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Al filo de unos colmillos [Luther] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Marie-Faith Prigent Jue Mayo 19, 2011 8:55 pm

Era de una de esas noches despejadas, donde la luna y las estrellas se encargaban de iluminarlo todo, de aquellas noches que por su sola belleza presagiaban ser mágicas. La noche se había convertido en el mudo testigo de su nueva vida, a la que simplemente había recurrido para ayudar a su familia, los astros del cielo nocturno se habían convertido en sus silentes compañeros. Se dirigía a la mansión de un cliente, la habían enviado del burdel, al parecer era un cliente muy especial por que nunca la habían enviado fuera del local. Había tenido que pedir las instrucciones a una de las cortesanas, que la guiaran hacia su destino, pues de nada le servía el pequeño papel con la dirección escrita que le había dado su jefa, para ella no eran más que garabatos, no sabía leer ni escribir, pero aquello no la acomplejaba. Había salido del burdel poco después que había anochecido, debía dar gracias porque podía guiarse por medio de las estrellas, porque había extraviado de su rumbo rápidamente, su abuelo le había enseñado esa útil técnica allá en el campo, más aun le era difícil guiarse en la gran ciudad, aun se sentía ajena a ese lugar, aun no lograba establecer lazos suficientes que la hicieran sentirse mas o menos a gusto, pero no por eso se deprimía, Marie-Faith era de esas personas que no se daban por vencidas.

Caminaba por las calles con pasos rápidos y torpes, eso le pasaba por que intentaba caminar meneando las caderas como hacían todas en el burdel, más ella no lo lograba hacer del todo bien si caminaba tan rápido. Tropezó una vez, dos veces, a la tercera cayó al suelo, se levantó con dificultad y sacudió su vestido, ese ropaje que delataba en lo que se había convertido, una prostituta, pero aun mantenía ese aire inocente y dulce que tenía cuando llegó del campo, aun su corazón no había sido corrompido por los vicios y los malos sentimientos que la rodeaban. Caminó con más cuidado, esquivando las miradas de reprobación de la poca gente que se cruzaba en su camino, su paso parecía resonar en toda la cuadra. A pesar de la belleza de la noche y la aparente protección de las estrellas, sentía miedo y un recelo enorme, tenía esa sensación abrumante de sentirse perseguida, pero desde que había llegado a París aquella sensación era recurrente cada noche. Aunque no quisiera admitirlo podía intuir la existencia de seres tan desconocidos para ella como poderosos, de esos que solo parecían morar en los cuentos que les contaban en el campo a los niños para que se comportaran. Esos seres que quizás eran más poderosos incluso que su Dios, pero hay veces en que es preferible la ignorancia, ya que otorga una falsa tranquilidad que es ajena a la verdad. La verdad que sólo despertaría más miedos y temores se encontraba próxima, a la vuelta de la esquina, literalmente, ahí donde se alzaba la mansión de su cliente.

La cortesana de corazón dulce y mirada ingenua, se iba acercando poco a poco a la obscuridad en la que se encontraba sumido el lugar al que se dirigía, era la clave que le habían dado en el burdel para reconocer su destino, la más absoluta y enervante penumbra que emanaba desde el interior de aquel inmueble. Ella se limitó a quedarse deslumbrada por la magnificencia del lugar, aun no se acostumbraba a las construcciones citadinas, seguían maravillándola como el primer día. Se acercó a la puerta algo nerviosa y la golpeó con suavidad, el sonido retumbó sordo en el interior, más no hubo necesidad de seguir llamando, la puerta se entreabrió para permitirle la entrada, como si la estuviese esperando –¿Hay alguien aquí?- gritó con voz algo preocupada, pensando que quizás no había sido buena idea aceptar salir del burdel aquella noche. –Soy... Mar.. Bleu, del burdel- aclaró asomando la cabeza en el lugar buscando alguna figura entre las sombras. Había estado a punto de dar su nombre real, gran error, la primera lección que había aprendido era siempre usar un pseudónimo, errores de principiantes, errores que demostraban que no era un a prostituta, era un a niña jugando un juego peligroso. La chica se internó en la aquella obscura morada intentando avanzar con pasos seguros. No se veía nadie, no se oía nada salvo su propia respiración. ¿Acaso aquello sería un juego? Era como encontrarse en una boca de lobo, y aunque ella lo ignoraba, era igualmente peligrosa, ya que ahí dentro se encontraría peligrosamente al filo de unos colmillos, y no de lobo precisamente…


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Mensaje por Luther Sigismund Dom Mayo 22, 2011 10:59 pm

