Soleado encuentro en los jardines [ Candice Flamand ]

Estaba soleado, y de hecho, bastante agradable. Sería la primera vez que saldría a visitar el pueblo de día, pues antes no lograba levantarse de la cama. Le era realmente imposible. Se había vestido rápidamente. De los vestidos que había traído, ya quedaban pocos de los que no había usado. Se acomodó el cabello en un rodete alto, y salió.

El sol la cegó a penas pisó la vereda. Se sentía un muerto viviente, alguien sin nada que perder, ni nada que ganar. Había movilización en las calles. Demasiada gente. Había música de panderetas en los rincones, y gritos provenientes del mercado, que sorprendentemente llegaban a sus oídos. Miró hacia ambos lados, sin saber donde esconderse. La noche la ayudaba en ese problema, pero allí no tenía escapatoria. Evitaba la mirada de los parisinos, por miedo a lo desconocido.

Sus pies se movieron solos, encontrando el camino por sí mismos. La mirada se le iba en los pequeños detalles que no se apreciaban de noche, los verdes intensos de los parques, o los colores de las viviendas, el sonido de los pájaros, o el increíble tráfico de las palomas, rogando que las alimenten.

Se encontró finalmente con el Jardín Botánico, del cual provenía un silencio de muerte, pero le daba curiosidad. Una niña estaba en la entrada, le jaló del vestido, llamándole la atención. La tomó desprevenida, pero dio un paso atrás y la miró con curiosidad.

- ¿Quiere pan, mademoiselle? - preguntó con una voz dulce y aguda.

- ¿Para que? - le respondió, algo perdida. En Marsella no había Jardines Botánicos, y mucho menos niñas que vendieran pan.

- Para los pájaros, mademoiselle. ¿Quiere alimentarlas? - Candice bajó la mirada a la pequeña bolsa que llevaba la niña en las manos. Era pan picado. Sus ojos le llamaron la atención. Le regaló una sonrisa, y a continuación le pagó la pequeña bolsa. - Merci - dijo ella, y se alejó, a seguir vendiendo.

Las mezclas de aromas que había en el jardín eran innumerables. Los colores, verdes, violetas, rosados, rojos y amarillos, todos mezclados en un lugar, sumamente prolijo y bien acomodado. Se paseó por un rato, cuando recordó que llevaba la bolsa en la mano. Se sentó en un banco de allí, y la abrió con cuidado. Algunas palomas ya estaban expectantes y sabían lo que venía. Al parecer, la niña de la entrada vendía bien, y las aves estaban acostumbradas. Comenzó a tirar migas de pan, riéndose de la batalla que libraban aquellos animales por un pedazo infinitesimal.

Una chica se acercó y la sorprendió, tomándola por sorpresa al igual que la niña de la entrada. Se la quedó mirando, sin decir nada, pero luego de procesar lo que le había dicho, negó con la cabeza, invitándole a sentarse. Se percató de que ella también llevaba una bolsa, y aquello la hizo sonreír.

Había algo en ella, el acento y el aspecto que sobresalían del estereotipo parisino. Algo que llamaba la atención, que iba más allá. Nuevamente, la curiosidad de saber la invadió, y abrió la boca para preguntar.

- Disculpe que sea algo imprudente, pero, ¿de dónde es usted, mademoiselle? - Tiró otra miga de pan, y nuevamente el revoloteo violento de las aves hizo que emitiera una risita.

La joven me hizo un gesto aceptando que me sentara junto a ella. Parecía un poco desubicada, como perdida… Durante un momento dejó de tirar pan a las palomas y se quedó observándome, me analizó y con la curiosidad de un niño pequeño preguntó:
- Disculpe que sea algo imprudente, pero, ¿de dónde es usted, mademoiselle?
Sonreí. No era la primera ni sería la última vez que me lo preguntaran. Me volví hacia ella.
- “No es ninguna molestia señorita.” Contesté dedicándola una calida sonrisa. “Soy de El Cairo, la ciudad más grande de Egipto, su capital. Llevo viviendo en Paris algo más de un año y tengo la intención de permanecer aquí el resto de mi vida, pero no pasa un solo día en que no extrañe el calor, los paisajes y olores de mi antiguo hogar…” Cuanto más hablaba más me costaba seguir, no sabía por qué la nostalgia se estaba apoderando de mí y delante de una total desconocida. “¿Qué pensará de mi?” estaba comenzando a sonrojarme cuando al volverme para mirarla vi en sus ojos una melancolía similar a la mía.
- “¿Extraña usted también algún lugar mademoiselle? ¿O quizás a alguien?” – posiblemente fueran unas preguntas demasiado personales y se sintiera ofendida, pero aun no había aprendido a comportarme como los parisinos en todos los sentidos. Mis años en Egipto me habían formado de una manera más cálida y espontánea que a menudo chocaba con los franceses.
- “Discúlpeme si me he sobrepasado, señorita. ¿Podría saber su nombre al menos?” – me apresure a excusarme, haciendo una sutil inclinación de cabeza.
La joven se dispuso a contestar y yo esperé interesada.

