[Libre] Hasta respirar tiene un precio.

por **Denna Setterfield** Dom Jun 06, 2010 7:03 am

Era media tarde cuando salí de mi escondite para hacerme con algo de comida. Llevaba demasiado tiempo sin trabajo y aunque no me agradaba robar, si no quería morirme de hambre algo tenía que hacer. Pese a que los demás días el sol alumbraba las calles hasta bien entrada la noche, ese día el cielo estaba nublado y negro, a punto de tormenta. Enfundada en una capa negra con la capucha puesta (más que por la lluvia para que no me reconocieran) me acerqué hasta los puestos de frutas y verduras. Como normalmente me había funcionado pasé rozando los estantes y atrapé una manzana que estaba a mi alcance. No me había dado cuenta de que un tendero me observaba.

-¡Eh! ¡Ese chaval te ha robado!- exclamó sobresaltándome y de repente me encontré corriendo con varios hombres detrás, esquivando a los demás personajes que paseaban por el centro de París.

por Invitado Dom Jun 06, 2010 7:19 am

Los cascos de su caballo negro como la noche repiqueteaban contra las losas del suelo. A lo lejos unos truenos rompían los monótonos ruidos mundanales de esas calles parisinas. Si agudizabas bien el oído cada trueno se asemejaba al ruído que hace un cadaver al desplomarse contra el suelo, sin fuerzas para sostenerse en pie solo. Storm relinchó y siguió trotando por esas calles de forma elegante. Wyatt iba vestido con delicada y acurada elegancia, como si perteneciera a la más alta nobleza. Llevaba una entreabierta camisa blanca con cordeles a modo de botones, un pañuelo rojo enredado en su ancho cuello masculino, unas mallas color beige y unas altas botas de cuero relucientes, negras como el pelaje de ese semental. Todo parecía estar en su sitio, las miradas se clavaban en su nuca, mientras los ojos, teñidos de color noche, del varón seguían puestos firmemente al frente.

Algo le llamó la atención, un séquito de guardias corrían tras una mujer encapuchada. Pudo reconocer al acto su olor, tenía que tratarse de la mujer de los cabellos de fuego. ¿De qué se la acusaría? Tal vez de bruja, tal vez de infiel a su marido, tal vez de truhana, tal vez tal vez. Meras hipótesis que se reducían a nada cuando en su pecho, exactamente en su muerto y marmóreo corazón, afloraban esos sentimientos de antaño que le forzaban a defender los derechos de una dama por encima hasta de la ley. Storm, su caballo negro, se puso sobre dos patas y amenazó en pisotear a los soldados justo después de que esa encapuchada cruzara veloz como una saeta su camino. Automáticamente los guardias se detuvieron, obervando al noble casi con miedo. - ¿De qué se la acusa, monsieurs? - Preguntó con una voz fría como el hielo pero refinada como el vuelo de una mariposa.

Al unisono, la guardia respondió que había robado una manzana a uno de los más nobles comerciantes de la zona. - Está bajo mi tutela, yo saldaré su deuda. - Afirmó y lanzó dos monedas a los pies del comerciante. Éste hizo mil reveréncias y le restó importancia al asunto, amedrentado por la negra mirada infinita de ese misterioso hombre montado a caballo. Los guardias se retiraron y el caballo volvió a colocarse sobre las cuatro patas cuando el vampiro anónimo le toqueteó el cuello para calmarlo, llevaba algún que otro anillo en los dedos, esos largos dedos de pianista, pálidos como si todo él fuera una estátua de mármol, gozando así de una belleza tal vez utópica. Volvió sus ojos negros hacia la mujer y no medió palabra, a esperas de que tras un año de su primer y último encuentro, ella reconociera su halo de misterio.

por **Denna Setterfield** Dom Jun 06, 2010 3:51 pm

No sabía qué se me había pasado por la mente aquel día. Ni siquiera me había fijado en a quién le estaba robando. Mientras mi pecho subía y bajaba intentando darme el aire suficiente para sobrevivir a la carrera, me maldije una y otra vez. No tenía suficiente con meterme en problemas, si no que además tentaba a mi suerte metiéndome con Jeremy Stackford, tendero de alta gama, el mejor de todas las calles parisinas. Él ya me la tenía jurada, porque conocía mi caracter forjado en las calles nocturnas que siempre tomaba partido en los altercados con los pobres niños que corrían sucios y pálidos alrededor de los puestos, a los que él gustosamente les cortaría ambas manos si eso evitaba que tocaran sus jugosas mercancías.

Quizás el olor de aquel hombre a caballo me llamara la atención cuando pasé a su lado, pero la verdad es que no tuve tiempo a pararme a meditarlo. Seguí corriendo hasta que un relincho estridente y una voz imponente preguntaba por las causas de aquella persecución. Me paré porque algunos hombres de la calle me cerraron el paso, y me aparté brucamente cuando uno de ellos me puso la mano encima. Me giré y me coloqué resignada al lado del misterioso hombre que me había ayudado aquella vez. No me gustaba que se apiadaran de mi, pero sabía que no habría salido viva de aquella calle de no ser por el amable hombre que cabalgaba sublime sobre el negro caballo. Las caras de los hombres fueron de sorpresa cuando pagó mi robo, e intentaron ver bien mi rostro bajo la capucha, simplemente para asegurarse de que no habían entendido mal y era verdaderamente una mujer. Mis cabellos rojizos caian ahora por mis hombros por el zarandeo del aire al correr, y parecieron identificarme al instante, tiñendo sus miradas en una promesa que más tarde cumplirían.

Sostuve la mirada del joven de ojos negros alzando mi rostro, con desconcierto. Las clases altas no se molestaban nunca en ayudar a alguien como nosotros, como yo, de clase baja. De todas formas, en cuanto me concentré un poco más reconocí algo familiar en aquel rostro serio. Le había visto antes, sin duda.

-Si no recuerdo mal... la última vez que le di las gracias me encontraba en un apuro similar en la taberna de las afueras... ¿me equivoco?- todavía me costaba un poco hablar y estaba segura de que mis mejillas habían adquirido una tonalidad rosada por el esfuerzo. Aun así incliné levemente la cabeza y suspiré-. Muchísimas gracias monsieur, de no ser por vos, esta vez no habría salido ilesa...

Vi las caras asombradas de algunas gentes. No se le debía dirigir la palabra a otro ser sobre la tierra si no se era de su igual o superior condición, y yo estaba saltándome esa norma para romper aquel silencio.

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