AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Morgana Tsakadilis
Página 1 de 1.
Morgana Tsakadilis
-Nombre del Personaje:
Morgana Tsakalidis
-Edad:
27
-Especie:
Humana
-Tipo y Clase Social:
Cortesana, clase baja.
-Orientación Sexual:
En su trabajo, no importa mientras le paguen.
Fuera de él, heterosexual.
-Lugar de Origen:
Grecia
-Descripción Física:
-Descripción Psicológica:
Bastante tímida y extremadamente desconfiada, siempre con un rostro dulce pero con un toque agrio en los ojos que provocan en ella una mirada intensa y desafiante. Luchadora sagaz y llena de energía, con un dolor interno constante debido a sus recuerdos rotos que se le clavan en el alma. No es para nada creyente, aunque podría decirse que posee cierta simpatía por el agnosticismo.
Cuando está sola, que es la mayor parte del tiempo, ya que le gusta la soledad, gusta de leer buenos libros y escuchar música clásica. Es una mujer notablemente culta, a la que siempre le interesa aprender algo nuevo para añadirlo a su repertorio intelectual y compararlo con lo ya sabido. Debido a eso mismo, es una completa defensora de la libertad, y respeta fervientemente todo lo que sea “diferente”, “raro”, fuera de lo “normal” o establecido.
No tiene a nadie a quien pueda llamar amigo desde, prácticamente, nunca, debido a su timidez y desconfianza a raíz de más de una traición. No le gusta su trabajo, pero se ha resignado a hacerlo hasta que llegue el momento oportuno de hacer algo que cambie su vida.
Es paciente y pacífica, aunque siempre va vigilando que no la engañen. Sí, se vuelve a repetir su desconfianza. Es casi imposible hacerla si quiera pensar en llegar a confiar plenamente en alguien, por lo que eso ayuda a su soledad. Le gusta encerrarse en sí misma y ser ella la dueña de su vida, aunque por el momento no sea así.
Tiene miedo de soñar porque sus sueños ya se rompieron varias veces en el pasado, pero aún así tiene la esperanza, que no la confianza, de que algún día todo cambie y posiblemente, sea feliz.
-Historia:
Nació un 20 de noviembre de 1773 en Atenas, en el seno de una de las familias más ricas de Grecia. Toda su infancia y adolescencia transcurrieron entre lujos y detalles, entre sirvientes y fiestas, fiestas y fiestas y presentaciones ante la sociedad. El ojito derecho de papá al ser hija única y además muy guapa, cosas que en casa no gustaba por miedo a los pretendientes de menor clase social.
Siempre sonriente y no porque fuera impuesto. Siempre alegre, canturreando, llena de vida, altruista y empática a más no poder, mezclándose sin que se supiera en casa con la gente del pueblo, con unos pocos amigos a los que casi nunca veía, pues pocas veces podía escaparse de los ojos de sus progenitores y de las personas que la “cuidaban”. Nunca le gustó estar vigilada, y mucho menos tener que obedecer órdenes que eran prácticamente una tontería, como vestirse así, o saludar asao.
Nunca llevó una buena relación con su madre, quien quería hacerla a su imagen y semejaza, esto es, católica ortodoxa profunda, llena de sentimiento patriótico y con unas bases sociales muy arraigadas.
- Morgana, utiliza el pañuelo así; no camines sin la espalada erguida; saluda con una sonrisa que no sea ni amargada ni desenfadada; mira con desprecio a aquellos que no merezcan tu mirada; odia a quien te haga daño, mas no desaproveches oportunidades; busca siempre una tabla sobre la que apoyarte. ¡Maldita sea! ¡¿Me estás oyendo?!
- Sí madre, te estoy escuchando…
Pero Morgana no escuchaba. Lo que deseaba era lanzarse sobre ella y estrangularla de una vez. ¿Cómo podía ella, tan buena y generosa, ser la hija de tal engendro? Por suerte, la relación con su padre era maravillosa. Al ser ese ojito derecho, siempre la consentía y la mimaba, pero Morgana sabía que no debía abusar. Ciertamente, ni ella misma sabía de dónde había sacado ese buen corazón siendo con su madre con la que mayoritariamente pasaba el tiempo. ¿Sería quizá que odiaba y detestaba aquello que la rodeaba? Casi seguro que sí, por eso iba en contra de ello.
