AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Enfrentado fantasmas - Privado
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Enfrentado fantasmas - Privado
Salió del estudio de los abogados de su padre con la decisión tomada. Aunque por más de cinco años lo había postergado, hoy tocaba enfrentar los fantasmas. Subió a su carruaje y golpeó levemente con el pomo de su bastón el techo, - vamos Julio – dijo en tono neutro, mientras el coche comenzaba a cruzar veloz mente las calles de una ciudad que ya no tenían el encanto que antes podía apreciar. Suspiró mientras abría el maletín que había apoyado descuidadamente en el asiento al sentarse. De el extrajo un manojo de llaves, las contempló una a una, pensó que aquel metal había tocado la suave piel de su hermana y un dolor se acentuó en el pecho, - pequeña, como fui tan incrédulo, como pude dejarte en manos de un desconocido – volvió a reprocharse, al igual que cada vez que la recordaba. Movió la cabeza negando aquel sentimiento y reflexionó que como albacea de la heredera de Maryeva, era su deber conservar el legado lo mejor posible.
Una hora antes
- Bienvenido señor Aude – dijo sonriendo un anciano de cabellos escasos y canosos, - lo estábamos esperando, pase por aquí – continuó hablando mientras con su mano derecha extendida, le indicaba el camino a seguir hasta llegar al salón donde se celebraría el traspaso de los bienes de Maryeva a los herederos legítimos. Alfonso, con el ceño algo fruncido asintió adelantando el paso, - a posible mal tiempo, mejor apresurar el camino – pensó, al entrar en la habitación. En el interior de ésta se encontraban, tras una enorme mesa de caoba, una mujer muy bien vestida y de modales extremadamente elegantes y un hombre prolijamente trajeado. Mas allá el escribano que se encontraba en la cabecera y del lado derecho dos asientos libres, los que serían ocupados por él y su propio abogado.
Apenas hizo un movimiento de cabeza, a manera de saludo y se sentó en su lugar, frente a él, la mujer, que se encontraba algo nerviosa, como si estar en ese lugar no fuera de su agrado, - ¿o será que lo que no le agrada es entregar los Bienes? - reflexionó Aude, pronto su atención se centró en el que seguramente sería el abogado de la familia Di Moncalieri. No era tan idiota como para no darse cuenta que la familia del esposo de su hermana, tal vez no estuvieran de acuerdo de entregar la mansión Aude, al fin de al cabo, él, era casi un desconocido, - por no decir que en verdad soy un total extraño que no hace mas de dos semanas, me presenté con el abogado, para reclamar lo que por ley me pertenece – caviló, algo molesto de pensar que surgieran inconvenientes. Esperaba ver una mueca de desagrado de parte de aquella mujer, pero fue todo lo contrario, los ojos de aquella mujer eran tan azules como los de su propia hermana, las sonrisa suave y tierna también, solo que le faltaba la picardía que emanaba en la mirada de la cambiaformas. La contempló por unos segundos, prendado de esos ojos. Algo turbado, carraspeó y se retrepó en su silla, esquivando la mirada, - no lograrás nada mirándome con eso ojos de perrito faldero – pensó algo molesto. La mujer volvió a prestar atención en las palabras del escribano.
Cuando quien dirigía la reunión, termino de explicar como sería el traspaso y que a pesar de ser el heredero, la señora Di Rosso, podía pedir una parte de la propiedad al haber sido adquirida por ambos cónyuges, Alonso estuvo a punto de protestar, no pudo esconder un gesto de desagrado y sus miradas se volvieron a cruzar, antes de poder decir una sola palabra, la mujer en frente de él se apresuró en contestar. - En verdad, creo que todo ésto está de más. - mientras hablaba sacó de su pequeño bolso un manojo de llaves, el que lo colocó en mitad de la mesa – Tanto mi familia, como yo, creemos que ésta propiedad pertenece a nuestra sobrina, el señor Aude es el albacea de los bienes de la pequeña hasta que cumpla la mayoría de edad. Creo que podríamos apresurar el protocolo, ¿verdad? – volvió a buscar la mirada del hermano de su cuñada, sonrió tímidamente, intentando, en vano, romper ese porte duro e intransigente. Con tal reacción Alonso no tuvo mas remedio que aceptar el hecho que tal vez había prejuzgado a la familia Rosso. Intentó devolver la sonrisa aunque solo le salió una mueca, - gracias – expresó en el momento que se apoderaba de las llaves, antes de que cambiara de parecer.