¿Cairo? ¿Egipto? Eran lugares que ni en sueños se hubiese imaginado. Era irreal y lejano. Como un cuento de hadas, o una historia fantasiosa que uno mismo sabe que no ocurren. Se quedó sorprendida, mirando hacia delante, tirando unas migas más al suelo. Cada vez se juntaban más pájaros.

- ¿Extraña usted también algún lugar mademoiselle? ¿O quizás a alguien? - la muchacha la sacó de su entre-sueño, la miró nuevamente con aire de perdida, pero ella en seguida se volvió a corregir. - Discúlpeme si me he sobrepasado, señorita. ¿Podría saber su nombre al menos?

¿Sobrepasado? Una sonrisa extraña se cruzó sobre sus labios, sin poder evitarlo. Era demasiado alegre, quizás demasiado acelerada, pero en nada le molestaba aquello. Se sentía una tortuga a su lado. Candice se tomaba el tiempo para contestar, e incluso para pensar. No le gustaba decir algo sin haberlo elaborado primero. Entonces pensó en la primera pregunta que le hizo. - ¿Acaso no todos extrañamos a alguien? ¿O nuestro hogar? - Se sintió algo perdida, pues era de lo más probable que ella misma no era la única extranjera, y ese sentimiento de soledad ya no era tan solitario, era, en algún sentido, compartido.

- Candice Flamand - contestó, luego de unos minutos. Las migas volvían a caer al suelo. ¿Cómo no se saciaban aquellos animales? - Vengo de Marsella, del sur. - Agregó, luego de otra pausa. Y, finalmente, luego de respirar hondo, soltó el aire junto con una pregunta. - Usted como se llama?

Me dio la impresión de que la simple mención de mi país natal la abrumaba. Abrió los ojos sorprendida, pero las muestras de cualquier tipo de sentimiento enseguida cesaban en su rostro. Era como si tuviera miedo de mostrarse al mundo. “¿La habrán hecho tanto daño en el pasado como para que tema a la gente?”
La joven miraba a los pájaros como si nunca los hubiera visto antes, era como una niña perdida. En su rostro se reflejaba el dolor de una perdida... pero seguía sin saber si había tenido que separarse de alguien o de un lugar querido.

Pero ya éramos dos. El sentimiento de melancolía volvía a apoderarse de mí, pero antes de que las lágrimas inundaran mis ojos continuó hablando: “Candice Flamand. Vengo de Marsella, del sur. ¿Usted como se llama?”

Fue el mayor número de palabras que salieron de su boca seguidas, quizás el hecho de ser dos extrañas en Paris nos llegara a unir…
- “Me llamo Jasmine Rashid, Mlle Flamand. Es todo un placer conocerla” – dije tendiéndola la mano, con mis mejores modales y una de mis tranquilizadoras sonrisas.

Una mano se extendió de parte de Jasmine Rashid. Ese era su nombre, la chica de Egipto, quien conocía París mucho mejor que ella seguramente. La miró con desconfianza, pero solo por costumbre. A veces odiaba ser tan fría y distante, pero lo llevaba en los genes. Luego de dudar, lo cual le tomó un minuto y medio, le respondió el saludo, apretando su mano, con una sonrisa de costado.

Se volvió, a los animales, dándose cuenta que ya más de la mitad de la bolsa había desaparecido. Sus dedos recorrieron los bolsillos de su abrigo (ligero, a diferencia de los que usaba de noche), encontrando su usual caja de cigarrillos y de fósforos. Se tomó su tiempo para sacar uno de cada uno, poner el filtro entre sus labios, y encender, luego de dos intentos, el fósforo, y luego el tabaco. Guardó el fósforo usado en su bolsillo, luego de apagarlo con un rápido movimiento de muñeca. Aspiró, y soltó el humo por la nariz y por la boca. La caja de cigarrillos seguía en su mano, y comenzó a jugar con ella, haciéndola dar vuelta sobre su palma.

Ahora, ¿qué hacía esa muchacha allí? ¿Qué la había hecho mudarse al extranjero, cambiar completamente de ambiente? Sus ojos se iluminaron al hacer girar la caja una vez más.

- ¿Qué la trajo hasta aquí? - Sus ojos se despegaron finalmente de su vicio, para posarse en la muchacha. Extendió su mano, y le ofreció un cigarrillo, mientras aspiró nuevamente del suyo.

