena principal. Su odio hacia ellos explota en su interior, ardiendo, exigiendo por una venganza. Su mano se cierra sobre su cuello, su rostro impasible no actúa según las llamas que le lamen obscenamente, interrumpiendo el proceso de llevar oxígeno hasta su cuerpo. Acabar con su vida es tan jodidamente fácil, no importa qué método se utilice para ello, el triunfo que podría encontrar sería tan fugaz como una estrella cayendo del firmamento. Sus ojos tan negros como la noche le hacen su prisionera. Darius profanó el cuerpo que él se limitó a cosechar para degustarlo como el vino más añejo. Después de todo el tiempo que había pasado limitándose a disfrutar de sus besos, su sangre, la voz angelical que hacía reaccionar su cuerpo para verle perecer bajo sus garras sin siquiera tomarla, le golpeaba como una estaca cercana a su órgano muerto.

La boca lobuna presume sus filosos y rabiosos dientes, los colmillos se alargan en un acto único para la ambarina mirada. La falta de color en su rostro es solo el resultado de la falta de oxígeno. Merlina puede no tener miedo a la muerte, pero maldición, sus palabras le habían dado la mejor arma al vampiro. ¿No había salvado al cazador sin siquiera saber con qué clase de demonio se había aliado? - El infierno no es solo para los demonios que vendieron su alma, Merlina. ¿Cómo se puede aplacar al demonio que se arrodilla ante su dios ofreciendo venganza, caos y destrucción? Lucern le había seguido la pista desde aquélla noche. La información que había recabado lo había llevado lejos, obligándole a extender una alianza de la que no se jactaba, pero que tarde o temprano iba a ser necesaria. Ni siquiera Darius Argeneau conocía la historia tras su transformación. – Tu muerte no puede volverlo más loco de lo que está. ¿Quién tenía ahora el mando? El conde siempre lideraba, si por alguna extraña razón ese hecho se desviaba, era cuestión de nada que volviera a hacerse con el poder. - ¿Qué hay de ti, mi amor? Su aliento se prende como las zarpas de una amenazadora ave a sus fauces... – ¿Sobrevivirás con otra muerte sobre tus hombros? Le soltó de su sostén antes de que la muerte le reclamara, solo él elegiría cuando entregársela; su cabeza descendió con rapidez cuando su primera reacción fue llenar sus pulmones, atrapándola en un beso posesivo y sanguinario. Cuando su cabeza se alzó sobre la de ella, no era más Lucern el que se encontraba junto a ella... el rostro de Darius le sonreía. Aunque raras veces utilizaba sus habilidades que con los años había perfeccionado, solo había bastado tener una vista de su ahora enemigo para poder copiarle. – No me temas. En la mente de Lucern una carcajada resonó...

"Estudia a tu enemigo,
sigue de cerca sus movimientos
y destruye su juego por dentro."
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Mensaje por Merlina Draven Bancroft Lun Sep 05, 2011 4:46 pm

Darius; el nombre de una criatura atormentada por su condición, sufriendo en la soledad de su silencio la tortura de su bestialidad interna. La gitana entregaría su vida ciegamente asegurando que no es él quien devora a los niños por las noches ¿Podrían imaginar todo ese dolor? Ella no necesita hacerlo porque Merlina lo siente, lo ha vivido durante años y ahora, frente al principal de sus lamentos tenía que vencer su mayor temor. La fémina puede golpear bajo, con esas palabras mortíferas y esas amenazas que, tan seguras de si mismas, sólo son una falacia de su fortaleza; Lucern tiene el conocimiento suficiente como para colocar el cuello mortal de la pelirroja en una guillotina para decapitarla. Ella es tan estúpidamente mártir que se sacrificaría por los demás si con eso se asegurara de ahogar la agonía en la cual son sumergidos por “su culpa”, tan sólo por la desdicha de haber nacido. El aleteo de las aves en rededor atavía la fúnebre escena, desenvolviendo la magia obscura de la cual ambos son presos. Las miradas juegan a confundirse en medio de palabras y es el dolor el que aparece haciendo gala en el teatro de sus emociones, la estaca que Lucern ha clavado en su pecho es la ruina de su imponente arsenal; Merlina cae desfallecida en el hipotético edén de un sueño sin rumbo. Sus lágrimas se derrapan sobre esas pálidas mejillas, el escalofrío que siente esparcirse cual espasmo en toda su piel, logra regresarla de aquella sumisión toledana… La voz de Lucern chilla más allá de sus pensamientos, tornándose de un gris opaco, cobrando vida, son sombras cabildantes en la humedad de su cordura. La culpa de otra muerte, es el clavo principal del cual está constituido su ataúd.

Desquebrajada por la insólita idea de perderlo, llora cual Magdalena ante la cruz; el rostro de Darius acude a su súplica de ayuda. Levanta la mirada, se le escapa el aliento. Es algo completamente irracional el que esté allí, ni siquiera podría aseverar que su encuentro con Lucern fuese una realidad, sin embargo, es víctima de su arranque pasional. La mueca se convierte en sonrisa y sus lágrimas hacen destellar sus orbes de felicidad ¡No está pensando! Escucha con detenimiento sus palabras y se arroja a sus brazos – Jamás temería del hombre que amo – Suelta un murmullo; es real y puede tocarlo. Su perfume, su aliento, lo azulado de su mirada, la perfección de su rostro, lo apetecible de sus labios, la palidez de su piel y el calor de su presencia dentro del camposanto; está allí. Sus manos se aferran a él como si fuese la última vez que estaría junto a ella. Son los labios de la gitana los que buscan con desenfreno las fauces del vampiro ¡Todo es una bendita mentira! Se cree la ilusión, es esa idiota necesidad la que le obliga a ignorar cosas tan obvias como el hecho de la desaparición y amenazas del otro condenado, Lucern. Con la yema de sus dedos rosa el cabello de su amante, su mirada se clava en la profundidad de la ajena, se pierde, se balancea en encrucijadas sin final, ha sido encandilada por el rayo indómito de su ilusión. Pega su nariz a la de él, respira de cerca, lo respira. – Mon Éternité – su acento francés es un asco, aún así no teme pronunciarlo porque es lo que vive como el mejor de sus instantes. Las palmas de sus manos acaparan el rostro de su hombre, está extasiada – No puedo huir de ti, no de ti… - Junta sus cejas, su expresión facial es sublime, pacífica, tranquila, el terror que le invadió minutos atrás se ha disipado en su totalidad – Si me amas, no me lastimarías ¿cierto? - ¡Maldita hipócrita!

¿Cuántas veces había arrancado el corazón de sus amantes sin ninguna consideración? Sólo una y le costó más de lo que hubiese pensado, aún así no dejaba de ser una doble-cara. Se justificaba con esa estúpida mentira sobre su maldición y la creencia de no quererlos lastimar con su cercanía ¡Bruja infernal! Destrozando vidas por su egoísmo ¿Y así se atreve a pronunciar semejantes palabras? Se para sobre la punta de sus pies alcanzando los labios de quien cree es su amado Darius, lo besa efímeramente para después juntar su frente con la de él – Perdóname Darius, por favor, perdóname… - Baja la mirada, el sentimiento de culpa comienza a tragársela por completo ¿Alguna razón, un motivo? Lo ignora. Muerde su labio inferior a causa de la desesperación y lo rasga. La sangre brota de allí y cae en su pecho, la misma que desfila entre sus montañas de feminidad, dejando un sendero impregnado con el hambre y lascivia. Sus pulmones exigen un poco más de oxígeno, así que respira tan profundamente como su humanidad se lo permite, lame la sangre sobrante de su comisura, vuelve a sonreír; una idea acapara sus pensamientos, una terrible oportunidad de cumplir la fantasía – Te amo – Le dice sin titubeos, pero no es ella realmente. La libido habla por Merlina y, aunque ese alterego es tan sólo una parte a la suma de todo su ser, a la gitana no se le hubiese ocurrido semejante depravación. Comienza por desabotonar la camisa de Lucern disfrazado del único hombre a quien le entregaría su cuerpo. Sí, es el olor de la sangre lo que la manipula, su sangre y el deseo por mostrar una vez más el amor que le profesa a ese vampiro, pobre infeliz ¿Qué pasará cuando se de cuenta que ha sido engañada por Lucern? ¿Y si se pierde en sus brazos aún en la consciencia? ¿Sería una mentira su amor? Merlina, esta es la marca de TÚ maldición.
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Mensaje por Tarik Pattakie Mar Sep 13, 2011 11:11 pm

