Fata Morgana † Privado

por **Ana María de Borja** Mar Nov 17, 2015 1:16 pm

Fata Morgana

Había una gran turbulencia en su mente. Llegó a dudar por unos instantes de la autenticidad de la carta a pesar que esta tenía el sello distintivo de los de su orden. Se encontraba recopilando información en la Biblioteca. Suspiró y apartó su cabello hacia atrás. La mayoría de los inquisidores de alto rango se encontraban fuera de la ciudad y difícilmente se entrega un caso a una persona como lo era ella, era arriesgado aunque no quedaban muchas alternativas. Las instrucciones eran claras debía dirigirse a las afueras de la ciudad para iniciar una investigación de campo, su mirada se desvió por unos segundos. La Santa Iglesia tenía el conocimiento de sus habilidades, sin embargo era la primera vez en terrenos inhóspitos. Habían pasado tiempo desde su llegada a la capital y si embargo la mejor forma de sanar viejas heridas era enfrentando a aquello que más temía.

Este tipo de decisiones siempre se tomaban de manera interna, de algún modo se tenía que controlar a los componentes de nuevo ingreso como ella. El mecanismo era el mismo, se les cedía un lugar y al mínimo intento de rebeldía se deshacían de ellos. Al término de sus labores, tomó su abrigo y se dirigió a la zona pantanosa de la capital. Mientras caminaba por la acera, fue inundada nuevamente por ese sentimiento de culpa. A diario se preguntaba si aquella decisión por parte de sus progenitores había sido la correcta. No tenía idea de que enfrentaría en ese lugar y confió ciegamente en la orden, seguiría las instrucciones al pie de la letra para ganarse su confianza y hacer valer aquel voto de años atrás. En pocos minutos se vio rodeada de árboles, arbustos, maleza y el fétido olor propio de un lugar como ese.

El ambiente taciturno, flotaba a su alrededor, avanzó con cautela sin dejar de mirar hacia los lados, asegurándose que todo estaba en orden. Se volvió una con dicha acuarela. El cántico tenebroso de las criaturas que se escondían entre las penumbras hacía eco en las más recónditas partes de su mente. Ese molesto sonido propio de la noche, le estaba dando la bienvenida. Se adentró con pasos firmes. Estaba segura de lo que haría en caso un mortal se cruzara en su camino, pero ¿Si se tratase de un ser sobrenatural lo que había causado tales sospechas en los engranes de la organización? Entonces, frente a sus ojos encontró la respuesta a tal interrogante, dos cadáveres de hombres adultos. Flexionó su cuerpo para seguir con los dedos enguantados las marcas plasmadas en los mismos. El olor a sangre aún era fresco, no cabía duda habían sido víctimas de un ataque sobrenatural.

Aquella escena trastocó su mente, pues no distaba mucho de su propia realidad. Movió la cabeza para aterrizar en la misión conferida, sabía que un descuido podría costarle la vida y ese era un precio que no estaba dispuesta a pagar. El rastro del líquido vital continuaba un par de metros adentro de la espesura. Retomó su camino y oculta tras un robusto roble observó al causante de dicha mortandad. La bestia de pelaje oscuro tenía los ojos inyectados en veneno ¿Venganza? ¿Simple instinto animal? Llevó su diestra a la boca para acallar su respiración, a sus espaldas una nueva alerta le tomó por sorpresa. Si se trataba de otro sobrenatural más, seguramente no podría salir avante, esperó estar equivocada en sus conjeturas mientras llevaba su mano izquierda a su cintura donde ocultaba su arma.

por **Athan Avramidis** Sáb Dic 12, 2015 9:13 pm

"¿No son todos espíritus ministradores enviados para servir a favor de los que han de heredar la salvación?"

Hebreos1:14

Su cabeza le dolía lo suficiente como para saber que todo aquel líquido pegajoso que había tenido que limpiar con una de sus manos,era, sin duda alguna, su propia sangre. Aquello sólo quería decir que había quedado inconsciente el tiempo suficiente como para que su cuerpo doliese en toda su extensión. Se movió con torpeza, parpadeando con una mueca de dolor que intentaba ignorar mientras buscaba su arma con la mirada. El gruñido, no lo suficiente lejano como para considerarse a salvo, le había recordado la razón de que su cabeza fuera una masa de cabello rubio revuelto, con una zona pegajosa de sangre coagulada.

Llevaba investigando aquella zona de París de forma silenciosa, sus superiores le habían pedido que vigilase a uno de los hombres que habían sido denunciados por comportamiento extraño y anticristiano, lo cual normalmente solía terminar en un joven francés maleducado y ateo, pero aquella vez había sido diferente, porque incluso la inquisición sospechaba que el hombre no era nada más que un brujo.