Tras firmar algunos papeles, y despedirse de los presentes se dirigió a la puerta del despacho. Los pasos apresurados de una persona lo pusieron tenso, no tenía que darse vuelta para distinguir quien se acercaba, - señor Aude, disculpe – dijo la mujer. El cambiaformas, trató de comportarse lo más caballeroso que le era posible y no mirarla de forma impropia, aunque debía aceptar que era una mujer realmente hermosa. - Señora Di Rosso – expresó en el momento en que se detenía y giraba para enfrentarla. La mujer le volvió a sonreír algo descolocada, - solo quería decirle que si necesita cualquier cosa, no dude en acercarse a nuestro hogar. - estrujó nerviosa el bolso entre sus manos. El no le quitaba los ojos de encima, como un depredador a una presa, Alonso descubrió ese nerviosismo y esquivó la mirada, - no se preocupe, creo que tengo todo lo que necesito... aunque tal vez pase por su hogar, necesito conocer algunos datos sobre aquella noche... - iba a decir algo mas, pero en verdad no creyó que fuera el lugar indicado, así que luego de hacer una leve inclinación de despedida, giró y prosiguió su camino.
En el coche
Alonso medito, en lo que acababa de pasar, esa mujer sabía mucho más de lo que decía y daba la sensación que intentaba ayudarlo. Se re acomodó en el asiento, estaba realmente cansado y todavía quedaba mucho por recorrer para llegar a la mansión Aude. Resopló pensando en que tal vez hubiera sido conveniente pedirles a los esposos Rosso que lo acompañaran ya que sería extremadamente difícil enfrentar aquel lugar totalmente solo.
Una hora antes
- Bienvenido señor Aude – dijo sonriendo un anciano de cabellos escasos y canosos, - lo estábamos esperando, pase por aquí – continuó hablando mientras con su mano derecha extendida, le indicaba el camino a seguir hasta llegar al salón donde se celebraría el traspaso de los bienes de Maryeva a los herederos legítimos. Alfonso, con el ceño algo fruncido asintió adelantando el paso, - a posible mal tiempo, mejor apresurar el camino – pensó, al entrar en la habitación. En el interior de ésta se encontraban, tras una enorme mesa de caoba, una mujer muy bien vestida y de modales extremadamente elegantes y un hombre prolijamente trajeado. Mas allá el escribano que se encontraba en la cabecera y del lado derecho dos asientos libres, los que serían ocupados por él y su propio abogado.
Apenas hizo un movimiento de cabeza, a manera de saludo y se sentó en su lugar, frente a él, la mujer, que se encontraba algo nerviosa, como si estar en ese lugar no fuera de su agrado, - ¿o será que lo que no le agrada es entregar los Bienes? - reflexionó Aude, pronto su atención se centró en el que seguramente sería el abogado de la familia Di Moncalieri. No era tan idiota como para no darse cuenta que la familia del esposo de su hermana, tal vez no estuvieran de acuerdo de entregar la mansión Aude, al fin de al cabo, él, era casi un desconocido, - por no decir que en verdad soy un total extraño que no hace mas de dos semanas, me presenté con el abogado, para reclamar lo que por ley me pertenece – caviló, algo molesto de pensar que surgieran inconvenientes. Esperaba ver una mueca de desagrado de parte de aquella mujer, pero fue todo lo contrario, los ojos de aquella mujer eran tan azules como los de su propia hermana, las sonrisa suave y tierna también, solo que le faltaba la picardía que emanaba en la mirada de la cambiaformas. La contempló por unos segundos, prendado de esos ojos. Algo turbado, carraspeó y se retrepó en su silla, esquivando la mirada, - no lograrás nada mirándome con eso ojos de perrito faldero – pensó algo molesto. La mujer volvió a prestar atención en las palabras del escribano.