Escuchó con atención la historia de la Mademoiselle, que la contó con bastante melancolía, o al menos eso creyó oír en su voz. Su historia era increíble, tener que huir de el hogar de uno mismo por refugio... Se quedó pensando, simplemente imaginándose la situación que, para ella misma, parecía completamente imposible. Y luego, perder lo último que quedaba de su familia... Sintió pena por la muchacha.

- Lo lamento, Mademoiselle Rashid. - soltó en los segundos de silencio que se hicieron cuando la muchacha terminó su historia, evitando su mirada, procesando la historia en sí. La suya ni se comparaba con todo aquello. Su vista se posó en el suelo mientras volvía a su vicio, soltando el humo, pensativa. Entonces la voz de ella volvió a llamarle la atención.

- "¿Qué me trajo hasta aquí?" - pensó, preguntándose a ella misma. Y la peor parte era que no tenía respuesta para ello. No existía la respuesta, nada la había traído, un impulso, una fuerza sobrenatural, que no lograba entender. La muerte de su padre solo fue una escusa para huir de su realidad, y sumergirse en un mundo desconocido y superficial. Se dio cuenta que el silencio se había prolongado más de la cuenta.

- No sé como responderle, mademoiselle. - Aspiró nicotina y continuó. - Nada me trajo hasta aquí, escusas vacías y caprichos. - Se entristeció algo al darse cuenta que aquello era verdad. Era una cobarde. Se quedó en silencio, sin saber que más decir, pues aquella epifanía la había dejado impactada. Jamás se había puesto a pensar en ello, y ahora conocía su verdad.

La tristeza y la epifanía iban a tardar en irse. Dudaba que le duraría todo el día, o probablemente toda la tarde. La muchacha que acababa de conocer, Jasmine, hablaba con palabras sabias, tratando de, alguna forma, calmarla.

- "¿No ser feliz? ¿Yo no era feliz?" - su ilusión continuó hundiéndose en la miseria. Pero, no entendía aun el porqué recordaba a Marsella con tanta melancolía. La muerte de su padre la había pasado por alto, como si él estuviera aun vivo, allá en su hogar, y ella simplemente tomó la decisión de dejar todo lo que tenía. Su cigarro emitió el sonido del papel quemándose, entre tantos pensamientos, se había olvidado de él. Volvió a fumar. Su padre seguía vivo, en algún lado, en lo más profundo de su corazón. Aun no lo admitía, no quería admitirlo. Y para empeorar las cosas, encontró que ella no quería cambiar su vida. Quería cambiar ella misma, y cambiar a las personas más allegadas a ella, lo cual no le había dejado otra opción que irse, pues, obviamente eso jamás sucedería.

La muchacha, a la cual habían opacado sus pensamientos, habló nuevamente, ésta vez invitándola a una fiesta de máscaras. Sus ojos se abrieron sorprendidos al oír "Palacio Royal". La idea en sí no le gustaba nada, por el hecho de no encajar, de no tener que ponerse, pero ella misma le ofreció prestarle la vestimenta. De a poco la invitación iba tomando color. Quizás 15 minutos atrás hubiese dicho que "no", pero... Necesitaba cambiar, de alguna forma necesitaba algo diferente. Jasmine le sonreía, y Candice se tomó su tiempo para contestar. Tomó otra bocanada de humo. Era extraño recibir una invitación de tanto peso de una completa desconocida, pero por otro lado...

- Esta bien - contestó, antes de pensarlo dos veces, mirando el piso. Despejar la mente, e introducirse en la sociedad, no le haría nada mal. Pero los nervios comenzaban a invadirla. ¿De que se trataba ese tipo de fiestas?

Spoiler:

Sus dos palabras de respuesta dispararon una serie de reacciones en la muchacha que no se esperaba en absoluto. Ella la abrazó de improvisto, sonriendo. La bolsa de pan que tenía en la mano no hizo más que caerse al suelo. Las aves aprovecharon el momento para . Al segundo comenzó a hablar de vestidos, y ropas, y Candice se perdió en el tiempo y en el espacio, sin entender absolutamente nada. Ella se levantó, invitándola a irse.

- A-ahora? - Sus palabras no fueron más que un susurro a la nada. ¿Un coche? Se sorprendió al oír esas palabras. La siguió sin chistar, apagando su cigarrillo en el suelo, y tirando la colilla al piso. La vuelta no había podido disfrutarla pues tenía en la mente demasiadas cosas con respecto a Jasmine que no lograba entender.

Subió al coche sin decir nada. Ahora se dirigían a la casa de la chica, y Candice se encontraba más perdida y confundida que nunca. Ella parecía estar sumergida en el paisaje que las rodeaba. No se atrevía a romper el silencio. Se sentía algo incomoda, pues acababa de conocerla, pero en ese momento no había escapatoria alguna.

- Mademoiselle, ¿está segura de lo que hace? - Esa pregunta, por más de que iba dirigida a ella, se la hizo a sí misma, aun sin caer en lo que se había metido.