A la luz de la Luna...(Dómine + libre)

Una llamada de lo salvaje difícil de atender y que le corroía por dentro, impidiendo la capacidad de raciocinio que poseía esa raza maldita. Fuerzas místicas desatadas en un torrente de ciega furia que tanto conocían los licántropos. Pero, ¿hasta qué punto era eso cierto? ¿Cabía alguna posibilidad de mermar tamaño instinto asesino?

Noah desconocía hasta qué punto llegaba a influenciarles el oscuro Astro a los de su especie, pero parecía que él seguía gozando de cierto autocontrol, si bien no había podido evitar la transformación. Y en un momento más que inadecuado, pues se hallaba en una de las calles céntricas de París, disfrutando del aire libre, y tuvo que verse forzado a desaparecer en las sombras y sufrir impotente su metamorfosis.

Cómo llego a odiar esa maldita luna llena…, había pensado para sus adentros, aún a sabiendas que no serviría de nada.

Gracias no sólo a su agilidad superior, sino a su experiencia de cortabolsas (no sólo había vivido de actor profesional, sobre todo durante los primeros años de su nueva condición), pudo encaramarse a los edificios y, una vez allí, impulsarse entre los tejados, alejándose de la zona siendo apenas un borrón oscuro en la noche.

No sabía adónde se podía dirigir, ya que un pelaje de color azabache, con jirones carmesíes, cubría por completo un cuerpo alterado por el cambio, cuyo aspecto seguía distando mucho de los típicos lobos que se había llegado a topar en alguna que otra ocasión –al parecer habían varias clases de licántropos−, asemejándose más a una irónica caricatura de un ser humano con garras en lugar de brazos, una pose ligeramente encorvada por la comodidad que suponía ir sobre las cuatro extremidades; un rostro de facciones lupinas, rematado por los colmillos que asomaban en sus mandíbulas parecían contrastar con el prístino tono azul de la mirada que poseía la bestia.

Era como una dulce ironía, peligroso al mismo tiempo que bello de contemplar. Si es que alguien era capaz de aceptar ese aspecto… algo que era complicado, ya que siempre que lo mostraba terminaba arrepintiéndose por el dolor que causaba o el que le causaban a él. Nunca se había sentido orgulloso de ser lo que era y en ocasiones se veía a sí mismo, y a su propia raza, como monstruos aborrecibles.

Buscando alejarse de todo y de todos, su silueta se fundió con avidez en la noche, frenándose en seco ante la linde del bosque. Sin pretenderlo siquiera, su olfato captó, de forma difuminada, el aroma de varios seres distintos, pero uno de ellos le resultó vagamente familiar…

Bajo ese aspecto, su memoria extraordinaria resultaba prácticamente inútil, al menos a la hora de evocar recuerdos. Lo único que podía sacar en claro es que era un perfume especial como sólo podían poseer los vampiros. No captó el olor de ningún otro lícano en los alrededores, así que se relajó y decidió indagar un poco más: en el pasado se había topado con una vampiresa y habían trabado una especie de amistad, por extraño que pareciera. Sabía que por definición, ningún vampiro se fiaría demasiado de él, pero debía comprobar quién estaría paseando por el bosque a esas horas.

Con presteza, se encaramó al árbol más cercano y fue saltando de rama en rama, carente de habilidad pero manejándose con la suficiente fluidez como para no aterrizar de improviso en el suelo. Por desgracia, la caprichosa Luna parecía encontrar divertido que uno de sus descendientes actuara así, y como para burlarse del joven, se ocultó tras unas nubes densas. Rápidamente, con un par de espasmos de dolor y el fuego frío que consumía sus venas, su figura monstruosa regresó a su aspecto humano, y a duras penas logró mantener el equilibrio entre las ramas.

A Noah le resultaba desagradable la reversión a su aspecto humano y lo que suponía, pues por la metamorfosis ya había perdido otra de sus prendas favoritas y más caras. Y para más inri, ahora se hallaba sin una sola tela que lo cubriera, como todo buen licántropo que sufriera esos cambios en días así.