Cuando quien dirigía la reunión, termino de explicar como sería el traspaso y que a pesar de ser el heredero, la señora Di Rosso, podía pedir una parte de la propiedad al haber sido adquirida por ambos cónyuges, Alonso estuvo a punto de protestar, no pudo esconder un gesto de desagrado y sus miradas se volvieron a cruzar, antes de poder decir una sola palabra, la mujer en frente de él se apresuró en contestar. - En verdad, creo que todo ésto está de más. - mientras hablaba sacó de su pequeño bolso un manojo de llaves, el que lo colocó en mitad de la mesa – Tanto mi familia, como yo, creemos que ésta propiedad pertenece a nuestra sobrina, el señor Aude es el albacea de los bienes de la pequeña hasta que cumpla la mayoría de edad. Creo que podríamos apresurar el protocolo, ¿verdad? – volvió a buscar la mirada del hermano de su cuñada, sonrió tímidamente, intentando, en vano, romper ese porte duro e intransigente. Con tal reacción Alonso no tuvo mas remedio que aceptar el hecho que tal vez había prejuzgado a la familia Rosso. Intentó devolver la sonrisa aunque solo le salió una mueca, - gracias – expresó en el momento que se apoderaba de las llaves, antes de que cambiara de parecer.
Tras firmar algunos papeles, y despedirse de los presentes se dirigió a la puerta del despacho. Los pasos apresurados de una persona lo pusieron tenso, no tenía que darse vuelta para distinguir quien se acercaba, - señor Aude, disculpe – dijo la mujer. El cambiaformas, trató de comportarse lo más caballeroso que le era posible y no mirarla de forma impropia, aunque debía aceptar que era una mujer realmente hermosa. - Señora Di Rosso – expresó en el momento en que se detenía y giraba para enfrentarla. La mujer le volvió a sonreír algo descolocada, - solo quería decirle que si necesita cualquier cosa, no dude en acercarse a nuestro hogar. - estrujó nerviosa el bolso entre sus manos. El no le quitaba los ojos de encima, como un depredador a una presa, Alonso descubrió ese nerviosismo y esquivó la mirada, - no se preocupe, creo que tengo todo lo que necesito... aunque tal vez pase por su hogar, necesito conocer algunos datos sobre aquella noche... - iba a decir algo mas, pero en verdad no creyó que fuera el lugar indicado, así que luego de hacer una leve inclinación de despedida, giró y prosiguió su camino.
En el coche
Alonso medito, en lo que acababa de pasar, esa mujer sabía mucho más de lo que decía y daba la sensación que intentaba ayudarlo. Se re acomodó en el asiento, estaba realmente cansado y todavía quedaba mucho por recorrer para llegar a la mansión Aude. Resopló pensando en que tal vez hubiera sido conveniente pedirles a los esposos Rosso que lo acompañaran ya que sería extremadamente difícil enfrentar aquel lugar totalmente solo.
Fergal MacCumail- Condenado/Vampiro/Clase Media
- Mensajes : 77
Fecha de inscripción : 12/03/2014
Localización : PARIS
Re: Enfrentado fantasmas - Privado
Sentada en el sofá de la sala de música, contemplaba como la noche había llegado trayendo consigo una lluvia fría y cerrada. Observó como las pequeñas gotas de lluvia golpeaban sobre el cristal, para luego morir en lagrimas que se derramaban sobre el cristal, - como si la noche acompañara éste sentimiento extraño que me invade esa sensación que a pesar de la locura que signifique, siento que volveré a estar con mi hermano – se dijo en vos baja, aquel que había muerto en una noche como ésa hacía ya cinco años.