Touché. Es la palabra que serpentea en la mente del conde. Su mano acaricia la mejilla de la gitana en una falsa reverencia. La mirada que busca adorarla es un sello que puede mantener en sus orbes, una sonrisa que relampaguea como los rayos avisando la llegada de una tormenta. Merlina le está entregando todo un arsenal de armas, un baúl invaluable que deja en manos del capitán del barco equivocado. Lucern solo está dirigiéndolos a tierras movedizas para hacerle caminar por la tabla. Las ataduras que ni el tiempo había malgastado se oxidaban con su canto. Una mujer que profesa amor a un demonio durante las noches de otoño ha cercenado el monumento que en su honor fue levantado. Esa noche, todo ha terminado. Un punto y final se escribe en la historia del cazador, la sangre mancha las páginas arrugadas de su libro, la maldición de una gitana le alcanzó. Un demonio disfrazado de querubín. Merlina ha sabido portar su antifaz con elegancia y gracia. La muerte es al único al que debe aventurarse a amar. Es momento de que alguien le enseñe el camino que su destino trazó desde aquélla noche en que nació. El cuchillo que su madre usó contra sí le marcó. El sacrificio para que prevaleciera su existencia siempre dependía de todos los que se aventuraban a forjar una relación con ella. Lucern se había encargado de ser el verdugo para aquéllos que se unían de un modo u otro a su mente, siempre en su retorcido plan de mantenerla como su prisionera, obligándole a creer en las palabras que le dedicaba para embelesarla. Sí. El conde también había jugado su juego, disfrazado a sus demonios internos para conducirla a sus brazos, asesinado a los otros porque Merlina, su gitana, solo podía vivir por él, ser para él. La soledad era la única compañía que le obsequiaba cuando marchaba en busca de mujeres y de presas para satisfacerse. Guardando su premio para el final. Su mano acaricia tierna y sinuosamente su mejilla, descendiendo a través de su cuello, rodeando la piel con su palma para detenerse sobre el valle que conduce a sus senos. Cada movimiento que hace, consciente de que es a su enemigo al que ella cree estar viendo y sintiendo, obliga a sus caricias volverse más prolongadas, más veraces...

La posesión que escarcha con su tacto es deliberada, el goce que solo un amante que se sabe el único dueño de su cuerpo puede demostrarle. Oh Merlina, lo has jodido todo y aún no eres consciente del viento corrupto que baila finamente sobre tu piel, de los susurros de las hojas que se desprenden de los árboles advirtiéndote de que tu enemigo te observa entre las sombras buscando el momento perfecto para apuñalarte. La Luna se ha vestido de escarlata para cubrir con sus rayos la piel que las manos del vampiro van descubriendo con lento ritmo. Sus manos le perfilan, se deslizan sobre su cintura, descienden hasta sus piernas y suben hasta sus hombros para repetir el proceso. Su boca murmura sobre la comisura de su boca palabras que moja en el odio que se mezcla furtivamente con el placer que siente. Palabras que cualquier mujer sueña con escuchar son talladas sobre la piel de Merlina. – Nunca te lastimaría. Dos pueden jugar a los personajes de una obra, donde la hipocresía resuena a través de los palcos donde los más adinerados están postrados. Lucern es un experto en el camuflaje. Su ilusión nunca duda, ya no es solo el deseo el que le mantiene ahí ante ella con el rostro de otro hombre, es la satisfacción que busca encontrar cuando ella se dé cuenta de que con él jamás se juega sin seguir sus reglas. – ¿Perdonarte? ¿No soy yo quien tiene que pedirlo? La respuesta que ella puede darle a Darius no le interesa, su perdón forma parte de la tierra en la que debió haber descansado si la inmortalidad no le hubiese abrazado, Lucern solo podrá inmortalizarla en su mente cuando el horror golpee de lleno en su rostro. Su boca desciende para reclamarla pero la gota escarlata que se asoma le indica el sendero a tomar. Esa sonrisa se expande en sus labios, revelando sus colmillos. Ayuda a Merlina a destruir la camisa, sus manos ayudan a destruir la vestimenta de ella, la tela se rasga revelando su cuerpo, renuncia, queda inservible. Una a una se deshace de las prendas. El cuerpo de su gitana es toda una revelación para el vampiro. La gota ha dejado una suave línea carmín, Lucern juega a perseguirla con su lengua, abriéndose paso a través del valle entre sus senos. Se detiene sobre uno de sus montículos, su aliento le acaricia pronunciando las arrugas que crean un entramado para confundir a un maniático. – Solo quiero demostrarte lo que me haces sentir. Nada lejos de lo que sientes por mí. ¿Odio? ¿Placer? Sin duda, la mezcla con la dosis perfecta. Se detuvo, deseando sentir su urgencia, su desesperación. Después de todo era Lucern quien le iba a enloquecer, su cuerpo el que le iba a llenar de placer...
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Mensaje por Merlina Draven Bancroft Sáb Sep 24, 2011 10:59 pm

Descubrir que siempre se ha estado vacío por dentro es la develación que nadie desea encontrar en su camino, la felicidad fingida durante todo ese tiempo se disipa, se marcha se esfuma en el viento al igual que el humo de un cigarrillo en los labios de una dama… Todo lo que se necesita gira alrededor de un solo nombre, el dueño de las noches que quedan por vivir, de esas sensaciones que traspasan más allá del alma para sentirse en la piel, erizando cada uno de los bellos en los brazos de un ánima desesperanzada por no tenerlo a su lado nuevamente. Esto no aplica en Merlina, porque él no se ha convertido en un recuerdo, ni siquiera puede presumir el haberlo posado en el pedestal del olvido, su hombre está justo frente a ella, implorando por uno de sus besos, siendo presa del mismo deseo que la carcome por dentro. Son los amantes del delirio en tierra santa, el sacrilegio mal visto ante los ojos del Señor y el aplauso del demonio al apreciar las notas lujuriosas con las cuales se susurran cálidamente mientras sus hábiles manos desnudan sus cuerpos para sumergirse en el océano que recorre su pasión. La desnudez de la pelirroja no es exclusiva de su silueta, el alma de una gitana ha sido devorada por las fauces de quien se hace llamar Darius, le ha entregado todo lo que tenía, esa pequeña flor marchita que conservaba dentro de su corazón ha resurgido de sus cenizas…

La caricia del viento es gélida, la siente en cada rincón desnudo que posee pero no compara con el frívolo abrazo de Lucern fingiendo ser el amante de la muchacha. El egoísmo, ese tonto avaricioso ha conseguido su objetivo, ella está totalmente confundida, embelesada por la ilusión que le presenta como un sueño irreal, de esos que se sabe jamás podría cumplirse pero sin embargo, se continúa imaginando que es posible y que se puede palpar. –Uhmmm…- Esbozan sus labios al sentir la humedad de esa lengua sobre su cuello y pechos. El vaho del vampiro se desenvuelve sobre su montículo siendo incitado por la profecía del placer que se avecina. Sus brazos rodearon el cuello de Lucern, sus labios buscaron esas fauces asesinas que desvestirían a su sangre en cualquier descuido. Se lo traga como si fuesen las únicas personas sobre la fas de la tierra, sus lenguas han cobrado vida propia, surcan la boca de Lucern más allá de lo que pudiese alcanzar, una batalla por consolidarse como la más viva… Esas torpes manos que posee suben y bajan por lo largo de su espalda, descansan en ocasiones sobre ese rubio cabello despeinándolo, apreciando la sedosidad con la cual ha cautivado a su tacto. Pierde la cabeza.