Cuando Morgana cumplió dieciocho años, su padre le regaló un caballo preciosísimo que ella siempre había querido. Esa misma mañana se fue con un par de guardas a dar un paseo, y cabalgó durante toda la mañana por praderas llenas de un color verdoso. Llegó hasta un pueblecito en el que descansó y paseó a pie. Allí conoció a un muchacho llamado Arion con el que simpatizó. Poco a poco comenzaron a verse con más frecuencia, hasta que se enamoraron. Morgana iba a verle cada vez que podía y a menudo solicitaba que no la acompañara nadie excusándose con que necesitaba libertad de verdad. Evidentemente, esta actitud no preocupaba al padre, quien veía con buenos ojos todo lo que niña hacía. Empero la madre no estaba de acuerdo. Desde su punto de vista la “niña” tenía demasiado para haberse ganado tan poco. Esto hizo que paulatinamente se fuera enfureciendo y que un día, harta de que su hija fuera tan libertina, hizo que alguien ensillara un caballo para ella, y la siguió. Como sospechaba, su hija se estaba prestando a actividades impuras y fuera de todo código ético moral-religioso, y allí mismo la acusó, delante de Arion, de promiscua y descarada, abofeteándola y llevándosela a rastras.
- ¡No vuelvas a acertarte a ella! ¡Olvídate de ella!
Fue lo que su madre le gritó a Arion antes de obligarla a la fuerza a hacerla montar y volver con ella. A la vuelta, la llevó también a la fuerza a su habitación y allí la encerró a la espera de su padre. Cuando éste llegó, ambos progenitores discutieron azoradamente. La madre, en contra de la actitud de su hija, y el padre sin remordimientos porque confiaba en ella.
- ¡Pero cómo confiar de alguien que simpatiza con el diablo y sus tentaciones!
- ¡Estás loca! ¡Tú y todos los que decís ser defensores de una fe desconocida! ¡Locos y exagerados! ¡Locos!
Y acusaciones como estas fueron y vinieron durante gran parte de la noche, a grito limpio. Morgana lloraba sola en su habitación, pues ni su doncella recibió permiso para acompañarla. Se echó encima de la cama y allí lloró, hasta que se durmió pensando en Arion.
Mientras, en la alcoba de sus padres, un té rociado de varias gotas de veneno, terminaron con la vida de su padre. Y ella nunca lo supo.
A la mañana siguiente, unos golpes fuertes en la puerta seguidos de más gritos la despertaron.
- Recoge tus cosas. ¡Recoge tus malditas cosas!
Era su madre. Cuando ésta le dijo que se iba a un internado, Morgana rompió a llorar y quiso correr a ver a su padre, pero no lo encontró, y nadie le dijo nada a clara exigencia de su madre bajo la amenaza del impiadoso despido. Morgana recorrió la casa entera, el jardín, los establos, toda la casa… Y no lo encontró. Entonces su madre la alcanzó y se la llevó casi a rastras otra vez hasta el carruaje que la llevaría hasta el puerto. Pasó todo el camino pensando e Arion.
Una vez allí, los guardas que tenían orden de custodiarla hasta llegar al internado, la acompañaron al interior del barco que la llevaría a Italia. Tras acomodarse y todo lo demás, Morgana salió a cubierta a pasear, no sin la presencia de sus acompañantes. No hablaba con ellos, pero siempre estaban ahí. Y llegó la noche en que ella se disponía a volver a su camarote y ambos guardas se le acercaron. Cual no fue la sorpresa de Morgana cuando éstos le confesaron que lamentaban profundamente el tener que obedecer a su madre, pues ellos estaban en contra de todo aquello. Le contaron que debían hacerlo, pues tenían familia a la que mantener, y si eran despedidos… Ella comprendió, pero no supo qué hacer.
