Hijo de la Luna (Sara, Vladimir)

Era, en breves palabras, una mujer desgraciada. Toda mi vida había soñado con conseguir desposarme con un hombre, pero desgraciadamente no conseguía encontrar a ninguno. ¿Por qué tenía tan mala suerte? ¿Por qué me veía obligada a contemplar como poco a poco iba pasando el tiempo sobre mí, sin encontrar un compañero? Temía continuar sola el resto de mis días, sufriendo en silencio aquella congoja, producto de mi deseo no cumplido.

Aquella noche, como último acto desesperado, abandoné mi vivienda, para caminar hasta encontrarme en un campo, que brillaba como pura plata bajo los rayos de la luna. No es que yo fuera una persona crédula, pero era tal mi situación que opté por recurrir a un último recurso.

Alzando hacia la luna mi rostro, surcado por una hilera de lágrimas que resbalaban por mis mejillas, elevé mis brazos, mientras caía de rodillas sobre el suelo.

-¡Óyeme, Luna óyeme!-sollocé-¡Escucha mi llanto, oye mis plegarias! ¡Ansío desposarme, encontrar a un hombre que me quiera...!

No sabía si la Luna me escucharía, como decían las leyendas, o si me quedaría igual que al inicio de la noche. Pese a todo, permanecí en aquella posición, conjurando a la luna, hasta que los primeros rayos del sol despuntaron por el horizonte. No había dejado de llorar, y aún seguía elevando mi voz hacia los cielos, esperando que se produjera un milagro. Era lo único que mi pobre corazón deseaba, encontrar a un hombre... me daba igual lo que tuviera que dar a cambio de ese deseo, lo daría gustosa.

Completamente desesperada, había bajado la vista del cielo, posándola sobre las manos que acababa de bajar y que ahora descansaban sobre mi regazo; unas manos que jamás podrían conocer el tacto de la piel de un hombre, que jamás coserían el ajuar de una novia...

Me sentía desolada, viendo que el último recurso que había tomado no me había traído la solución y el consuelo que yo tanto anhelaba. Tendría que resignarme con mi vida solitaria, siendo el hazmerreír de los míos, que ya comenzaban a adoptar cierto tono burlesco cuando se referían a mi persona, como si ya hubieran dado por hecho que jamás contraería matrimonio. No me quedaba otra que resignarme y aceptar mi triste destino.

Fui a levantarme, comprendiendo que no iba a lograr que la Luna me escuchase ahora, con el sol a punto de despuntar por el horizonte, sino lo había hecho en toda la noche, cuando escuché una voz proveniente de lo alto, que me hizo volver a alzar mis ojos, velados por amargas lágrimas, hacia el firmamento, donde aún brillaba el astro, como si fuera un gran ojo de plata. Una extraña sensación brotó en lo más hondo de mi pecho, ¿era posible que mis súplicas hubieran sido escuchadas? ¿Podría la Luna otorgarme aquello que durante tanto tiempo me había sido negado? En efecto, la voz de la Luna caló hasta lo más profundo de mi ser al comunicarme que mi anhelado deseo de encontrar a un hombre se cumpliría.

Pero lo que no me esperaba era su condición, la de darle el primer hijo que engendrase de él. Durante unos instantes me rebelé contra ese hecho, ¿cómo podía darle a mi futuro primogénito? pero luego mi parte sensata me señaló que podría engendrar más, y que era un precio más que justo por el cumplimiento de mi anhelo. Ciertamente, quien sufre inmola, y yo estaba dispuesta a verme por fin fuera de tanta desdicha, por lo que estaba dispuesta a dar el precio a cambio.

-Se lo entregaré-musité, secándome los ojos-De todas formas, para no estar sola...-se me cortó la voz, de modo que volví a tomar aire antes de continuar-Poco lo iba a querer-concluí.

No obtuve respuesta a esas palabras, y me percaté de que la luz plateada ya se había desvanecido. No sabía si las palabras que había creído escuchar habían sido reales o no, pero lo cierto era que me habían infundado esperanzas. Tal vez mi suerte cambiase a partir de ahora.

Sin embargo, había ciertas dudas que no dejaban de rondar mi cabeza, como el hecho de que la Luna quisiera ser madre. ¿Cómo era eso posible? Que yo supiese, la Luna no era como nosotros, no era capaz de imaginar de que manera podría criar a un niño humano. Sabía que ya se había ido, pero no pude evitar formular aquella pregunta en voz alta...

-Dime Luna, ¿qué pretendes hacer con un hijo humano?-exclamé de nuevo hacia los cielos-¿Cómo vas a poder cuidarlo?
Si alguien pasase por allí me tomaría por loca como mínimo, pero no me importaba; si realmente la Luna iba a llevarse a mi primer hijo necesitaba y ansiaba saber cómo se las apañaría para criarlo.

Aquella jornada cuya noche previa la pasé sin dormir, conjurando a la Luna, la pasé sentada, sin apenas separar mis labios, mientras mantenía la cabeza gacha, como si quisiera pasar desapercivida. La vergüenza de seguir estando soltera seguía sobre mi cabeza como una nube de mal agüero, la cual se reflejaba en los rostros de mis familiares, que me dirigían miradas socarronas unos, tristes otros.

No creía que aquella "aparición" que había visto aquella madrugada fuese real, tal vez no hubiera sido más que un producto de mi imaginación, debido al cansancio y a mi desesperación. ¿Cómo había podido yo creer que la Luna iba a concederme aquello que yo más deseaba?

Esa misma tarde, un joven se acercó a mí, mostrándo un verdadero interés hacia mi persona. Aquella era mucha casualidad, pero decidí no pensar en ello en exceso, por fin la suerte me había sonreído.
-Yo me llamo Dianne-le respondí con un poco de vergüenza, pues no estaba muy acostumbrada a tratar con personas del sexo opuesto que no fueran de mi familia.

Pasó el tiempo y finalmente Vladímir y yo acabamos contrayendo matrimonio, logrando que el más profundo deseo de mi corazón se viese cumplido: ya no era una carga para mi familia, ya había logrado demostrarle que yo no estaba condenada a ser una solterona el resto de mis días.

Con el paso de los días, me quedé embarazada, un estado que me llenó de alegría... y de inquietud. No podía dejar de pensar en las palabras que la Luna me había dicho, esas de que yo le entregaría mi primer hijo a cambio de que ella me concediese mi gracia. Angustiada, traté de no encariñarme con el pequeño bulto que crecía día a día, pero era imposible, antes del quinto mes ya lo amaba con fuerza, deseando que llegase el momento de que saliera de mi interior.

Y finalmente este llegó. Mi hijo era una criatura de piel albina y de ojos grises, lo cual me preocupó ciertamente. Era demasiado claro como para ser hijo de Vladímir, y temía que este me culpase de adúltera o algo peor. ¿Cómo era posible que mi hijo tuviera ese color tan pálido? ¿Acaso se debía al extraño influjo que la Luna habría podido inducir en él?

OFF: Lo siento por haber tardado tanto...