Las paredes se alimentaban del silencio que ensordecía las almas que se perdieron entre las habitaciones que mantenían sus secretos y sus puertas selladas a cualquier ente que jugara a pasar sobre clavos ardiendo en una inútil proeza por llegar hasta el hombre que inclinado contra uno de los muros sonríe con manía mientras sus ojos cerrados buscan absorber la paz que no encuentra en su mente. Cada escena en sus pensamientos forma una estaca que se clava en su pecho y la sonrisa maniática que curvaba sus deformados labios desapareció por completo. “No se puede huir del pasado ni de las cicatrices que han dejado.” Sus ojos se abrieron de golpe pero no había brillo que pudiese apreciarse en ellos. No existe diferencia en los colores que le pueden mostrar su iris cuando la ausencia de luz prevalece. Ninguna vela emite sus destellantes naranjas amarillentas porque al ser innecesarias son inexistentes. No hay leña en la chimenea porque ésta jamás se enciende. El vaho que se escapa de entre sus labios es la muestra del frío que le envuelve. Las ventanas están selladas, las tablas que se clavan cruzadas no dejan entrar ningún rayo del astro. No importa si afuera el Sol arde sobre el campo o las estrellas titilan en el firmamento, no marca la diferencia cuando pones un pie dentro. Con un gruñido que muestra su disgusto golpea su espalda contra la pared para impulsar a sus pies a moverse del lugar que ha estado ocupando desde que el velo de la noche cayó sobre mortales e inmortales. No existen cadenas cuando la Luna abraza a sus hijos. Es el refugio de los condenados y el desamparo para los que caminan bajo el abrigo del verdugo. ¿Para Luther? No es más que la amante que puede acariciar su cuerpo sin ataduras.

Obligándose a pensar en las próximas horas que serán llenadas por los servicios de la nueva cortesana que se adentrará a sus dominios a ciegas, desconociendo al monstruo que le envolverá entre sus brazos, envía a su retorcido pasado al baúl de los recuerdos. Nunca ha repetido una cortesana y ésta noche no ha sido la excepción. ¿Por qué? Aunque ninguna ha visto las cicatrices que deforman su rostro y cuerpo, incluso la falta de una de sus extremidades, algunas han llegado a tocarlo en contra de su deseo, percibiendo las rigurosidades, dudando de seguir la línea de pasos que harían con sus clientes habituales. ¿Cuántas veces las ha sentido congelarse bajo su tacto? ¿Ha existido alguna que no lo hiciese? El temor a lo desconocido u oculto era el alimento para la bestia que miraba a través de sus ojos, misma que ansiaba destrozar y devorar todo lo que tenía la osadía de cruzarse en su camino. Esta noche no porta el abrigo que esconde la falta de su brazo cuando se fusiona con las sombras que se proyectan en los callejones de Paris. ¿Para qué molestarse? Una humana no puede ver a través de la oscuridad y ese es el juego que jugarán, por ello no existen velas ni ventanas que puedan ser abiertas. Frente al escritorio, su mano toma la botella que solitaria le hipnotiza con el líquido que abrasa su garganta cada que sus gotas cristalinas se derraman como lava. Justo cuando termina de llenar su vaso, el silencio fue roto, abriendo un agujero en el hoyo de esa hambruna oscuridad.

La voz suave de la mujer atravesó sus tímpanos. La puerta fue fácilmente manipulada. No importaba su cojera, él podía ser casi tan rápido como cualquier vampiro. No había sido fácil al principio, pero cuando la eternidad te toma de la mano el tiempo deja de ser relativo. Al segundo se encontraba sentado tras el escritorio. No había apuro en lo que iba a suscitarse y nada le interesaba más que observar y aprender con lo que trasmitía cada ser. La inseguridad que demostró al revelar su identidad le contó más de lo que horas conversando le podrían revelar. – Bleu. La profundidad de su voz azotó la mansión mientras repetía el nombre con el que ella hacía su introducción. “Tal parece que estoy ante una dama que le gusta jugar a las apariencias.” La mujer ante él era diferente a cualquiera que había desfilado ante él. No tenía ese porte altivo con la que toda cortesana parecía estar dotada. - Siéntate. Encontrarás un sillón si das dos pasos más a la derecha. Esta vez su mano agitó el vaso que había atrapado, el líquido ondeando. Si estaba equivocado ella lo desmentiría. – Me pregunto porqué tú entre todas fuiste la elegida. Su dedo golpeó el cristal. – Adelante. Supongo que prefieres mostrármelo. Esa maldita sonrisa moldeó sus labios. Mar... Bleu... Comenzaba a intrigarlo.