Había pasado una hora que dejara el estudio de abogados, en donde se encontrara por primera vez con el señor Aude. Aquel encuentro había removido demasiadas heridas, preguntas que todavía no podía contestarse. El recuerdo de su hermano la estaba destruyendo, aquellas muertes injustas y totalmente dolorosas, habían sido el comienzo de un calvario que solo el enorme amor que se profesaba, por su esposo, había logrado mantenerla viva... pero... cada día lo sentía mas distante, apartado, como si todo el amor que se prometieron hubiera sido una broma macabra. Negó con la cabeza, - Dios, no deseo pensar, ojalá pudiera dormir durante años, siglos y despertar sin tener conciencia de nada de lo vivido – susurró inmersa en la soledad, porque al final de cuentas aunque tuviera a sus hijos, él no estaba, él no volvería a ser el mismo hombre a quien se había entregado en cuerpo y alma... nada tenía sentido. Pero Chiara nunca mostraría su dolor ante Estela o Juan, porque no deseaba compasión, cuando el amor se termina solo debe sobrevivir el cariño a ese recuerdo, y en su caso, aunque ella lo siguiera amando, solo esperaba que fuera feliz allá donde fuera que él estuviera. Aquella sensación de vacío, hoy era más fuerte. Suspiró, pensando en el que alguna vez pensó era el ángel de su vida.
Llevó su mano a su pecho, en donde reposaba, aquella cruz de rubí que su amado, le había obsequiado, como muestra de su amor y prometiendo que siempre estaría con ella, para amarla y protegerla. La acarició, como se en ese simple movimiento pudiera entregar esa caricia al hombre que aun era todo en su vida. Volvió a suspirar arrebujándose en la manta que siempre se encontraba en aquel salón de estar, esa que había usado cada noche esperando a que su inquisidor volviera, protegiéndola del frio, pero hoy se daba cuenta que aquella sensación de helarse el cuerpo no provenía del exterior sino de su propia alma... era claro... estaba muriendo. Se envolvió en la manta e inspiró buscando el perfume de Ruggero, que cada vez se volvía mas ligero, etéreo, difuso como un fantasma. Nada había sido lo mismo desde lo ocurrido aquella fatidica noche y lo que él vivió con su alumna mas amada. Los celos le arañaron el corazón, aun creía que aquella mujer había sido mas importante en la vida de su marido que ella. Aún no entendía como esa mujer, había sido capaz de intentar asesinarlo. Negó con la cabeza, intentando sacar de su cabeza la imagen de su esposo tendido en aquel camastro, - por Dios, si pensé que moriría en mis brazos – el recuerdo, la minima posibilidad de que algo así hubiera podido pasar la hizo que temblara como si un espectro le acariciara el cuerpo. Hundió más su nariz en la manta y apoyó la mejilla en el tejido. Se había puesto con las rodillas flexionadas y sus piernas al pecho, como cuando era pequeña e intentaba darse consuelo. Hubiera querido que Ruggero entrara por la puerta entreabierta y la besara, mientras la abrazaba y acariciaba sus cabellos. Pero él había desaparecido, nuevamente, algo que ya se había convertido en costumbre, y que aún así todavía no lograba acostumbrarse. Rogó porque esa noche no la tuviera que pasar sola, la mansión se hacía demasiado grande, triste, cuando él no se encontraba.
Era solo en los brazos de su amado, que sentía que cualquier problema o tristeza se podía superar. Pero ahora estaba allí, sola en la joven noche, con la lluvia volviendo el ambiente aún más melancólico y sintiendo que las ausencias se hacían mas grandes, mas eternas. Cuando su hermano había sido asesinado, fue él quien se encargó de todos, aunque en el entierro lo tuvo que vivir sola, porque había desaparecido casi sin decir palabra. Desde entonces cada vez que viajaba o se ausentaba por alguna razón aquel peso de angustia y melancolía, se derramaba en su alma, un amargo presentimiento le decía que un día de éstos su amado Ruggero ya no regresaría, se iria sin despedidas, como si solo fuera un hasta pronto y no un hasta siempre – al igual que con Girolamo – caviló, escondiendo su rostro en la manta, intentando secar con ellas sus lagrimas que bañaban ya sus mejillas.
Llevó nuevamente su mirada uno de los tres ventanales que solían dejar entrar la suave luz del jardín. Solo uno de ellos tenía sus cortinas corridas, permitiendo ver el oscuro paisaje,- como mi animo – se dijo al observar la noche que se había vuelto cerrada, mientras su mente divagaba en los tristes recuerdos y aciagos presentimientos. Su piel se erizó cuando, creyó que su mente le hacía una macabra broma. Allá afuera, en mitad de la lluvia, detrás del cristal, vio el rostro de su hermano, - ¿Girolamo? – susurró, el llanto se agolpó en sus ojos y por un instante estuvo a punto de correr a donde su querido fratello se encontraba. Pero cuando volvió a fijar la vista en aquel ventanal, él ya no estaba. Las lagrimas se deslizaron por sus parpados hasta formar pequeños ríos que cubrieron sus mejillas.