Los pies de la gitana descalzos y enlodados, dan dos pasos hacia delante, obligan a que el cuerpo de Lucern retroceda de igual manera. Su trayecto ha sido marcado, las fieras son esas criaturas que utilizan sus encantos para arrastrar a todos los de su alrededor al mismo agujero en el que se dirigen y Merlina quizá no sea una mujer inteligente, con fuerza descomunal o belleza abrazadora, pero cuando quiere algo… Las puertas de un mausoleo rechinan cuando el viento osa besarlas como a la amante del diablo. Merlina se aparta de esa unión y desvía la mirada hacia la entrada de la muerte, curva sus labios, quiere un poco de privacidad aunque afuera no hubiese ni un alma que los vigile desde las alturas, toma su mano con la propia y se adelanta hasta ese refugio de espíritus… Sacude la rendija de metal, está cerrado. Bastó sólo una mirada de la mujer para decirle a Lucern lo que le apetece esa noche, una mirada ambarina que suplica el la ruptura de ese candado. Espera recostada sobre la estructura de metal, sintiendo como la piedra se clava en su espina dorsal… Sonríe, se mueve con seducción, una que seguramente no sospecha poseer. Juega con los dedos de sus manos sobre sus labios, sus cabellos rojizos cubren la desnudez de sus pezones, el viento cambia de dirección. Abre sus ojos como platos, se queda inerte ante la confesión del futuro, ¿Qué puede hacer? ¿Su decisión cambiaría las cosas? Ella puede ver los acontecimientos pero la causa de los mismos, su poder aún no se ha desarrollado en su totalidad esa es la razón de sus fallas. Aspira el aire que corta su cuello, se sumerge en la visión del destino… Nada que no supiese antes. Pero el rostro de esa diabólica mujer es lo que atormenta sus pensamientos… ¿Quién era ella y por qué Merlina puede verla?
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Mensaje por Tarik Pattakie Sáb Oct 22, 2011 1:03 am

Su mano viajó a través del aire con una letal rapidez. El candado que sostenía hizo rugir a la bestia con excitación, sus alas se desplegaban en un inmaculado movimiento para cubrir la piel desnuda de Merlina, fauces que expulsaban fuego en una infalible demostración de su abrasador calor. Antes de que el candado cediera para ser cómplice de la coqueta Luna que envidiaba ser solo la espectadora y nunca la protagonista, - camuflándolos tras su espalda - , el vampiro enterró su cabeza en el cuello de la ninfa que estaba destinada a componer melodías con los roces de sus cuerpos. Su lengua creaba un masaje hipnotizador sobre el pulso, acariciando, mordisqueando, sanando; su fuerza vital fluía con una oscura riqueza, suplicando serle de utilidad. El candado cedió con facilidad mientras que la bestia se elevaba con fuerza, veloz y furiosa. Reclamándola. Exigiendo su completa sumisión, el pago por su entrega al cazador. La puerta chirrió, concediéndoles aquél santuario para redimir los pecados, ¿o quizás solo para alimentarlos? Las manos de su gitana se posaron automáticamente sobre sus hombros, buscando un ancla para mantenerse en tierra. La fuerza con que le sostenía, ese roce sobre su piel fue una abrazadera... Sin buscarlo, sin saber que bajo esa ilusión la piel que sus yemas encontraban no era la del vampiro que había salvado en la intimidad de los bosques, sino la suya, rozó el talismán que nadie excepto su prometida tenía derecho a tocar. Un gruñido fue la advertencia para su gitana. La mano que había destrozado el candado se apoderó de la suya, alejándola de esa parte de sí. Sus colmillos se clavaron en su cuello por reflejo, Lucern no buscaba tomar mas sangre hasta que le tomara por completo; se alejó de inmediato, advirtiendo las dos gotas escarlatas que se deslizaban con una majestuosa lentitud sobre la piel aceitunada. Su lengua lamió las heridas, solo sellándolas, dejando deliberadamente su marca.

– Mítica. La palabra brotó en un gruñido, el vampiro no sabía a quién de las dos mujeres que de una u otra forma formaban parte de su vida era enviada. Su unión con Lorraine era algo en lo que jamás creyó, ¿cómo podría existir una mujer que provocara revoluciones, no solo en su cuerpo sino también en su mente? Una pregunta que había enterrado hacía tanto y solo un nombre la había desentrañado. Pero en ese momento no importaba cuán profunda era su relación, su maldito orgullo se imponía, siempre había liderado y librado sus batallas, dejando siempre víctimas a sus anchas. Ahora mismo le decía que tomara lo que se le ofrecía al cazador que había tomado lo suyo. No podían existir remordimientos, el vampiro se obligó a alejar a su condesa de sus pensamientos. Atrapó a Merlina por la cintura, mientras ella respondía encarcelándolo con sus piernas. En cuanto ingresó a la oscuridad que reinaba entre esas cuatro paredes, con apenas unas pequeñas vidrieras en lo alto, su ilusión se desvaneció. Merlina no tenía forma de ver, excepto sentir. La Luna jugaba al escondite con las negras nubes, ocultando sus rayos como si se trataran de joyas preciosas que debieran estar dentro de un cofre. Se apoderó de su boca, fundiéndose en un impúdico beso conforme sus manos capturaban sus glúteos, atrayéndola contra su duro cuerpo, rozando su intimidad con la dureza que crecía ante su exquisita esencia. – Nunca hubo escapatoria para nosotros, no desde que te encontraron mis ojos. La voz de Lucern - Darius - resonó entre las húmedas paredes, un tono de diversión teñía el sonido. Atravesó el espacio. No había forma de que sus manos le soltaran, su gitana era consciente del poder que irradiaba. Se inclinó junto con ella sobre una de las lápidas. – Muéstrame. Invítame. Sus labios se detuvieron sobre los de ella, una sonrisa se mostraba en su boca pero Merlina solo podía sentirla. – Ahora. No importa si tenía que acudir a otras de sus habilidades, ella le iba a obedecer. ¿Podía esperar no tener que recurrir a la fuerza? Estaba claro que no importaba el camino sino llegar a la meta: tenerla.
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Mensaje por Merlina Draven Bancroft Sáb Oct 29, 2011 12:39 am

La neblina cubrió ambos cuerpos debajo de esa cárcel mortuoria para las almas en desgracia. Los aullidos de advertencia no los escuchó, los alaridos que todas esos espíritus le susurraban al oído para que pudiese escapar; cada una de las señales fue ignorada por la gitana y entonces firmó con su sangre el pacto infernal que condenaría su existencia a la más agónica de las vidas… Sus besos son el fuego que aún destella en el más frío de los inviernos, las caricias son esa laguna abnegada en el más crudo de los desiertos. Blanco y negro, el equilibrio perfecto. Percibió el rugir de su amante, cree es la excitación recorrer su piel por debajo de esa prenda que aún lo mantenía prisionero en la virilidad de los sentidos. Retira sus manos y prosigue su camino en una dirección diferente. Quisiera poder devorarlo con sus labios, saciar esa maldita necesidad de sentirlo tan cerca, de saber que únicamente es suyo, el hambre de él… ¡Pobre ilusa! Colmillos rompen su piel. Jadea. El vaivén de sus pechos es una danza entre su respiración y la prisión que él ha generado alrededor de su cuerpo. Sellando la sentencia con un beso la gitana pereció.

El diablo la ha acogido en sus brazos, la lujuria de sus alas rosa indecentemente el razonamiento de Merlina y aún cuando notó la diferencia no detuvo su camino hasta apoderarse de él. Dos voces y un solo deseo. Poseerlo. Retrocede dos pasos hasta tocar con el dorso de sus rodillas la tumba que les serviría de cama. Se recuesta sintiendo el frío de la piedra en su piel y cada poro se eriza con lúgubre encanto. Lo atrae hacia ella masajeando con sus manos ese férreo torso que le incita. Se detiene, frunce el ceño… Arremete con ferocidad los labios del vampiro y desencadena una batalla milenaria con sus lenguas. El néctar de ambas es absorbido por cada uno de sus berridos, esas torpes manos descienden hasta su hombría y reclaman la atención de la bestia. Se despide de la cordura con una sonrisa pedante. El fino cuerpecillo de la dama se desliza por encima de esa estoica piedra y llega a colocarse tras su amante en un segundo que bien pudo haberse leído en sus pensamientos o quizá no, porque sólo se deja guiar por el instinto asesino que le arrancará la vida a sus más bajas pasiones.