- Tengo que ir igualmente… Madre me obliga…
- No se preocupe - dijo uno de ellos-, la ayudaremos a escapar.
- ¿Cómo? - preguntó ella con los ojos abiertos -.
Y le explicaron el plan. Era llegar a Italia y simular un asalto en el que ella moriría. Tras eso, podría rehacer su vida libremente y como desease, y ellos siempre estarían con ella en todo momento.
No obstante, aquella noche sucedió una tragedia. El barco sufrió una colisión con otro barco de pasajeros, y en pocas horas ambos se hundieron. Morgana se desmayó en el agua, y despertó a la mañana siguiente en la orilla de una playa. ¿Dónde estaba? ¿Y dónde estaban sus guardas? Nunca más volvió a verlos tampoco.
Caminó deambulando hasta que encontró algo parecido a un pueblecito, al que llegó exhausta y volvió a desmayarse. Despertó en una cama dentro de una habitación que olía a incienso y decorada con cortinas marrones de terciopelo. Una mujer muy afable y de aspecto gordito y rollizo cuidó de ella con una sonrisa permanente en los labios.
La mujer le contó que se encontraba en un hostal, en la isla de Sicilia. Morgana comprendió entonces que su rumbo se había torcido, pero en el fondo se alegró. No habría que fingir asalto, pues los cuerpos de sus guardas, si habían muerto, serían encontrados y su familia supondría que ella también habría muerto. Se sintió tremendamente aliviada, pero temerosa al mismo tiempo, puesto que ahora no tenía a dónde acudir. La mujer también le contó que ella se encontraba en un lugar al que la gente acudía para poder ser “libre”. Y fue ahí donde su amor por la libertad comenzó a cobrar mayor fuerza.
Pasaron unos días y Morgana se fue recuperando. En esos días se encariñó de inmediato con la mujer que respondía al nombre de Isabella. Y poco a poco Morgana fue descubriendo qué tipo de secretos escondían las bonitas letras del cartel de la entrada. Cosas que seguramente su madre, si ya la había llamado impura por besarse en los labios con un hombre, calificaría de herejías: hombres y mujeres que buscaban un lugar en el que poder consumar su prohibido amor, mujeres que amaban a otras mujeres, hombres que amaban a otro hombres… Y todos siempre se comportaban bien. Morgana se fue enamorando cada vez más de ese lugar, y con el paso de los días se fue dando cuenta de que Isabella no le mencionaba nunca si iba a irse o no. Una noche se lo preguntó e Isabella le respondió que no quería que ella se fuera. Así que Morgana se quedó.
Pasaron varios años, hasta que la griega cumplió veinticuatro. Había vivido en el hostal y dormido en la misma habitación en le que había despertado al llegar. Se había dedicado a trabajar para y con Isabella a sacar el hostal adelante, recibiendo siempre visitas de aquellos desgraciados que tenían que colgarse la etiqueta de lo incalificable para poderse, sencillamente, amar.
Morgana se había convertido en una mujer bellísima, tanto, que los hombres llevaban tiempo mirándole con otro ojos. Ella era muy inocente a pesar de ver todo aquello, porque ella veía hacer cosas por amor, pero ella no amaba a nadie. Y por eso fue por lo que todo cambió. Poco a poco comenzó a tener problemas con algunos hombres del pueblo que querían irse a la cama con ella, e incluso le habían propuesto cobrar por ello. A Morgana se le saltaban las lágrimas cada vez que algo así le sucedía, corriendo con Isabella, quien la acunaba pero suspiraba.
Un día, Isabella le comunicó que debía marcharse de viaje y le propuso que la acompañara, a lo que, vistas las circunstancias, Morgana accedió desde el principio. Partieron en carroza hacia el puerto, desde donde se dirigirían a continente de nuevo, rumbo a Francia. Morgana siempre había oído hablar de ese lugar, lleno de romanticismo y cosas bonitas, sobretodo Paris, la capital, y estaba ilusionada con el viaje.