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Mensaje por Marie-Faith Prigent Lun Mayo 30, 2011 12:17 am

La obscuridad de aquella lúgubre morada, no existía ningún rincón por donde la luz consiguiera colarse, era abrumante, parecía de cierta manera oprimirle el pecho, sobretodo para alguien como ella, que parecía irradiar luz desde su interior. Intentó dar algunos pasos tambaleantes, caminando a ciegas, daba igual si tenía los ojos abiertos o cerrados, de todas formas no conseguía ver nada. No era a la oscuridad en si a lo que le temía, sino a la sensación agobiante de encontrarse encerrada en aquel lugar, porque se sabía encerrada. Se notaba que aquel lugar estaba tan bien cerrado, que parecía ajeno al calor primaveral que existía fuerza de él, el ambiente se sentía algo húmedo, incluso comenzaba a sentir frío lo que le resultó aun más amenazante, por lo que un suspiro algo angustiado escapó de sus labios. También presentía que había algo peligroso oculto en las sombras, algo que estaba ahí asechándola, esa era misma sensación que había sentido tantas noches mientras trabaja aun en el mercado vendiendo frutas. ¿Qué tipo de hombre seria aquel que se escondía en aquel lugar? Y sobretodo ¿Qué clase de juego pretendía jugar con ella? Por más que lo pensaba, no le encontraba respuestas a esas preguntas, pero como siempre intentó verle el lado positivo a la situación “Vamos… es algo nuevo” pensó con una sonrisa un tanto forzada en el rostro, ella no se caracterizaba por pensar lo peor, y esta vez no sería la excepción a ello.

Extrañamente a pesar de vender su cuerpo noche tras noche, seguía siendo pura, la inocencia seguía grabada en su corazón, ajena a la corrupción que la rodeaba, mientras su cuerpo era contaminado por el pecado, su mente se mantenía intacta. ¿Era acaso eso posible en una cortesana? Quizás no lo eran en una cortesana común y corriente, pero ella no era ni común, ni corriente, aunque a primera vista así lo pareciera, era una chiquilla de campo, criada en sólidos valores católicos, que había visto y vivido en carne propia las desventuras del campesinado, que conocía el frío y el hambre, pero más de alguna prostituta puede haber tenido un pasado similar, no era aquello lo que la hacía diferente, quizás era más bien su optimismo incansable, que era dulce y etérea. Su mundo era distinto a este, distinto al de los demás humanos, y obviamente distinto al de los seres sobrenaturales, Marie-Faith pertenecía a un plano diferente, un plano inexistente para el resto de los individuos, era demasiado buena para el mundo podrido en el cual debía desenvolverse. Ella era precisamente de aquellos libros que engañaban por su portada, y de quienes se podían obtener las más gratas sorpresas, más de algún cliente así lo había notado, había quienes parecían fascinados con ella, sin que el resto llegara a comprenderlos.

Finalmente la voz masculina que ansiaba escuchar rompió el silencio en el que había quedado sumido todo luego de sus propias palabras. ¿Que debía decirle a aquel hombre que se escondía al otro lado de la habitación? Aun no estaba del todo adecuada a que cosas debía decir y que cosas no, así que se mantuvo en silencio, intentando inútilmente ver a aquel hombre a través de la obscuridad -Gracias- susurró con timidez, caminó en la dirección que aquel hombre le indicó, hasta que efectivamente chocó con el sillón, golpeándose bastante fuerte, andar a tientas no era divertido –Aaay, ¡maldición!- se quejó por lo bajo, antes de proceder a sentarse. Lo bueno de la falta de luz existente era que no tenía que esforzarse por sentarse bien, aun no aprendía del todo a hacerlo y la verdad le resultaba fastidioso. Cada vez sentía más curiosidad por aquel misterioso cliente, quería saber quien era el dueño de aquella voz –No sé na’ de eso yo, a mi solo me mandaron pa’ acá- se apresuró a responder encogiéndose de hombros, dejando clara su falta de elegancia y de educación. Quizás la habían enviado a ella por que esa bruta jovencita de campo le resultaba exótica a los clientes, o simplemente porque era de la carne más fresca del burdel. Se quedó pensativa unos minutos, quizás él tenía razón y era mejor enseñarle por que la habían enviado, que seguir hablando y arruinarlo –Si, eso será mejor- susurró poniéndose de pie, para comenzar a avanzar guiándose solo por aquella voz, llevando una mano al frente por si existía algún obstáculo. Se detuvo solamente cuando sintió un mueble frente a ella, lo tanteó, para darse que era un escritorio, se sentía algo tonta haciendo todo aquello, incluso más torpe que de costumbre, si es que era eso posible. Con bastante agilidad se sentó sobre esquina que tenía más cerca, y se dio cuenta que ni aun a esa distancia podía ver a su cliente, se quedó a esa distancia temeraria, sin saber quien estaba al otro lado de aquel mueble –¿Qué desea para empezar, señor?- preguntó inocentemente, sin saber lo que en esos casos ese tipo de preguntas podía conllevar.