Había ido allí con un pequeño saco con especias colgando de un burdo cordel de cuero alrededor de su cuello, una protección mágica que le haría de escudo ante cualquier poder del mismo origen de aquel que había lanzado la protección sobre el pequeño saco de tela. Lo más seguro es que su benefactor no fuera otro que algún brujo condenado por la inquisición. Aún no comprendía muy bien el porqué tenia que colaborar con seres sobrenaturales, pero gracias a ellos había aprendido lo suficiente como para matar a sus congéneres y seguir, aún, con vida. Pero todo había salido mal desde el momento en que la noche comenzó a caer, la maldita luna llena había convertido al joven en un monstruo y con ello, se había terminado cualquier posibilidad de salvarlo de las llamas del infierno, pues no dejaría que llegase el día sin darle muerte. Era demasiado peligroso, él había sido lanzado contra un árbol cuando trató de encadenarlo. Realmente creyó que un licántropo, que sufría en medio de su transformación, no tendría la conciencia suficiente como para poder captar sus movimientos sobre él, pero lo cierto era que aquella maliciosa criatura lo sabía. Él también era un depredador y sabía, perfectamente, cuando alguien estaba preparándose para abrir la mandíbula sobre su yugular antes de cerrarla y apretar con suficiente fuerza como para ocasionar una muerte rápida.

Se tambaleó por el mareo que le embargó el levantarse del suelo, síntoma propio del poderoso golpe en la cabeza aunado a la pérdida de sangre, debía moverse con rapidez si es que quería salir de aquel lugar sucio y tenebroso con vida. Caminó con cuidado por aquel terreno pegajoso, nunca había sido aficionado a zonas como aquellas, los pies se hundían hasta los tobillos y si tu movilidad era necesaria para vivir o morir, aquello equivalía a dejar la cabeza debajo de una guillotina, esperando que no estuviese lo suficiente afilada como para cortarte la cabeza. Se agachó sobre el terreno, tomando una masa de pelos anaranjados que habían quedados pegados en el hueco de una monstruosa huella, la forma era similar a la de un lobo, aunque demasiado alargada, grande y pesada como para llegar a la inocente conclusión de que era de un verdadero animal. Maldita sea. Aquel licántropo era una fiera grande, debía pesar unos cien kilos y no mentiría si afirmaba que tenía una altura que rozaba los dos metros. Debía ser rápido, ya que a fuerza no lo iba a ganar. Aquella bestia podría partirlo en dos de un sólo golpe.

Persiguió el rastro hasta encontrar dos cadáveres en el suelo, se aseguró de que ambos estuvieran muertos, no querría tener dos licántropos sueltos en la próxima luna, mucho menos si eran nuevos en aquella maldición. Todos sabían que la primera conversión era similar a meterse en medio del infierno. Eran peligrosos, salvajes y ansiaban cazar por primera vez. Lo cual sólo empeoraría cuando probasen el sabor de la carne y sangre humana, había cosas que jamás volvían a ser igual en un licántropo después de eso, ya que siempre recordarían que tenían numerosas presas a las que atrapar. Se acercó sigilosamente hacia el gran cuerpo peludo, mientras su corazón golpeaba en su pecho con rapidez. Sus dedos se deshicieron del abrigo que tenía aún puesto, buscando tener el menor número de impedimentos para lanzarse al ataque de la bestia. Envolvió uno de sus brazos con él y con su otra mano agarró la gruesa y fría daga de plata, balanceándola entre sus dedos con verdadera habilidad, buscando el punto correcto sobre el que clavarlo, pero la bestia seguía sobre sus cuatro patas, olfateando el aire, sabiendo que él estaba cerca y herido. Necesitaba tener un mejor acceso a su corazón, así que decidió salir de su escondite detrás de los árboles para que el monstruo lo viese. Si no recordaba mal, tenía aún una pistola con tres balas de plata. No tenía más munición.

Su cuerpo se relajó, recordando que sería mejor así si el licántropo decidía abalanzarse sobre su cuerpo, la rigidez sólo le traería huesos rotos y no tenía ganas de volver a fracturarse un brazo o alguna pierna. La luz de la luna bailó sobre su cabello rubio, iluminando su rostro por unos segundos, antes de que enfrentase con solemnidad la mirada rojiza y hambrienta del licántropo. La expresión del inquisidor era de fría calma, sus ojos claros habían abandonado su calidez natural, como un soldado que se deshace de su alma para no herir lo poco que quedaba de humano e inocente en él, como un tigre al acecho del movimiento de su presa, asumiendo en silencio cualquier resultado.

Fata Morgana † Privado

Fata Morgana † Privado

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