Había pasado una hora que dejara el estudio de abogados, en donde se encontrara por primera vez con el señor Aude. Aquel encuentro había removido demasiadas heridas, preguntas que todavía no podía contestarse. El recuerdo de su hermano la estaba destruyendo, aquellas muertes injustas y totalmente dolorosas, habían sido el comienzo de un calvario que solo el enorme amor que se profesaba, por su esposo, había logrado mantenerla viva... pero... cada día lo sentía mas distante, apartado, como si todo el amor que se prometieron hubiera sido una broma macabra. Negó con la cabeza, - Dios, no deseo pensar, ojalá pudiera dormir durante años, siglos y despertar sin tener conciencia de nada de lo vivido – susurró inmersa en la soledad, porque al final de cuentas aunque tuviera a sus hijos, él no estaba, él no volvería a ser el mismo hombre a quien se había entregado en cuerpo y alma... nada tenía sentido. Pero Chiara nunca mostraría su dolor ante Estela o Juan, porque no deseaba compasión, cuando el amor se termina solo debe sobrevivir el cariño a ese recuerdo, y en su caso, aunque ella lo siguiera amando, solo esperaba que fuera feliz allá donde fuera que él estuviera. Aquella sensación de vacío, hoy era más fuerte. Suspiró, pensando en el que alguna vez pensó era el ángel de su vida.
Llevó su mano a su pecho, en donde reposaba, aquella cruz de rubí que su amado, le había obsequiado, como muestra de su amor y prometiendo que siempre estaría con ella, para amarla y protegerla. La acarició, como se en ese simple movimiento pudiera entregar esa caricia al hombre que aun era todo en su vida. Volvió a suspirar arrebujándose en la manta que siempre se encontraba en aquel salón de estar, esa que había usado cada noche esperando a que su inquisidor volviera, protegiéndola del frio, pero hoy se daba cuenta que aquella sensación de helarse el cuerpo no provenía del exterior sino de su propia alma... era claro... estaba muriendo. Se envolvió en la manta e inspiró buscando el perfume de Ruggero, que cada vez se volvía mas ligero, etéreo, difuso como un fantasma. Nada había sido lo mismo desde lo ocurrido aquella fatidica noche y lo que él vivió con su alumna mas amada. Los celos le arañaron el corazón, aun creía que aquella mujer había sido mas importante en la vida de su marido que ella. Aún no entendía como esa mujer, había sido capaz de intentar asesinarlo. Negó con la cabeza, intentando sacar de su cabeza la imagen de su esposo tendido en aquel camastro, - por Dios, si pensé que moriría en mis brazos – el recuerdo, la minima posibilidad de que algo así hubiera podido pasar la hizo que temblara como si un espectro le acariciara el cuerpo. Hundió más su nariz en la manta y apoyó la mejilla en el tejido. Se había puesto con las rodillas flexionadas y sus piernas al pecho, como cuando era pequeña e intentaba darse consuelo. Hubiera querido que Ruggero entrara por la puerta entreabierta y la besara, mientras la abrazaba y acariciaba sus cabellos. Pero él había desaparecido, nuevamente, algo que ya se había convertido en costumbre, y que aún así todavía no lograba acostumbrarse. Rogó porque esa noche no la tuviera que pasar sola, la mansión se hacía demasiado grande, triste, cuando él no se encontraba.