Y las ráfagas de viento azotan contra la estructura de esos muros que encarcelan a los novios de la noche en su afán por derrumbarlos y descubrir ante la luna el engaño que ha sometido a la diosa del fuego, Merlina. No obstante, en lo profundo de las tinieblas ya fue marcada como la puta inalcanzable de los vampiros que carcomen su cuerpo sin conocer que está hecho del más cruel y despiadado de los venenos. El corazón de la gitana golpea fuertemente contra su pecho, bombeando la sangre hacia todo su ser. Muerde sus labios mientras regurgita el delirio que vive en sus entrañas, más allá de cualquier marca, muy por encima de todo capricho… Se deja caer a arrodillada frente a sus pies, se abraza a sus piernas, restriega su mejilla contra el músculo de estas, sueña y se pierde en la pesadilla que ella misma escribe con letanías de muerte. Asciende con lentitud paladeando el sabor de su piel, no importa cuan frío lo encuentre, es un manjar que los dioses nórdicos envidiarían… Sus manos son la fina seda que se desenvuelve por todo lo que a él respecta; cuando está completamente de pie frente a él su pelvis va en busca de ese rose libidinoso en sus sexos. Basta sólo la cercanía y el augurio de estar a su lado para sentir el primer orgasmo aproximándose…

En su juego ella podría mandar toda la noche, pero es él quien elige si dejarse enredar en sus brazos o dominar la situación con una inquietante mirada y esa suplica que derrita el iceberg de sus dominios. Merlina toma las manos de Lucern y las guía por todo su cuerpo, estimulando las zonas que ella desea que sean excitadas con el simple contacto de su piel. Pasan por la delineada y suave cintura de la gitana, continúan su camino descendiendo hasta sus caderas, deslizando los dedos por esa carretera de infiernos hasta colocarse en sus glúteos. La fémina sonríe, mientras sus labios se encargan de dejar en diminutos besos su saliva en el pétreo pecho del amante empedernido. Acto reflejo lo obliga a apretar la zona en donde descansan sus palmas… No se detiene, da media vuelta y su miembro choca contra sus posaderas. Esa pelirroja se enreda entre sus brazos como si fuese un cuerpo más envolviéndose entre las sábanas de una cama abandonada. Sobran las palabras, sólo es su respiración agitada, el silencio y él. Vuelve a girarse se sienta sobre el sepulcro dentro del mausoleo, abre ligeramente sus piernas y lo invita con su mano a acceder a su altar de Venus con esa imponente virilidad que de apoco despierta.
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Mensaje por Tarik Pattakie Sáb Oct 29, 2011 11:05 pm

Las hebras rojas, tan suaves como las plumas del fénix, se derriten ante la mirada oscura y ardiente del vampiro. Lucern no puede dejar de apreciar la melena que baña su pecho pétreo, dotándolo de caricias de fuego, un claro de la luna que buscaba entrar a través de los intrincados símbolos que servían para mantener a las ánimas en su descanso eterno. La necesidad que le golpeaba era salvaje, apremiante e implacable. Todas esas escenas eróticas que Merlina, la bailarina y vidente del circo gitano habían protagonizado, ronroneaban sobre las paredes de su mente, enviando llamas a todas sus terminaciones nerviosas, en miles de espirales diabólicas. Su mano se quedó quieta mientras que su mirada se apoderaba de la de ella. No importaba qué orbes esperara encontrar, esa nunca traicionaría al arrogante conde que gritaba órdenes, esperando inmediata obediencia; así había sido desde que su tío le había contado la verdad en su lecho de muerte y así sería siempre. Obligó a su pulgar a moverse en una caricia sensual y ligera, avivando el calor que latía en su interior. Una tormenta de turbulenta pasión y posesión le atropelló. Esto era lo que había estado esperando desde que la había conocido y aún así, ¿qué demonios estaba haciendo? ¿Qué demonios creía ella que estaba haciendo? Su pulgar jugó sobre sus labios, tomando una de las gotas de su elixir para crear un patrón; lenguas del más cruel y despiadado fuego se derramaba dentro de su caverna, su boca quería tomar su sabor, bañarse en su aroma. La acarició meticulosamente, tocando cada centímetro de su feminidad. Su cuerpo rugía con una afilada demanda. ¿Cómo pudo ella haberse dejado tocar por otro hombre? Dos de sus dedos se introdujeron mortalmente. Lucern estaba lejos de querer ser bueno, de tomarse su tiempo, Merlina había acabado con esa parte que siempre había batallado por el control cuando se encontraba en su compañía. Se movió con rapidez y fuerza, arremetiendo contra los estrechos músculos, obligándolos a estirarse para darle acceso. Quería que ella se deshiciera sobre su cuerpo, que cada oleada de pasión la golpeara hasta doblegar sus sentidos. Fue implacable en su invasión, en buscar su sumisión. Sus dedos no descansaron, entraban y salían; el golpeteo alzó vuelo, acompañado por los jadeos entrecortados de la gitana.

El vampiro inclinó la cabeza sobre ella, su boca atrapó uno de sus danzarines senos, su lengua se envolvió en el pezón, calentándola en prolongadas caricias. Sus jugos envolvían los dedos de Lucern. Él podía sentir cómo Merlina acariciaba el cielo con la punta de sus dedos, la quería salvaje e indomable, seducida por su alarmante presencia. Cuando supo que se entregaba a la excitación, alzó su cabeza, sosteniéndole la mirada mientras le separaba, aún más, las piernas con su rodilla. Descendió y bebió. No hubo espacio que el conde no recorriera concienzudamente, maliciosamente. Tomó su primer orgasmo sin dejar ningún rastro. Era una serpiente escabulléndose en cada recóndito, tomando su veneno para dejar el suyo dentro. Pasó su lengua muy despacio, sus dedos abandonaron el asalto y cuando ya no pudo soportarlo, se alzó sobre ella. Era un felino reclamando a su hembra. Se introdujo sin esperas y/o advertencias. Su cabeza ya había ido al cobijo de su cuello, clavando sus colmillos al mismo tiempo que entraba en ella. Rugió. Bestia u hombre nunca habían coexistido y una vez más, lo estaba demostrando con sus duras estocadas, con la forma en que se emborrachaba. – Lucern. Susurró su nombre en su mente, pero ya no importaba, la Luna había escapado de las nubes negras y les bañaba. Empujó una y otra vez, cada vez más profundo, poderoso y fuerte, llevándola de nuevo a sentir aquélla explosión de placer. Cerró la herida, lamiéndola con la lengua. Elevó la cabeza. En sus ojos oscuros aún se podía ver la excitación, pero había algo más que posesión tiñendo las orbes, venganza, odio y quizás, diversión. – Ni siquiera él podría hacerte sentir tan mujer. Habrías reconocido su tacto, pero siempre lo has sabido, ¿no? La besó, llevándola a perderse en sus brazos, su prisión.
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Mensaje por Merlina Draven Bancroft Lun Oct 31, 2011 9:32 pm

Y el descontrolado calor de una briza emitida desde la locura misma de su lascivia, la abraza envenenándola con ese placer nacido de las caricias en su entrepierna. Él sería su guía, el hombre que desde el principio había despertado el deseo adormecido en la gitana. La luz de la luna atraviesa los espacios vacíos del mausoleo y besa con delicadeza la nuca de Lucern, la pelirroja mantiene sus ojos cerrados mientras el vaivén de sus caderas aprovecha al máximo los espasmos emitidos… La mirada de la fémina se perfila, levanta sus pupilas hasta ese rostro cuando él pronuncia el nombre. Siempre lo supo, pero fue demasiado tarde para arrepentirse, el veneno de la lujuria ya corre por sus venas, consumiendo la poca razón que le queda. Sonríe y entre jadeos devela su secreto –La diferencia entre el sexo y hacer el amor- Susurra en una sentencia que podría costarle la vida pero ¿A quién le importa cuando ya se han visto las dos caras de la luna? Merlina se retorcía como un vampiro que es acariciado por los rayos dorados del sol, pero a diferencia del muerto, ella estaba más viva que nunca y sus sentidos latían enormemente, algo simplemente indescriptible. Lo rodea y se pierde justo como él la había invitado. En esa unión de labios se reinventan caricias entre esas extremidades húmedas, juegos de seducción que perecen al término de los segundos y renacen con cada carcajada de Lucifer. Se refugia entre sus brazos como una niña que busca el calor en el abrazo de su madre, delira en un augurio orgásmico, quiere, desea y sueña… Ansiedad, delirio, pasión y lujuria ¿Cuánto tiempo soñó con ese instante?

