Alma perdida -Erin-

Hoy era noche de teatro. Hoy, por primera vez en mi vida, iría a ver una obra en gran teatro de París. Había intentado convencer a Lucian tantas veces para ir juntos que ya había perdido la cuenta. Cuando se acercó la magnífica obra que iba a presenciar hoy, Lucian no podía asistir, pero me dio dinero para comprar la entrada y poder ir yo sola. “Disfrútalo por mí, Erin” me había dicho cuando me entregó el dinero. Me puse tan emocionada que no reparé en que a él también le hacía mucha ilusión ir, pero el trabajo no le dejaba disfrutar de su larga vida. Mi padre adoptivo, al ser un alto miembro de la corte, siempre tenía cosas que hacer, tantas que no le dejaban ir a un mísero teatro conmigo.

Me encontraba en el carruaje, mirando por la ventana la noche que se elevaba sobre la magnífica ciudad que me rodeaba. Me había vestido para la ocasión, quizá con demasiada elegancia, pero yo era así, tenía que lucir mi cuerpo a donde quiera que vaya. Sonreí al recordar la cara de Lucian, mi padre adoptivo, cuando bajé por la enorme escalera de la mansión en las afueras de París, me miró y sonrió como cualquier padre orgulloso de su hija, para luego echarse a reír –¿no crees que has exagerado? –me dijo sin perder la sonrisa pues estaba segura de que él sabía que yo iba a ir así vestida. Yo me limité a sonreír y despedirme de él con un beso en la mejilla.

Mi vestido era verde, como mi color favorito, llevando un sombrero dl mismo color a juego. Mi pelo rubio estaba recogido de una manera curiosa pero elegante, y me había maquillado de tal manera que cualquier hombre que me mirase se quedaría embobado en seguida. No es que me importase mucho, pues ya tenía a mi hombre, al que le dejaría tocarme de una forma distinta a la del resto de los hombres, de una manera que ni Lucian se atrevería. Miré por la ventana agradecida de que hoy no fuese luna llena, pues no quería romper mi maravilloso vestido con una transformación. Suspiré agradecida a los organizadores del teatro, por haber puesto la obra en un día como hoy, donde no hacía viento y la noche era clara, dejando ver miles y miles de estrellas. “ojalá pudiera ver que hay más allá del cielo” pensé con una sonrisa de tristeza.

Entonces el carruaje se paró con delicadeza, habíamos llegado. Mis manos, envueltas en unos guantes con forma de red de pesca, de color blanco, se apretaron la una a la otra con nerviosismo, mientras esperaba a que James, el chófer, viniera a abrirme la puerta. Bajé con elegancia, siendo consciente de las miradas de los demás asistentes al teatro, me despedí de James, dándole permiso para que se fuera a tomar algo durante la espera. Él me lo agradeció y yo seguí mi camino hacia el interior del recinto. Me quedé boquiabierta, cuando vi las paredes, el techo,… cada remache parecía de oro. Un hombre se dirigió a mí, al cual debía entregarle mi entrada. Con una reverencia, me llevó hacia mi asiento. Me había encargado de que fuera en las mejores zonas, pues pensaba disfrutar de esto al máximo.

Llegamos a un balcón, donde se encontraban ya varias personas, todas de clase alta. Un extraño olor llegó a mi nariz, poniéndome los pelos de punta. Vampiro. Intenté controlarme para que no se me notara nada cuando el asistente me llevó a mi asiento, donde el olor era más fuerte. Me senté con delicadeza, para no arrugar el vestido, pero también lentamente, mientras analizaba el balcón con mi olfato. Entonces me giré hacia un lado, allí estaba una mujer, con vestido aterciopelado y con aires de superioridad. Era ella quien emanaba ese olor. Ella era el vampiro.

Me recosté sobre el asiento, totalmente incómoda. Me dediqué a respirar hondo tal y como Lucian me había enseñado, para intentar calmarme y para evitar saltarle al cuello. De reojo, la me dediqué a observarla en silencio, deseando que la obra empezara lo antes posible para que acabara pronto y poder irme cuanto antes. “acaban de fastidiarme la noche” pensé arrugando el rostro con asco ante el olor de vampiro que emanaba aquella mujer, sentada a mi lado.