Reparó en la vampiresa que se hallaba a escasos metros y por debajo de él. Desgraciadamente, no la conocía, y eso lo colocaba en una situación precaria en más de un sentido. Intentó situarse en las alturas de forma que no pudiera suponer una escena vergonzosa para ninguno de los presentes. El joven sintió como un rubor le aparecía por las mejillas, pues se trataba de una vampiresa desconocida y la situación parecía ser, cuanto menos, incómoda.

− Mis disculpas, Mademoiselle. No era mi intención espiarla y mucho menos con tanto indecoro –confesó con su voz melodiosa pero hablando tal vez un poco más acelerado de lo normal debido a lo bochornoso de la situación−. Si me concede unos pocos segundos, regresaré por donde he venido y podrá seguir disfrutando de la velada sin molestas interrupciones.

Tal y como se había colocado en la rama, bastaría con un único impulso y volvería a desplazarse entre las ramas de los árboles de aquél enorme bosque. De todos modos, resultaba casi gracioso verle azorado, pese a que los lícanos estaban más que acostumbrados a ese peculiar estado tras revertir su aspecto, pero Noah sentía cierto apuro en mostrar sus cualidades de esa forma tan poco discreta–y sin se referirse precisamente a ninguna zona indecorosa del cuerpo− ante otras razas. Incluso más si se trataba de una raza que no le disgustara aunque fuera extraño que él les cayera bien.

Las calmas palabras que empleó la vampiresa convencieron a Noah para que no diese media vuelta en ese mismo instante y se alejara del lugar, mientras aún le quedara algo de decoro.
Al parecer, ella se sentía tranquila. Quizás demasiado, y eso causaba que el joven lícano se mostrara aún más cauto: la experiencia le había demostrado que había que tener especial cautela con vampiros que aparentasen tanto sosiego.

Tal vez no había nada que temer, pero si la situación empeoraba, en ese instante carecía de medios suficientes gracias a que las nubes ocultaban la Luna.

De modo que al verla partir con tanta celeridad (sus ojos apenas pudieron captar su ida, ya que bajo esa apariencia humana perdía muchas facultades) no le quedó otra que aguardar. Al menos no se podrían poner en duda las intenciones del caballero desvestido. De modo que esperó, sintiéndose impotente mientras una miembro de otra raza tenía más consideración por él que sus propios camaradas.
Ni siquiera le había dado tiempo a responderle, así que suspiró, tragándose para sí mismo una irónica réplica acerca de sus habilidades “innatas” para volatilizarse, prácticamente, entre las sombras. Todo ello fruto de su vida anterior, claro… algo que sus dotes artísticas habían logrado perfeccionar más allá.

Antes que exhalase de nuevo, aquella considerada doncella desanduvo su camino, portando consigo algunas prendas holgadas que dejó con gracilidad a los pies del árbol dónde se hallaba. Pese a que no le harían demasiada justicia al varón, era mejor que ir como iba.

Acomodándose primero en la rama mientras ella se alejaba, se dejó caer con cierta elegancia, encogiendo su cuerpo para amortiguar su descenso. Aterrizó en posición agazapada, y con unos reflejos demasiado rápidos para ser humanos se vistió, dándole la espalda a la vampiresa. No por carencia de cortesía, sino porque estando presente la oportunidad de atacarle, de haber sido menester, le había demostrado que por el momento no debía temer de ella. Además, teniendo en cuenta que eran ropas prestadas y que, si la Luna decidía volver a mostrarse, debería ser rápido desvistiéndose para no dañar la propiedad ajena. Qué afortunado era de pertenecer a esa profesión, donde se le exigía una celeridad entre bambalinas de modo que estaba más que acostumbrado a ello.