Cuando subieron al barco y se acomodaron, pasaron días enteros caminando por cubierta, charlando, riendo y acordándose del hostal, al que dejaron al cargo de un vecino amigo de toda la vida de Isabella.
Al principio todo parecía ir bien, cuando de pronto llegaron a tierra y comenzaron los problemas.
Nada más llegar a la pensión Isabella se dio cuenta de que le habían robado el dinero, de modo que no pudieron pagarla. Se quedaron en la calle e inmediatamente fueron a denunciar el robo, a lo cual la policía respondió, por sus pintas y condiciones de humildes, que era mentira, y las encerraron a ambas. Esa noche la pasaron en el calabozo, y por la mañana las llevaron a otro lugar en el que las encerraron sin apenas explicar nada.
Fue pasando el tiempo e Isabella se fue poniendo enferma. Día sí día también necesitaba de medicamentos que a veces no les proporcionaban, con lo que era mucho más fácil verla empeorar. Además, las otras reclusas comenzaron a tomarles manía porque a ellas de vez en cuando sí les daban medicamentos, mientras que a las que llevaban más tiempo no, y comenzaron a meterse con ellas. Morgana fue agriando cada vez más su carácter, hasta el punto en el que llegó a ser borde más de una vez con la misma Isabella. La presión podía con ella, las ansias de libertad aumentaban y sus deseos de poder para alcanzar la venganza comenzaban a florecer. Y poco a poco fue naciendo dentro de ella una nueva Morgana de rostro angelical y mirada letal.
Una noche, Isabella murió. Morgana lloró durante horas a su lado, en soledad, la siempre presente en su vida soledad. Miró por la ventana y supo que aún faltaba para que saliera el sol. Y entornó los ojos porque pudo saborear la libertad que anhelaba: la ventana estaba abierta y, paradójicamente siendo aquello una prisión, no tenía barrotes. Se apresuró a salir de allí, no sin antes besar el rostro de Isabella. Atravesó el patio y huyó como pudo. Si ahora recordara, no sabría responder a cómo lo hizo, pero, tras dejar atrás diversos obstáculos, estaba fuera. Fuera. Era libre.
Corrió hasta que no pudo más adentrándose en un bosque, caminando sin rumbo, durmiéndose por el camino. Zigzagueó varias veces hasta que consiguió salir de la naturaleza y llegó hasta unos callejones silenciosos y oscuros. Allí encontró un rincón en el que se sentó un momento a descansar y en el que acabó quedándose dormida, rendida por el cansancio.
Una voz la despertó cuando estaba amaneciendo, una mujer de rostro afable y amable, aunque escasa ropa. Tras unos minutos de charla y tras Morgana contarle su historia, la mujer supo que no tendría muchas opciones en un París tan vigilado. Le propuso ir con ella a un lugar llamado Burdel, en el que la protagonista de todo era ella aunque tras cada actuación tuviera que quedarse como un cero a la izquierda.
Morgana sopesó todas sus opciones en unos minutos. ¿Qué le quedaba si se negaba? ¿Huir el resto del tiempo hasta Dios sabe qué? Al menos allí tendría una cama y comida caliente…
- Está bien. Voy contigo.
Fueron las únicas palabras que salieron de su boca tras la propuesta. Junto con su nueva compañera de trabajo, se encaminaron a aquel lugar al que se adaptó a duras penas. Decidió guardar lo que le quedaba de corazón en un rincón de su memoria y darle a su alma rienda suelta para que soñara con, algún día, salir de aquel maldito país.
Pasaron un par o tres de años, casi había perdido la cuenta. Aprendió del todo la lengua de aquellos que le proporcionaban pagos y comenzó a recorrer las calles parisinas, ahora sin miedo, sin temor, solamente con la esperanza de que llegara a su vida la oportunidad aprovechable y cambiar de vida, otra, y esperaba que definitiva, vez.
-Datos Extras:
Le gusta mucho peinarse y muchas veces se recoge el cabello de forma sencilla, haciendo que su rostro adquiera cierta inocencia.
Aunque se puede sobreentender en la historia, dejó de ser virgen con Arion.