El sudor comienza a vestir su frente, humecta su piel y moja sus cabellos rojizos. Una gota de agua cristalina se desliza desde esta parte de su cabeza hasta uno de sus pómulos, pasa su mano por el arco de su cuello en donde él había cerrado con su saliva la herida de esos caninos, sangre combinada con agua… La observa detenidamente, lleva su mano hasta la altura de su nariz y la olfatea. Que extraño, el olor ferroso no es el mismo, se atreve a probarla… vaya, lo salado se ha disipado. Maldice su nombre mil veces y lo hace otras mil veces más cuando se ve encadenada a la noche junto a él. Sus labios se abren efímeramente y es el nombre del conde a quien susurran pero es evidente que en sus pensamientos sólo Darius se escribe. Ella lo había dicho minutos atrás, es sólo la diferencia entre el sexo y el amor. Se lanza sobre él, acaricia cada parte de su desnudo cuerpo hasta llegar a la altura de su libido, sus manos lo atrapan en una cárcel cálida, comienzan por masajear la zona más sensible de su masculinidad, suspira, sonríe… Autodestructiva, esa mujer ya no era la Merlina de siempre, su mirada es felina, su boca está hambrienta. Sus manos ascienden hasta su cuello, marcan una línea en la yugular que no transporta sangre con vida. Se inclina hasta él. La lengua de la gitana recorre el espacio que queda entre su obligo y…. sube poco a poco, por el camino vertido en su torso, zigzaguea. Como le hubiese gustado contar con ese par de colmillos porque así dejaría marcas en su piel para que todas las demás se dieran cuenta de con quien había estado, una simple humana que no podía arrancarse de la cabeza. Posesividad.

Los lobos comienzan a asechar las esquinas del cementerio, olfatean la invasión pero no se atreven a entrar y sólo se quedad en las lejanías para aullarle a la luna. El viento sopla fuertemente arremetiendo contra esos muros del mausoleo de la misma forma en que esa mujer quiere que él arremeta en su contra. Se recuesta sobre la tumba y el frío en su espalda provoca que se arque y jadee, está excitada. Asegura los cabellos de Lucern a su mano y obliga a que este se pose encima de ella, quiere sentir como es que su cuerpo se acopla al propio, fundirse en un solo ser sin importar que el alba azote con su mortífero encanto anaranjado la esencia de Lucern, a decir verdad quizá sea eso lo que busca entregándose a él. Y una vez que él está opacando con su pétrea piel lo apiñonado de la de ella, busca con sus caderas el acople perfecto entre sus sexos. Sus caderas se mueven idénticas a ese baile infernal que desde en un principio llamó la atención del vampiro en el circo, es una hechicera… Sus mano se elevan por encima de su cabeza, colgando cuando la piedra se le termina, se aferra al mármol con el cual fue edificada y espera la primer embestida. No importa la humectación, ya se habían encargado de estimularse mutuamente, sólo desea sentir como es que ese espacio vacío se llena con algo que no le pertenece pero que igual apetece...
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Mensaje por Gilles Davignon Lun Nov 07, 2011 8:01 pm

¿Alguna vez has escuchado el famoso juego de “Jugaremos en el bosque mientras el lobo no está, porque si el lobo aparece, a todos nos comerá”? Bien, esta partida con las cartas de un póker añejo, resultaba parecida, sólo que aquí no había ningún lobo… Sólo el Marqués de la olvidada corte Francesa, un maldito loco que fue destituido con el paso del tiempo. Pero los años son sabios y se encargaron de instruirlo como un soldado más en la legión del infierno. De su historia se conocía muy poco y la verdad es que él estuvo a punto de olvidarla de no ser porque aún recuerda la carcajada de Lady Dubois, misma que él encuentra en su garganta cuando disfruta de la matanza; se cuenta que alguna vez, en tiempos muy lejanos hizo un pacto… Tentó a la humanidad y cambió recibió un alma que reclamaría, pero era demasiado pronto como para ser padre instantáneamente, ni siquiera podía con su locura ¿Cómo cuidar a un neófito imberbe? Lo abandonó a su suerte, pero después regresaría por él… Y los siglos pasaron hasta que su maldita decencia se fue por la borda, era el momento, era el instante… Como la sombra de la muerte, Gilles se agazapó en los pasos de su hijo y es que tenía que saber con exactitud lo que hacía, donde estaba y con quién. Como un buen padre. Por eso cuando alguien le reclamó las acciones de su hijo, supo que tenía que reprimirlo por sus actos. La verdad es que lo felicitaría, pero estaba viviendo como un jodido bastardo y el dinero siempre había estado por encima de todo… Hablando de Gilles, esto no es una sorpresa, se sabe que sería capaz de sacarse el corazón del pecho solo para saber que se siente.

El Conde Ralph, un malnacido infeliz y desgraciado que vivía en las comodidades de una mansión con la mujer que… Esa estúpida, no solo fue tatuada con los colmillos de Gilles si no que él entendía la cantidad de amantes con los cuales se había revolcado antes y después de él ¿amor? Nunca lo sintieron, simplemente se excitaban cuando se veían empapados con la sangre de los inocentes, ella era la diosa de la destrucción y Gilles el idiota que le entregaba cuantas víctimas quisiera. Se humillaban de tal forma que los esbirros del diablo tenían más dignidad que ellos cuando estaban juntos. En una realidad no muy lejana, Davignon la follaría de nuevo, pero esa noche mientras arrastraba el cuerpo concienzudo de su hijo pensaba en las razones que el conde tenía para odiarlo. Recapituló antes de llegar al cementerio, lugar en el cual el mismísimo señor Ralph lo citó horas atrás, no tuvo que hacer nada para buscar y capturar a la cosa que pendía desde su mano derecha, porque una semana antes el pago por ser el sicario de ese norteamericano, lo hizo. Secuestró y torturó al pobre hasta que se cansó, necesitaba ver la ira en sus ojos de la misma manera en que se ve el terror en sus victimas.

La cabeza de ¿Darius? Así es, era Darius el noviecito de la Gitana quien se encontraba encadenado a las manos de Gilles, era la cabeza de ese tarado la que golpeaba cada roca que se encontraba en el camino mientras llegaban al cementerio. En el momento en que el Marqués quiso recapacitar o tomar nota de los acontecimientos que lo llevaron hasta es momento. Hablando como loco inició su letanía – ¿Todo esto por una mujer? Hay tantas putas en los burdeles que son fácilmente reemplazables, incluso Némesis – Se refería a Lorraine con ese apodo porque así fue que la conoció, la leyenda de Londres, la caníbal. Le dio unas palmaditas en la espalda a Darius – ¿Acaso folla de excelencia? – Frunció el ceño, quizá el aturdido no tenía idea de a lo que él se refería, estaba tan golpeado que los moretones de su piel, aunque estar sanara, aún se veían marcados en su rostro. Gilles había utilizado un poco de veneno, para adormecerlo y que no se levantara, pudo haberlo violado si quisiera… y por supuesto que se encontraba tentado de hacerlo, su miembro cabeceaba contra el talle de su pantalón por la excitación que sentía cada vez que lo miraba con la sangre derrapada en su rostro. ¡Joder! ¡¿Un rapidín?!