− Mis más humildes agradecimientos, Mademoiselle –comentó con su voz paulatina y cautivadora mientras se adecentaba un poco con esos extraños ropajes para, posteriormente, darse la vuelta y hacer frente a la doncella−. Lamento haberle interrumpido su calma de manera tan grosera. Confío en que me dé la oportunidad de compensarle por ello y por las molestias que acabo de causarle…

A su vez, Noah también le devolvió la reverencia, y no pudo sino evitar un leve indicio de sonrisa ante las palabras de la damisela, que fueron acompañada de un leve y musical sonido tan propio de un cascabel. No porque tuviera intención alguna de burlarse de ella, sino porque parecía tan distinta para ser una vampiresa…

− No veo porqué no debería de hacerlo, teniendo en cuenta que los seres como un servidor se nos considera algo impúdicos y decadentes, tampoco me habría ofendido por ello –le contestó, recuperado la postura erguida con un porte galán. Luego, suspiró−. Lástima que no se pueda ir a contracorriente por el río que supone ser el destino…

Sentía que, como mínimo, le debía a la damisela algún nombre al que pudiera hacer referencia.

− Puede llamarme Noah si lo prefiere, mademoiselle. Me hará más justicia que “joven”− comentó con una amplia sonrisa en los labios.

Al momento de haberle dicho que no le dijese joven, se sintió como un estúpido. Aquello no tenía sentido, ya que desconocía qué edad tendría la damisela (tampoco es que tuviera intención alguna de preguntárselo, no era propio de los caballeros), pero seguro que visto desde sus ojos imperecederos, alguien como él debía darle la imagen de un cachorro.
Era un golpe de fortuna que la vampiresa accediera a descartar el trato de desconocidos.

Ahora fue el turno de Noah, que torció su sonrisa de forma apenas perceptible en una muy sutil mueca de desaprobación, pero no hacia mademoiselle Jacqueline, sino por el comentario. Ante todo, respetaba la diversidad de opiniones (faltaría más), pero sólo alguien que hubiera experimentado lo que el lícano vivió décadas atrás, sólo entonces podrían entender cómo se sentía y el desprecio que podía llegar a sentir por su propia raza. Eso hacía que él se sintiera aún más separado de sus “camaradas”, por lo que le resultaba muy difícil concebir la idea de dejar a un lado el desprecio inicial que sentía hacia cualquier lícano que hubiera conocido.

− La vida depende del color del cristal a través del que se mire, ¿cierto? Quizás usted se haya encontrado con algunos lícanos excepcionales, eso no lo dudo, pero una opinión más… cercana –dijo, colocando la palma de su mano diestra sobre su propio pecho, cubierto por ropajes que no eran suyos−, de seguro que le haría cambiar ese punto de vista. De todos modos, puede estar tranquila, pues yo no albergo diferencias con otras razas. A excepción, claro está, de otros de mi especie.

Suspiró con pesadez, ya que le costaba hablar de ello sin encontrar un límite. ¿A quién le iba a importar su historia, sobre todo cuando la parte más importante eludía sus intentos por rememorarla. Es más, ¿cómo iba alguien a entender el rechazo a su propia raza y, al mismo tiempo, que dicho individuo aceptase la desconfianza de otras razas cuando dicho ser no albergaba juicio contra ellas? No era algo que se pudiera explicar sólo con palabras.

Parpadeó cuando escuchó unas palabras de comprensión por parte de la vampiresa. Sin embargo, no volvió su rostro, algo que suponía que se debía a que estaría recordando sucesos tal vez no del todo agradables para ella.

La revelación le golpeó como un fuerte mazazo. Él se quejaba de haber sido transformado por capricho y que, para colmo, todo su linaje había sufrido en consecuencia. En cambio, la damisela no había tenido más opción. De seguro que le estaba dando una imagen más que pésima. Además, sabía de buena tinta que los vampiros lo pasaban bastante peor que ellos, por mucho que no tuvieran que ir sufriendo mes a mes una transformación involuntaria.

− Debo parecerle un malcriado… debido a que, aunque no fue voluntaria, a mí me afectó una decisión, pero a usted no le quedó más remedio… −musitó en un quedo susurro.

Aquellas palabras le dejaron algo descolocado. Cuando ella se refería a que no era por él, sino que era por ella, ¿se refería a lo diferentes que eran en más de un sentido? Eran como dos caras de la misma moneda, sólo que en comparación, él aún distaba de vivir, y aprender, lo que ella habría hecho en todos aquellos años. Además, por ese motivo… ¿Quién era él para contradecirla?