Morgana Tsakalidis
-Edad:
27
-Especie:
Humana
-Tipo y Clase Social:
Cortesana, clase baja.
-Orientación Sexual:
En su trabajo, no importa mientras le paguen.
Fuera de él, heterosexual.
-Lugar de Origen:
Grecia
-Descripción Física:
- Spoiler:
-Descripción Psicológica:
Bastante tímida y extremadamente desconfiada, siempre con un rostro dulce pero con un toque agrio en los ojos que provocan en ella una mirada intensa y desafiante. Luchadora sagaz y llena de energía, con un dolor interno constante debido a sus recuerdos rotos que se le clavan en el alma. No es para nada creyente, aunque podría decirse que posee cierta simpatía por el agnosticismo.
Cuando está sola, que es la mayor parte del tiempo, ya que le gusta la soledad, gusta de leer buenos libros y escuchar música clásica. Es una mujer notablemente culta, a la que siempre le interesa aprender algo nuevo para añadirlo a su repertorio intelectual y compararlo con lo ya sabido. Debido a eso mismo, es una completa defensora de la libertad, y respeta fervientemente todo lo que sea “diferente”, “raro”, fuera de lo “normal” o establecido.
No tiene a nadie a quien pueda llamar amigo desde, prácticamente, nunca, debido a su timidez y desconfianza a raíz de más de una traición. No le gusta su trabajo, pero se ha resignado a hacerlo hasta que llegue el momento oportuno de hacer algo que cambie su vida.
Es paciente y pacífica, aunque siempre va vigilando que no la engañen. Sí, se vuelve a repetir su desconfianza. Es casi imposible hacerla si quiera pensar en llegar a confiar plenamente en alguien, por lo que eso ayuda a su soledad. Le gusta encerrarse en sí misma y ser ella la dueña de su vida, aunque por el momento no sea así.
Tiene miedo de soñar porque sus sueños ya se rompieron varias veces en el pasado, pero aún así tiene la esperanza, que no la confianza, de que algún día todo cambie y posiblemente, sea feliz.
-Historia:
Nació un 20 de noviembre de 1773 en Atenas, en el seno de una de las familias más ricas de Grecia. Toda su infancia y adolescencia transcurrieron entre lujos y detalles, entre sirvientes y fiestas, fiestas y fiestas y presentaciones ante la sociedad. El ojito derecho de papá al ser hija única y además muy guapa, cosas que en casa no gustaba por miedo a los pretendientes de menor clase social.
Siempre sonriente y no porque fuera impuesto. Siempre alegre, canturreando, llena de vida, altruista y empática a más no poder, mezclándose sin que se supiera en casa con la gente del pueblo, con unos pocos amigos a los que casi nunca veía, pues pocas veces podía escaparse de los ojos de sus progenitores y de las personas que la “cuidaban”. Nunca le gustó estar vigilada, y mucho menos tener que obedecer órdenes que eran prácticamente una tontería, como vestirse así, o saludar asao.
Nunca llevó una buena relación con su madre, quien quería hacerla a su imagen y semejaza, esto es, católica ortodoxa profunda, llena de sentimiento patriótico y con unas bases sociales muy arraigadas.
- Morgana, utiliza el pañuelo así; no camines sin la espalada erguida; saluda con una sonrisa que no sea ni amargada ni desenfadada; mira con desprecio a aquellos que no merezcan tu mirada; odia a quien te haga daño, mas no desaproveches oportunidades; busca siempre una tabla sobre la que apoyarte. ¡Maldita sea! ¡¿Me estás oyendo?!
- Sí madre, te estoy escuchando…
Pero Morgana no escuchaba. Lo que deseaba era lanzarse sobre ella y estrangularla de una vez. ¿Cómo podía ella, tan buena y generosa, ser la hija de tal engendro? Por suerte, la relación con su padre era maravillosa. Al ser ese ojito derecho, siempre la consentía y la mimaba, pero Morgana sabía que no debía abusar. Ciertamente, ni ella misma sabía de dónde había sacado ese buen corazón siendo con su madre con la que mayoritariamente pasaba el tiempo. ¿Sería quizá que odiaba y detestaba aquello que la rodeaba? Casi seguro que sí, por eso iba en contra de ello.