Se enfadó consigo mismo, ¿Por qué mierda no se la metió antes de llegar al cementerio? Pateó el vientre de Darius –quiero que recuerdes quien me mando LUCERN RALPH- susurró en su oído, metiendo su lengua con obscenidad. Tomó la cadena que sobraba desde los pies de Darius hasta sus manos y continuó su camino, las lápidas formaban un laberinto que Gilles no se molestó en esquivar y mientras él pisoteaba las piedras, Darius era golpeado en diferentes partes de su cuerpo con ellas. Tareaba una canción que seguramente su madre la cantaba cuando era niño, o sólo la había escuchado de una madre antes de arrebatarle la vida a la familia entera, no importaba. La sonata era fúnebre y daba pavor al escucharla, agudizando su oído escuchó los berridos de una pareja, una sonrisa curvó sus labios y como alma que lleva el diablo llegó hasta donde ellos, tocó tres veces en los barrotes de metal del mausoleo. –párate- Le ordenó a Darius y lo ayudó a erguir su cuerpo, para que enfocara su mirada en la melena roja que se retorcía de placer en las garras de otro hombre. Su depravación provocaría que Gilles se excitara más con el rostro agónico de su hijo, antes que la escena pornográfica que entre Merlina y Lucern ofrecían al espectador.
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Mensaje por Invitado Sáb Nov 26, 2011 10:02 pm

«En la venganza el más débil es siempre más feroz.»
- Honoré de Balzac

La noche es la mitad de la vida, y la mitad mejor. Eso lo creía Lucian, la noche era el momento de su latrocinio, su mitad de vida (la no vida), el reflejo que devuelve un espejo y lo torna todo sórdido y retorcido. La otra cara de una realidad astrosa y acre, el reino en el que desfila la corte de Satanás y su monarca se define con leyes tan sencillas como “la ley del más fuerte”. Y ese era todo el meollo en las vesanias del vampiro, coronarse rey aunque junto a Mikhail sabía que sólo le tocaba jugar el papel del príncipe destronado.

Algo en esa dinámica le funcionaba bien y por eso la había seguido por tantos años, y no tenía en sus planes abandonarla, no pronto al menos.

Esa no era su primera noche en París, había estado deambulando por ahí desde hacía algunos días, midiendo el terreno, porque su lugar era el del ejecutor y verdugo, no podía andar a tientas por ahí dando tumbos como un idiota, pero finalmente había encaminado sus pasos hacia la residencia que ahora poseía su hermano en la cercanía. Verlo a él implicaba verla a ella.

La línea que su andar trazaba lucía azarosa, pero no lo era, su meta era cruzar ese lugar para otros sagrado, para él sólo un sitio más por ser profanado. Por ahora su hermano y sus planes podían esperar, si lo habían postergado ya por tanto tiempo, un par de minutos más o menos no harían más daño del que el tercero de ellos, el que no formaba parte de la alianza, había provocado en sus personas.

Sorteando lápidas y con paso despreocupado avanzó pensando en los años que pasó lejos de Mikhail, aunque lejos de su hermano, su creador, hacía de las suyas como un incendio que lo quiere consumir todo, siempre regresaba a él como ave migratoria y rapaz. Y era ese momento, el de regresar como hijo pródigo, el instante de por fin descargar el odio que lo había estado consumiendo por tanto tiempo, el verdadero problema era esa maldita mujer, Xrisí. Su única lealtad real era para con él, y se encargaba de traicionarla tantas veces como era imposible de contar al enredarse con esa harpía maldita. Maldita, mil veces maldita por seducirlo con tanta facilidad.

Pero antes de poder seguir blasfemando aquel nombre griego, algo más llamó su atención. Cadenas y pasos, su mirada vagó por el lugar en busca de la fuente de aquel sonido y su paso se hizo más cauteloso, sonrió pensando en las tontas leyendas de los mortales que hablaban de almas en pena que vagaban por ese mundo sin poder encontrar descanso, y cuyo sonido característico era ese precisamente, el de las cadenas arrastrando por el suelo. ¡Puras estupideces!, los únicos que dominaban la sordidez de la noche eran ellos, los vampiros, que también eran muertos, que también desafiaban a la naturaleza estando ahí, cuando se suponía que sus cuerpos debían estar sepultados en ese mismo sitio en el que ahora se encontraba.

Entonces caminó y a la distancia observó la escena, dos sujetos, no se tenía que ser un genio para adivinar que ambos eran como él; pero era aquel que estaba maltrecho como ese personaje que los humanos adoraban llamado Jesucristo, el que llamó su atención. No podía creer lo que sus ojos veían, si conociera la llana felicidad estaría seguro que eso fue lo que sintió. La ansiedad lo golpeó como un ramalazo de adrenalina y sin más se acercó a los dos tipos.

-¿Puedo saber por qué me quitas el derecho de torturar a este bastardo? –habló con tono severo, pero voz suave y contenida, dirigiéndose al otro que parecía ser el sayón en turno, por ahora la escena que Darius estaba siendo obligado a ver no importaba, porque Lucian carecía de la información necesaria para saber la verdadera magnitud del martirio al que estaba siendo sometido.

Se quedó ahí parado a un par de metros con los brazos cruzados y el mentón levantado. En su inmortalidad no quería muchas cosas; no quería que se tachara de débil, ni volver a ser invisible, no quería perder el gusto por matar, por herir, por fastidiar al mundo, pero sobre todas las cosas, no quería que le arrancaran el gozo de eliminar a esa plaga llamada Darius. No, no sabía bajo qué circunstancias el hombre frente a él había capturado a su querido hermano, y por qué lo tenía apaleado de ese modo (aunque lo aplaudía), tampoco qué motivos ulteriores había en la escena, sólo sabía que ese sujeto, por ahora, significaba la amenaza de ser despojado de lo que por derecho le correspondía.

Aniquilar al causante de todas sus desgracias.


{Hablo en el supuesto de que Lucian jamás ha visto a Gilles}
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Mensaje por Tarik Pattakie Vie Dic 09, 2011 9:11 pm

La boca del vampiro se desnuda ante las palabras que son emitidas entre suaves y pequeños jadeos. Los colmillos surgen amenazadores pero son sus estocadas las que responden, golpeando sin vacilar en el ritmo que juntos han emprendido en una coreografía tan antigua como el tiempo. Las garras de Lucern se clavan en las caderas de la fémina, conduciéndole en la batalla por hacerse con su alma, lo único que podría decirse intacta. Le guste o no, quiera o no, sus pensamientos también han sido liderados por sus recuerdos; su cuerpo grita su nombre a millas de distancia, las marcas gemelas en su cuello tardarán en desaparecer, así como los estragos que su naturaleza siempre posesiva se ha asegurado en dejar sobre cada centímetro de piel. El placer se sobrepone al dolor que causa su aprehensión. El recuerdo de su reclamo reverberará en letanías dedicadas a la muerte cuando el inevitable adiós se presente. La boca del conde crea una mueca perversa. La frase de Merlina no solo la incluye a ella, él puede, ha saboreado la verdad de esas palabras por sí mismo; palabras que se tornan amargas conforme se funde en el calor de los músculos que se cierran sobre su longitud. El beso se prolonga y el labio inferior de la gitana es desgarrado, la sangre teje hilillos de un profundo rojo escarlata sobre su barbilla en un acto suicida. No hay tiempo para jugar al pintor y apreciar la belleza del paisaje que se le presenta, no cuando su lengua desciende para atrapar las gotas que buscan huir de su captor. Un gruñido surge de su garganta ante la prisión improvisada de sus dedos, pero sus dientes ya se encuentran fieros. El predador muerde el hombro de su acompañante ante la cruda necesidad de dominar su cuerpo con el suyo. La Luna baña su espalda, confabulando a su favor, sirviendo de faro para la humana, haciéndola consciente de todas las formas del ser con quien comparte esa danza. Los segundos dan paso a los minutos y el silencio sobrecogedor, roto solo por las embestidas, se vio agrietada por la presencia de un par de vampiros que acudían a la cita.

