No me apasiona la lectura, prefiero hablar contigo [Bonnie]

Frente a una pequeña ventana, rodeada de estanterías con maravillosos ejemplares de los mejores libros del planeta. Allí estaba yo. Quien iba a decirme, que de todos los sitios de Paris, en mi primer día despues de tanto tiempo sin venir por estos lares, iba a acabar en una biblioteca.

En mis manos una pluma, sobre la mesa, un cuaderno. ¿Qué demonios estaba haciendo aquí? Creo que me sabía la respuesta...

Esta mañana me había dispuesto a buscar un sitio tranquilo, no tanto como este lugar, pero algo por el estilo. No podría haber soportado comentarios del tipo "¿Bonnie? ¿Eres Bonnie? ¡La hija de los Donovan se encuentra de nuevo en Paris! " o aún peor " ¡Bonnie, querida! Cuánto tiempo...¿Cómo llevas lo de tus padres? " Si hubiera escuchado algo así, me habría limitado a contestar. Con lo tranquila que estaba en España, intentando dejar atrás mi pasado, y a mi tío se le ocurre la brillante idea de volver a la ciudad de Paris. En ocasiones sentía lástima de mi tío, un hombre jóven, como es él, soltero, sin compromisos ninguno, no tenía bastante con la muerte de su hermano, que para colmo, tenía que hacerse cargo de una adolescente algo problematica.

Yo no soy una chica estúpida, ni nada parecido, pero no soporto que la gente se meta en mi territorio. Lo que es mío, mío es, y de nadie más, y que tocaran el tema de mis padres una y otra vez, no me resultaba nada agradable, por lo que a veces, podía llegar a ser una chiquilla insufrible.

Miré el cuaderno. Estaba cerrado, sin embargo, miraba su tapadera como si intentara descifrar algún lenguaje secreto en ella. Dejé la pluma sobre la mesa y eché un vistazo a la biblioteca. No podía negar que era maravillosa. A mí me encantaba la lectura, sobre todo las novelas románticas con un final feliz, ya que pienso que si de por sí la vida nunca tiene finales felices, no tendría ningun sentido leer una novela, que hablara de lo mismo...A mí me gustaba soñar, soñar con cosas imposibles.

Sumida en mis pensamientos me recaté de que un apuesto muchacho, de cabellos dorados, tenía la mirada posada en mí. Lo miré también, y le sonreí. Tras esto el muchacho apartó la mirada y siguió pendiente en su libro. Me quedé mirándolo un rato más, hasta que me decidí a acercarme hasta él. Quizás sería atrevido por mi parte, pero ni a mí me importaba lo que pensara la gente de mí, y no tenía pensado quedarme toda la mañana sentada mirando la tapa de un viejo cuaderno con las hojas en blanco.

Caminé con lentitud hasta donde se hallaba, y me senté frente a él. Observé el libro que leía con tanto entusiasmo. Era un libro viejo, el más viejo que había visto diría yo. Alzé la vista de nuevo hasta el muchacho y volví a sonreir. -¿De qué trata?- pregunté con un tono suave sin alzar excesivamente la voz.