Cuando Morgana cumplió dieciocho años, su padre le regaló un caballo preciosísimo que ella siempre había querido. Esa misma mañana se fue con un par de guardas a dar un paseo, y cabalgó durante toda la mañana por praderas llenas de un color verdoso. Llegó hasta un pueblecito en el que descansó y paseó a pie. Allí conoció a un muchacho llamado Arion con el que simpatizó. Poco a poco comenzaron a verse con más frecuencia, hasta que se enamoraron. Morgana iba a verle cada vez que podía y a menudo solicitaba que no la acompañara nadie excusándose con que necesitaba libertad de verdad. Evidentemente, esta actitud no preocupaba al padre, quien veía con buenos ojos todo lo que niña hacía. Empero la madre no estaba de acuerdo. Desde su punto de vista la “niña” tenía demasiado para haberse ganado tan poco. Esto hizo que paulatinamente se fuera enfureciendo y que un día, harta de que su hija fuera tan libertina, hizo que alguien ensillara un caballo para ella, y la siguió. Como sospechaba, su hija se estaba prestando a actividades impuras y fuera de todo código ético moral-religioso, y allí mismo la acusó, delante de Arion, de promiscua y descarada, abofeteándola y llevándosela a rastras.
- ¡No vuelvas a acertarte a ella! ¡Olvídate de ella!
Fue lo que su madre le gritó a Arion antes de obligarla a la fuerza a hacerla montar y volver con ella. A la vuelta, la llevó también a la fuerza a su habitación y allí la encerró a la espera de su padre. Cuando éste llegó, ambos progenitores discutieron azoradamente. La madre, en contra de la actitud de su hija, y el padre sin remordimientos porque confiaba en ella.
- ¡Pero cómo confiar de alguien que simpatiza con el diablo y sus tentaciones!
- ¡Estás loca! ¡Tú y todos los que decís ser defensores de una fe desconocida! ¡Locos y exagerados! ¡Locos!
Y acusaciones como estas fueron y vinieron durante gran parte de la noche, a grito limpio. Morgana lloraba sola en su habitación, pues ni su doncella recibió permiso para acompañarla. Se echó encima de la cama y allí lloró, hasta que se durmió pensando en Arion.
Mientras, en la alcoba de sus padres, un té rociado de varias gotas de veneno, terminaron con la vida de su padre. Y ella nunca lo supo.
A la mañana siguiente, unos golpes fuertes en la puerta seguidos de más gritos la despertaron.
- Recoge tus cosas. ¡Recoge tus malditas cosas!
Era su madre. Cuando ésta le dijo que se iba a un internado, Morgana rompió a llorar y quiso correr a ver a su padre, pero no lo encontró, y nadie le dijo nada a clara exigencia de su madre bajo la amenaza del impiadoso despido. Morgana recorrió la casa entera, el jardín, los establos, toda la casa… Y no lo encontró. Entonces su madre la alcanzó y se la llevó casi a rastras otra vez hasta el carruaje que la llevaría hasta el puerto. Pasó todo el camino pensando e Arion.
Una vez allí, los guardas que tenían orden de custodiarla hasta llegar al internado, la acompañaron al interior del barco que la llevaría a Italia. Tras acomodarse y todo lo demás, Morgana salió a cubierta a pasear, no sin la presencia de sus acompañantes. No hablaba con ellos, pero siempre estaban ahí. Y llegó la noche en que ella se disponía a volver a su camarote y ambos guardas se le acercaron. Cual no fue la sorpresa de Morgana cuando éstos le confesaron que lamentaban profundamente el tener que obedecer a su madre, pues ellos estaban en contra de todo aquello. Le contaron que debían hacerlo, pues tenían familia a la que mantener, y si eran despedidos… Ella comprendió, pero no supo qué hacer.
- Tengo que ir igualmente… Madre me obliga…
- No se preocupe - dijo uno de ellos-, la ayudaremos a escapar.