Como si su llegada le hubiese excitado hasta un punto febril, como si el ritmo embrutecedor no fuese suficiente, arremetió sin reparos, sin piedad, dura y fuertemente. La bestia en su interior se retorcía de satisfacción, consciente de haber ganado la batalla. Había perdido el tiempo buscando al cazador antes de recibir la invitación de Merlina, sus sirvientes le habían proporcionado información falsa pero Gilles había resultado más útil de lo que pensaba. – El propósito de nuestro encuentro ha sido favorecedor. Agregó sobre su lóbulo, arañando con sus dientes, creando mas marcas de su posesión. Los arañazos que dejaba sobre su espalda se irían en cuestión de minutos, - sino es que segundos -, pero para la gitana su cuerpo le recordaría por semanas. – Tú ganas. Eres libre de hacer lo que te plazca. E incluso mientras lo decía, sus movimientos se tornaban violentos, agresivos. Su olor ya estaba impregnado en todo lo que a ella concernía. Si tuviese que recordarla, lo haría justo como se encontraba en ese momento, con mechas rojas extendidas sobre la lápida, pegadas por el sudor sobre su cuello y la parte alta de sus senos; los labios entreabiertos, hinchados y hambrientos; su mirada incendiada por el calor que inundaba sus entrañas, su cuerpo maltrecho. La voz de Gilles resultaba clara para la criatura de la noche. Tener público solo lo hacía más excitante. No. Eso era una reverenda mentira, era el bastardo que había osado tomar una de sus posesiones lo que le hacía arremeter con demencia en medio del agónico placer que se volcaba sobre él ante lo que estaba por suceder. – Espero que hayas disfrutado tu tiempo con Darius, será tu consuelo en los días venideros. Y así sin más, se irguió en todo su esplendor, alzando sus caderas para entrar más profundamente en ella. Oh sí, Merlina estaba por descubrir que había entrado con el demonio a las profundidades del infierno, sin un boleto de regreso.
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Mensaje por Merlina Draven Bancroft Vie Dic 16, 2011 3:42 pm

Sus parpados decaen en el sentir de sus entrañas, el sudor se esparce gota a gota por todo su femenino cuerpo, empapando y embriagando con su esencia el férreo pecho de Lucern. En su espalda se escribe el frío pero no logra sentirlo, ese maldito calor aterciopelado de sexo le envuelve como un abrigo sin dejarla respirar; le falta el aliento, sus pulmones gritan e imploran para que sus costillas se expandan y alojar allí más de ese aire de vitalidad, pero el cuerpo de su amante la sofoca contra cada embestida que su pelvis danza con la suya. Entre mil y un jadeos despide su nombre como un desgarre de bajas pasiones, los espíritus la escuchan y los demonios le acarician, ya no sabe distinguir entre una farsa o la realidad, está convencida que el placer se ha adueñado de su nombre… Brutal, imperativo; cada poro de su piel absorbe el dulce néctar que él emana, sean sus besos, sus mordiscos o lambidas alrededor y por todo lo que ella representa, Merlina no olvidará esa sensación de piel a piel que le embarga en el momento preciso. Presa de una pasión desbordante, olvida todo lo que prometió, son sus demonios quienes le advierten pero es ella quien decide… Se arquea, se retuerce, se doblega ante la mirada felina y posesiva de un vampiro al que amó con toda el alma, ese hombre con quién compartió infinidad de momentos y el mismo que le prometió jamás lastimarle, ese que le dijo que no moriría una vez más porque ya había perecido más de seis siglos atrás. Merlina relame sus labios tratando de aclamar más de ese adictivo sabor a placebo de él ¿Cuánto tiempo esperó por esto? Y es verdad que su cuerpo fue marcado por Darius, es verdad que no ama a Lucern, pero en sus recuerdos la confusión la volvió víctima del pecado en la lujuria… La noche la encontraría culpable.

Las palabras de un desconocido, se adentran hasta su cabeza. Levanta la mirada para verlo a la cara ¿su expresión? En ese monstruo no cabe otra facción que no sea la arrogancia, esa jodida sonrisa pretenciosa y que es cómplice de otro de sus logros. Abatida, hiperventilando, empapada con su propia hiel, la gitana osa responderle –El propósito no era este- Desvía sus orbes hasta su desnudo cuerpo, frunce el ceño. Ahora que ha aterrizado se siente bazofia ante lo que ha hecho, le ha faltado el respeto a Darius, ha quebrantado su palabra de no… ¡Maldita sea! ¿Por qué? ¿Si él ya la había olvidado, por qué no dejó que ella fuese feliz con otro hombre? Merlina endurece sus facciones y muerde el labio inferior –Y ahora me convertí en otra puta desechable del conde Ralph- Golpeó el mármol sobre el cual se encontraba sentada. La frustración poco a poco comenzaba a apoderarse de ella, ese coraje idiota de haberse metido con el vampiro equivocado sólo por un instante en que la lascivia se apoderó de ella. Nadie hace lo que no desea, he allí el dilema de su culpa ¿En verdad lo había disfrutado tanto? Y al recordar como es que él se adentro hasta lo más recóndito de ella, su cuerpo se estremece en inconfundibles espasmos que aún conservan ese sentir, ese calor, ese derroche de locura y satisfacción. Contrae sus piernas, cruza sus brazos, se hunde en la nada, pensando, divagando… ¿Libre? Se burla en la cara de Lucern –Después de esto jamás volveré a ser libre- Muestra con desdén aquellas marcas que él había dejado en su cuerpo, ¿Cuánto tiempo pasará antes de poder ir a los brazos de Darius ahora que todo ha terminado?... en su último respiro, su cuerpo se parte en dos y su pelvis cruje hasta el punto del dolor. Sus uñas se aferran a los brazos de Lucern, se clavan allí con la misma intensidad en que él se apodera de ella, cinco marcas en forma de media luna adoquinan la cicatriz que “Su mujer” le había hecho como muestra de su amor, ahora ella sabrá que no fue la única en revolcarse con el demonio.

Su aliento se detiene, sus fuerzas se evaporan, queda resumida a la nada sobre esa fría piedra… Cierra sus ojos y se deja sorprender por lo que la luna le tenga preparado. No puede moverse, todo su ser arde, quema, duele. Una lágrima nace de sus ojos y muere en su lóbulo, “¿Qué he hecho?” Se pregunta una y otra vez, ruge… -No te atrevas… a… pronunciar… su nombre… otra vez…- Dice cortadamente, está histérica, paranoica. Se escucha un frágil chillido provenir desde las puertas del mausoleo, desvía su mirada; el suspenso y el terror no se apiadan de ella y la cubren como si de un manto se tratasen; no hay nada más que la caricia del viento. Suspira, la sangre continúa con su camino, pero en ese instante, cuando el alivio había acariciado su rostro una vez más, escucha la voz de un hombre que menciona la identidad de su amante -¿Quién es él Lucern?- Busca las faldillas de su vestido, los restos de aquel retaso de atavío y cubre sus desnudes con las tiras que encuentra. Se arrincona en la penumbra del mausoleo, asomando la cabeza, descubriendo la tragedia. Sus labios comienzan a temblar, sus ojos se llenan de agua, su cuerpo palidece, sus rodillas flagelan, el aliento se le escapa, sus pensamientos se nublan y la imagen que nunca desaparece es esa en donde es poseída por Lucern Ralph. Su estómago reciente la caída, la derrota y quiere devolver el elixir que había tragado. Las paredes del mausoleo parecen moverse, el techo cada vez baja más y más, siente como es aplastada por millones de “fantasmas” que gritan lo que ha hecho, la devoran y abofetean… Entonces, se quiebra -¡QUE HAS HECHO!- Grita levantándose de su lugar, corriendo hasta donde se encontraba él, Darius.. ¿La perdonará?