− Quizás otros de nuestras respectivas especies hayan tenido la opción de elegir, pero no ha sido ni mi caso ni el suyo, Mademoiselle Jacqueline, así que no debería de atormentarse tanto por ello... no conseguirá sacar nada en claro, aparte de pasarlo realmente mal.

Era todo cuanto podía decirle sin que le pudieran echar en cara al joven lo poco que sabía en realidad. Se estremeció por un escalofrío al imaginar lo que habría sido de él de haber permanecido cerca de quién le convirtió. O que hubiera pasado todos esos años en el refugio de una manada.

Cuando su acompañante suspiró, su fino oído volvió a captar de nuevo esa inquietante llamada. Debía de ser por eso que ella se había dado la vuelta, sin duda debería de reflejarse en su rostro de forma prístina, pero alguien con semejante olfato agudizado lo podía captar igualmente. Miró al horizonte, donde la Luna permanecía oculta aún por las nubes.

− En mi caso, yo huyo de quién me creó, aunque tendría la oportunidad de redimir todos estos años de extravío si accediera a ser su mascota. Ojalá pudiera comprender por qué hay seres que consideran la vida como un tablero de ajedrez que puedan manipular a su antojo…

Cuando ella se dio la vuelta, de nuevo pudo contemplar aquél delicado rostro. No le extrañó que sus pupilas se hubieran matizado de colores oscuros, ya que en los vampiros el “hambre” solía causarles alguna reacción más o menos visual. Además, verla así le recordó a los momentos en que él perdía el autocontrol y su mirada dejaba de ser añil para volverse azabache como su pelaje.

− No soy alguien experto en el tema, pero en alguna otra ocasión me he encontrado con algún que otro vampiro. Recuerdo que uno me contó una vez que, cuando se convierte a alguien, suele establecerse un vínculo tan potente que puede causar un dolor muy intenso a ambos –reflexionó, haciendo memoria aun sin saber si le serviría de algo a su acompañante−. Quizás no querría que sufriera en demasía.

Bajó la mirada al acabar la frase. Se sentía impotente por no poder echar un cable a una persona que, aunque prácticamente era una desconocida, se sentía identificado con ella en algunos aspectos.

− Lo lamento, hablo demasiado y teniendo apenas idea…

Suspiró por enésima vez, bajando nuevamente la mirada hacia su acompañante. En cierto modo, se había imaginado que algo así podía pasar, pues eran varios los motivos que lo causaban: la diferencia de raza, que afectaba principalmente a cómo entendían el mundo que les rodeaban; la Luna llena que yacía al amparo de las nubes que le daban cobijo, aún sin saberse exactamente cuándo volverían a asomar sus caprichosos rayos plateados…

En realidad, eso no le preocupaba demasiado. Él… era diferente. Bajo la Luna, aún perdiendo su figura humana, de algún modo inexplicable Noah seguía conservando su autocontrol y su capacidad de pensar de forma racional. Eso le había granjeado la desconfianza de los otros miembros de su raza, pues era un ejemplar extraño, ajeno a lo que supuestamente debería de ser cualquier lícano. Por eso lo veían con malos ojos e incluso lo temían.

Claro que había recordado un hecho de significativa importancia: Jacqueline se hallaba presa de un hambre voraz. Eso suponía un problema, pues dudaba que quisiera probar un poco de su sangre. Por norma general, los vampiros tendían a no saber apreciar los efluvios vitales de los licántropos.

− Ruego me disculpe, ya que me resulta difícil ponerme en su lugar en noches como ésta…

Habló con medida y cautela, mientras observaba con detenimiento los ojos de la vampiresa. Pese a tener un matiz distinto, no sentía temor aluno por mucho que pudiera apreciar hostilidad.

Ojalá aquello sólo fuera debido al mal cariz que había adquirido la conversación por la falta de tacto que él había tenido; no tenía demasiados ánimos para confrontarse con nadie, menos aún con una raza a la que no le deseaba ningún mal.