- ¿Cómo? - preguntó ella con los ojos abiertos -.
Y le explicaron el plan. Era llegar a Italia y simular un asalto en el que ella moriría. Tras eso, podría rehacer su vida libremente y como desease, y ellos siempre estarían con ella en todo momento.
No obstante, aquella noche sucedió una tragedia. El barco sufrió una colisión con otro barco de pasajeros, y en pocas horas ambos se hundieron. Morgana se desmayó en el agua, y despertó a la mañana siguiente en la orilla de una playa. ¿Dónde estaba? ¿Y dónde estaban sus guardas? Nunca más volvió a verlos tampoco.
Caminó deambulando hasta que encontró algo parecido a un pueblecito, al que llegó exhausta y volvió a desmayarse. Despertó en una cama dentro de una habitación que olía a incienso y decorada con cortinas marrones de terciopelo. Una mujer muy afable y de aspecto gordito y rollizo cuidó de ella con una sonrisa permanente en los labios.
La mujer le contó que se encontraba en un hostal, en la isla de Sicilia. Morgana comprendió entonces que su rumbo se había torcido, pero en el fondo se alegró. No habría que fingir asalto, pues los cuerpos de sus guardas, si habían muerto, serían encontrados y su familia supondría que ella también habría muerto. Se sintió tremendamente aliviada, pero temerosa al mismo tiempo, puesto que ahora no tenía a dónde acudir. La mujer también le contó que ella se encontraba en un lugar al que la gente acudía para poder ser “libre”. Y fue ahí donde su amor por la libertad comenzó a cobrar mayor fuerza.
Pasaron unos días y Morgana se fue recuperando. En esos días se encariñó de inmediato con la mujer que respondía al nombre de Isabella. Y poco a poco Morgana fue descubriendo qué tipo de secretos escondían las bonitas letras del cartel de la entrada. Cosas que seguramente su madre, si ya la había llamado impura por besarse en los labios con un hombre, calificaría de herejías: hombres y mujeres que buscaban un lugar en el que poder consumar su prohibido amor, mujeres que amaban a otras mujeres, hombres que amaban a otro hombres… Y todos siempre se comportaban bien. Morgana se fue enamorando cada vez más de ese lugar, y con el paso de los días se fue dando cuenta de que Isabella no le mencionaba nunca si iba a irse o no. Una noche se lo preguntó e Isabella le respondió que no quería que ella se fuera. Así que Morgana se quedó.
Pasaron varios años, hasta que la griega cumplió veinticuatro. Había vivido en el hostal y dormido en la misma habitación en le que había despertado al llegar. Se había dedicado a trabajar para y con Isabella a sacar el hostal adelante, recibiendo siempre visitas de aquellos desgraciados que tenían que colgarse la etiqueta de lo incalificable para poderse, sencillamente, amar.
Morgana se había convertido en una mujer bellísima, tanto, que los hombres llevaban tiempo mirándole con otro ojos. Ella era muy inocente a pesar de ver todo aquello, porque ella veía hacer cosas por amor, pero ella no amaba a nadie. Y por eso fue por lo que todo cambió. Poco a poco comenzó a tener problemas con algunos hombres del pueblo que querían irse a la cama con ella, e incluso le habían propuesto cobrar por ello. A Morgana se le saltaban las lágrimas cada vez que algo así le sucedía, corriendo con Isabella, quien la acunaba pero suspiraba.
Un día, Isabella le comunicó que debía marcharse de viaje y le propuso que la acompañara, a lo que, vistas las circunstancias, Morgana accedió desde el principio. Partieron en carroza hacia el puerto, desde donde se dirigirían a continente de nuevo, rumbo a Francia. Morgana siempre había oído hablar de ese lugar, lleno de romanticismo y cosas bonitas, sobretodo Paris, la capital, y estaba ilusionada con el viaje.
Cuando subieron al barco y se acomodaron, pasaron días enteros caminando por cubierta, charlando, riendo y acordándose del hostal, al que dejaron al cargo de un vecino amigo de toda la vida de Isabella.