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Mensaje por Luther Sigismund Jue Jul 14, 2011 12:00 am

En las poesías se leen dedicatorias al cielo raso, a la gloria que se desentierra cuando los rayos de un sol ardiente desempolvan la telaraña de una noche que se ha flagelado, a la tormenta que obliga a los amantes a envolverse en un abrazo, al amanecer tras la colina o al destello del crepúsculo que alarga el adiós entre la noche y el día. ¿Y la magnificencia que se encuentra cuando la vista es inútil? ¿El ciego está determinado a no ser un poeta? ¿Qué hay de la oscuridad a la que es sujeto? Ni ciego ni poeta, Luther se aparea con la única hembra que no pierde su tiempo en robar la luz de afuera. Su mirada sigue los movimientos de la cortesana conforme engulle el último trago de su vaso, ignorando deliberadamente la maldición que se ha estrellado en lo alto. Elevó una de sus cejas, pero no había sorpresa ni arrogancia. Nunca había puesto un pie en el Burdel. La carta que había escrito y enviado a la dueña de ese lugar con más francos de lo que podría reunir una noche con todas sus trabajadoras, había sellado su trato. Cada fin de mes una cortesana caminaba hasta sus aposentos, sin acompañantes y con una orden directa, no se marchaban hasta que la noche concluyera o el cliente lo exigiera. Como era de esperar, los rumores se habían expandido cuando la primera cortesana había tocado a su puerta. No se diferenciaba de esta noche, a excepción de los reclamos de la hembra por hacer uso de las velas. “Sin luz” Había exclamado tajantemente y esa era toda la conversación que se había producido. Luther se había servido de su cuerpo en la abrumadora oscuridad, apartando su mano con brusquedad cuando ésta le había intentado tocar. Sin charlas, sin caricias y una justa paga por ser utilizada. Bleu no había hecho mención de esa peculiaridad. No se quejaba, solo actuaba y eso le gustaba. Dejó reposar su vaso sobre el escritorio en el mismo instante en que ella se levantaba. Era hermosa, pero... ¿qué cortesana no lo era? Al menos las que le enviaban estaban dotadas con una belleza que harían sonreír con manía a cualquier hombre hambriento de sexo. Desafortunada o afortunadamente, Luther no destilaba lujuria, ni siquiera deseo; su mirada era tan opaca como una noche de invierno... “sin gracia”.

- Las palabras son un código que expresados en momentos oportunos e inoportunos pueden ser interpretadas para atraer o repeler según sea el interés. Luther movió su mano, dejándola reposar sobre el antebrazo de la enorme silla en la que se encontraba sentado. – Si le dijera que no deseo nada en absoluto. No lo malinterprete – añadió rápidamente. – No estoy prescindiendo de sus servicios. Ambos somos conscientes de que será mía hasta que la noche se evapore. Alejó la silla y se levantó. – Considero al deseo una esencia. La mano de Luther se posó sobre la rodilla de la mujer mientras retomaba el tema. – Su excesivo uso le pondrá un fin o, por lo contrario, su olor simplemente se irá deteriorando. La boca del vampiro encontró el lóbulo de la cortesana, agregando en un tono terriblemente malicioso. –Yo, me temo, soy de la clase que no desea. A estas alturas, su mano había ascendido sobre su pierna, su boca acercado por debajo de su oreja. – Pero una joven como usted, con una vitalidad tan palpitante... Ocultar el hecho de que sus palabras tenían un doble sentido no era algo preocupante puesto que ella, aún si lo buscara, jamás le comprendería. – Ha de guardar en sus bolsillos un cúmulo de posibilidades. Se detuvo, su mano se apartó con brusquedad. El tono de su voz, sus pensamientos y la incrédula situación eran vertientes que estaban lejos de predecir qué movimientos se suscitarían. – Desnúdese y, - exigió con fuerza – Tiéndase sobre el escritorio. Gruñó con cierto enfado. “El código Sigismund, recuerda el maldito código”.


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