Era solo en los brazos de su amado, que sentía que cualquier problema o tristeza se podía superar. Pero ahora estaba allí, sola en la joven noche, con la lluvia volviendo el ambiente aún más melancólico y sintiendo que las ausencias se hacían mas grandes, mas eternas. Cuando su hermano había sido asesinado, fue él quien se encargó de todos, aunque en el entierro lo tuvo que vivir sola, porque había desaparecido casi sin decir palabra. Desde entonces cada vez que viajaba o se ausentaba por alguna razón aquel peso de angustia y melancolía, se derramaba en su alma, un amargo presentimiento le decía que un día de éstos su amado Ruggero ya no regresaría, se iria sin despedidas, como si solo fuera un hasta pronto y no un hasta siempre – al igual que con Girolamo – caviló, escondiendo su rostro en la manta, intentando secar con ellas sus lagrimas que bañaban ya sus mejillas.
Llevó nuevamente su mirada uno de los tres ventanales que solían dejar entrar la suave luz del jardín. Solo uno de ellos tenía sus cortinas corridas, permitiendo ver el oscuro paisaje,- como mi animo – se dijo al observar la noche que se había vuelto cerrada, mientras su mente divagaba en los tristes recuerdos y aciagos presentimientos. Su piel se erizó cuando, creyó que su mente le hacía una macabra broma. Allá afuera, en mitad de la lluvia, detrás del cristal, vio el rostro de su hermano, - ¿Girolamo? – susurró, el llanto se agolpó en sus ojos y por un instante estuvo a punto de correr a donde su querido fratello se encontraba. Pero cuando volvió a fijar la vista en aquel ventanal, él ya no estaba. Las lagrimas se deslizaron por sus parpados hasta formar pequeños ríos que cubrieron sus mejillas.
Corradine Grimaldi- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/08/2012
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Re: Enfrentado fantasmas - Privado
Había intentado prometerse que no volvería, pero era mentira, una sensación en mitad del pecho le urgía ir a ver a su hermana, aunque eso le trajera problemas, o pudiera poner en sobre aviso a sus enemigos de que aun caminaba por estas tierras el cazador, el último Di Moncalieri.
La lluvia caía copiosa, humedeciendo sus prendas, mojando su rostro y los mechones de pelo, pero allí estaba, frente al ventanal contemplando como su hermana literalmente se estaba dejando morir. Odió con todas sus fuerzas al maldito inquisidor, porque definitivamente se había burlado de la ingenua mujer que sin tapujos había entregado su vida y su alma para intentar darle consuelo. Pero eso no era del todo verdad, y Girolamo lo sabía, ese hombre había devuelto la sonrisa a su pequeña hermana y aunque ahora tenía que verla nuevamente triste, no importaba, él no la abandonaría, no esta vez, - si quieres irte, vete, no te preocupes, yo cuidaré de ella, y de sus hijos – murmuró, como si pudiera decirle a su cuñado que podía hacer lo que quisiera de su vida. Su entrecejo se endureció mostrando una lineas que hasta antes de convertirse en vampiro no se marcaban, era lógico, hasta ese momento había creído que él podría superar todos los obstáculos, pero se equivocó, eso había sido imposible, un estúpido sentimiento de autosuficiencia que le había costado la muerte de su amada Maryeva, el rapto de su hija Viviana y su propio destino como vampiro.
Los pensamientos de Chiara llegaban a su mente, como oleadas, como latigazos que le mostraban una y otra vez que en esos cinco años su hermana había sufrido de tal manera que el alma de la italiana estaba devastada...
Se acercó mas al cristal sin percatarse de que podía quedar al descubierto, cuando lo hizo ya era tarde, ella lo contemplaba asombrada, pero con una mirada de punzante dolor. Con un movimiento sobrenatural se movió hasta detrás de una arboleda distante a unos cincuenta metros, - rayos, debería haber sido más cuidadoso – resopló enojado consigo mismo. Decidió que por hoy la visita había concluido. Iría a su nueva residencia, pero antes, pasaría por la antigua mansión Aude, él también había sido embrujado con los pensamientos de su hermana, los recuerdos de esa felina le acariciaron el alma. Quería acostarse un segundo en ese lecho, leer algunas de las cartas que su antigua amada le escribiera, contemplar el ajuar que habían creado con tanto amor para su pequeño niño.
