Cena con sorpresa ( Eliz)

No existe nada más patético que fingir ser algo que no se encuentra adherido a la esencia propia, si embargo allí se encontraba Elizabeth, aparentando ser un mortal, ocultando la bestia que se guarda en su interior, sonriendo por mera diplomacia a los demás. Ella no tiene porque regalar una mueca torcida a personas que no se lo merecen, no tiene que estar soportando los desplantes de altanería que algunos suelen acarrearse por el hecho de tener un título miserable entre la corte del País, únicamente existe una raza que dominará la tierra… Elizabeth pertenece a esta y era su deber propagar la maldición a las manos correctas, lo hizo. Hace poco más de 500 años cumplió su deber. Esa es la razón por la cual se encontraba en París, asegurarse que todo continúe tal y como le fue dictado a ella por su Sire. Dorian se paseaba por las calles tal y como lo hacía en Inglaterra, al menos eso no había cambiado en lo absoluto o ¿Si?

Elizabeth resopla sus labios, está cansada, el fastidio se ha apoderado de la misma manera que la noche de las calles. La comida sobre la mesa, un festín que el pobre envidiaría, tanto desperdicio para una boca que ya está vacía y que no se llenará con la mentira que vive en ese instante. Su copa se llena una y otra vez, el vino que ahoga sus entrañas no puede acallar la sed que su garganta le reclama. Carraspea como si eso fuese a aliviar la agonía que su condición eterna le hace sufrir en cada maldito crepúsculo. El pulso de los humanos choca contra su oído, el galope de su corazón se acelera… Perder los estribos por culpa de la sangre no es una opción ¿Hace cuanto que no bebe? Debe ser bastante tiempo en el que su cuerpo se ha visto impedido de ese líquido escarlata. Podría perder la cabeza y asesinarlos a todos una vez develado el secreto bajo esa infinita belleza que derrocha, pero después ¿qué? Una masacre… No sería necesaria.

Su uña pasa por la suavidad en el cristal de la copa y deja una línea marcada sobre esta, un rasguño que bien parece una fractura en la perfección del objeto. Se pone de pie dejando la copa sobre la mesa, el mesero rápidamente se pos tras su silla para ayudarle a salir de su lugar. Elizabeth suspira amargamente y deja caer sobre la palma de su sirviente un costalito con un montón de monedas de oro, ha pagado la cuenta. Él hace una mueca confusa, la mujer no probó bocado alguno del festín que le sirvieron ¿Acaso no le agrado la cena? ¿La compañía? ¿La orquesta? ¿El servicio? Él nunca lo sabrá. Su pomposo vestido, hace alarde del status en el que se encuentra y la maldita hipocresía hace que las miradas atentas de las damas, le regalen una sonrisa al pasar, mientras tras ella los murmullos comentan pestes de su propio ser ¿Cómo se llama eso? Oh, sí… Envidia. Pero no es Elizabeth la única causante del alboroto de pensamientos, también está ella… Gira su cabeza para mirarle. Es una chica tan ordinaria como las humanas que le están criticando, pero su rudeza, sus ademanes le pintan como una chica más de clase baja que de la alta alcurnia. La vampiresa arquea una ceja y sonríe con grandeza, se dirige hasta la mesa de la chica quien parece sentirse orgullosa de ese sentimiento que despierta en las demás – No dejes que te traguen viva… Después de todo, no son más que simples... – “Humanos” agrego para si misma, al momento en que quiso regresar a su camino la peste de un animal, llego hasta sus fosas nasales. Allí lo entendió todo. Clava su mirada llena de interés sobre las pupilas de la chica y aún cuando su rostro pareciera estar esculpido en el mármol en su frente se dibuja una arruga.

Los años no pasan en vano y menos cuando se tiene la edad de alguien como Elizabeth. Ella podría testificar las caídas de los imperios, bien podría crear una biblia nueva desde su propio juicio, develando secretos a la humanidad que han permanecido en silencio desde su infinita creación. La sabiduría, el conocimiento no es para cualquiera, quienes desean obtenerlo lo buscan, quienes tienen que poseerlo, lo encuentran y los demás permanecen ajenos ante toda situación, ignorando los acontecimientos que bien podrían redefinir el futuro de la raza humana. ¿Quién mueve los hilos de esas marionetas? Cualquiera respondería que Dios, algún extraño diría que el Diablo, pero la verdad es que ambos estarían equivocados, ese tipo de guerra entre el bien y mal, lejos de ser una mentira y muy cerca de estar bastante distorsionado, no se representa de esa manera. La batalla más digna que pudiese parecerse a esa en donde el diablo es pisoteado por las alas gigantescas del arcángel… podría ser un cainita aplastado por un lupino y viceversa. Siempre al cuidado de la humanidad, pero ¿Quiénes son los buenos y quienes los malos? Esto es bastante difícil de deliberar, dado que, desde diferentes perspectivas, cada estirpe posee ambas cualidades.

Estirpes, razas, linajes, castas… Diferentes palabras, mismo significado. Quizá no del todo, pero igual reparan en la descendencia. Aquí y ahora, Elizabeth se enfrentaba con una mezcla andrógina. No sabía hasta donde esa clase era humana y hasta qué parte era un animal, ese es el motivo de su juicio. Se hablaba de su existencia, de la vejez que carga en la espalda, de su sabiduría y conocimientos, pero la verdad es que hasta este día en particular, había topado se con uno en persona. Los mitos, las leyendas, siempre son un albur de la realidad, esa mujer no era la excepción. Con una ceja en lo alto se dispuso a prestarle más atención de la debida a la dama. Sí, tenía curiosidad ¡Y por todo el maldito infierno, que conoce en que acaba el estúpido interés! Aún así no se detendría, no esta libre de cometer errores, no… sus andanzas le han confirmado que entre más vives, sueles cometer más errores, lo importante es no caer en el mismo abismo dos veces.

Toma el respaldo de una de las sillas alrededor de la mesa, restándole importancia a los comentarios entre dientes de las demás personas, ignorando por completo el atrevimiento y la “confianza” que había tomado; se sienta junto a la dama. En sus labios se vislumbra una sonrisa amarga. Puede escuchar los pensamientos de la fémina que, sin querer los ha gritado desde su mente para lograr concebir una idea acerca de lo que es ella, Elizabeth. – oh, Madame Aldridge a su servicio, Eliz... para ser más precisos – Comenta, el tono de su voz demuestra serenidad, algo que no se encuentra perfectamente bien estructurado en su interior. Si desea saber más de la mujer que se presenta ante ella, necesita por diplomacia ofrecer información propia y del interés de ella por supuesto. También podría conseguir lo que necesita a su manera, pero habría entonces que decapitar al resto de las personas en el restaurante y no tenía el suficiente humor como para conseguir disfrutar un poco con ese acto, matar solo porque puede no es satisfactorio… - vampiresa – Susurra mostrando sus colmillos a la joven. Bien, ahora esa ingrata mujer sabía a lo que se enfrentaba.