Recapitulemos: un chucho, una protectora y una cazavampiros {Privado- Aitor, Alina y Jez}

Hacía varios días que Alina apenas y salía de aquellas cuatro paredes que la rodeaban, y de no ser por Plushy, su mascota y ahora único amigo tras conocer su verdadera identidad, ella no vería la luz del día más que por los grandes ventanales del hotel. No sabría decir qué era aquello que la llevaba a sentirse tan decaída y desganada, pero al menos aquella mañana soleada, su mundo gris parecía recobrar algún color, convencida de querer enseñar a Plushy o más bien a Aitor, el mundo en el que ella debía moverse; deseaba enseñarle a ser un hombre en ocasiones,en las veces en la que su vida tranquila de perro tomase alguna dificultad en su camino. Ideando un plan divertido con el que pasar el día en compañía de aquel nuevo amigo, Alina cogió una buena parte de su dinero guardado, y salió a la calle con el fin de comprar ropa y utensilios a Aitor, pues el chico no se pasaría la vida utilizando la ropa de Dima cada vez que su cuerpo cambiaba a su forma "real", Alina estaba convencida de que necesitaba cosas propias, ya que ella vivía con la idea de que Aitor no la dejaría tan sola como siempre se sentía, sino que la acompañaría por un largo tiempo... ese era su más fiel deseo: no volver a sentirse sola.
- ¡Verás que divertido va a ser! Y no tendrás que volver a usar la ropa vieja de Dima, además no te sienta bien su estilo callejero...- Decía sonriendo la pequeña, mientras caminaba junto a un Plushy diminuto y con el hocico entreabierto, tal vez por los apresurados pasos de la chiquilla, que él con sus cortas patas apenas y lograba seguirle el ritmo. -Si te cansas Plushy, avísame para meterte en el cesto...- Señalaba una cesta mediana de mimbre en la cual pretendía llevar los alimentos que compraría en el mercado para un almuerzo divertido en el parque, pues estaba cansada de aquellas absurdas formalidades del hotel; su vida de niña estaba acabando y pasaba demasiado rápido como para pretender no hacer nada, las emociones no eran propias de ella, pero junto a su pequeño amigo el día se hacía más divertido y diferente, pues esa era la gran síntesis de la vida al compartirla con alguien a quien te puedas mostrar libre en su totalidad, sin fingir agradarle o demostrar un aprecio que no sentía, como estaba acostumbrada a hacer Alina frente a aquellos extraños adinerados que tan ariscos se mostraban siempre, aunque a decir verdad, ella muchas veces tendía a ser así, pues esa es la vida que conoce y de la cual es difícil desligarse...
-¡Bruja!- oyó a una mujer gritar, y se giró rápidamente, como si se tomara por aludida, ya que no sería raro que la llamasen así por hablar con un perro y entenderlo, o al menos pretender hacerlo, pues ya había oído a sus espaldas los constantes cuchicheos de las personas mirándola y señalándola como una loca. "Vivir con un hombre que apenas se hace cargo de ella es deshonroso...", "habla con su perro de tan sola que está, a este paso se volverá loca", "está como una regadera, lo mejor es asentir e ignorarla". Alina rió al ver que señalaban a otra joven, pero no por el descaro de creerla bruja, sino más bien por la gracia que le hacía el saber a gente ignorante proclamando algo que otros pueden serlo de verdad...
-¡Y ahora se convertirá en sapo, Plushy!- Rió la niña sonoramente, tapándose la boca con una mano para intentar ahogar aquella carcajada que tan espontáneamente le había salido. -Locos, brujas y perros que hablan... estamos en una ciudad completa...- puntualizó negando con la cabeza, tras volver a retomar el camino que estaba siguiendo, con el fin de llegar al mercado y hacer de su perro un hombre hecho y derecho... o al menos pretenderlo.

¡Ah! Vida de perros, ¿en qué momento se me ocurrió decir que no existía? ¡Ama Alina, despacio!, quise decir emitiendo lastimeros ladridos que delataban el cansancio de mis pequeñas y cortas patas. ¡A quién se le ocurrió la idea de salir del cesto!
Habíamos salido bien entrada la mañana, cuando hasta el perezoso de Dima me tenía apretujado entre sus brazos casi sin dejarme respirar, y Alina no dejaba de decirme que tendría ropa propia y que dejaría de usar la de mi amo.
¿Cuando habían cambiado tanto las cosas? ¡Al fin soy un perro feliz!, pero cansado, puntualicé en mi pequeña cabecita mientras corría intentando seguir los pasos de mi ama, que parecía cada vez más emocionada. ¿Qué gracia podía tener usar pantalones con dos piernas? ¿No se suponía que los hombres no tienen 2 sino 3? ¿Y esas bolsas extrañas que llevaban a los lados para que servían, para guardar galletas? Galletas....
-Rawr!.- lloriqueé de pronto, chocando con la pierna de mi ama, que se había detenido al oír algo.
-¡Y ahora se convertirá en sapo, Plushy!.- rió ella, logrando que alzase mi cansada cabecita para mirarla. -Locos, brujas y perros que hablan... estamos en una ciudad completa...
-Rawr!.- me quejé por la parte que me tocaba, añadiendo un par de "rawr, rawr" más que puntualizaban que era un perro que hablaba, sí, ¡pero pintor y artista también! -Rawr....- continué más tarde en alto, tirándome sobre el frío suelo de la calle que refrescó cada suave pelo de mi colorido cuerpo. -Rawr....- aquello había sido un "qué gusto" en toda regla. ¿Por qué los humanos no podían entenderme cuando yo sí los entendía a ellos? Que cosa más injusta, ¡ni siquiera podía quejarme por la falta de comprensión! ¡Quiero galletas como compensación!, ladré mirando a Alina, que parecía atenta a lo que sucedía unos pasos más allá. Pues ahora no pienso mirar, protesté cerrando los ojos, estirando un poco más mis patas.