Al principio todo parecía ir bien, cuando de pronto llegaron a tierra y comenzaron los problemas.
Nada más llegar a la pensión Isabella se dio cuenta de que le habían robado el dinero, de modo que no pudieron pagarla. Se quedaron en la calle e inmediatamente fueron a denunciar el robo, a lo cual la policía respondió, por sus pintas y condiciones de humildes, que era mentira, y las encerraron a ambas. Esa noche la pasaron en el calabozo, y por la mañana las llevaron a otro lugar en el que las encerraron sin apenas explicar nada.
Fue pasando el tiempo e Isabella se fue poniendo enferma. Día sí día también necesitaba de medicamentos que a veces no les proporcionaban, con lo que era mucho más fácil verla empeorar. Además, las otras reclusas comenzaron a tomarles manía porque a ellas de vez en cuando sí les daban medicamentos, mientras que a las que llevaban más tiempo no, y comenzaron a meterse con ellas. Morgana fue agriando cada vez más su carácter, hasta el punto en el que llegó a ser borde más de una vez con la misma Isabella. La presión podía con ella, las ansias de libertad aumentaban y sus deseos de poder para alcanzar la venganza comenzaban a florecer. Y poco a poco fue naciendo dentro de ella una nueva Morgana de rostro angelical y mirada letal.
Una noche, Isabella murió. Morgana lloró durante horas a su lado, en soledad, la siempre presente en su vida soledad. Miró por la ventana y supo que aún faltaba para que saliera el sol. Y entornó los ojos porque pudo saborear la libertad que anhelaba: la ventana estaba abierta y, paradójicamente siendo aquello una prisión, no tenía barrotes. Se apresuró a salir de allí, no sin antes besar el rostro de Isabella. Atravesó el patio y huyó como pudo. Si ahora recordara, no sabría responder a cómo lo hizo, pero, tras dejar atrás diversos obstáculos, estaba fuera. Fuera. Era libre.
Corrió hasta que no pudo más adentrándose en un bosque, caminando sin rumbo, durmiéndose por el camino. Zigzagueó varias veces hasta que consiguió salir de la naturaleza y llegó hasta unos callejones silenciosos y oscuros. Allí encontró un rincón en el que se sentó un momento a descansar y en el que acabó quedándose dormida, rendida por el cansancio.
Una voz la despertó cuando estaba amaneciendo, una mujer de rostro afable y amable, aunque escasa ropa. Tras unos minutos de charla y tras Morgana contarle su historia, la mujer supo que no tendría muchas opciones en un París tan vigilado. Le propuso ir con ella a un lugar llamado Burdel, en el que la protagonista de todo era ella aunque tras cada actuación tuviera que quedarse como un cero a la izquierda.
Morgana sopesó todas sus opciones en unos minutos. ¿Qué le quedaba si se negaba? ¿Huir el resto del tiempo hasta Dios sabe qué? Al menos allí tendría una cama y comida caliente…
- Está bien. Voy contigo.
Fueron las únicas palabras que salieron de su boca tras la propuesta. Junto con su nueva compañera de trabajo, se encaminaron a aquel lugar al que se adaptó a duras penas. Decidió guardar lo que le quedaba de corazón en un rincón de su memoria y darle a su alma rienda suelta para que soñara con, algún día, salir de aquel maldito país.
Pasaron un par o tres de años, casi había perdido la cuenta. Aprendió del todo la lengua de aquellos que le proporcionaban pagos y comenzó a recorrer las calles parisinas, ahora sin miedo, sin temor, solamente con la esperanza de que llegara a su vida la oportunidad aprovechable y cambiar de vida, otra, y esperaba que definitiva, vez.
-Datos Extras:
Le gusta mucho peinarse y muchas veces se recoge el cabello de forma sencilla, haciendo que su rostro adquiera cierta inocencia.
Aunque se puede sobreentender en la historia, dejó de ser virgen con Arion.
Invitado- Invitado
Re: Morgana Tsakadilis
FICHA APROBADA
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Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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