Sus manos buscan la forma de abrirse paso entre la rendija y el exterior, cuando estuvo a punto de conseguirlo observa la figura detrás de aquel par. ¡Imposible! Se suelta a carcajadas y llora desconsolada –Esto tiene que ser una maldita broma- Pronuncia con alevosía, escupe la sangre que su interior regurgita, regresa a donde el Conde y golpea con todas sus fuerzas su pecho. –Ya deja de burlarte de mí- Dice señalando la sombra detrás del desconocido y Darius –¿Te parece gracioso?; ¿Ahora me dirás que Darius está muerto y aquel es su fantasma que ha venido a vengarse de mí por ser la mujerzuela del demonio?- ¡Eran idénticos! Suelta los trozos de ese vestido que cubrían con poca decencia su desnudez, se encoleriza y con ambas manos trata de causarle el mayor daño posible al Conde, pero es inútil. Al final termina arrodillada frente a él, suplicando, abrazada a sus piernas. –Por favor- Ruega. Las emociones que corren por su cuerpo, son indescriptibles, no sabe si correr o continuar allí, no entiende si lo que quiere es llorar o burlarse en el intento de Lucern por atormentarla eternamente. Se pone de pie perezosamente con una sonrisa socarrona en sus labios –Todo este esfuerzo es porque aún soy capaz de lastimarte- Susurra. Cegada por la ira que tiene para consigo misma por haber caído en su trampa, al caminar una vez más hacia donde ellos, tropieza y se golpea en la cabeza dejándole inconsciente mientras su sangre es derramada. Merlina Draven Bancroft, has perdido toda la dignidad y el respeto que te quedaba.
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Mensaje por Darius Argeneau Mar Dic 20, 2011 5:51 pm

La noche había abierto y extendido sus alas para liberarlo del confinamiento. Tres noches habían pasado desde que había probado sangre humana, nadie estaba a salvo, ni siquiera dentro de las paredes en la que descansaban ignorantes de los peligros que acechaban cuando la Luna se alzaba. La garganta del vampiro se sentía como una pared con miles de agujas atravesadas, sus músculos se estiraban incapaces de soportar la tensión acumulada, pero era su mirada voraz la que permitía ver destellos del demonio agazapado en su interior. Darius observaba los alrededores perezosamente, escuchando con sus sentidos para encontrar a la presa que abastecería su cuerpo antes de emprender la marcha. El cazador nunca se permitía visitar a la gitana sin haberse alimentado. La naturaleza de un predador era traicionera y aunque la mayor parte del tiempo se mantenía alejado de la pelirroja, cada tercer día se veía bebiendo de su compañía. Ese era el tiempo que su cuerpo podía soportar sin sucumbir al llamado de la sangre, reabasteciendo su fuerza y determinación para no hacer daño a la única persona a la que había prometido cuidar de sí mismo. Después de caminar durante siglos entre muertos y vivos, repartiendo justicia en un intento fallido de purgar el mal que ennegrecía su alma, - si es que aún tenía una -, se negaba a dejar cabos al azar que pudiesen afectar la seguridad de la gitana. Esperaba entre las sombras de un callejón parisino a que el humano que se creía listo para deambular entre las criaturas de la noche apareciese. Lo haría. Tarde o temprano. Los mendigos ya no se avistaban pero... ¿a quién podría importarle sino alegrarle ver las calles vacías de la inmundicia? Las personas desaparecían cada noche pero era la misma sociedad la encargada de acallar sus preocupaciones. ¿Quién querría vivir con miedo? ¡Peor! ¿Quién querría verse regido por el miedo? Un cartel fue arrastrado por el viento hacia el vampiro que esperaba pacientemente a su presa. “Daphnée Romainville, Desaparecida” Se había inclinado para recoger el papel y, como si el rostro de aquélla joven le fuese familiar, recuerdos de un escena brutal centellearon en sus pensamientos, la sangre bañaba las lápidas de un cementerio.

No cabe duda de que el destino puede ser jodidamente retorcido. En el momento en que había perdido el control, había sido asaltado por un vampiro. “Si estuvieses en forma no habría supuesto ningún problema. ¡Mírate! Eres débil.” La voz del demonio parecía compelida por su presencia. Había intentado defenderse, más de una vez había asestado un golpe contra el vampiro pero éste solo había sonreído. Sin sangre fresca aliviando el escozor de su garganta y fortaleciendo su cuerpo había poco que pudiese hacer al respecto. El malnacido había vertido alguna sustancia sobre las cadenas, su carne estaba al rojo vivo donde había intentado destruirlas, el hueso se podía ver en una de sus muñecas. El dolor se vertía sobre todo su cuerpo pero se negaba a darle a su captor cualquier crédito. ¿Quién demonios era? Esa brecha fracturada de su pasado solo era un añadido al entumecimiento junto con la valiosa pérdida de sangre que le agotaba. ¡Estaba famélico! La humillación que estaba sufriendo a manos de quien quiera que fuera lo enfurecía a un punto maquiavélico. Por el bien del vampiro, esperaba que su objetivo fuese su muerte porque de lo contrario, no descansaría hasta encontrarlo. Darius intentó seguir el monólogo. No era la primera vez que se veía en una situación desesperada y lo que se decía, tanto como lo que se callaba, podía servirle como indicio cuando tuviese que cazar al enemigo. La sangre brotó a borbotones de su boca cuando el vampiro golpeó su estómago. El hueso de su costilla crujió como si se tratara de una ramita y un gruñido amortiguado vibró en su garganta. La voz del demonio no le parecía desconocida pero como pasaba con todo su pasado, estaba eclipsado. El nombre del conde debió haberle aclarado la cabeza, pero la verdad era que estaba tan golpeado que apenas y podía recordar quien era o al menos... eso era lo que creyó en un principio.

Se olvidó de su captor, de la risa maniaca que resonaba tras sus oídos, del dolor físico. Los gruñidos de Lucern y los jadeos de Merlina hacían eco dentro de las paredes, mezclándose con el tarareo que había escuchado camino al cementerio. Algo dentro de él desapareció. Se perdió. Esa voz infame, compañero en la travesía de su inmortal vida, se carcajeaba ante la imagen que le era mostrada. En ese momento habría dado la bienvenida a otra golpiza. El dolor interno no se debía a ninguna de las heridas que mostraba su cuerpo. ¡Cuán estúpido y patético había sido! Se había arrastrado rogando aceptación por quien y qué era ante ella. Había puesto en palabras la necesidad de verse consolado, ¿amado? Una sonrisa de desprecio se formó en su boca, el dolor en su mandíbula, - deshecha por los golpes - , solo le obligaba a mantenerla por más tiempo para bañarse en esa sensación que no le era desconocida. Su soledad había sido su mortal enemiga al final del día. Le había dado la única arma a una gitana y ella a la menor oportunidad la había utilizado. Devoró y grabó la imagen en sus recuerdos. El placer que escapaba en amortiguados jadeos se volvió en música, su música. Sus ojos estaban vacíos de toda emoción. No tenía ya nada para ofrecer, ni siquiera la justicia que durante mucho tiempo había sido su guía. La mirada ambarina se encontró con la suya. Una media sonrisa perforó su rostro. Si hubiese podido aplaudir la actuación de Merlina cuando notó su presencia lo habría hecho. La sonrisa del conde, una sonrisa arrogante que destilaba triunfo, le premió. No sintió la presencia del otro vampiro hasta que éste habló. Su ceño se profundizó ante el sonido de esa voz, como si con ese gesto se obligase a recordar, como había pasado con su captor. Fue éste último quien lo había atrapado del cuello para ponerlo sobre las rodillas, mirando hacia el recién llegado. Su mirada se encontró con su ¿hermano? Los recuerdos de antaño, una avalancha cargada de sucesos, se abalanzó sobre él. Darius se vio entre el presente y el pasado, incapaz de discernir qué era real y qué era falso. ¿Eran los efectos secundarios del veneno en su sistema? No lo sabía y poco le importaba, en lo que a él concernía todos se podían ir al infierno.
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