Dirigió sus pasos a donde había dejado su montura y trepando con destreza y rapidez se dirigió a todo galope a su antigua residencia, seguramente las alimañas, la soledad y el desamparo habrían dejado huella en ella. Apostrofó pensando que debería haber vuelto apenas conseguir dominar sus poderes, pero eso también hubiera sido una locura ya que los herederos eran los esposos Rosso, - espero no encontrarme con alguna sorpresa – , el viento mezclado con la lluvia castigaban su rostro pero solo deseaba llegar pronto a su antiguo hogar. Cuando el caballo tomó el camino que desembocaba en la fuente que embellecía la fachada, descendió del caballo, dejándolo atado cerca de unos arboles. Acarició el pelaje mojado y caminó la distancia que lo separaba de la construcción.
No le fue difícil llegar a uno de los balcones y apenas poner su mano en el pomo ésta se abrió, dejándole el paso libre. El perfume que se esparcía dentro de aquella construcción era indiscutible, era el hermoso recuerdo de su adorada Maryeva.
La lluvia caía copiosa, humedeciendo sus prendas, mojando su rostro y los mechones de pelo, pero allí estaba, frente al ventanal contemplando como su hermana literalmente se estaba dejando morir. Odió con todas sus fuerzas al maldito inquisidor, porque definitivamente se había burlado de la ingenua mujer que sin tapujos había entregado su vida y su alma para intentar darle consuelo. Pero eso no era del todo verdad, y Girolamo lo sabía, ese hombre había devuelto la sonrisa a su pequeña hermana y aunque ahora tenía que verla nuevamente triste, no importaba, él no la abandonaría, no esta vez, - si quieres irte, vete, no te preocupes, yo cuidaré de ella, y de sus hijos – murmuró, como si pudiera decirle a su cuñado que podía hacer lo que quisiera de su vida. Su entrecejo se endureció mostrando una lineas que hasta antes de convertirse en vampiro no se marcaban, era lógico, hasta ese momento había creído que él podría superar todos los obstáculos, pero se equivocó, eso había sido imposible, un estúpido sentimiento de autosuficiencia que le había costado la muerte de su amada Maryeva, el rapto de su hija Viviana y su propio destino como vampiro.
Los pensamientos de Chiara llegaban a su mente, como oleadas, como latigazos que le mostraban una y otra vez que en esos cinco años su hermana había sufrido de tal manera que el alma de la italiana estaba devastada...
Se acercó mas al cristal sin percatarse de que podía quedar al descubierto, cuando lo hizo ya era tarde, ella lo contemplaba asombrada, pero con una mirada de punzante dolor. Con un movimiento sobrenatural se movió hasta detrás de una arboleda distante a unos cincuenta metros, - rayos, debería haber sido más cuidadoso – resopló enojado consigo mismo. Decidió que por hoy la visita había concluido. Iría a su nueva residencia, pero antes, pasaría por la antigua mansión Aude, él también había sido embrujado con los pensamientos de su hermana, los recuerdos de esa felina le acariciaron el alma. Quería acostarse un segundo en ese lecho, leer algunas de las cartas que su antigua amada le escribiera, contemplar el ajuar que habían creado con tanto amor para su pequeño niño.
Dirigió sus pasos a donde había dejado su montura y trepando con destreza y rapidez se dirigió a todo galope a su antigua residencia, seguramente las alimañas, la soledad y el desamparo habrían dejado huella en ella. Apostrofó pensando que debería haber vuelto apenas conseguir dominar sus poderes, pero eso también hubiera sido una locura ya que los herederos eran los esposos Rosso, - espero no encontrarme con alguna sorpresa – , el viento mezclado con la lluvia castigaban su rostro pero solo deseaba llegar pronto a su antiguo hogar. Cuando el caballo tomó el camino que desembocaba en la fuente que embellecía la fachada, descendió del caballo, dejándolo atado cerca de unos arboles. Acarició el pelaje mojado y caminó la distancia que lo separaba de la construcción.
No le fue difícil llegar a uno de los balcones y apenas poner su mano en el pomo ésta se abrió, dejándole el paso libre. El perfume que se esparcía dentro de aquella construcción era indiscutible, era el hermoso recuerdo de su adorada Maryeva.
Bernard Liusse- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 23/08/2012
Localización : Entre Paris y Europa
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