Movía los ojos rápidamente en busca de algo que desviara mi atención del vampiro que estaba sentado a mi lado. Apoyé la cabeza sobre una de mis manos con gesto de aburrimiento, en cambio, mi cuerpo estaba en tensión y preparado para lo que viniera. Reconozco que esperaba un ataque inmediato por su parte, pero no hizo ningún movimiento al respecto. Intentaba no fijar mi mirada en ella, pero no podía evitar echarle una ojeada de vez en cuando, intentando prever sus movimientos e intentando adivinar lo que pensaba.

Me dediqué a observar la sala en la que nos encontrábamos, había demasiada gente como para que ella decidiera atacarme y delatarse tanto a mí como a ella. Esto no nos venía bien a ninguna de las dos y ella lo sabía. Por las miradas que me lanzaba, sabía que el sentimiento de odio era mutuo. Pero ella sabía recuperar la compostura, cosa que a mí me costaba más pues no era más que una iniciada en este mundo tan sobrenatural. Lucian siempre me decía que debía controlarme delante de los vampiros, sin embargo, mi forma de ser y mi personalidad me obligaban a mirarlos con repugnancia y odio, no podía evitarlo.

Solo me había encontrado tan cerca de un vampiro en tres ocasiones. La primera fue cuando mi padre, convertido en vampiro, me mordió intentando matarme mientras se alimentaba de mí, gracias a Dios a que Lucian me encontró y me salvó la vida dándome una nueva como es esta que tengo ahora. La segunda fue con Chiesa, un vampiro italiano el cual no pude evitar encontrarme en una de las tabernas de París. Fue un encuentro curioso porque fue la primera vez que miré a un vampiro con otro gesto que no fueran asco y odio. Y este sería el último encuentro, pero estaba totalmente segura de que no iba a ser nada agradable.

Recostándome sobre la silla, miré a la vampira con mayor detenimiento. Parecía enfadada, no solo por nuestro desafortunado encuentro, sino por algo más. No sabía el qué pero tampoco es que me interesara mucho. Yo, más bien, me encontraba incómoda, pues no tenía ganas de montar un numerito delante de tanta gente, los cuales la mayoría serían humanos, pues notaba otros olores peculiares, los cuales me dejaban ver que no éramos las únicas. Sin embargo, no les hice caso pues la vampira se había girado hacia mí y con voz arrogante y superior me había dedicado unas palabras.

Las luces del teatro se apagaron y el telón se abrió mientras yo, sorprendida la miraba por primera vez, directamente a los ojos. Éstos estaban como platos, pues no esperaba que me hablase, más bien quería que pasara de mí y así poder disfrutar ambas de la función. Adopté una sonrisa irónica y traviesa, mientras ponía una pose de aburrimiento –si ambas nos comportamos, estoy segura de que lo será –dije con arrogancia, hablando de la misma forma que me había hablado ella. Entonces se giró, pero yo advertí en sus ojos sus ansias de matar. “no creo que se atreva. Si las cosas se complican no tendré más remedio que huir” pensé abriendo aún más los ojos, pues acababa de entender el doble sentido que tenían sus palabras.

Hoy era una noche tranquila y yo estaba feliz al principio de la noche porque no había luna llena. “maldita sea” pensé sabiendo que ella se refería a eso precisamente, estaba en desventaja si la cosa llegara a complicarse. Saldría perdiendo, de eso estábamos las dos completamente seguras. Era ahora cuando entendía a Lucian cuando me decía o más bien me ordenaba que no saliese de noche cuando no hubiese luna y mucho menos sin su compañía o de la de otro licántropo más experimentado que yo. Volví a maldecir para mis adentros, pues la vampira tenía pinta de ser alguien que le importara un pimiento estar rodeada de humanos si descubren su secreto los matará sin problemas. “Erin, idiota, ¿quién te manda a salir sin luna? Tierra trágame” pensé antes de girar mi cabeza para no tener que aguantar su mirada ni su elevada posición.